Rodrigo Lares Bassa: Viento y tierra

«Estamos hechos de todo aquello que no regresa»

VIENTO Y TIERRA

Por Rodrigo Lares Baza

Las letras… perfectamente engranadas la hicieron volar a ese mundo que existe donde Los Ángeles vuelan, donde solo ellos habitan en eternas ensoñaciones, bailes sobre las nubes, reuniones donde se conversa sobre mentiras fantasiosas que solo Los Ángeles saben crear y que ellos entienden.

Pero estos ángeles conviven entre lo sublime y lo terrenal, por lo que además de entender esas letras juegan entre ellos en uno y otro plano, siempre en un perenne viaje por el placer de sus creaciones. Solo quien descubre la magia celestial de aglomerar las letras y crear realidades paralelas se convierte en Ángel.

En las siguientes líneas, algunos episodios angelicales:

VIENTO Y TIERRA

Ella era libre pero a veces lo recordaba y para evitarlo en su cabeza se justificaba diciendo «acariciar entre susurros lo aprendí del viento…» Aseguraba ser viento y, como ella, ninguna: libre, fugaz, traviesa. Pertinaz en su idea de no ser otro elemento; él, tierra, de idea fija, parsimonioso, de echar raíces. La última vez que se vieron, con su tranquilidad característica le dijo al oído mientras ella lo escuchó con su revoloteo natural: «entre estos puntos suspensivos en que nos quedaremos, te seguiré guardando otra historia.»

Pasaron los años y su brisa anduvo caminos, unos áridos, otros frugales pero todos al ritmo de su antojo. Él, a distancia la seguía, en su espacio advertía hacia donde señalaba la veleta. Fue en una fiesta de disfraces en que coincidieron -así lo imaginó y escribió él en un papel:

Ella, inadvertida de su presencia bailó y rió sin alterarse. Él, de esmoquin y antifaz, se aprovechó de su anonimato para observarla. Ella, delgada y con un tocado francés logró hacerse con la atención de los presentes. Avanzada la noche, él se acomodó al filo de la baranda de la escalera central que se abría en dos hacia el gran salón del Palacio y desde la discreta distancia que le permitía aquel lugar, el secretismo que le regalaban los disfraces y aunado al tiempo sin verse, se dedicó a apreciarla, oteándola al punto de darle rienda suelta a la imaginación. Así, la imaginó en sus brazos mientras le decía cuánto la había observado durante la fiesta y todo lo que la pensó mientras ella recorría el mundo como un ángel que hacía brisas color azafrán tras su pasar.

– «Y esa noche sólo quería mirarte sin más ruido que el tiempo, hipnotizado por el elocuente contorneo de tus caderas y risas «le diría mirándola a los ojos.

– «Te quiero, como tantas cosas que no tienen solución», le respondería con el fuego en sus pupilas, sin dejarle respirar, insistiría: «nos dimos un espacio y creamos un universo.»

No pudo sino esperar a tomar aire, bocanadas, para asimilar lo oído. Estaban jugando a ese juego tan de ellos que tanto los animaba, el de las palabras. Su mano recorrió con delicadeza la piel de su rostro, mientras le dijo: «Tienes esa bonita costumbre de ir por la vida dejando sonrisas. Me miras, y callan hasta las letras que danzan por mi mente.»

Ella, disfrutando de su poderío, sonreída le respondió: «somos las mentiras que por piedad decidimos también creernos.»

Cerró sus ojos, apretando un tanto sus párpados y como quien ve la realidad clarecer, se refugió en sus pensamientos, confesándose ante ella, pero en sus adentros:»El cielo escondió todos sus sueños en tus ojos». Inmediatamente dijo: «Por suerte la noche sabe bien dónde y cómo abrazar.»

Volvió al terreno de la fiesta, abajo la vio beber de su copa, cómo sus labios besaban aquél líquido burbujeante. Su vestido inmenso y de colores pálidos la hacían contrastar con los opacos de la decoración festiva. Los mesoneros iban y venían ofreciendo canapés y bebidas. La música de cámara inundaba todo el ambiente. Sorbió su copa de espumante y mantuvo la vista en ella.

– «A veces, se me antoja volver para aquietarte el mundo» le dijo mientras ella intermitentemente le acariciaba las manos y entrelazaba sus dedos con los de él.

