La casa que me habita

Crónicas del olvido

La casa que nos habita

Por Alberto Hernández

1.-

Una casa es también un ser que respira.

Se respira la casa y con ella los objetos que la hacen. Quien la construye a diario con palabras es la misma casa en la textura de su lenguaje, y es habitable por sus distintos silencios o desgarraduras.

Carmen Cristina Wolf en su libro La casa que me habita, habla de la casa como si esta viviera dentro de ella. Y así es: la casa es memoria y paredes, risas y techo, tristeza y árbol en un patio, pero más allá de esos habitantes, la casa es un rito, una esencia que cambia con quienes la convierten en símbolo, en una metáfora del tiempo.

Es decir, la casa es la memoria.

Hay casas que permanecen. Casas que no mueren. Casas siempre plenas, abundantes en su habitación: se vive una casa y se revela como milagro.

Una casa, por muy perdurable que sea, muda de piel. La poesía hace posible que esa piel tenga la misma lozanía en la memoria. Capas de tiempos, el poema avizora la posibilidad de hacerla eterna en la genealogía, en la heredad.

Una casa es la gente que la habita. Pero también la casa se hace gente.

2.-

La mirada de una niña ve crecer la casa. Entonces el poema aparece, se despliega con sus diversos tonos. Una calle hace de testigo y se abren otras calles que no son nombradas, que se silencian detrás de las palabras.

“La ciudad era un lugar inmenso (…) mejor estar en casa bajo el árbol del patio// el vaivén del columpio y los juegos del perro/ la pelota de hule las muñecas”.

Esa mirada también crece, escribe la casa, el poema, se permutan. Son en tiempo.

Desde el afuera, desde el acento que se impone, cada lugar es un espacio donde habita el susurro, lo que habrá de ser el poema de la casa, la casa misma como ser vivo:

“las habitaciones lucen su juego de sombras”.

 

Los personajes que mueven cada objeto, que son los cimientos de la casa, trazan la memoria perdida, aunque la voz, también parte de ese juego de sombras, anuncia la distancia:

 

“A lo lejos la montaña/ lo imagina en aquella ciudad/ donde los días se vuelven interminables”.

Tutear la casa, hablarle: el poema dilata su eco, habla con su doble significado sensorial:

“habito tu silencio/ atravesable como el ojo del espejo”

3.-

¿Cuántas casas son posibles en una vida? ¿Cuántas vidas para habitar una casa?

Queda la memoria como ensueño, como figura de alguien que pasa, un duende, una voz de otro mundo, la abuela que farfulló una oración. Un pequeño altar, una silla, una repisa, el calor o el frío. La casa se deja habitar. O se hace abismo, equilibrio.

Quien ha crecido ve la casa más pequeña. Ya el hogar ha dejado de ser para ser memoria, compañía. Olores, colores, caricias o dicterios. La memoria incansable:

“En la habitación frente a la mesa/ una vieja silla de madera cruje”.

La que escribe se mira y dice: “El poema encontró su camino”.

Y así como las casas hacen la ciudad, la ciudad hace el país. Y lo verbaliza desde el dolor, desde la agonía de sus habitantes: la misma casa como desgarramiento, como soledad, como acoso:

“en mi país/ la libertad está asediada”.

¿Cuántas quedarán sin la voz de sus hábitos, sin el roce de los vestidos, sin las manos que la limpien? Las casas hablan solas. Dialogan entre ellas, las más de las veces. Cuando dejan de hacerlo caen. Se derrumban.

¿De qué se alimentan, qué las mantiene en pie?

Las palabras, un poema, una canción.

Por eso:

“El poema habita tu secreto”.

En este libro de Carmen Cristina Wolf están todos estos momentos. Una lectura que nos conduce a ser la casa que seguirá habitándonos.

Dos poemas de La casa que me habita:

Pensar de nuevo al mundo

tomarlo por alguno de sus hilos

escribir en constancia

del asalto  de dudas y afanes

Algunos días acostumbro

acariciar los prados y dejarme

cortejar por la brisa

de interminables filas de palmeras

mientras miles de pies dejan su huella

en las caminerías de la playa

   ******

En la habitación frente a la mesa

una vieja silla de madera cruje

Soporta mi peso y las ausencias

la hoja en blanco y el silencio

 

Las horas se deslizan sin ruido

                              el poema halló su lugar en la página

 

 

Alberto Hernández€. Síntesis biográfica

Nació en Calabozo, estado Guárico, el 25 de octubre de 1952.

Poeta, narrador y periodista. Egresado del Pedagógico de Maracay, realizó estudios de postgrado en la Universidad Simón Bolívar en Literatura Latinoamericana. Fundador de la revista literaria Umbra, es colaborador de revistas y periódicos nacionales y extranjeros.

Su obra literaria ha sido reconocida en importantes concursos nacionales. En el año 2000 recibió el Premio “Juan Beroes” por toda su obra literaria. Ha representado a su país en diferentes eventos literarios: Universidad de San Diego, California, Estados Unidos, y Universidad de Pamplona, Colombia. Encuentro para la presentación de una antología de su poesía, publicada en México, Cancún, por la Editorial Presagios.

Miembro del consejo editorial de la revista Poesía de la Universidad de Carabobo. Se desempeñó como secretario de redacción del diario “El Periodiquito” de la ciudad de Maracay, estado Aragua.

Ha publicado ensayos y textos poéticos en las revistas Turia de España (Aragón), números 81-82; en Il foglio volante de Italia, Nº 4, abril 2007; Piedra de molino, Arcos de la Frontera, España, primavera de 2007, entre otras.

Parte de su obra ha sido traducida al inglés, al italiano y al árabe.

Alberto Hernández. Obra publicada

La mofa del musgo. Umbra Editores, Maracay, 1980. pp. 60. Amazonía. Talleres Gráficos del Centro de Capacitación Docente “El Mácaro”, Turmero, 1981. pp. 30. Última instancia. Editorial Sobrevivientes asociados. Maracay, 1985. pp. 75. (Esta obra obtuvo mención honorífica en el Concurso Literario de la Secretaría de Cultura del Estado Aragua, 1985. Jurado: José Barroeta, Jorge Núnes e Igor Barreto). Párpado de insolación. Ediciones del Ateneo de Calabozo, colección “Escampos”. Editorial Miranda, Villa de Cura, estado Aragua, 1989. p. 100. Ilustrado por Antonio Cabesas. (Obtuvo mención honorífica en la II Bienal Literaria del Ateneo de Calabozo (1985-1987). Ojos de afuera. Fondo editorial IPASME, 1989. p. 112. (Ganador del 1er. Premio del II Concurso Literario IPASME). Caracas, 1989. Nortes. Editorial Sobrevivientes asociados. Maracay, 1991. pp. 103. (Mención de honor Primer Concurso Literario “Madre Perla”, 1992, Porlamar, estado Nueva Esparta. Jurado: José Lira Sosa, Elí Galindo y Luis Camilo Guevara). Intentos y el exilio. Ediciones de la Casa de Asterión, Ediciones Mucuglifo. Dirección Sectorial de Literatura CONAC. Mérida, 1996. p. 70. (Libro ganador del Premio II Bienal Nueva Esparta Teatro Simón Bolívar de Juangriego. Jurado: Luis Alberto Crespo, Magaly Salazar y Earle Herrera). Bestias de superficie. La liebre libre editores, Maracay 1998. pp. 40. (Premio de Poesía del Ateneo de El Tigre y Diario “Antorcha” de la misma ciudad, 1992). Jurado: Elizabeth Schon, Santos López y Francisco Pérez Perdomo). (Este libro fue traducido al idioma árabe por Abdul Zagbour, Siria, Damasco, Editorial Daralmarsat, 2005). Poética del desatino. Ediciones Estival. Colección El divino Narciso, Maracay 2001. (Libro de aforismos). P. 45. En boca ajena. Antología poética 1980-2001. Ediciones Presagios-Serie Faisán, México, 2001. pp. 117. Tierra de la que soyLatin American Writers Institute Eugenio María de Hostos Community College of CUNY (Universidad de Nueva York, 2002). Pp. 121. Prólogo: Manuel Cabesa. Nortes/ Norths. Latin American Writers Institute Eugenio María Hostos Community College of CUNY (Universidad de Nueva York, 2002). Pp. 87. Traducción al inglés: Alexis Trujillo. El poema de la ciudad. Editorial Blacamán (Villa de Cura), Estival (Maracay), La liebre libre (Maracay), Presagios (México) y Umbra (Maracay), 2003. pp. 181. Prólogo: Harry Almela. El cielo cotidianoPoesía en tránsito. Editorial Mucuglifo, Mérida, Estado Mérida, 2008. Puertas de Galina. Editorial Memorias de Altagracia. Caracas, 2010.

CUENTOS. Fragmentos de la misma memoria. Editorial Actum, Caracas, 1994. pp. 93. Cortoletraje. Blacamán editores, Villa de Cura, Venezuela, 1999. pp. 54. Virginidades y otros desafíosLatin American Writers Institute Eugenio María de Hostos Community College of CUNY (Universidad de Nueva York, 2000). Pp. 60.

ENSAYOS: Notas a la liebre. La liebre libre editores, Maracay, 1999. pp. 140.

