Lidia Salas: Construyendo un sueño

Por Lidia Salas

Bajo la sombra de todos los que han elevado sus palabras para exigir igualdad, justicia y felicidad para sus conciudadanos, escribo estos párrafos. Aún perdura la emoción de haber compartido la energía de miles y miles de personas, quienes alegres y decididos marchamos por calles y avenidas de Caracas, para dar testimonio de nuestro inequívoco deseo de cambiar el actual régimen. Y de cambiarlo en paz, mediante uno de los instrumentos más valioso de la democracia, a través del voto.

Durante largos 14 años hemos sufrido el envilecimiento del lenguaje de quien gobierna. Por horas y horas y en cadena nacional, quien debía ser el presidente de todos los venezolanos, se dio a la tarea de humillar, excluir y amedrentar de manera soez, a quienes no estábamos dispuestos a acompañarlo en su intento vanidoso de convertirse en líder intergaláctico. Como una muralla de odio, erigió el discurso que dividió a la gran familia venezolana. Fantasioso intento de cubrir con el eco de su verborrea, la incapacidad, la corrupción, la mediocridad y el desgobierno. Exacerbó el resentimiento, el odio y la división de clases. Aunado esto último, con la ausencia de una educación para la paz y la más vergonzosa impunidad convirtió nuestras ciudades en las más violentas del hemisferio.

Se podría escribir todo un memorial de agravios, sufridos por los habitantes de esta patria buena. En lo económico, arruinó nuestro signo monetario hasta convertir la inflación de este país en una de las más altas de América y del mundo; destruyó las industrias básicas del hierro y del aluminio, otrora, ejemplos de desarrollo y de riqueza. Arrasó con la agricultura, la ganadería. Desaparecieron los cultivos de café, granos, cereales, oleaginosas, frutas y legumbres. La importación, el gran negocio de los amigos del régimen, facilitó la compra de alimento a punto de vencerse, para dejarlo podrir en las bodegas de los puertos. Todavía no se conocen los autores de este crimen. Olvidó que el mantenimiento de plantas eléctricas y refinerías era importante para la seguridad misma. Amuay es una tragedia que no debió ocurrir. Las autopistas, carreteras, calles y puentes muestran el desinterés del gobierno por la calidad de vida que merecemos los ciudadanos.

Expropió desde ricas empresas hasta modestos estacionamiento sin pagar lo justo, arruinando a familias enteras, condenándolas a la miseria y al dolor. La mayoría de estos proyectos expropiados fracasaron estrepitosamente.

En lo político, convirtió la democracia en una dictadura con elecciones. Su pasión por el poder lo hizo centralizar todo bajo las ineptas manos de sus compañeros de partido. Finiquitó la independencia de poderes. El ejecutivo hizo el trabajo de legisladores y jueces. Las infames declaraciones de sus ex cómplices, testimonian cómo ordenaba prisión y años de condena para quienes él consideraba sus enemigos. Nadie pisoteó con tanta furia las leyes de nuestra constitución como los integrantes de este régimen. ¿Existirá otro país dónde los pranes (delincuentes presos) dirijan las cárceles y ordenen secuestros y homicidios desde sus computadoras y celulares?

Internacionalmente, aisló a Venezuela de sus socios comerciales naturales. La separó del Pacto Andino y del Grupo de los Tres, para entrar por la puerta trasera al Mercosur. Buscó aliados entre los tíranos más despreciables del planeta y brindó refugio a la narco guerrilla colombiana. A pesar de vociferar sobre la soberanía y el antiimperialismo, entregó importantes sectores de la administración civil y militar a Cuba, el único país que había intentado contra nuestra integridad. Utilizó el dinero del presupuesto nacional para pagar adeptos y seguidores nacionales e internacionales. Así se invirtieron las inconmensurables riquezas de la bonanza petrolera.

En lo social, orquestó bajo el nombre de “misiones” una ayuda a los más necesitados. La verdadera finalidad era el empobrecimiento de los venezolanos para comprar conciencias y votos a través de la dependencia económica. Los índices de miseria de hace 14 años han aumentado por la ausencia de proyectos de vivienda, de salud, de educación y de empleo sustentables a través del tiempo. Los rudimentarios edificios que se construyen actualmente a la carrera, sin ningún respeto a las normas de la urbe, expresan el desprecio hacia la calidad de vida de los caraqueños. Quienes perdieron sus viviendas por las lluvias y las catástrofes naturales o como consecuencia de erradas políticas en fábricas de armamentos o refinerías, han sido olvidados a su suerte en oficinas, estadios, escuelas o moteles.

Algunos llevan más de 5 años esperando por la vivienda prometida. Este país de grandes riquezas, está en deuda con los más débiles, con los más vulnerables, con los más humildes. Solo cuando comprendamos que es obligatorio dignificar los cinturones de miseria que asfixian a pueblos y ciudades, a todo lo ancho y largo de nuestro territorio, habremos iniciado el verdadero camino de la justicia social y de la paz verdadera.

Pero después de varias derrotas, la inmensa mayoría de la población, encontró las sendas de la unión y del candidato único. Un hombre joven, exitoso, que tiene resultados visibles de buena gestión y de sensibilidad social, en una fulgurante carrera política sin derrota alguna. Un hombre de fe, descendiente como muchos venezolanos, de inmigrantes trabajadores, venidos a esta tierra de gracia, huyendo de la guerra y del fascismo. Un hombre que de acuerdo a la conmovedora crónica del poeta Leonardo Padrón, se entrega a la muchedumbre que lo sigue por pueblos y ciudades para juntos encontrar el camino que nos devuelva a la ruta perdida en mala hora hace 14 años. Un joven que se arrodilla ante el Cristo de La Grita y le pide con la cabeza inclinada del creyente, luz y sabiduría para reconstruir un sueño. El sueño de la comarca rica en plantíos y en ganado, con trabajo digno para todos, Pleno de hermanos que trabajen unidos por el desarrollo y la riqueza nacional. El sueño de un pueblo que valore a sus poetas y escritores, a sus pintores y artistas, a sus músicos y maestros, a los medios de comunicación respetuosos y veraces. El sueño de un país donde la educación, sea el instrumento del cambio. Donde la excelencia guíe a los docentes en colegios y universidades para que la ciencia y la investigación vuelvan a establecer la motivación en el logro de los objetivos mejores. El sueño de ciudades iluminadas y seguras, con medios de transporte cómodos y puntuales, con parques y niños correteando detrás de las burbujas de jabón. El sueño de un pueblo que desea caminar unido, porque hay un camino. Un camino hacia el progreso, el desarrollo y el futuro.

Caracas, 2 de Octubre del 2012
Lidia Salas.
Poeta / Ensayista

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *