DEL BOSQUE: PRIMER MINISTRO

Por ENRIQUE VILORIA VERA

Confieso que no soy un apasionado del fútbol, pero sí me preocupa España. Desde hace más de una década estoy relacionado con el país ibérico y sus avatares económicos derivados de las ficciones del capitalismo financiero, y de una falsa ilusión de modernidad sustentada en el consumo fácil y financiado.

Son muchos los amigos y afectos que he cultivado a lo largo tanto de una estancia larga como en mis anuales viajes a Madrid y Salamanca para cumplir con compromisos académicos y literarios que han sido verdaderos viáticos de la vida eterna como decía Mounier.

Visto el desempeño de la Roja y el liderazgo sensato de su estratega que ha ganado tres grandes competencias de alto cuño, no sería malo probar con Vicente del Bosque como Primer Ministro. Muchas y buenas serían las contribuciones del salmantino a la recuperación de España, tal como lo ha hecho con la selección nacional.

En efecto, nadie duda que Don Vicente le ha devuelto la alegría a una España dividida y enfrentada políticamente, fuertemente castigada en lo social. Las diferencias autonómicas para nada cuentan a la hora de elegir un seleccionado en el que manchegos, catalanes, andaluces, extremeños y gallegos contribuyen por igual.

Del Bosque ha demostrado que es necesario remozar las formas de hacer las cosas, que hay que darle paso a la juventud, que no hay adversario pequeño, pero con la gente y la estrategia adecuada siempre es posible ganar. El seleccionador ha sido capaz de reforzar la autoestima de España, que ha vuelto a ser considerada como un país de los PIGS, por la troika que manda en la Unión Europea. España, estamos ciertos, no es Alemania, Francia ni Inglaterra, y ahora sin fondo de cohesión, le va a costar intentarlo.

Con del Bosque a la cabeza del gobierno, España además de sus exportaciones tradicionales y de sus bancos en entredicho, puede también ser un exportador neto de excelentes futbolistas; el pago en euros – válidos todavía – por el alto precio de sus fichajes puede contribuir significativamente al reembolso del rescate europeo, y a hacer del futbol planetario un asunto meramente español.

¡Del Bosque a la Moncloa!

¡Viva la ROJA!…la de allá

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PREMIO EQUINOCCIO DE CUENTO OSWALDO TREJO 2012

BASES DEL CONCURSO

La Editorial Equinoccio de la Universidad Simón Bolívar anuncia la convocatoria a participar en el Premio Equinoccio de Cuento Oswaldo Trejo 2012, regido por las siguientes BASES.

1. Podrán participar autores mayores de edad, venezolanos o extranjeros residenciados en el país.
2. Las obras, inéditas, deben estar escritas en español, no haber sido presentadas a otro concurso ni haber sido cedidos sus derechos a ningún editor El carácter inédito no se pierde por la excepcional difusión previa, impresa o digital, de algunos de los cuentos.
3. Las obras deberán presentarse en letra Times New Roman punto 12 y escritas en tamaño carta por una sola cara. El volumen de cuentos deberá tener una extensión mínima de 80 cuartillas y máxima de 150.
4. El premio es único e indivisible y consiste en DIEZ MIL BOLÍVARES (Bs. 10.000,00) y la publicación de la obra galardonada en la serie Narrativa de la Colección Papiros de Equinoccio. Será potestad del jurado otorgar menciones honoríficas.
5. El jurado estará integrado por los escritores Luis Barrera Linares, Carolina Lozada y Norberto José Olivar.
6. El lapso de recepción de los textos será del 15 de marzo al 15 de octubre de 2012. El veredicto se dará a conocer el 30 de noviembre de 2012.
7. Los trabajos se presentarán por cuadruplicado. Junto con la versión impresa se deberá consignar en CD-Rom el archivo digital en formato Word.
8. Los trabajos se firmarán con seudónimo. En sobre sellado adjunto, identificado con el respectivo seudónimo, se incluirá la plica con el nombre del autor, domicilio, número telefónico, dirección de correo electrónico y fotocopia de la cédula de identidad.
9. Los trabajos deberán ser enviados a: I Premio Equinoccio de Cuento Oswaldo Trejo, Editorial Equinoccio, Universidad Simón Bolívar, Edificio de Comunicaciones, piso 1. Sartenejas, Caracas. Telf.: 212 9063162.

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Círculo de Escritores eligió nueva junta directiva

En la Asamblea de Asociados celebrada el domingo 27 de junio de 2012, fue elegida la nueva Junta Directiva del Círculo de Escritores de Venezuela, así:

PRESIDENTE: CARLOS ALARICO GÓMEZ

VICEPRESIDENTE: JON AIZPÚRUA

DIRECTOR GENERAL: LUIS BELTRÁN MAGO

CONSULTOR: ALVARO PEREZ CAPIELLO

DIRECTOR DE CULTURA: ILDEMARO TORRES

GERENTE GENERAL Y COORD. DE MEDIOS: CARMEN CRISTINA WOLF

DIRECTORA DE PROMOCIÓN Y DIFUSIÓN: LIDIA SALAS

DIRECTOR DE CRITICA LITERARIA: CARLOS PACHECO

DIRECTORA DE RELACIONES INSTITUCIONALES: MAGALY SALAZAR SANABRIA

DIRECTORA DE EVENTOS ESPECIALES: ROSARIO ANZOLA

DIRECTOR DE RELACIONES INTERNACIONALES: ENRIQUE VILORIA VERA

DIRECTOR EDITORIAL: EDGAR VIDAURRE

DIRECTOR DE FINANZAS: ANABELLE AGUILAR

COORDINADORES DE PROYECTOS:

CARMEN AMÉRICA OROPEZA

JORGE GÓMEZ JIMÉNEZ

LESBIA QUINTERO

FRANK ZICCARELLI

LIGIA COLMENARES

JASON MALDONADO

MARIBEL PROIETTI

& & & & &

CONSEJO CONSULTIVO DEL C. E. V.

PRESIDENTE: ANA TERESA TORRES

VICEPRESIDENTE: JOSÉ TOMÁS ANGOLA

INTEGRANTES

EDUARDO CASANOVA
HELENA SASSONE
ROBERTO LOVERA DE SOLA
ATANASIO ALEGRE
CAROLINA JAIMES BRANGER
NORA BUSTAMANTE
CARLOS GOTTBERG
CARMEN MANNARINO
INÉS MUÑOZ AGUIRRE
HEBERTO GAMERO CONTÍN
LUPE RUMAZO
EDDA ARMAS
MARISOL MARRERO
ROGELIO BIANCO
MIGUEL GARCÍA MACKLE

Fundado en el año 1989, el Círculo tiene como misión reunir a los escritores sin distinción de credo o nacionalidad, a fin de compartir y divulgar la obra literaria, ideas y proyectos de sus integrantes en el país y en el exterior. Cuenta con Miemros Correspondientes en varios países.

Tiene como norte la esencia democrática, pluralista y de respeto a las ideas y posiciones, defendiendo la más absoluta libertad de pensamiento y expresión. El Círculo de Escritores continuará propiciando el acercamiento con las universidades, academias, embajadas y organizaciones dedicadas a la cultura en sus diversas manifestaciones. El Círculo divulga las publicaciones impresas y digitales. En breve se celebrará la toma de posesión de la nueva Junta y del Consejo Consultivo.

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Las novelas de Blanca Miosi ocupan primeros lugares en ventas

Blanca Miosi nació en Perú y reside desde hace varias décadas en Caracas, Venezuela. Es una escritora peruano-venezolana. Estudió dibujo en la Escuela de Nacional de Bellas Artes del Perú. Es Miembro Activo del Círculo de Escritores de Venezuela.

Publicó su primera novela El pacto en 2004 y en 2005. Su obra El cóndor de la pluma dorada, resultó finalista en el concurso Yo escribo. Su obra, La búsqueda (Roca Editorial 2008), un relato basado en la vida de su esposo, prisionero superviviente del campo de concentración de Auschwitz, tuvo una gran acogida.
En 2009 se publicó su novela de la mano de Editorial Viceversa, El legado, sobre la hija de Hitler, un fascinante relato sobre una saga familiar.

