Alberto Enrique Urdaneta Fuenmayor

La Junta Directiva del Círculo de Escritores de Venezuela,
expresa sus más sentidas condolencias al escritor y amigo
Alejo Urdaneta Fuenmayor, integrante del Consejo Consultivo
de esta Asociación, por el fallecimiento de su
hermano Alberto Urdaneta Fuenmayor, e invitan al acto del sepelio
que se efectuará en el Cementerio del Este (La Guairita),
hoy 18 de febrero de 2009 a las 11:30 de la mañana.

Que el Padre Eterno lo reciba en su Amante Corazón.

El Señor es mi Pastor, nada me falta,
en verdes prados me hace reposar,
donde brota agua fresca me conduce,
me guía por senderos rectos por amor a su Nombre.

Aunque vaya por senderos muy oscuros
no temeré,
porque está junto a mí tu vara y tu cayado.

Habitaré en la casa de Yahvé
todos los días de mi vida.

Salmo 23

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Protagónicas, de Inés Muñoz Aguirre

Doce entrevistas a destacas mujeres como Marietta Santana, Isolda Salvatierra, María Gómez, Sonia Sgambatti, Caridad Canelón, Carmen Sofía Leoni; Raquel Castaños, Irene Pérez Schael; Corina Castro; María Eugenia Arria, Maria Elena Giusti y Gladis Parentelli forman parte del libro PROTAGÓNICAS, escrito por la dramaturgo y periodista Inés Muñoz Aguirre y publicado por la Fundación Polar en su colección Periodismo y Memoria.

PROTAGÓNICAS será presentado el martes 10 de febrero a las 7 de la noche en la librería El Buscón del Centro Cultural Trasnocho, en Paseo Las Mercedes. La presentación estará a cargo de Nelson Bocaranda, quien es el autor del prologo.

Inés Muñoz Aguirre, se ha destacado en su carrera periodística, la cual desempeña en calidad de asesora, siendo además editora de dos importantes medios especializados como lo son el Constructor Report y Publicarte, este ultimo dedicado al sector cultural donde ha realizado gran parte de su carrera como dramaturgo. Entre las obras publicadas de Inés Muñoz Aguirre se encuentran las piezas teatrales. Violaceo, Pasajero de un largo viaje, Tocados de Luna, Color Naranja, Satélite y no visión, así como el libro Ciudadano Dycvensa, ejemplo de inversión social, donde desarrolla el tema de la Responsabilidad Social Empresarial. PROTAGÓNICAS, publicado a mediados del 2008 da inicio, según palabras de su autora a la publicación de una serie de entrevistas que contribuyen a dejar testimonio sobre importantes momentos del país en diversos ámbitos y el aporte que han realizado destacadas mujeres al desarrollo de sectores de tanta importancia como la comunicación, la política, el espectáculo, el derecho, la gerencia, la ciencia, las artes plásticas, y el deporte. Es por ello que Muñoz Aguirre, anunciará el día de la presentación quienes serán sus próximas PROTAGÓNICAS.

Sobre este importante trabajo periodístico Nelson Bocaranda expresa:

» Hilvana, nuestra apreciada Inés, los sentimientos y las vivencias de las «Protagónicas» de este libro con la amabilidad de una poeta que deja que el periodismo fluya suavemente —pero con paciente y pertinaz olfato inquisitivo— para encontrarnos con los mundos interiores de estas doce mujeres, distintas y similares, únicas y grupales, santas y pecadoras, humanas y divinas. Poco a poco van confesando recónditos detalles de sus muy variadas existencias en testimonios que —a lo mejor— nunca antes habían exteriorizado para dejar constancia de sus logros en el trajín de sus vidas.

Cual obra teatral de la autora pasamos de una a una en actos y episodios disfrutando los cuentos vivenciales que van lanzando al aire página tras página. Una tras otra se van descubriendo ante nuestros ojos.» (Fragmento)

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Aprende a escribir un cuento

El Círculo de Escritores de Venezuela y Cultura Chacao anuncian la apertura del Taller:

«Aprende a escribir un cuento», que será dictado gratuitamente por Heberto Gamero Contín, Premio de Cuentos de El Nacional 2008.

Lugar: Sala Cabrujas, 3a Av de Los Palos Grandes con Av Francisco de Miranda, Torre El Parque, Nivel C-1
Fecha: 7, 14 21 y 28 de febrero (sábados), Ocho (8) horas en total.
Horario: 9 a 11 am. El día 14 será de 3 a 5 pm.

Interesados formalizar su inscripción por los teléfonos 0416 629 70 62; 0424 105 31 36
Cupo limitado

Agradecemos a los Miembros del Círculo dar publicidad a este Taller

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Prodigio, pródigo y prodigioso

Palabras sobre palabras

Por Francisco Javier Pérez

Si Alexander Ritter Alzamora Rumazo fuera sólo un prodigio, pues al día promedia los 14 años de edad y en nuestros tiempos no son frecuentes los niños poetas, esta situación sería motivo más que suficiente de atención. Pero, si a la condición de prodigio creador sumamos el carácter prodigioso de una escritura de sorprendente factura, nos encontramos pisando los terrenos inexplicables del gran arte. Estética asida a la reflexión filosófica de la realidad en seguimiento de la creación pictórica y poética, el niño poeta se impone a la glosa como una de las imágenes más persistentes de su escritura y, está claro, como una de las más queridas de la propia poesía: remedo virtuoso del mundo en la hechura defectuosa del lenguaje. «¿Qué sería de un pensamiento si no tuviera la gloria de las palabras?», se pregunta el pequeño poeta, permanente filósofo. Estas reflexiones y muchas otras surgen de la lectura de Fissures/Fisuras (Ediciones de la Embajada de México en Venezuela, 2007), cuarto libro de este niño poeta, heredero de una estirpe de maestros de la palabra (entre los que contamos a su abuela, Lupe Rumazo, y a su bisabuelo, Alfonso Rumazo González, los dos escritores y los dos maestros). Muestras anteriores han sido: Y pensar que las hojas del otoño estaban vivas en otro tiempo y La creación de la creación, publicaciones del Círculo de Escritores de Venezuela.

En Fisuras, el niño poeta confronta primero dos lenguas y sus poéticas, pues la obra está concebida, no como un mismo libro en francés y en español, sino como obra en dos partes en donde el mismo espíritu poético es recorrido en una lengua y en otra; una clara conciencia de que ninguna lengua sola basta para expresar lo que la poesía se impone más como filosofía del mundo que como estética de la palabra (un giro a la idea de Mallarmé, que pensaba sólo en las palabras del poema y no en los pensamientos del poema): «La filosofía es la ciencia/ de los pensamientos humanos/ o sea del gran bazar del espíritu».

Dedica a Rimbaud, otro prodigio niño y otro prodigio prodigioso, un texto para compartir su poética: «Tú, Arte/ Tú eres la expresión de nuestros espíritus/ Todo eso pasa/ por la evolución de la creación/ Tú transformas al humano/ con lo cual tú te transformas también/ Tú eres el caos representado,/ el caos humano/ Tú eres asimismo el reflejo/ del dolor de tu creador/ Puesto que tú eres él/ como él es tú». Piensa a Saint-Exupéry, como quien lo hace con la libertad, y le señala su clave de infantil eternidad: «Él se liberó de las cadenas humanas, él permaneció eternamente niño». Recuerda a Papá Goriot y le ofrece un poema sobre el egoísmo de los hombres. En el Panteón advierte sobre los grandes, sabiéndolos mortales cuando hombres, los hace inmortales cuando dioses: «Están acostados y reposan, pero son inmortales». Este niño poeta cree que los adioses nunca lo son, pues siempre vuelven los despedidos («El adiós nunca es adiós/ porque uno siempre vuelve»).

Saludo los cuatro versos que componen su nombre: «Alexander Ritter Alzamora Rumazo» y las cuatro iniciales de su rima y su sino: «arar». Símbolo de lo mejor de su poesía, nombres y letras de una semántica pródiga, de una lengua prodigio y de un arte prodigioso.

Publicado en El Nacional

Alexander Ritter es el escritor más joven del Círculo de Escritores de Venezuela

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Contar para vivirlo

Antonio López Ortega: Indio Desnudo

Por Carlos Pacheco

La toma inicial nos muestra un set de filmación y sus alrededores, tal vez en una terraza frente al Ávila, incluyendo las cámaras, los micrófonos, los soportes del decorado y hasta el director, guión en mano, impartiendo instrucciones desde su silla plegable. Hasta la ciudad se divisa. Te advierto, querido lector, que estoy valiéndome de una alegoría cinematográfica para comentar Indio desnudo, el nuevo volumen de relatos de Antonio López Ortega. Naturalmente, protagoniza el cuentista mismo, ejerciendo frente a su laptop su oficio de tramador de ficciones, pero también expresando sus reflexiones y comentarios metaficcionales sobre las historias que se esfuerza en narrar y sobre las estrategias que (tal vez) se lo permitan. La coprotagonista es sin duda la escritura, sus multifacéticas modalidades. La cámara, en efecto, se cierra por momentos sobre el acto de escribir, sobre su sentido y sus dificultades, sobre su capacidad de sanar las cuitas de quien escribe, de permitirle ver el mundo con mayor nitidez y de vislumbrar el sentido de eso que vemos, de las historias que contamos. Se escribe, se narra —parecen decirnos las historias mismas— para vivir más plenamente, para entender «cómo acaecen las cosas, cómo calzan y se convierten en sentido, […] para cambiar vidas y postular destinos» con total libertad, como dice el anónimo estudiante de Física de la USB y escritor experimental de «Conquista de Marte», uno de los relatos.

Sí, porque de hecho, en algunos cuentos, nuestra alegórica cámara tiene también la capacidad de ingresar en la escritura del cuentista y enfocar también a los protagonistas ficcionales que en ella van apareciendo. Los entes de ficción, sus entornos y la acción representada se hacen perceptibles entonces con aparente autonomía o distancia de quien narra. Un buen ejemplo es la pieza titulada «Ahogo». A través de su propia escritura, se nos muestra una joven tan afectada por la inesperada visita de la muerte que la ha dejado sola y sin sosiego que no tolera la indagación ajena sobre su súbita tragedia. El relato se produce entonces a contracorriente, como empujado por la propia negativa de la muchacha a escribir sobre lo que tanto le duele, porque siente su pérdida como «una línea de sangre, sí, que alguien ha escrito en mi cuerpo. ¿En la médula, en el vientre, en el pecho?» De la intensidad de este dolor de joven mujer sale una historia que logra justamente trascender la radical negativa con la que ella cierra este recuento, capaz de tan alta temperatura emocional: «Por eso esta historia no será de nadie».

También en otros relatos la cámara ficcional del autor de Ajena (2001) construye personajes femeninos muy convincentes. Esas voces y perspectivas de mujer, sean narradoras protagonistas o no, llaman la atención en «El origen de las especies», «La pulsera», «La copa en tus labios» y sobre todo «De guerrillas y animales», donde algunos de los fragmentos entrelazados corresponden a un guerrillera colombiana, reclutada aún niña, que lucha por tener y conservar a su hijo, y una secuestrada a quien usted, querido lector, podría muy bien llamar Ingrid, quien escribe una carta a su madre en el momento más desesperado.

