CELEBRACIÓN DEL DÍA DEL ESCRITOR. POR GISELA CAPPELLIN

CELEBRACIÓN DÍA DEL ESCRITOR

Por Gisela Cappellin

La Academia Venezolana de la Lengua y el Círculo de Escritores de Venezuela me han
honrado con la invitación a pronunciar unas palabras en ocasión del Día del Escritor,
celebrado en nuestro país cada 29 de noviembre.
Al recibir la invitación, acudió a mi memoria una frase de Julio Garmendia: “No tengo
suficiente filosofía para remontarme a las especulaciones del pensamiento”. Entonces,
otras palabras comenzaron a agolparse: obligación, compromiso, rubor, sonrojo… hasta
que una se instaló con fuerza conmovedora: tinta. Comprendí que ella, como la sangre, es
común a todos los escritores.
Otra palabra, celebración, me condujo a conmemoración, recuerdo, evocación,
veneración. Hoy es propicio evocar a los escritores venezolanos cuyos nombres han
trascendido fronteras y cuyo legado permanece en sus obras. Mencionaré solo algunos:
José Rafael Pocaterra, Andrés Eloy Blanco, Rómulo Gallegos, Teresa de la Parra, Adriano
González León, Salvador Garmendia, Hanni Ossott, Aquiles Nazoa, Ida Gramcko, Arturo
Uslar Pietri, Eugenio Montejo, Julio Garmendia, Elizabeth Schön, Armando Rojas Guardia,
José Antonio Ramos Sucre, Vicente Gerbasi, Luz Machado… y, por supuesto, Andrés Bello,
cuya fecha de nacimiento fue escogida para conmemorar en Venezuela el Día del Escritor.
Andrés de Jesús, María y José Bello López fue filósofo, jurista, político y poeta, nacido en
Caracas. Emigrante expatriado, adquirió la nacionalidad chilena y en esa tierra reposan sus
restos. Y cómo no recordar también a tantos escritores venezolanos que hoy viven fuera
del país. Confío en que pronto nuestra tierra vuelva a ofrecer las condiciones necesarias
para que haya oportunidades, festivales, ferias, encuentros, abrazos, y que todos los
escritores venezolanos, como la familia que somos, podamos reunirnos aquí, en nuestra
casa. Los jóvenes merecen un tiempo no de cierre de librerías, sino de apertura de
espacios para las letras.
El afán de comunicar nos acompaña desde los jeroglíficos en piedra, pasando por el
primer alfabeto, el papel, la imprenta, el telégrafo, hasta la máquina de escribir. Ya en el
siglo XX, los ordenadores y procesadores de texto aceleraron la difusión de la palabra
escrita. Con la llegada de la web, el conocimiento se globalizó y las redes sociales se convirtieron en un medio dominante, aunque muchas veces sustituyen palabras por
imágenes y abreviaturas. Surge así un nuevo orden de la palabra escrita, donde espacio y
tiempo se reconfiguran: palabras, imágenes y sonidos conviven en un mismo contenido,
con mayor velocidad y menor costo. La lectura adquiere una nueva dimensión: la
hipertextualidad, dinámica e inestable. Este espacio híbrido ha transformado la
percepción de los consumidores culturales y ha dado lugar a los hyperlectores, un nuevo
público. En inglés incluso se acuña el término reater (to read + to write), porque en el
mundo digital leer y escribir se entrecruzan.
Sin embargo, quienes nos llamamos escritores seguimos siendo un grupo capaz de
reflexionar, razonar e interpretar desde el lenguaje. La escritura es la mejor manera de
materializar y transmitir ideas, plasmándolas en obras literarias. Lo expresó con sencillez
Rómulo Gallegos: “Literatura, el arte de la palabra”.
En toda celebración surgen los buenos deseos. A los escritores venezolanos les auguro
descubrir la esencia de lo que cada uno es y que esa verdad habite con sabiduría en su
interior. Les deseo tiempo para lecturas de calidad y horas de sosiego para disfrutar de sus
mejores ideas. Que sus opiniones sean escuchadas, comentadas y recomendadas.
Y aflora entonces la palabra felicitación, manifestación de alegría y complacencia. En uno
de mis libros menciono a Shiraz, la lejana ciudad que alguna vez fue capital de Irán, donde
la lengua se recuerda en las tumbas de sus poetas más amados. En Venezuela podemos
festejar en vida los logros de nuestros escritores. Las distinciones internacionales se
celebran como conmemoraciones de la patria: banderas que se alzan en fotografías y
elogios que se publican sobre nuestras obras. Así ocurrió con Yolanda Pantin al recibir el
Premio García Lorca y, más recientemente, con Rafael Cadenas al ser distinguido con el
Premio Miguel de Cervantes, máximo galardón de las letras en español. Con orgullo
podemos decir que en 2022 Venezuela alcanzó ese reconocimiento supremo y en 2025,
las letras venezolanas han vuelto a brillar en el ámbito internacional. Las poetas Carmen
Verde Arocha, distinguida con el Premio Antonio Bouza en Burgos, y Verónica Jaffé,
galardonada con el Premio Casa de América de Poesía Latinoamericana, han sido reconoci-das por la fuerza y sensibilidad de su obra, reafirmando el lugar de la poesía
venezolana en el panorama literario mundial.
Todo esto convierte al Día del Escritor en Venezuela en una verdadera fiesta. Celebremos
con júbilo la certeza de que, pese a cualquier circunstancia, la palabra escrita venezolana
persistirá iluminando el trayecto de nuestra tradición literaria. Como enseña el maestro
Rafael Cadenas: “Que cada palabra lleve lo que dice. Que sea como el temblor que la
sostiene. Que se mantenga como un latido”.

 

Gisela Cappellin (Caracas, 1959). Educadora, poeta, narradora y editora. Cursó estudios de Educación en la Universidad Metropolitana y de Comunicación Social en la Universidad Católica Andrés Bello. Se ha dedicado profesionalmente a la Educación Pre-escolar.  En 1983 funda el Centro Infantil Vizcaya, institución educativa que desde entonces dirige. Ha publicado: Roraima: cuaderno de viaje (2005); en Poesía: Sicalipsis (2007), Poemitas. Palabras de estimulación sensorial (2016). En narrativa: La cena (2009), Primavera en Berlín (2010),  Espacios privados (2013), Lunas compartidas (2021).  En su sello editorial Gisela Cappellin Ediciones  ha publicado a importantes autores venezolanos como la reconocida poeta y editora Carmen Verde Arocha con su libro de poesía Canción gótica (2018), al productor musical, cronista escénico y libretista Federico Pacanins con sus  Haikus caraqueños (2019)y a la poeta María Dolores Ara y la diseñadora gráfica Elena Terife con  un libro titulado Recetas infalibles para sufrir con propiedad (2020).

 

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ESCRIBIR DESDE EL SÍMBOLO Y EL MISTERIO. POR JERÓNIMO ALAYÓN

Escribir desde el símbolo y el misterio

Jerónimo Alayón

Si las puertas de la percepción se purificaran,

todo se le aparecería al hombre tal como es, infinito.

William Blake

El símbolo y el misterio no son adornos del lenguaje, sino su fundamento más profundo. El símbolo es puente entre una realidad explícita y otra oculta. El misterio, por su parte, es el sentido que no se agota en sí mismo, lo que se revela velándose. Escribir desde el símbolo y el misterio implica aceptar que la palabra no es dueña del mundo, sino huésped de lo infinito. El escritor que busca lo trascendente sabe que la realidad no se agota en lo visible. Sabe —como sospechaba Heráclito— que la naturaleza ama ocultarse, y que en ese ocultamiento está la sede de la belleza absoluta.

El acto de escribir se convierte así en una arqueología del espíritu. No se trata de decir lo que se sabe, sino de merodear lo que se ignora hasta que el lenguaje —fatigado de sus propios límites— se quiebra y deja pasar una luz que no le pertenece, la luz del misterio. El símbolo es el prisma que permite intuir esa luz sin quedar ciego.

Quisiera hacer un paréntesis para recordar que el origen etimológico de la palabra símbolo se remonta al griego ???????? (symbolon, ‘señal de reconocimiento’). En la antigüedad clásica griega, un symbolon era un objeto que se partía en dos, de modo que cada una de dos personas guardaba una parte con el fin de encajarlas a futuro como señal de reconocimiento mutuo o de un acuerdo. Por tanto, en cada symbolon habita una esperanza de completarse como signo.

Este, sin duda, es el sentido de toda escritura forjada como y desde el símbolo: el intento de reunir lo que ha sido escindido, el anhelo de zurcir por medio de la palabra el hiato ontológico y metafísico. Sin importar si ha sido mítica o existencial, tras la caída cada hombre se siente ciudadano de la escisión, y el lenguaje cotidiano de la tribu solo consigue profundizar aun más la grieta que separa al sujeto del mundo, lo finito de lo infinito, la psique del cosmos.

