Una escritura luminosa, por Lidia Salas

CARMEN CRISTINA WOLF:  Una escritura luminosa

 En la presente monografía se analizarán aquellos poemarios en donde se pueda  sustentar el objetivo de este trabajo: señalar cómo el tratamiento de los temas y el uso de un  lenguaje poético con significación trascendental, ha permitido a la autora elaborar una escritura luminosa.  En esta escritura,  la diafanidad y la transparencia son instrumentos esenciales para expresar el trabajo ascético de quien desea una comunión mística. Esta característica no proviene de imágenes sensoriales que describen un paisaje, un objeto o un hecho, sino de la capacidad de la poeta de ahondar en temas, en los cuales se trasciende lo humano para llegar a estadios espirituales o metafísicos

 El título de la obra,  La llama incesante devela la intención  del trabajo alquímico que pretende, transmutar las señales de ese paraíso interior presentes en la cotidianidad de la vida, tales como el sueño, el visaje de la felicidad, la luz del  conocimiento,  el milagro de la belleza,  en el latido de lo sagrado ardiendo en el incendio del alma.  Será necesario entonces,  desnudarse del ego, renunciar al miedo, a las apetencias  y a la esclavitud de la mente.

 El fuego del amor  es la única senda  que conduce al Amor Real, aquel que quema sin consumir aumentando la pasión de amar hasta lo inefable.  La llama incesante  es la lámpara que enciende la poeta  para separar las sombras que le ocultan el Bien buscado, pero puede interpretarse también, como la zarza ardiente  a donde lleva su palabra para hacerla  verdadera, radiante, luminosa y a través de ella, lograr la comunión ansiada.   

  La palabra ha sido siempre el instrumento de tránsito para alcanzar el esplendor. Lao Tse, Rafael Cadenas, Eugenio Montejo, Edgar Vidaurre, los poetas tutelares  en esta travesía,  confirman con sus hermosos versos esta realidad.  El verbo es el principio de lo divino y de lo humano,  es la hendija  por donde el poeta se asoma a los insondables misterios del alma, y es  en el fracaso de su balbuceo,  el espacio donde alcanza la  trascendencia y la  inmortalidad. 

 La intención  del mensaje impone el tipo de discurso utilizado.  El aforismo, en la brevedad de su síntesis,  es el único  medio posible  para mantener el diálogo de la  poeta consigo misma, con los otros  compañeros de senda con quienes desea compartir sus hallazgos y con  el Señor  a quien nombra,  “ Lirio coronado de espinas, rosa clavada en el madero, cáliz derramado en el polvo…” ( pag. 33)  en uno de los más hermoso versos místicos,  que la arrastran por los afluentes  que brotan en El Cantar de los Cantares  y humedecen las voces de Juan de la Cruz y Teresa de Avila.

 El camino de lo místico, esto es, del encuentro del espíritu con esa  Luz superior  que lo atrae,   esta signado por  caídas, encuentros, visiones, espejismos y revelaciones.  Este poemario es un testimonio de la  fuga de ese alguien que  la habita.  Las sentencias  son  como relámpagos que permiten al lector  seguir  el  vía crucis  de quien pretende llegar al gólgota de la muerte, pero sobre todo al dulce domingo de la resurrección.  Su testimonio se convierte en bitácora.  Sus cortas frases  en reflejos  fugaces  que serán perdurables en la proporción  igual a la comprensión y aceptación del lector.        

 El poemario está dividido en cinco secciones: Hallazgos, El verbo enamorado, El misterio del fuego, El incendio del alma y La conciencia en vigilia.  Deseo iniciar mi lectura particular por  la parte última.  La intención docente aparece  en los aforismos de estas páginas, en ellas compartí el duelo y la vergüenza por una realidad social donde estamos inmersos: “ Qué débil es aquel a quien los otros temen a   causa de sus amenazas. “ ( pag. 43)

 En  Hallazgos,  se aprecia  la belleza presente en la vida: “ Los árboles son los  ángeles  de  la   guarda   en  la ciudad”  ( pag. 14 )   pero  como  su  nombre lo indica, es el encuentro con otra realidad  íntima y cierta:  “  Descubrí un lugar en mí que permanece sosegado  ante los  cambios”.  ( pag. 17)

