23 DE ABRIL: DÍA DEL IDIOMA

El Lenguaje, una Visión del Mundo

Por Carmen Cristina Wolf                                       

Un pueblo sin conciencia de la lengua termina repitiendo los slogans de los embaucadores, es decir, muere como pueblo”. Rafael Cadenas

El Ser de la Palabra

El tesoro más preciado de la humanidad es la palabra, que nos permite nombrar las cosas y expresar nuestras ideas. Los seres humanos no tenemos otro apoyo ni otro refugio más que el Lenguaje. Nos vamos haciendo, crecemos y nos construimos a través de lo que pensamos, decimos y creamos. O nos conformarnos con un molde ya hecho, lo que significa repetir patrones, o nos damos a la tarea de construir nuestro propio lenguaje, es decir, nuestro mundo. Ahondar en el ser del lenguaje permite encontrar caminos y avizorar horizontes para encarar el peor de los males de este mundo: la pérdida de sentido de nuestra propia existencia.

Uno de los libros más interesantes que me acompañan en el viaje por estos rumbos, es Ontología del Lenguaje de Rafael Echeverría (Dolmen ediciones). Parece una exageración, pero identificar y ahondar en los actos lingüísticos básicos, tales como decir sí o no, las declaraciones, afirmaciones, juicios, ofrecimientos, peticiones y promesas, en fin, todo lo que expresamos y callamos a cada instante, puede ser vital para entender un poco más nuestro universo personal y desplazarnos del desconcierto a la comprensión.

No hay palabras inocentes que caigan en saco roto. Toda frase construye un mundo de significados y genera acciones constructivas, respetuosas, adorables o perversas. El lingüista Mortara Garavelli acota que uno de los secretos del buen empleo de la teoría de la argumentación es saber guardar silencio cuando es menester. Es preferible hablar menos y reflexionar más sobre lo que pensamos y decimos. Este ejercicio puede convertirse en un juego fascinante, en un arte placentero. Ya la vida está muy enredada últimamente para pretender algo que vaya más allá de pensar apasionadamente en las cosas.

El desarrollo o la decadencia de los pueblos se reflejan en la riqueza o en la pobreza de su lenguaje, porque el lenguaje implica una visión del mundo. Somos de acuerdo a como hablamos. Todo fenómeno social es siempre un fenómeno lingüístico. Nosotros cortamos en pedazos el mundo, lo organizamos, lo conceptualizamos. Por ejemplo, cuando se habla de esencia y substancia, del ser y el ente, estas palabras están impregnadas de una visión que propusieron los griegos. Cuando nombramos los vocablos alma y cuerpo, nos enmarcamos en una concepción cristiana, estamos dejando sentado que existe una clara delimitación entre dos componentes del ser humano, uno visible, tangible, transitorio, el otro intangible e inmortal. Otra manera de entender la naturaleza humana, diría que no existe esta división entre alma y cuerpo, simplemente son estados distintos de energía y de conciencia. Solo mencionar estas palabras representa la adopción de un sistema de pensamiento religioso, filosófico, científico y social.

Un gobernante o líder que posea un lenguaje constreñido a una ideología excluyente y pretenda ignorar las otras visiones del mundo, es un peligro para su pueblo, porque pretenderá encasillar a la sociedad en su visión, despreciando al resto de los ciudadanos que no piensan como él.

Hablar sobre la importancia del lenguaje es como constatar que el sol sale todos los días, pero con frecuencia es necesario insistir sobre lo evidente. Leer, escribir, es algo tan común que se pierde la percepción del carácter extraordinario del lenguaje. Octavio Paz escribió que cuando las palabras se desvirtúan y sus significados se vuelven inciertos, el sentido de nuestros actos y de nuestras obras también se vuelve inseguro, Por eso es tan importante reflexionar sobre el lenguaje, los idiomas y su evolución.

¿No es sorprendente que las grandes transformaciones de las sociedades se inicien con palabras? El poeta alemán Hölderlin escribió: Al hombre se le ha dado el más peligroso de todos los bienes, el lenguaje, para que atestigüe lo que es. Y yo agregaría: lo que es y también lo que no es, porque el lenguaje está al servicio del albedrío del ser humano, para manifestar lo mejor de nosotros mismos y también para generar confusión, guerras y sufrimiento.

Ha llegado el tiempo de que en Venezuela  los maestros y los estudiantes aprendan teoría de la argumentación. La nueva lingüística reivindica la Retórica, expresarse con eficacia y con ética. Retórica no consiste en adornar las frases con vocablos extraños, no es un simple artificio literario y mucho menos pretender engañar a los otros mediante la persuasión.

La retórica es una disciplina indispensable para transformar a la sociedad. Así como un cuchillo se utiliza para partir el pan y mondar una naranja, también puede ser empleada para herir. Es por eso que saber retórica debe ir indisolublemente unido a la ética. Es un daño irreparable privar a los maestros de su arma principal: la teoría de la argumentación, el arte de la expresión persuasiva.

¿Cómo vamos a inflamar los corazones de los jóvenes de valores éticos, de ideales, cómo vamos  a convencerlos de tener fe en ellos mismos y orgullo de hacer las cosas bien, si los maestros no conocen el arte de convencer porque carecen de los recursos de la retórica?

La debilidad de nuestra nación se inicia en las aulas de clase.

La Seducción del Ritmo

El lenguaje cobra su mayor fuerza expresiva cuando está sustentado en el ritmo. El universo está inmerso en el ritmo. El ritmo rige el crecimiento de todo cuanto existe, de los hombres y de los imperios, de las cosechas y de las instituciones.

El ritmo nos atrae porque desde el vientre materno vivimos en los latidos del corazón de nuestra madre. Al nacer nos mecen y nos cantan tonadas que repiten sus estribillos una y otra vez: Aserrín, aserrán, los maderos de San Juan (…) los de rique, alfeñique, los de roque, alfondoque, riqui, rique, riqui ran (…)”.

El ritmo produce el placer de la espera, el placer de la realización y del recuerdo.  El poeta siente el ritmo de sus pensamientos, de los sucesos, de los sentimientos.  Se ha hablado mucho del ritmo interior del poema. Ese ritmo interior tiene que revelarse en intensidades, acentos, entonaciones, pausas, ritmo.

Aproximación al Poema

Sin pretender ponernos a buscar imposibles definiciones, recuerdo a Octavio Paz cuando dice que el poema es una obra única, irrepetible, insustituible, es una unidad autosuficiente. El poema empieza y termina en él mismo. No tiene valor de cambio ni utilidad tangible. No es fácil poner a las palabras a decir lo que el poeta quiere que digan. Él libera las palabras de la conversación y vuelve a reunirlas en su condición de amigas, gracias a las frases: sonido-silencio, sonido-silencio y así.

Un poema que es un verdadero poema nos acelera el pulso. Puede hacernos sentir asombro, admiración, ternura, rabia, espanto, alegría, dolor, nostalgia. Pero jamás nos dejará indiferentes. El poema es una confesión de fe: el poeta puede o no creer en Dios, puede amar la vida o aborrecerla, creer que el ser humano es bueno, o malo, o ambas cosas, no creer absolutamente en nada. Aun así, el poema es una confesión de fe.

El auténtico poema no es fruto de la inspiración. Se aprende a escribir y es el fruto de una larga paciencia y de un intenso trabajo. Dice García Lorca: Si es que soy poeta por la gracia de Dios, o del demonio, también lo es que lo soy gracias a la técnica y al esfuerzo y a saber de una manera absoluta, lo que es un poema”.

Concluyo este texto con una anotación de Juan Gelman:

«La poesía no se pelea con ninguna otra clase de discurso. Viene del fondo de los siglos. Ninguna catástrofe natural o fabricada por el hombre ha podido extinguirla y solo desaparecería cuando el mundo acabe.»

*Carmen Cristina Wolf. Poeta y ensayista venezolana.

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Sonia Sgambatti, entre leyes y poesía

Celebramos la publicación del libro  Sonia Sgambatti, entre leyes y poesía, título del libro biográfico de la escritora Sonia Sgambatti, Miembro Activo y Emérito del Círculo de Escritores de Venezuela. La obra fue escrita por la internacionalista María del Valle Vásquez Mancera y fue bautizado en el auditorio del Colegio de Ingenieros en el marco del mes de la mujer. La obra lleva el sello de la Editorial Lector Cómplice.

El evento se realizó el pasado sábado 17 de marzo en compañía de la Sociedad de Damas. Sonia Sgambatti, abogada egresada de la Universidad Central de Venezuela, también se le rindió homenaje por ser merecedora del premio “Una mujer que cambió la historia” otorgado por Soroptimist International. Gisela Borges estuvo presente en la jornada como representante de la organización.