Solo el símbolo literario es capaz de salvar el abismo. Más que un puente es el pontifex, el artífice de puentes. El símbolo no solo indica, sino que participa de aquello que significa y deviene en encarnación abriendo la dimensión ontológica de un misterio que preserva. Cuando Rilke invoca al ángel, no está haciendo uso de una simple figura retórica para ornamentar el poema, sino que está convocando el misterio. El símbolo literario es la parte visible de una realidad invisible que reclama completitud.

Cuando el autor escribe desde esta consciencia no busca ser original, sino originario… busca descender a la región del ser donde el symbolon puede ser recompuesto. Escribir simbólicamente es aspirar a que cada objeto del mundo, cada gesto humano, cada caída de hoja y cada ascenso desde el Hades sea la mitad de un mensaje cuyo remitente es el misterio. El texto se convierte así en el topos donde lo finito y lo infinito se tocan, siquiera sea por un instante, antes de que la razón ilustrada vuelva a imponer sus fronteras.

En un mundo empobrecido por la transparencia del dato, el símbolo insurge con su opacidad fecunda, con una densidad ontológica que reta a la razón e invita a pensar. En el seno de su noche aguarda por nosotros la hija de la luz. Cada símbolo es el umbral a lo absoluto que no puede ser reducido ni al cálculo ni a la definición.

El misterio es la patria del símbolo. Poco sabemos ya del misterio en una era desencantada y escéptica como la que vivimos… El misterio es lo numinoso, aquello que —por su naturaleza y excediendo los límites del entendimiento humano— se nos ofrece a la intuición como alimento del espíritu. Si el símbolo es el hacedor de puentes, el misterio es el abismo insondable sobre el que pretende cruzar el símbolo. El misterio no es lo ignoto cognoscible, sino aquello que jamás será domesticado por la razón. Es la sombra que hace posible la revelación de la luz.

Escribir desde el misterio es escribir desde la conciencia del límite y de cierta insuficiencia del lenguaje. Cuando la palabra se enfrenta al misterio, acaba bordeando el abismo de lo imposible y, paradójicamente, termina diciendo mucho más de lo dicho. No hay rivalidad entre el misterio y el sentido profundo de las palabras, sino completitud, symbolon. Sin misterio, el lenguaje deviene en simple técnica, un instrumento superficial para rasguñar el alma del mundo, pero sin dejar, a fin de cuentas, nada escrito en ella.

Escribir desde el misterio también es aceptar cierta condición de orfandad ante su majestad. Es saberse ante la zarza ardiente sin pretender apagarla con sesudas disquisiciones de la razón ilustrada. Buena parte de la literatura contemporánea está obsesionada con la transparencia, y los lectores demandan textos que no opongan resistencia a ser consumidos con facilidad, textos fáciles de entender. La belleza difícil y plena, sin embargo, esa a la que aspiraba Hölderlin en el Hiperión, esa que «abre el cielo de la perfección ante el amor anhelante», siempre es terrible al comienzo porque nos desinstala de la comodidad.

Quien escribe desde el misterio es inefablemente guardián de la sombra que protege lo arcano. Su palabra densa enfrenta el vértigo de nombrar lo esencial, y a cada paso teme la banalidad. Sabe, en el fondo, que trata con entidades sin cuerpo: las ideas. En este sentido, el símbolo rima con la realidad intangible, es el rayo sublime que hiende la oscuridad y por un instante revela el lugar exacto de cada cosa oculta en el mundo. Cada símbolo nos inicia en un misterio.

Escribir desde el símbolo y el misterio es, en definitiva, un combate con el ángel que —como a Jacob— nos dejará heridos, bendecidos y renombrados. Esa herida es el estilo. El estilo de quien escribe desde el misterio y el símbolo no es una pose ni una superficial elección estética: es la cicatriz de su encuentro con lo inefable.

Por ello escribir es morir indeclinablemente. Escribir así cuesta la vida. No hay modo de transitar incólume la senda del símbolo hacia el misterio. Escribir así supone una contemplación tan intensa del mundo que los objetos comienzan a desatar sus límites y a liberar su alma, que el lenguaje se descoyunta con tal potencia que vierte su sangre antigua y se hace sensible al lenguaje de las cosas mudas y… sin embargo, siempre nos parecerá insuficiente el lenguaje para girarnos al mundo y señalar, en medio de la luz más alta, la palabra, la única, justo aquella que aún no ha sido soñada por ninguna pluma y que escapa a toda posibilidad se ser aprehendida por la razón.

Jerónimo Alayón es Lingüista y Filólogo. Profesor e investigador de la Unidad Docente de Lengua Española, adscrito desde 1994 al Departamento de Enseñanzas Generales de la  Universidad Central de Venezuela. Miembro del Círculo de Escritores de Venezuela.

@circuloescritoresvenezuela en Instagram

#circuloescritoresvenezuela

 

Editora: Carmen Cristina Wolf

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JOSÉ TOMÁS ANGOLA: ESCRIBIR PARA NO MORIR

José Tomás Angola

ESCRIBIR PARA NO MORIR

A propósito del Día del Escritor en Venezuela, 29 de noviembre.

Por José Tomás Angola Heredia

 

El Día del Escritor en Venezuela fue instituido en 1969 por el entonces Presidente de la República, Dr. Rafael Caldera. La razón era por demás evidente. Ese día, en 1781, había nacido en Caracas la más grande figura de la gramática y la lingüística hispana, don Andrés Bello. Caldera, un bellista apasionado, había contribuido por décadas a restablecer la figura de don Andrés entre los venezolanos. Aun cuando en España y Chile su obra era ampliamente estudiada, en Venezuela, desde el alborear del siglo XX, su nombre había sido postergado. El Dr. Caldera, siendo un joven de 19 años, obtuvo la primera edición del Premio Andrés Bello que otorga la Academia Venezolana de la Lengua. En ese primer certamen de 1935, su libro sobre Bello fue recibido con gran alborozo e impulsó nuevo interés por la figura de don Andrés. Publicado en 1946, pasó a formar parte del canon de estudios sobre el caraqueño universal.

Rafael Caldera, intelectual por méritos propios, se volvió una suerte de abanderado de la obra de Bello. A su lado, con enorme devoción y compromiso, también figuraría el admirado Pedro Grases que contribuyó con textos de relevante significación para los estudios bellistas. Tomaría el testigo otro gran erudito, don Oscar Sambrano Urdaneta. Los tres serían Individuos de Número de la Academia Venezolana de la Lengua.

Una de las mayores cruzadas que los seres humanos hemos entablado a lo largo de milenios de existencia, es la batalla contra la muerte. Esa sombra indevelable que se cierne en el anochecer de nuestras vidas.

En la prehistoria, cuando aún el trazo pictórico en las cavernas no representaba letras o fonemas sino figuras y dibujos, aún entonces ya se sentía esa pulsión por trascender, por dejar una huella que superara el habitar terrenal. No podíamos ser simplemente olvido, debíamos comunicar nuestra experiencia vital, lo que habíamos visto, olido y oído. Pero sobre todo, lo que habíamos pensado y nos había emocionado.

Sería en la Mesopotamia antigua, en la civilización sumeria, donde la primera forma de escritura perpetuaría la forma hablada. La oralidad, difusa en cuanto tiene la permanencia de los mismos hablantes, se volvía representación incrustada en lo que entrañaba eternidad: la piedra.

Habla y escritura comportan sujeto y reflejo de un mismo espejo. No son lo mismo, pero en la esencialidad sí lo son. Una debe sonar y comprenderse en la boca, la otra debe verse y entenderse en los ojos.

Escribimos para no morir, para enviar un mensaje allende de nuestros calendarios, para exorcizar el miedo a esa noche llamada muerte, para reír nuestras alegrías y llorar nuestras tristezas. Para renacer cientos de años después de nuestra partida en los ojos de algún otro que jamás nos vio pero nos reconocerá. Que reirá nuestras risas sin saber quiénes fuimos, que llorará nuestras lágrimas sin conocer lo que vivimos.

Escribimos como sortilegio a la maldición última del adiós. Visto así, escribimos entonces para vivir, para ser, para existir eternamente.

Reciban todos los escritores venezolanos, este 29 de noviembre de 2025, una salutación y un reconocimiento por esa labor absolutamente individual pero indeclinablemente colectiva de vencer la noche de nuestros días.

 

José Tomás Angola Heredia (Caracas, 7 de septiembre de 1967) es  escritor, dramaturgo, poeta, narrador, director y actor teatral venezolano. Individuo de Número de la Academia Venezolana de la Lengua. Miembro del Círculo de Escritores de Venezuela. 

Foto: Prodavinci

Editora: Carmen Cristina Wolf   @carmencristinawolf

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CARMEN CRISTINA WOLF. SELECCIÓN DE POEMAS

“Donde no cuenta el tiempo”, de Carmen Cristina Wolf

Con motivo de la celebración del Día del Escritor, publicamos una selección fr poemas de la venezolana Carmen Cristina Wolf. De sus libros Donde no cuenta el tiempo (Ed. Bernavil 2023) y Escribe un poema para mí (2000)

 1

 RENACER EN PRIMAVERA

                        A Odiseo Elitys

Dejar atrás la tristeza

olvidar la soledad

vivir el tiempo de los días felices

 

Renacer

como fresca primavera

en el pecho

2

SILENCIO Y HOJA EN BLANCO

Pensar de nuevo el mundo

tomarlo por alguno de sus hilos

escribir en constancia del asalto  de dudas

a manera de legado.