 

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Meditación en voz alta, por Armando Rojas Guardia

En estos días de obligatoria cuarentena algunos de nosotros le abrimos, con renovado entusiasmo, espacio mental a la oración. Dejo aquí está meditación en voz alta sobre la naturaleza de la plegaria en la tradición bíblica. Quizá ayude y reconforte a alguien.

En la Biblia no hay desarrollados, ni siquiera embrionariamente, como en el hinduismo y el budismo, un sistema ni un método para acceder, a través de ellos, al contacto con lo divino. No existe, perfilada, una metodología meditativa. En la Biblia sólo existe, explayada hasta la exhaustividad, esta convicción: el hombre puede y debe dialogar con Dios. «Dios habla y el hombre habla: he aquí el hecho sobresaliente de Israel» (Maurice Blanchot). Cuando se encuentran y entrecruzan el hablar de Dios y el hablar humano, estamos en presencia de la oración. Santa Teresa de Ávila, fiel a esta tradición, definió la plegaria de este modo: «conversación de amor con quien sabemos nos ama». En tal conversación el hombre puede, y debe, decirle a Dios absolutamente todo lo que experimenta: su bienestar existencial, pero también su desgracia; su alegría desbordante por el hecho de vivir, pero también su desesperanza e incluso su desesperación; su gratitud, pero también su rabia, aunque esa rabia esté dirigida a Dios mismo. PUEDE, y debe, expresarle a Dios lo que cree, pero también lo que no cree: sus convicciones íntimas, la osatura axiológica que sostiene la vida de su conciencia, pero también sus insondables preguntas, aquellas por las que no ha encontrado respuestas; sus afirmaciones radicales, pero también sus dudas, hasta las más devoradoras y atroces. En Gen 32, 25-33, Jacob lucha durante toda la madrugada, cuerpo a cuerpo, con un personaje desconocido que la tradición judeo-cristiana se ha atrevido a señalar que es nada menos que el propio Dios o, al menos, un avatar de su energía.

En Jer 7-10, el dulce y atribulado Jeremías le dice a Dios: “Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir, me forzaste, me violaste. Yo era el hazmerreír todo el día, todos se burlaban de mí (…) La palabra del Señor se me volvió escarnio y burla constantes, y me dije: No me acordaré de él, no hablaré más en su nombre. Pero la sentía como fuego ardiente encerrado en los huesos y hacía esfuerzos por contenerla y no podía”. Job es el ejemplo paradigmático de esa sinceridad medular y visceral en el diálogo con Dios. A lo largo de todos los versículos del libro se percibe a un hombre que en todo momento busca y pocura sostener una interlocución tan honesta que a veces es desesperación el Absoluto, (hasta llegar a decirle a Dios; “Apártate de mí para que pueda descansar un poco». Job 10,2).

Los Salmos recogen en múltiples registros, la misma conversación desenfadada y honestísima entre el creyente y su Creador:

Desde el horror indignado que provoca la constatación de una injusticia hasta el hambre de plenitud que, a pesar de la presencia casi constante del mal en todas sus variantes, osa esperar la salvación redentora. En el texto de Marcos, el evangelista pone en boca del padre de un niño epiléptico esta frase asombrosa que muchos cristianos, en especial Miguel de Unamuno, repetimos como propia desde hace siglos: ella sintetiza toda la existencial e interna tensión de nuestra opción por la fe: “Creo, Señor, ayuda a mi incredulidad”. (Repetir estas palabras como un mantra ritual: en eso consiste con frecuencia mi oración. Y todo el caudal desemboca, para incontables creyentes, de cara al sufrimiento desparramado a lo largo y ancho del mundo, en la álgida pregunta de Jesús, a través de la cual él se solidariza con los crucificados de la historia, y que, siguiéndolo de cerca, nos atrevemos a pronunciar abismalmente ante Dios: “Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mc 15,34). En estas consideraciones no puede faltar una mención a la plegaria cristiana prototípica, modélica: el Padrenuestro. La mejor traducción del texto griego de Mateo que yo conozco es la del teólogo catalán José Ignacio González Faus:

“Padre Nuestro, que estás por encima de todo / Que resplandezca tu nombre paterno / que llegue a nosotros tu soberanía / para que se haga tu voluntad en esta tierra como se cumple en el más allá. / Danos hoy el sustento cotidiano. / Perdona nuestras ofensas, puesto que nosotros también queremos perdonar a los que nos deben algo. / No permitas que caigamos en la tentación que nos envuelve. / Y líbranos de la maldad.»

Aquel «conversar de amor con quien sabemos nos ama» se despliega, pues, en todos los registros posibles: contiene todas las modalidades y modulaciones del diálogo amoroso. A veces constituye una íntima pelea con Dios, como la de Jacob en aquella modélica madrugada. Otras, la eclosión de una ola amarga de tristeza que nos empapa el paladar a la hora del encuentro con El. Pero el solo hecho del diálogo, la misma conversación que decidimos mantener con su envolvente presencia, es la prueba fehaciente de su acción salvadora en nuestra vida. Porque nunca regresamos del diálogo siendo los mismos que acudimos a él la «conversación de amor» siempre altera la percepción que tenemos de las cosas. Nos transforma.

Armando Rojas Guardia nació en Caracas el 8 de septiembre de 1949. Reconocido poeta, ensayista y facilitador de talleres literarios. Es Miembro de la Academia Venezolana de la Lengua y del Círculo de Escritores de Venezuela. Algunos de sus libros publicados: Del mismo amor ardiendo, Yo que supe de la vieja herida, Poemas de quebrada de la Virgen, Hacia la noche viva, Antología poética 1989, La nada vigilante, El esplendor y la espera, Patria y otros poemas, Mapa del desalojo, Obra completa publicada en Cuenca, Ecuador.

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Nuevo Miembro Honorario: Julio César Pavanetti

Damos la bienvenida como Miembro Correspondiente y Honorario, al escritor uruguayo Julio César Pavanetti. En 1977 se residencia en Benidorn, España. Es cofundador y presidente del Liceo Poético de Benidorn, creado en 2003, que el 21 de marzo celebra su 17 aniversario, con lecturas y recitales en varios países hispanoamericanos. Autor de una extensa obra poética y su obra se encuentra recogida en antologías como: «Letras el Mundo 2005», Editorial Nuevo Ser de Buenos Aires; «Abriendo puertas… por amor al Arte», antología del Liceo Poético de Benidorn, Editorial Celya de Salamanca. Sus poemas se encuentran publicados en diversas revistas literarias impresas y digitales. Se le puede ver en lecturas poéticas a través de you tube. Sus poemas «Para ti, mujer trabajadora», «El gran despertar» y «El hambre» se encuentran en revistas de prensa de diferentes países.

https://carmencristinawolf.wordpress.com

https://letralia.com

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SIN PASAJE

La escritora y traductora argentina Andrea Zurlo, conmueve con este relato que nos acerca a la triste condición del emigrante, alejado de su patria y de los suyos.

A mis genes

Sentado en el banco habitual, con la maleta ajada de inútil espera a sus pies, Luigi sacó el reloj de bolsillo con un gesto ampuloso. Eran las once y media: la hora de la nueva vida. Su amigo Nicola decía que siempre hay que recordar los momentos importantes, y él llevaría escrita esa hora por siempre, con tinta indeleble, porque allí, en ese momento, comenzaba una nueva existencia.

Su amigo también le comentó que, por aquellos pagos, bastaba poco para que a uno lo bautizaran de nuevo. Era cierto. Apenas desembarcó en el puerto de Buenos Aires, un señor de bigotes oscuros y pelo de escoba asomándole por debajo del gorro del uniforme le escribió en el documento «Luis Chelini», sin querer oír explicaciones, y así quedó anulado «Luigi Celini», para sí mismo y para la posteridad.

La ciudad enorme se extendía ante él llena de ruidos ficticios y extraños a su quieta llanura de niebla. Sabía que le esperaba un largo viaje, y que no iba a ser tarea sencilla encontrar a los parientes y amigos desperdigados y de paradero incierto que partieron sin destino antes que él.

Comenzó su peregrinar en un tren que se alejaba de la ciudad entre chirridos metálicos y devoraba tapiales bajos y descoloridos, marchando entre las casuchas pobres que surgían a los costados de la vía, rodeadas de gallinas que picoteaban tranquilas antes de la cacerola. A medida que avanzaban, las construcciones se desvanecieron en el paisaje ahogadas en un verde sin límites, cada tanto quebrado por un manojo de árboles urgentes, mientras que una pequeña humanidad dejaba sembradas miradas expectantes desde las ventanillas del tren.

La locomotora amainó su marcha al llegar a Rosario y, desde allí, Luigi prosiguió su viaje en un barco perezoso, oxidado y doliente, que se arrastraba por el Paraná, un río de aguas marrones saturado de verdor y de mosquitos voraces. En ese barco conoció a unos fulanos de mala fama: uno que llamaban “Chango”, y que tendría unos diecinueve años, pero al que ya le despuntaba en la cara la vida acuchillada dos puertos más adelante; el “Gordo”, que yacía desparramado sobre dos sillas, sin poder mover su mole inmensa y grasienta; y otro, sin palabra ni apodo, que llevaba un cigarrillo apagado pegado al labio y que estafaba a los pasajeros con los naipes. Luigi se les adosó esperando compañía y ellos lo aceptaron para usarlo en sus trabajos criminales.