 El verbo enamorado y  El misterio del fuego resumen la pasión  de ese hermoso ser que es Carmen Cristina, por atrapar el temblor del poema y la vibración del amor:  “ Lo fugaz y lo eterno en un instante:  la poesía” ( pag. 20 ).   Incontables veces repasé  esas hondas reflexiones acerca  del oficio del escritor y disfruté el erotismo sagrado del cántico de su alma enamorada.  Mas es en Incendio del alma, el espacio en donde su  voz alcanza la más alta tesitura, quizás, por esta razón me hubiera gustado que   con ella hubiera concluido  su trabajo.

 La intención de escribir aforismos en una obra ascética revela la unidad  y madurez del escritor que aspira la búsqueda de la Verdad Suprema.  La sabiduría, la sencillez, la humildad, la mirada plena de belleza  expresan  en muchas de los versos, en los cuales todo lector puede acercarse para beber como en un pozo de aguas verdaderas.             

 El logos en la escritura de Wolf

                                      

                En su libro Escribe un poema para mí (Ediciones del Círculo de Escritores de Venezuela 2003), la poeta celebra el logos, la palabra con su mágica significación creadora. En el  primer texto del Evangelio de San Juan se lee: “Y Dios dijo: Hágase la luz. Y su palabra introdujo la luz en las tinieblas, y entonces Dios vio que la luz era buena”. La palabra fue el instrumento de la creación desde el principio de la historia. Fue Dios quien la revistió de luz. Ya lo decía el evangelista enamorado: “En el principio era el verbo, y la palabra estaba en Dios y la palabra era Dios.”

 

                Una de las teorías que explican la función consoladora de la poesía revela que el poema nace a veces del deseo de recobrar lo perdido.  El ser sensible tiende a recuperar  a través de la escritura el anverso del mundo irremediablemente fracturado por la violencia y la insensatez. Entonces crea con sus versos un espacio paralelo donde el ritmo mágico de su música y de sus significados re-crea la calle, la ciudad, el territorio, el hombre que alguna vez fue.

 

                De la lectura de este último libro de Carmen Cristina Wolf se infiere que en  el tránsito de esta mujer por la escritura, ella ha develado el poder secreto del logos y lo despliega con sortilegios de Afrodita;

“Escríbeme una ciudad

   de altos jardines luminosos

  y  una calle de sol como tus manos,” (p. 15)

El símil “una calle de sol como tus manos” introduce un destinatario amado, un interlocutor a quien trata de seducir induciéndolo a escribir dentro de su propia escritura. Artificios de maga o plegaria convertida en petición para que “el otro” penetre en su acento femenino.

 

                La palabra se convierte entonces en una entidad, en donde se busca lo que se tiene en mengua. Ya lo había hecho antes el solitario de las tabaquerías y de los muelles de Lisboa, Fernando Pessoa, ese otro exiliado, quien definió el lenguaje como su patria verdadera. Wolf insiste en su mandato:

“Escríbeme un país

 el país que me sabía de memoria

 y lo aprendí en la infancia,

 No lo encuentro” (p. 15 y 16).

Su nostalgia se  expresa de una manera directa, matizada por el dolor de la pérdida. La poeta en su sabiduría ancestral conoce que la poesía tiene existencia real, independientemente de quien la habite, y de allí sus líneas: … “escribe poemas para mí / que abandonen su cárcel de silencio.” (p. 19)

 

                En estos versos se le asigna a la palabra no solo el  poder creador de dar vida, sino que se le reviste de la fuerza cabalística en la lucha contra las tinieblas que intentan destruir al ser:

“Escribe para mí una armadura

 no vaya a ser que me asuste la muerte” (p. 23).