 

Algunos días acostumbro

acariciar los prados y dejarme cortejar por la brisa

y las interminables filas de palmeras

mientras miles de pies dejaban huella

en las caminerías de la playa.

En la habitación frente a la mesa

la mecedora cruje

soporta mi peso y las ausencias

hoja en blanco y silencio me acompañan.

Las horas se deslizan sin ruido

 

el poema halló su lugar en el cuaderno.

Algunos días llevo el golpe de la calle

 

ya no escribo como antes

los verbos peso, los mido y aquilato

en la Tierra la libertad está asediada.

Bajo mis pies la espuma dibuja frías panteras

se enrosca en mis tobillos como una serpiente de plata

Cuánto duele la piel de la palabra

                desnuda ante la piedra      

                antiguos cantos  surgen en el fondo de mis sienes.

           

Es tarde y en el fondo de la noche

las manos no abandonan la costumbre de amar

reclinan la fatiga en el silencio, despliegan cobertores

sirven vasos de leche y acompañan las últimas historias.

El Ángel las conduce al libro de los cuentos

así cumplen su ciclo eterno de palabras.

3

AIRES DE LIBERTAD

Te pierdes tras los edificios

me quedaré con tu espuma y tus formas

los  pies se quedan anclados en el polvo

 

tú vuelas más allá de las copas de los árboles

hasta que cae la lluvia en algún prado

 

El aire es libre, más aun que las nubes

 

El hombre permanece asido a sus apegos

sembrado en algún punto de la tierra

va pegado a su sombra

a veces el alma escapa de su cárcel de huesos

 

Solo es libre su esencia

4

HE VISTO TANTO

A Jaroslav Seifert

 

Me enamoro de las palabras

por eso olvido los hechos

cuánto quisiera decir

y aunque estoy atenta

enmudezco de pronto…

 

Leo tu canción de amor

y me enseña que oyes

lo que es silencio para los otros…

miras los pies descalzos

pisan la hierba y tú ves

lo que los otros no atisban

ciegos de tanta mente inútil

Ves amor

donde otros no sienten más que indiferencia

 

5

EN EL EXILIO

Oscura incertidumbre, frío punzante

país ajeno bajo un cielo prestado

se respiraba apenas

un aire de papel amarillento

de libros en desorden

 

Esperaba algún murmullo de palabras

un saludo en la sombra

 

La radio… sí,   la radio

salvación en las horas insomnes de ceniza

Escuchas Candilejas…

“Eres luz de abril, yo tarde gris”

 

O la voz cálida de Elena Rose

“Un cielito azul me lo merezco”…

 

Buscó la vieja gorra, la chaqueta,  el paraguas

Hoy no…  hoy no…   hoy no…

La muerte no le encontraría

sobre un sillón desvencijado, triste

como un muñeco roto en un rincón

Con su traje deslucido

asaltó la avenida

la infamia no le ganaría el juego

 

Poemas 1 al 5 pertenecen a “Donde no cuenta el tiempo”

6

Cuando el mar se recoge en su concha de arena

escucho el vuelo ausente del ruiseñor

pasos lejanos anuncian  tu llegada

El sol abriga un lejano roce de lluvia

De la piel quisiéramos ser solo lo estrujado

esa marea circundante

nos conduce a un prado de rocío

en alocadas naves

 

Se aproxima el esplendor

tan igual a sí mismo y siempre diferente

Y celebra la vida

en clave de sol

7

Mi hogar es el poema

Casa ardiente de palabras

aun sin pronunciar.

8    

EL POEMA

es una barca anclada a una promesa

 

Hoy construimos ciudades de palabras

y las calles, los puentes y los ríos

traen un sello lacrado

en el color de tu voz

9

NO ES IMPOSIBLE LIBERAR EL VERBO

desatar los nudos de la costumbre

y concederle un horizonte de poema

Amándose

con la voluptuosidad de la sintaxis

se abrazarán sonidos y sentidos

Seremos cuerpo y sangre en palabras

 

Los poemas 6 al 10 pertenecen al libro “Escribe un poema para mí”

 

©Carmen Cristina Wolf

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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LIDIA SALAS: ENCUENTROS INOLVIDABLES CON ESCRITORES