 

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Ernesto Marrero: El tiempo y su legado

Nota de prensa

Nuevamente regresa para a sorprendernos mediante su sensibilidad y profundidad el escritor Ernesto Marrero Ramírezautor de: El pececito que quería ser humano I y II parte, La leyenda del sabio de la montaña; Pasajes secretos del alma; Y ahora… ¿por dónde empiezo?; Cuando tenga tiempo, empiezo; El Futuro nos Alerta; Quisiera contarte Algo  y El jardín de la existencia. 

El tiempo y su legado.

 El tiempo y su legado es un poemario que nace de la responsabilidad de aportar una reflexión ante un momento histórico, donde los sentimientos y la razón se vinculan para brindar, a través de la poesía, un llamado a la justicia, a la dignidad y al honor, donde la finitud de la existencia clama por un sentido de trascendencia y el amor sincero desea retoñar en los corazones resquebrajados o frívolos de tantas personas. Así como enfrentar un flagelo que siempre está latente para engañar y someter a las poblaciones posmodernas, aquellas que son arrastradas por la brisa seca de la indiferencia y el vacío torrente del híper individualismo: la tiranía y sus mentiras. Tal vez este libro no sea más que una gota de agua en el océano de la vida, en el mundo del pensamiento y la conciencia, pero como decía la Madre Teresa de Calcuta: “A veces sentimos que lo que hacemos es tan solo una gota en el mar, pero el mar sería menos si le faltara esa gota”.

Para más información del autor y sus escritos, visite sus redes sociales:

Blog: ernestomarreroramirez@blogspot.com

Twitter: @ernesto_marrero

Facebook: Ernesto Marrero Ramírez

Síntesis biográfica

Ernesto Marrero Ramírez es poeta, cuentista, fabulista y novelista venezolano. Es licenciado en Administración ycursó estudios de postgrado en filosofía práctica en la Universidad Católica Andrés Bello.También realizó estudios de psicología existencial en la universidad de Winner en Lima, Perú;y Psicología Analítica en el Centro de Estudios Junguianos en Caracas, además de un diplomado sobre Narrativa Contemporánea en la UCAB. Es miembro del Círculo de Escritores de Venezuela y de la Sociedad Venezolana de Filosofía. También es investigador, conferencista, productor de micros radiales y articulista sobre temas filosóficos y existenciales.

Algunos de sus libros son: El pececito que quería ser humano, La leyenda del sabio de la montaña, Y ahora… ¿por dónde empiezo?, Cuando tenga tiempo, empiezo, Pasajes secretos del alma, El Futuro nos Alerta, Quisiera contarte algo, El jardín de la existencia y El tiempo y su legado.

Sus escritos son leídos por todo tipo delectores, y ha gozado de una excelente acogida en el mundo literario de las instituciones educativas nacionales. Muchos de sus títulos han llegado a ubicarse dentro de los más vendidos en las principales cadenas de librerías de su país.

 

 

 

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Heberto Gamero: Las puertas

Heberto Gamero Contín

Del libro «Cuentos de parejas y otros relatos»

Mi mujer es una obsesionada por la limpieza, incluso cuando estamos de viaje
se desvive por tener todo en orden y pasar la punta de sus dedos sobre el
televisor o la mesa de noche o sobre cualquier superficie plana o curva para
luego mirárselos, fruncir el ceño, poner cara de asco y decir esto está sucio.
No hablemos de cuando me dispongo a escribir unas cuantas líneas.
Seguíamos en Madrid ?a veces no la incluyo en los cuentos porque es el
único sitio donde me siento realmente libre y aprovecho para hacer de las
mías, para mentir y hacerle muecas mientras me río a carcajadas de sus dedos
sucios y del pelo que encontró en el lavamanos que, aunque no son míos
porque soy medio calvo, me endilga los más cortitos, y porque tiene la
costumbre de culparme de cuanta basura encuentra en su camino?. Lo cierto
es que seguíamos en Madrid (dejamos el hotel donde previamente habíamos
llegado porque las alfombras del pasillo estaban manchadas) y alquilamos un
apartamento mínimo con una terraza también mínima separada de la salita por
una robusta puerta de cristal anti ruidos. Era pequeño pero hermoso, un ático
con una vista excepcional a los jardines de Sabatini. Estar en el último piso me
daba cierta sensación de paz y tranquilidad que no había vivido en otros de
mis viajes a España. Sin vecinos en el piso de arriba y unos simpáticos viejitos
al lado (que parecían como fantasmas porque no se les escuchaban ni los
pasos ni los estornudos ni cuando salían al pasillo a tomar el ascensor; el
portero nos dijo que eran sordos). Así que esperaba tener una grata estadía y
por fin terminar ese libro que ya me tenía de cabeza y que en algún momento
pensé ponerlo en el suelo para que mi mujer, máquina devoradora de todo lo
que no esté estrictamente en su lugar, lo tirara a la basura sin siquiera ver si se
trataba de uno de mis escritos, un trabajo que para ella produce abundante
basura: papeles rotos, correcciones desechas, grapas como agujas, clips
desprendidos y todo ese horror que puede producir un escritor que no se
decide por tal o cual argumento y escribe, copia, lee, corrige y bota; y venga a
escribir, a leer, a copiar y a botar de nuevo, veinte, treinta veces hasta que el
maldito relato tome forma y alguien lo pueda leer. Y en ese intemporal
espacio de tiempo la escoba golpea las puertas, las patas de los muebles, las
paredes y cuanta cosa genere un sonido, cualquier sonido, que me pueda
molestar porque ella no resiste que me encierre cinco horas en la mañana y
cinco horas en la tarde-noche (ojala y fueran más) a trabajar en mi estudio, no
porque esté escribiendo específicamente, me niego a creer, sino porque sabe
que estoy generando basura y que cuando termine no la recogeré y ella tendrá
que hacerlo porque no puede dormir si sabe que mi estudio está lleno de
papeles, clips, grapas y demás monstruos que para ella se desplazan como
figuras tenebrosas por la casa, sobre todo en la noche cuando duerme y
vívidamente siente su presencia: las ve, oye sus pasos y tiene que levantarse a
limpiar los restos de mi trabajo. Y yo no lo hago no porque no quiera (me he
ofrecido cientos de veces a limpiar mi estudio y a dejarlo como si nada, pero
no me lo permite, ¿por qué?, porque tú no sabes limpiar, ensucias más de lo
que limpias, deja que yo lo hago) sino por eso, porque no me deja, y mejor
que no insista porque si lo hago corro el riesgo de quedarme sin cena o sin
postre o sin el té antes de acostarme: un precio muy alto por algo que bien
podía permitir que ella haga si tanto le obsesiona el tema. No me importaba
que ella ordenara y limpiara mi escritorio. Ya me había acostumbrado a perder
media hora todas las mañanas buscando la pluma, las hojas blancas, la
engrapadora y demás herramientas. Lo que se me hacía inaguantable era la
escoba contra las patas de los muebles, pero no más que el ruido de la
aspiradora que parecía tener un amplificador en el motor y todo respondía a
que la enchufaba justo al lado de mi puerta y desde ahí limpiaba todo el
departamento con un cable superlargo que compró con desespero una vez que
lo vio exhibido en una de esas ferreterías que venden de todo y que yo vi
(porque andaba con ella; en contra de mi voluntad pero andaba con ella) y
pensé que lo usaría para conectarse desde la cocina o un sitio lejano de mi
oficina para no molestarme (qué ingenuo), pero no: me salvó la puerta, si no
hubiese sido por la puerta de mi estudio estoy seguro de que la habría
enchufado dentro, lo juro, porque pareciera que odia que escriba, o que no esté
pendiente de ella todo el día o, ¡eso es!: está consciente de que estoy
generando basura y eso la mata, le corta la respiración, le obnubila el cerebro.
Sí, ahora estamos en este bello apartamento de Madrid con vista a los
jardines de Sabatini. Silencioso, pequeñito y con una terracita de lo más cuchi
donde apenas caben dos personas y una doble puerta corredera nos separa de
cualquier ruido que pueda llegar de la calle (aunque es difícil que el ruido de
la calle llegue hasta aquí por la sencilla razón de que estamos en un sexto piso
y no es una calle como tal, sino una peatonal por donde solo transita gente
riendo, caminando, mirando escaparates o buscando algún bar donde tomar
una copa de vino, ignorantes del pobre hombre que unos metros más arriba
pretende escribir un par de líneas sin ser atormentado por el tac-toc-toc-tac de
las escobas o de la barra de la aspiradora dándose de golpetazos con cuanta
cosa encuentra.
Está sucia, fue lo que dijo cuando salió a la pequeña terraza a recoger dos
(juro que solo eran dos) hojas secas que estoy seguro habían caído hacía un
momento porque unos minutos antes yo me había acercado a contemplar los
jardines de Sabatini y había visto la terracita totalmente limpia (también lo
juro). Allí se quedó un rato pasando el trapo por la baranda del balcón. Respiré
profundo, me acomodé en una esquina del saloncito y comencé a ordenar mi
trabajo. De pronto escucho que mi mujer golpea con insistencia el cristal
desde fuera de la doble puerta de la terraza. Quedé inmóvil. Mi maleta todavía
estaba sobre la cama sin abrir.

