Daniel Medvedov: Selección de poemas

 

Nuestra mayor gratitud a Daniel Medvedov, quien es filósofo, poeta, ensayista, maestro de tai chi, artista plástico. Miembro Emérito del Círculo de Escriyores de Venezuela

 

Poemas de Daniel Medvedov

Dedicado al Poeta Francisco Pino

  • Había una vez,

Un ateo.

Y no sabía qué cosa era la poesía.

Aún así,

Creaba . . .

 

  • Esos gorriones,

Ya terminaron de trinar . . .

Ahora están esperando en fila, mi regalo,

De migas de pan . . .

Pero quien canta en las mañanas

Es el mirlo,

El mirlo negro con pico gualda,

Que nunca llega aquí, al balcón,

Ni come mi pan . . . •

 

  • ¿Cuantas veces ya he encendido mi puro?

¿Cuantas veces no se me ha apagado?

No se ha pagado la luz,

Tampoco,

Y hoy,

Viene a cortarla veloz,

El empleado de la alcaldía.

Pero yo, La voy a conectar de nuevo,

Como un puro la voy a encender,

Sin pagar,

Veladamente . . .

 

  • El café, aún frío,

Sabe café . . .

Yo, aún ignaro,

Se todo . . .

Lo que tenía que saber . . . °

 

  • Se han ido las nubes a NUBILANDIA,

Y el cielo ha quedado sereno, azur [no “azul”]. . .

Pero lo más que desea el cielo,

Es un relámpago . . .

 

  • Se dice que al mirar mucho un abismo,

El abismo termina por mirarte a ti, También . . .

Y al mirarte yo, a Ti,

Termino por ser Tu . . .

 

  • La ciudad, feliz . . .

Todos han salido de Semana Santa.

Y esos jornaleros de la cofradía,

Cargando como olas a la estatua,

Han quedado en la ciudad . . .

 

  • Franco Pino, Altivo, verde, veloz,

Crece veloz hacia el cielo,

Huye veloz,

Hacia el centro de la tierra . . .

 

  • Uno, Luz, Dos, Agua,

Tres, Piedra, Cuatro, Madera,

Cinco, Animal, Seis, Humanos,

Siete, Sueños, Ocho, Todo,

Nueve, Nacer y Morir . . .

Diez, Retornar, Como Odiseo . . .

 

  • Amo el desamor,

Pues con él,

Comprendo tanto lo que es el amor . . .

  • El círculo, Aún redondo,

Parece un pan . . .

El pan, Aún cuadrado, Es redondo . . .

 

  • Voy a dejar que los perros ladren,

Que los lagartos suban por la pared,

Que los gatos mediten,

Que los humanos griten . . .

 

  • Estaba sentado, Oí,

Campanas floridas, Sones . . .

 

  • Ángeles van, Ángeles vienen,

Humanos, Seres, Siempre-vivos, Eternos . . .

 

  • Detesto ver libros en la basura . . .

Me los llevo,

Los cargo como una mula,

En mi regazo,

Parecen niños abandonados,

A la buena de Dios . . .

 

  • Matemática secreta,

Números, Ritmos,

Sumas, Restas,

Multiplicaciones, Divisiones,

Y yo,

Quedo igual . . .

El mismo de siempre,

El Ser . . .

Daniel Medvedov, Filósofo, escritor, maestro de tai chi, artista plástico. Miembro Emérito del Círculo de Escriyores de Venezuela

 

 

 

 

 

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EL VIOLÍN Y MAHLER

EL VIOLÍN Y MAHLER

Por Rosario Anzola

En la marcha del 24 de mayo, el joven Willy Arteaga se quedó sin violín. Un guardia nacional  lo volvió trizas.

El muchacho lloró la pérdida y vimos en su rostro el dolor de la madera astillada.  Sentimos el espanto de las clavijas, del puente, del diapasón y del arco.  Vimos también el gesto fraternal del escudero cuando le palmeó el hombro para darle consuelo y fortaleza.

Entonces, y casi de inmediato, apareció la solidaridad de mucha gente que sustituyó el violín de Willy por muchos violines.  La música -como siempre- seguirá entregándonos el espíritu de la paz, la justicia y la libertad.

Los violines y los violinistas,  los cuatros y los cuatristas, los clarinetes y los clarinetistas, las flautas y los flautistas,  los tambores y los tamboreros, presentes en marchas y protestas pacíficas me hicieron recordar a Gustav Mahler.

Rosario Anzola

27 de mayo de 2017

 

Primer movimiento

El violín roto agoniza

está herido de muerte.

Desvencijado aguarda el funeral.

Recuerda a Mahler: ¿Habrá vida después?

Y escucha al concertino:

¿Hasta cuándo vamos a estar con esto? (*1)

Segundo movimiento

El violín roto ha muerto.

Se deshace en recuerdos de las horas felices.

Siente la caricia del arco

y le parece respirar al ritmo de trémulos y pizzicatos.

Registra en su memoria los conciertos,

el calor de su estuche,

la barbilla recostada en su vientre,

los dedos danzando entre sus cuerdas,

y el solo inolvidable.

Tercer movimiento

El violín difunto duda en su desazón

y busca entre las sombras

al niño violinista que murió reciente.

Exangües se abrazan.

El eco de la saña los alcanza:

los  huesos destrozados

las miradas sangrantes

las pieles desgarradas

el gemido del hambre

el murmullo de los perseguidos

el grito de los presos

el alarido de los torturados

el sollozo de la indignación

y el vasto  silencio de la muerte.

 

El violín mancillado ha extraviado la fe:

         ¿Dónde la compasión y la misericordia?

¿Hasta cuándo vamos a estar con esto? (*1)

 

Cuarto movimiento

El violín injuriado se levanta.

El niño violinista no se rinde

y toma la batuta de la certidumbre.

 

Convocan a las violas,  los chelos y los bajos

a los cornos, trompetas y fagotes

a platillos, a tubas y timbales

al arpa, al piano, al redoblante.

Y un coro enaltecido sobrecoge los cielos:

         ¡Resucitarás, sí,  resucitarás, corazón mío, en un instante!

         Lo que has derrotado te llevará hacia Dios. (*2)

 

Nuestro país ensaya su coro triunfal.

Tenores, barítonos y contrabajos

contraltos y sopranos

preparan sus gargantas.

Los músicos han sido convocados.

La afinación se afirma en la esperanza

porque la melodía no admite

ni odios ni venganzas.

El concierto está listo para ser dirigido.

En paz, en justicia, en libertad.

 (*1) Estas fueron las palabras pronunciadas por Willy Arteaga mientras lloraba y mostraba su violín despedazado.

(*2)  Canto triunfal de la 2da. Sinfonía “Resurrección” del compositor austríaco Gustav Mahler, poema sinfónico compuesto a finales del siglo XIX

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Magaly Salazar Sanabria: Andar con la sed

Magaly Salazar Sanabria, poeta y ensayista venezolana, voz fundamental de la literatura venezolana

Selección de poemas del libro ANDAR CON LA SED

«Un vuelo en Dios, un contrapeso en el que rítmicamente me realizo”

Rainer María Rilke

I

América denomina el espacio.

Vocea maravillas y penas

y la mente de Sor asume la belleza

Su corazón la bebe

como vino de consagración.

De la escarcha del tiempo,

en la punta de la pirámide,

donde está el dios del aire

que enseñó a trabajar los metales,

de escuincles corredores

y tunas mezclados entre hierbas

de la eternidad,

Sor Juana siente

la certidumbre táctil del Señor.

Camino del aprendizaje,

meditación,

recogimiento,

fervor y flama

en busca de la suma

de lo humano juntado

con la divinidad.,

es mudanza

y unión.

V

De tanto preguntar al infinito

decidió pedir prestada

la curiosidad.

Imágenes del sueño

sujetas al convento,

a la prisión de las “hablillas”,

a sus lecturas.

Allí nace, vuela

y vuelve a nacer.

La imagen y lo onírico:

viaje espiritual

donde inicia

la llama filosófica,

la candela del fervor;

llaga y palabra más allá de la mente,

cercanía al cosmos y la sabiduría,

mano Divina.

Bien decía San Juan,

el de la Cruz,

para acercarse a Dios

sólo desnudo

de “quereres y no quereres”.

Indigente de todo,

sin antojo de nada,

buscando la vía estrecha

con la humildad

de quien se esconde

en su propia nada,

Sor se entrega al Señor.

En Primero Sueño

el alma humana

y Sor Juana se abrazan;

alegría y confesión

palpitación y matices,

más allá;

hambre de conocer.

En una noche su imaginativa

teje sueños

como patria interior,

voluntad de ascender

hacia los astros

sin que los turbe

alguna sombra

o silencio.

Sor Juana Inés confronta al universo;

la poesía es la imagen

de todo;

en su interior: la naturaleza

y el lugar de Dios.

Su espíritu es espejo

del alma universal

volcado

en representación.

IX

Corta el hilo que no hiló el amor,

el hierro que laceró a Jesús.

La monja confiesa

que amó en otro tiempo

un querer bastardo.

Escarceos con eros

en años mozos:

juegos y herida.

Pregunto a Sor: ¿Cuándo te enamoró Dios?

No lo imagino.

Tras las rejas de la celda,

la feminidad de Sor se le revela

como imagen de su vida:

apetencias de saber,

relación amorosa con Dios.

Intenta, un pensamiento libre,

y el verso la sostiene,

es su esencia;

el respeto a la mujer,

el respeto al indio,

el respeto al meztizo,

da su primer

paso.

Amén, dijeron

los favorecidos.

XI

Se llama fuego de amor

pero el viento corre y sofoca.

¿En dónde estuviste que te oprimías?

¿qué se excedió?

¿Qué hiciste mientras Dios te esperaba?

Después del vacío dijiste: “sin mi voy”

y llegaste a su Casa descalza.

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Carmen María Salge: Café Sócrates de Santiago de León de Caracas

Sobre el Café de Sócrates de Santiago de León de Caracas fundado por Carmen María Salge el 3 de febrero de 2001.