ENCUENTROS INOLVIDABLES CON ESCRITORES
Por Lidia Salas
      La pasión de la lectura me viene desde muy temprano, mi madre me enseñó a leer cuando tenía 5 años y el primer libro que repasaba cada día, por cierto en voz alta, era la Historia Sagrada.
    Deseo compartir en este texto, la devoción que me produjo la lectura de  algunas páginas, por quienes las habían escrito.
   La primera vez que degusté los poemas de Constantino Cavafis, sentí la necesidad vital de sentarme con él en una taberna del puerto, para hablarle de mis viajes, de las causas de mi exilio voluntario.
Pero entre los dos, existía una separación irremediable de tiempo  y de distancia, entonces lloré, lloré de impotencia y de tristeza, por la imposibilidad de comunicarme con el ser, que creía, hubiera vislumbrado mi alma  a través de las palabras.
En silencio, resonaron sus versos, mientras las lágrimas fluían de los ojos.
   Dices:
» Iré a otra tierra, hacía otro
mar
y una ciudad mejor  con certeza
hallaré.
Pues cada esfuerzo mío està aquí
condenado,
y muere mi corazón
lo mismo que mis pensamientos
en esta desolada languidez.
….
No hallarás otra tierra, ni otro mar.
La ciudad irá en tí siempre. Volverás
a las mismas calles. Y en los mismos suburbios llegará tu vejez;
en la misma casa encanecerás
pues la ciudad es siempre la misma.
Otra no busques. No hay…»
    Afortunadamente, pude conocer y conversar muchas veces con otro de mis poetas amados: Eugenio Montejo. Recordarlo es meditar sobre el habla de los árboles, en el grito de los pájaros al atardecer, en Manoa, ese lugar que buscamos más allá del Orinoco y de los tepuyes.
    Alguna vez, en una madrugada cuando salíamos de un bar de Sabana grande, nos topamos con ese  gran  narrador venezolano: Eduardo Liendo, quien entre otras cosas, compartió con nosotros, una anécdota de Montejo. Dijo que se lo había encontrado una mañana muy preocupado, con algo que sus dedos sostenían con cuidado, era un pichón que él había recogido en la acera, y juntos fueron a buscar una fuente para que el ave bebiera agua y sanara.
     Esa era la Caracas que perdimos, en los crueles aconteceres de los últimos 25 años.
       Montejo  fue mi inolvidable profesor de las cátedras: Poesía I – II cuando cursé la maestría de literatura en el postgrado de la Universidad Central de Venezuela. Sus clases eran un acontecimiento intelectual y emocional, al finalizar, compartíamos un café, su lenguaje era siempre terso y profundo, yo lo llevaba después en mi carro,  hasta su casa.
    Estos son sus versos:
    «La poesía cruza la tierra sola.
apoya su voz en el dolor del mundo
y nada pide.
_Ni siquiera palabras
          Llega de lejos y sin hora, nunca avisa;
tiene la llave de la puerta.
Al entrar siempre se detiene a mirarnos.
Después abre su mano y nos entrega
una flor o un guijarro, algo secreto,
pero intenso que el corazón palpita
demasiado veloz. Y despertamos.»
     Eugenio Montejo fue un poeta universal, con un discurso que cae   sobre las aristas del corazón, y lo estremece, porque nos recuerda la humanidad que nos sostiene, en un planeta azul que gira y gira.
   Hernán Vargas Carreño, un poeta colombiano que soñaba con reunir toda la poesía de Montejo, en una antología bilingüe español portugués, me dijo, que éste era un poeta con una obra digna de un premio Nóbel.
    Sigamos hablando de los escritores amados, conocí a Antonio Skarmeta, el autor  de Ardiente paciencia, la novela que fue llevada al cine, sobre   Il postino,  que le llevaba las cartas a Neruda durante su exilio en Italia.
Andaba con mi amiga entrañable, Marisol Marrero, quien no sé si por accidente o decisión propia, trastabilló y cayó en brazos del novelista, mientras él reía de una manera jocosa.
      Debo confesar que nunca he conocido a alguien con una personalidad tan cálida y tan arrolladora como la del novelista, dramaturgo, guionista de cine y televisión chileno, fallecido el año pasado.
   Nos contó de su cercana amistad con Neruda, lo que le permitía la confianza, de llevar a las chicas que él deseaba seducir, a visitar al bardo ya retirado, en su casa de Isla Negra.
   En 1993 cuando Fernando Vallejo ganó el premio Rómulo Gallegos con su libro El desbarrancadero, fui a almorzar con la ya mencionada amiga Marisol Marrero, a un restaurante de Los Palos Grandes. El portero que nos conocía, nos dijo si queríamos acompañar al novelista laureado, quien estaba muy solo en una mesa.
Debo confesar que no había leído los libros de este autor colombiano residente en México, pero su físico muy delicado y su tímida personalidad no concordaban con las desafiantes propuestas de su narrativa.
   Otra experiencia amable fue mi encuentro con Isabel Allende.
La lectura de su primer libro: La casa de los espíritus fue impactante, por eso asistí en 1984 a la firma de su segunda novela escrita en Caracas, donde ella vivía en esa época: De amor y de sombras.
      Llegué a la librería Lectura del Centro Comercial Chacaíto muy puntual, ella era joven y atractiva, llevaba un chaleco rosado que no he olvidado.
Había muy poca gente,  lo que me dio la oportunidad  de sentarme y conversar animadamente sobre su primera novela.
Desde entonces, se convirtió en una de mis escritoras favoritas.
      Debo confesar que la conmoción que la lectura de algunas páginas me produce,  a veces,  se transforma en fascinación, casi en un culto sagrado, lo que me impide  aprovechar la cercanía con los escritores admirados, como  hace la mayoría de las personas.
    Creo que eso me pasó con  Gabriel García Márquez, cuyo hermano Gustavo, mi vecino y el mejor amigo de mi marido, nos invitaba casi todos los diciembres a la casa de su madre en Cartagena de Indias.
Allí conocí a casi todos los García Márquez, quienes llamaban «rincón guapo» a la cocina inmensa, donde se reunían para desayunar,.
Sus conversaciones eran tan delirantes, como los cuentos del Nobel.
Entre ellos, hice una amistad especial con el menor: Eligio Gabriel, quien también era escritor y falleció tempranamente.
    Al Gabo lo conocí en Caracas. Compartimos en más de tres ocasiones.
Cuando Gustavo se lo presentó a mi marido le dijo: Este es Ballestas,  mi hermano, entonces  él respondió:  «Si es tu hermano, me toca aceptarlo también como mío», lo abrazó con  una sonora carcajada.
     Desde entonces tomó la costumbre de enviar sus cuentos inéditos, vía fax. Al llegar en la mañana a la oficina, el rollo de papel extendido por el suelo, nos indicaba un nuevo mensaje del patriarca del realismo mágico.
   La segunda vez vino a Venezuela, con Jaime, el hermano que dirigía el Instituto del nuevo periodismo en la ciudad heróica, a quien invitamos a almorzar. Creímos que  el Nóbel, por tener   una agenda repleta, le sería imposible asistir.
Nos sorprendió que cuando Jaime le comunicó que los Ballestas lo habían invitado a un restaurante italiano, este le dijo que era una oportunidad para llevar a la amiga que había traído: Susana Cato, una cineasta mexicana.  La única condición que pidió fue que no asistiera ningún periodista.
Años después supimos que había tenido una hija con ella, llamada Indira Cato, brillante periodista mexicana.
   Esa tarde inolvidable, Gabito no habló de literatura. Casi con voz profética, describió en un futuro que él no vería, la destrucción de la cultura occidental por los nuevos bárbaros, los seguidores del Islam.
   Pidió como plato principal, pennes  a los cuatro quesos, y nos dió, entre whiskys y vinos, una clase de como comerlos, tal como lo hacen los nobles romanos.
    El siguiente encuentro ocurrió cuando el Gabo sufrió un aparatoso accidente, cuando iba  de salida del país, al aéreo puerto Maiquetía.
     Gustavo vivía entonces, en la urbanización: Los Corales, cerca del mar. Esta vez, fui con un médico amigo que quería conocerlo. Napoleón Ascanio  tocaba la guitarra magistralmente,  y cantaba baladas italianas y rusas.
Fue una velada inolvidable.
Me permití, esta vez, preguntarle sobre algunos personajes de Los cuentos peregrinos,
en forma empática, GGM compartió eventos vividos, los cuales habían inspirado algunos de esos relatos.
     Doy gracias, porque por largos años pude intercambiar cartas con escritores famosos, pero, la oportunidad que agradezco infinitamente, es haber compartido largas conversaciones, fiestas inolvidables, con amigos escritores como: Luis Beltrán Mago, José Tomás Angola, Edgard Vidaurre, Carmen Cristina Wolf, Nora Carbonell, Magaly Salazar, Belkis Arredondo,  Marisol Marrero, Anabelle Aguilar, y tantos otros que saben que están en mi corazón y cuya lista sería  interminable.
   Hago mía la canción de Violeta Parra: Gracias a la vida que me ha dado tanto.
Lidia Salas
Noviembre del 2025
Lidia Salas. Poeta y ensayista. Nació en Barranquilla, ha vivido en Caracas durante muchos años. Licenciada en Filología, con maestría en Literatura Venezolans en la UCV. Ha recibido numerosos premios y reconocimientos por su obra. Algunos de sus libros: Venturosa, Luna de Tarot, Ciudad deAzul y Vientos, Sedas de Otoño, Itinerario fugaz. Recientemente publicó La Palabra, Siete secretos de su energía creadora.
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EL ESCRITOR Y EL ALGORITMO, POR TIBISAY VARGAS ROJAS

Tibisay Vargas Rojas

Como el mes de noviembre lo hemos dedicado al día del escritor y a la escritura, nos complace publicar el ensayo de Tibisay Vargas Rojas, sobre un tema de actualidad cuyo enfoque no puede menos que preocupar y llamarnos a la más profunda reflexión.

EL ESCRITOR Y EL ALGORITMO

Tibisay Vargas Rojas

“Declinaba el verano, y comprendí que el libro era monstruoso. De nada me
sirvió considerar que no menos monstruoso era yo, que lo percibía con ojos y lo
palpaba con diez dedos con uñas.” Así reza un párrafo del inquietante y magistral
cuento de Jorge Luis Borges, El libro de arena. Las veces en que lo he leído
nunca ha dejado de estremecer mi decisión de ser escritora, y de eso hace
muchas décadas ya.
A estas alturas confieso que no he estado conforme cuando denomino este
hacer. Le he llamado oficio, trabajo, arte… Ninguno me resuena, y tal vez llamarlo
“amor”, o “vida”, a pesar de la sensible contundencia de ambos términos, se me
antojan de un edulcorado acento pedante.
Escribir… eso, indiscutiblemente, es una altísima responsabilidad: otros
ojos, otros oídos, otro espíritu, lo recibirán, y no hay mayor compromiso que tocar
inopinadamente el alma ajena, porque el lector es la criatura más frágil cuando
aborda un libro. Es mi experiencia. ¿Por qué accedemos al escrito ajeno?, ¿por
qué esa necesidad de lo desconocido?, naturaleza humana, se diría, pero mayor
osadía es vaciar el espíritu propio en un papel que probablemente nos sobrevivirá
un tiempo inconmensurable.
Allí está aún el “papel” trocado en arcilla que hace siglos dejó constancia en
escritura cuneiforme de la vida de un suprahumano vulnerable ante la muerte.
¿Cómo sabríamos del dolor y la incertidumbre de Gilgamesh por la muerte de su
amado Enkidu, si el autor o copista no lo hubiese hecho palabra escrita?
Así también perdura hasta nuestros días el Himno a Nikkal, diosa de los
sueños, datado mil cuatrocientos años antes de Cristo y escrito también en tablilla
de arcilla desenterrada en Siria, otrora la antigua ciudad de Ugarit, y el Epitafio de

Sícilo, un poema con letra y música escritos en griego encontrado al sur de
Turquía y datado siglo I d.C., inscrito en una lápida de mármol que según dedica
un tal Sícilo a su esposa fallecida… La arcilla y la roca permitieron que esos
incunables textos llegaran intactos a nuestros días, pero aún más asombra la
perdurabilidad de otros soportes como el papiro, la palmera y el pergamino, cuya
fragilidad cede a los siglos, y sin embargo obras como el egipcio Libro de la salida
del día, conocido como el Libro de los muertos, los Vedas del hinduismo, los
Rollos de Qumrán, entre muchos, han llegado casi indemnes a nosotros. Allí es
donde me arriesgo al decir que ha sido a causa de lo escrito, de su espíritu.
El espíritu de la palabra escrita escapa a nuestra comprensión. Atenidos
como estamos a la ciencia, su disciplina sistemática y predicciones comprobables,
nuestra razón no atreve a lo ignoto, sin embargo, cursamos un tiempo de la
escritura multiplicada donde el acto literario pareciera no tener fronteras y llega,
avasallante, a toda puerta abierta.
Desde el milagro acuñado por el caballero de Maguncia, la humanidad ha
accedido a la palabra escrita de un modo inimaginable antes del S. XV. Gutenberg
con su invento multiplicó la palabra, y no hubo vuelta atrás. Si ya la confusión de
las lenguas referida en Génesis 11:1-9 daba cuenta de la tragedia de la
incomunicación, la humanidad ha sido testigo de su propia resiliencia y
obedeciendo a su naturaleza de ser creado a imagen y semejanza de su Dios, y al
precepto “creced y multiplicaos”, otro tanto ha hecho con la palabra, haciéndola,
de paso, arte.
El S. XVIII lanzó sobre el tapete intelectual los dados de la llamada
Ilustración, so pena de que en cada lanzada menguara o no el brillo del llamado
Siglo de las Luces con mucho más arrojo que tres siglos atrás en el Renacimiento,
y la literatura no se quedó rezagada, arrastrando, sin embargo, lo que Barthes da
en llamar la fatalidad del signo literario, pues el escritor se enfrenta a los signos
ancestrales que desde el pasado le imponen la literatura “como un rival y no como
una reconciliación”.

