El amor se llamó, se llama Pablo Neruda

Enamorar y seducir con versos, poder decirle a la amada porqué, cuánto y cómo se la quiere, significa para muchos, entre los que me incluyo, echar mano a los libros del poeta del amor: Pablo Neruda, y, en especial, a aquellos versos donde el Capitán expresa su inconmovible amor.

Los Versos del Capitán son un prodigio de poesía amatoria; no en vano su destinataria, Rosario de La Cerda, confirmó, años, besos, caricias después, que Neruda, su Capitán, no «sabía de sentimientos pequeños, ni tampoco los aceptaba. Me dio su amor, con toda la pasión que él era capaz de sentir y yo lo amé como nunca me creí capaz de amar. Todo se transformó en mi vida…Este amor me traía todo. La ternura dulce y sencilla cuando buscaba una flor, un juguete, una piedra del río y me la entregaba con sus ojos húmedos de una ternura infinita.»

En la poesía de Neruda el amor trae todo y también se lo lleva todo, el poeta es capaz de echar la puerta abajo, prescindir de goznes, cerraduras y aldabas, para recuperar, como cortesano caballero, a su milady que reposa indiferente en una torre de silencio y de distancia. Puede incluso transmutarse el escritor en fiero tigre de primarios instintos para acechar a su amada, esperar que se desnude y de un zarpazo derribar sus caderas, beber su sangre y romper sus miembros uno a uno, para quedarse luego y por siempre en la selva, velando los huesos, cuidando las cenizas de su amada: centinela implacable de su amor asesino.

Neruda no se transforma sólo en tigre excluyente y furibundo, puede ser a la vez vistoso y vigoroso cóndor que asalta y levanta del suelo a su amada en «un ciclón silbante / de huracanado frío» para llevarla «a volar sobre el mundo, / inmóvil, / en la altura.» También el poeta se transmuta en diminuto insecto erótico que disfruta, se solaza paso a paso del largo paseo que realiza de «tus caderas a tus pies». Viene y va el poeta por colinas color de avena, se pierde al fin en el musgo gigante del cuerpo amado para descubrir-deslumbrado-el ansiado y deseado cráter, «una rosa de fuego humedecido». Insecto gozoso, satisfecho, desciende por las piernas, por los pies, por las aberturas de «agudos, lentos, peninsulares» dedos para caer al vacío de la sábana blanca y proseguir ciego, hambriento de nuevo,»tu contorno de vasija quemante.»

Pasión y ternura, tormenta y remanso, torbellino y calma, furias y reconciliaciones acompañan a todo amor, el del Capitán y Rosario no fue la excepción, Neruda en uno de sus sinceras cóleras reconoce: «nuestro amor es una cuerda dura que nos amarra hiriéndonos / y si queremos / salir de nuestra herida / separarnos / nos hace un nuevo nudo y nos condena / a desangrarnos y quemarnos juntos.»

Amor de inevitables comparaciones y odiosas preguntas que llevan al poeta a emitir sentencias hipócritas y versos desmedidos: «antes de mí no tengo celos. / Ven con un hombre / a la espalda / ven con cien hombres en tu cabellera» que se traducen en la condena de la amada al peor de los exilios: el del amor solitario y sin convocatoria, «seguirás muerta o sombra o andando sin mí por la tierra:»

Furias pasajeras de un poeta que está decidido, a toda costa, a apoderarse del cuerpo y del alma de su amada; se sabe todopoderoso, invencible. Para que no existan dudas, el Capitán advierte que es, antes que nada y después de todo: «tu dueño, el que tú esperabas, / y ahora entro / en tu vida, / para no salir más…para quedarme…tú no puedes conmigo.»

Pasión escrita e inscrita dentro de la furia, el mal humor, la cólera, el arrebato que, sin embargo, encuentra rápida y prontamente la placidez, el reposo, porque el poeta conoce también el valor de la humildad que lo lleva a pedir, con los ojos cerrados, sin exigencias: «Ámame, tú, sonríeme, / ayúdame a ser bueno / No te hieras en mí, que será inútil, no me hieras a mí por que te hieres.»

Nunca la mujer deseada, amada, ha sido tan ensalzada y repudiada a la vez; amor de Neruda, contradictorio, frenético y convulsivo que va del encuentro, furtivo y magnificado, al olvido anunciado y presentido: «si de pronto / me olvidas no me busques / que ya te habré olvidado». Afortunadamente la sentencia no fue destino, la amenaza no se constituyó en futuro.

Neruda nombra reina a su amada; súbdito sumiso reconoce, consiente en que:»Hay más altas que tú, más altas. / Hay más puras que tú, más puras. / Hay más bellas que tú, hay más bellas. / Pero tú eres la reina.» Majestad soberana por efecto de una emoción que todo lo engrandece y enaltece; sentimiento propiciador de emociones dispares, contradictorias, en tensiones permanentes, capaz de promover, de auspiciar todas las renuncias, las negaciones posibles, menos la única, la fundamental: niégame el pan, el aire, / la luz, la primavera, / pero tu risa nunca / porque me moriría.»

Poesía premonitoria, cargada de futuro, destino en sí misma, que paradójicamente nació para extinguirse en espurios, efímeros papeles escritos entre verso y bala; versos de un capitán sin nombre ni rango que en la guerra civil española conoció el amor y le impuso para siempre su letra: Poemas que todos los días, en otros idiomas, en algún lugar del mundo, un amado apasionado leerá en susurros a su amada, porque sí en algo tuvo visión Pablo Neruda, fue cuando en el último de los poemas de Los Versos del Capitán, en La carta en el camino, sabio, intuitivo, hambriento de futuro, anticipó:

Tal vez llegará un día
en que un hombre
y una mujer, iguales
a nosotros,
tocarán este amor y aún tendrá fuerza
para quemar las manos que lo toquen.

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