Blanca Varela y su poema «Canto villano»

Por Alejo Urdaneta

Canto villano
y de pronto la vida
en mi plato de pobre
un magro trozo de celeste cerdo
aquí en mi plato

observarme
observarte
o matar una mosca sin malicia
aniquilar la luz
o hacerla

hacerla
como quien abre los ojos y elige
un cielo rebosante
en el plato vacío

rubens cebollas lágrimas
más rubens más cebollas
más lágrimas

tantas historias
negros indigeribles milagros
y la estrella de oriente

emparedada
y el hueso del amor
tan roído y tan duro
brillando en otro plato

este hambre propio
existe
es la gana del alma
que es el cuerpo

es la rosa de grasa
que envejece
en su cielo de carne

mea culpa ojo turbio
mea culpa negro bocado
mea culpa divina náusea

no hay otro aquí
en este plato vacío
sino yo
devorando mis ojos
y los tuyos

&

Bajo el título Canto villano (1986), la poeta peruana Blanca Valera recopiló su obra poética desde 1949 a 1983. Después de esa fecha produjo otros títulos: Concierto animal (1999) y la antología Donde todo termina abre las alas: poesía reunida 1949-2000 (2001). Pero me ha traído de la mano el poema que da título al poemario: Canto Villano, y a él me refiero en este breve ensayo. ¿Por qué ese calificativo a un poema, un canto? Noto que la poesía de Blanca Valera tiene el carácter que se define en este poema: lograr un efecto estético con el mínimo de recursos. Son confesiones hechas a solas, dirigidas a un ser invisible que la acompaña en la mesa de la vida. Las confesiones son falsas, nunca lo dicen todo ni expresan la verdad. Son arreglos del espíritu con la propia existencia. Y de su canto podemos decir que es también un acomodo brusco y rebelde. La palabra pretende ser confesión o el canto armonioso que se brinda como acto reflexivo, y sin embargo la poeta es consciente del encubrimiento del fondo del poema: una batalla perdida frente a la realidad que la palabra oculta. El poema ha sido compuesto con cierta parquedad y en forma entrecortada:

y la estrella de oriente
emparedada
y el hueso del amor
tan roído y tan duro
brillando en otro plato

este hambre propio
existe
es la gana del alma
que es el cuerpo

es la rosa de grasa
que envejece
en su cielo de carne

Entrecortadamente nace una tensión nunca resuelta entre experiencia e imaginación, entre el orden y el delirio. Esta poesía nos señala su camino de que la existencia es absurda y trivial. Quizás eso nos lleva a imaginarla bella y provista de sentido. Aunque vivamos rodeados de tristeza y miseria, cargados de aburrimiento, conservamos el impulso de alcanzar algo que colme ese deseo infinito. El escritor sudafricano J.M. Coetzee lo expresó con un seco lirismo en su novela: ‘En medio de ninguna parte’: «La primera condición de la vida: desear siempre. De otro modo, la vida dejaría de ser. Es uno de los principios de la vida: estar siempre sin colmarse. La plenitud no basta para colmar nada. Solamente las piedras no desean nada, aunque, ¿quién sabe? Tal vez en las piedras también haya agujeros que nunca hemos descubierto.» Ese existir sólo se revela al trasluz del lenguaje, porque las palabras nos dan un indicio de la vivencia que las origina, al mismo tiempo que la fijan como un intento por aproximarse a ella. El drama de su voz está en ese juego de precariedad e intensidad que la envuelve:

no hay otro aquí
en este plato vacío
sino yo
devorando mis ojos
y los tuyos.

«Lo cotidiano es lo más difícil de descubrir». Son palabras de Maurice Blanchot, dichas con la intención de que advirtamos que se trata de la oquedad, lo que retarda y retumba, esa vida residual con que llenamos nuestras miserias. No obstante ese vacío, hay en lo cotidiano y su trivialidad algo que tiene valor: Nos remite a la mera existencia como manifestación espontánea tal como la vivimos. Eso mismo ha expresado Blanca Valera en su poema.

También lo superficial tiene un sentido de profundidad. Puede apreciarse en la poesía de Blanca Valera la influencia del surrealismo dominante en la década de 1940; pero la poeta se ha negado a los experimentalismos y ha buscado la palabra en su significado comunicativo, como una incitación interior indomeñable. Tiene la tendencia a ordenar y dar a las cosas su lugar. En el caos que es la imaginación ella ejerce el dominio de un orden que dé permanencia a su vida. De otro modo caería en el delirio o la locura. La poeta peruana no finge un mundo feliz: ella lo ha percibido duro y hermoso en su aspereza, y su autenticidad es perseguir lo inalcanzable. Hay insatisfacción y una honesta inconformidad en su poema, en toda su poesía.

Advertimos la presencia de su mundo doméstico, expuesto sin patetismo o prédica fácil. El ‘agon’ griego como lucha está allí, pero en forma contenida, lúcida e intensa. En Canto villano se muestra al desnudo la inquietud y el malestar profundo de la vida concreta, material. Percibimos la constante sensación de ansiedad casi imposible de calmar, el espíritu acosado por la mentira, la falsedad y el engaño. ¿No será también su poesía una parte del absurdo que la poeta trata de conjurar? Octavio Paz escribió sobre el poemario Canto Villano:

«Blanca Varela es una poeta que no se complace con su canto. Con el instinto del verdadero poeta, sabe callarse a tiempo. Su poesía no explica ni razona. Tampoco es una confidencia. Es un signo, un conjuro frente, contra y hacia el mundo, una piedra negra tatuada por el fuego y la sal, el amor, el tiempo y la soledad. Y, también, una exploración de la propia conciencia».

&

Blanca Leonor Varela González (Lima, Perú, 10 de agosto de 1926 – † 12 de marzo de 2009) está considerada como una de las voces poéticas más importantes de la actualidad en América Latina.

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