– «Padezco de canciones agrietadas, de recuerdos disonantes, de procesión de sueños e ilusiones que crecen en invierno» le dijo para recordarle que ella era viento y él tierra, pero al tiempo pensó, y se lo guardó: «Él es todos los atajos hacia mi felicidad. Cuando estoy lejos de tí, brisando, hace un frío muy intenso, tan parecido a la distancia.»

Era consciente de la rebeldía de ella, y eso le atraía. «Lo ideal sería que los fuegos del amor dejaran cenizas de amistad» le respondió en tono aniquilado. Ella, con una sonrisa de vencedora le dijo en tono victorioso: «Todo es relativo querido, depende de la perspectiva: cuando una nube llora, los jardines ríen.»

De pronto el sonido del piano lo expulsó de su abstracción, las notas musicales inundaron todos los rincones del salón logrando animar a todos los presentes, comenzaron a moverse numerosos tacones por doquier. Rápidamente buscó reencontrarse con su dialogo mental y entre miradas a la muchedumbre la reencontró; ésta vez, sus ojos lo miraban fijamente. Él quedó helado. Sintió como su mirada acariciaba todo su ser con una ventisca, sintió escalofríos y siguió el impulso de separarse de la baranda e iniciar el descenso hacia el encuentro. Mientras él bajaba cada escalón no dejó de mirarla, advirtiendo cómo ella comenzó a caminar hacia él: en cada taconeo suyo, en cada avance mantenía su mirada fija en él. Era el momento decisivo de su juego, ella, en su acercamiento iba armándose en sus habilidades, sabía de su sensualidad y procuraba exponerla tras su camino para irlo desarmando, sabía que su dulce sonrisa lo hacía relajarse más y más, hasta sentirse impávido. Y así lo intentó.

Cuando ella se le puso al frente, él, aparentemente protegido por su disfraz, disparó primero con una frase introductoria al duelo verbal y de gestos al que se enfrentaban: «Hay que tocar fondo para aprender a sentir la música, así te vi venir, así me hiciste sentir, porque es por culpa de la música que yo no dejo de quererte.» Ella sonrió muy discretamente, tan sólo ella lo supo al sentir cómo sus comisuras por acto reflejo se alzaron, aceptó en sus pensamiento que aquella entrada al dialogo fue magnifica y que él la había hecho touché en un solo movimiento. El escalofrío la hizo estremecerse pero si bien la había tomado por sorpresa, su orgullo no le permitiría decírselo y, sin más, se dejó llevar por el impulso y lo beso con tal dulzura que al separase lentamente aquellos labios, solo alcanzó a decirle: «Conocer a una persona y terminar conociéndose a uno mismo.» Él no dijo nada, sólo disfrutó el momento de saberse victorioso en el juego del amor y en sentir como aquél beso y aquellas palabras transformaron los escalofríos en energía.

«Soy viento y lo sabes», le dijo Hélène a Roderick, continuando su jugueteo personal. Él sonrió y le entregó el papel en el cual había escrito todo el encuentro imaginado: «Lo sé, eres viento. Hay que soltar la tempestad, para aprender a tocar la calma. Recuerda que los brazos correctos son los que te transforman en máquinas del tiempo.»Ella aniquilada en el juego y ahora en la realidad dejó a un lado su orgullo: «Me faltas hasta en las palabras. Si supieras el terremoto que desatas en mi corazón al verte llegar te pondrías cascabeles en las alas. Recuerda que somos ángeles.»

Se miraron fijamente, sonrieron y él dijo: «Estamos hechos de todo aquello que no regresa.» Entonces la pareja se acercó a la pista e inició el baile al compás de las notas del vals…

*Rodrigo Lares Bassa

Narrador y ensayista venezolano. Libros publicados: Hombres de café. Vals de los ángeles sin alas

Abogado por la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB, 1999). Tiene Diploma de Estudios Avanzados (DEA-2006) del Doctorado en Derecho Administrativo de la Universidad Complutense de Madrid; Master en Dirección de Empresas (MBA-2003) del Instituto de Empresa de Madrid y un Master en Derecho de las Telecomunicaciones (MDTE – 2002) por la Universidad Pontificia Comillas de Madrid.Ha impartido la docencia en varias Universidades venezolanas de prestigio

Es autor de obras biográficas y literarias; de ensayos y de trabajos de carácter científico-jurídico. Es Miembro del Círculo de Escritores de Venezuela

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