Jardín Botánico de Caracas

En varios relatos, las tomas se alternan entre la historia narrada (sus personajes, sus incidencias) y el proceso de narrarlas (el cortazariano narrador bregando con sus dificultades). En «La pulsera», por ejemplo, se cuenta la muerte súbita y violenta de una adolescente en Los Corales durante el deslave de Vargas. Sin embargo, como confiesa el cuentista narrador «lo que tengo a la mano es una imagen de cierre, tan perturbadora como inadmisible». El relato consiste entonces es el proceso de desarrollar un cuento literario que corresponda a esa impactante imagen, clave del título, cuya razón de ser, naturalmente, permanecerá oculta al lector hasta pocas líneas antes de la conclusión. «Nunca he sabido cómo abordar este relato», es la queja del cuentista que abre el relato. Sin embargo, inmediatamente despliega los recursos de su repertorio de narrador y poco a poco va encontrando alternativas válidas. La medular es el personaje de Teresa, la vecina y amiga de la joven barrida por el lodazal, quien permanece atormentada por el desgarrador episodio, con su testimonio palpable en la pulsera y con el diario que —años después— termina escribiendo como antídoto a su angustia. Los fragmentos de ese diario tan ostensiblemente apócrifo alimentan sin embargo con gran eficiencia la verosimilitud de la pieza narrativa. En escasas seis páginas, se ofrece así un descarnado despliegue de los intríngulis de un proceso de construcción ficcional, mientras al mismo tiempo se entrega una historia verosímil que no pierde intensidad emocional alguna por dejar expuesta su construcción como cuento.

En varias piezas el lente enfoca de nuevo al cuentista mientras va narrando. Y ocurre que, en pleno ejercicio de ese género cada vez más popular llamado autoficción, se produce una serie de abiertas correspondencias entre ese narrador y el autor real. Nada que ver, naturalmente con algún impulso autobiográfico o memorialista. Más bien puede decirse que lúdicamente se construye un López Ortega de ficción, innominado pero tan reconocible en los relatos como Elías Pino Iturrieta, Carlos Leáñez, Benito Irady, José Peñín y otras figuras de nuestra escena cultural. Se trata de una apuesta persistente en la obra anterior de López Ortega, desde Calendario (1985), hasta Fractura y otros relatos (2006), que aquí adquiere una mayor variedad y refinamiento. Se trata, como dijimos alguna vez, de «una consciente voluntad de velar y revelar a la vez, en el propio texto, esa relación fantasmática entre el protagonista ficcional y su creador, en un juego de complicidades con el lector que forma parte en muchos textos de la letra gruesa del contrato de lectura.»

Los relatos donde este juego de autoficción es más visible e interesante son «Inmaculada» y «Verano asesino». En el primero el protagonista narrador, un directivo del Conac hacia el 2000, transforma muy creativamente los recuerdos de un congreso internacional de gestión cultural en Granada en la deliciosa intriga sobre un misterioso, ubicuo y multifacético personaje femenino que intriga y trastorna por turnos a los cuatro integrantes de la delegación venezolana.

En «Verano asesino», el López Ortega ficcional es un estudiante universitario. Por su relativa extensión, pero sobre todo por la complejidad y la profundidad de dimensiones que adquiere al final, es un relato con visos de noveleta. En sus extensos párrafos se van alternando dos historias muy distintas cuya relación y carácter, así como la autoría de la segunda sólo se revelan en el inesperado desenlace. La primera consiste en una estampa muy vívida del París experimentado por dos jóvenes becarios de Fundayacucho en la primera mitad de los ochenta. Uno de ellos, más ecuánime y consciente, asume la voz y perspectiva narrativas, pero la acción está más centrada en la inestabilidad sentimental y académica del otro, un «Carlucho» altísimo y delgado que para algunos lectores resultará perfectamente identificable con un referente real. Los antiguos compañeros de colegio comparten tanto el minúsculo apartamento como un inagotable apetito cinematográfico.

La segunda historia versa sobre un infanticidio al parecer muy polémico en la época, donde (también al parecer), luego de condenar a un inocente, la policía trata de probar la culpabilidad de la propia madre. Esta historia va siendo contada a través de la secuencia de fragmentos supuestamente escritos por un reportero, un psicoanalista, un cronista y un sociólogo. El magistral párrafo de cierre revela el verdadero carácter y la verdadera autoría de estos cuatro relatos fragmentarios. ¿Por qué alguien se había dado el trabajo de descomponer el monológico relato periodístico de los hechos del crimen para convertirlo en una polifonía ficcional, más acorde con la complejidad e irresolución de la realidad «real»? Esta pregunta sólo puede hacérsela cada lector en su debido momento. El relato le sirve los elementos en bandeja de plata, le entrega las pistas y en diferentes e irresueltas dimensiones pone de nuevo el dedo en la llaga de la perdurable disyuntiva entre lo «real» y lo «ficticio».

Uno de los protagonistas sobre los que la cámara ficcional logra una más acuciosa y comprehensiva penetración es el del relato que da título al volumen, un antropólogo de Corpovargas, mientras es detenido por días en la carretera de Osma por una grave avería de su camioneta. Durante el regreso con la grúa, a punto de ser barrido en plena ruta por el diluvio del 99, el gesto inexplicable de un campesino frente al frondoso «indio desnudo» pone a prueba toda racionalidad y todo cálculo pragmático.

También hay cuentos (como «El otro seno», «Las nubes», o «Palmas al cielo») en los que sorprende al lector que en cierta forma no pase nada, aunque en realidad es mucho lo que sucede en la interioridad del narrador. Su pensamiento, su recuerdo, su interpretación del acontecer es lo importante. Y entonces destaca uno de los valores verdaderamente memorables de estos cuentos: nos muestran que cada episodio de la vida (incluso de la propia vida), por banal o cotidiano que parezca, es narrable: está lleno de interés, de detalles elocuentes, lleno de significado para los ojos que saben observar. Un buen narrador es capaz de dotar a cualquier recodo aparentemente banal de la experiencia de narrabilidad, es decir no sólo de gracia y buena escritura, sino también de trascendencia y significación.

El nuevo libro de López Ortega hace honor así a las palabras de Guillermo Cabrera infante en el epígrafe: «Los cuentos son el contar. La narración es la aventura.» Porque Indio desnudo apuesta con arrojo por los poderes que sólo tiene la ficción de revelar la naturaleza profunda de la realidad. Tal vez el mayor aporte de las variadas historias que lo componen sea mostrar una vez más, a través de sabrosos relatos, la capacidad de la creatividad ficcional para ayudar tanto a quien escribe como a quien lee a percibir y comprender mejor las paradojas de su existencia. Y si volvemos para cerrar a la alegórica película que nos ha servido para trenzar este comentario, pareciera que ese cuentista que la protagoniza junto con su partner la escritura, no sólo viven para contar la vida, sino que la cuentan para mejor vivirla.

Publicado en el Papel Literario de El Nacional, el 25 de octubre de 2008.

Carlos Pacheco: Nació en Caracas, 1948. Investigador, ensayista, crítico literario y editor, obtuvo su doctorado en el King´s College de la Universidad de Londres bajo la dirección de William Rowe. Es Profesor Titular jubilado de la Universidad Simón Bolívar, donde ha sido Coordinador del Postgrado en Literatura, Decano de Estudios Generales y Decano de Estudios de Postgrado. Investigador, se dedica en particular al estudio de la narrativa latinoamericana contemporánea y la teoría de la narrativa.


La Carlota, Caracas 1953

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Edda Armas: Armadura de piedra

Por Alberto Hernández

¿Qué piedra define este libro de Edda Armas? ¿Qué dolor encajado libera de tiempo lo dicho en estas páginas, y más cuando al final, donde el aliento encuentra retirada, leemos que están dedicadas a los caídos? ¿Cuántos fueron los que propiciaron estos poemas, estas desgarraduras, este país vertido en imágenes, en sonidos duros, perceptibles? ¿Bastó un solo alarido de la calle, un estrecho margen entre la vida y la muerte para que se entrecortaran las horas?

Para este lector ruidoso que muere a diario, Armadura de piedra es una punzada, el «grito de los que sobreviven», «un aullido de lobo circundado». Y así, con el mismo sobresalto del primer poema, concito el momento —las ruedas del reloj— en medio de una multitud desaforada. «Volverán.// Ahora son fantasmas, seres/ inanimados, nombres apenas.// La historia los destruye/ les quema las alas/ van con el alma desprovista/ en la orfandad de una vigilia/ encadenada sin día ni noche.// El insomne puede invocarlos/ igual los sueña, ellos acuden».

La maldición de Whitman nos perturba, nos lacera. Nos hace primera persona individual, solitaria. El epígrafe rompe el silencio. En otros tiempos, otros libros, la poeta desencajó en breves sonidos esa manera de ausencia, como pudo haberlo dicho Alfredo Chacón de En roto todo silencio. Esta vez, más allá de cualquier nostalgia, está un paisaje roto, una intemperie humana brutalmente transgredida.

II

La conmoción revisa a quien lee en voz baja, en voz hacia las vísceras. Pronuncio quedo el texto y soy el poema, el temblor de Edda Armas, esta crónica sigilosa: «Aquí, ahora/ somos esta circunstancia/ este cielo eclipsado/ este olvido de lo humano// una inexactitud en el dolor/ que nos aflige sin retorno». ¿Quién se atrevería a preguntar por estaciones, por miedos, por esta circunstancia? Sin ánimo de querer dibujar la realidad, leo los días y los meses, ya los años de esta circunstancia, de este escándalo en la sangre, de este dolor clavado en alguna parte del silencio: el alma que nos queda, algo que cuelga en el adentro y nos disipa. La redondez de este libro está en la agitación que provoca en quien lo visita. Una vez de pie, otra sentado, el mundo, lo que nos sobra de él, pasa frente a nosotros, a este yo enjuto, atrapado en estos textos tan nacionales como espirituales, dolorosos.

Confieso que he muerto con este libro. Confieso que no atiendo a ninguna sugerencia crítica, manoseadamente literaria. Confieso que me duelen estas páginas. Me arden en los ojos «con la cabeza abierta». Miro por la ventana y susurro rabia. El árbol de mi jardín de todos guarda el secreto de un llanto frente a los edificios vecinos. ¿Qué piedra entonces nos aguarda con su armadura, qué dedos de alfileres para despertar?

III

«Somos espejos fraguados de muchas despedidas.// El suelo que pisamos hoy/ confirma la premonición que era sueño ayer.// Llegó el hombre accionando la palabra guerra.// Náusea demencial. Disputa eterna, trono del Rey». Una imagen repetida nos desnuda. La voz del pasado, el encanto de las palabras del padre, el país que fue, todo hecho sombra, delirio, convulsión. Armados con «la daga en el bolsillo», el dolor nos asalta. El poema, hecho «sonido y furia», destroza la tranquilidad: «¿Dónde un trozo de tierra sin violencia?».

En este instante adquieren fuerza las Conversaciones de Whitman: «¡Dios maldiga las guerras, todas¡».

Una larga lista de sonidos nos sumerge en el dolor que los poemas dejan en la blancura de las páginas, constantes que prefiguran el recorrido inventado por la realidad. «Cortado/ ante la jauría», «la ausencia quema», «una fatalidad», «Uno ora», «Solos, «La locura preserva el poder», «lo cruel», «Es amargo y es camino», «Dolor extremo», «precariedad, devastación, vacío», «Duele la llaga». Un compendio que refracta el exilio hacia el lugar menos advertido.

En este riesgo verbal, nuestra poeta se aleja de los libros anteriores. En éste expone la vida, toda su sensibilidad. Con este trabajo Edda nos tensa por completo. Nos lastima desde la lastimadura de las imágenes: «Duele la llaga, la marca, la verdad que esperamos./ La paz que ninguna civilización alcanza./ Sé que te irás por la única ventana/ que abre y cierra a voluntad».

Quien lee continúa aturdido, fajado con estos poemas ásperos, hermosamente lacerantes.

¿Cuántas piedras nos cubrirán? ¿Cuántas caídas debemos evitar?

