Dos poemas de Guillermo Arciniegas

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Gracias al poeta Guillermo Arciniegas por enviarnos algunos de poemas de su nuevo libro Entre la nada y la vida:

La vida está hecha de círculos,

de ciclos que abren y cierran una intimidad.

En silencio, mientras labro mi huerto

he atisbado sus orbes de compás invisible.

Lo he visto en la ruta de los astros y de mi sangre;

lo dicen las aguas que caen y ascienden,

y el viaje de la simiente que retorna en el fruto;

lo contemplo en los seres que renacen,

y en el hombre que gira en torno a su vacío,

(al que él ha dado muchos nombres).

Está hecha de círculos esta vida

como los iris de nuestro ojos,

esos blancos oscuros

donde dispara sus presencias la tierra;

dianas a la distancia del otro

donde un día se nos clava una súplica o un rostro;

redondos pasajes donde juega el amor

y en los que a veces entramos

sin volver jamás.

La vida está hecha de comienzos y de fin,

pero ella no comienza ni acaba;

somos un punto cualquiera de su órbita ilimitada;

y nos mueve como una rueda hacia otros destinos,

nuevos comienzos;

vamos con ella cuesta abajo

y ningún paraje, ningún sentimiento,

ninguna doctrina la detiene.

Sólo en el vértigo de ser nos recoge y devuelve

a nuestro centro,

y allí nos aquieta;

en el punto inmóvil del eje que nos sostiene nos da el descanso.

Somos un retorno.

Como vuelve el amor una vez acallada otra desilusión,

y florecen los árboles nuevamente, a su tiempo,

así nosotros regresamos hacia alguna parte.

Nuestras almas son discos inmensurables

que caben de alguna manera en nuestros cuerpos,

y han sido lanzados al desamparo por nosotros mismos;

llevan grabado a un tiempo

nuestro sino real y nuestra fiebre,

el silencio y la música de nuestro sueño.

Pero la vida nos aguarda, nos espera;

y aunque cada desvío nuestro es un nuevo rodeo

en torno a aquello que nos cansa,

y dibujamos los vicios como aros en la mesa

con nuestros vasos amargos,

ella nos arroja hacia un solo confín

y nos atrae hacia el amor;

y así, algunos pocos, como tú,

girando cada vez más cercanos de su rojo vivo,

han dejado de resistir

para precipitarse lentamente

en su inmenso círculo de sol.

Marzo 25, 1989

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La vida es una verdad simple,

una mujer que nos aguarda en la casa

encendiendo la lámpara y el corazón.

Andamos entre el alma visible de las cosas

contemplándola, abrazándola como enamorados,

danzando y discutiendo con ella

sin conocerla aún;

abriendo a veces, sin saberlo,

sus tiernos botones, sus frutos prematuros,

como preguntando por nosotros mismos.

Durante años buscamos por doquier su rostro,

del cual, cada línea exige una travesía.

Alguna vez, como por descuido,

en un rincón de nuestro interior

la vemos mirarse en el espejo de nuestro anhelo,

sonreír y desaparecer.

Cambiamos su vestido con cada credo, cada creencia;

no palpamos sino en raras ocasiones su perfecto contorno.

De su retrato cae un tiempo que madura

y se nos pudre.

En su cuerpo de tierra

una mano suya nos siembra y la otra nos recoge,

y en esa brevedad

vamos moldeándola con nuestras manos y sentimientos,

conquistando sus bosques en flor,

socavando sus ríos escondidos,

martillando sus hierros y sus joyas,

persiguiéndola por los vastos horizontes de la imaginación.

Así, caminamos de su brazo por la arena

a la orilla de nuestros días,

donde las olas de su mar

en un instante borran nuestros pasos,

nuestro pasado,

los pequeños castillos de nuestros sueños.

Una noche, inesperadamente,

nos asalta en el lecho y nos entreteje

en las cálidas trenzas de su destino,

nos roba un fuego y escapa presurosa,

y concibe ante nosotros otra imagen, otro yo,

otro misterio suyo.

Ya viejos, antes quizás, cansados de no alcanzarla,

aprendemos a amarla sin poseerla,

en el olvido propio;

nos entregamos mansos al ocaso en que nos apresa,

nos movemos despacio con cada gesto suyo;

un ademán desvía un camino,

una mirada dicta nuestros actos.

Sólo sus hondos ojos abren nuestra pasión,

sólo sus labios pronuncian nuestro verdadero nombre,

y sus pies apaciguan la voluntad.

Acudimos a ella ansiosos y postrados,

hasta que un día,

el amor la despoja de nuestros mantos y velos,

de nuestras palabras y nuestra historia,

y nos la entrega desnuda.

Entonces sus brazos nos arrebatan los sentidos,

la voz, el pensamiento,

y nos hallamos en ella;

comprendemos que en su seno

descansa nuestra fatalidad y nuestro sentido;

y al fin somos nosotros mismos

porque somos suyos.

Diciembre 3, 1989

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