Discurso de recepción del Premio Internacional de Poesía «Medalla Vicente Gerbasi» Otorgado por el Círculo de Escritores de Venezuela – 26 de noviembre de 2009
Apreciados hermanos en la más desnuda fe poética; amigos venezolanos reunidos en Caracas para estar en convivencia con la Palabra multívoca, sea mía o la de cualquier otro oficiante más lúcido que la procrea hasta hacerla idioma y ruta y factoría para los que vendrán desde el porvenir; escritores todos llegados esta tarde de noviembre hasta la Sala Cabrujas del Centro de Cultura Chacao: Decir GRACIAS, y terminar, sería lo adecuado.
Pero muchos son los que no me conocen y me debo a vosotros y al Círculo de Escritores de Venezuela. Por ello les diré otras palabras; sepan que ahora mismo vuestra respiración me silba y me hace entonar pequeñas sinfonías. Debe ser porque creo en el Espíritu errante que sabe regar sus canciones para el día más largo; debe ser porque a veces no entiendo el sentido de nuestros pasos, pero sí percibo los cuatro puntos cardinales de la ternura, del afecto, de la elemental Poesía que no deja de mirarme con su ancestral corazón.
Ya no conozco la prisa de los calendarios. Pero antes tampoco quise sobresalir como lanzador de cerbatanas. He ido cambiando el ruido por el silencio, el vértigo por la sacralizad: ningún bostezo demás, ningún fasto inequívocamente grotesco. Prefiero la emoción; prefiero la divinidad que hunde sus raíces en el misterio; prefiero la tradición que me hace posmoderno.
A mí que me hieran los símbolos y el imaginario; a mí que me sumerjan en el río del Eros que nunca se agota. Soy Bíblico y sé que el Eros tiene conexión con lo Sagrado. Soy lector de sus grandes poetas a los que muchos llaman profetas, y con plena razón. Por ahí, en mi memoria, están los versos de David, Salomón, Isaías, Jeremías, Amós, Miqueas o Eclesiastés, el preferido de la poeta polaca Wislawa Szymborska, premio Nobel 1996. Les adelanto que estoy pergeñando un nuevo libro que trata de esto, del erotismo redentor. Se titula «Gacela mía» y pretende ser una feliz ofrenda a mi esposa Jacqueline. El poemario tiene como epígrafe los versos de algún grande poeta anónimo con unos tres mil años de juventud. Está en la Biblia, en el Libro de los Proverbios, y dice:
¡Goza con la esposa de tu juventud!
Es una gacela amorosa,
es una cervatilla encantadora.
¡Que sus pechos te satisfagan siempre!
¡Que su amor te cautive todo el tiempo!
Son versos eternos que sólo unos pocos logran acuñar en el horizonte del hombre, siglos al margen de cualquier moda intonsa.
Me han concedido un premio, una medalla que lleva el nombre de Vicente Gerbasi. Éste ser de Canoabo forma parte de la elite universal: «Venimos de la noche hacia la noche vamos./ Atrás queda la tierra envuelta en sus vapores,/ donde vive el almendro, el niño y el leopardo». Maravilla de poeta este Gerbasi al que tanto leí, porque la inmigración está en mis células por mis abuelos expatriados de Asturias y del Ceará. España y Brasil, más algo de Perú y algo de Ecuador viven en mí. Gerbasi con su padre me hizo vivir poéticamente el periplo de mis ancestros. Quede anotado mi primer reconocimiento a lo que él reveló desde sus entrañas.
Atrás desnudé algo de mí, pero no atiendan sólo a esa parte de mi perfil, pues tampoco desvío los ojos ante el dolor humano, ante la sangre y los desgarramientos. Hay que dar voz al mudo, al tembloroso ser engrilletado por las injusticias. El poeta no debe esquivar el incendio; no debe rehuir abiertamente del lobo que conduce al filo del abismo; no debe apartar la visión de lo que la maldad ha deshojado…
Un amigo pronuncia mi escritura. Joaquim de Sousa Marta es un niño portugués al que conocí en algún barco humeando hacia América; Joaquín Marta Sosa es un poeta venezolano que ha tenido la deferencia de ocupar mi lugar. Cierto que no estoy, pero cierto que mi emoción es ingrávida y que está en la órbita de Caracas, planeando con mis hermanos venezolanos que pareciera que han muerto pero que yo los vivifico con mi buena memoria y con mi imaginación poética que, como ya anunció Huidobro, es hermana de la imaginación científica.
Yo estoy por ahí, con Carlos Contramaestre, Caupolicán Ovalles, José Barroeta, Eugenio Montejo y Adriano González León. Disculpen tantos amigos y hermanos venezolanos a quienes no nombro por estar vivos: los prefiero así en este día crecido de alegrías. Por eso sigo a Gerbasi, cuando escribe en su Diamante fúnebre:
No hablemos más de la muerte.
La vida está en las aves de la aurora.
Somos los solitarios, los amados
que seguirán el rumbo de los astros,
que volverán a amarse en algún bosque
cerca del fuego, donde cae la nieve.