Con una taza de café

Por Alvaro Pérez Capiello

La vida moderna, llena de preocupaciones, de artilugios tecnológicos que, hasta hace poco tiempo, representaban simples hitos del pensamiento fantástico, nos hace caminar acelerados en urbes de concreto y cristal templado. ¿Estamos más dichosos acaso? La felicidad es un don, un estado de gracia espiritual que lleva implícita esa capacidad de hallarnos satisfechos con quienes somos. Hoy, las facturas impagadas y amontonadas sobre el escritorio, las largas filas de personas congregadas a las puertas de los bancos y los comercios al menudeo, el inclemente sonido de las cornetas apurando el tráfico citadino, acaba por convertirnos en verdaderos autómatas, dignos representantes de una modernidad avasallante que, en muchos casos, restringe nuestra capacidad de asombrarnos, de comunicarnos y de reflexionar sobre las máximas que han acompañado a los hombres desde épocas remotas. Preguntas del tipo: ¿quién soy?, ¿por qué estoy aquí?, ¿a dónde voy? Languidecen de cara a los acentos de la cotidianidad, al incremento experimentado en los precios de los comestibles o las fluctuaciones en las cotizaciones de las divisas en el mercado internacional.

La tertulia es un verdadero bálsamo en nuestro maltrecho siglo XXI. Es precisamente tal capacidad de debatir ideas lo que, a grandes rasgos, ha permitido al hombre evolucionar y adaptarse a los desafíos que le plantea su misma existencia en el planeta. No en balde, somos la conjunción de la mente y el cuerpo. Solo el conocimiento nos hace verdaderamente libres. Hace más de una década, la poeta Carmen Cristina Wolf, se reunió conmigo en su residencia. En aquella oportunidad, conversamos sobre literatura junto a la compañía de una botella de vino tinto. Escudriñamos los pasadizos secretos de la mansión humana desarrollados por el genio de Baltimore, Edgar Allan Poe, leímos textos de Cadenas, de Eugenio Montejo y Benito Raúl Losada mientras revisábamos la programación anual de la institución cultural de la que ambos éramos directores: el Círculo de Escritores de Venezuela.

En un punto de la conversación, la autora de Canto al Hombre, me manifestó que si no tenía reparos de que se incorporara a la reunión una amiga suya, ante lo cual le dije que sería un placer contar con otra buena contertulia. Pocos minutos después, sonó el timbre y subió por las pétreas escaleras de entrada a la propiedad Carmen María Ravelo de Salge. Mi sorpresa sería mayúscula, pues conocía a Carmen María de vieja data, precisamente de aquellos años maravillosos cuando todavía ensayaba los primeros acordes de la educación formal en las aulas del Colegio San Ignacio de Loyola. En efecto, su hija Corina y yo, nos formamos juntos siguiendo las sabias directrices de los padres jesuitas a las faldas del Ávila en La Castellana. Dicen que nada ocurre producto de la casualidad o del azar, sino que la existencia es un compendio de afortunadas “causalidades”. Lo cierto es que, tras una ausencia no buscada, sino impuesta por la dinámica de la cotidianidad, nos reencontramos en la casa de una poeta, comprendiendo, como en el texto de Eugene Ionesco La Cantante Calva, que siempre habíamos tenido “algo que ver”.

La filosofía es “la madre de todas las ciencias”, y pronto Sócrates, Aristóteles y Platón salieron al ruedo, justo a la hora del café. En un destello de inspiración, similar al que tuviera el gran Kekulé, descubridor de la estructura del benceno, cuando advirtió los movimientos de una serpiente enroscándose en el patio de su casa, fue la propia Carmen María Salge, quien lejos de proponer una estructura hexagonal con tres enlaces covalentes para los seis átomos de carbono e hidrógeno del ciclohexatrieno, dio a luz la idea de crear en esta ciudad de Santiago de León de Caracas un Café donde los artistas plásticos, los escritores, los filósofos, los sicólogos, los empresarios, internacionalistas, diseñadores de modas, traductores, sociólogos y cualesquiera otros representantes de esta nación multicultural rescatasen los valores intelectuales como garantías del auténtico desarrollo social. No había otra figura mejor que Sócrates, aquel ateniense que se eleva como uno de los más excelsos exponentes de la filosofía occidental para bautizar tal iniciativa. La ironía socrática, expresada en la frase: “Solo sé que no sé nada”, volvió a transitar los pendones de esta singular tertulia itinerante que recuerda a las reuniones del Café de Flore, en el número 172 del Boulevard Saint-Germain en el VI Distrito de París. Ese sería el escenario para las reuniones de Guillaume Apollinaire, Max Jacob, Louis Aragon y André Breton durante la Primera Guerra Mundial, también lugar de encuentro de poetas, pintores y escultores, de la talla de Picasso, André Derain, Ossip Zadkine y los hermanos Giacometti.

La partida de nacimiento del Café de Sócrates tuvo lugar en Oripoto, en la residencia de su fundadora Carmen María Ravelo de Salge. Ocurrió una tarde clara, sin nubes en el cielo, recorrida por los coqueteos de la brisa y los rayos de ese sol del Trópico del que dieran cuenta los maestros de la Escuela de Caracas y el Círculo de Bellas Artes. La cita fue, pasadas las cuatro, en un petite comité formado por Luis Beltrán Mago, Carmen Cristina Wolf, la propia Carmen María Salge y quien escribe estas líneas. Casi a las cinco, a la hora de cortar la cinta que nos daría acceso a una mesa elegantemente servida, no había nadie más… Angustiado ante la ausencia de otros contertulios, nuestra anfitriona me calmó: “Somos los que somos, demos apertura al Café”. Reconozco que, desde ese momento, recibí una enseñanza fundamental, “no preocuparme jamás por los que faltan, sino por aquellos que estamos presentes”. Bastó que el filo de la tijera rasgase la cinta de raso para que el timbre de la casa no dejase de sonar. Así, llegaron: Antonio Pardo, el embajador Julio César Pineda, Clovis Roa de Bravo Amado, Ramón Darío Castillo, Ray Avilez y tantos otros que colocaron la piedra fundacional de este Café de Sócrates.

Desde aquel momento, hasta el día de hoy, hemos transitado un largo camino, rico en temas y locaciones. Describir cada uno de estos Cafés es una labor harto compleja que amerita decenas, o cientos, de cuartillas. Embajadas, centros culturales, parques y jardines caraqueños, residencias privadas, talleres de artistas, museos, nos han servido de cobijo año a año de manera ininterrumpida. Muchas grandes y pequeñas iniciativas sucumben tristemente, bien el mismo día, o poco tiempo después de su creación. Las razones resultan tan variadas como la ausencia de recursos, el desinterés o la pérdida de objetivos comunes a mediano o largo plazo. Esto no es un mal de nuestro Café de Sócrates. Reunión tras reunión, nuevos rostros se añaden a los de los socráticos fundadores. Como quiera que la memoria es frágil, infiel y tendenciosa, doy mis disculpas por los olvidos, pero quisiera resaltar las certeras reflexiones de Carmen María Salge, la inspiración poética de Mago, Cadenas, Wolf y Bentata, los comentarios ilustrativos de Totó y Merche Galavís, Antonio Pardo, Ana Julia Cordero, Zarikian, los esposos Urbano, Ray Avilez, Susana Zinn, Nelson Sánchez Chapellín y Eduardo Catalán. El análisis mesurado de Julio César Pineda y Oscar Arnal, las pinceladas de color de Onofre Frías e Ismael Mundaray, las acotaciones de José Gabriel Escala, las fotografías de Carola Blanco, y la lista sería interminable.

La silla, la risa, la vanidad, la creación, el perfume, la belleza, son únicamente algunos de los temas que han colmado las tardes socráticas. En ellas, los asistentes tienen plena libertad de opinar respetando, claro está, su turno para hablar. Esto no ha dejado de lado los debates, algunos apasionados, pero siempre dentro de ese clima que caracteriza las reuniones entre intelectuales. En el Café, las ideas tienen su espacio bien ganado… Entre mis recuerdos, está aquel episodio protagonizado por un vigilante en el Taller de Ismael Mundaray en La Florida. Sí, como es la costumbre, antes del inicio colocamos un pendón de terciopelo azul con letras doradas para indicar a los asistentes cuál era el lugar de la convocatoria. En el pendón, se hallaba estampado el rostro del propio Sócrates, tomado de una escultura romana del siglo I d.C. Poco a poco, los contertulios fueron llegando y la reunión se prolongó más allá de la hora establecida. Ya entrada la noche, nos dispusimos a retirar el pendón, encontrándonos con estas reveladoras palabras del vigilante: “Todo ha quedado muy bien, vino mucha gente, lástima que faltó el invitado principal”. Pero, en esta reunión no había un homenajeado, ¿o sí? Él se refería al señor aquel del pendón, el filósofo ateniense del siglo V a.C. Seguro el tráfico de Caracas lo había detenido…

Jesús Enrique “Divine” bailó en un Café de Sócrates, y en otra reunión sobre La Capa pudimos apreciar desde batolas hindúes hasta aquellas capas de los superhéroes dotadas de magníficos poderes que les confieren a los personajes de los cómics la capacidad de elevarse por los aires y volar. No faltó el caballero medieval, así como el conde Drácula extraído de la novela de Bram Stoker sobre el mítico príncipe de Valaquia, Vlad “el Empalador”. En los jardines de Topotepuy, los socráticos tuvimos un contacto directo con la naturaleza, con el aleteo de los tucusitos y los llamados de atención de los loros verdes que surcan, tarde a tarde, los cielos caraqueños. También en la Quinta Anauco Arriba, casona colonial que fuera propiedad del anticuario Luis Suárez Borges, hoy convertida en museo, nos sentamos en gradas al aire libre a debatir sobre los problemas de la existencia emulando al propio Sócrates y sus discípulos congregados en las ágoras de las ciudades antiguas de la Magna Grecia. En fin, en el Café de Sócrates pululan los asombros y el deseo legítimo de expandir la visión de la vida a través del conocimiento. Por ello, al final siempre está en un atril el libro para firmar y dejar acaso una huella de nuestro paso por una tertulia fabricada por hombres y mujeres que sueñan, que leen y que, día tras día, construyen un mejor país. Bien lo dijo Sócrates: “El saber es la parte principal de la felicidad”.