En el 2012 publicó la novela El manuscrito. Ocupa los primeros lugares en ventas de ebooks a través de Amazon Kindle.

La crítica la favorece con elogiosas consideraciones. Sus novelas son apasionantes, con personajes fuertes y creíbles, y tramas muy originales.

Carmen Cristina Wolf

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Elvia Ardalani: De Cruz y Media Luna

Por Enrique Viloria Vera

«Alegre y consternada / abierta a la pared de las memorias /
de una especie brutal / me reproduzco.»

Los términos cruz y media luna sugieren enfrentamiento, pugna, tensión, guerra: traen a la memoria los atávicos conflictos que han caracterizado la historia desde los tiempos ancestrales, y que aún hoy, incomprensiblemente, conmueven al mundo contemporáneo.

Rememoran la sangrienta conquista de Jerusalén por unos cruzados cristianos amparados por la Cruz (Dios lo quiere) y las batallas del sultán Saladino que propiciaron la recuperación de la Ciudad Santa para júbilo de los seguidores de la Media Luna. Sugieren el denodado esfuerzo de los panaderos vieneses para darle forma al croissant y comerse figuradamente a la Media Luna que flameaba desafiante en los lábaros de Solimán el Magnifico en su asedio a Viena. Evocan la Batalla de Lepanto donde los barcos de la Cristiandad, comandados por Juan de Austria, derrotaron a los bajeles otomanos del Islam, liderados por Alí Bajá, para expulsar definitivamente al turco del Mediterráneo y devolverle la tranquilidad al Papa Pío V, a Felipe II y a los demás aliados de la Liga Santa. No me atrevo a comentar los más recientes y cruentos acontecimientos en los que la Cruz y la Media Luna se han enfrentado de nuevo para confirmar que el hombre está hecho para la guerra y no para la paz.

Afortunadamente, este no es el caso del poemario De Cruz y Media Luna, Claves Latinoamericanas, Edición bilingüe, México, 2006, en el que Elvia Ardalani (Hermosa Matamoros, 1963) resuelve los conflictos inveterados, las pugnas milenarias, las luchas fraticidas; amparada por los versos de Jalal –e – Din Molana Rumi, la poeta expresa su pacifica y amorosa intención poética: “Los amantes tienen una fe propia. Su sólo credo es el amor”.

Y es que esta poesía sincrética, mestiza, hibrida, conciliatoria viene del amor y a él se debe. La poeta – profesora también de Lenguas Modernas de la Universidad de Texas – Pan American – desposó un kurdo iraní de Kuymars por nombre, con quien ha procreado tres hijos: Arz, Shwan y Horam. Muy tempranamente la rapsoda aprendió que no había casado sólo un cuerpo diferente sino también una cultura, una religión, una familia de otro cuño y naturaleza. Sin ambages, Ardalani, amorosa, admite: “Camino con tus pies, / reconociendo en cada callejón, la última piedra. / No me avergüenzan nada mis zapatos sumisos / que te siguen por la escarpada ruta de la infancia / ni mi torpeza para vestir el velo (…) Camino con tus pies / porque no tengo más camino que el tuyo / más jornada que ésta de callejuelas intrincadas, / de casas labradas en la arena / y mujeres que asoman para vernos pasar / mientras andamos con tus pies desolados, / y las manos unidas, buscando los restos / de tu padre”.

El poemario de marras es un permanente y sentido canto a un amor que tiene dimensiones diferentes y complementarias: es una trova al amor colateral expresado en ardientes y eróticos versos que la amante dedica extasiada a “un compañero en la luz, compañero en la sombra” que súbito arribó desde el Oriente persa para colocar entre sus piernas “la espada de esmeraldas / que matará el dragón” y liberada de prejuicios y amenazas transportar , así como se tratara de un cuento de las Mil y una noches, a la amada – a su Sherezade tropical – a las arenas enredadas por el viento, “a la selva que nos guarda / de la muerte insalvable / el indómito espacio temporal / que nos ata”. Elvia sucumbe sin defensas ante el embate apasionado, ante la cimitarra desconocida, pero bienvenida, que desgarra ansias y humedece tempranera la arcilla de cuerpos sin apremios. Confiesa sin ambages la poeta que: “somos dos mudos ciegos / dos sílabas unidas / en mí trenzas tu vientre / en ti trenzo el infinito / el grito de mi boca mordida / que te llama / para mi noche sólo / tu noche oscura y vasta / para mi noche sólo / tu jungla amanecida”.

Amores plurales y sin contradicción son traducidos también en versos de tolerancia y esperanza. Libre de ataduras devotas e inquisitoriales, la poeta emprende el rumbo de lo ignoto para construir inéditos viables, novedades posibles. Sacudida por lo no visto, pero ahora conocido, interiorizado y comprendido, la poeta visita realidades propias y recuerdos ajenos: los padres de su esposo, sus suegros lejanos pero próximos, son rememorados para hacerse presencia en una poesía que anula distancias y diferencias.

Habib, el también abuelo, perseguido por comunista, oculto de la aterradora policía política en un sótano inhóspito, es evocado en su vida y en su muerte, Elvia escribe: “Te imagino, Habib, / te imagino pensando en tus nietos, / maderos de una cruz desconocida , leche clara / de tu alta media luna, / y les escribes, / les mandas una carta que nunca llegará / cuando tu no estés, / cuando hayas huido al fin por la ventana de tu cuarto / subterráneo / para dejarnos sólo la imagen de tu mundo escondido, / abuelo, / babá bozorgh, / te imaginamos”.

Y esa muerte única es paradójicamente doble, porque el hijo desconsolado, el esposo desolado, el padre acongojado, muere también con el progenitor lejano, con el patriarca que salió de la oscuridad para morir a la luz del día; la poeta lo retrata en sus afueras y en sus adentros: “Con tu camisa negra, con tus miedos, / arrepentido de ser cuando él ya no es, / con los ojos ceñidos por círculos morados, / con tu sueño de niño atosigándote y quizá/ algún monólogo continuo permutando vigilias, / te preguntas entonces como viven / los huérfanos”.

Arababé, la madre, la esposa, la abuela, la suegra, es también objeto de versos que hablan de ternura y de libertad; rememora la poeta sus piadosos rezos en la mezquita: “limpias sus manos y sus pies, / contrito el rostro”; hablándole a su otra madre, a la otra abuela, la materna, “verbal, impredecible, emocional”, la poeta mexicana concluye: “entonces el recuerdo me devuelve a arababé, / cantando en su lengua de hielo / y el olor a madera / a quién sabe que cárcel / se desprende”.

Pero son esos juramentos indelebles – sus hijos – aquellos que como girasoles brotaron de un mar desconocido para hacer árbol fecundo a sus huracanadas entrañas – sedientas de nuevas luces y clarores , alimentados todos espléndidamente por el pan del vientre de la escritora – los que concitan sus más sentidos versos de amor, paz y reconciliación. La poeta los sabe mestizos en sangre y en cultura, Para ellos escribe este poema insigne, que le da título al libro, digno de estar en cualquier antología de poemas por la tolerancia, de versos para la concordia. Disfrutémoslo pacíficamente en toda su cadencia y extensión:

De cruz y media luna te forjamos la sangre
en una noche oscura,
ancestral y callada,
donde el amor perdió la pista de la historia.
Nos amamos sin miedo,
sin culpas de otros siglos.
Cerramos la ciudad.
El portón cobrizo del deseo nos protegió los nombres.
Le amé como una hambrienta,
me amó como un sediento.
Aprendí que en él podía ser otra,
Aprendió que en mí podía ser otro.
Depositamos la semilla sagrada
en el azul violáceo de mi vientre y esperamos en paz.
La noche del eclipse brotaste como el fuego.
Los pájaros callaron.
Él y yo nos miramos.
Hundimos los reproches de mil generaciones
en el dátil oscuro de tus ojos, en ti, recién llegado.
Yo coloqué la cruz que llevas en el pecho.
Él te puso en las manos la media luna blanca.