 

2

Un día de lluvia intensa, después de haber echado anclas en Asunción, el Chango y el mudo insistieron para llevarlo con ellos y enseñarle el arte de la sobrevivencia: robar y escaparse a toda prisa hacia el barco sin que nadie los advirtiera. Claro que Luigi ignoraba lo que querían hacer y apenas les entendía cuando le hablaban. Viéndolo tan joven e inocente, el Capitán le evitó una muerte prematura. Lo hizo detener por uno de los mozos y dejó que los otros dos se fueran. El Chango quedó tirado en el barro, acuchillado por los hampones de la zona.

Entonces, el Capitán lo mandó donde el inglés que talaba árboles y daba un pedazo de tierra para sembrar algodón y labrarse un futuro. Ganaría para enviarle dinero a su familia y también para volver a su tierra y casarse. Con los años el Chango, el Gordo y el mudo sin apodo se convertirían solo en otro recuerdo, otra anécdota, como todas las que contaba Nicola en las noches de invierno, con su voz quebrada de vejez y nostalgia juvenil.

Había pasado el medio día cuando Luigi sacó de nuevo el reloj de bolsillo. El sol confuso y otoñal rompía las nubes golpeando sobre sus ojos ancianos, que ya no distinguían la figura del barco alejándose. Levantó con esfuerzo ese cuerpo cada día más ajeno y pesado, y alzó la maleta que no conocía otro destino más que un muelle del que nunca partió. Las miradas de los trabajadores del puerto oscilaban entre la compasión de los más ancianos y la sonrisa irónica de los más jóvenes.

Mientras emprendía lentamente el camino hacia casa, Luigi se volvió para despedirse hasta el día siguiente de ese mar que arrastró lejos sus sueños y jamás se los devolvió, y oyó la voz del guardián que lo perseguía flotando en el aire con la pregunta diaria:

—¿Dónde fuimos hoy, Luigi?

—A ningún lado… sin pasaje.

 

                                                           *   *   *

*Andrea Zurlo nació en Rosario, Argentina, donde cursó sus estudios de traducción literaria en los idiomas inglés, italiano y español. Vive en Italia desde 1990, donde ejerce su profesión. Es Miembro de la Asociación Nacional Italiana de Traductores e intérpretes, Miembro Correspondiente del Círculo de Escritores de Venezuela circulodescritoresvenezuela.com y de la Asociación de Escritores de Mérida (Venezuela). Es Miembro de European Writing Women Association y de ISA, Internatonal Screenwriters Association.

Es narradora, escribe novelas, relatos, artículos y guiones cinematográficos. Su primera novela «El Sendero del Dante», fue editada por la Editorial Jirones de Azul, Sevilla, España, en Mayo 2007. Dicha novela fue incluida en el programa de la Maestría en Literatura Iberoamericana, seminario «Narradoras iberoamericanas, de la sensibilidad creadora a la técnica». Su novela «El reposo de la tierra durante el invierno» fue de las 10 obras finalistas del Premio Planeta 2016.

Participó en el VIII Encuentro Internacional de Escritoras «Elizabeth Schön», celebrada en Caracas en 2008, con su ponencia «La independencia del Yo a través de la palabra», que fue incluida en la Antología del Encuentro Internacional de Escritoras. También participó en los coloquios «Escritoras ante la Crítica», organizados por la Universidad de Los Andes, Mérida 2008, así como en numerosos congresos de literatura.  Ha obtenido varios premios y menciones de honor por sus novelas y relatos.

Ha participado en algunas publicaciones colectivas: Antología Internacional Sensibilidades Oro (Alternativa Editorial, España 2005); II Antología de la Asociación de Escritores de Mérida; «Relatos de humor sin extrema-unción 2005 y 2006»; III Antología de la Asociación de Escritores de Mérida; Entre Eros y Tanatos (AEM/CONAC, CENAL 2006 y 2007); Progetto Poesia (Florencia, Italia 2016); Antología Storie, sostantivo femminile plurale (Nardini Editore, Florencia, Italia 2017). Sus relatos y artículos son publicados en revistas literarias impresas y digitales, como Letralia (Venezuela), Delirium Tremens (Perú), noticias cadadia.com (España) y otras.

@circuloescritoresvenezuela en Instagram

Editores: Carmen Cristina Wolf @literaturayvida en Twitter; @carmencristinawolf en Instagram

Asesor editorial: Jorge Gómez Jiménez @letralia @jorgeletralia

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Nos habita la rabia

La otra cara

Nos habita la rabia

Por: Inés Muñoz Aguirre.

En estos días caminando en el Parque del este donde no se respeta el horario de sus usuarios para que obreros y maquinarias se te atraviesen a cada momento, al pasar frente a un grupo de más de veinte hombres equipados con cajas plásticas y  quienes en un mismo lugar que no superaba el metro cuadrado, trabajaban recogiendo hojas secas comentamos: “¿qué hacen con ponerlos a todos juntos? Deberían distribuirlos por el parque”. De inmediato tuve respuesta de una mujer que quizá era la supervisora porque contestó ofendida y con tono de rin tin tin:

“Y pondremos cien si nos da la gana en el mismo lugar”. El resto de mi caminata la realicé concentrada en una nueva reflexión sobre lo que nos pasa como sociedad. Vivimos a la expectativa. Nos armamos rápidamente con la palabra porque el único sentimiento que manejamos es que no podemos perder la batalla. Cada quien trata de imponer su razón, en el trabajo, en el condominio, en la diversión. Somos dos mundos que caminamos en paralelo y lo cierto es que ninguna sociedad puede evolucionar si sus integrantes no comparten objetivos comunes.

Nos bastarían pocos ejemplos para darnos cuenta que hay dos aceras claramente definidas y que nos paramos sobre ellas, convencidos que en la del otro lado está el enemigo: los que creemos en el estudio y la formación, los que creen que solo basta que te guste algo para que puedas trabajar en ello. Los que creemos en la norma como la base para una sociedad organizada, los que se saltan la norma, se burlan de ella y trabajan para que desaparezca. Los que creemos que somos únicos y que en ello reside el éxito, en poder potenciar los recursos individuales para alcanzar el bien colectivo, los que creen que somos todos iguales y que debemos actuar de la misma manera. Los que creemos que con el trabajo honesto tienes derecho a elegir lo que quieres, mejorar tu calidad de vida, pensar en el futuro, los que creen que se lo merecen todo, que no hay que trabajar y que los demás están obligados a darles. Los que se delatan en los actos más sencillos como por ejemplo respetar la luz del semáforo o saltársela a la torera con la excusa de la inseguridad o de que no sirven. En la política, en el condominio, en nuestras calles, en el parque, en cualquier lugar puedes entender que hemos sido dominados por una división que nos quiebra como sociedad.

El problema más grande de esta separación es que nos hemos vuelto incapaces de escuchar al otro, de atender a recomendaciones, de reconocernos, así que cualquier tarea que emprendamos se nos presenta llena de dificultades.  El sentimiento de confrontación se impone por encima de los actos más sencillos. En mi entender esa ruptura de la que formamos parte es mucho más fuerte que cualquier otro obstáculo de los tantos que vivimos a diario, nos habita la rabia. ¿Qué estamos haciendo desde el espacio que nos corresponde por tratar de cambiar las emociones? ¿Qué estamos haciendo para escuchar al otro y para que se nos escuche? ¿Somos capaces de entender que somos una sociedad fracturada, que desconfiamos del otro? Urge sanar. Urge el reencuentro.

 

Inés Muñoz Aguirre

https://inesmunozaguirre.wixsite.com/inesmunozaguirre

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Yoyiana Ahumada: La doncella de la rúa

En Homenaje a la Semana de la Mujer

La doncella de la rua me mira

 

Sus ojos de abismo paralizan

su cuerpo de muchacha habitada

las carnes bamboleantes

-en el hilo marchito del hambre –

Ríos arrastrando la osamenta

ofrece

Su vientre indaga la piedad

olvida la  redondez

constreñida membrana de ángel

soslaya los días

la moza olvidó la plegaria

Allá en su sombra

es una niña muerta

*Yoyiana Ahumada es una destacada periodista venezolana, poeta, dramaturga, docente, Directora de promoción y Publicaciones del Círculo de Escritores de Venezuela. Comunicadora en el programa radial Librería Sónica.

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Heberto Gamero: Intentos virtuales

INTENTOS VIRTUALES

Heberto Gamero Contín

(Del libro Cuentos de pareja y otros relatos)

—Déjame verte.

Ella hizo gala de una paciencia casi agotada.

—No es mucho lo que puedas ver –dijo, simulando estar de acuerdo.

—Algo es algo– insistió el hombre con expresión risueña, sarcástica. Ella se levantó con cierto desgano como si una nueva decepción estuviese a punto de sumarse a las que ya había vivido. Se puso frente al ordenador e hizo una reverencia rápida, luego se sentó con el apremio de quien quiere pasar a otro tema.