Ete texto forma parte del compendio de testimonios del Libro sobre el Café de Sócrates de Santiago de León de Caracas fundado el 3 de febrero del 2001. Honor a quien honor merece.

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Cuaderno del Llano

 

Cuaderno del Llano, selección de poemas

Por Horacio Biord Castillo

Gulima (San Antonio de los Altos), febrero-marzo, 2016

Los caminos se abren, se bifurcan

Estancias polvorientas

Palmares, modorras

Ilusiones, simple roquedal

Salinas, casas

Van, vienen,

como dibujos sobre piedras,

desde parajes incógnitos

hacia otras miradas,

saltos y sosiegos,

apacible mar,

diminutas flores

Alados como palabras,

caminos y dibujos

anuncian nuevos días,

nuevos rostros

Los predicen

Custodian sepulcros, enigmas,

voces, recuerdos

Modulan reiterándolas

sombras, huellas,

pasos

El tiempo va y viene

dibujando caminos

Lleva y trae aromas,

delirios, enojos,

caricias

&   &   &

El níspero afuera

Inquietantes murciélagos

leen el tronco

Nombres, más nombres

Ocultos linajes

se posan en las ramas

Pájaros hambrientos,

hojas de picapica,

alusiones, manos

Días de fruta

y tinajero

El río tiembla, los chaparrales

El ganado suspira entre lagunas

El tiempo pila recuerdos

El níspero oyó la historia

cuchicheos de retratos

y cargadoras

El polvo cubre huellas

y relinchos

El tiempo va y viene

como una ola

Va hacia la casa de al lado

Viene,

conocido caballero

&   &   &

Brisa y arreos de río

Brisa y arreos de sabana

Brisa y arreos y de ganado

Brisa de creciente

y lluvia

Brisa de camposanto

en la llanura

Brisa de menguante

y limón

La brisa llama

como el ombligo

y el sol apagado

de días pretéritos

La brisa, los arreos

Largo el camino,

la humareda

Brisa, polvo y arreos

Brisa de sabana

y ganado

Brisa de huesos

sin otro rumbo

que las huellas

&   &  &

Un silencio va dibujando lunares

en la piel de los muros

Música o viento,

los labios temblorosos

conocen la plenitud,

la estrella como deseo,

oculta en el baúl de la almohada,

forma y brisa, fetiche,

olor de cardo y pétalo

Los pasos humedecen el río,

polen en las alas del colibrí

La noche tensa el arpa

y alarga su mano

El río revuelve secretos,

las páginas, los dibujos

Un pez recita al claror de la luna

El manatí lee poemas, suspira

Un grito hace temblar la noche

Sosiego de rocío,

cuerda y caricia,

El arpa a tientas busca

el ombligo del cerro

en la distancia

&   &   &

Castillos en el viento

Fortalezas en la sombra

prístina

del amanecer y la tarde

Castillos en el viento

Tolvaneras

Ruina de pueblos

e iglesias

Osarios, piedras, cruces

Castillos en el viento,

viento de lluvia,

viento de larga difusa sequía

Castillos en el viento

no en el aire,

sino en la proximidad de lo ignoto

y la simiente,

bordes del abismo

plano abismo

Castillos en el viento

Viajes de flor en el río

Travesía de hojas en la selva

Silencio

Castillos en el viento

Rugido de tapara

Canto de tigra

En una mano el mundo, el pecho

Polvo y barro

  • Cuaderno del Llano, libro inédito de Horacio Biord, poeta, ensayista, Presidente de la Academia Venezolana de la Lengua. Miembro del Círculo de Escritores de Venezuela. 
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FALLECIÓ LA ESCRITORA CLARA POSANI

El sábado 4 de febrero de 2017, en la ciudad de Caracas, falleció la apreciada escritora Clara Posani. 

En sus libros, Los farsantes y La casa esta llena de secretos, dejó constancia de la gran tragedia en la vida de los venezolanos, que fueron las guerrillas de los años 1961 1965, donde jóvenes inexpertos perdieron sus vidas. Nos aproximamos a esta realidad a través de los valiosos testimonios que nos legó la escritora.

Paz a su alma.

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Concepción Platónica del alma y su relación con el pensamiento oriental

Concepción Platónica del alma y su relación con el pensamiento oriental

Por Ernesto Marrero

En su apasionante y trascendente obra literaria el Fedón, Platón nos narra la conversación que sostuvo Sócrates en la prisión con sus discípulos los días que precedieron a su ejecución, acerca de la inmortalidad del alma y el significado de la vida para un filósofo.

En el presente relato resulta difícil distinguir cuando es Platón quien está hablando o si es realmente Sócrates, pero para el presente artículo trataremos de analizarlo como el aporte platónico hacia una nueva concepción del alma. A la vez mostraremos la correlación que existe, en muchos casos, con la filosofía oriental.

La idea de que existe una psique (psyché), o alma, era apreciada dentro de la antigua cultura griega como un Principio Vital; es decir, una especie de potencia o capacidad que da vida a los seres, la cual terminaría desvaneciéndose finalmente en el Hades como una tenue sombra que se desdibuja en la lejanía. Pero Platón le da una concepción distinta a ésta. Indica que es inmortal, transmigra de unos cuerpos a otros; es decir, que incorpora el principio de la reencarnación y es el verdadero aposento en que irradia la fuente del conocimiento. Esta idea pudiera provenir de fuentes pitagóricas que, a su vez, pudo tener influencia del Orfismo aunque también se debe resaltar que en los países orientales ya se manejaban estos conceptos con naturalidad. El famoso libro de los yoghis El Bhagavad Guita, dice al respecto:

El espíritu nunca nace y nunca muere: es eterno. Nunca ha nacido, está más allá del tiempo; del que ha pasado y del que ha de venir. No muere cuando el cuerpo muere1[1].

Y más adelante nos advierte: Al igual que un hombre se quita un vestido viejo y se pone otro nuevo, el Espíritu abandona su cuerpo mortal para tomar otro nuevo2[2].

Esta argumentación resulta de interés para un estudio filosófico teórico, pero en el caso de Sócrates llama la atención otro factor importante para estudiar y es la forma de llevar a la práctica lo que en vida predicaba. Dicho ejemplo lo sugirió también Confucio en una oportunidad: El más elevado tipo de hombre es el que obra antes de hablar y práctica lo que profesa. Sócrates comienza a destacar que el verdadero filósofo debe practicar lo que enseña, actuar de acuerdo con la virtud y además afrontar a la muerte con valentía, ya que a este tipo de individuo les esperaría una vida mejor junto a los dioses el día de su partida del mundo material. Así le comunicó a sus amigos Simmias y Cebes (principales interlocutores del Fedón):

[…]De modo que por eso no me irrito en tal manera, sino que estoy bien esperanzado de que hay algo para los muertos y que es, como se dice desde antiguo, mucho mejor para los buenos que para los malos3[3].

Y luego le dijo a Simmias: […]Me resulta lógico que un hombre que de verdad ha dedicado su vida a la filosofía, en trance de morir, tenga valor y esté bien esperanzado de que allá va a obtener los mayores bienes, una vez que muera4[4].

En el Fedón se logra alcanzar una separación radical entre cuerpo y alma. Se le da una imagen al cuerpo de cárcel y, posterior a la muerte, el alma quedará liberada de estas ataduras que no dejan que podamos percibir la realidad de las cosas, ya que los sentidos nos causan un estorbo constante y no permiten que el alma pueda concebir totalmente la verdad. Sobre este punto resulta importante comparar lo que dice El Bhagavad Guita: La impetuosa voluptuosidad de los sentidos arrastra la mente hacia las cosas externas, perturbando así a los hombres sabios, buscadores de la perfección5[5].

El aprisionamiento del alma, explica Sócrates, se debe al deseo, de tal modo que el propio encadenado puede ser colaborador de su estar aprisionado. Los antiguos Upanishads también nos explican que la mente impura está determinada por los deseos, en cambio la pura carece de ellos. El Baghavad Guita nos indica también: Cuando un hombre se libera de todos los deseos que anidaban en su corazón, y por la gracia de Dios encuentra la dicha divina, entonces su alma descansa en paz6[6]. Mircea Eliade lo explica claramente en su libro Yoga, Inmortalidad y Libertad: Los deseos no son eternos; luego, no pertenecen al espíritu. El espíritu es eternamente libre7[7]. El budismo también nos trasmite esta idea: El dolor es inherente a la ek-sistencia, esto es, al deseo de ser, a la sed en cualquiera de sus formas8[8]. Para el pensamiento budista, el deseo es el origen de dukkha (el sufrimiento).

En el Fedro, Platón nos habla, a través de Sócrates, sobre la inmortalidad y cómo el alma puede parecerse a un auriga que maneja dos caballos, uno bueno y hermoso y el otro todo lo contrario. No así el de los dioses que posee aurigas buenos y de buena casta9[9]. En los Upanishads, en su Tercer Valli, también nos hablan de la imagen del auriga y los caballos, de la siguiente manera:

3.Conoce el Ser que se sienta en el carro: Su cuerpo es el carro, el intelecto el auriga y la mente las riendas.

4. Los sentidos son los caballos y los objetos de los sentidos los caminos que aquellos toman. Cuando aquel (el Ser Supremo) está en perfecta unión con el cuerpo, los sentidos y la mente, los sabios llaman a ese estado la dicha suprema.”10[10]

Platón utiliza el argumento de compensación de los contrarios que se basa en una antigua concepción griega, incluso anterior al mismo Heráclito, quien le otorgó una visión dialéctica, en la que la tensión entre los elementos opuestos se unifica a niveles superiores11[11]. Según ésta, los contrarios proceden unos de otros; para que haya vida tiene que existir muerte y para que haya muerte tiene que haber vida, lo mismo se expone con el sueño y la vigilia. Entonces los vivos proceden de los muertos, de la misma forma que éstos proceden de aquéllos.