Alberto Hernández
Poeta, narrador, periodista y pedagogo venezolano (Calabozo, 1952). Tiene un postgrado en literatura latinoamericana en la Universidad Simón Bolívar y fue fundador de la revista Umbra. Ha publicado los poemarios La mofa del musgo (1980), Amazonia (1981), Última instancia (1989), Párpado de insolación (1989), Ojos de afuera (1989), Bestias de superficie (1993), Nortes (1994) e Intentos y el exilio (1996). Además ha publicado el ensayo Nueva crítica de teatro venezolano (1981), el libro de cuentos Fragmentos de la misma memoria (1994) y el libro de crónicas Valles de Aragua, la comarca visible (1999). Reside en Maracay, estado Aragua, Venezuela, donde dirige el suplemento cultural Contenido, que circula en el diario El Periodiquito.

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Edgar Vidaurre Miranda: La fugitiva noche en tálamo de montaña

Por Milagro Haack

«Tus palabras mudas se encuentran con las mías en una ceremonia
que no alumbran las lámparas»
Rabindranath Tagore.

Nos quedamos muchas veces dormidos en lejanas tierras a nuestra raíz madre, dueña y sierva del íntimo espejo que nunca miramos, anhelando tomar el espirituoso sorbo de su aliento firme, palpando entonces, apenas, el santo olor de los lirios, vuelto espinoso ramaje, por un olvido del cardinal primogénito juntando moradores enraizados a lo siempre amoroso, «esa sustancia del mundo, ¿cómo traerlo a nuestras manos?»

Sin embargo, su voz habita en lo profundo sobre propias calmosas aguas, donde comienza este navego de Edgar Vidaurre, «Conjurada por la flor de sal», sintiendo su más alto rocío, abriendo su concurrido diálogo con solas voces, escondidas dentro del descarnado goteo fluyendo entre lo sublime y lo mundano por su inquebrantable memoria: «Vino como si fuese una fiebre, con ese cuerpo, esa mirada. Cuando yo cerraba los ojos, ella abría la tierra y el eco de su perfume brotaba de su boca». Latente sacrificio que va atravesando una fértil soledad impuesta, un alma reconociendo a la voz entre búsquedas de la sal de aposentos, introduciéndose en el sueño mar del poeta, para volcarnos desde su primer conjuro, lo hospedado del llamando, de la que se omite, la que nunca esperamos ser alado remolino seducido por su arco lunar. Collar,»sobre los campos donde la tierra se hace trasparente, ella también.»

Cosiendo, términos y comienzos sobre las consagradas hebras de la vida, indicando un solo cauce norte de su cultivado río. -Ella-, como ese penetrante oleaje, acaricia lo aceitoso de saberse viva y reclama su sacerdocio a la fugitiva noche en tálamo de montaña, tejiendo del sentado día, igual destejiendo de la poblada sombra, abanicados rituales, nutriéndose a través del cortejado misionero visitante: «Le dije entonces que se durmiera, que no susurrara más el nombre por el que me llamaba ni la agonía presentida detrás de las ventanas».

Frases, amaneciendo en el costado temor al responderle el poeta entre la negación al intervenido encuentro, que se anuda a la otra visión del intercambio, como si uno mismo respondiese las presagiadas frases que vendrán del otro: misma otra, siendo una sola voz en penumbra con el acierto aliento de la repuesta dada mediante el diálogo, con un ánima despertando de la ausencia, al no ser sentida en su esplendoroso reclamo, de no ser amada con la mixtura de sus inclinados atardeceres, bajo la jugosa alfombra de la azul dualidad, necesaria para su develamiento amando sola esponsales, visual por tierra: «Esa otra claridad, que pertenece a la noche, tiene el color de la piel del corazón, donde todos los hombres dormidos se parecen. Sin embargo, ellos desperdician su pobreza a plena luz del día. Y aún a plena luz, bajo el agobio de la sed, como un ser mirífico que otorga su cuerpo desnudo y espléndido, mi amada pobreza espera la mirada.»

Sólo así, en su desnuda pobreza, -ella- va, sobre estos entredichos pasos de Vidaurre, conversando con él -su dormido amante-; el cual, -el poeta- «como si él mismo fuera la boca del verano amado por aquella muchacha malva» que, espera verlo tan dual como ella, la ya confesada -amante- dentro de sus cubiertas aguas tratando de vivirla, de compartida, mientras, la naturaleza le pide ser lazo sin la intervención de lo humano: «Esa mujer que se parece tanto a la tierra. Esa mujer que fuera mi última morada»

Lo colectivo de este recorrido arrecife del religioso poeta, se presenta bajo la sorpresa de diferentes complejos mantos, y traslúcido germina la señal de múltiples arquetipos: desde un pretendiente a un pretendido deseo de intercalar otros ámbitos donde la sombra de una unión esta barajado en nuestro centro interno. Edgar Vidaurre, lo descalza, con regresos a las amantadas redes, igual cobijo en manos dadoras de vida: Vasija reflejo que lo moldea, bebiendo de sus palabras con una abrazada sutileza, a su ella, a todas sus ellas, anudándola, luego, cruzando mensajes con la propia ausencia de él, -el amante- cuando la encuentra muy dentro del calado velo, desplegándose, sobre el salino aire refugiado en su recibimiento: «Pero era el aliento quien arrastraba nuestras almas al lugar que nunca mencionamos». Transitorio desvelo, anunciando el cercado en confinada frontera, apreciándola ya raíz de su árbol, siendo, agua, la noche donde el portavoz femenino baja al fondo mismo de las entretelas -del poeta- con un dolo incrustado, «Ahora la lloramos en la orilla, despojados del beso del Sur, que da a las pobres bocas el sabor de la sal. Bocas del dolor, abiertas al rastro de su perfume, que apenas podemos soportar.»

Vidaurre, nos va hilando hacia la búsqueda, esposado al vigilante verbo de una ella, -la amante- con trajes de otras diferentes peticiones, por donde busca a su él, – el amado- desangrado desde el primer encuentro por el poeta, dándole lo peregrino a lo femenino, cuando reinstala su morada, siguiéndola, por los atormentados caminos, llevándolo al parejo olvido. Al mismo tiempo, la recuerda protegiendo la resguardada noche en tálamo de montaña: lugar donde se le presenta la encrucijada, vistiéndose, una vez más con el místico atuendo de enamorado:»Envuelto por dos jóvenes, la mujer del Oriente que señala el pecho con su mano izquierda. La otra de cabellos azulados, más severa, toca levemente su hombro derecho, señalando hacia la tierra.»

Fugitivo intervalo, -del amante- entre distancias, que a lo largo nos van encaminando hacia esa multiplicidad de tonos «azulados», envolviendo de salina agua la tierra, la presencia continua de una creadora, dadora: Sólo anuncio de la madre-amante, que sostiene al poeta, hechizado por la palabra. Misma feminidad buscando los trasfondos, los oscuros trasfondos a un lado del camino, girando hacia una pertenencia de voces que se cruzan mediante un sigilo de temple poético: «¿Cómo habitar las aguas? Un hombre que respira desiertos soporta el agobio en la incesante fugacidad de las aguas.»

El deseo de lo concebido por atávicos designios, cruzando cultos de amplia sonoridad en alianza con los hombres al percibir su denso movimiento frente a la mar: «El silencio también es una pasión, inmensamente abierta. Una boca roja abierta de aflicción. Es el aliento de este mundo, la soledad del grano que no muera», a la vista del nervudo oleaje que se mezcla con la estacional orilla, imagen poética de su solo universo. Mientras, las verdades voceadas por el viento adivinan el muelle precipitando las barreras de lo humano: santiamén donde pueden verse a pleno mediodía, el desdoblamiento en los pensamientos del poeta, anhelando luminarias honduras al darse la mano una ola con la otra, saludándolo todo, con ese noble espíritu que las rodea y comienza a mover, otras subterráneas aguas dejando la sal para el cubrimiento del alimento, ámbito de la poesía alma que lo acompaña: «Ahora un ángel negro sin pudor despierta nuestra pena y la mantiene quieta, como suspendida en el aire.»

Muchas veces, -el poeta- se detiene junto al fragmentado canto dejando que el poniente lleve el cauce, leyendo un afín espacio, rodeándonos, pidiendo solo escuchas, lo sensible de mirarse en lo quebradizo de la amalgama noche: «Próximo al misterio, cierto no poder descifrarlo, su cercanía empavorece. Aun así, yo arrojo mi canto hacia una montaña oscura.» Edgar Vidaurre, la transita a espaldas del lado fibroso viento, agrupando traspapelados diálogos, intercalando ritmos dentro de sus castañuelas. Igualando lo bajo de la amatoria niebla, sin desatender el paso del pañuelo por las tres cuerdas, encontrándose con lo ya escrito: «Yo te veía desde la otra orilla oscura, esperándome, dueña de otro anhelo. Anhelo de un mundo sin forma. Esto éramos nosotros, y lo llamábamos sed.» Solitario oleaje reflexivo, de Vidaurre, quedándose en lo nocturno, al caer el silencio para recoger ángeles desplegando el círculo relámpago, mientras la voz se oculta tras las hojas de un bajar cortinas, diciéndonos,»Mas ahora, yo la nombro. Con mi mano, donde el alma áspera del mando se hace redonda como un fruto.»

Edgar Vidaurre, continua por sus claros senderos, mostrando convividos escritos, más la búsqueda se ata a su mismo cordero, apreciando el término sacrificio: «Yo le ataba una cinta de sangre en la muñeca como otorgándole mi propia salvación.» El ritualismo se ancla en el aroma amoroso de un imposible roce de materia, aún presentándonos, la sémola dando alimento a los nacientes espíritus, a los seres que volviendo su mirada se encuentran ya en el precipicio de una esperanza: «Y seguirán siendo los tiempos del amor, aunque nos cueste separarnos de ti, para morir tras un deseo impermanente, entre las huellas del verano y esta tierra que nos alumbra y nos sostiene. Esta tierra que ha sido siempre nuestra madre.» El retorno a la raíz, la madre por tierra, la dadora, símbolo de lo armónico inmortal, presenciado desde el inicio, siendo siempre escudo fuego del hijo en altares de su deseo natural; principio del dejarse ir hacia la muerte como sabia ceremonia de aquello imprevisible, impalpable, para la mirada. Más, para el aliento interno, se aloja cual espina desde una misma ráfaga del instante por el inmaterial llamado, marcándolo -el poeta- otros pasos sobre su mismo cielo: «A pesar del imposible retorno, su ceniza sigue copulando lenta y oscuramente a través de la tierra, con la rama que la dejó caer.»

Los diferentes amores en su complejidad se van dando, bebiendo la sutil parábola, insistente en el diálogo cargado de lo simbólico privativo del poeta Vidaurre, realzando a la mujer dadora, la recibidora, la hermana pronunciando su llegada: «Ella sirvió a mi madre cuando yo vine al mundo». Abrigando otro enraizado velo de emisaria presencia: el mito de la hermana-madre. Rehaciendo cada vez más el germen rastro, hacia la luz del amor ya terrenal. Sin embargo, sigue siendo parte de su gemela alma. Su Artemis que no existe en los campos que él recorre. Sólo la sabe, la reconoce sobre la fresca hierba, entrando con su otra alma: «Esa mujer silenciosa en el balcón no es la flor oscura que contiene en las ramas la eternidad de un ave.» Parentesco espejo, de una multiplicidad dentro del despliego claro del poeta, rozando el sentir lo intuitivo femenino mediante la naturaleza; misma portadora y regeneradora de vida, «con el gesto de las cosas que se vuelven fugitivas y sus ojos cerrados que suplican No, todavía no. Lejos del centro. Del único lugar donde el alma no nos hace sombra.» Reconciliación de las médulas, más en el alma hay un torbellino, de cuál será la estacionaria sangre corriendo por las venas con su saliente pálpito silencio: su indivisa -ella-, poseyendo, «la eternidad de un ave», bajando de su cobijo universo, a la que no pretende quedarse con ser, sólo un leve instante, intrínseco al lado de este peregrino cortejo.

