José Pulido: Conversatorio sobre novela negra

Lo que me ha fascinado de la novela negra es el arte de escribir que alcanzaron sus autores más emblemáticos. Ese arte crea una atmósfera visual y transmite los silencios, las soledades, las desesperanzas, los sentimientos y pensamientos que se dan en lo cotidiano. Pero también ejerce el humorismo como irónico escudo frente a cualquier tragedia.

Esa atmósfera y esas características de la novela negra, no son de su exclusividad: también resaltan en los cuadros de Edward Hopper, por ejemplo. No me he cansado de admirar esa obra de Hopper que muestra la barra de un bar donde sólo hibernan tres parroquianos: dos hombres oscurecidos por el morbo de lo íngrimo y una mujer vestida de rojo que parece no encontrarse a si misma. Por su parte, el cantinero quizás dice algo o asume la conformidad de lavar unos vasos.

Es la inquietante realidad sin misericordia que se cuela en los cuentos de Carver o en las descripciones abruptas de Bukowski. Es la transparencia preciosa y estremecedora que envuelve la poesía de William Carlos Williams.

En la novela negra se analizan y se aclaran misterios y crímenes, aunque en pocas ocasiones los personajes se muestran conmovidos por el dolor ajeno. Es más un campo de batalla por la recuperación de algún rasgo moral que un escenario para practicar la misericordia. Las víctimas podrían exigir justicia o venganza en un capítulo cualquiera. Pero nunca pedirán compañía en el dolor ni solidaridad con su padecimiento.
Quizás tengamos allí un buen ángulo para generar en Venezuela una novela negra propia, que alerte sobre la insensibilidad ante el negocio y el mercado de la muerte.
La novela negra venezolana puede comenzar a abordar esa circunstancia terrible que sacude a la sociedad: hemos creado una multitud de asesinos que matan por el gusto de hacerlo. Porque no hay consecuencias aparentes. Porque los demás no importan.

Yo, que nací y crecí en la pobreza y me mantengo fiel a ella porque la lotería me desprecia, he constatado con gran desconsuelo que el venezolano de todas las clases sociales se ha vuelto maluco, se ha dañado hasta el tuétano por la búsqueda del dinero mal habido. La inmoralidad y la falta de escrúpulos es total.
Y ello, por supuesto, se debe a que en nuestro país no se puede conseguir nada, ni paz ni satisfacciones con el trabajo asalariado y honesto, aparte de una sobrevivencia miserable. Y la impunidad complementa el panorama. Esa situación ennegrecerá nuestra novela y enriquecerá los anales del crimen: tendremos los criminales más visibles, ensangrentados y poderosos del universo. Podremos exportar algo más que petróleo totalizante y muchachas talladas con bisturí.

Lo cierto es que tenemos todas las condiciones para escribir una novela negra trascendente o por lo menos interesante. La afortunada y voluntariosa iniciativa de Ediciones B abre esa posibilidad.
En Venezuela el delito es casi folclórico. Aparte de todos los delitos que pueda imaginarse la mente más fantasiosa, hemos afinado un abanico de opciones para acabar con vidas y haciendas, tan enfermizas como el susodicho homicidio.

Se golpean y se violan mujeres y niños a domicilio. Se han visto constantes violaciones de abuelas de ochenta años y acribillamientos de niños dentro del vientre de la madre. Hay temas, claro que los hay. La mujer, permanentemente subastada y denigrada; la mujer, sobre cuya cabeza flota una nube de furia que se descarga en cualquier momento y en cualquier lugar de la sociedad.

Todo lo que podría parecer horror sacado de la ficción, lo tenemos en la realidad.

Pueden transformarse en novelas las incesantes acciones dirigidas contra la dignidad humana porque son crímenes que no se toman en cuenta. Es homicida el que explota; el que coarta libertades; es homicida el que vende armas y el que las compra; es un criminal todo aquel que tuerce el rumbo moral de una institución, de una familia o de una nación con actos de corrupción o de barbarie.

Hannah Arendt escribió: …el mundo no es humano por haber sido hecho por hombres, y no se vuelve humano porque en él resuene la voz humana, sino solamente cuando llega a ser objeto de diálogo. Por muy intensamente que las cosas del mundo nos afecten, por muy profundamente que puedan emocionarnos y estimularnos, no se hacen humanas para nosotros más que en el momento en que podemos debatirlas con nuestros semejantes. Todo lo que no puede llegar a ser objeto de diálogo puede muy bien ser sublime, horrible o misterioso, incluso encontrar voz humana a través de la cual resonar en el mundo, pero no es verdaderamente humano. Humanizamos lo que pasa en el mundo y en nosotros al hablar y, con ese hablar, aprendemos a ser humanos”.

La literatura siempre ha podido establecer un diálogo silencioso y profundo. Es una maravilla que podamos fundir dos pensamientos y dos ríos del sentir: el escritor y el lector. Siempre presumo que me he quedado a solas con Homero, con Kafka o con Jesús de Nazareth, hasta que suenan los disparos o gimen las sirenas y la ciudad, nuestra madre karmática, interviene con su crudeza en el asunto.

José Pulido
Poeta, ensayista y editor
Miembro del Consejo Consultivo del Círculo de Escritores de Venezuela

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