Rosa María Rodríguez Magda en uno de sus memorables ensayos reunidos bajo el título  “Femenino fin de siglo. La seducción de la diferencia”, reflexiona acerca de la frontera marcada cuando las mujeres vivían en el silencio, el cuchicheo y los sollozos; por eso, porque el lenguaje había sido tomado de la voz del padre y del marido, hubo que deslastrarlas de la autoridad dominante y macerarlas con el conjuro de las Náyades, ninfas del bosque y de la libertad,  y de las Sibilas, aquellas sacerdotisas de Apolo que eran respetadas por tener  el don de la profecía. La poeta conoce esta realidad, por tal razón, su palabra asume un acento de Diosa, la reviste con la seducción de la ternura y de la gracia,  adelgaza la sonoridad del verbo, para que el cántico se haga sagrado, mágico, inefable.

               

                Así, la palabra de quienes como la Wolf beben en las fuentes del eterno femenino (no se habla aquí solo de la condición de ser mujer, sino de las cualidades que enriquecen al ser humano, las cuales son consideradas como propias del género, tales como la intuición, la solidaridad, la compasión  y la fantasía), buscan dentro de su aspiración a la trascendencia, dar también voz a las vivencias y anhelos más íntimos. Sus versos se revisten de honda dulzura cuando dialoga con el ser a quien a

“Amado

 no tendré sed

 mientras tu vino

 esté servido en mi mesa.” (p. 47)

La cotidianidad se transforma en el halago exquisito, signado por la retórica de la austeridad presente en estos textos. Escritura de amor con la fuerza del silencio, en un intento de inaugurar lo no dicho, de encontrar una salida ante tanta palabrería gastada por la repetición de los amantes de todas las centurias.

 

                Y luego de tantos versos de amor, nombra la felicidad sencilla de los niños y de los poetas:

“La felicidad estaba allí

 era un aroma mínimo

 en el corazón de las cosas.” (p. 57)

Desde esa intimidad habla de lo cercano, de los libros, los muebles, las ventanas, para no perder la pertenencia al territorio y la memoria de nuestras raíces:

“Una casa se crea

 con unos cuantos libros

 la mesa y unos lápices” (p. 59).

Para continuar más adelante: “Cuando salgo de viaje

 mi casa va conmigo.

 Llevo también algunos versos

 y amarro el corazón al equipaje” … (p. 59).

El espacio de Bachelard, la casa con sus estancias, armarios y gavetas, convertidas  por la alquimia  de la creación, en los elementos usados en la grafía de sus poemas y para el goce del “otro”, el lector.

 

                Finalmente de nuevo la vida como rito conciliatorio después de la tristeza,  como germen de la creación y del canto:

“Se aproxima el esplendor

tan igual a sí mismo y siempre diferente

y celebra la vida

en clave de sol.” (p. 65)

Una visión luminosa del mundo y plena de fe la de estas páginas de Carmen Cristina Wolf, acentuada con una escritura cuyas imágenes conmueven desde su significación y sus sonidos. Ellas nos convocan a todos para conducirnos a los linderos denominados por Octavio Paz como el espacio del “ojalá de los sueños”, a la tierra de la seducción y de la poesía. Estoy segura que muchos habrán de escuchar su llamado, entonces quizá podrán refugiarse con la poeta en su casa:

“Casa ardiente de palabras

aún sin pronunciar”

                (p.77)

          Foto: Edgar Vidaurre

El lenguaje ascético

 Carmen Cristina Wolf, en su poemario Prisión Abierta, publicado por la editora Al Tanto, Colección Las iniciales del tiempo 2002, establece los momentos de un devenir vital, como ella misma dice, con “palabras sin pretensiones”, desde la memoria de su infancia hasta el reposo ascético de su alma en un Ser Superior, a quien ella llama “mi Dueño”. En estas páginas, el lenguaje es utilizado como instrumento de un tránsito metafísico, viaje sin estridencias ni bitácora de un personaje lleno de inocencia, que alcanza momentos de iluminación y logra con una tesitura afinada un canto poético de entrañable hermosura.

 Semejante a esos juglares remotos, quienes tañían las cuerdas de su lira para acompañar la soledad de los habitantes de las aldeas, Wolf expresa que sus versos “celebran el milagro de los días corrientes”, Cuando entrega sus poemas a manera de dádiva, sin “esperar el aplauso”, su voz conmueve a quienes creemos en la función consoladora de la poesía, en la magia del lenguaje poético para reconciliarnos con la vida.