Entre tanto, los buenos piensos caen sintiendo -el poeta- lo más cercano, pulsando en el vacío, al -amado-amante-, de su etérea estancia, haciéndolo parte real de un punteo traspasar hojas por la orillada luz de tantas susurradas puertas. Vidaurre, lo materializa con el suave monasterio de su palabra y no se pierde dándonos otro paso al ojeo de un buscado escrito: «Recordé entonces los versos de un viejo poeta que decía Después que la rosa hubo de entregarse al sol y marchitarse, el viento heredó polvareda de oro. La tierra dijo de sus ruinas: He aquí mi canto, que ha regresado a mí…» La purificación ceremonial a través del diálogo escrito, origina los amanecidos signos orientados al realce del destinado cimiento, y siendo parte de sus aguas, le reclama sólo un testigo sacrificio para la veneración del encuentro: Amor dormido bajo su misterioso atuendo religioso.

El poeta, atiende su respirada carne entregándole su doblez en miramiento a los sobresalientes espacios no ojeados en el atajado eclipse de cuarto creciente con diluvio festejo: «Él me ha regalado una de sus flores invisibles y hela aquí sobre mi boca, apenas vislumbrada, todavía no amada.» Fugitivo, todo concluye, para -el amado-, su -amante-tierra, su madre-tierra, le ofrece retornar a la vida, abriéndose otro mojado cielo, al primogénito penetrante bálsamo, refugiando los impalpables latidos de tantas eludidas albas. Sus albas, en nombre de «un hombre con la pupila roja espera su regreso del Este. Se ha entregado a ella. Ese vínculo con la brisa. Esa rama interna que se vuelve cuerpo fugitivo.» Y entre los estruendos, brota al fin ese secreto comunicado solitario de una sola lírica visita: «No es un juego de inocencia esta visión, este viaje. Ahora estoy seguro de que era la senda inicial de los buscadores.»

Los pasos sobre este medio espejo de Vidaurre, son de un redoble campaneo entre su caminar y el paseo por los altos mares, amado por lo callado de su verbo, que emanando, «sin tocar el suelo, después de haberla amado, la estoy contemplando.» Acariciándolo en lo profundo de su vigilada aguja, que atando al sabio templo de Dios, lo seduce hacia el mismo tornadizo vivero de mortal montura: «Debía decirle que estaba cansado, que la sed de formas era sólo eso, sed. Que parecía no existir, que su imagen en mi sueño se derrumbaba. Pero el canto se fue volviendo montaña». Atendiendo ese otro llamado, -del poeta-, se va por sus montañas, y su muerte en vísperas amatorias con semblantes de mismo canto -del amante-, juntando todos los aislados silencios, fluyen, hablan sobre la vida dejando espacios. Alimentan lo verdadero de un pasado pálpito. «Y digo esto porque, al finalizar la estación, los pájaros ignoran la ausencia del milagro en flor que nos supone la muerte.» Encontrando el inmortal lago donde recostar la mirada, del amante-amado, que a su vez, palpa la fascinación íntima de Dionisio y Narciso por las aguas, recreando por acaso, su legado por amarle tanto dentro de sus cañas en soplo de aguas.

Edgar, nos marca estos encuentros, entra por los iguales pasillos-ventanas, ya sin sus descansos enlaces, se revela como un dios, entre las pausas, allí, donde -el poeta- le abre su risco en nube muy dentro: «Era la fuerza, esa fuerza que nos trae de una sola vez el fruto, y luego otra luz que no conoce, y el amado silencio» que cierra esta muy permanente y pobladora puerta. Entonces, retorna a su palabra y encuentra a un tan ataviado -amante- de la tierra, perdiéndose entre el relámpago y el suelto viento, bajando por su íntimo líquido afecto, pero: «¿Ves esta espina? Ahora ya no hay hombre sino herida, por eso no me has reconocido.» Quizá, los tormentos de aves cruzaron el mismo cielo, pero ella, su interna -amante-, florece, custodiando el enlutado y largo manto arropando sólo el cuerpo. Más, sus desnudos pies desvisten el inevitable viaje, tanteando ya la muerte de su -amado- por estar al otro lado de su costilla, desierto, esperándole: «No la busques más en lo leve, que sólo tu deseo brilla, como una joya en el aire. Si quieres saber, ella, sigue viva bajo el dolor innombrable, amarga, amarga.» Pareciera decirle el poeta al amante de su amada.

Renuevos embarazos, escuchando salamandras en viva sombra, cautivada por los parajes por donde se sumerge Vidaurre: místicos paisajes de su igual amorosa alga, «Yo soy, yo soy tú mismo.» Mágica inocencia, con este llamado, atándolo por un siempre amén al crecido santo lago, vistiéndolo con otro siempre amén al monumento espumoso rocío su medio cuerpo, cosiendo su flecha hacia la devota luz, sin percatarse que en su lineal triángulo poseía todo el infinito, incrustándolo al único de suyo-ella- corazón. Y bajando por lo muy profundo de sus búsquedas, que se han cantado por milenios hasta encontrarse con las idénticas miradas del nativo verano, cruzando nuevamente el arrecife, juntando una vez más, el cruce de la fugitiva noche en tálamo de montaña, entre dichos de cantares bíblicos, como, «reprochando algo, a la fugitiva… luz.»

Estremecimiento, fue ese sentido escalofrío: «Ahora cuando sé que no hay fuego semejante al deseo. Que no existe río parecido a esta sed.» Sólo en ese ahora, entrevé -el poeta-, la forma de lo ilusorio que no retorna. Y, su portavoz, -el amado- amante- manando por el encuentro de Vidaurre, se fue de lo profundo, hacia el destello de lo femenino, con este solitario testimonio, cual pájaro en picada de vuelo. Clavándosele en la pupila ya cerrando su último aliento. Quitándole lo libre de pertenecer al viento, y cantarlo a lo íntimo del santo lago, para concebir la unión del agua entrando por sus aguas. Devolviéndonos, Vidaurre, a -la amante-, como ofrenda, sólo la envoltura de mirarla a través del meditado espejo para: «Retornar a ese silencio que había antes de la creación.»

Madre-amante, igual constelación de su amada-desamor. Espejo, ya mistificado, donde, él -poeta- reclama a sus ellas, sobre su recién recinto desvelo. Igual, aquél que envuelvo en tibias sábanas, el Ulises logrando entrar al templo de las espigadas rosas que tanto añora lo femenino de su nombre. Afín, -ella-, la fugitiva de Vidaurre, duerme al lado de la madre, entre sus aguas con sus mismos atavíos. «Yo soy esa flor, soy mi deseo, que sólo existe en ella, sólo por ella.» Porque él o ella son lo infinito de todo sonido entre monjes silencios. Y algún día ese quién buscado estará bajo todos los siglos, mientras brille lo rojo en espina que espolear vuestras manos, muy señora dominando su entera fugitiva alma: «Ahora que has retirado tu velo. En la sombra donde mi sed confluye con las aguas.» Sortilegio recibimiento al final del recorrido, concediendo entreverla en su silvestre fugacidad el poeta Vidaurre a través de su única «rosa malva», su más íntima -amante-: la poesía.

Mis saludos, sencillamente gracias
Milagro Haack.
Amanecer del día, 14 de mayo de 2001

Milagro Haack, poeta, ensayista, editora, Miembro Activo del Círculo de Escritores de Venezuela

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Carlos Pacheco: Nuevo integrante del Círculo de Escritores de Venezuela

Es un privilegio para el CEV, contar con la Membresía del escritor Carlos Pacheco

Nació en Caracas, 1948. Investigador, ensayista, crítico literario y editor, obtuvo su doctorado en el King´s College de la Universidad de Londres bajo la dirección de William Rowe. Es Profesor Titular jubilado de la Universidad Simón Bolívar, donde ha sido Coordinador del Postgrado en Literatura, Decano de Estudios Generales y Decano de Estudios de Postgrado. Investigador nivel III del PPI, se dedica en particular al estudio de la narrativa latinoamericana contemporánea y la teoría de la narrativa.

Ha sido profesor invitado en Brown University (Providence, RI), la Universidad de Salamanca, Rice University (Houston) y la Universidad de Cincinnati. Ha sido Jurado del Premio «Rómulo Gallegos» y del Premio Pegasus de Novela, entre otros. Además de numerosos artículos y ensayos publicados en revistas de la especialidad, es autor de Narrativa de la dictadura y crítica literaria (1986); La comarca oral (1992); Del cuento y sus alrededores (1993 y 1997), con Luis Barrera Linares, y La patria y el parricidio (2001); editor de Alfonso Reyes: la vida de la literatura (Alcante 1992), coordinador, con Luz Marina Rivas, de Novelar contra el olvido, revista Estudios (2001) y coordinador, con Luis Barrera Linares y Beatriz González Stephan, de Nación y Literatura. Itinerarios de la palabra escrita en Venezuela (2006).

Su trabajo ha merecido el Premio de Investigación «Andrés Bello» (1982), el Premio de Crítica «Rafael Barret», Oklahoma State University (1985) y el Premio USB a la Destacada Labor Docente 1996. Desde 2000, es Honorary Research Fellow de la Universidad de Londres. En julio 2008 fue electo Individuo de Número de la Academis Venezolana de la Lengua. Actualmente dirige la Editorial Equinoccio de la Universidad Simón Bolívar.

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La nostalgia oprimida de la luz… Antonia Pozzi (1912-1938)

Antonia Pozzi poeta italianaPor Edgar Vidaurre

La colina es oscura en el cielo claro.
Allí se enmarca tu cabeza, que mueves apenas
y acompaña ese cielo. Eres como una nube
vislumbrada entre ramas. En los ojos te ríe
la extrañeza de un cielo que no es tuyo.

La colina de tierra y de hojas encierra
con su masa negra tu vivo mirar;
tu boca tiene el pliegue de una dulce hondonada
entre costas lejanas. Pareces jugar
bajo la gran colina y el claror del cielo:
para agradarme repites el paisaje antiguo
y lo vuelves más puro

Pero vives en otra parte.
Tu tierna sangre se hizo en otra parte.
Las palabras que dices no se avienen
con la áspera tristeza de este cielo.
No eres más que una nube dulcísima, blanca,
enredada una noche entre ramas antiguas.

Cesare Pavese.

La lengua italiana, tal vez la última de las lenguas románticas en constituirse (siglo XIII), ha estado sometida al intenso ciclo de cambio y revolución sensible, místico e intelectual que ha caracterizado a los hombres y mujeres de esa parte del mediterráneo. Más allá del culto y clásico Latín y mucho después de la trova Provenzal irrumpe esta lengua, cuya primera manifestación literaria y poética es casi sin duda aquellas Fioretti de San Francisco de Asís, y los cantos amorosos de los santos juglares de Dios. Poco después de la revolución mística de Francisco, y a través de esta lengua recién nacida, surge uno de los paradigmas humanos en su máxima expresión de potencia creadora: Dante Aligheri con su magnífico viaje de purificación redentora hacia la contemplación inefable de Dios. Nuevamente la revolución humana que constituyó el Renacimiento, tiene su máxima expresión poético-literaria en El Cancionero del Petrarca y buena parte de los artistas Florentinos incluyendo a Miguel Angel quien compuso sonetos de la belleza extraordinaria. Ya en el Cinquecento, empiezan a surgir mujeres con una voz poética inspirada y apasionada como Vittoria Colonna, Gaspara Stampa, Tullia D´Aragón y Verónica Gambara. Aún bajo la influencia de Petrarca, la literatura italiana sigue provocando movimientos novedosos como el Marinismo que se mantuvo vigente en el barroco y neoclasicismo hasta la llegada del romanticismo y Giacomo Leopardi quien con sus Canti, no sólo se convirtió en la voz más pura del romanticismo italiano, sino del romanticismo universal a través de una voz poética que nos impone una profunda y desesperada visión del mundo determinado por la soledad, el dolor, y la muerte.

