POESÍA EN TIEMPO PARALELO

Por Miguel Marcotrigiano

Palabras de presentación a 5 poemas para olvidar a la tristeza,
de Luis Beltrán Mago

La historia de las variopintas corrientes en que se ha manifestado la poesía, las escuelas, las modas literarias, los períodos, etc., diríamos que es casi ajena al poeta que solo se deja arrastrar por una suerte de energía interna que comienza en el ojo y la experiencia y termina en la punta de los dedos. Es por ello que, si bien es cierto que todo escritor es hijo de su tiempo y este se ofrece en las diversas formas que dicta el instante, hay quienes se dedican a domar lo que viene de dentro y termina vertido en palabras, sin prestar mayor atención a eso que llaman la “historia de la literatura”.

En los años cuarenta y cincuenta venezolanos proliferaron quienes se sentían movidos por esta especial manera de concebir el mundo (casi siempre centrados en su propia palabra) y no solo escribían sino que vivían poéticamente. Basta dar una mirada a los cuadernos de secundaria de mi madre y mis tías (mujeres entregadas a sus sueños e ilusiones, simples muchachas estudiantes del liceo Rísquez, en La Asunción, edo. Nueva Esparta) para descubrir en la caligrafía de sus compañeros de estudios (pretendientes enamorados o no) cómo el mundo, a fin de cuentas, venía a resumirse en la palabra, el ritmo, la rima y la imagen. Muchos de esos escritos, es cierto, imitaban la buena tradición lírica española e hispanoamericana (alguno, más osado, se aventuraba por los poco explorados senderos de la modernidad de otras latitudes), pero absolutamente todos tenían en sí el germen de una época paralela al tiempo ¿palpable? en que el hombre organizó las experiencias. La expresión era fiel saldo de cuentas de la vida y esta, vale decir, era más que una suma de momentos vividos.

La vida, también, era más lenta. O, por lo menos, desde la distancia y la presbicia con que nos obsequian los años, así nos lo parece. Había más “tiempo” para observar, pensar las cosas, degustarlas, vivirlas. Este aparente juego de palabras y significados mutables tan solo responde a la incapacidad para ver o a la torpeza que nos impone el devenir agitado, ajustado a cada segundo que nos inventamos pero que, irremediablemente, ya nos han hecho presa. Lo cierto es que, para continuar con el “juego” señalado, al revisar los cuadernos y las libretas de aquellas muchachas que aún siguen viviendo su vida adolescente, tenemos casi la certeza de que los poetas de entonces lo eran porque no concebían otra manera de acercarse al argumento que imponía el diario ocurrir.

Hay una palabra que era común cuando se trataba de registrar la sensación que produce lo que ya creemos que no volverá: melancolía. Esta especie de tristeza divina atravesaba por igual los actos y los corazones de quienes fueron entonces y, aún a pesar de ellos mismos, continúan siendo. La nostalgia parecía ya un concepto preconcebido y pre-impuesto en aquellos habitantes de la página. No había que esperar a que corriera el tiempo pues esta idea de la segmentación del transcurrir era ajena a quienes tenían, paradójicamente, tiempo para vivir y, más aún, para soñar con lo futuro o futurible. Cuando en estos últimos días de diciembre y enero leí la poesía recogida en su Antología esencial (2009), la palabra de Luis Beltrán Mago se me hizo extrañamente familiar. Confieso no haberlo leído en otras oportunidades (porque pese a mi afiebrado interés en la poesía nacional es casi imposible que no se nos escapen autores a quienes la crítica y los historiadores de la literatura han prestado poca atención); confieso –repito- no haberlo leído antes y sin embargo sus poemas se me hicieron curiosamente familiares. Sus palabras, sus ritmos, el vaivén de las emociones que flotan en la sensible piel del poema, debo decir, ya los conocía. Hasta fantaseé con la idea de que en algún momento la vida del poeta y mis parientas se cruzaron fugazmente, así sea de manera indirecta (algún jovenzuelo pretendiente-poeta quizás citó, parafraseó, o simplemente coincidió en verso y emoción con el poeta a quien hoy nos honra presentar con una nueva publicación). Y la coincidencia no es gratuita pues ya advertíamos que la melancolía lo teñía todo en esos años, a los que precisamente pertenecen las primeras publicaciones de LBM (ya escribía, y bastante, pero no será sino hasta mediados de los cincuenta cuando aparezcan sus versos recogidos en forma de libros).
Entre los múltiples significados que determinan los especialistas en el término, la melancolía parece caracterizarse por una tristeza cuyo origen no se tiene claro. Quien la padece no encuentra placer ni diversión en nada. Vive en un perenne estado que lo mantiene alejado de la felicidad o de la plenitud. Muchos grandes poetas han sido maestros en esta emoción y pudieron hacer de ella un arte. Una mirada casi desprevenida al romanticismo de cualquier lugar, nos será suficiente para corroborar lo aquí afirmado. En nuestra América Latina, bien sabemos, esta corriente halló tanto asidero, que sembró las raíces para la formación de nuestras naciones y la conformación de nuestro espíritu.

Pero el trabajo que hoy presentamos, 5 poemas para olvidar a la tristeza, se despliega en aguas no tan conocidas. La tristeza de este poema, organizado en cinco partes o momentos, es una que no es aún. La mujer (no sabemos si imaginada, soñada o con referencia en una realidad particular), bautizada con el nombre de Gabriela (mensajera de otras latitudes espacio temporales), pareciera protagonizar unos versos en los que es la emoción melancólica la que lleva las riendas. La emoción difusa de la tristeza melancólica tiene el añadido de que (según el juego de la ficción) aún el “objeto” que la encarna no es conocido por la voz que la nombra. Además de la mujer, la tristeza que no es atraviesa como hilo conductor todo el poema. También una estructura sostenida en la circularidad que da esa brizna que al comienzo es “apenas” una “cálida visión” y al final su “vuelo” es “muy próximo al rostro” pero que no llega a rozarlo, nos hablan de la sutileza de la palabra del maestro Luis Beltrán Mago. Va hilando palabra a palabra, línea tras línea, espacio tras espacio, un entramado tenue, del que apenas tenemos certeza.

Adrede no quise indagar en la anécdota (que tal vez el poeta nos revele hoy) pues siempre he sido defensor de la idea de que un poema no necesita ser explicado para que alcance la orilla del goce en el otro lado de la lectura. Parte de la magia de la poesía reside en que muchas veces dice sin decir a alguien para quien no ha sido pronunciada. Curiosa, destacamos también, la sintaxis del título de este poema, en la que la preposición humaniza, a través de la pócima de la prosopopeya, el sentimiento al que se alude y que -debo insistir- nos elude con arte durante toda la lectura.

Toda interpretación de un poema es burda y poco añade a lo que este, en su infinita capacidad de transmitir, tiene. Lo dice quien ha “vivido” (también en el sentido más tosco) fungiendo de intermediario entre la poesía y quienes, como los que hoy nos encontramos acá congregados, vinimos a escuchar al poeta. Vale decir: a quienes estamos dispuestos a interpelarlo y corroborar en su verso, al que pudimos (o, más bien, “quisimos”) ser.

Miguel Marcotrigiano L.
Librería Kalathos, Caracas,
Domingo 22 de enero de 2013.

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