Heberto Gamero. Destacado narrador venezolano con una amplia obra publicada. Fundador de FAEC, Fundación Aprende a Escribir un Cuento. Miembro del Consejo Consultivo del Círculo de Escritores de Venezuela

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Eugenio Montejo: Un viaje a la memoria de la eternidad

Magaly Salazar Sanabria

     Entré en el Alfabeto del mundo (1986) para buscar “El canto del gallo”, llegué tarde porque lo había encontrado primero que yo, mi maestro Adriano González León, a quien Eugenio Montejo, le había dedicado el poema. Además, Adriano, después de haber escrito el hermosísimo “Cántico de Jajo”, -se celebraba entonces, el IV Centenario de la muerte de San Juan de la Cruz- se había ganado unas cuantas indulgencias y un puesto en el cielo pidiendo al Santo que perdonase las  palabras de Quevedo, Cervantes, Baudelaire,  Rimbaud, Anaís Nin, César Vallejo, José AntonioRamos Sucre, otros y él mismo, y Dios y San Juan le confirieron ciertos privilegios. Así pudo acercarse al canto del gallo primero que todos nosotros. Confieso que la vinculación del poeta Montejo con la naturaleza y sus elementos me conmueveporque el poeta andaba  en la búsqueda del alma de las cosas.  Descubrí, como dice el poeta,  que:  “El canto está fuera del gallo; / estácayendo gota a gota entre su cuerpo,/  ahora que duerme en el árbol. / bajo la noche cae, no cesa de caer / desde la sombra entre sus venas y sus alas /El canto está llenando, incontenible,/ al gallo como un cántaro;/llena sus plumas , su cresta, sus espuelas, / hasta que lo desborda y suena inmenso el grito/ que a lo largo del mundo sin tregua se derrama. / Después el aleteo retorna a su reposo / y el silencio se vuelve compacto./ El canto de nuevo queda fuera / esparcido a la sombra del aire. / Dentro del gallo sólo hay vísceras y sueño / y una gota que cae en la noche profunda, / silenciosamente, al tic-tac de los astros”. Luego de reposar los latidos del alma, me atrevo a decir que en Montejo, las palabras de su escritura se constituyen en un espejo que refleja el complejo mundo interior del poeta, de esta manera,  se universaliza su mapa íntimo, sus obsesiones,  preocupaciones, su sensibilidad.

Se trata de vivir en el poema,  hacer de él una escritura vinculada a la vida con toda su energía trascendente. Por  eso, se alimenta de la memoria y del subconsciente. La memoria tiene para el poeta una capacidad de resurrección. De tal manera, va creando símbolos e imágenes que nos revelan su visión del mundo totalmente conectada con el subconsciente colectivo y a un conocimiento de sí mismo, al onirismo que restituye poderes mágicos y que proporciona a su poesía un valor semántico firme y muy característico de la obra del poeta, sobre todo, en lo que se refiere a su percepción  de la muerte, de la vida, de lo efímero del tiempo, de la desposesión y la nostalgia. Por eso, su voz se inscribe  entre las mejores de la poesía venezolana contemporánea y en la más hermosa     tradición de la lengua castellana. Según, López Ortega(2005), en Letras libres,expresa: “Pocas lenguas, en verdad reúnen en un mismo seno a: Quevedo y Octavio Paz, a Góngora y Lezama Lima, a San Juan de la Cruz y Rubén Darío, a Antonio Machado y Jorge Luis Borges, a García Lorca y César Vallejo, a Sor Juana Inés de la Cruz y Blanca Varela, a José Antonio Ramos Sucre y Juan Sánchez Peláez”

Y para tatuar su nombre entre los grandes de la lengua castellana, Montejo acudea la memoria que es el manantial de donde procede toda la sustancia poética del autor deElegos, (1967) Muerte y memoria (1972), Algunas Palabras (1976),  Terredad,(1978),Trópico absoluto, (1982) Alfabeto del mundo (1988), Adiós al siglo XX (1997),Partitura de lacigarra, (1999), Papiros amorosos(2002),Fábula del escriba (2006) y también de los ensayos: Laventana oblicua (1974), El taller blanco  (1983). Y los libros de escritura heteronímica: El cuaderno de Blas Coll (1981), Guitarra del Horizonte por Sergio Sandoval (1994), El hacha de seda por Tomás Luden (1995) y Chamario, libro de rimas para niños por Eduardo Polo (2004).Es importante señalar que   en la obra poética de Montejo el recuerdo es una convocatoria. La memoria ocupa el sitio del presente. Instante y memoria son lo mismo.Hay magia en la recuperación de los mithos, y èsto lo podemos observar en las imágenes hechas palabras. La poesía de Montejo, se constituye en un sí a la vida y en un ansia de trascendencia existencial.Sus palabras sencillas permiten la comprensión, pero  guardan con celo la sabiduría atávica, que de alguna manera, propone una reflexión acerca de lo que somos o pretendemos ser tras los meandros interiores, los miedos, los problemas existenciales. El poeta apela a la memoria  afectiva personal, mira al interior del yo para después hablar a lo exterior,  a través de esa mirada, se acerca a la nervadura del subconsciente colectivo y lo expresa en metáforas e imágenes vinculadas a su visión del tiempo,  de la vida y la muerte hasta llegar a Dios. La imagen, segúnLa poética del espacio de  Bachelard (1995) “es una manifestación del psiquismo del individuo”. En las imágenes de Montejo van unidas el alma y espíritu, o sea,intuición e intencionalidad.

En cuanto a los símbolos más utilizados por el poeta caraqueño ensayista y crítico literario,nacido en 1938,encontramos: la casa, los pájaros, la tierra, el árbol, la ciudad, el viaje, el río, el caballo. Son trascendentes los elementos simbólicos  que revela la mirada interior del poeta: a)  La ausencia / presencia de Dios, b) La dicotomía vida/ muerte c) El tiempo.

Asimismo, el poeta marca distancia con respecto a la sociedad en que vive, el hombre se presenta como un ser exiliado. Con relación a la muerte la considera como un espacio más de la vida. Los vivos y los muertos se reencuentran en el presente, y los habita un sentimiento de orfandad. En Trópico absoluto (1982) leemos el poema “Mis mayores”

“Mis mayores me dieron la voz verde/ y el límpido silencio que se esparce /allá en los pastos del Lago Tacarigua / Ellos van a caballo por las haciendas. /Hace calor. Yo soy el horizonte / de ese paisaje adonde se encaminan”. Como podemos observar, los muertos se mueven, actúan y viajan. La figura del caballo, como en otros poemas, hace que la vida y la muerte se encuentren. La memoria le da sentido a esta coincidencia.

Del libro Terredad (1978) En el poema “Labor”, hay una aproximación a la ausencia y presencia de Dios: Leamos:” Para  que Dios exista un poco más /-a pesar de sí mismo- los poetas/ guardan el canto de la tierra./ Para que siempre esté al alcance / la cantidad de Dios / que cada uno niega diariamente / y que puedan ser al fin ateos / los hombres, las nubes, las estrellas,/ Los poetas en vela hasta muy tarde / se aferran a viejos cuadernos. / Dios rota en sus eclipses / y se deja soñar desde muy lejos. / En  medio de la noche/ las sombras borran las ventanas / de rectos edificios /. Son pocas las lumbres encendidas / que tiemblan a esa hora / en la intemperie /, son pocas, pero cuánto resisten / para inventar la cantidad de Dios /que cada uno pide en sueño”.