Y para que no quede ninguna duda de la vocación ecuménica de su poesía, del sustrato conciliatorio de sus versos, del contenido tolerante de sus más íntimas palabras, la poeta madre – regalándole su lengua – le comunica al hijo de dos razas, religiones y culturas, el de la Cruz y la Media Luna:

Tu padre te enseñará a rezar
inclinando la frente sobre el suelo
sencillo y limpio de una alfombra.
Hacia el este tu cara infantil
intacta de nostalgias.
Te habré enseñado yo a arrodillarte
y a cruzar por tu rostro la señal de otra fe.
Quizás un día te venga bien
recostar tu rostro adolorido sobre el
suelo y repetir un Padre Nuestro
o arrodillarte en una iglesia y cantarle
a Dios el Misericordioso, el Compasivo.
Se vale rezar en cualquier lengua
o no rezar.
La oración eres tú.

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Cuentos breves venezolanos del siglo XX

El domingo 27 de mayo en la Sala Cabrujas de Los Palos Frandes, el Círculo de Escritores les invita:

Asamblea de Asociados a las 11 am

LECTURAS DRAMATIZADAS: CUENTOS BREVES VENEZOLANOS DEL SIGLO XX

a las 11:30 am

Con la participación de los actores José Manuel Vieira y José Tomás Angola

Se leerán relatos de Julio Garmendia, José Balza, Antonio López Ortega, Ana Teresa Torres y Karl Krispin

Fundación Cultural Chacao, Sala Cabrujas, Torre El Parque Nivel C-1 entrada lateral derecha
Estacionamiento en Parque Cristal

Les esperamos!

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Carlos Fuentes y la lucidez permanente

Por Juan Guerrero(*)

Entre La región más transparente, obra escrita en 1958 y Terra Nostra, de 1975, Carlos Fuentes (Ciudad de Panamá, 1928-Ciudad de México, 2012) transita un mundo literario construido a partir de la dislocación del tiempo, por una parte, y por la introducción de una temática urbana donde la recurrencia a la fantasía se entrelaza con la realidad de un presente donde lo urbano se identifica con su ciudad, la urbe de “la mucha gente”.

De toda esa densa e intensa obra narrativa, ensayística, de guiones cinematográficos y de teatro, son estas dos novelas las que muestran y condensan la monumentalidad de este escritor universal, hijo del “boom” latinoamericano, junto con Julio Cortázar, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa.

En La región… se escuchan los últimos tiros de la Revolución mexicana (1910-1917) mientras sus personajes deambulan por la inmensa urbe que es Ciudad de México, en un tiempo que sienten ajeno y que no terminan de comprender. Por sus páginas transitan putas, banqueros, artistas fracasados, todos herederos de una memoria que aparece fragmentada y entre tiempos dispares. Acaso sea este el libro mayor de la literatura mexicana donde aparece el alma del mexicano de siempre y por extensión, se muestra la piel social del latinoamericano, su lenguaje, sus cambios.

Es una obra de tiempo único: presente. A través de él confluyen épocas pasadas y futuras e intermedias. En el reflejo psicológico de alguno de sus personajes, como Ixca Cienfuegos, se aprecia la presencia de una cultura que atraviesa las calles del presente (1951) de una ciudad ruidosa y poco transparente. Camina sobre las huellas que pisaron lo prehispánico. Es una novela experimental, tanto por su tratamiento argumental como por el lenguaje utilizado. De lectura rápida y nerviosa. Ella impone su ritmo a través de un lenguaje sobrio e implacable.

Quizá lo único transparente, por lo mucho trabajado y sobrio, sea el lenguaje. El resto son fragmentos de intensos momentos narrativos, como frescos de pinturas que asoman sus historias como gigantescos murales que no terminan de entender ese mundo llamado “occidental”. Diálogos que señalan un dejo de ironía, de banalidad donde se muestra el esnobismo de una sociedad que vive la ruina del imperio derrotado y una revolución traicionada. He ahí su herejía, su atrevimiento, su irreverencia.
Libro intenso y acaso, lo más sobrio y lúcido de este escritor mexicano. En sus páginas desfila la banalidad de la sociedad mexicana, entre ruidos y sordos cornetazos de vehículos que ahogan el silencio de un monologarse entre sus personajes. Donde el escritor discurre su narración suspendido detrás del gran protagonista: la inmensa e impenetrable ciudad.

Nos atrevemos a afirmar que esta novela de Fuentes inaugura la modernidad narrativa mexicana. Sus posteriores obras, Las buenas consciencias (1959), Aura y La muerte de Artemio Cruz (1962) irán modelando esa narrativa experimental que alcanzará el intento de síntesis, con la publicación, en 1975 de Terra Nostra. Un denso libro que intenta mostrar (-fallidamente) la historia de los mitos de las culturas de esta América y su largo discurrir, entre la España imperial y los rostros de una humanidad que aún no termina de encontrarse.

Libro que por su densidad y extensa narración es extenuante, mientras hace una crónica periodística sobre lo latinoamericano. En sus casi 800 páginas esta novela presenta tres amplios y vastos capítulos: Viejo Mundo, El Mundo Nuevo, y El Otro Mundo. Entre espacios de ficción y metaficción, Fuentes intenta la odisíaca aventura de contar la Historia de España e Hispanoamérica. Su narración abarca desde La Conquista hasta entrado el siglo XX.

Es una novela de difícil lectura y de compleja interpretación. Es una novela que enceguece, aturde y en momentos, cansa y desgasta la memoria. Deslumbra y también agota. Es una novela verdaderamente enciclopédica, laberíntica. Una propuesta para un nuevo y más complejo lector.

Sin ánimo de polemizar, transcribo, del Diario del mayor crítico de la cultura latinoamericana, Ángel Rama, su parecer sobre el Premio Rómulo Gallego, 1977, otorgado a Carlos Fuentes. “9 de octubre de 1977. (…) Gabo (-en referencia al escritor Gabriel García Márquez) explica su participación en el premio Rómulo Gallegos: con Simón Alberto Consalvi habían planeado el premio para Luis Goytisolo (lo que era mejor que la versión última para Terra Nostra) e incluso gestionado la renuncia de Juan Goytisolo como jurado (a través de Carmen Balcells) para facilitar esa solución. Entiende que Adriano [González León] estropeó todo, que la renuncia de Simón Alberto desbarató el plan (más la negativa de Juan a renunciar) y que entonces prefirió no venir y adherir a la resolución mayoritaria a favor de Fuentes: “Yo le podía haber explicado mi voto para Goytisolo, pero de no ser así, prefiero no disgustarme con él”. También Gabo era consciente del aire “mafioso” que cobró el premio con la designación de Carlos Fuentes, y consideraba que un premio a Luis Goytisolo distinguía a un gran escritor y al tiempo era una buena maniobra política en el momento de la “apertura” española.

(*) @camilodeasis

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Taller de Cuentos inicia el sábado 19

En la Biblioteca Los Palos Grandes, se impartirá el Taller «Aprende a escribir un Cuento», los sábados 19 y 26 de mayo, 2 y 9 de junio, con el escritor Heberto Gamero Contín, ganador del Concurso de Cuentos de El Nacional con el relato «Los zapatos de mi hermano». Gamero ha impartido numerosos Talleres, y su Fundación FAEC publicó un libro con una selección de los cuentos de sus alumnos.

El Taller ha sido organizado por el Círculo de Escritores de Venezuela. Interesados comunicarse con Carmen Cristina Wolf al 0416 629 70 62.

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Ciudad de México y Carlos Fuentes

Por ENRIQUE VILORIA VERA

En homenaje al maestro fallecido

En México no hay tragedia: todo se vuelve afrenta.