Como siempre, ha sido el impulso renovador y purificador del alma italiana, lo que dará la pauta a las manifestaciones literarias. El gran movimiento que se denominó II Resorgimento guiará a los pensadores y poetas italianos, hacia el Novecento, que verá nacer a Giuseppe Ungaretti, Eugenio Montale, Salvatore Quasimodo, y a Cesare Pavese. Es aquí, en este punto del transcurrir literario de la península donde hace su aparición la voz poética, encarnada en la muchacha que fue Antonia Pozzi. Nacida en Milán en 1912, a los veinticinco años había sido tal vez la única mujer de su generación en culminar estudios superiores y postgrado en letras en la universidad de Milán, siendo por lo demás, la alumna más destacada. Mujer de una belleza física y espiritual extraordinaria, a los veintiséis años ha escrito la totalidad de su obra poética (el poemario Palabras -Parole- Pozzi, Milán 1938) bajo la premisa de una ética-poética de vida que no le permitió concesiones ni amparos a su incesante e intensa visión de la existencia, como un tránsito apasionado, amoroso, pero determinado por la profunda soledad y el desarraigo, en un mundo no menos amado que ajeno, desde donde vislumbra la otra orilla infinita. Así, esta mujer que nos ofrendó su canto y su amor, nos ofrenda también su vida el 3 de Diciembre de 1938, envuelta en los crepúsculos de la campiña lombarda.

FUNERAL SIN TRISTEZA

Esto no es estar muertos.
Esto es volver al pueblo, a la cama.
Claro está el día
como la sonrisa de una madre que había esperado
Campos de escarcha
árboles de plata
crisantemos rubios
las niñas vestidas de blanco con velos color de aljófar
voz del color del agua aún viva entre de tierra.
Las llamas de las velas desmayadas en la luz matutina
dicen lo que es este desvanecer de las cosas terrenas.
Dulces, este volver de los humanos por puentes aéreos de cielo
por cándidas crestas de montes soñados
a la otra orilla
a los prados del sol.

Ese desarraigo del mundo, esa soledad impuesta por un espíritu de potencia sensible desbordante, no podía permitirse el amparo ni el consuelo de nada que no fuera el propio latido esencial de su interior. Es verdad que ella ama profundamente las colinas leopardianas, que su mirada retorna hacia el mundo de Virgilio, de Cátulo, que su alma es hermana de la de Safo, que sobre sus dulces hombros pesan todas las circunstancias históricas y sociales que su entorno le impone. Pero esa mujer ha decidido que el camino a seguir no acepta descanso ni apoyo. Ella se aparta de todos los movimientos de vanguardia en cierne. Más allá del surrealismo recién proclamado, del hermetismo cuyas determinaciones estéticas serán superadas más tarde por sus contemporáneos, en especial por Cesare Pavese (1908-1950), está vibrando, está existiendo esta mujer que se interroga así misma por esa existencia que le empuja inexorablemente a la soledad.

SOLEDAD

Aunque el olor de las hojas nuevas te despierte a un deseo de humanos sol
y el ocaso aún no transfigurado en noche
te empuja por caminos de tierra,
lejanos los umbrales apagados del cielo,
inútilmente buscas a quien pueda en esta hora
llegar a través de tu deseo junto a tu corazón.
Verdad es que nadie llega a tu corazón inaccesible.
El está hecho solo.
Réprobo a los gritos de sus golondrinas.

VOZ

Tenía voz en ti el universo de las cosas mudas
las esperanza que está sin alas en los nidos
que está bajo tierra no florecida.
Tenía voz en ti el misterio de la tarde
lo que junto a una muerte quiere tornarse vida.
El hilo de hierba bajo hojas podridas.
La risa primera de un niño salvado
al lado de una agonía
en un corredor de hospital.
Ahora, cuando de las altas ramas de los campanarios
cae un repique
y en el corazón se hunde
como un fruto en el campo arado
entonces,
tiene voz tú en mí
con esa nota amplia y sola
que dice los sueños sepultados del mundo
y la oprimida nostalgia de la luz.

Oprimida nostalgia de la luz. Como una flor amanecida en los sueños sepultados del mundo, esta mujer clama desde una isla de luz donde la muerte quiere tornarse en vida, con una voz y un canto sereno, abarcante, como el de una campana. Canto que nos hunde de nuevo en la tierra como los frutos. Ella ha decidido desprenderse del mundo. Ella ha entrado en el camino del morir. Pero no por que odie a ese mundo; muy por el contrario, ella ha amado demasiado. Aún desde su interrogada existencia, ella ha amado a todas las cosas de este mundo y sobre todo, a las cosas mudas, a la hierba que se levanta sobre las hojas podridas, a la risa de un niño resucitado, con un deseo, una esperanza ya sin alas, hundida en la tierra, lejos de la flor decidida a dejar constancia de ese amor que se irá también inexorablemente como ese mismo niño perdido entre sus manos. Un alma que ya no acepta la existencia en este mundo. Un cuerpo que tampoco se la otorga más allá de ella misma, porque Dios ya no nos mira, porque no pudimos ser liberados en él.

HUBIERA SIDO

Anuncio hubiera sido de lo que no fuimos.
De lo que no fuimos y ya no somos más.
La poesía amada por nosotros y nunca del corazón separada
Tú la habrías cantado con tus gritos de niño.
La única espiga eras tú
el tallo de nuestra inocencia bajo el sol..
Mas te quedaste allá con los muertos
con aquellos que no nacieron
con las aguas sepultadas
apagado amanecer a la lumbre de las últimas estrellas.
No ocupa ahora tierra sino sólo corazón
tu invisible ataúd
alma
y tú has entrado en el camino del morir.

MATERNIDAD

Pensaba tenerlo en mí antes que naciera
mirando el cielo, la hierba, los vuelos de las cosas livianas,
el sol, para que todo el sol bajara en él.
Pensaba tenerlo en mí tratando de ser buena,
buena para que toda la bondad vuelta sonrisa creciera en él.
Pensaba tenerlo en mí hablando a menudo con Dios
para que Dios lo mirara y nosotros fuéramos libertados en él.

La muerte, la vida, la muerte: el amor, una sola estancia, único lugar para esta mujer en flor, para esta mujer-flor, para esta muchacha enamorada. Nunca hubo un antes, no existe después, sólo el instante, breve y apasionado, apasionado al extremo de abrirse en una sonrisa de pudor, sonrisa santa, que dice las grandes entregas. Ella, como una gran amante, lo sabe. Ella se fragmenta, esparce su aroma como si fuera su hijo, que le sobrevive y se queda con nosotros para iluminar la tierra.

PUDOR

Si alguna de mis palabras
te deleita
y tú me lo dices
aunque sea sólo con tus ojos
Yo me abro
en una sonrisa santa
mas tiemblo
como una madre pequeña, joven
que empieza a sonrojarse
si un pasante le dice
que su hijo es bello.

REFLEJOS

Palabras – vidrio
que infielmente
reflejas mi sueño –
en vosotras pienso después del ocaso
en una oscura calle
cuando sobre los cuencos cae una lluvia de vidrios
fragmentados a lo largo
esparcida en la tierra iluminada.

Breve instante, como una mirada, como la lluvia, como los sueños tal vez, nacidos en el reflejo de un cielo que no es, ni será suyo. Breve instante apasionado del que sólo queda el llanto y una áspera nostalgia de enamorada.

AMOR DE LONTANANZA

Recuerdo en la casa de mi madre
en medio de la llanura
una ventana que se abría
a los prados; al fondo, la orilla boscosa
escondía al río Ticino, aún más al fondo
Había una líneas sombría de colinas.
Yo había visto el mar
tan solo una vez, mas le guardaba
una áspera nostalgia de enamorada.
Hacia la tarde fijaba el horizonte
entornando un poco los ojos, acariciando
contornos y colores en las pestañas
y la línea de colinas se suavizaba
trémula, azulada: a mí me parecía el mar
y me gustaba más que el mar verdadero.

LA VIDA SOÑADA

Quien habla conmigo
no sabe que yo he vivido otra vida
como aquel que te dice un cuento o una parábola santa.
Porque tú eras la pureza mía,
tú cuyas lágrimas dulces corrían en la profundidad de los ojos
si mirabas hacia arriba y así te parecía más hermosa.
Oh velo tú de mi juventud
mi vestidura clara, verdad desvanecida
Oh mundo luminoso de toda una vida que fue sueño tal vez.
Por haberte soñado mi vida querida
bendigo los días que me quedan
que sirven para llorarte.

Desde su interrogada existencia, ella nos dice que nuestro destino es la imposible pureza, la soledad del desierto, la soledad infinita del desierto, nosotros tan fugaces como aquella Retama o flor del desierto que nos diera Leopardi. Pero esa mujer, como flor del desierto, sigue sin hacerse concesiones, sigue amando, pero sin concesiones. Tal vez y únicamente la de la oración, la de la plegaria, pero aún así, sin ritual: una plegaria despojada.

PLEGARIA A LA POESIA

Oh tú bien me pesas
el alma Poesía:
Tú sabes si fallo y me pierdo
Tú que entonces te me niegas
y callas.
Poesía, contigo me confieso,
pues eres mi voz más profunda.
Camine por un prado de oro que era mi corazón
roto la grama, pisoteado la tierra
esa tierra donde me diste el m{as suave de tus cantos
donde al amanecer por primera vez
vi volar una alondra en el sereno
y con los ojos traté de subir.
Poesía, poesía que eres mi remordimiento más profundo
ayúdame tú para que vuelvas ha encontrar
mi alta comarca abandonada.
Poesía que sólo te entregas
a quien con ojos de llantos te busca
hazme digna de ti nuevamente.
Poesía que me miras.

Ah! volver. Volver aunque sea sólo un instante, para dejar constancia de ese amor, soñado amor que sale de las sombras para volver. Fugaz pero intensa evidencia de la existencia, transfigurada en un inmenso cielo de verano al amanecer, breve y profundo como el trino de una alondra que mide la dorada y abarcante eternidad.

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Álvaro Pérez Capiello: El desván de lo oculto

Por Carmen Cristina Wolf

Escribo para que la muerte no tenga
la última palabra.
Odysseo Elytis

Luego de cinco novelas y numerosos ensayos publicados, el escritor Álvaro Pérez Capiello ofrece a los lectores El desván de lo oculto, que plantea a través de atrayentes acontecimientos el eterno enigma del destino. No voy a adelantar nada de lo que vamos a escuchar, para que la vida nos sorprenda y nos conduzca por extraños senderos.

Álvaro Pérez Capiello es venezolano, economista egresado de la Universidad Católica Andrés Bello con postgrado en Barcelona, España. Sus novelas son: Guardatinajas, Sombras bajo el Sol, Laberinto de Ilusiones y El Bar de Luso, que recibió la Mención de Honor del Premio de Novela Enrique Bernardo Núñez. Su obra aparece en numerosas antologías locales y foráneas. Su último libro de cuentos, Entre la verdad y el engaño, fue editado en el 2007. Es columnista de importantes diarios y revistas en Venezuela y el exterior.