En el poema “Nocturno al lado de mi hijo”, del libro  Algunas palabras (1976) destacamos el tratamiento del tiempo: “Despacio la noche me reintegra / al áspero silencio / que esparcen atónitas estrellas / mientras mi hijo duerme /. Allí en su sueño, tras las nieblas / que nos separan, crece el árbol / por donde torna hacia otro día / mi sangre que aún en él es verde. Allí mi infancia se reencuentra / entre la magia de sus ríos / al otro lado del espejo (…) De padre a hijo la vida se acumula / y la sangre que dimos se devuelve y nos recorre en estremecimiento. / las horas caen de estalactitas / con un ardor silente / que empaña las vidrieras. Quedan pocas estrellas. Es tarde./ Llegan más sombras a mi mesa/ que se añaden al coro / de almas que me preceden./ Junto a la transparencia de mi hijo / sigue el bracero de los labios / mezclándonos las voces / en un salmo de amarga sobrevida / que da terror y quema.”  El tiempo ha girado y se cierra con dolor y angustia. La transmisión heredada de padres a hijos, al final del ciclo,es de gran desamparo. Montejo  acerca el tiempo imaginario al real.

Todas estas consideraciones confirman que nuestro poeta juega con su memoria y crea persecusiones, encuentros, búsquedas, viajes, ausencias. Es como si el tiempo se mirase a sí mismo. El universo es visto con cierta intimidad, como dice Guillermo Sucre, en La máscara, la transparencia (1975): Un mundo poético que se sitúa entre “ la nostalgia de lo cósmico inmortal y la desacralización del presente (…) pero sin entregarse  a ningún patetismo, sin acentuar una dualidad irreconciliable”. Así,la ciudad es un pretexto para que el poeta exprese el conflicto entre el sentido mítico del mundo y el desarraigo.

“La vida toma aviones y se aleja/ sale de día, de noche, a cada Instante / hacia remotos aeropuertos,”dice el poeta en el Poema La Vida  de Algunas Palabras. Pero la vida no sólo toma aviones sino barcos, trenes, caballos y en este peregrinaje tropieza con obras pictóricas como la de Uccelo, hoy 6 de agosto, cuya razón de ser es un caballo que estuvo en Hiroshima.Es un caballo del exterminio,” Uccello lo cubrió con capas de pintura / lo borro de su siglo,/ y hoy aguarda en el fondo de la cuadra/ con los jinetes del Apocalipsis.También  se quema al mirar el autorretrato de Rembrant pintado en su final de vida.Recuerda la línea de Mondrian sobre sus ojos, la talla antigua de La Anunciación y su terrible momento, se acerca a los compases del jazz, descubre la casa en el cuerpo de la mujer “porque al entrar nunca se sale” Añora la Caracas de su niñez: “Tan altos son los edificios que ya no se ve nada de mi infancia”Además, Islandia es para él una imposibilidad donde se demuestra su insatisfacción y la importancia del deseo. “Nunca iré a Islandia. Está muy lejos/ A muchos grados bajo cero./ Voy a plegar el mapa para acercarla./ Voy a cubrir sus fiordos con bosques de palmeras”. Se detiene a oir  la conversación de los árboles y al escuchar el grito de “un tordo negro,ya en camino a casa,/ grito final de quien no aguarda otro verano, / comprendí que en su voz hablaba un árbol, / uno de tantos/ pero no sé qué hacer con ese grito, /no sé cómo anotarlo”. También escribe sobre la soledad del mar o reflexiona sobre Los Amantes: “Se amaban. No estaban solos en la tierra; tenían la noche, sus vísperas azules, sus celajes” así manifiesta que el cuerpo es un lugar común que pertenece “al tiempo de la tierra, no al de los relojes .  Se detiene a contemplar el Orinoco que (…) “pasa por nosotros/ pero su extraña transparencia/ algo siempre se lleva”. El Orinoco es como la vida.En su deambular, el poeta se encuentra con Bolívar y dice:“Bolívar es el primero de todos nuestros ríos pero el más solitario” (…) “Cuando sale al océano ya se encuentra muy pobre” o estos versos: “Adentro de nosotros Bolívar se desborda,/nos hundimos en su rumor profundamente/ y dejamos que en las ondas nos lleve/ despacio, de la mano, entre el sueño y el agua”. Como podemos observar, la escritura de este gran andariego está frente a un mundo en movimiento.

La Ciudad la representa en Manoa del libro Trópico absoluto (1982). La Imaginación hace de  esa ciudad legendaria una ciudad real. Según Francisco José Cruz Pérez, expresa: “La ciudad  también es la metáfora de la imposibilidad y del desarraigo, así como el espacio real del extravío, de la soledad, de la incomunicación.” En Mural escrito por el viento del libro Trópico absoluto,  El poeta lo dice de esta manera: “Una ciudad no es fiel a un río ni a un árbol / mucho menos a un hombre”

Y para culminar, deseo que tomen con amor su cantidad de Dios ysea de provecho y también les dejo un mensaje del poeta: El canto del gallo, que oímos al principio es un canto de esperanza para Venezuela. Este mensaje se los envía desde  el lugar donde las voces de las cigarras convergen con el canto del tordo, los pájaros, los ríos, los árboles, el mar, las casas, los viajes,  desde el lugar donde “La poesía cruza la tierra sola /apoya su voz en el dolor del mundo / y nada pide /ni siquiera palabras (…) Del libro: Adiós al siglo XX (1992)

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*Magaly Salazar Sanabria, poeta y ensayista venezolana. Vicepresidente del Círculo de Escritores de Venezuela. Entre sus libros publicados mencionamos: Bajío de sal, Fuegos y sietes, Cuerpos de resistencia, Andar con la sed. Su obra ha sido objeto de numerosos reconocimientos y este año será invitada a la Feria Internacional FILCAR.

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A DON JOSÉ LÓPEZ RUEDA, IN MEMORIAM

 

Por Enrique Viloria Vera

 

Los valses clásicos del Perú tienen versos realmente bellos. Uno, pleno de saudade, dice: “errante trovador”. ¿Puede encontrarse mejor descripción para un personaje de polendas?

Nunca he practicado el panegírico, dejo a los maestros bizantinos el honor de ser insuperables, y me limitaré a contar mis cortas, pero intensas veladas, que compartí con Don López Rueda.

La máquina de escribir infatigable, no exactamente Remington ni Olivetti, sino, Enrique Viloria Vera, había programada en la Universidad Metropolitana, en Caracas, una reunión entre un grupo de poetas, “el Círculo”, con Don José López Rueda. Su figura calma, su humildad plena de saber y sus apreciaciones puntuales me indicaron que estábamos ante un peso pesado de enormes proporciones.

Nacido en Madrid, en 1928, se doctoró en Filosofía y Letras. Con un fundamento de los que escasean, en griego, latín y vasta cultura, es decir el hombre afortunado que puede leer a los clásicos en su propio idioma sin necesidad de traductores o en su defecto corregirlos.Luego vino su periplo por el mundo, Ecuador, Taiwán, EEUU, Venezuela. Siempre en acreditadas universidades, pendientes de su saber. Yo me atrevería a definirlo como el arquetipo del español-americano que tantas cosas buenas han sembrado, no solamente en saber, sino en el accionar cotidiano del ser que antepone su vida y sus gustos, al servicio de iluminar al resto. Autor de análisis, ensayos, novelas, poesía y pare usted de contar.

Regresando a nuestro encuentro, diré que el reto era publicar una antología poética, del «Círculo»,para mostrarse en España y qué mejor batuta que la de Don Pepe. Le tocó al maestro la selección y análisis, a Don Viloria el látigo del trabajo, y a quien les narra la edición e impresión del libro que estuviese a la altura de las publicaciones en España.

Así fue, un “retrato” del momento en Caracas, y una presentación en España. Primero en Madrid, en la Casa del Artista, y otra en la Universidad de Salamanca. En ambos sitios Don Pepe y su siempre agradable esposa nos acompañaron. Me esforcé para que la calidad del libro estuviera acorde al ilustre invitado. Los colaboradores, desde los prensistas, la fotomecánica, los proveedores del mejor papel, y la maravillosa fotógrafa y diseñadora Laura Morales, hicieron un inolvidable trabajo.

En Madrid, López Rueda leyó la labor del magnífico literato, José Pulido, un poeta ácido y sin contemplaciones del quehacer caraqueño. Terminadas las lecturas, partimos al otro día a Salamanca. Allí, ante un público erudito, y con la batuta del maestro y del “peruano amigo” Pérez Alencart volvimos a recitar.

