Darío Lancini, cualquier día volveremos a encontrarnos

 

 

Darío Lancini nació en Caracas en 1932. Fue uno de los fundadores del Grupo literario Tabla Redonda. Viajero impenitente, ha publicado en diversas revistas internacionales. Parte de su obra ha sido publicada por Monte Ávila Editores Latinoamericana, Colección Altazor, con el título Oír a Darío. Una selección de sus poemas fue recogida en la Antología Poética del Círculo de Escritores de Venezuela, Caracas 2005.

 

Dos poemas de Darío Lancini:

 

 Adán

¿Yo soy yo?… Dudo.

               Dios:

Ah, el ateo paranoico

me emocionará, poeta.

¿Le has oído? Dudó y

             yo soy nada

 

&   &   &

 

Naves

Son dioses ilusos.

            Se van.

¡A babor! ¡A remar!

Al oír a Dante

Lao-Tsé revela el alba.

Homero es ídolo.

Solázalo, Sol.

Odisea remó.

 

Háblale al Everest

O al Etna, Darío.

La ramera robaba naves.

            S.O.S.

Ulises, oídnos. Se van.

 

 

Sobre Darío Lancini transcribimos un fragmento del escrito que le dedica  su amigo el historiador  Manuel Caballero:

“Darío Lancini, uno de los escritores más desconcertantes del idioma. Nos conocimos en la Cárcel Modelo, en 1952. Jesús Sanoja Hernández, Rafael Cadenas y yo pagábamos el precio del combate de la Universidad contra la tiranía. Los tres hermanos Lancini estaban allí bajo la acusación clásica de intento de magnicidio. En verdad, estaban por casualidad en una casa en Plan de Manzano que era un refugio de conspiradores y al allanarla, descubrieron algunas armas y bombas de fabricación casera. Los Lancini nada tenían que ver en el asunto, pero por supuesto, la policía no les creyó; así, mientras nosotros éramos echados del país, a ellos se les envió a Guasina.

(…)

“El pintor Darío Lancini. Darío acompañaba y protegía a su hermano, pero su pasión, si bien igual de intensa, era menos peligrosa. En aquel entonces, Darío era pintor. Cuando salí de prisión, llevaba en mi maleta dos dibujos suyos: uno era un impresionante apunte sobre la salida de los presos de la Cárcel Modelo hacia Guasina, que hicimos circular entonces en Europa y América pero cuyo original desapareció en esos trajines; y un retrato mío hecho a lápiz que conservo desde hace 58 años como un preciado tesoro. Después de la caída de la dictadura, Darío continuó pintando, abandonando el realismo fotográfico, cayendo bajo la influencia entonces muy poderosa de Bacon. Cuando fundamos Tabla Redonda, a Darío lo agrupábamos entre los pintores. Pero un día, Sanoja le pidió un texto para la revista, sobre el viaje de Yuri Gagarin al espacio exterior. Todos quedamos deslumbrados por la luminosidad y la maestría de aquella pequeña nota. Allí se nos reveló lo que Darío era por encima de todo: un verdadero maestro del idioma.”

“Oiradarío. No sabemos en cuál momento dejó Darío la pintura por la escritura. Ni cuál hubiera sido su destino de no haberlo hecho. Como sea, de pronto nos sorprendió con su Oír a Darío, un hecho único en la historia del idioma. Entre los muchos atributos que hacen su singularidad está la posibilidad de medir con objetividad cuánto en verdad tiene de singular. Tal vez suene al lector un insoportable egocentrismo del autor proponer, en el título mismo del libro, que se le escuche. Escuchar, en este caso, no es necesariamente una especie de sinónimo de leer, sino que quiere decir eso, que se le oiga. Porque, adelantándose en mucho a lo planteado por García Márquez en Zacatecas, Darío Lancini no prescinde de la ortografía, sino que la pone a su servicio, para darnos este libro cuya singularidad se puede comprender al decir que se trata de un libro único no sólo en la bibliografía venezolana, sino en la lengua castellana. Es una colección de poemas de una altísima calidad; pero a la vez, es un libro de palíndromos. Si se lee al derecho, se estará gozando de un hermoso texto poético; si se lee al revés, también (…)”

Un fuerte abrazo, Darío, cualquier día volveremos a encontrarnos.

 Carmen Cristina Wolf

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