La poética de la casa

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Por Carmen Cristina Wolf

Este texto forma parte del libro Vida y escritura, publicado en Amazon en 2014 por los editores Enrique Vélez Rosas y Sofía Greaves y con una nueva versión revisada para próxima publicación impresa.

Cuando me invade el temor, el desasosiego o la angustia ante la amenaza de los tiempos actuales, vuelvo a leer a Baudelaire, en su libro Los Paraísos Artificiales, quien describe la felicidad de Thomas de Quincey, resguardado en su habitación y leyendo a Kant, mientras afuera la nieve había decidido cubrir el mundo y pregunta: “Una agradable habitación, no hace más poético el invierno, ¿y no aumenta el invierno la poesía en la habitación?”.

En este país del trópico, donde la nieve nos ignora, me refiero a este tema por cuanto una tormenta de nieve puede equipararse a los peligros de la noche en nuestra ciudad de Caracas que, sobre todo cuando no hay luna, son aún mas feroces que las tormentas. A menos que estemos en casa. Es mejor quedarse en la habitación a resguardo de aquellos seres que han perdido la conciencia y no nos ven como sus hermanos.

El poeta Rilke, se siente sobrecogido en medio de la tormenta y escribe: “¿Sabes tú que en la ciudad me asustan esos huracanes nocturnos? Diríase que en su orgullo, los elementos ni siquiera nos ven”. Y en un poema, nos dice:

Por qué arrastrarme a esos torbellinos

de confusión y luces?

No quiero ya mirar vuestra locura.

Yo quiero, como un niño, enfermo y en su estancia,

solitario, secreta la sonrisa,

erigir día tras día ensueños suavemente”.

(De Primeras Poesías)

Bachelard, en su Poética del espacio, le otorga entidad a la casa, refiriéndose al “drama cósmico” que esta debe sobrellevar, personificada en un cuerpo que siente y sufre. Él prepara el momento de la tempestad recreando la inmensidad del silencio: “Nada sugiere, como el silencio, el sentimiento de los espacios ilimitados (…). Los ríos colorean su extensión y le dan una especie de cuerpo sonoro (…) es la sensación de lo vasto, de lo profundo, de lo ilimitado, que se apodera de nosotros en el silencio. Me invadió, y fui, durante unos minutos confundido con la paz nocturna. La paz tenía un cuerpo. Prendido en la noche. Hecho de la noche. Un cuerpo real. Un cuerpo inmóvil. Luego viene la angustia cósmica que preludia la tempestad. Se abren las gargantas del viento”.

Las fuerzas del cielo se desatan y somos como las ramas indefensas de un gran árbol. Ah, pero la casa nos protege, nos guarda, la habitación nos arropa y nos abraza para que nada malo nos suceda. La casa adquiere la realidad de un ser amable y protector.

La casa, sea humilde o lujosa, es una de las cosas preciadas que tenemos. Así sea una habitación, nuestra habitación, ella es la madre que nos arropa en la oscuridad amenazante.

Cuánto debo agradecer a mis abuelos y a mis padres el haberme proporcionado una casa. Recuerdo con veneración la casa de los abuelos Benito y Zoilita, acogedora, con sus cómodas poltronas, los libros, la máquina de coser, el viejo radio Singer, la hamaca… Sobre todo, el patio, con su árbol de mango, que nos parecía tan grande. Una casa con techo a dos aguas, de tejas verdaderas, de ventanas sin rejas. En lugar de muro, un seto de arbustos. Porque no había nada que temer.

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Hoy recuerdo la casa del abuelo, con su serena sabiduría, siempre enseñándonos gramática y literatura. Mamaíta, con sus consejos sobre cómo llevar un hogar y sus meriendas tan deliciosas…

Cada vez que paso por la quinta Alma, en Las Mercedes, en Caracas, que todavía conserva algo de la magia y la elegancia que una vez tuvo, no puedo menos que dar gracias a ellos y a Dios, porque allí viví los mejores días de mi vida. Cuando tiempos lejanos me llevan a Lobaterra, la casa colonial del abuelo Federico en San Esteban, vienen a mi memoria los juegos en el río, el croar de las ranitas, los enormes árboles de caimito, el miedo a los fantasmas que rondan los viejos muros. El susurro del viento entre las ramas…

Amo mi casa, con su ausencia de pretensiones y sobre todo mi habitación, testigo de tanto escribir poemas y notas sin importancia. Y tengo presente a Virginia Woolf, para quien la felicidad y realización de una mujer escritora consistía en disponer de treinta libras al año y una habitación propia. Es bastante.

En Santiago de León de Caracas

2 comentarios

  1. Saludos cordiales.
    Yo estoy escribiendo una tesis que aborda el tema de la casa en la poesía de Luz Machado, apenas salga este texto de imprenta me gustaría saber dónde ubicarlo. Gracias.

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