—Eso no fue suficiente –dijo el hombre–. Quiero verte toda. Qué tal si te levantas de nuevo y das una vuelta. Virginia lo miró con cierta tristeza y lo despidió para siempre.

Se quedó algunos segundos con la mirada fija en la pantalla cuya claridad rebotaba en su cara como la luz de un flash interminable. Respiró profundo. Luego, con ambas manos y los codos apoyados en el escritorio, frotó varias veces su cuero cabelludo. Le dio un repaso a las cosas que la rodeaban: su diploma de la universidad, la foto de su hijo, la marca de su ordenador, el polvo sobre la mesa, en la lámpara, el cuadro abstracto, los libros que no se llevó el exmarido, sus manos huesudas, las pequeñas manchas que comenzaban a aparecer en ellas. Luego revisó sus correos. Detalló las mejores fotos del año anterior, el tamaño de los planetas, el chiste de la mujer perfecta, la mejor forma de evitar la diabetes, el de eternamente jóvenes y algunos otros con música suave y pensamientos altruistas. Apagó la máquina. Fue a la cocina y bebió un poco de agua. Miró dentro de la nevera durante largo rato. Sacó un yogurt. Luego le sirvió un poco de comida a Coco, su fiel e incondicional perro de mirada dulce y siempre obediente. Una sirena en medio de la noche se perdió a lo lejos. Mientras comía el yogurt pensó en llamar a su hijo que estudiaba en Francia, pero al ver la hora desistió de la idea. Encendió el televisor y comenzó a ver una película que sin razón alguna la hizo llorar. Lo apagó. Luego se fue a la cama, tomó el libro que reposaba sobre la mesa e intentó leerlo.

Siempre disfruté el estar sola. No sé qué me pasa ahora. Quizás ya he estado mucho tiempo sola y ahora tengo dudas de si estoy sola porque quiero o porque ya nadie se fija en mí. Siempre pensé en lo primero, en que estaba sola porque así lo quería, nunca porque ya no despertara las sensaciones de las cuales antes me ufanaba. Bueno, nunca fui lo que se llama una vampiresa o el prototipo de un símbolo sexual, nada de eso, ni quise serlo tampoco, pero confiaba en mí, confiaba en encontrar al hombre que me propusiera cuando así lo decidiera. Pero ya ves, cuando después de todo sientes la necesidad de alguna compañía y de alimentar un poco tu espíritu con el combustible del ego, nada pasa: los hombres solo se fijan en las jovencitas y los más serios están casados o comprometidos. Ya no creo que estar sola sea la mejor forma de pasar el resto de mi vida. Es cierto que hago lo que quiero: voy al cine en cualquier horario, cocino solo para mí, leo o veo televisión hasta la hora que apetezco; todo eso es verdad, pero… no sé, quizá me cansé de toda esa independencia, o quizá ya me curé de aquel recuerdo y ahora quiero volver a las andadas… Fue muy cruel. Yo confié en él desde que nos casamos. Al principio siempre regresaba temprano a casa, le preparaba la cena y comíamos viendo la televisión. Era tan atento. A veces se presentaba con un ramo de rosas en medio de unas ramas de eucaliptos. Durante varios días la casa olía a eucaliptos. Todavía hoy en día, cuando huelo el eucalipto en algún lugar, recuerdo aquellos años. Un buen día comenzó a llegar tarde. Yo nunca desconfié de él hasta que escuché aquel mensaje en la grabadora. Todo se derrumbó. Mi vida cambió. Me dije que nunca más confiaría en un hombre. Pero, no tienes remedio, aquí estás, todos los días aferrada a Internet con la esperanza de encontrar a alguien que valga la pena. Fue muy emocionante. Las primeras veces lo fueron. Llegaba temprano del trabajo y me sentaba frente al ordenador como si se tratara de un juego. Conocí a Raúl. Leí su ficha y me pareció interesante: profesional, divorciado como yo, también con hijos grandes, de buen nivel cultural y de muy buen humor. Nos escribíamos muchísimo; hablábamos durante horas por teléfono hasta que un día me invitó a salir. Qué sorpresa. A veces me pregunto si estas cosas me pasan solo a mí: el hombre había publicado una foto vieja y había puesto una edad mucho menor de la que tiene. No me decepcionó tanto porque fuera viejo sino por la mentira. Si hubiese sido honesto desde el principio, como yo lo fui, quizá… Unos días después conocí a Alfredo. El mismo perfil del anterior, pero desde un principio le advertí que nada de engaños, que no quería juegos ni cosas por el estilo. Como con el anterior, chateamos hasta más no poder. Quería estar segura de que esta vez sería diferente. Así parecía serlo. Era un hombre culto. Yo, que me jacto de haber leído mucho, me sentía abrumada ante tanto conocimiento. A veces lucía un poco pedante con su palabrerío, a veces rebuscado, pero imagino que él pensaba que era una de las maneras de cautivarme y yo estaba dispuesta a tolerar ese tipo de defectos, si es que se puede calificar como tal. Me invitó a cenar. Al principio lo encontré un poco serio, distante, tímido, pero después de beberse el primer whisky se sintió más en confianza. Me reconoció, creo, como la persona a quien con tanta soltura y simpatía había contado sus cosas por chat y por teléfono. Yo pedí un vino y enseguida ordenó una botella. Le dije que con una copa estaba bien, pero él dijo que no pensara que me la iba a beber sola, que él también bebería durante la comida. Me pareció razonable. Tomé un trago de la copa de vino que sirvió el mesonero y también me sentí más relajada y a gusto con la conversación.

Alfredo pidió otro whisky, luego otro y otro. A medida que iba tomando se iba convirtiendo en aquel hombre simpático y conversador lleno de anécdotas históricas y palabras extravagantes que había conocido por Internet. Con horror me di cuenta de que el hombre que me gustaba, el que había conocido en el chat, no era este que ahora estaba sentado frente a mí, aquel se había quedado dentro del ordenador, lleno de tragos. Un fuerte dolor de cabeza cerró aquel encuentro. Luego conocí a un jovencito que parecía que en vez de buscar una novia buscara a una madre, después a otro que lloraba mientras me contaba sus problemas, luego a un escritor frustrado que no encontraba quien le publicara sus libros, a un mecánico que confesaba que le era imposible sacar el mugre de sus uñas, a un ingeniero civil a quien lo demandaron por haberse equivocado en los cálculos de una construcción, a un divorciado con nueve hijos, a uno que necesitaba apoyo económico y lo reconocía sin vergüenza alguna (ja, por lo menos este fue sincero), a otro que con cincuenta años todavía vivía con la madre. También conocí a uno que le había pegado a su mujer “pero no tan fuerte”, a otro a punto de suicidarse, al que estuvo preso y lo cuenta como una gran hazaña, al que dijo que yo era una vieja retardataria, en fin…

Los párpados se le fueron cerrando al mismo tiempo que el libro caía sobre su pecho. Fue una noche intranquila. Abría los ojos y los cerraba con suavidad al notar que estaba fuera de peligro. De vez en cuando dejaba deslizar su pierna solo para sentir el calor de su querido Coco. Le producía cierta satisfacción el confirmar, una y otra vez, que en definitiva era su perro quien la acompañaba en la cama.

*Heberto Gamero Contín, venezolano, egresado de la Universidad Central de Venezuela, destacado cuentista, novelista, biógrafo y cronista. Imparte con mucho éxito talleres destinados a enseñar a escribir relatos. Ha obtenido premios y menciones honoríficas por sus cuentos y libros. Fue publicado por la Editorial Equinoccio y por el Círculo de Escritores de Venezuela. Diez de sus libros han sido reeditados en España y se encuentran en las librerías de Caracas y en Amazon. Uno de sus libros más vendidos es TALLER aprende a escribir un cuento. 

Redes: @hebertogamero en  Twitter y en Instagram

 

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A la Mujer, por Magaly Salazar

A la Mujer
Soy la que existe con sentido y destino,
construyo mi esencia
y la imagen de la vida me asiste,
inalienable.
Y tú oloroso a nosotros,
nómbrame la intemperie,
haré una habitación
en la mitad del cuerpo,
pues soy casa anterior.
A menudo, la certidumbre me visita
y comparto la unidad;
me refiero a ti, isla recóndita
que dices yo dentro de mi.
Tú, toma mis plasmas vinculantes,
tú aprieta mis abrazos
y mira con cuidado la feminidad
antes que la realidad
abalance sus fantasmas contra esta mujer
También soy silencio
y un “no sé qué” vuelto en resplandor,
bautizado en palabras
y también refugio

en la desnudez
y en medio de la casa múltiple.
Y desde aquello entrañado
entre sabiduría y ventana, pregunto:
¿Cuánto le falta al otro corazón para alcanzar
los símbolos de esta arquitectura?
Antes que el vértigo te asaltara,
te escribí un poema de amor
para que tuviese un ajuste en lo más íntimo
del discernimiento.
¿Sabes?, por aquello de la ternura.

Magaly Salazar Sanabria, La destacada autora nos envía este poema por el Día Internacional de la Mujer.