De regreso de Salamanca en ruta a Madrid, nos sentamos en un vagón cuyo número no recuerdo, el poeta de los amores turbulentos, Henrique Meier Echevarría, quien les narra, y nuestra pareja, Don Pepe y su esposa. Un poco alejado iba el excelente poeta español, Colina. Mientras el tren flotaba en el tiempo, el poeta Meier nos deleitaba con insólitas historias de la burocracia venezolana y nadie mejor que él, pues aparte de ser uno de los mejores abogados constitucionalistas había sido Ministro de Justicia tocándole dinamitar la oprobiosa cárcel, llamada “El retén de Catia”. Don Pepe añadía salero y las carcajadas crecían. Fue en ese preciso momento, sobre las doce del día, que una mujer de mediana edad, de rostro que denotaba sorber todos los amaneceres de su existencia, un vaso de vinagre, quien nos pidió en altanera voz, que callásemos que estaba durmiendo. Se hizo un silencio en el vagón, e instantes luego de la obtusa reprimenda, se escuchó una voz sacada de la profunda Castilla con todo su acento de la Picaresca española: “pero qué clase de imbécil….” Otra carcajada inundó el espacio, fue Don Pepe quien en castizo hablar, escarmentó inmisericordemente la insolencia de tan áspera y esperpéntica dama.

Dentro de mis mejores conversaciones, recuerdo, su excelente análisis del poeta venezolano, cumanés, y a mi juicio uno de los mejores de América Latina del siglo XX, Ramos Sucre. Nadie mejor que él para analizar con conocimiento al cumanés de oro, ya que había que tener un conocimiento de los clásicos, de Homero, de Herodoto, de Plutarco, etc., con celo para saber la travesía de Ramos Sucre. Lo escuchaba con profunda atención y con sana envidia, se había zambullido en ignotos tiempos y en la sabiduría clásica. Para Don Pepe, Ramos Sucre era de una cultura sorprendente, además, insistía, de ella surgía una creatividad deliciosa y adelantada a su tiempo. Me sentí afortunado al ir descubriendo de su mano los vericuetos y las licencias de Ramos Sucre, y de los apostillados del saber del maestro.

Hace unos escasos días me entero de su partida, me dije, se ha ido un gran hombre, su humildad, su sapiencia y su siempre desprendimiento sea un ejemplo. Buen viaje querido maestro.

 

Venturosa jornada, te lo deseo ab imo pectore. Magister et amicus.

 

*Enrique Viloria Vera, poeta, ensayista, docente, polígrafo. Miembro del Consejo Consultivo del Círculo de Escritores de Venezuela.

 

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Cecilio Acosta: Bicentenario de la civilidad y la periferia

Por Horacio Biord Castillo

Hoy, primero de febrero de 2018, es un gran día para la patria, para lo más hondo y entrañable de la patria, un día grande para la patria civilista, para la patria de las bellas letras, para la patria de la institucionalidad, el derecho y la reflexión social, para ese terruño fértil aunque constantemente amenazado de la decencia y la bonhomía, de la alteza de miras. Hoy, un día como hoy hace doscientos años, nació en un pueblo llamado San Diego, antaño floreciente, hogaño deprimido, un párvulo (como reza la partida del bautismo administrado dos días después, el tres de febrero de 1818) que llegaría a ser un justo entre los justos. Ese Cecilio Juan Ramón del Carmen sería andando el tiempo un grande entre los más grandes varones de la patria venezolana, que no es más que un pedacito fecundo de la patria hispanoamericana y de la patria iberoamericana que la engloba, sin renunciar al carácter latinoamericano, como en un juego de identidades que se superponen, cual cajas chinas y filigranas amerindias.

“Ha muerto un justo: Cecilio Acosta ha muerto”, escribió en julio de 1881 Jose Martí. Ese justo, en las palabras del gran polígrafo, se distinguía por su “cabeza altiva, que fue cuna de tanta idea grandiosa”, por “aquellos labios que hablaron lengua tan varonil y tan gallarda” y “mano que fue siempre sostén de pluma honrada, sierva de amor y al mal rebelde”.

Hoy, sin embargo, tantos años después, no se puede dar por cierto que un hombre justo, con una mente excepcional que sirvió de “cuna de tanta idea grandiosa”, dueño de una “lengua tan varonil y tan gallarda” y un escritor “de pluma honrada, sierva de amor y al mal rebelde” haya muerto de verdad. No. La patria lo necesita, lo necesita vivo, como a Bolívar, como a Miranda, como a Páez, como a Bello, como a Gallegos, como a Guaicaipuro, como al Negro Miguel, como a José Gregorio Hernández, como a Teresa Carreño, como a José Antonio Ramos Sucre, como a Teresa de la Parra, como a Andrés Eloy Blanco, como a las Negras Hipólita y Matea, que prestaron la leche bendita de sus pechos para criar la patria que por ello resultó bendecida.

A Cecilio Acosta no lo podemos contar entre los muertos y menos ahora, cuando se hacen más actuales sus advertencias sobre la turbulenta vida social y política que ayer como hoy nos precipita por insondables abismos. A Cecilio Acosta no lo podemos dejar olvidado en el Panteón Nacional como si de verdad estuviera, vuelve a decir Martí, hueca y sin lumbre su cabeza altivamudos sus labios yerta aquella mano que empujó el pesado carro de la dignidad frente a los tiranos y mediocres.

A Cecilio Acosta lo debemos sacar de ese ataúd perfecto de los héroes santificados, como justificación, por el despotismo. Don Cecilio, niño, joven, sabio en su impoluta madurez, debe caminar por las veredas verdirrojas de su patria chica de San Diego de Los Altos, por los caminos ahora otra vez polvorientos y acongojados de su patria venezolana y por el sueño anfictiónico, todavía posible, de la patria grande y de la más grande aún que nos convoca con las mismas voces de caballería que escucharon Babieca y Rocinante en la meseta castellana. Don Cecilio no puede ser desprendido de Venezuela, de Colombia, de Chile, de España, de tierra alguna donde se agradezca con un amable “gracias”.

Don Cecilio ha de ponerse otra vez, agrandados, esos zapaticos de oro que le atribuyen en Guareguare, caserío de San Diego de Los Altos que aún se disputa su cuna, y encontrar, por generosa donación de tantas generaciones de venezolanos, el dinero para enviar todas las cartas y escribir todos los libros que nos haya de mandar o dedicar.

Don Cecilio no ha muerto, sino que acaso doscientos años después, vuelve a nacer en un país que otra vez tembló de pavor, que otra vez tiembla de pavor. Necesitamos, seguimos necesitando, su voz y su ejemplo. Solo así podremos desovillar la maraña que esconde el hilo para salir del laberinto y burlar al monstruo de mil caras y mil manos que lo custodia y somete, burlándose del barro del que no solo estuvo sino que está hecho don Cecilio: el barro del pueblo, el barro de la pobreza, el barro de la sabiduría y la nobleza.

Cecilio Acosta fue un hombre de periferias: nació en una pequeña población aledaña a Caracas, fue pobre de solemnidad, vivió en un país visto como periferia de centros mundiales de poder y, dentro de él, pertenecía con orgullo a la periferia de los justos, de los alejados del poder, de los mancillados por el modo caudillesco y militarista de conducir el país. Héroe de esa paradójica periferia de la civilidad, Acosta no reclama por sí mismo su puesto entre nosotros, humilde como fue el sabio. Somos nosotros, los venezolanos del siglo XXI que todavía no fructifica en nuestros suelos, quienes lo precisamos para que, como tanto aconsejaba él, nos beneficiemos de la luz que se difunde en vez de enceguecernos con la que se concentra en forma avasallante, indebida, indecente, petulante.

Reclamemos a Cecilio Acosta como signo y símbolo de la Venezuela civilista, de la patria buena donde, cual diría Rómulo Gallegos sobre el Llano, “una raza buena ama, sufre y espera”. Y esa espera la puede iluminar un justo como Acosta, un hombre que no sucumbió ni en las garras asesinas del poder ni en la genuflexión obscena y lucrativa ante los caudillos que se creían ilustres en las Américas e inmortales entre los mortales, llamados ?pensarían? a ser saludados como César.

Los verdaderos inmortales son los hombres como Cecilio Acosta, aquellos que, cual señaló Martí, cuando alzan el vuelo tienen limpias, muy limpias, las alas y, añado yo, las manos sin rastros de sangre, codicia o venganza.

 

Horacio Biord Castillo

 

Escritor, investigador y profesor universitario, Presidente de la Academia Venezolana de la Lengua. Director de la Academia de la Historia del Estado Miranda. Integrante del C{irculo de Escritores de Venezuela

 

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Rodrigo Lares Bassa: Viento y tierra

«Estamos hechos de todo aquello que no regresa»

VIENTO Y TIERRA

Por Rodrigo Lares Baza

Las letras… perfectamente engranadas la hicieron volar a ese mundo que existe donde Los Ángeles vuelan, donde solo ellos habitan en eternas ensoñaciones, bailes sobre las nubes, reuniones donde se conversa sobre mentiras fantasiosas que solo Los Ángeles saben crear y que ellos entienden.

