Giovanni Bocaccio, por Heberto Gamero Contín

La FAEC enseña nuevos modos de vida a través de la literaturaHeberto Gamero Contín, el creador y presidente de laFundación Aprende a Escribir un Cuento y ganador del Concurso de cuentos El Nacional (2008) conLos zapatos de mi hermano. Desde 2009, la Fundación Aprende a Escribir un Cuento se dedica a dictar talleres en los que seofrecen técnicas narrativas a jóvenes con inquietudes literarias. La organización busca hacerseespacio en los lugares más pobres de Venezuela para llenarlos de historias y ganas de leer

ESCRITORES INMORTALES
Por Heberto Gamero Contín

Giovanni Boccaccio
Algo le faltaba al genio italiano Giovanni Boccaccio cuando comenzó a escribir, algo que no sabía cómo explicar, que le creaba dudas, que lo hacía sentir inseguro en las largas horas que pasaba frente a su escritorio de Florencia, pluma en mano, mirada ausente, tratando de definir qué era aquello en su escritura que le creaba cierta molestia o qué nueva e incomprensible forma de escribir tocaba a su puerta
sin interpretarla aún, sin percibir su color, su textura, el olor que despedía. Por el momento lo único que advertía es que no le causaba risa lo que dejaba sobre el papel, no había ironía ni ternura ni humanidad, por el contrario, cierta pesadumbre se asomaba a su ánimo cuando ponía fin a cualquiera de sus trabajos: era la primera señal. Influenciado, como la mayoría de los jóvenes más instruidos de la época, por Dante
Alighieri, que roían sobre el purgatorio, el paraíso y el infierno como si otros temas fuesen intrascendentes o no valieran la pena tratarlos, Boccaccio en cambio estaba más interesado en el aquí y en el ahora, en lo terrenal. Sin embargo los asuntos del más allá también lo inquietaban y la admiración que sentía por su predecesor quedó demostrada al escribir una biografía, la Vida de Dante, de gran relevancia, pero sin el éxito que esperaba. Podría pensarse que no llegó a interpretar a la Divina Comedia con todo su significado por estar inmerso en su propia comedia humana, la que, a la sazón,
vendría a abrir nuevos caminos en la literatura universal. Su permanente sonrisa no ocultaba un dejo de inquietud. Ese algo desconocido lo llamaba desde el centro de su corazón y sus esfuerzos por descubrirlo parecían perderse en un mar de hojas garabateadas que no terminaba de darle respuesta. Un buen día fijó su atención en el lenguaje utilizado hasta el momento. No se conocía otra forma, así se escribía, esa era la manera de decir las cosas sobre el papel, exaltando las creencias medievales, la
teología y lo divino; mientras Dante había concentrado su obra en los amores espirituales de Beatriz, por ejemplo, ya Boccaccio miraba con agrado el amor material de María. Seguramente fue un claro día de primavera, muy temprano, la llama de la vela ya innecesaria, la ventana abierta, el trino de un ave a lo lejos, un rayo de sol sobre el papel, cuando Boccaccio entendió con satisfecha alegría que era en el lenguaje, en el estilo recargado y arcaico, excesivamente florido, adornado, en el exagerado artificio
literario, donde radicaba toda aquella ansiedad. Su personalidad agradable y bonachona, sencilla, de un jovial humor que a todos contagiaba, contrariaba desde sus raíces toda aquella literatura rimbombante y llena de ornamentos que había conocido y practicado. Quiso estar a la par de sus contemporáneos, escribir como ellos, escarbar en una mina ya explotada que se presumía inacabable, un deseo que lo había convertido en uno más, una repetición de lo ya existente. La prosa docta y pomposa no era ya para el risueño Giovanni, se dijo un día con un grato placer no carente de temor tras la conclusión. Aún así, a gatas por ese camino de evolución literaria del que aún no decidía destetarse, escribió Filococo, novela romántica, larga y aburrida, sin encanto por su exagerada erudición. El escritor no lograba sacar de su pluma al verdadero Boccaccio, se perdía en pretenciosas frases que formaban laberintos interminables.
Citemos un ejemplo. Para describir el amor entre dos jóvenes, escribió: “Seres en la aurora de la vida, que han desplegado las velas en sus mentes vagarosas a las brisas que avientan los áureos abanicos plumíferos del joven hijo de Citerea”. No obstante Filococo fue un éxito, la gente recibió con agrado lo que posteriormente la crítica consideraría el primer intento de novela moderna en la humanidad. Su inquietud persistía aunque aún no era capaz de asirla con firmeza, se le resbalaba entre los dedos como un cuerpo aceitoso… Escribió La Tesaida, poema épico inspirado en La Eneida de Virgilio, con el mismo buen resultado pero una vez más sin esa originalidad que el escritor ansiaba y no se atrevía a exteriorizar… Ya no podía esperar. La inmortalidad lo llamaba. Pero no lo haría de un tirón, sin preparación alguna, lo haría lentamente; el verdadero Boccaccio llegaría a la orilla asegurándose antes de que su embarcación no haría aguas. Así escribió Filóstrato, donde Boccaccio se acerca un poco más a
ser él mismo, a dar rienda suelta a su imaginación, abordando más abiertamente los temas cotidianos, realistas, terrenales y las costumbres de la época. Sus dos personajes, Troilo y Crésida, ofrecen al mundo por vez primera dos formas de pensar diferentes, dos personalidades definidas y modernas, que alejan al escritor de toda aquella grandilocuencia y acercan al lector a personajes como ellos: humanos, creíbles.
Finalmente Giovanni Il Tranquillo parecía haberse encontrado a sí mismo; el filósofo de buen humor, el satírico guasón de permanente sonrisa, daba inicio a un nuevo género en las letras mundiales. Giovanni el poeta va dando paso al Giovanni humanista. Amorosa visión lo adentra un poco más en ese nuevo esquema del realismo y de lo cotidiano, de lo menos pomposo y más natural. Inspirado en un poema de
Dante, se aleja de lo abstracto para cimentarse en lo concreto: “El amor ya no es un pecado; es un gozo”.
Llegó la hora tan esperada. Pasadas todas las pruebas habidas y por haber, finalmente el genio italiano decide ser él mismo en su totalidad y escribe el Decamerón, su propio mundo, su obra maestra, donde los personajes abandonan el existencialismo, la espiritualidad y comienzan a divertirse como cualquier ser humano común y corriente lo haría, actúan con independencia y dicen lo que se les antoja en el lenguaje de todos los días, ven la vida de forma frívola y sincera, no pretenden ni les importa arreglar al
mundo sino vivir y disfrutar despojados de todo fanatismo medieval, cumplen con la máxima que pregonaba el autor: “Vivir y dejar vivir”. Con los cien jocosos cuentos de el Decamerón (diez personajes, diez cuentos cada uno en diez días alejados de la peste) Boccaccio se encontró a sí mismo, enseñó a reír a la gente, a afrontar su dolor pese a las adversidades, humanizó la literatura… ya nada le inquietaba. Todo debe de haber ocurrido un claro día de primavera, alrededor de 1350, muy temprano, la
llama de la vela ya innecesaria, la ventana abierta, el trino de un ave a lo lejos, un rayo de sol sobre el papel…

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