Nació en La Asunción, Isla de Margarita, Estado Nueva Esparta, Venezuela. Licenciada en Letras en la Universidad Central de Venezuela. Magíster en Literatura Hispanoamericana, Universidad Pedagógica Experimental Libertador, Instituto Pedagógico de Caracas. Estudios de Doctorado en la Universidad de Barcelona, España en Filosofía y Ciencias de la Educación. Doctora en Cultura y Arte para América Latina y El Caribe, Universidad Pedagógica Experimental Libertador, Instituto Pedagógico de Caracas. Nombre de la Tesis Doctoral: El mar y la religiosidad en la canción popular y tradicional margariteña desde una visión poética”.

PREMIOS: Premio Regional “Casto Vargas León”, Mención Poesía. 2001, Nueva Esparta. Diploma de Honor, Concurso Lincoln-Martí, Miami, 2006. Segundo Lugar en Poesía del V Encuentro Nacional de la Asociación de Profesores Universitarios Jubilados y Pensionados de Venezuela. Maracaibo (2013). Premio “Simón Bolívar”, a la Trayectoria Literaria, otorgado por el Teatro Internacional “Simón Bolívar de  Juangriego (2016).

OBRA PUBLICADA: No apto para los ritos de la sacralización, (1978) Ardentía, (1992) La Casa del Vigía, (Mención de Honor Fondene) (1993) Bajío de sal, (1996) Levar fuegos y sietes, (1998) Cuerpos de resistencia (2006), Caudalía,(2010) Primera edición. Publicarte, Caudalía (2013) Segunda edición- El Pez Soluble. Andar con la sed (2016)En Co-autoría: Lo visible, lo decible, QuaterniDeni, El verbo iluminado. Tópicos de Literatura EspañolaForo del futuro. Por publicar: Arboladura.

Sus artículos y poemas han aparecido en periódicos como El Nacional, El Universal; Ultimas Noticias, El Impulso, Diario de Caracas, El Semanario de Chacao, El Carabobeño, Antorcha, Panorama, El Norte, El Diario del Caribe, El Sol de Margarita, La Hora, Caribazo, ABC y  Gaceta Asuntina. Ha publicado en importantes revistas literarias como: Actualidades, Poesía, Insula, Tiempo Real, En Negro, Actual, Caronicuar, Aremi, Caracola, Opinión Pedagógica, Topoi, Revista Nacional de Cultura, Poda, Tropel de luces, Margariteñerías, Investigación y Posgrado IPC, Letras. Su obra ha sido reseñada en varias Antologías de Poesía, entre ellas: Antología de la Poesía amorosa venezolana, Editorial Espada Rota (1995), Quiénes escriben en Venezuela. (Diccionario Abreviado) del Profesor Rafael Rivas Dugarte, 2004, Antología de Poetas Venezolanas de José Antonio Escalona (ULA, 2002), Antología poética, del Círculo de Escritores de Venezuela (2005)

 

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Ni con el pétalo de una rosa

En Homenaje al Día Internacional de la Mujer

Ni con el pétalo de una rosa

Enrique Viloria Vera

Eso decían antes

los hipócritas voraces

los devoradores del alma

y del cuerpo de la mujer amada

 

Verdad era que para laceraciones y rasguños

más efectivas eran las espinas

que los delicados pétalos de la Rosa de Villalba

 

Hoy, los neohipócritas del siglo XXI

reivindican

de la boca para afuera

la igualdad de género

el respeto por los derechos que antes eran sólo del hombre

y que hoy reivindica    reclama

la mujer

 

Explotadas, exiliadas, humilladas,

cargando los hijos a cuestas

y uno más en la barriga

transitan caminos de desprecio e injusticia

en los que en grandes pancartas

en anuncios del más luminoso neón

se lee

Más ruido hace la hoja del árbol al caer

que la opinión de una mujer

 

 

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Hathor, Hija del Sol, poema de María Isabel Novillo

En Homenaje al Día Internacional de la Mujer

 

HATHOR, HIJA DEL SOL
      -Mira, me dijo la bibliotecaria
Apoyando sus manos
con anillos de piedra azul
sobre el Libro de Salir a la Vida.
         -Este es el Himno a Hathor
Diosa de la porción del firmamento
por donde sale el Sol
             también donde se pone.
Lleva astas
y el Disco de Luz entre ellas.
Cuidaba de las mujeres.
            «HATHOR,  HIJA DEL SOL,
         que reside ante ÉL.
           La del Rostro Bello
en la nave de millones de años.
                Dueña de Paz.
Legisladora
en la Embarcación de los Favoritos.
Danos nuestro Ser entre los Vivientes
y permite que regresemos
de vuelta al Sol.
                   Decreta Tú:
                    » La felicidad de ellas,
                       corre a mi cargo»
Dispón  que la Fuerza Divina nos preceda
Míranos con alegría, Tú, La Bella,
                      a nosotras…
Que hemos barrido la oscuridad
y pusimos el pecho
con el corazón sereno «.

Por María Isabel Novillo

Poeta y ensayista. Directora de Relaciones Internacionales del Círculo de Escritores de Venezuela. Dicta talleres y seminarios de escritura y filosofía. Algunos de sus libros publicados: Poemas peregrinos, Memoria del Caballero de la Isla.

 

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Dos poemas de Milagros Socorro

Milagros Socorro nació en Maracaibo en 1960. Egresada de la Escuela de Comunicación Social de LUZ, hizo también cursos de Pedagogía, Letras y Filosofía en esa casa. Se inició en el periodismo en El Nacional de Occidente, en 1980 y desde entonces ha estado siempre en la prensa nacional. Ha publicado más de una decena de títulos en géneros como: reportaje, crónica, testimonio, relatos y novela. Aunque escribe poesía desde que era estudiante en LUZ, esta es la primera vez que se anima a publicar un par de poemas escritos en 2017. Le agradecemos profundamente haberlos enviado a nuestra revista del Círculo de Escritores de Venezuela.

Los publicamos en Homenaje al Día Internacional de la Mujer, que se celebra el 8 de marzo.

I

Todos los muchachos se me parecen a los muertos.

Pasan a mi lado en las aceras.

Sonríen en las fotografías

por qué no estaríamos confiados, parecen decir.

 

Desvío la mirada, pero es tarde

ahí está la imagen donde aparecen tendidos en su sangre

como una hamaca tibia y procelosa.

Todos los muchachos anuncian un muchacho muerto

en una acera.

 

Los miro de rojo y tiemblo

ensayo una oración que no alcanzo a pronunciar.

Caminan a zancadas, sueltan la risa

pero sé que traen bajo el brazo la palidez, el pan asombrado de la muerte.

 

He vivido en la era de los muchachos muertos

he lamido su saliva seca y sus sienes de papel.

Me rebasan en la calle.

Buenos días, señora, me dicen a veces.

 

Vuelvo el rostro

me arranco las cutículas para hacer coronas de flores

que dejar al pie de sus cunas de caoba.

 

II

En el esternón albergo un angelito.

Su piel tan pálida, sus manos juntas.

Si apuro el paso su frente choca contra la caja

y percute como un merengue sombrío o el ajetreo en una mina remota.

El angelito reposa en una nube de gasa

tiene algodones en la nariz.

A veces se retuerce de dolor

hay, en su panza cruzada por un costurón, cuchillos oxidados.

El angelito duerme su sueño de viejo

con mejillas resecas y labios blancos.

Ay, angelito, susurro a veces.

Ay, canturreo.

Le daré un biberón de silencio, me he propuesto.

En las noches cruje su faldellín

como hojas que alguien barre al otro lado de la ventana.

Dame de beber el zumo helado de tus venas azules

y duerme.

Duerme.

Agosto de 2017

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Poesía de Lidia Salas: Sedas de otoño

LIDIA SALAS: SEDAS DE OTOÑO

Por Carmen Cristina Wolf

El poemario Sedas de otoño de la escritora Lidia Salas,  editado por el Taller  El Pez soluble (2006) es de frecuente lectura, en voz alta, en el salón donde se reúnen mis amigos. Sus versos traen lejanas reminiscencias y el título del libro evoca ambientes femeninos de otros siglos. No obstante, al leerlos encontramos la mirada escrutadora del escritor ante la realidad contemporánea. Lidia Salas nació en Colombia y eligió a Venezuela como lugar de residencia.   Ha dedicado buena parte de su existencia a la escritura y a la enseñanza. Estudió Filología e idiomas en la Universidad del Atlántico de Colombia, y es Magister en Literatura de la Universidad Central de Venezuela. Es autora de los poemarios Arañando el silencio, Mención de Honor del Primer Concurso de Poesía Libre de la Universidad de Córdoba, Colombia (1984). Coautora, con la escritora venezolana Elena Vera, de la Antología Quaterni Deni.  (1992).  Su poemario Mambo Café, recibió Primera Mención en el  Concurso de la I Bienal del Ateneo Casa de Aguas (1994). Su libro Venturosa es Premio Único Mención Poesía del VII Concurso Nacional del IPASME (1995). La obra Luna de Tarot  (Ediciones Círculo de Escritores de Venezuela. 2000) fue llevada al teatro por  José Tomás Angola. El poemario Itinerario Fugaz fue publicado por la Universidad Nacional Abierta en el 2008. Lidia Salas forma parte de la Junta Directiva del Círculo de escritores de Venezuela.