[…] Por ejemplo la belleza es lo contrario a la fealdad y lo justo de lo injusto, y a otras innumerables les sucede lo mismo. Examinemos, pues, lo siguiente: si necesariamente todos los seres que tienen un contrario no se originan nunca de ningún otro lugar sino de su mismo contrario, por ejemplo, cuando se origina algo mayor, ¿es necesario, sin duda, que nazca de algo que era antes menor y luego se hace mayor?12[12]

Aquí es interesante señalar que una concepción similar se venía manejando en la China con el Yin Yang, que fue popularizado en el Taoismo con Lao Tsé, y también manejado en el Confucianismo; aquí el universo es un producto que emerge de la unidad primordial, y todo cuanto está en él contiene a la polaridad como dinámica esencial de su existencia: positivo y negativo, oscuro y luminoso, femenino y masculino.

La postura platónica referente a la reminiscencia nos conlleva a pensar que hemos tenido que aprender en un tiempo anterior, o en una vida precedente, aquello de lo que nos recordamos ahora. Antes de nacer, el alma conoció la Igualdad, la Belleza, la Justicia, la Bondad y todo lo que le resta a nuestra existencia. Y partiendo de que existen las Ideas y que el conocimiento es recuerdo de éstas, entonces nuestras almas existían ya antes de tener forma humana y tenían la capacidad de pensar.

En cuanto a la percepción alma-cuerpo se observa una postura dualista, Platón hace una clara diferenciación entre la entidad espiritual y la envoltura carnal: lo material, correspondiente al cuerpo, es mortal, sensible, compuesto, soluble y nunca inmutable; y lo inmaterial, que corresponde al alma, posee una naturaleza muy semejante a lo divino, inmortal, inteligible, simple, indisoluble y siempre invariable. Por lo tanto, se trata de una concepción dicotómica, entre el alma y el cuerpo que se hallan vinculados temporalmente.

También se percibe un trasfondo ético y moral en el que el desarrollo de la virtud en el individuo le llevará a un nivel de vida superior o inferior en el más allá. El alma de los hombres virtuosos, después de desencarnar, se dirigirá a un lugar divino, inmortal y lleno de sabiduría donde vivirá feliz y libre de todo error, lejos de ignorancias y terrores. Aquí Platón pudiera estar hablando de los Campos Elíseos, el lugar paradisíaco del Hades. Pero si no se aleja del cuerpo, manchado e impuro, y se aferra únicamente a los goces materiales, a la comida, la bebida y los placeres del amor, no tendrá la misma suerte y viajaría a los lugares más oscuros del Inframundo. Algunos llegarían hasta el Tártaro, una mazmorra de sufrimientos donde se experimentarían las más crueles experiencias.

Se puede percibir cómo la concepción platónica del alma contiene una profunda influencia de los Pitagóricos, quienes a su vez manejaban conceptos provenientes del Orfismo, un movimiento o corriente religiosa relacionada con Orfeo, el maestro de los encantos, y que en la antigua Grecia fue considerada una especie de secta, y colocaron así en tela de juicio a la religión imperante de los griegos. Dicha corriente concebía un cuerpo con un alma indestructible que sobrevivía al proceso de la muerte y recibía premios o castigos, según su comportamiento en vida; por esta razón el iniciado tenía la obligación de mantenerse puro para su salvación. El cuerpo era considerado simplemente una vestimenta, una prisión o incluso una tumba para el alma. Los seguidores de Orfeo tomaban el viaje que él realizó al Hades en búsqueda de su amada Eurídice y el posterior desmembramiento del que fue víctima por las Ménades, adoradoras del dios Dionisio, como una simbología del camino iniciático del alma hacia la liberación de la pesada materia que los recubría.

Pero de Pitágoras se tienen muchas teorías acerca del origen de sus conocimientos; es probable que haya realizado viajes a Egipto, Babilonia y la India, donde había entrado en contacto con los conocimientos matemáticos, religiones y costumbres de esas regiones, lo cual llevaría a fortalecer su doctrina y, desde luego, a su escuela. Existen evidencias de que en otras culturas también se conocía el teorema matemático de Pitágoras; por ejemplo, los hindúes claramente enuncian una regla equivalente a este teorema; en el documento Sulva (Sutra, que data del siglo VII a. C.) los babilonios aplicaban el teorema 2.000 años antes de Cristo, pero se desconoce de la existencia de una demostración. A su vez, los egipcios conocían el triángulo y la aplicación de éste para sus construcciones. Debemos recordar que Pitágoras fue contemporáneo con Buda, en la India, con Lao Tsé y Confucio, en la China; de la misma forma se piensa que al haber visitado estos lugares se impregnó del Zoroastrismo y del Hinduismo.

Por todo lo antes expuesto, puede observarse la similitud de la filosofía platónica expresada en el Fedón con muchos conceptos de la filosofía oriental en cuanto a la concepción del alma inmortal, la cual sobrevive a la muerte para ir a un lugar de beneplácito en el caso de haber sido en vida una persona de buenos principios morales, además de no haberse dejado llevar en extremo por los placeres de la carne y el deseo, que sólo atan más el alma al cuerpo e impiden que ésta pueda evolucionar.

En la actualidad, con el proceso de globalización mundial, la filosofía oriental se ha diseminado por el mundo y el yoga mantiene una actualidad latente con la difusión que ejerció el Swami Vivekananda y el siempre recordado Paramajansa Yogananda, al traer de la India para América este legado milenario. Similar aceptación poseen las corrientes Taoístas y Confucionistas, así como sucede con el budismo y en especial el Tibetano que fue expandido por el mundo después que la China invadió al Tíbet, en tiempos de Mao, y esto obligó a muchos monjes a escapar hacia diversos países occidentales y propagar sus conocimientos espirituales.

Visto el presente análisis, pudiéramos aseverar que la visión Platónica del Fedón se muestra impregnada de este tipo de pensamientos orientales; también diríamos que en la actualidad esta filosofía se halla en total vigencia en cuanto a la concepción del alma, y que por ende puede brindar un aporte esencial en el proceso de cambio de conciencia que se está gestando de alguna manera dentro de nuestra sociedad que se encuentra en desmoronamiento por causa del materialismo excesivo que, aparte de contaminar y destruir al planeta progresivamente, crea más egoísmo, orgullo, ambición y falta de comunicación interpersonal. Es decir, que esta transformación personal a través del pensamiento filosófico, como lo mostró Sócrates, pudiera ayudar fácilmente a combatir los factores que enturbian la mente y alejan a las personas de su verdadera naturaleza espiritual.

 

Por: Ernesto Marrero Ramírez

ernestomarreroramirez.blogspot.com

ernestomarreroramirez@yahoo.es

 

Bibliografía

 

BLASCHKE Jorge: Enciclopedia de las creencias y religiones, Colombia, Editorial Intermedio, 2004.

BERNABÉ Alberto, traducción y notas: De Tales a Demócrito, Fragmentos presocráticos, Madrid-España, Alianza Editorial, 2006.

CANIFF, Patricia, Pitágoras Grandes Biografías, Madrid-España, Editorial Edimat Libros, S. A., 2003.

ELIADE Mircea, El Yoga, Inmortalidad y libertad, México D.F., Fondo de cultura económica, 2002.

HERNÁNDEZ Albornoz José: Diccionario de filosofía, Vadell Hermanos Editores, 2005.

MORA Ferrater: Diccionario de filosofía, Barcelona, Editorial, Ariel, 2004

PANIKKAR Raimon: El silencio de Buddha, Una introducción al ateísmo religioso, Madrid-España, Ediciones Ciruela, 2005.

PLATÓN: Fedón, Madrid España, Editorial Gredos, 2000.

PLATÓN: Fedro, Madrid España, Editorial Gredos, 2000.

———–: El Bagavad Guita, Bogotá Colombia, Ediciones Universales, 1980.

———–: Enciclopedia Hispánica, Estados Unidos, Editorial Britanica, 1996.

———–: El pensamiento oriental. (http://www.monografias.com).

———–: Institute for Religious Research. (http: //www.irr.org/default.html).

———–: Los Upanishads, Barcelona, España, Ediciones Brontes, 2008.

———–: Pitágoras, Biografía. (http: //www.sme.com.ar/ecampetella/biografías /pitágoras.html.


 

1[1] El Bhagavad Guita, pág 29, Nº 20, Ediciones Universales, 1980

2[2] El Bhagavad Guita, Op.cit., pág 29, Nº 22

3[3] Platón, Fedón, pág 37,Madrid España, Editorial Gredos, 2000

4[4] Platón, Fedón, Op cit., pág 38

5[5] El Bhagavad Guita, Op.cit., pág 37,No.60

6[6] El Bhagavad Guita, Op. cit., pág 36, Nº 55

7[7] Véase ELIADE Mircea, El Yoga, Inmortalidad y libertad, pág 26, México D.F., Fondo de cultura económica, 2002

8[8] Véase PANIKKAR Raimon: El silencio de Buddha, Una introducción al ateísmo religioso, pág 72, Madrid- España, Ediciones Ciruela, 2005

9[9] Véase Platón, Fedro, pág 341,Madrid España, Editorial Gredos, 2000

10[10] Véase Los Upanishads, pág 22, Barcelona España, Edciones Brontes, 2008

11[11]Véase BERNABÉ Alberto, traducción y notas: De Tales a Demócrito, Fragmentos presocráticos, pág 120, Madrid-España, Alianza Editorial, 2006.

12[12] Platón, Op cit., pág 52, 53

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Ligia Colmenares: Amor en tiempos de naufragio

Por Lidia Salas

Amor en tiempo de naufragios

He leído el libro de Ligia Colmenares: Bitácora del Amor (Editorial Lector Cómplice, 2016) con un interesante prólogo de Alberto Hernández, quien propone no solamente atisbar el encuentro de los cuerpos, sino convertirse en el tercer participante de esta crónica amorosa.