Una ciudad no se define sólo por sus accidentes geográficos o por su infraestructura física, por más bellos e incomparables que éstos sean. Más allá de lagos, ríos, valles, volcanes o montañas, de interminables avenidas o estrechas callejuelas, de imponentes monumentos, plazas, catedrales, de prudentes casas dotadas, paradójicamente, de balcones curiosos que emergen del recuerdo para darle permanencia al pasado, una ciudad, una verdadera, requiere conformarse también con olores, sabores, aromas, con una peculiar manera de salir o de ponerse el sol, de ver caer la lluvia o de conculcar el día para convertirlo en noche intransferible e inajenable. También es ciudad por su gente, por esa variopinta realidad humana que transita sus calles, habita en sus moradas, labora en sus oficinas y despachos, que goza y sufre lo cotidiano, se desespera y se entusiasma con la cambiante realidad, así como confiada y luego engañada, repudia a sus líderes y dirigentes.

Carlos Fuentes así lo sabe y así lo expresa en su novela La Región más transparente, cuya única y fundamental protagonista, independientemente de innumerables personajes y de urdidas tramas, es Ciudad de México, esa urbe plural y polisémica, hecha de mentiras y verdades, de pasados negados y presentes cuestionados en la que, sincréticamente, el águila y el nopal conviven con el cordero y la cruz, en una tensión no resuelta que todavía clama por identidades que un pasado de sojuzgamiento y un presente de revoluciones institucionalizadas, parecen no otorgarle.

Ciudad de México, en la perspectiva del escritor, es un compendio de gentes y situaciones, de fenómenos físicos y realizaciones del hombre, de olores y colores propios, de una historia que aún deja sentir su peso, de linajes derogados, sustituidos prontamente por súbitos ascensos económicos y sociales de aquellos revolucionarios que abogaban por la justicia y la igualdad. De allí que en virtud de tantas tensiones inmanentes y no resueltas, “la región más transparente del aire” es un espacio donde inevitablemente “se cruzan nuestros olores de sudor y páchuli, de ladrillo nuevo y gas subterráneo, nuestras carnes ociosas y tensas, jamás nuestras miradas.”

Ciudad controversial que olvidó tempranamente los ideales de solidaridad y justicia esgrimidos por Zapata y Pancho Villa, para, renunciando a principios y preceptos, convertirse en la “ciudad del hedor torcido, de la derrota violada, perra, famélica, lepra y cólera hundida”; en fin, en ciudad a la que se le pueden aplicar todos los epítetos del reproche, todos los calificativos provenientes de la ira de un novelista convencido de que los “héroes no regresarán” y que, por eso, es necesario recobrar “la llama en el momento del rasgueo contenido, imperceptible en el momento del organillo callejero, cuando pareciera que todas tus memorias se hicieran más claras”. Urbe que acusa el repudio, el reproche por las utopías fallidas, el reclamo vehemente de toda una generación frustrada que contempló como la perennidad de su revolución se diluyó, se esfumó para darle continuidad y vigencia a un partido que la oficializó, convirtiendo en dirigencia, burocracia y gobierno a la oposición, la anarquía y la montonera.

Habida cuenta de su carácter plural y diverso, Ciudad de México se define también por sus realidades físicas, materiales, construidas por el hombre y alimentadas por la historia. Su Zócalo no puede ser puesto de lado, negado a la hora de confirmar rasgos y signos específicos de identidad. El emplazamiento del Zócalo, ese corazón palpitante de una ciudad que nació sobre las ruinas de otra, la de Tenochtizlan en la meseta de Anáhuac, puede ser contemplado con ojos violentos que transcienden la evidencia palpable y constatable para ubicar “en el sur, el flujo de un canal oscuro, poblado de túnicas blancas; en el norte una esquina en la cual la piedra se rompía en signos de bastiones ardientes, cráneos rojos y mariposas rígidas: muralla de serpientes bajo los techos gemelos de la lluvia y el fuego; en el oeste, el palacio secreto de albinos y jorobados, colas de pavorreal y cabezas de águila desecada… sólo el cielo, sólo el escudo de luz, permanecía igual”.

Cielo inamovible, sinónimo de infinitos y eternidades, contemplado por igual por conquistados y conquistadores, por el indio y el español, por la raza de bronce y la que llegó en carabelas y bergantines, del cual se desprenden lluvias caudalosas que como timbal del propio cielo, hacen que cabezas gachas, plenas de agua y vaselina, se adosen a los muros como arquetípicos y reiterados condenados al paredón de la revolución y del gobierno, esperando, resignados, “la fusilada que no llega”. Lluvia contagiada de aromas que convierte a la ciudad en “nube teñida, en olores viejos de piel y vello, de garnachas y toldos verdes”.
Megalópolis “deforme y escrufulosa, llena de jorobas de cemento e hinchazones secretas” habitada por aristócratas venidos a menos que rememoran, nostálgicos, aquella otra ciudad “pequeña y hecha de colores pastel, donde no era difícil conocerse y los sectores estaban bien marcados”. Ciudad de putas y secretarias, de obreros y ruleteros, de políticos y burócratas, de intelectuales y extranjeros, de mariachis y artistas de cabaret, de espaldas mojadas que regresan frustrados al no haber podido concretar sus ilusiones en el gran país del norte. Urbe “chata y asfixiada” que va “extendiéndose cada vez más como una tiña irrespetuosa” en la que conviven millones de personas que paren “con una mueca cerrada, la luz de cada día, la oscuridad de cada noche, sin solución, en un parto repetido con el ejercicio doloroso de la premura”.

Ciudad de la vida y de la muerte que a 2240 metros de altitud se acerca al cielo para solicitar indulgencias y bendiciones que exorcicen el pecado de no tener memoria, de no contar con héroes vivos, de portar una máscara anónima e imperturbable detrás de la cual se esconden “nombres densos y graves, nombres que se pueden amasar en oro y sangre, nombres redondos y filosos como la luz del pico de la estrella, nombres embalsamados en pluma”. En fin, aquí nos tocó manito. Qué le vamos a hacer. En la región más transparente del aire.

* Enrique Viloria Vera, polígrafo venezolano, poeta, ensayista, crítico de arte

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CONSUMIDAS POR EL FUEGO

Aproximación al poemario de Anabelle Aguilar Brealey

Por Lidia Salas

Consumidas por fuego, el poemario recientemente publicado por Anabelle Aguilar Brealey (Uruk Editores, S. A. San José, Costa Rica. 2011) rinde homenaje según palabras de la autora, “a todas aquellas mujeres quienes, a través del arte, consumieron su ser en el fuego y lograron la inmortalidad”. En sus versos, la poeta nos da una visión de mundo a partir de la mirada de aquellas representantes de las Bellas Artes.

Estas páginas están sustentadas por una investigación de la vida y obra de pintoras, escultoras y fotógrafas. La lista, que se extiende por los últimos tres siglos, tiene entre otros, los nombres de Rachel Ruysch, Mary Cassalt, Georgia O´Keeffe, Frida Kahlo y la costarricense Bertheau Margarita..

Los poemas se agrupan, según las artistas cuya vida y cuadros se desea mencionar, bajo las siguientes metáforas: “En la sombra”, “Mariposas, gaviotas, lagartijas” y “Las certezas de la gata”. Escritura de lo femenino por cuanto el tema está orientado al deseo de apreciar como sujetos de arte y de conciencia a mujeres quienes en su tiempo, crearon sus obras a pesar de la indiferencia, del silencio y de la represión. Sin embargo en estos versos se privilegia la opción de la belleza testimoniada en palabras que sugieren trazos y matices. Se enriquece el texto a través del diálogo, de las imágenes, de los contenidos afectivos y conceptuales que atraviesan el discurso.

