La escritura, un acto sagrado

 

Por Edgar Vidaurre

Escribir ha sido siempre y sigue siendo un acto sagrado. Y
digo sagrado en el sentido de que la “sacralidad” es aquella
significación que tienen las vinculaciones del ser humano con
el mundo en su pureza original. Tal vez por ello podríamos
decir que el acto de escribir puede igualmente no tener esa
significación que lo sacralice. Sin embargo, a pesar de esta
ambivalencia, el hecho de registrar de manera escrita y al
mismo tiempo comunicar ese registro, ha constituido el logro
más elevado del ser humano, en cuanto a evidenciar su
semejanza con las fuerzas creadoras (como quiera que se
llamen), y a su resonancia con las vibraciones que
provocaron la formación del mundo y su permanente e
incesante despliegue existencial.
Desde los inicios de la escritura, vale decir desde los sumerios
y los egipcios, siguiendo con la formación de los primeros
alfabetos proto-sinahítico, arameo, hebreo, sánscrito, griego
y latino, así como los ideogramas orientales, los escribas o
escritores formaban una casta especialísima, sagrada e
intocable. Los escribas y escritores tenían por ello un carácter
de iniciados y portadores del secreto y del misterio de la
creación. Hoy en día, y en muy corto tiempo, las sociedades
han provocado una masificación de la comunicación escrita,
una alfabetización globalizada de los pueblos, fenómeno que
ha hecho más generalizada la actividad de escribir y registrar
la historia de la humanidad. Sin embargo y a pesar de esta
masificación, a veces indiscriminada de esta actividad
sagrada, creo que aún los escritores siguen siendo y
constituyendo esa luz y esa guía espiritual, que de manera
humilde le otorga la gracia y el don de replicar el verbo inicial,
el aliento del ánima mundi en términos humanos.
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Estamos en el siglo XXI, es decir el segundo milenio después
de Cristo, y a pesar de los avances in-imaginados en materia
de conocimiento y comunicación de la humanidad y la
sensación de que siempre hemos tenido la comunicación
escrita como manifestación y expresión de esos avances, la
escritura aparece apenas hace un poco más de 5.000 años.
En un ensayo sobre el mito poético, decía que el hombre ?
aún nosotros hombres de esta actualidad pensada y medida
de manera dimensional? contiene dentro de sí, los elementos
resonantes de la creación, por ello es capaz de
sintonizarse con las vibraciones que animan al universo. Esa
vibración que se manifiesta a nosotros en forma de sonido en
el plano físico y en éxtasis en el plano anímico, es captada
por el ser humano a través de todos sus elementos sensibles
perceptivos e intuitivos. Ese diálogo entre universo y ser
humano se complementa con la aparición del sonido
humano. La reproducción perfecta que hace el hombre con
su voz de los sonidos universales y abstractos del universo y
de los sonidos francamente manifiestos a su mundo sensible,
como los sonidos del planeta que habita: el sonido de las
aguas, de los vientos y de la naturaleza. El hombre recrea el
mundo a través del sonido. Es así entonces como el ser
humano es receptor de las vibraciones implícitas en la
dinámica de la creación y a su vez es emisor de esas mismas
vibraciones a través de su voz, constituyendo así un proceso
de simbolización sonora del mundo que lo rodea.
Esta simbolización sonora desembocará en la simbolización
escrita que pueda reflejar de manera permanente e indeleble
al mundo sensible en primera instancia ?y posteriormente el
mundo psíquico? nacerán los primeros alfabetos, las
primeras letras que ordenarán de alguna manera el lenguaje
dialogante entre el hombre y el universo y entre toda la
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especie humana. Inicialmente los sonidos que emitía el
hombre simbolizaban a través de jeroglíficos y símbolos
gráficos, las formas manifiestas y visibles de su entorno,
como las formas de la naturaleza, su propio cuerpo y algunos
fenómenos naturales. Más adelante surgirán símbolos más
complejos que involucran y abarcan eventos en toda su
dinámica, como la labranza de la tierra y la caza de animales;
todas estas actividades del hombre ejecutadas con sentido
sagrado y vinculante, precedidas o sucedidas por rituales que
también fueron simbolizados a través de letras y símbolos,
hasta llegar a la simbolización de todas las actividades
cotidianas y extraordinarias del hombre en su mundo social
y político.
El mundo en general, y Venezuela en particular, está
sumergido de manera circunstancial en una crisis de amplio
espectro que involucra lo individual y lo colectivo. Todos los
paradigmas humanos y meta-humanos están en una etapa
histórica de deconstrucción. Ya los viejos y cambiantes
paradigmas están perdidos en esa historia y estamos
presenciando el retorno a la naturaleza y a las fuerzas
trascendentes de la creación. La pandemia general le ha
recordado a la humanidad y al hombre que hay algo que nos
trasciende y nos determina más allá de los paradigmas
sociales, políticos, económicos y científicos, para devolvernos
con fuerza a los paradigmas eternos de la Belleza y del
asombro. Y es por ello que, justamente a nosotros, los
escritores de este momento dimensional ?en espacio y
tiempo? nos toca asumir la responsabilidad sagrada de
seguir registrando, expresando y comunicando el despliegue
existencial de la humanidad, pero sobre todo resaltar el
vínculo de esa existencia con los aspectos esenciales y
universales que nos unifican y nos mantienen bajo la
conciencia de que somos un todo, que la humanidad es un
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ente trascendente a nuestras duraciones y a nuestras
historias individuales. Dentro del ciclo del tiempo, hoy nos
toca celebrar el Día del Escritor en este espacio geográfico
puntual que se llama Venezuela, y además como
reconocimiento al genio de Don Andrés Bello, escriba sagrado
de esta tribu hispano-hablante, que suscriben más de
500.000.000 seres humanos.
El Círculo de Escritores de Venezuela ha querido rendir
homenaje a todos los escritores a través de esta antología,
sean venezolanos o no, pues ser escritor nos otorga una
ciudadanía cósmica y universal (narradores, poetas,
dramaturgos, periodistas, historiadores, cronistas, críticos,
ensayistas, internautas, blogueros, twitteros, instagrameros
y facebuqueros), exhortándolos a ejercer este oficio en estado
de gracia, con sentido de sacralidad, con plenitud, con
seriedad, con severidad, con pasión, con creación, para que
nuestro registro de la humanidad y su despliegue en este
nuestro tiempo, con sus angustias y sus esperanzas, sus
horas claras y sus horas oscuras, y a través de nuestra alma
y nuestra conciencia individual y colectiva, les siga
ratificando a las generaciones futuras, que el arte y la vida
del ser humano tienen sentido, que no son en vano, que como
diría el poeta no es un inútil registro.
Edgar Vidaurre

Presentación del El vuelo y la claridad, Antología de escritores en tiempos de pandemia. Publicado por Editorial Diosa Blanca en coedición con el Círculo de Escritores de Venezuela. Diciembre de 2020

 

 

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