La portada y el nombre del poemario anuncian la metáfora de la experiencia que se canta en estas páginas: el tiempo de los amantes, se expresa mediante la bitácora de los marinos. Por lo tanto las imágenes y figuras retóricas nombran al mar, a su aroma de sal y iodo, al misterio que promete el entregarse a sus corrientes. El miércoles 23 se anotó: “Navego en el mar de tu piel / la red atrapa tus peregrinas olas “ y el domingo 27: “En el horizonte / un arrebol de besos.” Quienes participan en este viaje de sensaciones y emociones, expresan mediante una voz poética, apasionada por la belleza, pero de una gran sobriedad. A diferencia de la tradición de la poesía amorosa, que se expresa con una exuberancia de palabras, estos poemas han sido escritos a manera de jaculatorias. Podría decirse que son destellos que señalan en cada una de las fechas, solo una escena. Entonces el silencio habla de lo que se guarda, de lo que se calla, para que se sea la complicidad del lector quien lo adivine.

El título que he dado a mi lectura hace referencia no sólo a la idea de la segunda parte del libro que habla de la ausencia como epílogo de esa historia, sino al momento histórico en el que ha sido publicado. El domingo 18 se anotó: “Parte el navío / en el adiós de los amantes / naufraga el amor.” Imposible no recordar a Neruda: “Todo en ti fue naufragio.” ¿Por qué todo gran amor termina en un adiós? ¿Se usó la imagen del mar para poder significar el dolor de la ausencia con el de un naufragio? ¿Existe una idea que de la dimensión de la pérdida del ser amado con tanta contundencia como lo da la imagen del naufragio? Quizás, el amor sea la concesión de los dioses a los humanos, quienes somos incapaces de mantener esa llama divina ardiendo para siempre. Quizás, en todo canto, la mejor tesitura la da la nota del dolor. No olvidar que el mito dice, que por la maldición de la culpa, fuimos desterrados del edén de la felicidad eterna.

En la segunda parte del libro conmueve el matiz de pérdida en los versos. El martes 16, se escribió: “¿Qué ilumina el faro / en el camino de los ausentes? Y el lunes 26: “A las seis de la tarde /se graba la tristeza en la piel.” El epígrafe de Rafael Cadenas ya lo presagiaba:“El vino se ha eclipsado / Los días de los amantes también pasan” Y es esta verdad, expresada con tanta desnudez como los versos de Colmenares, lo que toca al lector.

 

Anteriormente, se hacía referencia, a que el tiempo de naufragios no está solamente en la poesía con la que se dialoga, sino en el presente cuando estos poemas han sido editados. La crueldad del hundimiento de este país, ha devorado desde los sueños de varias generaciones hasta la realidad que nos identificaba como comunidad. Varios poetas quienes, habían guardado muy celosamente su escritura, nos entregan sus versos. Valoro la intención de mitigar con poesía, el dolor que traspasa a los náufragos de tanta catástrofe. Hablar de amor y de ausencia cuando se ha perdido hasta la esperanza, pareciera una incongruencia. Pero, cuando no hay puerto seguro, ni balaustrada donde apoyar las manos, este pequeño libro, se convierte en un acto de resistencia. En un testimonio de fe y de esperanza en la palabra, en la vida, en el amor y en el dolor que éste causa al corazón. Por eso, he escrito estas palabras, para que la poesía, logre su destino de ser estrella, de convertirse en luz titilante sobre las tinieblas de la realidad.

Lidia Salas

Poeta / Ensayista.

Caracas, en la noche fría del jueves 26 de Enero del 2017

 

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Rubén Ackerman: El triunfo de la memoria sobre la muerte

Una lectura del poemario: Los Ausentes de Rubén Ackerman

Por Lidia Salas

Leí el primer poema de Rubén Ackerman en días desesperados. No pretendía consuelo alguno, necesitaba sentir el dolor hasta lo más hondo; las palabras del poeta, ejercían esa triste fascinación. Me habitué a llevar conmigo, la pequeña antología donde aparecían sus versos, para tener a mano la ración de lo amargo. Alguna tarde, me topé con el autor de los poemas que apretaba siempre en el regazo. Nos miramos de lejos, sin cruzar palabras, en la sala de la clínica donde llevaba al ser amado a las radioterapias. La lectura de su libro, Los Ausentes, han traído de vuelta aquellas horas.

Las páginas presentan un racimo de historias. El abuelo Marcos con su pequeña maleta de extranjero; la abuela Raquel como “luz que persiste;” su hermana Silvia y la pregunta: “¿Quién eres ahora detrás de esa vieja fotografía donde sonríes?” El padre jugando el ajedrez con la certeza de “haber nacido en un mundo equivocado;” la madre, cuyo recuerdo lo aguarda “en una de las grietas del Muro de los Lamentos”; los tíos muertos, la mujer, ese “sueño que persiste entre las fauces tenaces del olvido…” Están, Marilyn con sus barbitúricos y Emily con “las cansadas letras del hartazgo” y la muchacha que dice: “soy especialista en cenizas.” También, su maestro y el poeta, a quien recuerda, “como una lejana ráfaga irrecuperable.” y todo aquel que “Anda a contracorriente dando tumbos en las esquinas.” ¿Cómo se transforma tanto daño en un canto?

La pátina de tristeza que envuelve las páginas, como ese gris de la sugerente portada del libro, es la tesitura de la poesía. Igualmente, la cadencia, donde el lector sufre todo el diapasón de emociones: desde la nostalgia por la infancia perdida irremediablemente, hasta la tristeza por sus muertos, pasando por la rabia, la desesperanza y la ternura. Se perciben también, el amor, la compasión, y la empatía, materiales de la vida misma, cuando la palabra se transforma en testimonio, no sólo de la existencia, sino de la muerte. Memoria de la tragedia de una raza, que en el fondo, es la tragedia de todos. La trágica suerte de habitar un mundo de crueldad infinita.

Las páginas de Los Ausentes, testimonian la condición humana en la angustia por la finitud de su destino. Hay en la poesía de Ackerman, un reiterado uso de imágenes que expresan esa disolverse en la nada. “Era tu silencio entre dos espejos / tu plegaria inútil arrebatada por las sombras” Más adelante: “Ahora su susurro se pierde / en un vacío que se desvanece. En las últimas páginas: “No pido más / antes que el tedio me trague…” Finalmente, “Ahora todo se desvanece.” La nada que arrebata las personas amadas, quienes convirtieron la infancia en el recuerdo que trata de rescatar, son los ausentes que atraviesan estas páginas en la materia de las palabras. Testimonio convertido en eternidad mediante el hálito sagrado del poema.

Como marco de los hechos esta el tiempo y el espacio descrito desde la concisión de resumir en un solo trazo, la esencia del recuerdo: “Tu en París después de la guerra…” Y este otro: “jugar debajo de los puentes pestilentes del exilio.” La polisemia de las palabras sugiere en tan breve frase una amplia y oscura realidad. Es memorable la belleza de los siguientes versos: “Vendrán los pájaros en fuga / en septiembre / cuando las hojas caen / y la tristeza se cuelga de las ramas.”

El amor resplandece en la originalidad de las figuras que se emplean: “nuestros cuerpos prolongando la embriaguez / nuestros olores confundidos / era la rosa de los vientos tu rosa” El ojalá, que según Octavio Paz, es la esencia de la verdadera poesía, estremece en las siguientes líneas: “que no falte la mesa de un café casual / donde tú y yo podamos ser nosotros” Pero, es el ruego que se cifra en los versos que siguen, lo que conmueve profundamente:

“…algún día dos amantes extraviados encontrarán

las palabras que nunca me dijiste, en el vertedero

del olvido

y escribirán con ellas su historia de amor

la misma que ahora el destino nos niega.

Que así sea.”

El poeta persiste en la memoria de sus ancestros. Es oportuno señalar cómo expresa dos elementos de la cultura judía. El emotivo recuento del Dios de su abuelo, se convierte en acto de rebeldía contra la herencia de haber sido “el pueblo escogido.” Confiesa textualmente: “El Dios que partió para siempre con tu muerte.”

La culpa, por haber entregado el Mesías a la crucifixión, la asume en el suicidio de un compañero de clases del Colegio Moral y Luces. Escribe: “Me temo David, que todos apretamos / el gatillo que puso fin a tus días.”

Todo proyecto encierra un gesto. Aunque el poeta dice la inutilidad de su escritura. “Con estas palabras que ahora viajan como nubes / desde ninguna parte, hacia ninguna parte” Sin embargo, expresa un humano deseo: “para que se puedan ver en nuestras pupilas / los rostros ausentes de nuestros muertos.” En esta lectura he encontrado no solo los rostros de sus amados difuntos, sino el perfil de los míos. Esta comunión de autor, lector ha sido posible por el oficio logrado de quien escribe. Es uno de los mejores textos leídos en los últimos años. Quizás, estos son tiempos de pérdida y de catástrofe, por eso nuestras voces acompañan el grito del maestro: “tráeme un poco de dignidad para vivir lo que resta” porque “ahora que es imposible tanta ausencia, tanto silencio, tanta noche” apenas queda este puñado de versos, para resistir desde la poesía, vale decir, desde la desgarradura de la belleza.

Lidia Salas

Poeta / Ensayista. Miembro de la Junta Directiva del Círculo de Escritores de Venezuela

Finales de Enero del 2017.

 

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Daniel Medvedov: Cómo he llegado a Ser Poeta en 81 días

 

Selección del libro Cómo he legado a Ser Poeta en 81 días. Muchas gracias al Maestro Daniel. 

Por Daniel Medvedov

Dedicado al Poeta Francisco Pino

Había una vez,
Un ateo.
Y no sabía qué cosa era la poesía.
Aún así,
Creaba . . .

Esos gorriones,
Ya terminaron de trinar . . .
Ahora están esperando en fila,
mi regalo,
De migas de pan . . .
Pero quien canta en las mañanas
Es el mirlo,
El mirlo negro con pico gualda,
Que nunca llega aquí, al balcón,
Ni come mi pan . . .


¿Cuantas veces ya he encendido mi puro?
¿Cuantas veces no se me ha apagado?
No se ha pagado la luz,
Tampoco,
Y hoy,
Viene a cortarla veloz,
El empleado de la alcaldía.
Pero yo,
La voy a conectar de nuevo,
Como un puro la voy a encender,
Sin pagar,
Veladamente . . .
•El café, aún frío,
Sabe café . . .
Yo, aún ignaro,
Se todo . . .
Lo que tenía que saber . . .
°

Se han ido las nubes a NUBILANDIA,
Y el cielo ha quedado sereno, azur [no “azul”]. . .
Pero lo más que desea el cielo,
Es un relámpago . . .

