EL COMPROMISO DEL ESCRITOR, ENSAYO DE ILDEMARO TORRES

Charla dictada por Ildemaro Torres

Hablar del compromiso de un escritor precisamente en la casa de José Ignacio Cabrujas, en este espacio que lleva el nombre de él, de quien siempre fue por definición un escritor comprometido a conciencia, viene a ser en sí mismo un honroso cuan difícil reto y algo que me conmueve profundamente.
Estoy muy agradecido al Círculo de Escritores por la deferencia implícita en la gentil invitación a esta charla de hoy, e igualmente agradecido a Cultura Chacao y a todos los presentes por tan grata y estimulante compañía.

SON MUCHAS LAS PREGUNTAS A UNO MISMO Y ES SERIA
LA AUTODEMANDA DE RESPUESTAS CONVINCENTES
A la definición de la condición de escritor y qué lleva a serlo, habría que agregar las características que así lo definen, expresar cómo encarar ese ejercicio en términos de normas, costumbres, gustos e ideas básicas, y cualesquiera sean las respuestas se espera en principio como rasgo distintivo un responsable sentido crítico con la obra ajena y sobre todo con la propia, apego a altos valores éticos, una actitud digna ante el devenir político y ser fiel a la pertenencia a un continente, un país, una sociedad, una tradición y una historia.
Comienzo con la confesión del viejo deseo de precisar una definición. Cierto que he publicado varios libros, que durante años he sido articulista de distintos diarios, y que al paso del tiempo he participado como invitado en seminarios, foros y conferencias; pero cuando en las presentaciones que acompañan tales desempeños se alude a mí como escritor, me siento como usurpando un título que pienso debe estar reservado a quienes dedican de lleno la vida al hecho extraordinario de escribir; a personas cuya respiración y cuyos latidos existenciales determinan y a la vez derivan de esa dedicación, y porque además siempre recuerdo lo dicho por Rilke en su carta a un joven poeta.
Pero sucede que cuando escribo lo hago poniendo en lo que digo cuanto creo que debo decir, y bendigo esa posibilidad de volcar en una página lo que pienso y lo que siento, aspirando a tener los lectores a los cuales aspira quien quiera que responda al deseo íntimo de comunicarse; allí y entonces me es palpable lo mucho que me significa ese acto vital de escribir.
Pensando en factores determinantes del deseo de escribir, puede entenderse la escritura desde algo tan sencillo como respuesta a soplos de inspiración, y con la idea de que se trata igualmente de un oficio que demanda la consecuencia y la conciencia de responder a una exigencia concreta. En encuestas a propósito de la pregunta de qué lleva a alguien a escribir, para qué y para quién, la mayoría de las personas consultadas lo atribuye a un deseo de comunicación; y en cuanto a las opciones ante la diversidad de géneros, lo respondido suele depender de los conceptos que maneje en materia literaria quien responde y de sus inclinaciones al respecto.
Hay quien hace de la escritura un hábito y quien incluso tiene un horario preferido para escribir; por ejemplo, García Márquez lo hace diariamente de las 6 de la mañana hasta mediodía.
Algunos autores de reconocido rigor autocrítico, envían notas y páginas al cesto, a semejanza del tratamiento dado por Picasso a muchos de sus dibujos. Eugenio Montejo en un taller de poesía que dictara nos habló de Antonio Machado, y nos contó cómo alguien que alquiló y llegó a vivir en una habitación ocupada antes que él por el célebre poeta, revisándola y arreglando los muebles encontró en una gaveta numerosos manuscritos y páginas sueltas de aquel; reunió todo respetuosa y cuidadosamente, y fue a la Universidad a su búsqueda para entregárselos en persona, lo cual hizo. Machado los revisó al tiempo que agradecía el gesto de habérselos llevado, y al descartarlos hizo con afecto este comentario: “Son las virutas de mi carpintería”. Y una importante lección de Jorge Luis Borges a quien escriba, es la de la necesidad y el deber de leer; y muchas veces hacía una exaltación más entusiasta de lo que había leído, que de lo escrito por él.
Al definir lo que entiendo como Compromiso, lo siento referido a una diversidad de campos y aspectos, todos de significativa importancia: Humano, educativo, social, político, cultural (literario)
Otras confesiones: Deseos de escribir ficción, y envidia del poder de síntesis que poseen o alcanzan algunos poetas. En razón de mi envidia a dicha capacidad, una inolvidable lección recibida fue la demostración por Neruda en forma clara e inapelable, de la diferencia entre cómo dice algo un gran poeta y el montón de páginas que los demás necesitamos llenar y hasta estropear en el intento de decirlo y sin al final lograrlo. Ese hecho lo ilustra el bello recuerdo compartido con José Ignacio Cabrujas de haber visto juntos a Paul Robeson cantando en una plaza pública de Viena, a continuación de lo cual y todo emoción quise escribir festejando ese extraordinario acontecimiento, y tras borronear muchas cuartillas fracasado desistí de tal empeño; contribuyó a ello que cayó en mis manos una oda dedicada por Neruda al célebre intérprete, acerca del cual decía en sólo tres versos: “Porque tú cantas / saben que existe el mar/ y que el mar canta”.
¿Qué puede haber mejor que comenzar un día con una novedad que responde en positivo a una aspiración sentida profundamente y por años? Tal sucedió en la mañana del jueves 7 de octubre, al difundirse la información de haberle sido otorgado en Suecia a Mario Vargas Llosa, el Premio Nobel de Literatura correspondiente al año 2010. Fue palpable que el júbilo despertado y puesto a volar por ese veredicto recorrió el mundo, en el que tuvo además un clamoroso eco.
Una y otra vez hemos hecho un recuento de su obra, de sus relatos que han tomado posesión de nuestra imaginación y nuestros pensamientos, hasta hacernos sentir por admiración e identificación con ellos que nos pertenecen cual parte integral de nosotros mismos.
No es que América Latina habrá de interesarse ahora en él por el premio recibido, sino que este continente tiene a orgullo haber estado siempre en la mente y la preocupación de este gran escritor. Nos conoce por haber estudiado a fondo nuestro pasado, por haber vivido y vivir cada detalle trascendente de la historia en presente, pero también por la agudeza intelectual y la cultura en que descansan sus análisis prospectivos, que le han permitido hacer descripciones anticipadas de nuestros respectivos destinos nacionales.
A decir de Andrés Mariño Palacio: “Erenburg, Barbusse, Aragón, Neruda, en un aspecto; Mann, Hesse, Huxley y Mallea, en otro, son pruebas irrefutables de que la fidelidad del escritor a su ideal político o a un ideal de cultura nunca merman la substancia vital de sus obras; al contrario, les confiere una vertical estatura moral” A su vez Rosa Montero ha tenido el acierto de afirmar que: “Lectores y escritores (que a su vez también son lectores) formamos una larga cadena a través del tiempo y del espacio, y nos vamos pasando de mano en mano esas pequeñas llamas temblorosas que al final terminan iluminando el mundo. Leer y escribir son actos de reafirmación de la vida”.