Anabelle establece a través de sus versos, daguerrotipos que cuelga en cada página, a manera de una galería, donde el lector puede atisbar, las experiencias vividas por esos sujetos y la impronta de sus miradas, plasmadas en la cadencia de la poesía: “el aire está delgado / y el volcán al fondo / se me planta / para que no deje de mirar.” Y en estos otros: “Ábranse peonías / rosas / y lilas / ábranse a mi llamado / que las nubes están oscuras.”

Pero su lenguaje se atreve a ir más allá de lo figurativo. En forma de monólogos se escuchan las voces de quienes defendían su derecho a hacer arte: El poema “Inacabado” en el cual se celebra a la pintora francesa del siglo XVIII, Berthe Morisot, se inicia con la frase siguiente: “No es mi arte un pasatiempo refinado.” Y más adelante sigue: “Mis trazos firmes / mi paleta luminosa / tengo un taller muy discreto en el jardín // soy enigmática / soy cazadora de mariposas / no una intrusa. “ Alegatos como estos se aprecian en la voz de Frida Kahlo en los palabras que se citan a continuación: “yazgo suspendida / de un gancho feroz / carne / a la venta / rebanada / muerta / por mitades.” En donde se intuye la intención de quien hizo de su dolor, de su miseria física el leit motiv de sus cuadros. En esta misma sección es oportuno entresacar el diálogo de la pintora con la poeta cuando le dice: “¿Qué haces / en la esquina de mi casa / tomándote una foto / frente a la pared azul / tú / adoncellada ridícula / farsante del dolor?” Contenidos que sólo en la magia de la poesía se pueden condensar.

Consumidas por el fuego es un intento logrado, de celebrar la diferencia desde la capacidad para superar el sufrimientos, el deseo frustrado de maternidad y la dominación del poder masculino. La voz poética utiliza la máscara de personajes cuya existencia se desarrollaron en ambientes donde eran valoradas exclusivamente como seres domésticos, para elaborar un canto a la vida, a la libertad, a la condena de la guerra, de la dominación y de la muerte, pero, sobre todo un canto a la libertad de crear, de legar su trabajo a la posteridad con dignidad y valores estéticos. Puede considerarse también este libro, como una metáfora del silencio en el cual las poetas escriben su obra, lejos del aplauso de público y academias, y sin embargo se persiste en esta tarea de expresión y justificación de la existencia.

Estos textos escritos casi siempre en versos de menos de diez sílabas, con una cadencia musical a veces contenida, en otras de elevada tesitura, encierran un su cadencia un himno de alabanza a la tarea de creación estética como instrumento para enriquecer la existencia e iluminar con una paleta de colores, las sombras de tiempos amargos., tal como lo señala las siguientes líneas: “Es lo nuestro / una confidencia / valiente / detrás / los círculos / y el fuego.”

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Poemas para celebrar a GEGO

RECITAL DE POESÍA EN ESPACIO MERCANTIL:

Con motivo de los 100 años de su nacimiento, este recital rescata para el público actual poéticas en torno a la obra de Gego.

Los poetas Alfredo Chacón, Gabriela Kizer, Leonardo González-Alcalá, Ania Varez y Edda Armas, darán lectura a poemas de autoría propia y/o textos de poetas que mantuvieron amistad con Gego como fue el caso de Hanni Ossott, Alfredo Silva Estrada, Ida Gramcko y Elizabeth Schön, o mantienen cercanía y reflexión creativa con la obra de la artista, sea el caso de: María Fernanda Palacios, Yolanda Pantin, Luis Enrique Pérez Oramas, y Verónica Jaffé. Otros poemas revelados serán -algunos encontrados- de la propia pluma de Gego.

JUEVES 17 de MAYO, a las 7 pm.
Lugar: ESPACIO MERCANTIL, en PB de la Torre Panaven,
Av. Juan Bosco con 3era. Transversal, Altamira.

Acompáñanos a celebrarla!

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Harry Almela: Silva en las desventuras de la zona sórdida

La mesa del editor recibe el último poemario del escritor venezolano Harry Almela, un libro que será objeto de análisis y ensayos de los críticos, por la profundidad metafísica, la ironía y desparpajo para poetizar sobre lo cotidiano, calles, pueblos, ciudades. Resulta desgarrador asomarse al alma del poeta que afronta descarnadamente la soledad, el vacío, el insomnio, el miedo y la muerte. Luce sensual su acercamiento al mundo femenino. Aterradores» son algunos versos sobre la indigencia humana, las guerras, las injusticias.

Los lectores sentirán el vértigo de quien se lanza en parapente y un inmenso placer al encontrarse con las páginas de SILVA EN LAS DESVENTURAS DE LA ZONA SÓRDIDA, de Harry Almela, que nos azota el rostro con lo más doloroso de la condición humana y, al mismo tiempo, nos deja ver, muy allá en el fondo, un aroma mínimo de alma de muchacho que añora los días de su infancia “Si vas a salir a comprar algo, / por favor, acércate al mercado./ Y dile a Alberto que me mande/ una vela y una caja de fósforos./ Hace tiempo, me aseguraste/ que Mambrú se había ido a la guerra/ y que algún día regresaría/ en su urna de cristal./ Todavía Mambrú no regresa/ entre nosotros, madre.” (Poema sin paisaje)

El libro ha sido editado por La cámara escrita en octubre de 2011. Almela nació en Caracas en 1953. Ha publicado, entre otros, los siguientes poemarios: Cantigas (1990), Muro en lo blanco (Caracas, 1991), El terco amor (1996), Los trabajos y las noches (Maracay, 1998), Cuaderno de bitácora. Antología 1983 ?2001 (Nueva York, 2001), La patria forajida (Caracas, 2006), Instrucciones para armar el meccano (Caracas, 2006) y El dulce mal, Antología de Poesía Amorosa de Venezuela (Caracas, 2008). Ensayista y crítico, sus trabajos han sido recogidos en diversas publicaciones tanto nacionales como extranjeras. Su obra ha obtenido reconocimientos, entre ellos el Premio del Concurso de Cuentos
del diario El Nacional (1991) y el Premio Bienal de Literatura José Rafael Pocaterra, mención poesía (Valencia, 1994). El autor deja constancia de su agradecimiento a la Fundación Guggenheim, por su apoyo durante la escritura de este libro.

A continuación, una selección de tres poemas:

CARTA DE INTENCIÓN:
“No me salves de nada, poesía.
Abandóname desnudo a la intemperie.

No me concedas claridad. No me interrogues.

Voy sobre la cuerda inestalble de mi equilibrio
y estoy al tanto de lo que me espera.

Niégame página en blanco donde puedan retozar
los tibios conejos de mi infancia.

No me aturdas cuando llegue la noche.
Quiero vivir en paz en esta selva húmeda
sin claros ni caminos.

No me consueles cuando vengo de regreso,
ocúltame palabras para decir hastío.

Permíteme vivir mi carne como si fuera mía
y déjame ser el ángel caído de mi cielo.

Sé de los lagares donde enseñas
a pisar las uvas de la ausencia.

Conozco la sílaba informe de mi tiempo.

Concédeme ser la sed en mi diluvio.”

& & &

JUEGO DE DAMAS

“El día en que al fin
Adelita se fue con otro,
yo estaba ocupado en el oficio
de perder el tiempo.

El día que Ana María se fue
buscando el Sol en la playa,
yo escribía sin apuros
intentando acomodar la casa

del futuro y del pasado.

Hembras inteligentes
que siempre cavilaron acerca del nido
mientras yo cazaba sombras en la noche,
en el libro infinito.

Damas de ruido y de silencio
que no supieron entender
lo inútil.

Ahora veo sus espaldas, a lo lejos,
y comprendo todo.

Al final, se comprende todo.”

& & &

EL PASTOR DE CATERPILLAR

“Cuando niño, hace ya varios siglos,
tenía una colección de tractores Caterpillar.

Negros y amarillos, exactos,
cumplían a cabalidad su cometido:
apilar, juntar, acomodar, transportar.

¿Quién diría, con el curso de los años,
que iba a tropezarme con estos de ahora,
rozagantes, sonreídos, exactos en su estupidez?

