En amena tertulia con Magaly Salazar Sanabria

Poemas en el silencio de lo eterno

Por Alvaro Pérez Capiello

La palabra está allí, aleteando, esperando, el carbón sobre el blanco del papel o el ánimo al ritmo del cursor de la computadora para que la celebremos con unos textos o poemas en el silencio de la eternidad. Si la escalera no pierde su pasión por la movilidad, nuestra voz interior siempre llegará a los peldaños de arriba.

Una tarde lluviosa, como tantas en esta Caracas que transita los últimos días de noviembre, nos acercamos a la casa de la poeta Magaly Salazar Sanabria. Allí, rodeados de libros, emprendimos un viaje a un territorio inexplorado y carente de balizas, un periplo que nos condujo al encuentro del ser interior de la mano de Lorca en Fuentevaqueros, Gabriela Mistral en Vicuña, y Pablo Neruda en Isla Negra.

—¿Escribes todos los días?

Todos los días asumo unos diálogos con Dios, con los libros, la música, la naturaleza, el cosmos, los seres humanos, los animales, el trabajo amoroso y anónimo que desarrollo por los otros, la casa, a la que le dispenso solicitudes de paz y sabrosura y la parte perversa de la cotidianidad: la calle, los trámites de esto o aquello, el tráfico, el insulto, la basura, las colas, la inseguridad, la violencia, la mediocridad. Varios asuntos me entretienen en un espacio que trasciende lo tóxico y que dinamiza una escritura «virtual» en mi memoria, pero que no me permiten escribir todo lo que yo quisiera. Tal vez, porque todavía no tenga mucha conciencia de si soy poeta o no. Pero en ese lugar, las diligencias espirituales de gente como yo, lejanas al mantuanismo, permanecen en vigilia.

—¿Consideras que Venezuela es un país de poetas?

Sí, de buenos poetas. Habría que estudiar mejor a grandes poetas y críticos como Guillermo Sucre, que establece un estudio de la poesía latinoamericana. Es en el análisis y en la conciencia crítica del lenguaje donde se establece la distinción entre los poetas. Son los poetas los que hacen posible una identidad, pero no como imitación de una imagen referencial. Grupos como «Viernes», dieron aliento a la modernidad, «Presente», «Suma», y «Contrapunto», de los años cuarenta. De los cincuenta, «Cantaclaro», en los sesenta, «Sardio», «Tabla Redonda», «El Techo de la Ballena». Más tarde, en los años 80, surgen «Tráfico» y «Guaire» y en 1989, «Quaterni Deni». En cada época, se han distinguido poetas como Andrés Bello, Pérez Bonalde, José Antonio Ramos Sucre, Enriqueta Arvelo Larriva, Vicente Gerbasi, Ramón Palomares, Elizabeth Shön, Ana Enriqueta Terán, Juan Liscano, Juan Sánchez Peláez, Alfredo Silva Estrada, Guillermo Sucre, Rafael Cadenas, Eugenio Montejo, Víctor Valera Mora, Luis Alberto Crespo, Gustavo Pereira y tantos valiosísimos, que olvido en este momento, sin perdón.

—¿Qué temáticas abordas en tu obra?

Contrariamente a lo que piensan algunos autores, que opinan que la obra de un poeta debe ser como un solo libro, creo, sin alardes, que uno debe obedecer sus voces interiores. «Lo importante no es el tema, sino la manera de tratarlo: el espíritu con que se contemple», dice Rafael Cadenas. Y eso es cierto. A los efectos, me importan algunas temáticas: De manera esencial, la libertad, como principio y fin de la condición humana.

—¿Qué libros han impactado tu sentir de manera especial?

Leí siendo una adolescente temprana, La importancia de vivir, de Lin Yu Tang, un libro de la casa de mi abuela, Los diálogos socráticos, de Platón, Don Quijote de la Mancha, de Cervantes, Cántico Espiritual, de San Juan de la Cruz, Primero sueño, de Sor Juana Inés de la Cruz, Los sueños, de Quevedo, Ulises, de Joyce, Una temporada en el infierno, de Rimbaud, Símbolos de transformación, de Jung, El despertar de la sensibilidad, de Khrisnamurti, La Divina Comedia, de Dante. Hay muchos libros que me han impactado pero la lista sería demasiado larga.

