Abismo, poema. A los 33 Mineros de San José

Por Carmen Cristina Wolf

Tarde tapiada con sello de tarde final

Enriqueta Arvelo Larriva

Un silencio de muerte después del hundimiento.

Muñecos rotos

desvanecidos en cenizas

Atraviesa el sepulcro un olor de metal

¿Son nuestras estas lágrimas de espanto

O son más bien claveles moribundos

ciegos, vacíos, y nos cansamos de contarnos

y volver a contarnos, ¿falta alguien?

Pasemos lista, digan algo, ¡presente! Como en la escuela…

Uno, dos, tres… treinta y dos… treinta y tres

latidos al unísono quiebran el duermevela

somos nosotros, compañeros abatidos

casi cadáveres en sepultura trágica

¿Quién sabrá?  Alguien se empine

una voz  grite y presienta las almas, que se escuchen plegarias

los pasos de los vivos y sus palas cavando

hacia nosotros,  en este horror sin fondo

Enterrados en vida, compañeros

Buscar, otear, tocar las nervaduras de la roca.

Recordar la aridez de las colinas, al aliento de sal

la limpidez del agua.

Pura noche y más noche y noche interminable

Con hambre y frío hasta los huesos

muy cerca del infierno desolado y confuso

hablamos para espantar fantasmas

cantamos para no enloquecer

Si vuelvo, amada, te compraré un anillo

si retorno, levantaré mi casa derruida

plantaré un árbol y tendré más perros

le diré a madre que la quiero

haré mis oraciones cada noche

Un solo pensamiento, retornar de las sombras

al punto donde comienza el alba

Regresar, no volver a extraviar el camino…

13 de octubre de 2010

(Fragmento)

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