Si bien la página en blanco ya es un drama, el desarrollo de la obra no lo
es menos pues la prisión del lenguaje nunca complacerá a su naturaleza, y esa
misma naturaleza, tal vez en un afán de escape, llevó a la humanidad a crear una
alternativa que dio en llamar Inteligencia Artificial, un modo de que, con la excusa
de apoyo o rápido auxilio ante las exigencias del tiempo que cursa, le permita por
un lado saltarse décadas (o siglos) en la resolución de un problema, pero por otro
dar luz verde a la mala fe, y el oficiante que pierde, sin lugar a dudas, es el
escritor. Aterra recordar las palabras del Fausto de Goethe: “Si llega el día en el
que pueda tumbarme ociosamente, con toda tranquilidad, me dará igual lo que sea
de mí”.

Inicié esta diatriba citando a Borges. Su Libro de arena se me antoja la
metáfora del escritor/lector siempre obsesionado, aterrado por el verbo evasivo o
la idea perdida, siempre en búsqueda de lo no dicho, huyendo a la repitencia, y a
la vez lamentando no poder repetirse, anhelando el libro perfecto, el que nunca se
pareará con los cientos leídos y sentidos magistrales, y que, a punto de ser
engullido por las arenas movedizas de su insatisfacción, vende su alma.

No quiero anatemizar a la IA, tampoco al escritor que haga uso de ella
porque yo siga fiel a mi Larousse. Es una herramienta indudablemente útil en la
búsqueda de datos, un ahorro de tiempo. No, no es ahí donde se instala mi recelo,
mi rechazo (para no llamarlo miedo), es por la muerte del escritor, o peor aún, su
“zombificación” a manos de algoritmos. ¿Se podría hablar aun del Espíritu de la
Palabra Escrita de quien entrega una sarta de líneas, que no versos, insulsas,
escasas, flojas, a esa entidad con la tarea de que “construya” un poema al modo
de tal, o cual…? Allí mi miedo. Sí, lo digo con mucha pena en todas sus
acepciones.

Ciertamente no soy quién para juzgar, pero escribo, y en la libertad que me
asiste trato de reivindicar a íl fabbro, el herrero, el artesano, como nombró el lúcido
Arnaldo Acosta Bello al poeta en el poema homónimo de su libro “Santa palabra”,

el cual dejo por aquí como corolario para honrar al escritor que lo concibió, a la
escritora que mora en mí, al espíritu de los escritores que se hayan acercado a
estas líneas titubeantes, y resuenen…

“IL FABBRO

Cuando me siento como un artesano
a fabricar un poema, lo encuentro odioso
y retrocedo; pero cuando la musa ha hecho su trabajo
comienza el tiempo del artesano: como barrer un patio,
preparar la casa, cortar y sacar las ramas que sobresalen.
Un jardín no será, sí una fronda con arroyo
y fauno, sonidos y olores silvestres, con amargos
y dulces momentos; un jardín no será, ni un orden
artificial colocará flores en el búcaro de acuerdo
a los arreglos y a los gustos, toda perífrasis,
todo prestigio eufemístico será sepultado, lo natural
tiene sus propias leyes, en sus caminos están de más
esos turistas que se extasían en el paisaje
y quieren “situaciones” que les hagan olvidar sus problemas.”

(De «santa palabra», Arnaldo Acosta Bello, 2008)

 

 

#diadelescritor

 

Editora: Carmen Cristina Wolf

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POEMAS DE LA INFANCIA

 POEMAS DE LA INFANCIA

 Yuleisy Cruz Lezcano

 

 EL OLOR DE DONDE VENGO

 Había un olor en la casa de mis abuelos
que no sé si era a sopa, a madera,
a ropa secándose en los cordeles,
o a las manos de mi abuela
cuando partía el pan

y colaba el café

como si fuera un milagro cotidiano.

Era un perfume sin nombre,
una mezcla de fe, polvo,
y un silencio mullido
que nunca asustaba.

La sala olía a tardes sin prisa,
a cáscaras de naranja,
a la radio contando historias
que nadie escuchaba del todo.
Y cada habitación guardaba un secreto,
el armario, una chaqueta

con olor a padre antiguo;
la cocina, la risa de mi abuelo

metida en los cajones.

Yo no lo sabía entonces,
pero ese aroma era la infancia:
el lugar exacto donde el mundo
no dolía todavía.

Busco ese olor en el cuello de mi hijo,

en sus dedos manchados de plastilina,

en la risa que suelta

cuando corre sin motivo.

Y a veces, por un segundo,

cuando me abraza sin razón,

la casa de mis abuelos vuelve,

entera,

como si nunca se hubiera ido.

 

 EL NIÑO QUE ME HABITA

 Jugar contigo
es abrir una rendija en el reloj,
asomarse al hueco dorado
donde duerme el niño que fui,
envuelto en la luz quebradiza de la merienda.

Tu risa, libélula que no teme al viento,
resucita mis tardes de tierra y escondite,
cuando el mundo cabía en una piedra lisa
y el cielo bajaba a verme
si lo llamaba con un palo.

Con tus manos de pan recién horneado
dibujas el mapa de mis antiguas mañanas:
el eco del recreo,
el olor a lápices mordidos,
la sombra roja de la mochila abierta.

Cuando corres,
corro detrás del yo que me olvidé

en una zanja,
allí donde los charcos eran océanos,
y las nubes, dragones dormidos
esperando un soplido.

Eres la llave

que gira en la cerradura

oxidada de mi infancia;

el polvo se eleva,

las puertas crujen como huesos viejos,

y allí estoy yo,

jugando a ser mayor,

sabiendo que jugar contigo

me devuelve

la edad exacta del asombro.

ALQUIMIA DOMÉSTICA

He cambiado el bálsamo de las telas,
el brebaje para los suelos dormidos,
pero no hallo el perfume ausente,
el que tejía la infancia en su vapor dorado.

Aquel olor no tenía nombre,
sólo una voz:
¿Qué quieres para cenar hoy?
Y la cena era un rito
bajo la lámpara de la ternura.

Jugando con mi hijo en el reino de las pizarras,
el polvo de tiza danza en el aire,
y su risa, campana de otro tiempo,
resucita al niño que me habita.

Busco el aroma en la madera callada,
en los pliegues del armario sin testigos,
segunda puerta a la izquierda,
el umbral de un viejo mundo cerrado.

Entre viejas fotos duerme un eco,

relicario invisible de la que fui.

 

RELOJ

El despertador no suena,
hiere,
rompe el cristal del sueño
con su lengua de acero.
Otra vez el mundo antes que el alma.
El tiempo es una criatura famélica
que devora las caricias sin masticarlas.
Salgo sin dejarle mi voz a mi hijo,
como si el día no mereciera su nombre.

El desayuno es un rito ausente:

el café se desliza

como sombra caliente por la garganta,

el pan se quiebra entre los dientes

sin saber a casa.

Corro sin atarme bien los zapatos,

con el peine dormido aún entre mis cabellos,

la blusa mal cerrada,

el alma desvelada.

Cruzo calles que no me conocen,

rostros que pasan como relojes,

ventanas apagadas

donde ya nadie se atreve a soñar.

El trabajo espera
como una bestia de muros grises,
allí donde las horas se archivan
y los cuerpos se doblan
como papeles usados.

Desde el reflejo opaco del monitor
pienso en la infancia,
cuando la libertad no tenía nombre
y bastaba un palo
para gobernar el mundo.
Las rodillas raspadas eran medallas,
el sol una estrella cercana,
y el día no sabía de horarios.

Ahora, atiendo, inyecto, sostengo

cuerpos ajenos que tiemblan en mis manos,

camino pasillos que nunca terminan

con el corazón en automático.

Dejo tu risa en manos ajenas,
en el refugio de una sombra que no soy yo,
y cierro la puerta con un hilo de culpa,
mientras tú, pequeño náufrago,
te adentras en un mundo que no huele a mi abrazo.

La tata te mira con ojos prestados,
te envuelve en cuentos que no son nuestros,
y yo corro,
corro con el peso de la ausencia
grabado en la piel del tiempo robado.

 

CÓMO SE MUERE

Se muere como un hilo de niebla
que se deshace en el cristal del amanecer.
Sin gritos, sin sangre, sin Dios,
solo un silencio que se cierra por dentro.

Se muere de ojos que no miran,
de manos que no tocan,
de palabras que rebotan
contra muros hechos de aire.

La indiferencia cae lenta,
como ceniza sobre una flor abierta.
La indiferencia mata, hiere

sin quemar, sin hacer ruido.