Se dice que al mirar mucho un abismo,
El abismo termina por mirarte a ti,
También . . .
Y al mirarte yo,
a Ti,
Termino por ser Tu . . .

La ciudad, feliz . . .
Todos han salido de Semana Santa.
Y esos jornaleros de la cofradía,
Cargando como olas a la estatua,
Han quedado en la ciudad . . .

Franco Pino,
Altivo, verde, veloz,
Crece veloz hacia el cielo,
Huye veloz,
Hacia el centro de la tierra . . .

Uno, Luz,
Dos, Agua,
Tres, Piedra,
Cuatro, Madera,
Cinco, Animal,
Seis, Humanos,
Siete, Sueños,
Ocho, Todo,
Nueve, Nacer y Morir . . .
Diez, Retornar, Como Odiseo . . .•
Amo el desamor,
Pues con él,
Comprendo tanto lo que es el amor . . .

El círculo,
Aún redondo,
Parece un pan . . .
El pan,
Aún cuadrado,
Es redondo . . .

Voy a dejar que los perros ladren,
Que los lagartos suban por la pared,
Que los gatos mediten,
Que los humanos griten . . .

Estaba sentado,
Oí,
Campanas floridas,
Sones . . .

Ángeles van,
Ángeles vienen,
Humanos,
Seres,
Siempre-vivos,
Eternos . . .

Detesto ver libros en la basura . . .
Me los llevo,
Los cargo como una mula,
En mi regazo,
Parecen niños abandonados,
A la buena de Dios . . .

Un cuervo no necesita pintarse de negro,
Para ser oscuro . . .
Mi alma no requiere de luz,
Para ser luminosa . . .
Tus ojos,
Así verdes,
Reflejan por entero,
El color de las golondrinas . . .

Combino la calma,
Con la tempestad que me ha alcanzado. . .

Dentro del pozo,
Un sapo desea volar,
A ver,
A conocer el mundo,
Y salta en la espalda del fénix,
Para regresar junto
También desde las cenizas . . .

Responder con silencio,
Es como alcanzar la cima y seguir subiendo . . .
Más,
Algo más,
Tal vez encuentro,
Así,
El cielo . . .

Durante la caída,
Me han crecido alas . . .
Durante el salto del canguro,
Hay un momento,
Un instante sin duración,
En el cual todo queda congelado,
En el viento austral . . .

(…)

Daniel Medvedov, Miembro Activo y Emérito del Círculo de Escritores de Venezuela

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Maribel Proietti: Tres poemas

Tres nuevos poemas dela venezolana  Maribel Proietti, Miembro Activo del Círculo de Escritores de Venezuela. Gracias!

Reencuentro

Al morder

tu boca

tus dedos

danzarines

del vientre

van tocando

visualizan

en la oscuridad

se escuchan

  cánticos

  celestiales

Aullido

de hembra

hambrienta

convertida

en 

Gitana verde

rojo

azul bandera

que se

cobija

en tu

dulce

    pecado…

&&&

Inserto en una aguja

hilo negro

30 perlas negras

1   por  año

memorias que

suben y bajan

como columpios

inserto

2 besando bocas

en lenguas

extrañas

inserto

3 abro y cierro

los ojos

como una luz fugaz

me coloco

las cuentas

que cubren

mis pezones

que amo

brindándome

en ellas

como copas

besadas

por tus

manos

&&&

Conjuro   Gemidos

entre mis dedos

se cuelan

las partículas

mínimas

en Selenio

bañado en

el azul nocturno

como una

enredadera

de orquídeas

fantasmas

Suspiros de 5 segundos

mis venas

comienzan a latir

!! Existo !!

&&&

 

Poeta, Maribel Proietti

Miembro  Activo del Círculo Escritores de Venezuela

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Margarita Belandria: El encuentro

EL ENCUENTRO

Margarita Belandria

La funeraria repleta de flores en ramilletes y coronas no parece un día de duelo. De altos cirios brota cera encrespada pendiente abajo y sus llamas enhiestas parecieran homenajear la partida de Livio Cordel, cuyo cuerpo yace en la urna elegantemente vestido pero con su rostro en lotes cárdenos a consecuencia del infarto que lo mandara al otro mundo sin previo aviso porque siempre había gozado de estupenda salud. Es ya el tercer día de velorio esperando la llegada de su hija Perlita quien venía en un vuelo desde París. Pero informó a su madre, vía telefónica, que llevaba dieciséis horas atrapada en el Aeropuerto de Maiquetía a causa del retraso de los aviones; que ya va a llegar el avión, le decían, y en ese teje y maneje iban pasando las horas, que de haber anunciado a tiempo el problemón con los aviones habría tomado un autobús aunque hubiese tenido que viajar muerta de miedo toda la noche por la carretera corriendo el riesgo de los asaltos y atracos que se han convertido en el pan de cada día, y nada más el día anterior un autobús, según reporte del periódico que tenía en sus manos, había sido atacado por bandidos y despojados de sus pertenencias y violados todos sus pasajeros, sin distinción. Eso, naturalmente, le daba mucho miedo.

Ya en la tarde entra Perlita a la funeraria tambaleándose en brazos de familiares y amigos de sus padres. Su madre corre y la ampara en su regazo, retira la hermosa cabellera que le cubre la cara y limpia con sus manos el raudal de lágrimas que escurren por el desencajado rostro de su hija. Se sientan ambas en un mueble contiguo a la urna, fundidas en un abrazo de temblores y gemidos que partía el corazón de los que allí estuviesen mirando. Los hombres daban la vuelta y se marchaban al pasillo exterior; las mujeres, unas a otras se miraban con los ojos anegados.

Ven, vamos a mirar a tu padre, ruega la madre intentando quebrantar la resistencia de Perlita que sólo deseaba conservar en el recuerdo la viva imagen de su padre, elegante, amoroso y comprensivo. La madre consigue convencerla de que ella no recuerda al suyo descuartizado por los guerrilleros de las farc y lanzado a un pozo después de recibir varios millones por el rescate; no, ella lo recuerda hermosísimo, valiente y generoso como había sido hasta el último día en que lo vio partir de su casa con los brazos en alto entre los largos fusiles y rostros endemoniados de sus secuestradores; no, ella en su alma no lo recordaba así.

Vencida la resistencia, cada cierto tiempo Perlita se para frente a la urna a mirarlo, se desgarra a llorar y vuelve al sillón donde continúa su llanto convulsivo, con la cabeza doblada entre las piernas sin prestar atención a pésames ni conversaciones. Viéndola llorar piensa su madre en los remordimientos que tendría la pobre niña por vivir tan desarraigada de la familia y no estar presente ni siquiera cuando su padre descendió del avión en un ataúd, quién iba a imaginarlo, pues cuando el dueño del hotel le comunicó la fatídica noticia ella pasó el día tratando de ubicarla por teléfono sin resultado alguno, y ya muy entrada la noche, cuando logró que le respondiera un correo electrónico, Perlita se quejó de estar muy enferma, con vómito, fiebre, escalofríos y con más de una semana de estar varada en París en vez de estar en Bruselas resolviendo un asunto importante de la trasnacional en la que trabajaba. Toma un avión y te vienes como un relámpago porque tu padre acaba de morir, le dijo la madre de manera directa y sin matices. Fue a Caracas a renovar la visa en la embajada y murió solito en la habitación del hotel. Ahí sí se le quebró la voz a la madre de Perlita y omitió decirle por teléfono los pormenores de cómo lo habían hallado tirado en el piso de la habitación, con piernas y brazos extendidos y cara de espanto, y en cuántas se vieron los maquilladores funerarios para cerrar sus ojos desorbitados, sin poder restituirle ese talante apacible que todos le conocieran en vida. Algo terrible debió de haber visto en su último momento para que su rostro acusara tan pavorosa compostura, y cómo saberlo si estaba íngrimo en la habitación del hotel. Pero de que su alma iba camino al cielo no tenía la menor duda la madre de Perlita, puesto que su vida había sido, no de vez en cuando sino siempre, un modelo de bondad y rectitud. Bastaba recordar las infaltables contribuciones que, sin ningún alarde, aportaba a los hogares de ancianos, de niños abandonados, o de toda buena causa que precisara de una mano amiga. Bastaba recordar su actitud de sosiego y cordura frente a las adversidades, su palabra sabia y firme que inducía a la calma a sus desesperados pacientes que en los últimos tiempos aumentaban en número y en desespero, sus diagnósticos clínicos y tratamientos certeros, su claridad en la amistad y su lealtad en el amor, a toda prueba, pues ella jamás tuvo que quejarse de lo que a menudo solía escuchar a sus amigas, que si mi marido no llegó anoche a dormir, que qué desgracia; que si anda con la mujer de fulano, que si llegó con el cuello de la camisa manchado de carmín y oliendo a bicha, que si le montó un apartamento a todo trapo a la barragana y sólo llega de madrugada a dormir para que los niños no hagan preguntas. No, ella jamás sufrió de esas tremendas amarguras. Era una mujer amada, y hubiese sumado más dicha a su vida de no haber sido por el espíritu inflexible de Perlita, que de niña cariñosa y dócil se iba tornando al crecer en una joven de carácter enigmático, sombrío e impenetrable. Al cumplir la mayoría de edad sorprendió a sus padres con lo que a ellos les pareció la más loca y absurda decisión: quiero vivir sola en un apartamento, les dijo. No sin incontables ruegos a lo largo de dos meses conquistó lo ansiado y fue sólo en ese instante que se le vio cara de desconsuelo a Livio Cordel.

Compró entonces el apartamento para su hija, de lujoso amueblado, y pagaba todas sus cuentas en las que habitualmente ella se excedía. Que primero le faltase el aire a él antes de que algo le fuese a faltar a la niña de sus ojos, que nada fuese a perturbar sus estudios, que nada echara al garete las regias empresas para las que la sabía destinada. Habría dado hasta la vida si hubiese sido preciso por verla contenta en todo momento y no con esa actitud distante y su mirada desaparecida en no se sabe qué pensamientos, que él no quiso indagar para no asediar su intimidad. Ya una vez la madre había hecho el intento y tropezó con una muralla de hielo: prefiero que no interfieras en mi vida privada, mamá.