Pero estos ángeles conviven entre lo sublime y lo terrenal, por lo que además de entender esas letras juegan entre ellos en uno y otro plano, siempre en un perenne viaje por el placer de sus creaciones. Solo quien descubre la magia celestial de aglomerar las letras y crear realidades paralelas se convierte en Ángel.

En las siguientes líneas, algunos episodios angelicales:

VIENTO Y TIERRA

Ella era libre pero a veces lo recordaba y para evitarlo en su cabeza se justificaba diciendo «acariciar entre susurros lo aprendí del viento…» Aseguraba ser viento y, como ella, ninguna: libre, fugaz, traviesa. Pertinaz en su idea de no ser otro elemento; él, tierra, de idea fija, parsimonioso, de echar raíces. La última vez que se vieron, con su tranquilidad característica le dijo al oído mientras ella lo escuchó con su revoloteo natural: «entre estos puntos suspensivos en que nos quedaremos, te seguiré guardando otra historia.»

Pasaron los años y su brisa anduvo caminos, unos áridos, otros frugales pero todos al ritmo de su antojo. Él, a distancia la seguía, en su espacio advertía hacia donde señalaba la veleta. Fue en una fiesta de disfraces en que coincidieron -así lo imaginó y escribió él en un papel:

Ella, inadvertida de su presencia bailó y rió sin alterarse. Él, de esmoquin y antifaz, se aprovechó de su anonimato para observarla. Ella, delgada y con un tocado francés logró hacerse con la atención de los presentes. Avanzada la noche, él se acomodó al filo de la baranda de la escalera central que se abría en dos hacia el gran salón del Palacio y desde la discreta distancia que le permitía aquel lugar, el secretismo que le regalaban los disfraces y aunado al tiempo sin verse, se dedicó a apreciarla, oteándola al punto de darle rienda suelta a la imaginación. Así, la imaginó en sus brazos mientras le decía cuánto la había observado durante la fiesta y todo lo que la pensó mientras ella recorría el mundo como un ángel que hacía brisas color azafrán tras su pasar.

– «Y esa noche sólo quería mirarte sin más ruido que el tiempo, hipnotizado por el elocuente contorneo de tus caderas y risas «le diría mirándola a los ojos.

– «Te quiero, como tantas cosas que no tienen solución», le respondería con el fuego en sus pupilas, sin dejarle respirar, insistiría: «nos dimos un espacio y creamos un universo.»

No pudo sino esperar a tomar aire, bocanadas, para asimilar lo oído. Estaban jugando a ese juego tan de ellos que tanto los animaba, el de las palabras. Su mano recorrió con delicadeza la piel de su rostro, mientras le dijo: «Tienes esa bonita costumbre de ir por la vida dejando sonrisas. Me miras, y callan hasta las letras que danzan por mi mente.»

Ella, disfrutando de su poderío, sonreída le respondió: «somos las mentiras que por piedad decidimos también creernos.»

Cerró sus ojos, apretando un tanto sus párpados y como quien ve la realidad clarecer, se refugió en sus pensamientos, confesándose ante ella, pero en sus adentros:»El cielo escondió todos sus sueños en tus ojos». Inmediatamente dijo: «Por suerte la noche sabe bien dónde y cómo abrazar.»

Volvió al terreno de la fiesta, abajo la vio beber de su copa, cómo sus labios besaban aquél líquido burbujeante. Su vestido inmenso y de colores pálidos la hacían contrastar con los opacos de la decoración festiva. Los mesoneros iban y venían ofreciendo canapés y bebidas. La música de cámara inundaba todo el ambiente. Sorbió su copa de espumante y mantuvo la vista en ella.

– «A veces, se me antoja volver para aquietarte el mundo» le dijo mientras ella intermitentemente le acariciaba las manos y entrelazaba sus dedos con los de él.

– «Padezco de canciones agrietadas, de recuerdos disonantes, de procesión de sueños e ilusiones que crecen en invierno» le dijo para recordarle que ella era viento y él tierra, pero al tiempo pensó, y se lo guardó: «Él es todos los atajos hacia mi felicidad. Cuando estoy lejos de tí, brisando, hace un frío muy intenso, tan parecido a la distancia.»

Era consciente de la rebeldía de ella, y eso le atraía. «Lo ideal sería que los fuegos del amor dejaran cenizas de amistad» le respondió en tono aniquilado. Ella, con una sonrisa de vencedora le dijo en tono victorioso: «Todo es relativo querido, depende de la perspectiva: cuando una nube llora, los jardines ríen.»

De pronto el sonido del piano lo expulsó de su abstracción, las notas musicales inundaron todos los rincones del salón logrando animar a todos los presentes, comenzaron a moverse numerosos tacones por doquier. Rápidamente buscó reencontrarse con su dialogo mental y entre miradas a la muchedumbre la reencontró; ésta vez, sus ojos lo miraban fijamente. Él quedó helado. Sintió como su mirada acariciaba todo su ser con una ventisca, sintió escalofríos y siguió el impulso de separarse de la baranda e iniciar el descenso hacia el encuentro. Mientras él bajaba cada escalón no dejó de mirarla, advirtiendo cómo ella comenzó a caminar hacia él: en cada taconeo suyo, en cada avance mantenía su mirada fija en él. Era el momento decisivo de su juego, ella, en su acercamiento iba armándose en sus habilidades, sabía de su sensualidad y procuraba exponerla tras su camino para irlo desarmando, sabía que su dulce sonrisa lo hacía relajarse más y más, hasta sentirse impávido. Y así lo intentó.

Cuando ella se le puso al frente, él, aparentemente protegido por su disfraz, disparó primero con una frase introductoria al duelo verbal y de gestos al que se enfrentaban: «Hay que tocar fondo para aprender a sentir la música, así te vi venir, así me hiciste sentir, porque es por culpa de la música que yo no dejo de quererte.» Ella sonrió muy discretamente, tan sólo ella lo supo al sentir cómo sus comisuras por acto reflejo se alzaron, aceptó en sus pensamiento que aquella entrada al dialogo fue magnifica y que él la había hecho touché en un solo movimiento. El escalofrío la hizo estremecerse pero si bien la había tomado por sorpresa, su orgullo no le permitiría decírselo y, sin más, se dejó llevar por el impulso y lo beso con tal dulzura que al separase lentamente aquellos labios, solo alcanzó a decirle: «Conocer a una persona y terminar conociéndose a uno mismo.» Él no dijo nada, sólo disfrutó el momento de saberse victorioso en el juego del amor y en sentir como aquél beso y aquellas palabras transformaron los escalofríos en energía.

«Soy viento y lo sabes», le dijo Hélène a Roderick, continuando su jugueteo personal. Él sonrió y le entregó el papel en el cual había escrito todo el encuentro imaginado: «Lo sé, eres viento. Hay que soltar la tempestad, para aprender a tocar la calma. Recuerda que los brazos correctos son los que te transforman en máquinas del tiempo.»Ella aniquilada en el juego y ahora en la realidad dejó a un lado su orgullo: «Me faltas hasta en las palabras. Si supieras el terremoto que desatas en mi corazón al verte llegar te pondrías cascabeles en las alas. Recuerda que somos ángeles.»

Se miraron fijamente, sonrieron y él dijo: «Estamos hechos de todo aquello que no regresa.» Entonces la pareja se acercó a la pista e inició el baile al compás de las notas del vals…

*Rodrigo Lares Bassa

Narrador y ensayista venezolano. Libros publicados: Hombres de café. Vals de los ángeles sin alas

Abogado por la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB, 1999). Tiene Diploma de Estudios Avanzados (DEA-2006) del Doctorado en Derecho Administrativo de la Universidad Complutense de Madrid; Master en Dirección de Empresas (MBA-2003) del Instituto de Empresa de Madrid y un Master en Derecho de las Telecomunicaciones (MDTE – 2002) por la Universidad Pontificia Comillas de Madrid.Ha impartido la docencia en varias Universidades venezolanas de prestigio

Es autor de obras biográficas y literarias; de ensayos y de trabajos de carácter científico-jurídico. Es Miembro del Círculo de Escritores de Venezuela

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Jorge Gómez Jiménez: Selección de poemas

No te diré
de escribirte mil canciones
de escribir un idioma para nosotros
ni de construirte un planeta de palabras
todo es tan cierto
pero tan dicho

Te diré en cambio de una palabra
una sola en la que llueves
y anocheces
y bienvienes
y eternas


Prefiero oír tu voz en la penumbra
muy baja y sin rigores
como un acto de fe
feroz de vocablos
con tu timbre en ristre
con tus trampas implacables
en las que muero
de recuerdos
de ti.