El alma se vuelve vidrio empañado,
un cuerpo que nadie atraviesa con su mirada.
Todo sucede al lado,
pero nunca con uno.

Hay un frío que no es temperatura,
sino ausencia acumulada.
Un abismo tibio,
donde el dolor se vuelve eco y luego polvo.

Se muere como se cae dormido
en una habitación sin ventanas.
No mata la falta de vida,
mata el exceso de olvido.

Se muere sin estar enfermo,

sin achaques, sin trauma

ni heridas.

Morimos, cuando ya nadie siente.

YULEISY CRUZ LEZCANO, POETA CUBANA RADICADA EN ITALIA

El olor de una isla, de un hogar, de una naturaleza. El olor de la gente que la criaba y la quería, que la animaba a buscar una existencia nítida y creadora. Eso acontecía en la existencia adolescente de una poeta cubana que decidió buscar otros rumbos, pero en su poesía ha permanecido el ámbito de inicio, el gran corazón espacial.

La poeta cubana Yuleisy Cruz Lezcano se fue de Cuba cuando tenía dieciocho años de edad. Le tocó estudiar en Italia y ahora trabaja todos los días en un hospital añorando la infancia con sus olores, sus sonidos, la infancia como temporada de hacer nostalgias aunque la haya vivido en una isla abrumada de inconvenientes. Ahora esa infancia es una nostalgia permanente que convierte en amor para vivir y disfrutar la de su pequeño hijo.  Junta ambas infancias y vive su maternidad de una manera que solo una poeta comprendería.

Es bióloga, es enfermera, conoce los dramas de un hospital y al mismo tiempo es una poeta delicada, honda y preciosista, que hace todo lo que debe hacer en el día, pendiente del tiempo que disfrutará luego con su hijo. Es algo interesante que la nutre: su hijo se ha convertido en esencia de su escritura, en motivación de su escritura. Su hijo es el país que tuvo y el que ahora tiene. Su hijo es la profesión que le permite ayudar a los demás y es el día a día: la hora en que pueden pasear juntos, en que juegan juntos, en que se miran pausadamente. Dos ojos ante dos ojos. Y de pronto las sonrisas de complicidad. Madre e hijo. Qué sublime teoría de vida.

Reside desde hace un tiempo en Marzabotto, un pueblo italiano situado en la región de Emilia-Romaña, parte de la provincia de Bolonia.

Ella se ha destacado como poeta y narradora que ha recibido varios reconocimientos y premios importantes en Italia. También es reconocida por su lucha permanente contra la violencia de género.

Ante una pregunta que le hicieron hace poco tiempo respondió:

“Mi vida ha entrelazado dos universos que a menudo se consideran opuestos: la ciencia y la poesía. Cuando llegué a Italia en los años 90, elegí el camino del cuidado: primero como enfermera, luego como bióloga. Trabajar en salud pública en Bolonia me aportó un inmenso enriquecimiento humano. Pero en 2012, un acontecimiento traumático me impulsó a escribir con urgencia: necesitaba dar voz a mis experiencias. La ciencia me ayuda a comprender la realidad con rigor y método, mientras que la poesía me permite transmitirla con empatía y belleza. Son dos caras de la misma moneda, que se retroalimentan”.

En 2024 publicó el libro » Di un’altra voce sarà la paura «, candidato al prestigioso Premio Strega.

Este año, la poeta participó en el festival «La palabra en el mundo» de Venecia y en la Feria del Libro de Turín. En 2023, recibió una mención honorífica en el Premio Literario Internacional il Convivio.

Es autora de veinte poemarios, publicados en español, italiano y portugués.

 

Editora: Carmen Cristina Wolf   @carmencristinawolf en Instagram

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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CARTA A LA VIDA, POR ERNESTO MARRERO RAMÍREZ

Carta a la vida

Amé, fui amado, el sol acarició mi faz.

¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!

                                                       Amado Nervo

 

Querida Vida:

Hoy quiero darte las gracias por ser la hiladora de mis días, la maestra de mis lecciones y la compañera inquebrantable en este efímero y misterioso periplo.

En tus enigmas y paradojas encuentro la belleza de la Impermanencia. Cada amanecer es un recordatorio del cambio, que los días danzan y que nosotros también somos parte de ese rítmico espectáculo.

A veces, me asalta la nostalgia por algunos momentos del pasado, por esas heridas que aún arden y no cicatrizan. Pero también entiendo que en la fugacidad reside la magia, y en el desapego y el servicio el perdón que nos libera.

Entiendo que la existencia es un regalo, y aunque a veces nos enfrentamos a la injusticia, la ignorancia, la incomprensión, la altivez, el egoísmo y otros vaivenes humanos, también somos bendecidos con risas, cálidos abrazos, dilectas amistades, buenas reflexiones y ejemplos de nobleza. Porque cada día es una nueva oportunidad para crecer, cultivar la virtud y encontrar la paciencia. Por eso en los tiempos oscuros también percibo destellos de luz, y recuerdo que nada es eterno, ni siquiera un profundo dolor.

Vida, eres una hoja en blanco, y cada día es un verso que se escribe sobre tu piel. A veces, mis letras son torpes, pero tú siempre me ofreces la oportunidad de corregirlas, aprender y proseguir el camino. Me enseñas que el autoconocimiento es un viaje sin fin, y que la verdadera riqueza está en las experiencias compartidas, en el amor que damos y recibimos, y en los instantes de paz que experimenta nuestra alma.

En los momentos de quietud, cuando el sol se apaga y las estrellas se encienden, me pregunto sobre el verdadero sentido de esta aventura: ¿Quiénes somos? ¿Qué es la conciencia? ¿Hay un «yo» permanente o solo somos una corriente de pensamientos y emociones? ¿Cuál es el verdadero sentido de esta existencia?

Tal vez en los suspiros del viento, en el murmullo del río o en el batir de las olas se encuentran respuestas que escapan a nuestra ínfima comprensión. O quizás, como Giordano Bruno, deberíamos contemplar el vasto universo y sentirnos parte de algo más grande, algo que trasciende los límites de nuestra carne, huesos y pensamientos.

En este instante, mientras escribo estas breves palabras, entiendo que la muerte también es parte de ti. No como un final oscuro o absoluto, sino como una transformación. ¿Acaso no somos como hojas que caen en otoño para abonar la tierra y dar vida a nuevas flores que brotarán en la primavera?

Así que, Vida, gracias por todo. Por los días soleados y lluviosos, por las bienvenidas y despedidas. Gracias por la familia que me diste, por la risa de los niños, por el aroma del café en la mañana, por los ríos, playas y montañas, por la sombra del árbol, el ave que vuela y la brisa que acaricia mi rostro, por los magnos libros, las ideas y los buenos poemas, gracias por un día más.

Prometo seguir indagando, aprendiendo y aportando reflexiones, mientras mi aliento persista. Y cuando llegue el día de soltar tu mano, cuando aparezca la última exhalación, confío en que seré recibido con beneplácito más allá de tus confines, como una gota que se funde con el océano.

Con eterna gratitud, de un humilde peregrino que recorre tus senderos:  Ernesto Marrero

P.D.: Vida, si alguna vez te cruzas, en tus misteriosos caminos, con Schopenhauer, Sartre, Sócrates, Gandhi, Nietzsche, Sidartha, Epicteto o Séneca, dile que su filosofía sigue inspirando a las almas curiosas y sinceras que, como yo, caminan sobre sus huellas.

 

Ernesto Marrero Ramírez es poeta, cuentista y ensayista venezolano. Licenciado en Administración y Magister en Filosofía práctica de la Universidad Católica Andrés Bello. También realizó estudios superiores de Psicología Existencial en la Universidad de Winner en Lima, Perú, y Psicología Analítica en el Centro de Estudios Junguianos en Caracas, además de Narrativa Contemporánea en la UCAB. Es miembro de la Sociedad Venezolana de Filosofía y Director de Cultura del Círculo de Escritores de Venezuela. También es profesor universitario, investigador, conferencista, asesor gerencial, locutor, productor de micros radiales y articulista sobre temas filosóficos, biográficos y existenciales. Varios poemas de su autoría se han traducido al francés y al ruso. Algunos de sus libros: El pececito que quería ser humano, La leyenda del sabio de la montaña, Y ahora… ¿por dónde empiezo?, Cuando tenga tiempo, empiezo, Pasajes secretos del alma, El Futuro nos Alerta, Quisiera contarte algo, El jardín de la existencia, El tiempo y su legado, Fragmentos de impermanencia y Entre dioses y mortales.Ver Biografía completa en el siguiente https://ernestomarreroramirez.blogspot.com/p/blog-page.html

 

Editora: Carmen Cristina Wolf

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ANDRÉS BELLO, EL PRIMER HUMANISTA AMERICANO. POR EDINSON MARTÍNEZ

 

Andrés Bello

El primer humanista americano

 Por Edinson Martínez

El Día del Escritor en Venezuela se celebra cada 29 de noviembre en conmemoración al natalicio de nuestro más universal de todos los escritores, don Andrés Bello, quien nació en Caracas en 1781, es decir, escasamente dos años antes que el Libertador.