La palabra dicha y escrita. Es grande el placer de leerlas por su propio significado, como también cuando traducen la esencia de un texto en términos de cultura y profundidad de reflexiones; que es lo que sucede al leer, por ejemplo, a Freud, Alexander Lowen, Wilhelm Reich, Elías Canetti, Marguerite Yourcenar, de erudición perceptible pero no lanzada por ellos sobre el lector; autores de quienes uno se siente agradecido, porque a la conciencia de aprender leyéndolos se suma el enorme goce de leer su prosa culta, y es que además de amar la escritura como tal, tenemos palabras que en particular amamos.
José Balza creó en la Dirección de Cultura de la UCV, cuando dirigía el Departamento de Publicaciones, un programa de televisión en el cual entrevistaba a nuestros escritores más relevantes a propósito de la relación de ellos con las palabras y con la página en blanco que los aguarda; lo más revelador resultó ser lo referente a la reacción de cada uno ante esa superficie inmaculada, entendida por ellos ¿como desafío?, ¿compromiso?, ¿invitación?, ¿razón de preocupación? ¿o de goce?
Hay la fascinación del paso de lo abstracto, de las ideas, a la palabra como realidad gráfica; del cambio de aspecto del texto escrito a mano, o a máquina tipográfica o en computadora, a una página impresa como periódico o libro. Asistir a esa aventura y participar de ella me produce un enorme placer.
He estado vinculado a la escritura y al dibujo como dos formas de expresión queridas y entrañablemente sentidas. Palabras e ilustraciones, me consta que son muchos y felices los ejemplos de conjunción de ambas, y que son dignos de celebración los numerosos productos de esa simbiosis.
Hubo una época en la que el diseño aparecía integrado al propio poema, cual novedosa forma estructural. También se dio una valoración de las letras en sí mismas como símbolos gráficos. Y conocimos juegos de mayúsculas y minúsculas en la composición de obras de arte abstracto y geométrico. Recordemos al poeta surrealista Tristán Tzara y su escuela dadaísta. El lenguaje gráfico puede ir de lo obvio y elemental a lo elaborado, como en la escritura de lo banal a lo trascendente; de ideas primarias a la creación de alta jerarquía.
Aquiles Nazoa en su Historia de la Música contada por un Oyente, narra el camino recorrido por ella y su evolución como parte fundamental de la presencia humana en este planeta. Considera que no todas las creaciones del hombre facilitan un discernimiento para explicarlas, así la creación musical, que lo lleva a preguntarse ¿Por qué hace música el hombre? ¿Qué necesidades o qué emociones lo impulsaron a manifestarse en la expresión musical? ¿De qué parte o de cuál mecanismo de su ser le sale al hombre la música?
Nos cuenta el mismo poeta que la música, en sus orígenes, se asocia a la necesidad de comu¬nicación entre los seres humanos, y en tal sentido es seguramente ante¬rior a la palabra; además de que a la vez que inventaba la música, el hombre se descubrió a sí mismo como el primero de sus instrumentos musicales.