Ahora apilan, juntan, acomodan y transportan
cadáveres más allá de Austerlitz y Waterloo
(el poeta solo cantaba a la hierba).

Soldaditos de plomo
conducen ahora los tractores.

Cada uno, a su manera, debe pasear
en público sus torpes lealtades.

No deben quedar dudas
acerca de sus pensamientos.

Hay que bailar la danza macabra,
bajo pena de quedarse afuera.

A veces da lástima el pastor,
tratando de apaciguarlos.

Que no sean tan públicos,
amenazantes y notorios.

Pero han de seguir,
negros, amarillos y exactos,
apilando, juntando, acomodando, transportando.

Jugando a su sueño febril.

En verdad, ya no me preocupa tanto el pastor.

Me aterran más los caterpillars.”

Carmen Cristina Wolf
@literaturayvida

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Edgar Vidaurre, poeta en el lugar más sosegado

Luego de la aparición de la página www.diosablanca.org, nos reunimos con el poeta, ensayista y editor venezolano Edgar Vidaurre Miranda, y le preguntamos por la escogencia del nombre Diosa Blanca para la editorial creada por él. Nos dice que para la selección se inspiró en la obra “La diosa blanca” de Robert Graves.
Los venezolanos no podemos menos que sentirnos orgullosos de que un hombre de la de la talla literaria de Edgar Vidaurre, se haya dedicado durante años al difícil oficio de la publicación, a través de la Editorial Diosa Blanca, con una selección de autores que son voces poéticas fundamentales, Los títulos publicados por la Editorial Diosa Blanca, son los siguientes:

En el Calor Vacante–Andre du Bouchet
Aún el que no llega–Elizabeth Schön
Raíz abierta–Phillipe Jones
Nadador de un solo amor–Georges Schehade
La historia de María–R. Rilke
De las resonancias y los orígenes-Adonis
La tierra con el olvido –Salah Stétié
La flor, el barco, el alma–Elizabeth Schön
El Río hondo aquí–ElizabethSchön
Cantata profana-Aladar Temeshy
Corderos– Ruth Vidaurre
Tapices–Ruth Vidaurre
En el ojo de la cabra–Belén Ojeda
Cenizas de espera–Milagro Haack
Probando el tiempo–Aladar Temeshy
El libro de las decepciones–Aladar Temeshy
Viajes en la noche–Aladar Temeshy
El silencio del árbol– Maite Ayala
Después del silencio–Ruth Vidaurre
Antología de versos de poetisas venezolanas–Astrid Lander
La llama incesante –Carmen Cristina Wolf
La granja bella de la casa–Elizabeth Schön
Ráfagas del establo–Elizabeth Schön
Visiones extraordinarias–Elizabeth Schön
El umbral de los geranios–Maite Ayala
Cantos al Shabd–Ada Rosentul
Hotel–Mariela Casal
Diálogos con el vacío–Zaira Castro
Cartas a Magdalena–Aladar Temeshy

Después de largas conversaciones con el poeta Edgar Vidaurre, me adentro en la lectura de los poemarios “El lugar más sosegado” (Mención de Honor en la Bienal Municipal Augusto Padrón) y “La fugitiva” (publicado por el Ateneo de Valencia en coedición con La liebre libre en el año 2002, Premio de Poesía Bienal José Rafael Pocaterra). Llego al convencimiento de que más que el abandono y el desamor, nada hay más doloroso que dejar de sentir la “pasión del espíritu”. Es mejor ser arrojado a las llamas a dejar de vislumbrar “la última espiga de trigo en la sombra”.

Edgar Vidaurre es poeta, ensayista y director fundador de la Editorial Diosa Blanca. Nació en Caracas el 5 de diciembre de 1953. Es abogado egresado de la Universidad Católica Andrés Bello. Es filósofo y músico graduado. Ha publicado: La resurrección de los frutos (Mención de Honor en la bienal de poesía mística Antonio Rielo de España); La fugitiva; La séptima rosa; El Lugar más sosegado; Panayía; El lamento de Ariadna. Es autor de numerosos ensayos y escribe para diarios y revistas. Pasa largas horas en amoroso combate con el piano. Es Director del Círculo de Escritores de Venezuela.

Reecuerda sus experiencias de vida y sus preferencias literarias, y desembocamos en los orígenes de sus indagaciones y en el camino de retorno al eterno femenino a través de la poesía. Al llegar a casa intento escribir esta nota sobre sus versos: «Conjurada por la flor de sal, así fue la visión. Vino como si fuera una fiebre» (…) Cuando yo cerraba los ojos, ella abría la tierra y el eco de un perfume brotaba de su boca,» Una primera reflexión surge de esta lectura. Los versos dejan vislumbrar ideas arquetípicas con un criterio estético lejano a la simple anécdota o al discurso cognoscitivo. Se siente su fuerza y no se lee «fiebre» como un concepto, nos abrasa la fiebre. Así es el verdadero poema.

Vidaurre dialoga con la aparición y le ruega que no susurre más su nombre, «el nombre por el que me llamaba». Huye de «la agonía presentida» pues teme lo que será luego una nueva ausencia. Porque todo encuentro es fugaz, nadie posee la piedra de luna de la unión eterna. Inexorablemente, los seres humanos somos la otra mitad de nosotros mismos, la huella de la ausencia del ser, una estirpe fracturada desde el comienzo de este sueño que es la Vida.

Las cosas que me dijo el poeta abren ventanas en relación con el poemario «La fugitiva» y sobre toda su obra. Los poemas hablan por sí solos, no requieren explicaciones; no obstante, un poeta como él, capaz de desentrañar el desarrollo de su escritura a través de una reflexión inteligente, culta, poblada de señales, códigos e interpretaciones personalísimas, es invalorable. Su constante desvelo por el encuentro con el centro, el alma, es plasmado en una nostalgia absoluta por la Belleza, por el Eterno Femenino. Edgar Vidaurre es un amante de la esencia, un enfermo incurable de lo trascendente. Escribe apoyándose en los mitos y leyendas, con un lenguaje y una voz propia, creando también sus propios mitos que surgen de los seres que lo habitan.

Es difícil no dejarse ir por una rendija del corazón en procura de “La séptima rosa”, título de unos de sus poemarios. Digo esto porque sus versos convocan al lector hacia una experiencia íntima a través de sendas señaladas por sus manos de pianista. La lectura de estos poemas nos expone a una fiebre incurable, la de la obsesión por la poesía, y nos arriesga a ser coronados con una cinta de sangre: «El amor se fue con los veranos … yo le ataba una cinta de sangre en la muñeca» … Se siente el lazo de púrpura en plena letra y en pleno corazón. Se lucha para no dejar ir nuestra «llama doble», como la nombraba Octavio Paz, porque sin ella andamos extraviados, sin rumbo, sin sentido trascendente. Atados a la polea de un tiempo que no nos pertenece y al que no pertenecemos, porque tenemos sed de eternidad y el tiempo es inasible.

La «peregrina de la noche» es el alma escondida entre los lirios de abril, visitante de los abismos y de las esferas celestes. Los primeros seres de la tierra se sumergieron en las aguas del deseo para alcanzar el ojo del alma, y también la ciudad de perdida hace milenios. Los versos de «La fugitiva» traen a mi memoria lecturas de otros tiempos. Y me acerca a las huellas del Caminante de la Aurora, que es Edgar Vidaurre, buscando, como Miguel Serrano en su obra Las Visitas de la Reina de Saba, la «piedra de luna», esa visión siempre añorada en la historia personal y colectiva de la humanidad.

Los versos de Edgar nos llevan a inclinar la cabeza en el regazo de la Madre Primordial, la Tierra, como vientre de la vida psíquica, y nos hace topar con nuestras propias interrogantes. El lector es cautivado por la sagrada locura de la búsqueda de un ser que somos nosotros mismos en su espejo de nacimiento y muertes sucesivas. El Amor Eterno puede ser ignorado, olvidado, combatido. Mas la Estrella Matutina nunca dejará de brillar para el Caminante del Alba, este poeta que nos invita a cerrar los ojos para hallar la luz, en el centro donde el alma no hace sombra.