Comencemos por señalar, como bien lo apunta el Instituto Cervantes, que el patriarca de las letras americanas, tuvo una larga vida al morir en 1865 a la edad de 84 años, cuando la esperanza de vida en aquellos días era de unos 32 años, y hoy mismo, en Venezuela es de unos 73 años. Murió en Santiago de Chile, mientras nuestra nación era sacudida por las consecuencias de la Guerra Federal, apenas comenzando a superarla con Juan Crisóstomo Falcón como el primer presidente surgido de aquella conflagración que duró cinco años.

Este venezolano tiene el destacado mérito de ser la figura intelectual de mayor relieve en la cultura hispanoamericana del siglo XIX. Y, ya antes, en los postreros años de la centuria precedente, entre los años de 1797 y 1798, ofició como maestro de Simón Bolívar, a quien superaba, al precisar las fechas exactas en que nacieron, por apenas año y medio de edad. Según se cuenta, el joven intelectual daba clases en una especie de academia privada que la familia del futuro Libertador le organizó en su propia casa. Tendría entonces entre 16 y 17 años. No prosiguió estudios más avanzados de manera formal, aunque se inscribió en el curso de medicina que, como ya sabemos, no prosiguió. Su vida, como pocos personajes de nuestra historia, se consagró por entero, sin pausa alguna, a las lecturas de los textos de su tiempo, asimismo, como al estudio de los grandes clásicos para cimentar su vocación intelectual. Vale la pena señalar que, el contexto literario de su época y de las artes en general, estuvo dominado por dos grandes corrientes: El Neoclasicismo, ya de salida, hacia finales del siglo dieciocho y, seguidamente, el Romanticismo, que mantuvo su predominio hasta casi los últimos años del siglo diecinueve. De modo que, toda la referencia literaria y cultural del tiempo de Bello, estuvo determinada por lo que en Europa aconteciera en el ámbito de las letras y la cultura en general. Y no podría haber sido de otra manera, pues el llamado viejo continente, era sin lugar a dudas, el centro del mundo. Así que, no había modo de alcanzar un nivel intelectual respetable, si no se estudiaba en sus propios idiomas a los autores franceses e ingleses que marcaban las tendencias culturales de aquellos días. Esa fue la razón por la que Andrés Bello comenzó a cultivarse, a estudiar por su cuenta, todavía muy joven, el idioma francés, primero, y luego el inglés, a fin de conocer de sus mismísimas fuentes, el inquietante mundo de las ideas de su contemporaneidad.

La formación inicial de Andrés Bello, como habría de suponerse en todo intelectual de su época, ha tenido que ser forzosamente Clasicista y Neoclasicista, para evolucionar más adelante a las nuevas tendencias que surgían. Así, en plena juventud, durante el comienzo de sus inquietudes, la estética dominante en las artes lo impulsaba a tener conocimientos profundos sobre el latín y la cultura clásico-romana.

Ahora bien, la ambición intelectual de Andrés Bello, fue tan marcada por su contemporaneidad, que las ideas de los movimientos culturales surgidos en ese periodo, cuando supera ya los veinte años, enseguida se manifiestan claramente en su obra. Este es el caso del Romanticismo, movimiento con una perspectiva estética que rompe con la Ilustración y el Neoclasicismo, en ese sentido, el resultado es el de un artista rebelde interesado en la búsqueda de la libertad individual y la justicia. Por eso se considera que Andrés Bello fue uno de los primeros poetas de habla hispana en acusar caracteres románticos.

Como buen hombre ilustrado, se sintió, además, profundamente atraído por los aspectos relativos a la cultura, el derecho, la política y la educación, es decir, un humanista que con los años patentaría en sus obras las más sublimes inquietudes de su tiempo. Recordemos que el Romanticismo se convirtió en su momento en una especie de cisma cultural a consecuencia de la profunda crisis social e ideológica en las primeras décadas del siglo XIX, así su influencia fue más allá de la literatura, impactando a la música, la pintura, la política y el derecho. En este contexto, por ejemplo, Napoleón Bonaparte, pasa de general republicano durante la Revolución francesa (1789) a la figura de artífice de un golpe de Estado y posteriormente, en un lapso si quiere corto, a emperador de 1804 a 1815.  En este periodo encontramos en el ámbito literario a Víctor Hugo con su obra Los miserables (1862), uno de los escritores más destacados del movimiento romántico francés. Alejandro Dumas, con El conde de Montrecristo (1845) y Gustave Flaubert con Madame Bovary  (1856). Mary Shelley, con su obra Frankenstein o el moderno Prometeo, novela gótica, con matices del Romanticismo en 1816. Charles Dickens, con su célebre Cuento de Navidad (1843). Y en nuestro continente, un poco más adelante, a Jorge Isaacs, con su novela María, como expresión del Romanticismo hispanoamericano (1867).

Aquel fue un periodo histórico de grandes turbulencias filosóficas, existenciales y culturales a las que Bello, como hombre de su tiempo, no podría escapar. Debo aclarar que, ciertamente, Andrés Bello no tuvo acceso a varias de estas publicaciones, porque como bien sabemos falleció en 1865, de modo que, la referencia a ellas, tiene únicamente el objeto de contextualizar aquella transición tan crucial para la civilización occidental. Por cierto, he de acotar que, en este lapso, Carlos Marx publicó su archiconocido texto El Manifiesto Comunista (1848), suerte de catecismo de todos los movimientos políticos antisistema que pondría al mundo patas arriba hasta bien entrado el siglo XX.

Pero, demos un paseo rápido por algunos de los momentos singulares de la vida de Andrés Bello. El 19 de abril de 1810 en Caracas, al integrarse la Junta Patriótica, es enviado a Inglaterra junto a Simón Bolívar y Luis López Méndez. Es asignado como auxiliar debido a su conocimiento del inglés, la confianza y el respeto de sus contemporáneos. La permanencia de Andrés Bello en Londres estaba prevista para un breve lapso, pues se había estimado para ellos una permanencia corta y transitoria. Entonces, Bolívar decide volver pronto a Caracas. Se quedan en Londres López Méndez y Andrés Bello.

Cuando se interrumpe la vida republicana en Venezuela, en 1812, empieza para estos la dramática situación de cómo subsistir. Se ha comentado que sus días no fueron de mayor desesperación debido al hecho de que tenían casa donde vivir, pues estaban alojados en la residencia, imagínense ustedes, de Sebastián Francisco de Miranda y Rodríguez Espinoza, donde Andrés Bello tuvo acceso privilegiado a la biblioteca de nuestro celebrado precursor de la independencia. De tal forma que este venezolano atrapado en el primer mundo por las vertientes del azar, vivió de primera mano los acontecimientos políticos y culturales más importantes de su tiempo en Europa. Todo ello ocurriendo entre sus veintinueve y cuarenta y ocho años de edad. Una etapa de estudios y experiencia, de contemplación desde el vientre mismo de las dos revoluciones que cambiaron el mundo para siempre: la Revolución industrial en Inglaterra y la Revolución francesa, en el ámbito de las artes, el humanismo y la política.

Sin embargo, no fue fácil su estancia en Londres, y en este sentido, son varios los intentos que hizo Bello por regresar a Venezuela, pidiendo particularmente ayuda a las autoridades patrióticas a través de correspondencia formal. Estas solicitudes, en plena guerra de independencia, probablemente hayan sido ignoradas u obstaculizadas por las propias circunstancias del momento además de la tardanza de las comunicaciones. Así le escribe a Bolívar desde Londres, el 21 de noviembre de 1826, en un momento de urgente necesidad:

“Mi destino presente no me proporciona, sino lo muy preciso para mi subsistencia y la de mi familia, que es ya algo crecida. Carezco de los medios necesarios, aun para dar una educación decente a mis hijos; […] veo delante de mí, no digo la pobreza, que ni a mí, ni a mi familia, nos espantaría, pues ya estamos hechos a tolerarla, sino la mendicidad.”

Pedro Grases González, escritor, historiador, académico y, sobre todo, docente e investigador hispano-venezolano, escribe lo siguiente sobre el destino final de Andrés Bello en la naciente república de Chile:

“Los sucesos que jalonan la vida de Bello en Chile son los siguientes: en 1829 es nombrado oficial mayor del ministerio de hacienda; en 1830 se inicia la publicación de El Araucano, periódico del que fue principal redactor hasta 1853; en 1834 pasa a desempeñar la oficialía mayor del ministerio de relaciones exteriores; en 1837 es elegido senador de la República hasta 1855; en 1842 se decreta la fundación de la Universidad de Chile, cuya inauguración en 1843 es el acto más transcendental de la vida de Bello; en abril en 1847 publica la primera edición de la Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos; en 1851 es designado miembro honorario de la Real Academia Española, y en 1861 miembro correspondiente; en 1852 termina la preparación del Código Civil chileno, que es aprobado por el Congreso en 1855; en 1864 se le elige árbitro para dirimir una diferencia internacional entre el Ecuador y Estados Unidos; en 1865, se le invita para ser árbitro en la controversia entre Perú y Colombia, encargo que declina por estar gravemente enfermo. Muere en Santiago de Chile el 15 de octubre de 1865.”

