Prodigio, pródigo y prodigioso

Palabras sobre palabras

Por Francisco Javier Pérez

Si Alexander Ritter Alzamora Rumazo fuera sólo un prodigio, pues al día promedia los 14 años de edad y en nuestros tiempos no son frecuentes los niños poetas, esta situación sería motivo más que suficiente de atención. Pero, si a la condición de prodigio creador sumamos el carácter prodigioso de una escritura de sorprendente factura, nos encontramos pisando los terrenos inexplicables del gran arte. Estética asida a la reflexión filosófica de la realidad en seguimiento de la creación pictórica y poética, el niño poeta se impone a la glosa como una de las imágenes más persistentes de su escritura y, está claro, como una de las más queridas de la propia poesía: remedo virtuoso del mundo en la hechura defectuosa del lenguaje. «¿Qué sería de un pensamiento si no tuviera la gloria de las palabras?», se pregunta el pequeño poeta, permanente filósofo. Estas reflexiones y muchas otras surgen de la lectura de Fissures/Fisuras (Ediciones de la Embajada de México en Venezuela, 2007), cuarto libro de este niño poeta, heredero de una estirpe de maestros de la palabra (entre los que contamos a su abuela, Lupe Rumazo, y a su bisabuelo, Alfonso Rumazo González, los dos escritores y los dos maestros). Muestras anteriores han sido: Y pensar que las hojas del otoño estaban vivas en otro tiempo y La creación de la creación, publicaciones del Círculo de Escritores de Venezuela.

En Fisuras, el niño poeta confronta primero dos lenguas y sus poéticas, pues la obra está concebida, no como un mismo libro en francés y en español, sino como obra en dos partes en donde el mismo espíritu poético es recorrido en una lengua y en otra; una clara conciencia de que ninguna lengua sola basta para expresar lo que la poesía se impone más como filosofía del mundo que como estética de la palabra (un giro a la idea de Mallarmé, que pensaba sólo en las palabras del poema y no en los pensamientos del poema): «La filosofía es la ciencia/ de los pensamientos humanos/ o sea del gran bazar del espíritu».

Dedica a Rimbaud, otro prodigio niño y otro prodigio prodigioso, un texto para compartir su poética: «Tú, Arte/ Tú eres la expresión de nuestros espíritus/ Todo eso pasa/ por la evolución de la creación/ Tú transformas al humano/ con lo cual tú te transformas también/ Tú eres el caos representado,/ el caos humano/ Tú eres asimismo el reflejo/ del dolor de tu creador/ Puesto que tú eres él/ como él es tú». Piensa a Saint-Exupéry, como quien lo hace con la libertad, y le señala su clave de infantil eternidad: «Él se liberó de las cadenas humanas, él permaneció eternamente niño». Recuerda a Papá Goriot y le ofrece un poema sobre el egoísmo de los hombres. En el Panteón advierte sobre los grandes, sabiéndolos mortales cuando hombres, los hace inmortales cuando dioses: «Están acostados y reposan, pero son inmortales». Este niño poeta cree que los adioses nunca lo son, pues siempre vuelven los despedidos («El adiós nunca es adiós/ porque uno siempre vuelve»).

Saludo los cuatro versos que componen su nombre: «Alexander Ritter Alzamora Rumazo» y las cuatro iniciales de su rima y su sino: «arar». Símbolo de lo mejor de su poesía, nombres y letras de una semántica pródiga, de una lengua prodigio y de un arte prodigioso.

Publicado en El Nacional

Alexander Ritter es el escritor más joven del Círculo de Escritores de Venezuela

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