Quiero esta noche decirte amor
que estoy absolutamente disponible
para nuestro viejo proyecto
de amarnos sin razón
toda vez que es bien sabido
que el amor y la conciencia
son enemigos de antes
de antes amor de conocernos


A cántaros llueve
y estoy sediento de tus ojos

Se vuelven caudales
los kilómetros de calles
que nos separan
y no puedo guarecerme
en tu mirada

La piel oscura del cielo
transpira entre nosotros
y hay flores que perecen
secas de ti

A cántaros llueve
desde siempre
entre nosotros


Es en este
el último cigarrillo de la noche
donde me aferro
como un loco a tu cabello amado
y te espero
aunque nada salga de tus labios

Y este humo
metáfora vil de la nostalgia
hace olas
como las que amé de tu mirada
y me arrastra
al trepidante abismo de tus besos

Y esta brasa
labra insomne apenas una imagen
de tu fuego
que consumió mi faz cansada
de hurgar
en el desierto hasta encontrarte

La ceniza
gris se oculta entre mis dedos
cual restos
sombríos y tristes del pasado
que consigo
te arrastra al abismo del ayer


Libérame de ti, de tu recuerdo
hazme un hombre digno
libre ya
de la memoria feliz de tus labios,
aleja de mí tu distancia
tu presencia
tu ausencia
hazme al fin un hombre
un hombre lejano
de ti


Con el tiempo crece el dolor absurdo
la intolerable constatación desierta
de que no basta con extrañarte
de que amaneceres
y lunas y árboles y gestiones
se van pareciendo a ti
y describen tu rostro
en el lenguaje agrio de la nostalgia.


Te aclaro amor que no siempre soy el mismo.
En ocasiones soy no más que alguien
que piensa en ti y se entristece.
Pero además otras veces
soy alguien que te mira en la calle
y recuerda.
He sido también el predicador insomne
de tus verdades,
el holgazán que sueña sonriente
con tus ojos,
el fino melómano
de los tonos de tu voz,
el enfermo incurable
que se droga
con la memoria incendiaria
de tu piel.
Te aclaro igual que siempre
bajo cualquier circunstancia
nosotros todos
te amamos.


Caluroso y lento como un domingo
solo quisiera darme una ducha
recostarme un rato
mirar tu silueta en la ventana
quizás
sonreír dormido.

Jorge Gómez Jiménez
Escritor venezolano (Cagua, Aragua, 1971). Edita desde 1996 la revista literaria Letralia, Tierra de Letras. Ha publicado el libro de cuentos Dios y otros mitos (Venezuela, 1993), las novelas cortas Los títeres (España, 1999) y Juez en el invierno (Venezuela, 2014), la antología Próximos (narrativa venezolana, bilingüe chino-español; China, 2006), la novela El rastro (Argentina, 2009), el poemario Mar baldío (Caracas, 2013) y el libro de crónicas Torniquete: historias del Metro de Caracas (Caracas, 2017), además de haber sido incluido en diversas antologías dentro y fuera de Venezuela. Entre otros reconocimientos, ha sido ganador del X Concurso Anual de la Universidad Central de Venezuela (Venezuela, 2002) y del Premio Nacional de Minicuento “Los Desiertos del Ángel” (Venezuela, 2012), y obtuvo menciones honoríficas en el XXIII Concurso de Relatos Ciudad de Zaragoza (España, 2005), en el V Premio de Cuento Policlínica Metropolitana para Jóvenes Autores (Venezuela, 2011), en el II Premio Nacional de Cuento “Guillermo Meneses” (Venezuela, 2012) y en el X Concurso Nacional de Cuentos de la Sociedad de Autores y Compositores de Venezuela (Venezuela, 2016). Su revista Letralia obtuvo el Premio Nacional del Libro (Venezuela, 2007) y ha sido en dos ocasiones finalista, y una vez mención honorífica, en los premios Stockholm Challenge (Suecia; 2006, 2008, 2010). Textos suyos han sido traducidos al francés, inglés, italiano, catalán, esloveno y chino.

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Ligia Colmenares: El talismán

 

 

EL TALISMÁN

 

 A mi abuela Julia

En el vuelo de la imaginación

 

Julia había nacido en el Piedemonte andino entre nubes, pájaros y flores.  Era linda, alegre, llena de vitalidad.  Recibió una esmerada educación en un  exclusivo colegio para señoritas. Tocaba mandolina y cantaba con voz de soprano.  Soñaba  con  viajar por el mundo y   convertirse  en   una gran artista.  A los dieciocho años, sus padres la dieron  en matrimonio  a  Daniel de la Huerta, poderoso terrateniente cuarentón, viudo, descendiente de canarios.  Con  él tuvo seis hijos. Tres varones y tres hembras.  Se  dedicó por  entero  a la  crianza  de  sus    descendientes,   la atención del marido y las labores hogareñas.  Pero en su mente siempre mantuvo latente el deseo de convertir su gran anhelo en realidad.

 

Enviudó a los cuarenta y cinco años cuando los  hijos  varones se  estaban  graduando en  la universidad y las hembras se preparaban para casarse.  En  ese  momento  de  su  vida  decidió cumplir con un  deseo oculto.  Ella guardaba como un talismán la maleta de fino cuero  marrón que heredara de su madre y que fuera repujada por el abuelo materno. La maleta se conservaba intacta, tenía un  forro de seda y varios compartimientos. Elaboró con todo cuidado un itinerario comenzando por Madrid. Se comunicó por teléfono con la prima Isabel explicándole su proyecto detalladamente.  Le informó que la maleta le sería enviada  por la línea aérea Iberia,  cuya  fecha y número de vuelo le serían comunicados oportunamente.  Antes de iniciar  este viaje tuvo que cumplir con una serie de requisitos para  que la  maleta pudiera  movilizarse  sin    acompañante.

 

Volviendo al proyecto le pidió a Isabel que en una hoja de papel escribiera un deseo e incluyera un objeto de valor, guardando las dos cosas en la maleta.    Luego   debería   enviarla  al primo Sebastián que residía en París, con instrucciones precisas.  Este a su vez tendría que remitirla a la prima Úrsula en Berlín. Ella al primo Stellio en Roma. Por último él  la  devolvería  a Isabel en Madrid, quien la enviaría de regreso a Julia, su dueña.

Julia contaba los días con ansiedad y después de dos  largos meses  de espera  recibió  una llamada de la línea aérea para informarle que había un paquete expreso a su nombre, el  cual debía retirar en las oficinas del aeropuerto en el término de cinco días hábiles. A primera hora de la mañana siguiente, en compañía de su chofer se fue a buscar la  valiosa maleta.    Cuando regresó al mediodía se dio un baño, almorzó e hizo la siesta de costumbre.   A  las  cinco  de la tarde realizó los rutinarios ejercicios de relajación.  Con el corazón palpitando de emoción   se dispuso a mirar el contenido de la maleta.  Le quitó los sellos de aduana, la abrió con lentitud. He aquí lo que descubrió.  En  un  hermoso  papel  artesanal de  color   crema,  con   caligrafía perfecta,  la prima Isabel escribió:  que la  luz  divina ilumine tu entendimiento y  ejerzas   con sabiduría tu libre albedrío.  Colocó a su lado un ángel con alas luminosas.  El  primo Sebastián trazó la escritura en un antiguo papiro diciendo: que la bondad reine en tu corazón y ames al prójimo como a ti misma.  Puso a su lado un ardiente corazón rojo con destellos dorados. La prima Úrsula en un papel tejido con caña de bambú escribió lo siguiente: que el amor sea una constante en tu vida y te colme de bendiciones.  Colocó  a su lado  una delicada  estatua  de Cupido tallada en marfil.  Finalmente el primo Stellio en un papel transparente como  el agua escribió: que tu imaginación sea libre como el  viento y  en  su  vuelo  sin  fronteras  te lleve alrededor del mundo.  Como una manifestación divina apareció misteriosamente flotando en el espacio una vistosa alfombra voladora tejida con hilos de Persia que aterrizó a sus pies.  Julia asombrada y feliz se sentó sobre ella y realizó su gran sueño de viajar por el mundo y convertirse en una gran artista.