—¿El libro es un bien condenado a desaparecer?

Creo que la tecnología no debe asustarnos porque ella ha activado al mundo, se ha tornado imprescindible y ha originado nuevas funciones, nuevos nombres y nuevos espacios. Al poeta, al escritor, en general, le toca entrar en esa propuesta y relacionar esos signos en busca de nuevas significaciones. Mientras el libro siga presentando una trama verbal de múltiples significados, en la cual se reconozcan los poderes del lenguaje, la pasión se vuelva lucidez y la lucidez se torne en pasión, según planteaban Rimbaud y Mallarmé, es difícil que desaparezca. El libro debe oponer sus significados a los significantes que constantemente crea la tecnología. Además, existe la erótica del texto, de la que han disertado Susan Sontang y nuestra María Fernanda Palacios, que impide que un objeto tecnológico haga desaparecer -al menos, a corto plazo- la existencia del libro.

—¿Qué cualidades, a tu juicio, debe reunir un buen poeta?

Es un tanto arriesgado dar una definición acerca de lo que es un buen poeta. Sin embargo, me atrevo a mencionar, sin ninguna ostentación, algunas ideas: Cuando al leer la poesía de un autor se prenda de nosotros la presencia de un espíritu, que se mueve como una solicitud y no como un hecho consumado, ese es un buen poeta. También, aquel que, sin desdeñar la cualidad del pensamiento, no descuida el tratamiento del lenguaje y no se afirma en la exhuberancia de una adjetivación desmesurada. Los buenos poetas son aquellos que equilibran la emoción y el intelecto, o sea, la emoción debe nacer de una sola virtud creadora, como dice Huidobro.

Tras la pista de un libro
Cuerpos de resistencia

Magaly fija la mirada en una lámpara azul de opalina, mientras sus dedos se dejan caer sobre la poltrona verde de la biblioteca en un intento por develar los secretos de la tapicería. El silencio no dura, sólo es una pausa, un instante para meditar en su último libro, Cuerpos de resistencia editado por el Círculo de Escritores de Venezuela. «El poemario -nos dice- contempla otro tema muy importante y que se conecta con la libertad, es el de la resistencia a la invasión de los sentidos, los valores, los derechos humanos, el empantanamiento de la palabra y la verdad.» En los textos de Cuerpos de resistencia, se trata de resistir a través de la solidaridad, el arte, la lucha, el respeto y el amor al otro, en lo particular y en lo global. Los poemas están cargados de un sentido irónico, en los que se establece un juego con la polisemia de las palabras, el claroscuro y los contrastes. «Si yo fuese niño,/ pintaría con muchos colores la pantalla/ para que sean de payaso,/ en vez de horror,/ las horas del tonto». (pág. 22).

Magaly Salazar Sanabria nació en La Asunción (Isla de Margarita, Venezuela). Licenciada en letras de la UCV, Magíster en Literatura Hispanoamericana en la UPEL, realizó estudios de doctorado en Barcelona (España). Directora de la Casa de la Cultura «Monseñor Nicolás E. Navarro» de la Asunción (2000-2003), es miembro del Círculo de Escritores de Venezuela. Ha publicado: No apto para los ritos de la sacralización, Ardentía, La casa del vigía (Mención de Honor del Concurso Fondene 1992), Bajío de sal, Levar fuegos y sietes, entre otros. Ha representado con éxito a Venezuela en diversos encuentros poéticos. Como bien lo apunta Lidia Salas: «la poeta descifró las claves y nomenclaturas para aprehender las razones de la vida y la muerte. Los universos construidos por su escritura han tenido la fascinación del acento delicado y la hondura de la reflexión que sobrepasa esa mera descripción de la mirada».

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