¿Qué estás leyendo? Es una pregunta frecuente entre amigos, contertulios en una mesa de café, o parejas en medio de un naciente romance; y la respuesta, como festivo inicio de gratas conversaciones, va del título de una novela a la mención de su autor, y si es bueno y conocido, a la mención de otras obras suyas ya leídas. La novela como género siempre ha tenido consecuentes seguidores, dados fielmente a su búsqueda y degustación.
José Balza, en entrevista publicada en El Nacional hace un año, consultado si podía reconocer talentos en la generación de autores contemporáneos, comenzó por aclarar que “Hablar de contemporáneos no significa referirse a una década sino, por lo menos, a 50 años”, y citó como ejemplos la poesía de Guillermo Sucre o la de Luis García Morales, las novelas de Carlos Noguera, Vagas desapariciones de Ana Teresa Torres y La otra isla de Francisco Suniaga, el trabajo de Rubi Guerra o de Rafael Arráiz, los libros de Krina Ber y Silda Cordoliani, los ensayos de Tomás Straka e Inés Quintero, la obra de Octavio Armand, “y de tantos otros.”
Asimismo en número reciente de la revista Pulso Médico, del Centro Médico de Caracas, el Dr. Ricardo Tobío Martell señala que “Es reconfortante que en la Venezuela de estos tiempos, tan fragmentada, tan ideologizada, encontremos un grupo de escritores de tanta calidad y oficio, y tan alejados del poder. Nombres como Alberto Barrera Tyszka, Oscar Marcano, Eduardo Liendo, Francisco Suniaga, Federico Vegas, Ana Teresa Torres, Fedosy Santaella, Victoria De Stefano, Inés Quintero, están en las manos de más y más lectores todos los días”.
El crítico Roberto J. Lovera De-Sola en la revista Conciencia Activa (N°21) llama la atención en relación con “un hecho literario que está sucediendo entre nosotros”; y es que dentro del panorama creador del país, también están apareciendo algunos escritores que han empezado a publicar sus obras a una edad de madurez plena. Y a comienzos del 2010 Miguel Gomes comentó en Papel Literario que “Tal vez los mejores retratos de la estructura de sentimiento con que se organiza la vida venezolana de los últimos tiempos los están ofreciendo sus narradores.”
Hemos sido afortunados de ser acompañados y muchas veces guiados por la visión inteligente y el buen decir de creadores como Adriano González León, Orlando Araujo, o Salvador Garmendia; y celebramos tener a nuestra Elisa Lerner, con su magnífica obra y su disposición a trazar caminos nuevos y luminosos. En un artículo de 1990, el escritor Arturo Uslar Pietri señaló que la novela: “De sus antiguas fronteras de ficción narrativa lineal, ha pasado a saltar muchas vallas, a incorporarse lo que parecía propio de otros géneros”, por lo cual él considera que “es el género más abierto, universal y vario que la literatura haya conocido” y que en verdad, “ha dejado de ser un género para convertirse en un lenguaje, en un medio de expresión, y casi en otra dimensión de lo humano.”