La obra poética de Salas revela la comprensión de la  soledad y una profunda  búsqueda metafísica. Aun cuando leerla despierta hondas emociones, por la manera como registra  la sensualidad  y las atmósferas, su escritura no es un simple cúmulo de experiencias íntimas. Cada poema traspasa lo visible y atisba el instante sagrado de la revelación. Sin ser una poesía discursiva, hay una irrupción filosófica en algunos de los versos, eso que María Zambrano llama  “del ver en el pensar”. Lidia Salas se deslastra de conceptos y posiciones religiosas, mas toda su obra destila una cosmovisión espiritual. Leamos este fragmento del poema Hojas al viento: “¿De dónde llega el viento /exhausto de aromas y hojas secas? / Estremece las vidrieras de mi alma / con su ráfaga de primavera en ruinas. (…) ¿Soy la que descifra el susurro / sutil de la hojarasca / o esa otra que mañana al despertar / nada sabrá del temblor de la hermosura?” (…) Estos versos expresan  el misterio de las cosas tangibles que son capaces de tocar el alma. En este primer poema de Sedas de otoño asoma el orden sagrado atravesando los sentidos, el alma, la esencia de la naturaleza humana.  El viento, impregnado de aromas y hojarasca, estremece “las vidrieras del alma”, como define Lidia Salas la presencia de lo divino en ella misma.
El ser humano lleva en su mente un mundo fragmentado, se encuentra ante un ser casi desconocido, él mismo, que se debate ante circunstancias no solicitadas, siempre cambiantes. Aunque no se plantee conscientemente interrogantes existenciales, tales como ¿adónde voy?, ¿quién soy?, se pregunta sobre los sucesos y acontecimientos que le toca transitar, y  en cada paso surge la interrogante, ¿qué haré conmigo mismo? El poeta que logra atesorar el lenguaje como el mayor de todos los bienes, según escribía Hölderlin, atestigua en sus versos lo que “es”. Un poema, Jazz,  da cuenta  de este mar de incertidumbre:
“Jugar irremediable / el sonido lascivo de sus voces. // Te arrojan / en ese último reflejo de la noche desnuda.  // Descubres / el hondo desconsuelo de estar vivo. // Indefenso / ante tu corazón que danza en solitario.”
La poeta sabe ejercer con nobleza su “Oficio de Maga”, tal es el título de uno de sus poemas: “Me acecha la magia de este oficio / de trenzar palabras / la soledad, ese ejercicio de morir viviendo, / la belleza y el amor que es otra forma / de aprehender el latido de Dios.” Su poesía es “escritura de aguas que fluyen / a la nada del silencio. Pétalos de seda / para cubrir las íntimas derrotas.”
La sociedad le plantea al ser humano constantes problemas y desafíos: Cómo evitar la delincuencia, las drogas, la niñez abandonada, la pobreza, las guerras. La sensibilidad del poeta ante el sufrimiento, se pone de manifiesto en  el poema Heredad:
“Habitamos los días de la oquedad. / Horas de oscuro y de escorpiones. / Vivimos desahuciados del sueño, cabizbajos. / En las alforjas nuestra ración de llanto / y de vergüenza. / (…) El silencio es el lenguaje de los humillados. / En el azogue de su locuacidad no se refleja / la línea incierta de tanta quebradura / en sus espejos, los oropeles del poder / y de sus mercaderes. ” La poesía que trasciende las quebraduras del tiempo es capaz de dejarnos “ver” lo más terrible de una manera hermosa e incomparable. En todos sus libros, Lidia Salas logra desgarrar al lector sin palabras estruendosas, delicadamente: “¿Quién habita este cuerpo / tan frágil en manos del tiempo / que desgasta? /¿Quién me sueña / en esta extraña canción de mis adentros?” (Del poemario Venturosa).

“El poeta atisba ese otro tiempo del mañana”, así escribe Lidia en Sedas de otoño. La tierra le sirve de soporte vital y la sorprende con sus  piedrecitas luminosas, con sus rocas de sal y sus lloviznas que son un regalo para el caminante. La atracción del abismo no es lo bastante fuerte como para extraviar el paso al encuentro de lo iluminado. Siempre habrá en estos versos una patria donde guarecernos del extravío y del miedo. Porque para Lidia Salas el poeta atisba ese otro tiempo de elevar la mirada hacia el horizonte del alma, ella no  queda prisionera de lo efímero. Se va tras la Palabra que es manifestación de la Conciencia, Luz y promesa en la penumbra del tránsito vital.

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@literaturayvida en Twitter

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La otra cara: La nueva vida del pasquín

Por: Inés Muñoz Aguirre

Mi abuela me contaba numerosas historias de las cosas que ocurrían en su pueblo.  Desde pequeña yo pensaba en escribirlas y en poder compartirlas con los demás, sobre todo aquellas que me parecían increíbles o en algunos casos exageradas.  Una de ellas tenía que ver con como sin ningún remordimiento de conciencia se procedía a destruir la reputación de cualquier persona con la que no se estuviera de acuerdo.  Se escribía una frase en su contra,  fuerte, grotesca, que contribuyera al desprestigio y en multígrafo o a mano, es decir de uno en uno, se escribía o se imprimían lo que para la época se llamaban pasquines.

El pasquín jamás se distribuía a la luz del sol, se hacía como se hace todo lo que busca hacer daño, al amparo de las sombras.  Se metían por debajo de la puerta y al amanecer, casi como la pólvora se encendía el rumor, se murmuraba en las esquinas y corredores lo que después de todo, en cuestión de muy poco tiempo se convertía en la comidilla. Cuando yo le preguntaba qué originaba tal situación, ella me respondía que casi siempre tenía que ver con la política.  Para esta historia en particular tenía que ver con la guerra que existía entre Adecos y y los partidarios de URD. No importaba parentesco alguno si tenían que defender las ideas de sus dirigentes, hasta el extremo de que el prefecto (URD) mandaba a poner presa a su hija (AD) con bastante frecuencia.

Entonces pienso que hemos sido siempre los mismos, que la historias se repiten una y otra vez. Con el paso del tiempo solo cambian los instrumentos y aunque en la Venezuela de hoy  el desprestigio se ventila  durante las 24 horas del día, a plena luz del sol y sustituyendo los pasquines por las redes sociales, los motivos que nos movilizan no han cambiado.

La agresividad que hace de cada red un paredón de fusilamiento es mucho más incisiva porque es directa, sin el sonido del papel, sin el aroma de la tinta y el misterio que propiciaba compartir su contenido al amparo de la llama de una vela. La victima es expuesta para ser despellejada a palabra pura.  Se me hace contrario el sentimiento que propicia al avance tecnológico con la falta de progreso emocional en muchos casos.  Se me antoja síntoma de una fractura social de tal dimensión que nos pone al margen del avance. Y no es que en otros países en los que el tema político o de diferencias ideológicas no cuente también con su “rabo de paja”, lo que preocupa son las obsesiones. Tendríamos que revisar por qué nos complace derribar arboles y después hacer leña de ellos. Hacernos estas preguntas, nos permite un alto, la posibilidad de revisión y por supuesto la posibilidad de enmienda en los casos necesarios. Si hay respeto nadie merece un pasquín pero en el fondo estamos frente a una sociedad desesperada que lo que clama son rayos de luz, que le permitan avanzar sin creer que estamos todo el tiempo al borde de la hoguera. Cuando reconozcamos tal necesidad y nos empeñemos en dar respuestas certeras y accionar desde lo individual habremos salvado las distancias entre las historias de ayer y las de hoy.

 

Inés Muñoz Aguirre, periodista, dramaturga, poeta, asesora en comunicación. Directora de la revista El Constructor. Reconocida por sus novelas y obras de teatro.

https://inesmunozaguirre.wixsite.com/inesmunozaguirre

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LUZ MACHADO, EL MILAGRO DEL POEMA SIN SALIR DE CASA

 

 

Foto: Carmen Cristina Wolf. Archivo de El Universal

El próximo 31 de marzo se celebrará el Día Internacional de la Poesía. Yo lo celebro con la lectura de  poetas predilectos. Entre ellos, la poeta venezolana Luz Machado ocupa un lugar central. Con frecuencia acude a mi memoria la visión de la poeta una mujer de figura armoniosa, vestida con distinción y sencillez, siempre atenta y silenciosa. Y se  hace presente la aseveración de la escritora española Rosa Navarro Durán: “El poeta puede identificarse o no con el yo poético… la ilusión del lector de que ambos son siempre uno ha llevado a muchas lecturas erróneas o al menos a dar una importancia excesiva a la biografía del poeta” (Cómo leer un poema, Ariel Practicum 1998). En la escritura de Luz Machado causa asombro encontrarse con una poesía osada, una voz femenina llena de fuerza, un tono propio que aborda temas podría decirse “prohibidos” para la sociedad venezolana de la década de los cuarenta y cincuenta.

Su poética es de una delicadísima riqueza y evoluciona constantemente tanto en las formas como en la temática. Desde muy joven aborda temas psicológicos y conflictos existenciales:

Este mirarme siempre el propio abismo

                  ha invertido el mirar y es sólo adentro

                  donde tiene mi esencia estas pupilas

                  que vigilan lo efímero y lo eterno.