Ligia Colmenares. 09/07/2017

Ligia Colmenares, reconocida poeta venezolana. Miembro del Círculo de Escritores de Venezuela. Algunos de sus libros publicados: La mujer de la casa de adobe, Bitácora del amor. Una selección de sus poemas está recogida en la Antología Desde el patio del limonero, publicada por la Editorial El pez soluble

   

 

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Enrique Gracia Trinidad: Al final de la escalera

Poemas del madrileño Enrique Gracia Trinidad

Fuente: http://www.crearensalamanca.com

Del libro Al final de la escalera

CUANDO NO TUVE NADA IMPORTANTE QUE HACER

 

Trabajé en muchos sitios imposibles,

en oficios absurdos y ridículos.

 

He sido porque sí:

Restaurador del cuarto menguante de la Luna,

crupier en una mesa en que jugaban

a la ruleta rusa o al simple desamparo,

conservador del horizonte

eso siempre por horas y en las tardes nubosas—,

albacea del tiempo por venir,

conductor de un ilustre carromato de feria que perseguía la justicia,

distribuidor a domicilio de sensaciones imposibles,

pescador en un barco que se matriculó como patera,

sacerdote del dios desconocido que aún lo sigue siendo.

cocinero del hambre sin fogones ni plato ni cuchara,

monaguillo de alguna misa negra

que terminó en guateque deslucido,

ladrón de guante roto algunos viernes. Los sábados libraba.

 

Me desgané la vida como pude:

He vendido la droga de los sueños

a la puerta de alguna residencia de ancianos;

canté —muy mal, por cierto—en un mariachi turbulento y triste;

zurcí suicidios y pinté esperanza, la restauré después,

al cabo de los años, para que siga viéndose a lo lejos;

ecualicé los ruidos en un andén del metro

y el canto de los grillos en un solar de las afueras del silencio;

recogí los misterios de la vida

que abandonaban los adolescentes en las terrazas de los bares;

clasifiqué y almacené la risa, la ironía, la burla y el sarcasmo;

pregoné los poemas de la desolación.

 

Fui lo que nadie quiso ser, no me arrepiento.

Ahora que ha llegado la edad de jubilarme,

me niegan la pensión por inconstante.

 

Me ofreceré de voluntario en el Armagedón,

afinando trompetas,

o sacándole brillo a la guadaña.

 

CORSO EN LA ESCALERA

Subí seis tramos de escalera

hasta mi cuarto amueblado,

abrí la ventana

y empecé a tirar

Las cosas más importantes de la vida.

(Grégory Corso)

 

¿Y qué importa subir una escalera,

llegar arriba, ver el mundo…?

Ni siquiera bajar para contarlo es importante.

Lo mejor en las muchas escaleras

de este planeta en guerra sin cuartel,

es saber que uno puede detenerse

en cualquier escalón, subas o bajes,

para mirar la luz que es diferente

según cambia de altura y ama cada peldaño.

 

Lo más hermoso es sentir algún pie

que pisó un descansillo,

una mano que hurgó en la barandilla,

un sueño que subió, esa tristeza que bajó,

o quizás al revés; sentir, vivir

cada fortuna y cada desengaño,

cada tiempo y su amarga soledad,

cada alegre fracaso

o cada triunfo que se vuelve turbio.

 

Cuando llegas al fin de la escalera

hay que tirar las cosas importantes

de la vida, si es eso lo que quieres,

a través de la ventana

como hizo aquel poeta impertinente,

o dejarlas al fondo del armario.

 

Pero la auténtica fortuna está

a lo largo de toda la escalera

subiendo a veces y bajando siempre.

*La revista digital Crear en Salamanca difunde cuatro poemas de Enrique Gracia Trinidad (Madrid, 1950), quien fue Accésit del Premio Internacional de Poesía Pilar Fernández Labrador, por su libro “Juego de damas” (2015, Diputación de Salamanca). Es poeta, divulgador cultural y actor. Sus libros de poesía son -1972 a 2013-: Encuentros, Canto del último profeta, Crónicas del laberinto; A quemarropa; Restos de almanaque; Tiempo de Apocalipsis; Historias para tiempos raros; La pintura de Xu-Zonghui (bilingüe chino-español); Siempre tiempo; Contrafábula. Poesía reunida 1972-2004; Todo es papel; Sin noticias de Gato de Ursaria; La poética del vértigo (Antología, estudio y selección de Enrique Vitoria); Pentimento (2009); Hazversidades poéticas (miniantología); Butaca de entresuelo (2011), Mentidero de Madrid y Ver para vivir. Además ha publicado libros de prosa, artículos y dibujos. Le han concedido, entre otros, los siguientes premios: Vicente Gerbasi, por el conjunto de su obra (Venezuela), Accésit de Adonais, Premio Feria del Libro de Madrid, Accésit Rafael Morales, Premio Blas de Otero, Premio Bahía, Premio Juan Alcaide, Accésit Ciudad de Torrevieja, Premio Emilio Alarcos, Premio Juan Van-Halen. Parte de su obra se ha traducido a varios idiomas y figura en antologías y publicaciones de catorce países.

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Luz Marina Almarza: Selección de poemas

Nubes, pájaros y lápices de colores

 El poeta porque ama la palabra

Cuando dice infinito quiere decir cielo;

Cuando dice sol quiere decir luz;

cuando dice brisa quiere decir caricia;

cuando dice estrella quiere decir anhelo;

cuando dice sueños dice rosa;

cuando dice luna quiere decir lámpara;

cuando dice ojos quiere decir espejos

cuando dice arcoíris quiere decir sonrisa;

cuando dice flor quiere decir amor;

cuando dice nube, quiere decir esperanza;

cuando dice pájaro, canto de Libertad

cuando dice lápiz quiere decir poema.

 

El poeta como no puede decir adiós,  suspira.

Como nunca puede decir  te odio,

ni dejar de escribir deja un espacio en blanco

entre los versos

 

como no puede decir rabia dice mar

cuando siente dolor dice lágrima.

 

La poesía es una caja de madera

llena de nubes, pájaros y lápices de colores

que el poeta suelta al viento

******

¿Dónde termina el día

y empieza la noche

 

sin otro sol que vislumbre

o luna como faro?

 

¿Quién me presta aceite

para mi lámpara apagada?

*****

A cántaro roto

A cántaro roto

la mirada,

El tropiezo,

el dedo gordo, las rodillas

y mis manos,

 

la lluvia,

la piedra,

El río,

el clavo,

la espina.

La rabia o el dolor,

qué más da

 

Si todo golpea

como un martillo

y se va

*****

Casa de trinos

Mi pequeña casa

está rodeada de trinos

 

Aunque no haya nadie

a mi lado

 

aquí hay una caja de voces

que no se cierra,

 

que adormecen

que ahuyentan

-tarde a tarde-

la pena del rostro

 

Si todo golpea

como un martillo

y se va

Luz Marina Almarza, poeta Venezolana, vive en Barinas

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POEMAS DE LIDIA SALAS


Dos poemas de Lidia Salas. Caracas, 2017
HEREDAD

 

Habitamos los días de la oquedad.

Horas de amargo  y de escorpiones.

Vivimos desahuciados del sueño, cabizbajos.

En las alforjas nuestra ración de llanto

y de vergüenza.

Arriamos esta heredad de azahar y soledades.  

El  silencio es el lenguaje de los humillados.

En el azogue no se refleja

la línea incierta de tanta quebradura  

en los espejos,  los oropeles del poder

y de sus mercaderes.

 

El  poeta atisba  ese otro tiempo del mañana.

De tanta  soberbia y tanto daño

sólo su  nombre en la lista de  tiranos

y el insistente

reverdecer de los naranjos.

 

PÉRDIDAS

En el aire de la tarde  el grito del pájaro

que cruza entre las palmas. En los labios,  junio

deja la urgencia del verano.  

 

Como si el odio no hubiese

traspasado el corazón del último muchacho

en su caída hacia la muerte.

 

Como si las manos mercenarias

no violaran cada noche las rejas y los patios

expandiendo el hálito de la desventura.

 

En el norte de la ciudad la montaña

refleja su verde vestidura con  reflejos violetas.

La belleza se inclina en el costado todavía,

aunque  el día setenta y cinco se ha marcado

en el calendario de las pérdidas.

 

Caracas, solsticio de verano del 2017

Lidia Salas

*Lidia Salas, poeta, ensayista, autora de los libros Luna de Tarot, Mambo Café, Katharsis y otros. Magister en Literatura Hispanoamericana de la UCV. Directora de Cultura del Círculo de Escritores de Venezuela

 

 

 

 

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