En lo personal oí hablar de exterminio, sacrificios y holocausto, por primera vez, en el liceo, cuando comenzamos en las clases de latín y raíces griegas a adentrarnos en el significado de las palabras; años después me reencontré con tales términos, en un contexto en el que calificaban experiencias padecidas por determinados pueblos. Junto al imborrable recuerdo de los incendios de librerías por las huestes hitlerianas a nombre de la supuesta superioridad de una raza, persiste aparejado en la memoria el desplante del presidente Lyndon B. Johnson a partir de su odio político y del convencimiento de su superioridad militar, de que reduciría a Vietnam a la Edad de Piedra. En Irán un ayatolá condenó a muerte a un escritor por considerar que una novela de éste «no reconoce que el Islam es la única religión verdadera en el mundo», y eso bastó para lanzar a millones de personas igualmente fanatizadas, a la caza de dicho autor para matarlo por blasfemo.
Da la impresión de que de repente dejara de importar cuánto ha hecho y avanzado el hombre en sus conocimientos humanísticos y científicos, y cuán lejos ha llegado en ejercicio de su imaginación, si a tan pocos años de haber comenzado a vivir un nuevo milenio se dispone de tales evidencias del poder del terrorismo, con lo que parecemos negar la observación de Bronowski de que representamos «el único experimento de la naturaleza con el cual comprobar que la inteligencia racional es más valiosa que la refleja».
Rosa Montero publicó en El País, el 30/5/2006, un extraordinario texto del cual copio este fragmento. Dijo: “Menos mal que, además de guerras y de hambrunas, además de criminales y fanáticos, existen también libros en el mundo”. Asimismo recordó a John Clyn, monje irlandés que en 1348, durante la Gran Peste, vio morir a todos sus hermanos de congregación, pero antes de caer él mismo víctima de la enfermedad, escribió el relato de lo sucedido, y cuenta Montero que él “dejó al final espacio en blanco en su pergamino para que otras manos pudieran continuar su trabajo”; también recuerda a Anna Frank, de quien dice que “con similar empuje, escribía su diario frente a ese otro Apocalipsis provocado por Hitler”, para concluir con que “de algún modo Clyn y Anna vencieron a la peste y a los nazis”, y “Cada vez que leemos sus textos o les recordamos, encendemos una vela contra la oscuridad”.

Años atrás, en texto leído en el Ateneo de Caracas me permití este comentario: Cuando se plantean “Los desafíos de la literatura ante la realidad latinoamericana”, se infiere una toma de posición por parte de los escritores, y ello se define en términos de compromiso o de indiferencia. La conciencia del compromiso puede ser teórica o vivencial; a este último caso se ha llegado entre nosotros a través –por ejemplo- de crueles dictaduras militares. Los escritores se ven afectados en unos casos por medidas de franco ensañamiento, y en otros por una suerte de operación de seducción que les aplica el sistema por vía de halagarles la vanidad y con un propósito específico de neutralización.
En Venezuela las evidencias permiten concluir que este es un Gobierno al cual la cultura no le es importante, y que es ajeno a apreciar y respetar el valor social de los intelectuales, creadores y artistas. Cuando los regímenes totalitarios perciben que la cultura no es un elemento decorativo y de mera distracción como les gustaría que fuera, sino que tiene una vigencia esclarecedora, le lanzan el típico asalto fascista y sobrevienen en tropel todas las expresiones del más primitivo hostigamiento al quehacer cultural.
Hemos asistido a la aplicación de medidas tales como el desmantelamiento de instituciones, la eliminación de talleres y escuelas, la cancelación de proyectos y la suspensión de subsidios a grupos artísticos. Como expresión del deterioro de la educación, un elevado número de bachilleres egresa sin conocer siquiera los rudimentos de una cultura básica, sin haber sido ni medianamente sensibilizados para la práctica o la degustación de las distintas manifestaciones artísticas.
El escritor latinoamericano de hoy enfrenta la certeza de que ya nadie está exento de riesgos ni goza de seguridad, el poeta o el pintor, el cantante popular o el novelista, porque a los ojos de la barbarie los creadores no conforman un núcleo humano a ser reconocido y respetado en su integridad, garantizadamente ileso; ni siquiera la fama sirve como escudo, e incluso llega a ser un riesgo adicional. Y observa Mario Benedetti que “Los países latinoamericanos en los que más duras medidas han sido tomadas contra la cultura, son precisamente aquellos donde esa misma cultura, por su desarrollo progresivo, por su labor suasoria, por su dimensión masiva, había ido adquiriendo una función de esclarecimiento ideológico y de movilización política”. El presente de América Latina pone igualmente ante el autor, un lector que es diferente en cuanto a que rechaza la condición tradicional de marginal de la literatura y se percibe a sí mismo como tema, con derecho a una participación activa.
En un agudo comentario al respecto Jorge Luis Borges señaló hace unos cuantos años lo siguiente: “Las dictaduras fomentan la opresión, las dictaduras fomentan el servilismo, las dictaduras fomentan la crueldad. Más abominable es el hecho de que fomentan la idiotez. Botones que balbucean imperativos, efigies de líderes, vivas y mueras prefijados, muros exornados de nombres, ceremonias unánimes, la mera disciplina usurpando el lugar de la lucidez… Combatir esas tristes monotonías es uno de los muchos deberes de un escritor»
Javier Marías, en el discurso que pronunciara al serle otorgado el IX Premio Internacional de Novela “Rómulo Gallegos” (1995) formuló y contestó bellamente esta pregunta: “¿Por qué seguimos leyendo novelas y apreciándolas y tomándolas en serio y hasta premiándolas, en un mundo cada vez menos ingenuo? Parece cierto que el hombre tiene necesidad de algunas dosis de ficción, esto es, necesita lo imaginario además de lo acaecido y real”.
Y Angeles Mastretta al recibir dicho galardón, en su discurso de título “El mundo iluminado” dijo: “Considero un privilegio el oficio de escribir como lo hicieron tantas mujeres y tantos hombres a quienes sólo rigió el deseo de contar una historia para consolar o hacer felices a quienes se reconocen en ella. Aún menos certeros que los geólogos, más empeñados en la magia que los médicos, los escritores trabajamos para soñar con los otros, para mejorar nuestro destino, para vivir todas las vidas que no sería posible vivir siendo sólo nosotros.”