Del poemario de Vidaurre El lugar más sosegado emerge luminoso el árbol de la vida, con poemas en los cuales germinan los abedules, los árboles de mango, los viñedos, todos ellos desprendidos de la Flor de Jessé, Enmanuel, ese “granado florecido” por el cual suspira el poeta:
“Hay un árbol ardiendo
hay un árbol intocado por el fuego
redondo como el fruto de sus frutos
Todas las nostalgias
descansando sobre esta higuera
que llora
con sus raíces que nos miran desde el cielo”

Este libro es hermano de La fugitiva, con imágenes distintas bañadas en las aguas de las Sagradas Escrituras y de los poetas místicos como Kadyr, Tagore, San Juán de la Cruz, Simone Weil, Elizabeth Schön. La añoranza continúa siendo el infinito, la eternidad, el alma: “Una es mi alma que es un árbol En el lugar más sosegado de la tierra lejos del eco y la sombra.
Un árbol de sol por donde bajan tus aguas por donde vuelven tus ojos”.

El poeta Edgar Vidaurre nos ha descubierto la séptima rosa escondida en el corazón del árbol de sol. Allí hemos de encontrarnos, al pie de su ramaje, donde el alma no hace sombra. Él se haya dispuesto a “sembrarla en el centro de la vida”, e inspirado por el profeta Isaías canta a su amada con la mayor dulzura y belleza de que es capaz un poeta del nuevo milenio.

Me indica que lea un ensayo de cómo surge la idea de la editorial. Y leemos un verso de Robert Graves:
“…cuando la Diosa se encarna, nada se puede hacer, excepto volar hacia la llama y dejarse inmolar”

Más que el abandono y el desamor, nada hay más doloroso que dejar de sentir la “pasión del espíritu”. Es mejor ser arrojado a las llamas a dejar de vislumbrar “la última espiga de trigo en la sombra”. A raíz de una larga conversación con el poeta, ensayista y editor venezolano Edgar Vidaurre, me adentro en la lectura de sus poemarios El lugar más sosegado (Mención de Honor en la Bienal Municipal Augusto Padrón) y La fugitiva (publicado por el Ateneo de Valencia en coedición con La liebre libre en el año 2002, Premio de Poesía Bienal José Rafael Pocaterra). El poeta también es músico graduado en el Conservatorio de Música Juan Manuel Olivares, y pasa largas horas en amoroso combate con el piano.

La charla nos lleva a recordar sus experiencias de vida y sus preferencias literarias, y desembocamos en los orígenes de sus indagaciones y en el camino de retorno al eterno femenino a través de la poesía. Al llegar a casa intento escribir esta nota sobre sus versos: «Conjurada por la flor de sal, así fue la visión. Vino como si fuera una fiebre» (…) Cuando yo cerraba los ojos, ella abría la tierra y el eco de un perfume brotaba de su boca,» Una primera reflexión surge de esta lectura. Los versos dejan vislumbrar ideas arquetípicas con un criterio estético lejano a la simple anécdota o al discurso cognoscitivo. Se siente su fuerza y no se lee «fiebre» como un concepto, nos abrasa la fiebre. Así es el verdadero poema.

Vidaurre dialoga con la aparición y le ruega que no susurre más su nombre, «el nombre por el que me llamaba». Huye de «la agonía presentida» pues teme lo que será luego una nueva ausencia. Porque todo encuentro es fugaz, nadie posee la piedra de luna de la unión eterna. Inexorablemente, los seres humanos somos la otra mitad de nosotros mismos, la huella de la ausencia del ser, una estirpe fracturada desde el comienzo de este sueño que es la Vida.

Las cosas que me dijo el poeta abren ventanas en relación con el poemario La fugitiva y sobre toda su obra. Los poemas hablan por sí solos, no requieren explicaciones; no obstante, un poeta como él, capaz de desentrañar el desarrollo de su escritura a través de una reflexión inteligente, culta, poblada de señales, códigos e interpretaciones personalísimas, es invalorable. Su constante desvelo por el encuentro con el centro, el alma, es plasmado en una nostalgia absoluta por la Belleza, por el Eterno Femenino. Edgar Vidaurre es un amante de la esencia, un enfermo incurable de lo trascendente. Escribe apoyándose en los mitos y leyendas, con un lenguaje y una voz propia, creando también sus propios mitos que surgen de los seres que lo habitan.

Es difícil no dejarse ir por una rendija del corazón en procura de “La séptima rosa”, título de unos de sus poemarios. Digo esto porque sus versos convocan al lector hacia una experiencia íntima a través de sendas señaladas por sus manos de pianista. La lectura de estos poemas nos expone a una fiebre incurable, la de la obsesión por la poesía, y nos arriesga a ser coronados con una cinta de sangre: «El amor se fue con los veranos … yo le ataba una cinta de sangre en la muñeca» … Se siente el lazo de púrpura en plena letra y en pleno corazón. Se lucha para no dejar ir nuestra «llama doble», como la nombraba Octavio Paz, porque sin ella andamos extraviados, sin rumbo, sin sentido trascendente. Atados a la polea de un tiempo que no nos pertenece y al que no pertenecemos, porque tenemos sed de eternidad y el tiempo es inasible.

La «peregrina de la noche» es el alma escondida entre los lirios de abril, visitante de los abismos y de las esferas celestes. Los primeros seres de la tierra se sumergieron en las aguas del deseo para alcanzar el ojo del alma, y también la ciudad de perdida hace milenios. Los versos de La fugitiva traen a mi memoria lecturas de otros tiempos. Y me acerca a las huellas del Caminante de la Aurora, que es Edgar Vidaurre, buscando, como Miguel Serrano en su obra Las Visitas de la Reina de Saba, la «piedra de luna», esa visión siempre añorada en la historia personal y colectiva de la humanidad.

Los versos de Edgar nos llevan a inclinar la cabeza en el regazo de la Madre Primordial, la Tierra, como vientre de la vida psíquica, y nos hace topar con nuestras propias interrogantes. El lector es cautivado por la sagrada locura de la búsqueda de un ser que somos nosotros mismos en su espejo de nacimiento y muertes sucesivas. El Amor Eterno puede ser ignorado, olvidado, combatido. Mas la Estrella Matutina nunca dejará de brillar para el Caminante del Alba, este poeta que nos invita a cerrar los ojos para hallar la luz, en el centro donde el alma no hace sombra.

Del poemario de Vidaurre El lugar más sosegado emerge luminoso el árbol de la vida, con poemas en los cuales germinan los abedules, los árboles de mango, los viñedos, todos ellos desprendidos de la Flor de Jessé, Enmanuel, ese “granado florecido” por el cual suspira el poeta:

“Hay un árbol ardiendo
hay un árbol intocado por el fuego
redondo como el fruto de sus frutos

Todas las nostalgias
descansando sobre esta higuera
que llora
con sus raíces que nos miran desde el cielo”

Este libro es hermano de La fugitiva, con imágenes distintas bañadas en las aguas de las Sagradas Escrituras y de los poetas místicos como Kadyr, Tagore, San Juán de la Cruz, Simone Weil, Elizabeth Schön. La añoranza continúa siendo el infinito, la eternidad, el alma: “Una es mi alma que es un árbol En el lugar más sosegado de la tierra lejos del eco y la sombra

Un árbol de sol por donde bajan tus aguas por donde vuelven tus ojos”

El poeta Edgar Vidaurre nos ha descubierto la séptima rosa escondida en el corazón del árbol de sol. Allí hemos de encontrarnos, al pie de su ramaje, donde el alma no hace sombra. Él se haya dispuesto a “sembrarla en el centro de la vida”, e inspirado por el profeta Isaías canta a su amada con la mayor dulzura y belleza de que es capaz un poeta del nuevo milenio.