Concluidos sus estudios, el mismo día del acto académico les comunicó a sus padres otra loca y absurda decisión: me voy a vivir a Caracas. Sí, trabajaría en una empresa trasnacional y en consecuencia tendría que andar viajando por el mundo, todo el tiempo. Desde su partida sólo habían mantenido comunicación por teléfono. Su madre había tratado de indagar más sobre la vida de su hija, su trabajo, sus diversiones, sus amigas, novio. Solo en una ocasión les mandó una foto en la que aparecía en un velero que surcaba el Mediterráneo acompañada de un hombre maduro y de aspecto distinguido del cual indicó que era su jefe. La madre continuaba pensando en la vida de su hija como un completo misterio. Comenzó a buscarla en internet. Solo encontró la reseña de su tesis de grado en lenguas modernas y su mención honorífica en lengua inglesa. Al parecer su trabajo era sumamente absorbente, viajando con personajes importantes como traductora.

 Cuando Livio Cordel llegó a la capital en este último viaje que lo llevaría a la tumba, desde el mismo aeropuerto llamó por teléfono a su hija con la esperanza de que esta vez estuviese en la ciudad para invitarla a cenar y charlar aunque fuese un poco después de casi tres años de ausencia, pero su niña le respondió que se hallaba en Paris. Se alojó Livio Cordel en el mismo hotel donde habitualmente se hospedaba y, al registrarse, recordó a su viejo amigo el gerente, como de costumbre, la clave de su solicitud: «y un dulce de frambuesa a la habitación». Sube a la alcoba y como parte del ritual acostumbrado deja la puerta sin llave mientras se da una ducha energizante. Al salir del baño, fresco y perfumado, ve a su dulce de frambuesa que está de espaldas apoyada en la ventana mirando hacia el parque, esbelta y bien a su gusto, en diminutas prendas negras que resaltaban el nácar bronceado de su piel. Se aproximó en silencio y le acarició la espalda, desabrochó el sostén y lo tiró sobre el mueble, y al darle la vuelta para extasiar sus ojos con lo que estaba acariciando, dos enormes alaridos sacudieron la habitación. ¡Papá! ¡Perlita, Dios mío, mi niña! Y fue entonces cuando el hombre se desplomó al piso llevándose ambas manos al corazón con los ojos desorbitados llenos de espanto y que los expertos maquilladores funerarios a duras penas consiguieron entrecerrar con un pegamento trasparente.

  • Margarita Belandria. Escritora venezolana, Miembro Activo del Círculo de Escritores de Venezuela
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Lucía Salerno, selección de poemas

Por invitación de la revista, Lucía Salerno nos envía cuatro magníficos poemas de su libro La certeza de lo inmóvil

LA MEMORIA SE VA
Lo que por última vez fue mi paisaje
disminuyó un crepúsculo
sepultó sombras
se llevó juicios casi imposible de extinguir
El río dejó huellas de un furor en reposo
en el curso me detuve
como suele hacerlo el silencio encima de los hombros
me siento cómoda sin registro
enciendo una vela
y dejo caer los troncos desnudos

Pedí un antídoto
vi volar albores hastiados
islas que son ojos
y dan por entendido
el desenfreno de la sangre

LO DIJO EL MAR

Lo dijo el mar
que las almas no tienen leyes
atraviesan los muros
y al avanzar deshabitan mi estatus

Carabelas declaran mástiles en la puerta
brasas que encontré en el vaho de la noche
embriaguez que me convierte en espasmo
picoteos insaciables de las gaviotas
que desde mis adentros
son el ritmo de la bruma

La senda es un mar surcado
la ola recorre el trote de los caballos
me atrae la seducción desde los miembros
me aferro a unos días derramados
como el pájaro que olvida su huella
y termina enredado en las olas del mar

NO ACIERTO A DISTINGUIR

Palpo el lenguaje
expulsado de las consignas
ligadura dichosa y taciturna
uso el silencio
son demasiadas palabras
selladas en el amor
escarbo en el paisaje
en los susurros friolentos
del mes de enero

El tema de la vida
cautiva la inscripción del sol
patrón brevísimo que anula lo inmóvil
situarme es un jubileo
aunque me deje a la orden
de mariposas dispersas
me hago la perdida
pero me visitan los cómplices de la precisión
espero darle a la noche la mejor geografía
matorrales de antiguos amaneceres
tintineo distante que se hunde en el invierno
vanos labios que son bahías
y ese riachuelo que pasa lejos de la euforia

 

EL LUGAR DE LA PRIMAVERA

En un abrir de manos
tomé las cuerdas de una guitarra
en ella dormitaba la primavera
entre una cosa y otra
caen los pétalos que tocan la vida
y totalmente desamparados
se adhieran a las púas
los pájaros vestidos de proyectos
se filtran en una sonrisa
saben cosas de mi infancia
y engullen el alimento
que se extiende de pared a pared

El dominio de la mutación
hace su debut en mi pecho
a pesar de los rigores
los arcoíris prestados
serían para siempre
si cada primavera contagiara
el húmedo punto del horizonte

  • Lucía Salerno, poeta venezolana. Miembro Activo del Círculo de Escritores de Venezuela
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Andrea Zurlo: La incógnita

 

La incógnita

Andrea Zurlo

Se paró desnudo frente al espejo. Deslizó lentamente sus dedos sobre la piel vieja hasta llegar al punto exacto, sobre los hombros, donde sobresalían esos huesos o, mejor dicho, cartílagos. Un poco se impresionó.

A su pecho de palomo con el esternón puntiagudo estaba acostumbrado, no le afectaba. Nació así y el defecto se acentuó con los años, pero ¡esos cartílagos en los hombros! El solo contacto le provocaba un escalofrío, lo mismo debía acostumbrarse a tocarlos si quería limarlos antes del verano. Tenía por delante todo el invierno con el abrigo pesado para disimularlos.

—¡Menos mal que no está Petrona! –suspiró mirando la foto de su difunta esposa que le sonreía desde la cómoda.

Prudencio comenzó a friccionarse los cartílagos puntiagudos con aceite de castor y después se pasaba la vaselina para suavizar la piel que comenzaba a erizarse de manera extraña. Continuó su terapia sin interrupciones, añadiendo algún detalle, algún ingrediente, algunas hierbas como la bardana, que es buena para la piel y los huesos, o la infusión de manzanilla que ayuda a desinflamar.

No obtuvo grandes resultados con su cura. Los cartílagos siguieron creciendo lentamente y, con los primeros calores, el abrigo pesado era más ridículo que su pecho de palomo.

A la vista del posible fracaso, Prudencio se pertrechó con lo necesario para sobrevivir durante el mayor tiempo posible sin sacar la nariz fuera de la puerta, lo que le fue facilitado por la posición aislada de su casa, al final de la última calle del pueblo, y por su fama de hombre esquivo.

La procesión de días y noches se hizo más lenta. Los amaneceres lo encontraban insomne, dando un masaje a sus protuberancias cada vez más marcadas. Pasaba el día tumbado en la hamaca del patio, o en la mecedora, sentado en la galería, bajo el techo de chapa apenas refrescado por la sombra de una parra de hojas grandes. Esos pocos metros de casa, esas cuatro paredes en las que vivió durante cuarenta años, lo aprisionaban.

Cuando no dormitaba, pensaba, y entre tanto pensamiento se le ocurrió acudir al doctor Cruz, el médico, para pedirle un consejo, pero ¿qué podía hacer la ciencia por él? Poco y nada, se dijo, y añadiódesab que acaso lo que la ciencia no podía lograr lo lograría la fe.

Por fin, tras días y días de meditación, don Prudencio se armó de coraje y, con el primer rocío, amparado por la oscuridad de la noche, se fue a visitar al párroco.

El cura vivía junto a la iglesia. En el pueblo lo tenían en buena consideración, porque decían que era un hombre recto y justo, si bien demasiado moralista y amargado para el gusto de don Prudencio. Después de todo él siempre dejó el cuidado del alma en manos de Petrona, al igual que remendar los calcetines y plancharle las camisas, por eso desde que Petrona falleció andaba con los calcetines agujereados, las camisas arrugadas y el alma descuidada.

El cura lo recibió con la sotana abierta que se había echado de prisa sobre el pijama. Todavía era un hombre joven y la vida reposada de cura de pueblo le favoreció la salud, aunque se quejara constantemente de sus malestares digestivos, y mantuviera un gesto adusto y la boca contraída, a punto de decir una blasfemia.

—¿Qué sucede don Prudencio? No me viene nunca a Misa y me visita a estas horas.

Prudencio entró en la cocina detrás del cura, sin hablar ni justificarse.

Sobre un brasero una cacerola difundía vapores balsámicos con aroma a eucaliptos. Por una puerta entreabierta se veía el catre con las sábanas revueltas y un rosario con cuentas de madera colgando de la pared.

Con gesto lento y decidido Prudencio se quitó la manta que llevaba cubriéndole los hombros.

El cura no reaccionó de inmediato. Después se acercó y pasó los dedos sobre las costuras de la camisa de Prudencio que casi explotaban bajo sus protuberancias.

—¿Es una broma? –preguntó el cura.

—No. Creo que son alas –respondió Prudencio mientras se desabrochaba la camisa, como si fuera muy natural que a un hombre le despuntaran las alas.

El cura dio un salto hacia atrás.

—¡Jesús! –exclamó santiguándose-. ¿Qué has hecho?

—Nada, señor cura –replicó Prudencio-. ¿Qué puedo haber hecho?

El cura desapareció por la puerta lateral. Prudencio oyó que abría y cerraba otras puertas y que protestaba o murmuraba algo. Poco después retornó musitando una letanía con un recipiente entre las manos.

—¡Quítese esa camisa! –ordenó con voz firme el cura.

Prudencio obedeció sin chistar.