A continuación transcribo un párrafo que revela la incesante curiosidad de Pérez Capiello por indagar y describir a los individuos y la movilísima forma que rodea sus vidas:

«Reinventarse implica reconocerse, extraer señales de ese caos aparente del quehacer cotidiano, contemplar sin prejuicios el entorno como un niño que se asombra ante la poesía de las formas sin juzgarlas.»

Se descubre en su escritura la influencia de las interminables lecturas e investigaciones acerca del pasado, para descubrir en él claves de la causalidad presente y emprender caminos de cambio. Pérez Capiello señala en un libro anterior, Entre la verdad y el engaño: «Durante el medioevo, cuando el valor supremo, el centro de las artes y de la cultura era Dios mismo, alzaron vuelo las catedrales, los retablos, la más pura expresión de una sociedad que elevaba sus ojos al cielo. Posteriormente el hombre se convierte en el principio y fin de la obra creadora y ocurre así un Renacimiento, un deseo de descubrir los misterios e imponderables del mundo…. la alternativa es apelar a la vida como un don precioso capaz de estallar y reconstruirse eternamente. (…) Aceptar nuestra herencia divina para así poder crear, indagar y ser libres. «

Finalizo con esta frase de Alvaro: «Somos aquello que hemos sido y también aquello que seremos … En definitiva, sólo quienes creen en la muerte pueden desaparecer.»

Amigos, a continuación entraremos en El Desván de lo Oculto. No está de más llevar en el pecho una cruz de San Andrés, por si tenemos que abrir algún portal desconocido.

Literatura y Vida desde Caracas

Mujeresescritoras

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Proclama desordenada para el cadáver que es el teatro venezolano

Por José Tomás Angola Heredia

El arte teatral en Venezuela es un continuo, una serpiente que se muerde la cola (Guillermo Meneses dixit). El que no lo crea o es un soberbio o un ignorante. En este principio de siglo los dramaturgos que cargamos el ataúd del teatro (no vayan a dudar que el teatro en Venezuela parece más un cadáver que un saludable hombre) somos los herederos de lo que escribieron Otazo, Ayala Michelena, Rafael Guinand, Leo, Luis Peraza, Rengifo, Aquiles Nazoa, Ida Gramcko, Pedro Berroeta, Uslar, Ricardo Acosta o José Ignacio Cabrujas. Negar eso sería como negar la influencia que hoy tienen, directa o indirectamente, Isaac Chocrón, José Antonio Rial, Gilberto Pinto, José Simón Escalona, Alejandro Lasser o Levy Rossell. En los últimos años se puede sentir ese nudo gentil que ata a los nuevos escritores con los que ya se han consagrado: De otra manera cómo se entendería el acompañamiento de Rodolfo Santana a la obra de Gustavo Ott o a Gerardo Blanco lanzando al ruedo a Mónica Montañés o incluso la estimulante presencia de Xiomara Moreno al lado de León Febres Cordero. Somos una silenciosa cofradía, sin escuelas formales para los dramaturgos, sin grandilocuentes gestos de filiación, pero con la certeza de que nada habría escrito Marcos Purroy, Gennys Pérez o Ana Teresa Sosa sin la lejana dramaturgia de Eduardo Calcaño o Aquiles Certad.

Pero si los dramaturgos reconocemos nuestra herencia, los directores son otra cosa. Existe un divorcio generacional y egomaníaco entre ellos. Al hablar con cualquier puestista nativo destacarán siempre las influencias de Peter Brook, Giorgio Strehler o Ronconi. Pueden analizar con admirado conocimiento la obra de Clurman o Kazan e incluso de Tomaz Pandur pero ¿y no son estos directores los mismos compatriotas de Ibrahim Guerra o de Carlos Giménez? Si bien el ascendiente internacional es saludable, el no valorar el origen, el olvidar tanto sendero recorrido por creadores que no tienen nada que envidiarle a los extranjeros es un acto de miopía. ¿Cómo un joven director con ánimos experimentales podrá obviar el trabajo de Orlando Arocha, Javier Vidal o Antonio Constante? ¿Cómo un director que le interese desarrollar el trabajo con los actores podría desconocer la labor de Horacio Peterson o Enrique Porte? No hace falta mirar a tantos kilómetros de distancia, todavía tenemos la posibilidad de hablar con verdaderos maestros, leyendas nuestras que son gratuitas linternas para los más jóvenes. Fernando Yvorsky es una de esas figuras o Kiddio España o Miguel Torrence. Nada más gratificante que una charla modesta e iluminadora con el Maestro Romeo Costea para entender la maravillosa experiencia que lo une a la evolución del teatro mundial. Pero el orgullo es una novia cruel y antojadiza. Mientras nuestros regidores sigan mirándose el ombligo, jamás entenderán que en cada nuevo montaje están repitiendo lo que alguien hizo dos o tres décadas atrás, que cada recurso que supongan nuevo no es más que la reedición de uno que usó alguien antes. Avanzar no significa partir de cero. Arrancar donde Alberto de Paz y Mateos, Juana Sujo o Juan Carlos Gené nos dejaron, es caminar con pies ajenos muchas horas de desvelo, de pasión creadora, de ensayo y error, de triunfo y fracaso.

Pero si pareciera que la soberbia se apropia de los responsables de montar en los escenarios lo escrito en un papel, también hay que mencionar el desprecio que estos tienen por la dramaturgia nacional. A Rodolfo Santana le oí decir que el problema era que nuestros directores no entendían lo que hacíamos los escritores venezolanos. Si nuestros coterráneos, con quienes compartimos imaginería, lengua y afectos, no nos entienden como sí lo han hecho españoles, alemanes, franceses, estadounidenses o gentes de otras latitudes donde se reponen las obras de Ott, Chocrón, Uslar y Santana, entonces estamos perdidos. A lo mejor es que nuestra dramaturgia no posee el reconocimiento necesario, sin embargo allí están Edilio Peña y Gustavo Ott ganando el Premio Tirso de Molina, quizá el galardón teatral más relevante para los hispanoparlantes, o las universidades norteamericanas estudiando a Chocrón y Rengifo o el cine filmando las obras de Mariela Romero o Chalbaud. Algún complejo nos embarga, el mismo que hace que al ir a una librería compremos una novela de Vargas Llosa o Sandor Marai antes que un libro de Garmendia o Adriano González León. ¿Qué misterio habrá para que nos deslumbremos por otras literaturas y desechemos lo que en realidad somos? Quizá en la propia pregunta está la respuesta. Quizá no queremos vernos como somos. Quizá nos da vergüenza reconocernos en esos espejos desgarradores que son «Lo que dejó la tempestad», «El General Piar», «La Revolución», «El Juego», «La Empresa perdona un momento de locura», «Fotomatón», «Acto Cultural» o «El día que me quieras».

El teatro no puede ser un acto únicamente estético, de serlo sería vacío y fatuo. Algo hay que decir, algo hay que revelarle a los auditorios, algo hay que reflexionar en un tiempo de irreflexión.

Permítanme ahora una digresión, que me interne en el espacio de la dignidad de los artistas. Los creadores somos menos que viento sin los mecenas. Nadie habría oído jamás de Miguelángel sino hubiese tenido un Médicis apoyándolo. El trabajo del creador no es para producir riqueza material, al menos no como objetivo principal. Lo que él genera no tiene ninguna forma de ser tasado o cuantificado económicamente. ¿Alguien se atrevería a ponerle precio al «Ricardo III» de Shakespeare, alguien responsablemente me podría decir cuánto vale «Fuenteovejuna»? Lo confieso, este grito de rabia es para los burócratas gubernamentales que día a día atienden un horario rutinario de trabajo, que día a día se tropiezan con las solicitudes de grupos y artistas y que día a día sonríen con burla ante esas peticiones. En Venezuela, los creadores somos menos que recogelatas culturales. Gentes miserables que nos arrastramos por cuanto pasillo existe para pedir la limosna con la cual poder crear en un país cada vez más insensible y hueco.

Culpa tenemos, culpa de permitir el irrespeto. Dejar que del gobierno, ese ineficiente y podrido organismo, que de esa masa amorfa de esquinas inmundas provengan todos los dineros para hacer arte, es volvernos cómplices de la indolencia, la parsimonia y el estancamiento que se come a la revolución por dentro. Hay que matar al gobierno subsidiador, hay que asesinar con el puñal de Otelo los miles de escritorios frente a los que ahora se paran muchos a mendigar la sobrevevivencia. La consigna es buscar nuevas fuentes, buscar otros mecenas que nos respeten, para los que no seamos unos «sin oficio que viven a costa del gobierno».

Nosotros somos los que hacemos el país. Y no lo digo demagógicamente. La invención del país nos pertenece. En cada sala de teatro, en cada texto teatral nace la patria, la visión universal, el retrato perenne. Abjurar de esa responsabilidad es aceptar el desprecio de esa ignorante clase gobernante que nada sabe del parto artístico. La historia se invierte: ellos son nada sin nosotros. ¿De qué vale un Ministerio de Cultura en un país sin autores?, ¿de qué valdría ser nación sin hombres y mujeres que la crearan todos los días? Por años, ni en la cuarta ni en la quinta república (división por demás maniquea y estúpida) los artistas hemos obtenido el respeto que nos merecemos. Ya es tiempo de que nos levantemos. Escribir de rodillas es muy penoso. Hacer teatro cuidando lo que decimos es vergonzoso. Con estas líneas quisiera decretar la muerte del gobierno narciso y paternal. Rompo esa prisión ignominiosa en la que nos humillan y proclamo abiertamente mi desprecio por la burocracia ruinosa. El que se respete que le escupa la cara a la revolución y me siga.

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Prólogo de Estos son los nombres, inédito de Alfredo Pérez Alencart

Por Alfonso Ortega*

La vez primera que, en una lengua europea, la griega, recurre la hermosa palabra prólogo, fue en el teatro griego, en sus representaciones dramáticas, según testimonio fiable de Aristóteles en su Poética (12, 1) y Retórica (3,14, 1). Antes de iniciarse la primera acción escénica, en su forma más antigua, tragedia o comedia, un solo actor abría el espectáculo para dar noticia escueta, pero esencial, de la trama general de la obra, sin ofrecer claves reveladoras, dando siempre opción y derecho a la tensión requerida, además de suplicar agradecidas disculpas para las deficiencias y errores de autores y actores. Como para sí mismo deseaba, por vez primera en la lengua de Castilla, Gonzalo de Berceo en su principal obra Vida de Santos, con su cuaderna vía.

La pretensión de todo prólogo, supuestas adelantadas disculpas, consiste, según los componentes del vocablo pró-logo, razonamiento previo para la comprensión del texto, del principal pensamiento e ideas conductoras de la trama, del hilo o tejido, como indica esta preciosa metáfora. Recuperando el número diez, que Virgilio hizo clásico para la Historia de la Literatura Latina en sus diez Églogas, diez son también, como en las Tablas de la Ley Mosaica, lo que bien podría denominarse estampas vivas del alma de un poeta, de Alfredo Pérez Alencart.

Cada una de ellas, con su inicial apelación imperativa a ÉL -a quien se nombra, sin nombrarlo en parte alguna del texto, como se muestra en el interior del texto: II 5, nútreme; condéname, Ábreme; III 2, 7; Aparta de mis mañanas; IV 6; Despiértame, y abrígame; V 12, 13; rebélate; VI 2; y átame, VII 1; Enlístame, devora, y regálame, VIII 10, 13; Ayúdame, ayúdame, X 12, 13. EN NOMBRE DEL HIJO es el dramático monólogo, con esperada y urgente respuesta necesitada, abierto en infatigables imperativos, con la impetuosidad de ritmos yámbicos, acentualmente ascendentes, podríamos decir al gusto de un clásico latino, sin excepción alguna al comienzo de cada una de estas intensas y clamorosas efusiones del alma, como infrenables torrentes del corazón creyente, en los que apenas hallan reposo estilístico dentro de las sobrias puntuaciones mayores, cual revelan ellas en sus reiteradas ausencias. Porque aquí no caben artificios. También el corazón tiene sus propias normas y estilo. Pues todo es aquí alma en vilo, fe profunda y desazón creante, esencias culminantes y tajantes sorpresas. Con los acumulativos gerundios, delatando tensiones y acciones incesantes.