 La infancia, ese territorio que nos acaricia desde atrás de los párpados, se erige en el poema III, “Mis días pasan en primavera” con la antítesis de las niñas que  “anhelan  hermosas  palabras,    zapatos nuevos y una  respuesta a su visita a este mundo”, apetencias de la mente, del cuerpo y del espíritu, reunidas en una enumeración que resuma en dos líneas las grandes inquietudes de esa edad. Y al final de esos versos, el amor como un despertar de la adolescencia; sin embargo, el sujeto de estas páginas es una voz velada, ya lo había dicho en sus primeros versos: “prefiero cubrir mis raspones con el atavío de la seda”. Por tanto, sólo nos confiesa que “el amor aguardaría en la ciudad”. Frase feliz que sintetiza la estación del amor.

 En ese lugar de la jornada logra uno de los momentos más conmovedores,  la descripción de la amistad: “Hallo refugio / en el bosque donde habitan mis amigos”.

Coincidimos plenamente con esta certeza: la mesa del amigo, la ventana y el patio del amigo donde siempre hay un columpio, para significar la alegría que se torna memorable, la belleza que nos hace hermanos, el sueño que entrelaza las biografías. Los lazos que unen a los  amigos no son biológicos,

No provienen de la sangre, sino de los afectos, de la comunión de los sueños, de la coincidencia en la mirada y en las aspiraciones. Su verso inicial ya lo había dicho todo: “Un amigo tiene el color que requiere tu alma”La duda es un aguijón en el costado del caminante, esta inquietud se expresa en el poema XIII:

“El mundo hierve de caminos

 rúas galerías

atajos y veredas…”,

Los versos anteriores definen ese no saber cuál dirección asumir frente a una encrucijada del destino. Ese desconocimiento de querer partir y permanecer a la vez  lo expresa la voz poética  cuando dice de la felicidad de quien tiene otros ojos para mirar a lo lejos sin marcharse de “un punto / determinado, cálido, cerca de casa” porque posee la palabra para deshacer la prisión del ego y, de esta manera, volar y sobrevolar sobre memorias y olvidos. Una vez libre, expresa su credo que no podemos empañar con explicaciones ni razonamientos, en la sabiduría de las siguientes frases:

 “Ejerzo mi oficio de perseguir las palabras

 sin volver la espalda al dolor, tampoco al éxtasis”.

 Si nada dice de amor eterno, estos versos están muy cercanos del ser que pretende una unión más elevada y sublime; es en esa búsqueda donde la iluminación aparece en ráfagas de una hondura exquisita:

“Me senté hoy en un punto

 donde las formas convergen y forman el azar”.

El poeta García Mackle, durante la presentación de este poemario hizo énfasis en la hondura filosófica que encierran estos versos.  La humildad del hablante se expresa en el conocimiento de haber llegado a un estadio donde puede dar cuenta de la inestabilidad de lo material, de la ignorancia que rodeará siempre a la lucidez.  Al personaje poético no le queda otra alternativa que  continuar su tránsito por las vías de la expiación en la búsqueda de la iluminación. Olvida  “el por qué de los gestos / y persigue el celaje del ser”. También la oración al Hijo de Dios hecho hombre, puede ser el más humano de los clamores: “No me dejes sola como una herida abierta”

Esta lectura de la poesía de Carmen Cristina Wolf transgrede la fría objetividad del crítico sostenido en las teorías lingüísticas o semánticas.  Su lenguaje conmueve y hace entonces  partícipe al lector para que su emoción, complete el mensaje.  Cómo  permanecer  indiferentes ante las palabras que develan nuestra propia historia? Cómo salvarnos del temblor de la vida que atraviesa este canto? Cómo no responder a la seducción de una voz cuyo atavío es la verdad y la ternura? Es posible no identificarse de su loco corazón cuando pretende abarcar la tierra?

 Pasado, presente y porvenir se entrecruzan en este sujeto poético esencialmente femenino, cuyas reflexiones se elevan a verdades filosóficas de alto vuelo y nos hace sonreír por la sencillez con que aborda la cotidianidad.