*EDGAR VIDAURRE es poeta, ensayista y director fundador de la Editorial Diosa Blanca. Nació en Caracas el 5 de diciembre de 1953. Es abogado egresado de la Universidad Católica Andrés Bello. Es filósofo y músico. Ha publicado: La resurrección de los frutos (Mención de Honor en la bienal de poesía mística Antonio Rielo de España); La fugitiva; La séptima rosa; El Lugar más sosegado; Panayía; El lamento de Ariadna. El lugar más sosegado. Es autor de más de 200 ensayos y escribe para diarios y revistas. Es Director del Círculo de Escritores de Venezuela. Su página: www.diosablanca.org y www.edgarvidaurre.net

Carmen Cristina Wolf

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LUZ MACHADO, ACONTECER FECUNDO

Por Carmen Cristina Wolf
Con frecuencia acude a mi memoria la visión de Luz Machado, una mujer de figura armoniosa, vestida con distinción y sencillez, siempre a punto de marcharse, silenciosa. Y se hace presente la aseveración de la escritora española Rosa Navarro Durán: “El poeta puede identificarse o no con el yo poético…la ilusión del lector de que ambos son siempre uno ha llevado a muchas lecturas erróneas o al menos a dar una importancia excesiva a la biografía del poeta” (Cómo leer un poema, Ariel Practicum 1998). En la escritura de Luz Machado causa asombro encontrarse con una poesía osada, una voz femenina llena de fuerza, un tono propio que aborda temas podría decirse “prohibidos” para la sociedad venezolana de la década de los cuarenta y cincuenta.
Su poética es de una delicadísima riqueza y evoluciona constantemente tanto en las formas como en la temática. Desde muy joven aborda temas psicológicos y conflictos existenciales:
Este mirarme siempre el propio abismo
ha invertido el mirar y es sólo adentro
donde tiene mi esencia estas pupilas
que vigilan lo efímero y lo eterno.
Quién me dejó el Amor y su cadáver
a la orilla del ser?…
Vaso de Resplandor, 1946

La poeta venezolana obtuvo el Premio Municipal de Poesía en 1946, con su libro Vaso de Resplandor. Algunos de sus poemarios son: Ronda (1941), Variaciones en tono de amor (1943), La Espiga Amarga (1950), Canto al Orinoco ( 1953), La Casa por Dentro ( 1945), Sonetos Nobles y Sentimentales (1956), Cartas al Señor Tiempo (1959), Sonetos a la Sombra de Sor Juana de la Cruz (1962), La Ciudad Instantánea (1966), Palabra de Honor (1970), Retratos y Tormentos (1972), Soneterío (1970).
Mujer de amplia cultura y lectora incansable, puede descubrirse en alguno de sus versos la lejana influencia de la poetisa norteamericana Emily Dickinson:
Comparezco ante la tempestad
con un espejo de rosas en las manos
Para qué huir si el relámpago es cielo fugitivo
y en el trueno cabalga un arcángel herido? De la Espiga Amarga, 1950

Con una escritura que podría definirse de vanguardia para la época, también vuelve los ojos a la temática y a las formas de Rubén Darío:
La mar bajo mis pies salva azules panteras,
la espuma en mis rodillas salva serpientes de oro,
el aire contra el pecho salva fantasmas bellos
y sofoca doncellas y liras en la noche (Ibidem)

Es recurrente el tema de la casa “de piedra junto al mar”, la ciudad, el alma, el amor deseado y perdido, la reflexión lírica sobre la palabra, el poema y la muerte. “Hay que dejar en las ciudades algo / Para qué vamos hacia ellas si cuando nos marchamos / no sentimos en el pecho una pequeña piedra oscura, golpeándonos?” ¿Es acaso cierto que se vive una ciudad cuando no hemos derramado en su suelo nuestro llanto, cuando no hemos encontrado ni perdido un sueño, cuando no somos asiduos de una cafetería o de un bar determinados, ni conocemos los aromas de la grama del parque, o el olor picante que se siente desde la taberna hacia la calle? “Toda esa ciudad yo la conozco … Pero de “nada vale decirla si no duele / amor, palabra, estatua, mujer árbol, poema.”, escribe Machado.
En el libro La Espiga Amarga ella dedica una carta a la Poesía:
“Ay, Me duele la piel del cántico,
la frente de la piedra, la pestaña del musgo. (…)
llevo una luna ardiente clavada entre los senos
y una palabra antigua me crece como hierba olorosa en la boca …”
Qué claros pergaminos arden bajo mis sienes!
Su dominio de la escritura clásica se pone en evidencia en estos perfectos endecasílabos del poemario Canto al Orinoco (1953). Un pensamiento reflexivo y profundo se muestra en estos versos:
En el nombre de Dios declaro miedo.
Iniciando un poema, este poema,
en cuya letra viviré sin muerte
lo que con gracia está en mi entendimiento.
Declaro miedo y me persigo y tiemblo (…) De Canto al Orinoco

Sus poemas amorosos revelan la absoluta libertad de su escritura, excepcional en la sociedad de mediados de siglo:
Eras frente a la ciudad un hombre silencioso y total y magnífico
En cada uno de sus libros Luz Machado dedica algunos versos a la poesía o al poema. Ella funda su arte poética como si fuera el techo de la casa que habita, como si para ella la escritura fuese lo más importante, lo primordial. Así, ella dedica este poema que lleva por título La casa por dentro, a la poesía:
La casa necesita mis dos manos.
Yo debo sostener su cal como mis huesos,
su sal como mis gozos (…)
Deben dolerme las cortinas y sus gaviotas (…)
La unánime vigilia en la mesa,
la almohada y su igualdad de pájaros dispersos (…)
Debo quererla entera, salida de mis manos
con la gracia que vive de mi gracia muriendo.
Y no saber, no saber que hay un pueblo de trébol
con el mar a la puerta (…) La casa por dentro, 1963)

Esta es la casa edificada con su pluma, parecida tal vez a su hogar real, igual pero distinta, porque esta casa de palabras es “fábula en la noche”, es “ladrillo inocente acusado de no haber alcanzado los espejos”. Sorprende encontrar en una escritura del cincuenta, que corresponde a una mujer con una vida de costumbres recoletas desde el punto de vista de los cánones sociales, un dominio del lenguaje que trasluce un mundo de lecturas vastísimo. Se pueden observar pinceladas de surrealismo en ese “ladrillo acusado” de no alcanzar los espejos. Al mismo tiempo, esa gracia que vive de la “gracia muriendo”, evidencia la lectura de las poetisas místicas, Santa Teresa y Sor Juana Inés de la Cruz. De hecho, Machado publica en 1962, los Sonetos a la sombra de Sor Juana Inés de la Cruz, que son una verdadera belleza tanto en la forma como en el trato con el lenguaje.
Las cosas cotidianas fueron cantadas en los versos de Luz Machado: escobas, zapatos, cacharros, hornillas, platos, vasos y cubiertos y agujas de tejer:
En mis manos, como una astilla cósmica, una sola aguja
Realiza los milagros más simples, sin salir de casa.”
(De La casa por dentro, 1965)
No sin nostalgia debo concluir, porque se me quedan muchos poemas sin comentar, pero así es la página en las publicaciones: generosa y concisa. Dejo ante la ventana del lector este última confesión de Luz Machado:
Un gran dolor pule los huesos de la casa. /Sí. La casa entera sobre los hombros, / sobre la espalda, sobre la frente (…) / Es dolor de ser vivo, / de estar viva. / en la madrugada que recoge esta sed de cansancios” (…) (Ibidem). Alguien, alguna vez, puede identificarse con este sentir tuyo, alguna vez también nos sentimos dolorosa, terriblemente vivos. Más, al otro día “Se siente abierta ya una nueva página / y todo puede acontecer aún” (El libro de horas de Rilke, 1906)

Carmen Cristina Wolf

Del libro inédito LITERATURA Y VIDA

@literaturayvida

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