                  Quién me dejó el Amor y su cadáver

                  a  la orilla del ser?…                                           Vaso de Resplandor, 1946

 

Fácilmente se descubre en estos versos la condición reflexiva y la profundidad de un discurso poético exento de superficialidad. Era muy joven Luz Machado cuando escribió sobre la impostergable necesidad de volverse hacia adentro, ir más allá de las cenizas del Amor perdido, para mirar sin miedo en el fondo del ser.

Luz Machado nació en Ciudad Bolívar, Venezuela, en 1916, y falleció en Caracas, en el año 1999. Periodista, poeta, desarrolló también la crítica literaria. Cofundadora de la revista «Contrapunto». Diplomática, activista política, estudiantil, cultural. Cofundadora del Círculo Escritores de Venezuela. Medalla de Plata de la Asociación de Escritores Venezolanos, Miembro de la Sociedad Bolivariana. Seudónimo: Agata Cruz. Recibió distinciones, como las Ordenes Francisco de Miranda (1993) y Congreso de Angostura (1996). La Universidad de  Guayana le concedió el Doctorado Honoris Causa (1996). Recibió el premio Municipal de Poesía (1946) y el Premio Nacional de Literatura (1987). Sus poemariosùblicados: Ronda (1941), Variaciones en tono de amor(1943), Vaso de resplandor (1946), Poemas (1948), La espiga amarga (1950), Poemas (1951), Canto al Orinoco (plaq. 1953), Sonetos nobles y sentimentales (1956), Cartas al señor Tiempo (1959), La casa por dentro (1965), Poemas sueltos (plaquette 1965), Sonetos a la sombra de Sor Juana Inés de la Cruz (1966), La ciudad instantánea (1969), Retratos y tormentos (1973), Soneterío (1973), Palabra de honor (1974), Poesía de Luz Machado, Antología (1980), A sol y a sombra (1992), Libro del abuelazgo (1997).

Mujer de amplia cultura y lectora incansable, puede descubrirse en alguno de sus versos una lejana influencia de la poetisa norteamericana Emily Dickinson:

Comparezco ante la tempestad

                  con un espejo de rosas en las manos

                  Para qué huir si el relámpago es cielo fugitivo

                  y en el trueno cabalga un arcángel herido?

                        La Espiga Amarga, 1950

 

En el poema Embriaguez de la Muerte de su libro La espiga amarga, se advierte el uso atrevido de los adjetivos, es difícil encontrar un poeta de mediados del siglo XX que no se viese influenciado por la exuberancia de Neruda, y podemos leer estos versos magníficos:

“Quiero una casa de piedra junto al mar //… echarías tu cabeza de diamante imprevisto / en el agua madura de mis hombros / buscando, como un pez ávido de soledad, un par de lunas de limo detenido / en las que un bosque antiguo recogiera sus iniciales savias. // Yo calzaría el crepúsculo entero entre mis dedos / probándome su herencia de anillos, / esperando que creciera en mi cara el polen de la eternidad. (…) / Eras un marino ciego contando barcos / por el recuerdo de las constelaciones en el puerto.”

Con una escritura que podría definirse de vanguardia para la época, también vuelve los ojos a la temática y a las formas de Rubén Darío:

La mar bajo mis pies salva azules panteras,

                  la espuma en mis rodillas salva serpientes de oro,

                  el aire contra el pecho salva fantasmas bellos

                  y sofoca doncellas y liras en la noche                 (Ibidem)

Es recurrente el tema de la casa “de piedra junto al mar”, el hogar, la ciudad, el alma, el amor deseado y perdido, la reflexión lírica sobre la palabra, el poema y  la muerte. “Hay que dejar en las ciudades algo / ¿Para qué vamos hacia ellas si cuando nos marchamos / no sentimos en el pecho una pequeña piedra oscura, golpeándonos?”  ¿Es acaso cierto que se vive una ciudad cuando no hemos derramado en su suelo nuestro llanto, cuando no hemos encontrado ni perdido un sueño, cuando no somos asiduos de una cafetería o de un bar determinados, ni conocemos los aromas de la grama del parque, o el olor picante que se siente desde la taberna hacia la calle? “Toda esa ciudad yo la conozco… Pero de nada vale decirla si no duele / amor, palabra, estatua, mujer árbol, poema.”, escribe Machado.

En el libro La Espiga Amarga  ella dedica una carta a la Poesía:

  Ay, me duele la piel del cántico,

                  la frente de la piedra, la pestaña del musgo.      (…)

                  llevo una luna ardiente clavada entre los senos

                  y una palabra antigua me crece como hierba olorosa en la boca…

                  ¡Qué claros pergaminos arden bajo mis sienes!

Su dominio de la escritura clásica se pone en evidencia en estos perfectos endecasílabos del poemario Canto al Orinoco (1953). Un pensamiento reflexivo y profundo se muestra en estos versos:

  En el nombre de Dios declaro miedo.

                  Iniciando un poema, este poema,

                  en cuya letra viviré sin muerte

                  lo que con gracia está en mi entendimiento.

                  Declaro miedo y me persigo y tiemblo (…)         Canto al Orinoco

Sus poemas amorosos revelan la absoluta libertad de su escritura, excepcional en la sociedad de mediados de siglo:

Eras frente a la ciudad un hombre silencioso y total y magnífico

 

En cada uno de sus libros Luz Machado dedica algunos versos a la poesía o al poema. Ella funda su arte poética como si fuera el techo de la casa que habita, como si para ella la escritura fuese lo más importante, lo primordial. Así, ella dedica este poema que lleva por título La casa por dentro, a la poesía:

 

La casa necesita mis dos manos.

Yo debo sostener su cal como mis huesos,

su sal como mis gozos,

su fábula en la noche

y el sol ardiendo en mitad de su cuerpo.

Deben dolerme las cortinas y sus gaviotas

muertas en el vuelo.

Conmoverme el jardín y su antifaz de flores dibujado,

el ladrillo inocente acusado

de no haber alcanzado los espejos,

y las puertas abiertas para las recién casadas

con su rumor de arroz creciendo bajo el velo.

Debo atender su réplica del universo,

la memoria del campo en los floreros,

la unánime vigilia de la mesa,

la almohada y su igualdad de pájaros dispersos,

la leche con el rostro del amanecer bajo la frente

con esa yerta soledad de una azucena

simplemente naciendo.

Debo quererla entera, salida de mis manos

con la gracia que vive de mi gracia muriendo.

Y no saber, no saber que hay un pueblo de trébol

con el mar a la puerta

y sin nombres

ni lámparas                          La casa por dentro, 1963

 

Sobre ella escribe Joaquín Marta Sosa: …» Ella pertenece, junto con Enriqueta Arvelo Larriva (1886-1962) y Ana Enriqueta Terán (1918) a una insuperable trilogía de fundadoras de la voz y la visión femenina en la poesía venezolana. En su caso particular ha sido el universo doméstico, el domus aurea, lo que signó la mejor factura espiritual y lingüística de su poesía. Su poética se adscribió de modo constante más al «estar» (vivencias, experiencias, situaciones) que al «ser» (esencialidades), desde cuya perspectiva acomete una poesía confesional que viene a ser su arma para comprender y, a la vez, hacerse del mundo. Desde esa perspectiva, su corpus poético va creciendo y ganando en penetración a partir del universo «de la casa» y de lo «antipoético» que pueda habitarlo» …

Esta es la casa edificada con su pluma, parecida tal vez a su hogar real, igual pero distinta, porque esta casa de palabras es “fábula en la noche”, es “ladrillo inocente acusado de no haber alcanzado los espejos”. Sorprende encontrar en una escritura del cincuenta, que corresponde a una mujer con una vida de costumbres recoletas desde el punto de vista de los cánones sociales, un dominio del lenguaje que trasluce un mundo de lecturas vastísimo. Se pueden observar pinceladas de surrealismo en ese “ladrillo acusado” de no alcanzar los espejos. Al mismo tiempo, ese estado de gracia que se respira de la “gracia muriendo”, evidencia la lectura de la poesía mística, San Juan de la Cruz, Santa Teresa y Sor Juana Inés de la Cruz. De hecho, Luz Machado publica en 1962, los Sonetos a la sombra de Sor Juana Inés de la Cruz, que son una verdadera belleza tanto en la forma como en el trato con el lenguaje.

Todas las cosas cotidianas fueron cantadas en los versos de Luz Machado: escobas, zapatos, cacharros, hornillas, platos, vasos, cubiertos y agujas de tejer:

En mis manos, como una astilla cósmica, una sola aguja

                  Realiza los milagros más simples, sin salir de casa.”    

                                                                                   La casa por dentro, 1965

 

No sin nostalgia debo concluir, porque se me quedan muchos poemas que amo sin comentar, pero así es la página en las publicaciones: generosa y concisa. Dejo ante la ventana del lector este última confesión de Luz Machado:

Un gran dolor pule los huesos de la casa. / Sí. La casa entera sobre los hombros, / sobre la espalda, sobre la frente (…) / Es dolor de ser vivo, / de estar viva. / en la madrugada que recoge esta sed de cansancios” (…) (Ibidem). Alguien, alguna vez, puede identificarse con este sentir suyo, alguna vez también nos sentimos dolorosa, terriblemente vivos.