 La luz que fluye de estos textos se relaciona con verdades trascendentales, el material con el cual han sido elaborados pertenecen al campo filosófico y teológico.

Quien se aventure a transitar por la obra poética de Carmen Cristina Wolf podrá dar testimonio de la luminosidad de sus palabras, de las imágenes despojadas de toda sensualidad terrena, de la luz que emanan  los contenidos conceptuales.  Verdades profundas que conmueven a quienes creen en otras realidades.  

 Son sendas donde el espíritu siente la luz de la llama amorosa del ser que lo habita, incendio que consume de amor, claridades para enriquecer el espíritu, hogueras que dan la serena belleza de los amaneceres. La luz que ilumina el lenguaje, en las obras poéticas de esta autora, proviene de niveles superiores de conciencia.  Esta luminosidad guía a quienes deseen acompañar al personaje poético en la jornada hermosa del trabajo ascético, para lograr una comunión mística con lo que lo rodea como ser humano, y con la Fuente  Sagrada del amor.

Carmen Cristina Wolf es poeta, ensayista y editora nacida en Caracas, Venezuela. Obtuvo el título de Abogado en la Universidad Católica Andrés Bello. Ha dedicado buena parte de su vida a estudiar literatura hispanoamericana y poesía mística española, Teoría de la Argumentación y Nueva Retórica.

 BIBLIOGRAFÍA DIRECTA. 

 WOLF, Carmen Cristina. Canto al hombre.  Caracas.  Cármina Editores. 1997

 Escribe un poema para mi.  Caracas.  Ediciones Círculo de Escritores de Venezuela. 2001.

 Prisión Abierta.  Caracas. Ediciones AL Tanto. 2002.

Atavíos. Caracas. Taller Editorial El Pez Soluble.  2007

La Llama incesante.  Aforismos.  Caracas. Editorial Diosa Blanca. 2007.

 BIBLIOGRAFIA REFERENCIAL.

 BACHELARD, Gastón. La poética del espaci.  México. Fondo de Cultura Económica. 1975.

 SELDEN, Raman. La teoría Literaria contemporánea.  Barcelona. Editorial Ariel.  S. A. 1989.

  RODRIGUEZ MAGDA, Rosa María.  Femenino fin de siglo. Barcelona. Editorial Anthropos. 1994

 * La escritora Lidia Salas  es Magister en Literatura de la Universidad Central de Venezuela. Dedicada gran parte de su vida a la crítica literaria, es autora de los poemarios:  Arañando el silencio, Mención de Honor del Primer Concurso de Poesía Libre de la Universidad de Córdoba, Colombia (1984),Coautora con Elena Vera de la Antología Quaterni Deni.  (1992). Su obra se encuentra recogida en la Antología de Poetas Venezolanos del Círculo de Escritores de Venezuela. Obra publicada: Mambo Café, 1º Mención de Concurso de la I Bienal del Ateneo Casa de Aguas (1994). Venturosa Premio Unico Mención Poesía del VII Concurso Nacional del IPASME (1995). Luna de Tarot  (Ediciones Círculo de Escritores de Venezuela. 2000). Y de las Plaquettes Sedas de Otoño (Taller Editorial El pez Soluble, 2006). Itinerario Fugaz editado por la Universidad Nacional Abierta en 2008. Ha sido invitada a la Celebración de la  Semana Hispánica por la Universidad de Clemson (Carolina del Sur, USA) en 1989 donde leyó su ensayo “Voces de mujeres en la poesía Venezolana” y a la II Bienal de Poesía Hispanoamericana en la Universidad de George Town, Washington. Usa.1997 en donde disertó sobre la vida y obra del poeta chicano Tino Villanueva. En 2009 presentó en Caracas una ponencia sobre la escritora venezolana Enriqueta Arvelo Larriva. Fue ponente en el 8ª Encuentro Internacional de Escritoras 2008 celebrado en Caracas en homenaje a Elizabeth Schön.

                                                                          

                                                         

 

 

 

 

 

 

                    

                    

 

 

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