Quede anotada mi segunda religación con el poeta de Canoabo: la perfección de la vida aupada en la esperanza.
Estoy con la sangre subiendo por los espacios cálidos. La selva es la infancia de Gerbasi: «Te amo, infancia, te amo/ porque aún me guardas un césped con cabras/ tardes con cielos de cometas/ y racimos de frutas en los pesados ramajes». O esos otros versos: «A mi infancia/ la despierta un relámpago… Entre Canoabo y Urama/ una selva lloraba en la lluvia…». También yo soy de la selva y por ello quede anotada mi tercera religación con el poeta. ¿Cómo no estar religado a un poeta que confiesa lo siguiente: «Mi alma se mueve lentamente verde/ en la lluvia de la selva/ que gira con las orquídeas pálidas».
Voy terminando, pero no puedo hacerlo sin dejar anotada mi religación definitiva: Dios. Vicente Gerbasi era un profundo creyente. Él confiaba en el Dios de los poetas. Así, en una entrevista, recalcó: «De todas maneras Dios nos protege. Dios protege a los estetas, por ser estetas precisamente, por ser creadores. La estética es una menera de estar con Dios. La estética es la belleza. Dios hizo las cosas con el criterio de la belleza y de la palabra. La estética no es menos que un árbol o que tocar un pez».
Así voy, anhelando siempre a Dios, portando su ausencia en mi pecho, como una realidad misteriosa, porque sólo el misterio busca compañía. Escritores venezolanos, amigos aquí presentes: Si alguien, años después, les pregunta si en verdad estuve con vosotros este día tan significativo para mí, debéis decir lo correcto: «Había un enjambre sobre un vasto panal de miel. Por ello no alcancé a percibirlo, pero sus palabras llegaron a mi corazón y aquí las tengo todavía».
Eso que ocurre en el fondo de uno mismo es parte de la bandera que enarbolamos los poetas. Y además hacemos el trasiego de lo colectivo a nuestra intimidad. Quiero terminar con un poema inédito, para mostrar mi diáfana gratitud hacia los miembros del Círculo de Escritores de Venezuela, representados por Carmen Cristina Wolf. Está dedicado a una de las más notables poetas de nuestra lengua, la uruguaya Circe Maia, quien vive en Tacuarembó:
LO MÁS OSCURO
Lo más oscuro
es el ojo blanco
del ciego
y la miseria
que se abre paso
entre la gente
que a diario escucho
por el asfalto.
Oscuro el corazón
si se disfraza
de piedra
o el regocijo
si el pan no ilumina
otras mesas.
Y oscuro
jugar a la vida
descolgados
de la rama del amor.
Gracias, gracias, gracias. Heme aquí en Salamanca; heme allí entre vosotros.
Alfredo Pérez Alencart
Alfredo Pérez Alencart nació en Puerto Maldonado, Perú (1962). Poeta y ensayista peruano-español. Desde 1987 es profesor titular de Derecho del Trabajo de la Universidad de Salamanca. En 2005 fue elegido miembro de la Academia Castellana y Leonesa de la Poesía. También es director del Centro de Estudios Ibéricos y Americanos de Salamanca (CEIAS), de la Sociedad de Estudios Literarios y Humanísticos «Alfonso Ortega Carmona» (SELIH) y de la revista «El cielo de Salamanca». Entre 1992 y 1998 fue secretario de la Cátedra de Poética «Fray Luis de León» de la Universidad Pontificia de Salamanca.
Posteriormente, entre 1998 y 2005 fue coordinador de los Encuentros de Poetas Iberoamericanos que anualmente organizan la Fundación Salamanca Ciudad de Cultura, la Fundación Camino de la Lengua Castellana y el Ministerio de Cultura. Escribe en periódicos de España e Iberoamérica.
En poesía ha publicado La voluntad enhechizada (2001. Hay edición portuguesa aparecida en 2004), Madre selva (2002), Ofrendas al tercer hijo de Amparo Bidon (2003); el cuaderno Itinerario de los huéspedes (2005, con grabados de Miguel Elías). Cristo del alma (Ed. Verbum 2009). Su poesía ha sido traducida y publicada al alemán, inglés, italiano, portugués, árabe, serbio y coreano. Ahora lo está siendo al griego. Ha publicado la poesía completa de Gastón Baquero y antologías de la obra de Gonzalo Rojas (Chile), Alejandro Romualdo (Perú), José Hierro (España), Olga Orozco (Argentina), Jesús Hilario Tundidor (España), Reynaldo Valinho (Brasil), António Salvado (Portugal), Ramón Palomares (Venezuela), Francisco Brines (España) o Carlos Contramestre (Venezuela), por señalar algunos.
Estos escritos me conducen al éxtasis, me confunden en profunda satisfacción, y con una pizca de conciencia que me queda, alcanzo a alertar: !los dioses están entre nosotros!, cualquier prosa de humilde procedencia se viste de una gala de colores febriles en sus bocas, entronizando su vebo reberverante eterno, que despierta el alma, alerta a la psiquis que dormía.
!Despierten que los dioses están entre nosotros: se hacen llamar poetas!