Más, al otro día “Se siente abierta ya una nueva página / y todo puede acontecer aún”. (El libro de horas de Rilke, 1906).

Publicado en el libro Vida y Escritura de Carmen Cristina Wolf,  en Amazon

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Arthur Rimbaud o la alquimia del verbo

Por Carmen Cristina Wolf

Cuando alguien se adentra en el silencio de la reflexión se crea un descalabro magnífico. La persona entra en ebullición, en una relación oficiante palabra-tiempo-acto. Y se siente impelido a que sus acciones acompañen intensamente a sus ideas y sentimientos. Deja de estar escindido. Abandona la tentación de pensar una cosa y decir otra distinta.

Una manera de adentrarse en el alma consiste en despojarse de  la máscara y abandonarse en caída libre al centro de sí mismo. Desde allí se mira descarnadamente el desfile de frases que se entrelazan en nuestras cabezas. ¿Acaso no está en ese desfile la raíz de la lealtad o la traición, de la benevolencia o la crueldad, de la sinceridad o el engaño? La manera como las palabras se organizan en nuestra conciencia conforma en buena parte nuestro espíritu.

Vuelvo a leer los poemas de Arthur Rimbaud, Las iluminaciones, Una temporada en el infierno, Carta del vidente, con una sensación de delicioso vértigo, como quien tiene todo el tiempo, e imagino que el poeta ha escrito su obra hace pocos meses, y en cualquier momento llegará a mi puerta y me dirá:

“Y así ascender despacio en un inmenso amor”. Vivimos con la esperanza de alcanzar el amor, si no hay amor, nadie quisiera vivir. Añoramos cada día, cada minuto, cada segundo, cumplir nuestro amor. El arrebato del amor todo lo transforma, se es capaz de conquistar al mundo y escapar de todas las prisiones.

Versos de Rimbaud que expresan la fe del creador-creyente en la palabra, aunque solo fuese durante los días en los que escribió los poemas y luego le atormentara la duda sobre la significación que podían tener sus textos: “la fuerza y el amor que nosotros, de pie ante las furias y las penas, vemos pasar por el cielo tormentoso y las banderas del éxtasis”.

Se encuentra en buena parte de la obra de Rimbaud una insidiosa desesperación, desolación, el exilio del alma, un desierto sin oasis y poblado de espejismos: “El hombre es triste y feo, triste bajo el vasto cielo / Lleva vestidos porque ya no es casto.”  Pero es así que el mundo, por más desolador que pueda parecer, guarda  también su belleza, sus promesas. Y el joven poeta arde de deseo e ilusiones y escribe: “Por momentos olvido la miseria en que caí / …viajaremos, cazaremos en los desiertos, dormiremos en las calles de ciudades desconocidas, sin preocupaciones, sin penas. ¡Oh! Esa vida de aventuras que existe en los libros infantiles para compensarme, he sufrido tanto.”  La añoranza de la niñez, el anhelo de viajar a ciudades desconocidas, señala un sitio en el mapa de la ilusión, un lugar donde resplandece la belleza y se puede vivir sin preocupaciones, donde hay bailes, risas, alegres atavíos y sobre todo amor, porque Rimbaud jamás podrá “tirar el amor por la ventana.”

Cuesta mucho poner a las palabras a decir lo que el poeta quiere que digan. Él quebranta sus nexos de costumbre, desgrana las cuentas de la conversación para que las palabras regresen a ser ellas mismas, como recién estrenadas.

El poeta venezolano Eugenio Montejo en el libro Muerte y Memoria escribe: “Algunas de nuestras palabras / son fuertes, francas, amarillas / otras redondas, lisas, de madera…” (…) Y en el libro Terredad, el poeta dice: “Esas voces que digo / han rodado por siglos puliéndose en sus aguas, / fuera del tiempo. / Son ecos de los muertos que me nombran / y me recorren como peces.”

La poesía rompe las frases gastadas y ellas –las palabras- relucen sin sus usos habituales. Les arranca la des-significación y la herrumbre que han acumulado de tanto ser pronunciadas.

Las palabras se lanzan y recogen, se re-unen con otras hasta que van adquiriendo un nuevo esplendor. El poeta las teje en la simultaneidad de sus sentimientos y pensamientos, propicia la amistad o la enemistad entre ellas, en la eclosión del impulso de crear.

Se patentiza así la pasión entre las palabras, la seducción de una palabra por otra, el enamoramiento. Y el poema surge con serenidad o fiereza. Las palabras escapan de su cárcel, se ponen bellas, terribles. Como diría Rimbaud:

… “en un golpe de arco… la sinfonía desarrolla su movimiento, en las profundidades.”

 

“Busca tu alma”, leo en la Carta del Vidente: “Mírala bien, tócala, cultívala.” ¿Sólo los poetas, o todos hemos sido invitados a esta fiesta de búsqueda? Se requiere coraje y fe para mirar hacia adentro, hacia lo desconocido. Se necesita espíritu, hay que calzar las botas del explorador para recorrer los caminos de nuestro proyecto de ser, algunos bastante transitados. Otros hay que inventarlos.

Es necesario “ser vidente, hacerse vidente”, pues “sólo aquél que transforma su mirada y su corazón se encuentra a sí mismo en premio a haber cultivado su alma.”

Mientras somos únicamente espectadores del curso de las cosas, la existencia nos trae de aquí para allá, nos zarandea, nos empuja y detiene. ¿Me gusta ser llevada así, sin oponer resistencia, o prefiero rebelarme, intentar transgredir la ley de la inercia, para que no sean los valores impuestos desde afuera los que determinen mi existencia?

Si no salvamos nuestras palabras del naufragio, ¿quién lo hará? Los hombres viven en el mundo creado por su propio lenguaje. Cuando éste se empobrece todo aparece descolorido, muerto. La sociedad se desmorona desde los cimientos hasta el friso. Se propaga la farsa, la mediocridad. Si dejamos de amar lo que nos es más ínsito, más nuestro,  entonces dejamos de amarnos a nosotros mismos y a los demás.

Es inteligente observar, fluir con los cambios como un barco de vela que aprovecha el viento a su favor. Se esperan las corrientes propicias, aunque no se puede aceptar que sean otros los que conduzcan nuestra nave, cuando no nos gusta el mapa que usan, ni confiamos en su brújula. Y no podemos confiar en la gente que no ama el lenguaje.

La poesía extrae a las frases de sus caminerías de costumbre. Los poemas que rescatan a las palabras de la tiranía de los usos y significados establecidos, inventando  “formas nuevas”, celebran el ritual de una relación simultánea entre pensamiento y sentimiento. Son poemas de vocación perdurable. Estrenan sus ritmos avasallantes, enloquecen la sintaxis y van más allá, mucho más allá, en una “terrible celeridad de la perfección de las formas”, abriéndose en una “fecundidad del espíritu”, hacia “la inmensidad del universo.” (Cursivas extraídas de la Carta del Vidente, de Rimbaud)

En la Alquimia del Verbo, Rimbaud dice su conocidos y luminosos versos:

 

Inventé el color de las vocales!… Ordené la forma y el movimiento y me jactaba de haber inventado, mediante ritmos instintivos, un verbo poético accesible, un día u otro, a todos los sentidos.

Nos fusionamos unos a los otros gracias a las frases, cuando quedamos metidos en los ritmos que entran por nuestros sentidos. Con sus cadencias, sus asperezas o suavidades; entran por los ojos de la mente, con sus matices y claroscuros; las frases son saladas, picantes, ácidas, amargas o dulces. Ellas tienen su aroma peculiar, su perfume.

Rimbaud se enorgullece de haber inventado “mediante ritmos instintivos”, un verbo poético accesible a los sentidos. Todo está en el ritmo, cada cosa tiene su ritmo: los planetas, las estaciones, la sociedad, los cuerpos, también la conversación y el poema. Las frases se forman a intervalos de inspiración y espiración, de graves y agudos. Cada palabra tiene su tiempo de silencio. Conforman el significado gracias al silencio: sonido-silencio, sonido-silencio, y así.

El silencio está formado de “cientos y cientos de instantes en  movimiento”, escribe Rainer M. Rilke. Instantes en los que se expresa lo dicho, que a veces significa tanto como lo no dicho. Todo, desde una frase amorosa hasta las que brotan de la indignación y el odio, está inmerso en el ritmo.

Crear un lenguaje que penetrará en los sentidos, es hablar de un verbo que seduzca el cuerpo con sus significados, a través de la forma, la movilísima forma. Un verdadero poema fija vértigos y significa algo distinto para cada uno. Escribe lo inexpresable con palabras plenas, desbordantes, que se salen del borde de las páginas a fuerza de significar.

En un golpe de arco, los versos se vierten en las intensidades del alma, en un in crescendo sostenido, y ya no pensamos en nada que no sea el poema. Estamos atrapados en el poema, no podemos librarnos de su influencia. Todo lo que no es el poema se desdibuja, pierde peso.

La poesía nos lleva al resplandor del lenguaje y la prisión se abre para asaltar la belleza del día sin proclama alguna, ni arma de fuego.

Del libro Vida y Escritura de Carmen Cristina Wolf publicado en Amazon

 

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