Casa en Bedar, España

Importa proceder con orden, como avisaba Ortega y Gasset en su visita a El Escorial. Porque también aquí nos desafían sustancias objetivas. Es recordación veraz y legítima, cuando se pretende introducir método, abrir camino a la contemplación de estos ciento treinta y tres versos de EN NOMBRE DEL HIJO. Si la forma ha de ser exigencia del contenido y el contenido a su vez interioridad de la forma, son manifestación sensible de estas diez revelaciones del alma, como es palpable, las ardorosas e imperativas apelaciones del poeta en busca de auxilio apremiante, en estas estancias, que exceden, en número y sílabas, prescripciones tradicionales, y realmente representan cauces nuevos para tantas incontenibles emociones del espíritu. Materialmente impresionan las veintitres formas gerundivas, insinuadoras de actividad y eficacia permanentes, interminables, que desafían categorías temporales, aun a costa de las catorce sílabas tradicionales del esquema literario, pero abriendo más ancho cauce a los desbordantes anhelos del alma, ahora en predominantes diecisiete sílabas en cada uno de sus versos; los extensos períodos o frases con estructuras sintácticas extensas, de un solo aliento, gracias a esos insistentes gerundios en un solo período: yendo y viniendo, recibiendo, haciéndose, desbautizando. O los clamorosos imperativos, frente a la desolación y el desamparo al principio de cada estancia: Descorázame, I, 1; Adviérteme, II, 1; Señoréate, III, 1; Desclávate, IV, 1; Respóndeme, V, 1; Rebélate, VI, 1; Enmiélate y átame, VII,1; Enlístame, VIII, 1; Compréndeme, IX,1; Ayúdame, X, 1.

Si el análisis gramatical y de técnicas literarias se hallan al alcance de todo entendido lector de poesía, de mayor y más esforzada tarea sería la exposición debida al impresionante contenido religioso, de ascesis y de mística, en estos textos palpitando. Casi con sacrificio de sí mismo el poeta, que tan intensamente siente y piensa, desearía -aunque no parece sea posible-, dejar de sentir: Descorázame el corazón (I, 1), quitarse la coraza de hierro del corazón, que de tantas lamentables experiencias inmuniza. ¿Será esta súplica el reconocimiento cabal de irrealizables tareas? Porque, ¿quién posee poder tan alto como para levantar en vilo al mundo o apaciguar barbaries? Dicho todo ello de modo infatigable, sin puntual reposo sintáctico, desde la primera a la última palabra (I, 1-13).

Con menor urgencia sintáctica, con puntuación mayor en el cuarto verso, el poeta conocedor de las contrarias razones del corazón, suplica advertencias, cuando no sepa acudir a la defensa de Él, con toda tu realidad posible, del Dios rogado sin nombrarlo, suplicando tras el balbucir de palabras extinguiéndose, aunque no aparezca el nombre del Invocado (II, 1-4). Para ello sería necesario nutrirse, de lo que no es estrella ciega, de cuya luz se ilumina la larga petición, que parece insaciable en el poder, sin fatiga, de los nueve versos siguientes (5-13).
El poeta conoce fronteras y límites y, sin embargo, solicita apertura al silencio del ateniense -y paulino-, Desconocido e innombrado en estos versos, aunque Él se halle presente a toda acción del hombre. Mas no sin antes haber solicitado el ser aherrojado a cadena perpetua, cuando los ojos, la lengua y el oído se hacen venables; renuncien a delatar el delito demoníaco, la soberbia, la venta de sí mismo, y el lujo que adormece y embota. De estas redes sólo cabe libertad con la súplica apremiante: Ábreme tu silencio (III, 7), en un ruego incansable, sin puntos de reposo, hasta el final de esta parte segunda (8-13). Porque tiempo es entonces para cantar un salmo desconocido, que recuerde la obligación solidaria a favor del vientre de los necesitados, de gargantas destinadas a tragar restos del festín / de quienes delictuosamente -se dice aquí en este insólito adverbio heptasílabo (¿recién creado?)-, ignoran tus hechos.

En este tono intenso y energía representativa, alguna orientación sugieren las impresiones de una primera lectura para aumentar la urgencia por soluciones divinas. Así lo proclama el poeta con intenso y creciente desasosiego, con un profundo lamento interior aflorando a los dedos, al encuentro de deseables soluciones, una y otra vez abriéndose en la primera palabra que da el tono al pensamiento: Respóndeme (V), Rebélate (VI), Enmiélame (VII), con sus infatigables estructuras de un solo período literario, anhelantes, que fluyen como torrentes incontenibles, desde el comienzo hasta el final desbordando el centro. O desde éste, anafóricamente, hasta casi su reposo en el último verso: Enlístame (VIIII, 1 y 10). Y en esta desazón interna, que casi podría generar, no se diga pesimismo, pero acaso tristeza profunda, nostalgia, que vale tanto, como indica esta palabra, dolor y desazón porque retorne el bien gozado o deseado ¿Quién ha dicho jamás algo parecido? (IX, 13): Un viento sedoso zarpa y cabecea el manzano del alma mía. O esto otro (VII, 1): Enmiélame angélicamente y átame a tu senda polvorienta. O en la última estancia (X): Ayúdame a ayudar todas las jornadas puertas afuera (v.1), con su anhelante conclusión: Ayúdame, hermano, que hablo a solas en tus aurículas./ Ayúdame, hijo de las esencias: cumplo horas de guardia.

Ayúdame a ayudar, aun a costa de poner mesura a lo que de sí mismo parece ingobernable, como es la magnitud del entusiasmo, algo paradójico, puesto que entusiasmo, como palabra griega, vale tanto como vivir en los dioses, en Dios, en trascendencia divina para entender bien y tomar parte en el dolor de todos los hombres.

He aquí al poeta que conoce su compromiso sin relevo. Porque es para él revelación inalterable, con el tradicional aleteo de inspiración divina y poética. Bien vale rememorar aquí al abderita Demócrito: Lo que un poeta escribe, lo escribe con arrobo y con un soplo divino, que es ciertamente hermoso (Fr. 18).

* Alfonso Ortega
Friburgo de Brisgovia, Alemania

*Prólogo al libro ESTOS SON LOS NOMBRES, inédito de Alfredo Pérez Alencart

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Trascendencia de Luis Alberto Machado

Luis Alberto Machado será reconocido como uno de los latinoamericanos más relevantes del siglo XX. Entre sus libros publicados se encuentran: «Afirmación Frente al Marxismo» (1964); «La Revolución de la Inteligencia» (1975), reeditada recientemente, con mas de 600.000 ejemplares vendidos; «El Derecho de Ser Inteligente» (1978); «Canto a la Mujer» (1996); «Canto a Dios» (1998). Candidato a la Presidencia de la República en las elecciones de 1993; Ministro de Estado para el Desarrollo de la Inteligencia, durante el Gobierno del Presidente Luis Herrera (1979-1984); Secretario General de la Presidencia de la República, durante el primer Gobierno del Presidente Rafael Caldera (1969-1974); Diputado al Congreso Nacional (1964-1969);Ministro Encargado de Agricultura y Cría, durante el Gobierno de Rómulo Betancourt (1959-1964).

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Del aporte de Luis Alberto Machado por el desarrollo de la inteligencia de todos los pueblos del mundo, entre muchas otras se han expresado opiniones como las siguientes:

«El Ministro venezolano puede estar ofreciendo el regalo más importante de los países del sur al resto del mundo, desde cuando los árabes los árabes crearon el cero y en la India inventaron el ajedrez.»
Varindra Tarzie Vittachi, en la revista Newsweek

«Podríamos casi sostener que estamos asistiendo aquí, a nivel mundial, a una revolución aun más importante que desencadenó EL MÉTODO de Descartes en la Europa del siglo XVII.»
Revista Lumiere, París

«China Popular apoyará la candidatura del Luis Alberto Machado al Premio Nobel de la Paz.»
Jian Nan-Xiang, Ministro de educación de la República Popular de China.

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A continuación, dos poemas de Machado:

Tú estabas allí
al principio,
cuando Dios creó
los cielos
y la tierra.
Y la Tierra sin forma y vacía.
Y la oscuridad en el abismo.
Y el caos.
Y entonces,
Dios miró en tus ojos.
Con amor.

Y dijo Dios:
«Hágase la luz».
Y Dios hizo la luz como tus ojos.

* Poema 1 de Canto a la Mujer, 5ª. Edición Cármina Editores

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Dios mío,
Tú sabes
que los pobres son pobres
porque no han aprendido
a dejar de ser pobres.
Y no ha habido el querer
de que lo aprendan.

Y desde Grecia
sabemos los secretos.
Y hoy podemos llevárselos a todos.

Dios mío,
la primera justicia es enseñar
al que no sabe.

Qué miserables
son los gobiernos,
los dirigentes,
los líderes,
que no les enseñan
a los pobres
a dejar de ser pobres.

*Poema 24 de Canto a Dios, 2ª edición, Cármina editores

Luis Alberto Machado, uno de los venezolanos más importantes del siglo XX.

Cuadernos de Poesía, selección de Carmen Cristina Wolf

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Salutación de Navidad y Resumen de Gestión


Parques de Venezuela

Que la Luz del Bien nos guíe hacia los predios de Libertad, Tolerancia y Respeto y nos prodigue el sosiego que tanto necesitamos. Dentro de poco llegará la Navidad y la esperanza en un porvenir de Bienestar y Bendiciones en el Año 2009. ¡Salud!

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El mes de marzo de 2008 se inició con un Ciclo de lecturas dramatizadas dedicadas al nuevo teatro español, una programación del Círculo de Escritores de Venezuela y La Máquina Teatro con el auspicio de la Embajada de España en Venezuela. El proyecto fue coordinado por el escritor y director de teatro José Tomás Angola. Se presentó con gran afluencia de público y excelente crítica La llamada de Laureen de Paloma Pedrero; Barcelona, mapa de sombras de Lluisa Cunillé; ¡Excusas! de Joel Juan y Jordi Sanchez en el Trasnocho Cultural.

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El 21 de abril de este año el Círculo de Escritores presentó en el Auditorio de la Asociación Cultural Humboldt el libro «Poemas de ida y vuelta, España en la poesía de Venezuela», con prólogo y selección de Harry Almela. El libro coeditado entre el CEV y la Embajada de España reúne una visión de la Madre Patria en nuestra poética. Es la última publicación que recogió en vida la obra de Eugenio Montejo, quien falleció unos meses después. En el evento Marcos Moreno hizo lectura de algunos de los poemas incluidos en el libro.

En el mes de junio realizamos una lectura en homenaje al inolvidable Eugenio Montejo, en el acto Poemasen Círculo, con la participación de veinte poetas, en la Sala Cabrujas de Cultura Chacao.

La Asamblea de la Organización eligió en abril de 2008 nueva Junta Directiva y Consejo Consultivo. Manifestamos nuestra gratitud a José Tomás Angola, quien se desempeñó como Presidente del CEV, por continuar apoyándonos de de una manera inteligente y generosa. La Asociación Pro Círculo de Escritores de Venezuela se convirtió en una realidad, gracias a la creatividad e iniciativa de Heberto Gamero Contín, Mecenas de la Asociación, y de José Tomás Angola, su Gerente General. . A través de su gestión se podrán cristalizar los proyectos literarios con apoyo en la investigación y la tecnología.

