Armando Rojas Guardia, poeta de la Belleza

Ayer 9 de julio del 2020, «Año del Señor» ha entrado en la inmortalidad, el místico monje de la Belleza…el poeta Armando Rojas Guardia.
Al modo de San Francisco, nos deja su honda y sentida palabra, como único ropaje capaz de cubrir nuestra desnudez, estado que nos remite a nuestra condición verdaderamente humana. Ese retorno al alma que nos otorga nuestro cuerpo en su verdad desnuda, que nos salva de la intemperie, que nos devuelve al origen, al primer llanto, a la primera inocencia.
Salud! Príncipe de los poetas…
En su homenaje transcribimos aquí, el conmovedor primer poema de «La desnudez del loco»
A Jean-Marc Tauszik
(…) El Señor Dios llamó al hombre -¿Dónde estás? Él contestó: -Te oí en el jardín, me entró miedo porque estaba desnudo (…) Y el Señor Dios le replicó: -Y ¿quién te ha dicho que estabas desnudo? (Gen 3, 9-11)
1
La hora de bañarse era a las doce.
Bajo la ducha todos, uno a uno.
Las paredes: amarillentas, desteñidas.
El sol del mediodía en las ventanas.
Atrás dejábamos el patio, los árboles inmóviles y el rotundo imperio de la luz de agosto.
Nos desvestíamos con prisa (El enfermero conminaba a hacerlo de ese modo).
Juntos y desnudos ante los cuatro grifos de los que brotaba la ancestral terapia aplicable en estos casos: agua fría.
Llegábamos en grupos hasta el baño, desamparada fraternidad de cuerpos, goteantes carnes, en la mitad del mundo -porque estar allí era una cósmica intemperie, la orfandad meridiana y absoluta:
verse a sí mismo, desnudo ante los otros, desnudos también ellos, devolviéndonos a la solar ingrimitud de ser un cuerpo parado allí frente a los ojos del escrutinio ajeno, sin la sombra bienhechora y cobijante del pudor:sólo desnudo como el Adán culpable con la conciencia súbita de estarlo en la desolación panóptica del día, justo en el eje de las doce en punto.
Sí, el sol en las ventanas también era un ojo coherente y vertical: la mirada de Dios, omnividente, de la que deseábamos huir, sólo escapar para no sentir la vergüenza de ser vistos siempre desnudos, con el sudor manante.
Y el agua de la ducha va cayendo sobre la desnudez flagrante y compartida y no aminora el ardor de ese Ojo vivo clavado en la pulpa de ser hombre, ese sol sin párpados brillando sobre la piel empapada por el chorro de un gran incendio líquido.
Gracias a nuestro poeta Edgar David Vidaurre por sus sentidas palabras de despedida.

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