Charla de Ildemaro Torres
Sala Cabrujas, Caracas, domingo 27/3/2011
Por invitación del Círculo de Escritores de Venezuela

3 comentarios

  1. ME satisface muchísimo entrar en contacto con las palabras de Ildemaro Torres ya que no me fue posible asistir personalmente al evento. Sus ideas claras me hace sentir más comprometida como poeta y guardiana de nuestra lengua. Gracias Ildemaro. Trina Quiñones.

  2. Ciertamente la escritura es una herramienta enriquecedora del mundo, como una luz que solo podría acabarse con la extinción misma de nuestra raza y sin embargo, un Dios crearía otra capaz de razonar si es que nosotros ahora lo hacemos, cuan necesario es el escritor en un mundo donde las ideas cada vez son mas importantes y particularmente en un país como el nuestro donde pocos valoran la cultura porque no la conocen siquiera. Adelante escritores llenen este país de toneladas de ideas, levanten de la tumba al pensador critico y hagan de este mundo uno mejor para pensar.

  3. Este artículo del Dr. Ildemaro Torres, respecto del compromiso de escribir es, sin duda alguna, algo serio, algo que implica honestidad; pero por sobre todo, asunto que conlleva una dificultad en el deber cumplido y por cumplir de dicha actividad, cuando se asume como tal; precisa, además, un convecionalismo o acuerdo según la definición de la palabra.

    Por otro lado, esa dificultad está referida a la palabra «empeñada» de quien ejerce dicho oficio, y al acuerdo implícito, no cosensuado, de lector y escritor; pero que en la medida en que el escritor se hace del domino público ese convenio se estrecha más y más entrambos. Luego, entonces, surge el inestricable compromiso de complacer a su público a quien se debe, y, aquel será más fuerte dependiendo del género al que se adhiera el letrado y su seguidor. Mas; las ideas, jucios y opinones vertidas sobre el papel asumen un compromiso de Letra de Cambio, que puede tener en el prosista o poeta una «acción de regreso»: la palabra escrita no se la lleva el viento; es decir, se debe ser consecuente o perder la fidelidad de quien nos lea.

    Pero ese compromiso o convencionalismo entre escritor y lector no es una cábala; es decir, «no es una negociación secreta y artificiosa», es, más bien, un acuerdo o pacto interno del escritor consigo mismo, o, mejor; la necesidad de éste último de «gritar» y expresar su pensamiento, de comunicar aquello que lo agobia por dentro, su mensaje. De manera pues que ese compromiso, como tal, ya no es una carga, es, por sobre todo, una satisfacción de elevar en el tiempo un pensamiento noble producto de la pura razón o del esteticismo literario.

    Del mismo modo, y siguiendo con el tema del compromiso del escritor, afianzaré aquél tomando la palabra del egregio Borges, cuando expresó respecto del libro y el lector lo siguiente: «Cuando el lector da con el libro se produce el hecho estético»: he ahí, pues, la idea de ese convecionalismo, de esa simbiósis entre escritor y lector.

    El Dr. Ildemaro Torres, es, entonces, un «cirujano» de la palabra escrita; esto es, un hacedor, quiero decir, ‘hace una operación con las palabras’ a fin de inflarlas para que alcen vuelo; ara en un yermo papel y pone en cultivo las palabras para que, posteriormente, den el fruto apetecido: ese hecho estético de Borges, y eso es un compromiso.

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