Con la cuota anual que generosamente aportan los escritores asociados, a partir de septiembre iniciamos nuestro espacio en la web, con la Revista. El Consejo Editorial trabajó en la definición de la Misión, Visión y Objetivos del espacio, y el escritor y editor Héctor Torres, de Ficción Breve Venezolana, con el apoyo de Jorge Gómez Jiménez de Letralia, trabajaron con eficiencia para que la página se hiciera realidad.

En el mes de octubre se realizó la presentación del libro de ensayos Ciudades y Escritores del escritor Venezolano Enrique Viloria Vera, editado por el Círculo de Escritores de Venezuela con el patrocinio de Del Sur Banco Universal, dirigido por su Presidente César Navarrete, un gran promotor de la cultura en Venezuela. El prólogo del libro es de Guillermo Morón.

En noviembre la Embajada de Chile, en alianza con el CEV rindió un hermoso homenaje a los escritores Pablo Neruda y Gabriela Mistral. Se presentó una exposición de fotografías y las Damas Panamericanas donaron un óleo de Gabriela Mistral a la Embajada. Los escritores Alejo Urdaneta, Raquel Moreno de Rojo y Alvaro Pérez Capiello leyeron ensayos sobre los autores y Carmen Cristina Wolf dio lectura a algunos poemas de Neruda y Mistral.

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Mención especial merecen las personas que trabajan generosamente para que el Círculo de Escritores de Venezuela alcance su Misión y despliegue sus actividades:

Luis Beltrán Mago, su Director General, siempre creativo y lleno de buenas ideas; Carlos Alarico Gómez, Consultor de la Junta, un hombre de iniciativas brillantes que colabora permanentemente. Enrique Viloria Vera, quien ha propiciado alianzas con importantes organizaciones culturales y con escritores relevantes de otras latitudes. Gracias a Atanasio Alegre, Eduardo Casanova, Alejo Urdaneta, Álvaro Pérez Capiello, Raquel Moreno de Rojo, Magaly Salazar, Marisol Marrero, Lidia Salas, Ligia Colmenares, Edgar Vidaurre y Carmen América Oropeza, Anabelle Aguilar, Garam Mattar, Heraclio Atencio, Isabel Cecilia González, Astrid Lander, Frank Ziccarelli y Sergio Pascual; Rosa Melo, Laura Febres, Nora Bustamente, Silene Sanabria y Maribel Proietti.. A todos los Miembros de la Junta Directiva y del Consejo Consultivo que con su actitud constructiva, se han convertido en multiplicadores de la gestión de nuestra Asociación. A los músicos Saúl Vera y Enrique Bravo, quien es también escritor de nuestra Asociación

Agradecemos especialmente a José Antonio Blasco y Diana López de Cultura Chacao, por su colaboración con la literatura venezolana, cediendo la sede de la Sala Cabrujas durante todo el presente año. A las Embajadas de España, Chile, Colombia y México, a sus Embajadores y muy especialmente a sus Agregados Culturales Juan Antonio Córdova y Juan Manuel Ramírez Pérez. A los directivos del Colegio Emil Friedman, en las personas de Pablo Argüello y Gilberto Filgueira. Gracias a los Directivos de la organización UNESCO-Iesalc por su alianza con el CEV.

Es indispensable referirnos a Alfa Editorial, con quien establecimos alianza para interesantes Foros y presentación de nuevos libros. A Ficción Breve Venezolana, siempre atentos y solidarios en la reseña de nuestros eventos. A Letralia Tierra de Letras, Prometeo Digital, Palabras Diversas, PublicARTE, a la revista Literanova de Eduardo Casanova; a las revistas de Enrique Gracia Trinidad; a los Directivos del Trasnocho Cultural.

Finalmente, a todos ustedes, nuestros consecuentes Amigos que apoyan la labor de los escritores, muchísimas gracias y un Feliz Año Nuevo.

Foto: www.venezuelatuya.com

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En amena tertulia con Magaly Salazar Sanabria

Poemas en el silencio de lo eterno

Por Alvaro Pérez Capiello

La palabra está allí, aleteando, esperando, el carbón sobre el blanco del papel o el ánimo al ritmo del cursor de la computadora para que la celebremos con unos textos o poemas en el silencio de la eternidad. Si la escalera no pierde su pasión por la movilidad, nuestra voz interior siempre llegará a los peldaños de arriba.

Una tarde lluviosa, como tantas en esta Caracas que transita los últimos días de noviembre, nos acercamos a la casa de la poeta Magaly Salazar Sanabria. Allí, rodeados de libros, emprendimos un viaje a un territorio inexplorado y carente de balizas, un periplo que nos condujo al encuentro del ser interior de la mano de Lorca en Fuentevaqueros, Gabriela Mistral en Vicuña, y Pablo Neruda en Isla Negra.

—¿Escribes todos los días?

Todos los días asumo unos diálogos con Dios, con los libros, la música, la naturaleza, el cosmos, los seres humanos, los animales, el trabajo amoroso y anónimo que desarrollo por los otros, la casa, a la que le dispenso solicitudes de paz y sabrosura y la parte perversa de la cotidianidad: la calle, los trámites de esto o aquello, el tráfico, el insulto, la basura, las colas, la inseguridad, la violencia, la mediocridad. Varios asuntos me entretienen en un espacio que trasciende lo tóxico y que dinamiza una escritura «virtual» en mi memoria, pero que no me permiten escribir todo lo que yo quisiera. Tal vez, porque todavía no tenga mucha conciencia de si soy poeta o no. Pero en ese lugar, las diligencias espirituales de gente como yo, lejanas al mantuanismo, permanecen en vigilia.

—¿Consideras que Venezuela es un país de poetas?

Sí, de buenos poetas. Habría que estudiar mejor a grandes poetas y críticos como Guillermo Sucre, que establece un estudio de la poesía latinoamericana. Es en el análisis y en la conciencia crítica del lenguaje donde se establece la distinción entre los poetas. Son los poetas los que hacen posible una identidad, pero no como imitación de una imagen referencial. Grupos como «Viernes», dieron aliento a la modernidad, «Presente», «Suma», y «Contrapunto», de los años cuarenta. De los cincuenta, «Cantaclaro», en los sesenta, «Sardio», «Tabla Redonda», «El Techo de la Ballena». Más tarde, en los años 80, surgen «Tráfico» y «Guaire» y en 1989, «Quaterni Deni». En cada época, se han distinguido poetas como Andrés Bello, Pérez Bonalde, José Antonio Ramos Sucre, Enriqueta Arvelo Larriva, Vicente Gerbasi, Ramón Palomares, Elizabeth Shön, Ana Enriqueta Terán, Juan Liscano, Juan Sánchez Peláez, Alfredo Silva Estrada, Guillermo Sucre, Rafael Cadenas, Eugenio Montejo, Víctor Valera Mora, Luis Alberto Crespo, Gustavo Pereira y tantos valiosísimos, que olvido en este momento, sin perdón.

—¿Qué temáticas abordas en tu obra?

Contrariamente a lo que piensan algunos autores, que opinan que la obra de un poeta debe ser como un solo libro, creo, sin alardes, que uno debe obedecer sus voces interiores. «Lo importante no es el tema, sino la manera de tratarlo: el espíritu con que se contemple», dice Rafael Cadenas. Y eso es cierto. A los efectos, me importan algunas temáticas: De manera esencial, la libertad, como principio y fin de la condición humana.

—¿Qué libros han impactado tu sentir de manera especial?

Leí siendo una adolescente temprana, La importancia de vivir, de Lin Yu Tang, un libro de la casa de mi abuela, Los diálogos socráticos, de Platón, Don Quijote de la Mancha, de Cervantes, Cántico Espiritual, de San Juan de la Cruz, Primero sueño, de Sor Juana Inés de la Cruz, Los sueños, de Quevedo, Ulises, de Joyce, Una temporada en el infierno, de Rimbaud, Símbolos de transformación, de Jung, El despertar de la sensibilidad, de Khrisnamurti, La Divina Comedia, de Dante. Hay muchos libros que me han impactado pero la lista sería demasiado larga.

—¿El libro es un bien condenado a desaparecer?

Creo que la tecnología no debe asustarnos porque ella ha activado al mundo, se ha tornado imprescindible y ha originado nuevas funciones, nuevos nombres y nuevos espacios. Al poeta, al escritor, en general, le toca entrar en esa propuesta y relacionar esos signos en busca de nuevas significaciones. Mientras el libro siga presentando una trama verbal de múltiples significados, en la cual se reconozcan los poderes del lenguaje, la pasión se vuelva lucidez y la lucidez se torne en pasión, según planteaban Rimbaud y Mallarmé, es difícil que desaparezca. El libro debe oponer sus significados a los significantes que constantemente crea la tecnología. Además, existe la erótica del texto, de la que han disertado Susan Sontang y nuestra María Fernanda Palacios, que impide que un objeto tecnológico haga desaparecer -al menos, a corto plazo- la existencia del libro.

—¿Qué cualidades, a tu juicio, debe reunir un buen poeta?

Es un tanto arriesgado dar una definición acerca de lo que es un buen poeta. Sin embargo, me atrevo a mencionar, sin ninguna ostentación, algunas ideas: Cuando al leer la poesía de un autor se prenda de nosotros la presencia de un espíritu, que se mueve como una solicitud y no como un hecho consumado, ese es un buen poeta. También, aquel que, sin desdeñar la cualidad del pensamiento, no descuida el tratamiento del lenguaje y no se afirma en la exhuberancia de una adjetivación desmesurada. Los buenos poetas son aquellos que equilibran la emoción y el intelecto, o sea, la emoción debe nacer de una sola virtud creadora, como dice Huidobro.

Tras la pista de un libro
Cuerpos de resistencia

Magaly fija la mirada en una lámpara azul de opalina, mientras sus dedos se dejan caer sobre la poltrona verde de la biblioteca en un intento por develar los secretos de la tapicería. El silencio no dura, sólo es una pausa, un instante para meditar en su último libro, Cuerpos de resistencia editado por el Círculo de Escritores de Venezuela. «El poemario -nos dice- contempla otro tema muy importante y que se conecta con la libertad, es el de la resistencia a la invasión de los sentidos, los valores, los derechos humanos, el empantanamiento de la palabra y la verdad.» En los textos de Cuerpos de resistencia, se trata de resistir a través de la solidaridad, el arte, la lucha, el respeto y el amor al otro, en lo particular y en lo global. Los poemas están cargados de un sentido irónico, en los que se establece un juego con la polisemia de las palabras, el claroscuro y los contrastes. «Si yo fuese niño,/ pintaría con muchos colores la pantalla/ para que sean de payaso,/ en vez de horror,/ las horas del tonto». (pág. 22).

Magaly Salazar Sanabria nació en La Asunción (Isla de Margarita, Venezuela). Licenciada en letras de la UCV, Magíster en Literatura Hispanoamericana en la UPEL, realizó estudios de doctorado en Barcelona (España). Directora de la Casa de la Cultura «Monseñor Nicolás E. Navarro» de la Asunción (2000-2003), es miembro del Círculo de Escritores de Venezuela. Ha publicado: No apto para los ritos de la sacralización, Ardentía, La casa del vigía (Mención de Honor del Concurso Fondene 1992), Bajío de sal, Levar fuegos y sietes, entre otros. Ha representado con éxito a Venezuela en diversos encuentros poéticos. Como bien lo apunta Lidia Salas: «la poeta descifró las claves y nomenclaturas para aprehender las razones de la vida y la muerte. Los universos construidos por su escritura han tenido la fascinación del acento delicado y la hondura de la reflexión que sobrepasa esa mera descripción de la mirada».

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