Sin pedirle permiso, el cura le vació el recipiente de agua bendita sobre la cabeza. Después lo santiguó de los pies a la cabeza, sin rozarlo, y lo tuvo hasta el alba rezándole, y lo salpicaba con aceite y agua bendita, al tiempo que cabeceaba vencido por el sueño.

—Obra del demonio, don Prudencio –sentenció el extenuado cura con las primeras luces del alba –. Retorne a su casa.

Prudencio llegó a su casa cuando los primeros peones eran los únicos habitantes de las calles y arrastraban el sueño bajo las suelas.

Se sentía desconsolado. No fue nunca un gran creyente, tampoco frecuentaba la iglesia ni iba a Misa, pero eso no significaba que ahora tuviera que sufrir las penas del infierno. Después de todo ¿qué hizo más que cometer algún humano y venial pecado?

Para mal de males, desde que el agua bendita le tocó la piel le comenzó una terrible picazón. Rasca que rasca, notó que donde le cayeron las gotas sagradas le surgían de la piel unas pequeñas puntas.

Aterrorizado decidió no salir más de su casa, ni abrir la puerta a nadie, tampoco al doctor Cruz que, alertado por el cura, se apresuró a presenciar el fenómeno con la excusa de llevarle la ayuda de la ciencia.

En poco tiempo ya no pudo ni sentarse en el patiecito a tomar el fresco, porque el pueblo entero lo espiaba. Los vecinos se organizaron y se daban turnos para asomarse sobre el tapial en silencio y sin hacer desórdenes, igual que como se asomaban para ver a los finados en los velatorios, “Evitando alterar el orden público”, como ordenaron las autoridades, y el comisario cerraba un ojo complaciente, ya que era oportuno que los habitantes del pueblo tuvieran alguna diversión más que la timba y el mercado una vez por mes o el prostíbulo en las cercanías.

Confinado como un leproso, el mayor problema de Prudencio era soportar el calor encarcelado en su lata de sardinas, bajo el techo de chapa, al tiempo que consumía con mesura sus provisiones para resistir lo máximo posible.

La vida de don Prudencia siempre fue simple y sin aspiraciones, como la de casi todos en el pueblo, ahora el futuro, que hasta poco tiempo atrás veía como un camino trazado con meticulosa precisión, se mostraba como un terreno incierto que lo atemorizaba. Futuro, ¿qué futuro?

Una mañana en que se despertó de un sueño agitado y sudado ya no se sorprendió al notar las plumas blancas en su espalda, ni tampoco que su nariz adquiría un aspecto ligeramente similar a un pico, y que comenzaba a unirse al labio superior.

Hacía mucho tiempo que se le negaba al espejo, con todo, ahora, sintió la necesidad imperiosa de mirarse.

El espectáculo era ridículo. Sus piernas arqueadas y cortas no mutaron en su aspecto humano, como tampoco lo hicieron sus pies reumáticos. Su pecho de paloma lucía mejor con esas alas en la espalda, y ¡su cabeza! Su cabeza era digna de una mención especial. Sus ojos eran los de siempre, pero con una vaga expresión de soledad, y estaban situados a los lados de la protuberancia amarilla que ahora era su nariz, o quizá su nariz creció lo suficiente como para apretarse contra sus ojos, y la cabeza seguía coronada por sus cabellos grises y rizados, y las arrugas de su frente continuaban apoyadas sobre sus cejas espesas.

No era un pájaro. Tampoco era un hombre.¿Y si nunca hubiera sido un hombre igual que todos los demás? ¿Era ese el motivo por el que no pudo tener hijos?

¿Qué era si no era un hombre? ¿Importa la definición y el aspecto más que aquello que realmente se es? Y si era ESO, ¿qué mal hacía? Ninguno. Pero sabía que la Iglesia y la ciencia buscarían una explicación: para una sería la obra del demonio, y para la otra un bicho digno de estudiar y ni hablar de o que pensaría la gente del pueblo.

No entendía, Prudencio.

Él era el de siempre, su mente, su pensamiento simple, sus sentimientos permanecían inmutables. No obstante, ya no era un hombre y no era el de siempre.

No se daba paz. No existía la paz.

Envuelto en las horas de la noche salió de su casa, furtivo, cubierto por una manta.

Lo siguieron solo unos chiquillos que se habían aventurado hasta la puerta de Prudencio y allí montaban guardia. Como parte de su juego infantil le arrojaron piedras, riéndose en voz baja para no despertar a los vecinos. Prudencio se escapó como pudo y corrió con sus piernas arqueadas y su nuevo traje de plumas recién estrenado, hasta el borde del barranco que caía alto sobre el río de piedras blancas. Allí abandonó la manta y se alzó en vuelo sin gran dificultad. Los chicos quedaron boquiabiertos, incapaces de comprender.

¿Hombre, ave, demonio o ángel?

De la Antología «Opuesto a la naturaleza de las cosas»

Julio 2011

Andrea Zurlo, Miembro Correspondiente del Círculo de Ecritores de Venezuela. Miembro Honorario de la Asociación de Escritores de Mérida

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Rosario Anzola: Libros, archivos y directorios

LIBROS, ARCHIVOS Y DIRECTORIOS

Por Rosario Anzola

Comencé el año proponiéndome cumplir una tarea muchas veces pospuesta: poner en orden la biblioteca, las carpetas y los archivos impresos a fin de sincerar estas posesiones que van ocupando cada vez más espacio en espacios cada vez más reducidos. Empecé con los libros y rotulé unas cajas con el destino de la donación: para una escuela, para una universidad, para algunos amigos. Me tracé un horario, no más de un par de horas por día; sin embargo, el primer día, al final de las dos horas planeadas, había acomodado solamente media caja, porque libro que tomaba entre las manos, libro que hojeaba embobecida.

Cada uno aparecía en escena con su polvo, sus ácaros y sus recuerdos. Algunos me retrocedieron decenas de años. Otros me hicieron recordar mis estudios, o viajes en que los leí, o las personas que me los regalaron, o los poetas y escritores que me los dedicaron. Las dudas hicieron estragos: ¿Cómo me desprendo de un libro dedicado? ¿Le arranco la página? ¿Por qué si los he guardado durante tanto tiempo los echo de mi lado?

Al cerrar la primera caja siguieron apareciendo sorpresas: libros que incitaban a una relectura, libros que nunca fueron leídos, libros que alguien me prestó y que no devolví, libros donde aprendieron a leer mis hijos y libros tan malos que no son ni para regalar, pero que tampoco pueden destinarse a la basura.

Apelé a la cordura porque de esa manera no iba a avanzar en lo programado y le di paso a la racionalidad para no hojear los libros. Con un dejo de dolor fui despidiéndome de ellos colocándolos en los ataúdes de cartón. Los estantes lucieron holgados y limpios. Me quedé con libros emblemáticos y con los que probablemente seguiré utilizando. Al mismo tiempo, me quedé con una absurda sensación de duelo.

Pasé a las carpetas y los archivos. Magno el esfuerzo. Vuelta a su lectura, a los recuerdos y a las dudas. ¿Boto, rompo, guardo? ¿Me servirán para otro momento? Anteproyectos, proyectos, borradores, investigaciones, estudios y minutas fueron haciéndose presente marcando fechas, nombres de personas y desempeños laborales. Rescaté materiales que ya había olvidado y llené bolsas y bolsas de papel rasgado. Esta vez la sorpresa me la dieron los números. Llegaron a la escena presupuestos y relaciones de costos y gastos que me produjeron estupor y risa; nada que ver con las cifras actuales. Fueron directo a la basura sin ningún prurito. Aparecieron documentos extraviados que cuando se necesitaron me produjeron más de un dolor de cabeza; se mudaron inexplicablemente a otro lugar. Supongo que luego de esta poda ahora mis papeles se acogen a un nuevo orden.

Días después le correspondió el turno a las viejas agendas y directorios Entré en una especie de máquina del tiempo. Sabía de antemano que debía desechar kilos de celulosa que ya no tenían sentido. No aguanté la tentación de revisar las agendas y fue como pasar una película. Allí no solamente estaban anotadas reuniones, cumpleaños, recordatorios, citas médicas sino también eventos que no pueden ser olvidados. Contradiciendo mi tendencia a preservar la memoria, concluí que a nadie, que no sean las polillas, le va a interesar saber cuándo fui a una boda, a un reencuentro, a un viaje o al odontólogo. Y así las agendas se fueron a engrosar el vientre de las bolsas de basura. Anaqueles, estantes y gavetas respiraron aires y silencios a sus anchas.

Me quedaba el último tramo de mi periplo: los directorios. La máquina del tiempo esta vez se tragó todo a su paso. Mi terca insistencia de seguir hojeando me enfrentó a un mundo desvanecido. Nombres recordados, nombres olvidados, códigos telefónicos inexistentes, zonas postales que pertenecen a la prehistoria de las comunicaciones, direcciones electrónicas de servidores que desaparecieron, organizaciones, empresas o instituciones que cerraron sus puertas. La terquedad no quería abandonarme y decidí demencialmente que algún dato podía ser rescatado, entonces comencé a tachar los nombres de amigos y conocidos que han muerto y de muchos otros que se han ido del país. A medida que iba haciendo consciente las ausencias se me iba acelerando el corazón. A la soledad silenciosa de anaqueles, estantes y gavetas se sumó una extraña sensación de despoblamiento. Abrí un directorio de sobrevivientes. En manuscrito. No quise pasar los nombres a la computadora porque sigo siendo amante del papel.

Hay una nube que hoy guarda la información infinita, la de nosotros, la de otros, la del universo entero. Se puede tener y leer una biblioteca de miles de libros en un dispositivo minúsculo. Las agendas, minutas y recordatorios se almacenan en los celulares. Los archivos son digitales, multimedias y virtuales, no se extravían y son inmortales. Pero, a quienes nacimos y crecimos entre libros, archivos y directorios de papel nos reta el desafío de reaprender el mundo. Tengo toda la disposición e interés para hacerlo pero seguiré siendo de papel, amando el papel, guardando el papel.

*Rosario Anzola, narradora, ensayista, poeta, especializada en literatura infantil, con una amplia obra publicada, ha recibido numerosos reconocimientos. Directora  del Círculo de Escritores de Venezuela

Fuente: Diario El Universal

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