En varios de los autores consultados se concuerda en que la mayor significación literaria de Andrés Bello es la de haber sido autor de esas dos grandes silvas que, por cierto, en mis lejanos días de estudiante de bachillerato, eran materia de estudio en Castellano y Literatura: La Alocución a la poesía (1823) y La agricultura de la zona tórrida (1826).  Los dos grandes poemas, le acreditan como Príncipe de la literatura hispanoamericana. En la primera invoca el derecho de América por su independencia cultural, y en la segunda, canta a la naturaleza del trópico, a esa revelación telúrica que Regis Debray, por ejemplo, en su novela El Indeseable (1975), no pudo dejar de registrar con una clara perplejidad cuando se interroga:

“¿Cómo inventar la melodía de un tiempo cómplice en una región que no tiene estaciones? ¿Cómo componer una partitura para dos voces y un violoncelo donde hace más de treinta grados a la sombra desde la mañana a la noche y nunca menos de veinte desde el atardecer a la mañana? ¿Dónde el verano está separado del invierno por un aguacero y no por un otoño? ¿Dónde los verdes son verdes lo mismo en julio que en enero y las corolas de los tulipanes, escarlatas durante todo el año…? El año de Europa es una montaña rusa, un folletín de episodios…”

Así, en los versos contenidos en La Alocución a la poesía, donde se manifiesta la inquietud de Andrés Bello por el destino cultural de América, aquel ignoto continente que reclamaba el control de su destino por propia mano, el poeta destaca su singularidad.

Divina Poesía,

tú de la soledad habitadora,

a consultar tus cantos enseñada

con el silencio de la selva umbría,

tú a quien la verde gruta fue morada,

y el eco de los montes compañía;

tiempo es que dejes ya la culta Europa,

que tu nativa rustiquez desama,

y dirijas el vuelo adonde te abre

el mundo de Colón su grande escena.

La Alocución a la poesía (1823). Andrés Bello.

Ciento veintitrés años después, publicado en 1950, en México, Canto general de Pablo Neruda, hermana sus versos con la misma impronta ancestral que animaron los de nuestro recordado sabio.

LA LÁMPARA EN LA TIERRA

AMOR AMÉRICA (1400)

Así comienza el Canto general

ANTES de la peluca y la casaca

fueron los ríos, ríos arteriales:

fueron las cordilleras, en cuya onda raída

el cóndor o la nieve parecían inmóviles:

fue la humedad y la espesura, el trueno

sin nombre todavía, las pampas planetarias.

(…)

Yo estoy aquí para contar la historia.

Desde la paz del búfalo

hasta las azotadas arenas

de la tierra final, en las espumas

acumuladas de la luz antártica,

y por las madrigueras despeñadas

de la sombría paz venezolana,

te busqué, padre mío,

joven guerrero de tiniebla y cobre

oh tú, planta nupcial, cabellera indomable,

madre caimán, metálica paloma.

(…)

Tierra mía sin nombre, sin América,

estambre equinoccial, lanza de púrpura,

tu aroma me trepó por las raíces

hasta la copa que bebía, hasta la más delgada

palabra aún no nacida de mi boca.

 

La obra de Andrés Bello es inmensa en diversos ámbitos, fue destacado poeta, ensayista, filólogo, traductor, crítico literario, filósofo, y con relevantes aportes además en el campo jurídico. Es un hito de referencia obligada en el ámbito humanístico del siglo IXX, cuyo legado aún perdura en el mundo intelectual de Hispanoamérica. Por eso, en homenaje a este primer humanista americano, su fecha de nacimiento celebra el Día del Escritor en Venezuela.

Edinson Martínez. Escritor, economista, editor y radiodifusor.  Miembro activo del Círculo de Escritores de Venezuela. Es autor de la novela Vidas paralelas (2014), Las horas perdidas (2021), Número rojo (2022) y Piratas de plenilunio (2022), asimismo, dos libros de relatos breves bajo los títulos Una historia por descubrir (2016) y El tiránico dominio del azar (2022). El peso de las palabras (2024) publicado con el sello del Círculo de Escritores de Venezuela.  Es articulista de conocidos diarios.

Editora: Carmen Cristina Wolf @carmencristinawolf en Instagram

 

 

 

 

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JOSÉ PULIDO: HABLAR SOBRE ESCRIBIR

José Pulido (Villa de Cura, Aragua, Venezuela, 1945)

 

HABLAR SOBRE ESCRIBIR

José Pulido

 

La obra fundamental de Andrés Bello: Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos, es una siembra de voces inherentes al alma familiar, un tesoro que muy pocos aprovechan, pero ha sido y seguirá siendo la nave que lo lleva al futuro como un ser especial, como un investigador del idioma, como un intelectual que enorgullece a Venezuela, a Chile, a todo el continente americano.

En su gramática Andrés Bello escribió:

Un mismo verbo puede regir unas veces acusativo de persona, y otras acusativo de cosa: «Aristóteles enseñaba la filosofía” (la filosofía era enseñada). «Las madres enseñaban a sus hijos” (los hijos eran enseñados). «La naturaleza inspira al poeta” (el poeta es inspirado). «La noche inspira ideas tristes” (ideas tristes son inspiradas)

Andrés Bello conocía el castellano como muy pocos seres en el mundo entero. Bautizó su voz en la pila bautismal de Cervantes.

Y como acertadamente dijo el poeta Fernando Paz Castillo:

“El fondo clásico de Bello se halla bien preparado, por la meditación y el estudio, para recibir, sin mengua de la propia personalidad, las diversas corrientes de fines del siglo XVIII, ingenioso y erudito, como sus abates rebeldes; y las de comienzos del XIX, naturalista y sentimental”

Bello escribía de una manera tan correcta y preciosa que ha quedado fundado como un modelo a seguir. Sin embargo, lo que hizo que fuera más escritor que educador del idioma, más escritor que experto en lengua castellana, fue el hecho de haber sufrido tanto hasta tener una novela dentro de su vida: una cruda novela, un poema épico o trágico. Lástima que no escribió sobre su existencia, que no convirtió en poesía lo vivido. Eso seguramente lo habría perfeccionado como poeta. Pero en todo caso, el día del escritor está muy bien dedicado y unido a su nombre porque reconoce el valor de Andrés Bello, porque lo celebra como un padre de la escritura, de la moral escribidora.

 

BYRON Y BELLO

Andrés Bello escribió sobre el teatro, lo promovió. Fue un hacedor de revistas literarias, un iniciador de crítica teatral avanzada. Envejeció sin perder juventud.

Muchos persistieron en la equivocación de que Andrés Bello era un antirromántico cuando en realidad fluía en el romanticismo. Emir Rodríguez Monegal realizó un ensayo sólido al respecto. En uno de sus párrafos señala:

“El gusto natural que siempre manifestó por la literatura dramática española de la «edad de oro (tan desdeñosa de las reglas y verdadero antecedente de la libertad que los románticos proclamarían) habría de acendrar en Bello, por el conocimiento directo de la dramaturgia shakesperiana, otro de los grandes prototipos del romanticismo, y por la lectura de la mejor crítica prerromántica inglesa y alemana”

Byron surcaba el amor pero buscaba sufrir, vivió anhelando sufrimientos y escribió con esa pasión hasta fallecer en una aventura que pudo parecer grotesca pero su poesía la volvió sublime. Don Andrés Bello se encerraba en el amor y sufrió tanto como Byron pero no escribió sobre ese sufrimiento. Él prefirió enseñar siempre, convertir sus palabras en enseñanza. Bello leía a Byron, inclusive, tradujo una biografía y varios artículos sobre el poeta inglés. En cuanto a la poesía de Bello, aquí dejo un fragmento del poema Las ovejas, para quienes no han conocido su voz.

 

LAS OVEJAS

Líbranos de la fiera tiranía

 de los humanos, Jove omnipotente

 (una oveja decía,

 entregando el vellón a la tijera);

 que en nuestra pobre gente

 hace el pastor más daño

 en la semana, que en el mes o el año

 la garra de los tigres nos hiciera

 

INVENTARIO Y RESPETO POR LA ESCRITURA  

Nunca es mala idea dedicar un día para reconocer lo que alguien hace de modo específico. Para el escritor apegado a este oficio por vocación intensamente sentimental, el día puede servir como tiempo de inventario, como revisión a fondo del amor y el respeto por la escritura.

No todo el que escribe es escritor y no todo el que lee es lector. Hay gente que lee superficialmente y hay gente que escribe superficialmente. ¿Para qué ahondar en eso tan sabido? Porque todo el mundo tiene derecho a escribir si quiere, aunque lo haga mal. Pero no se debería esconder el deseo de señalar los defectos de una escritura.

 

SE PUEDE APRENDER UN POCO

Si alguien tiene el alma llena de bellezas y tragedias y sabe cantar con palabras sin desafinar demasiado, entonces puede comenzar a creer que está en capacidad de escribir una obra aceptable.

Si tiene la humildad suficiente para desechar algunas de las bellezas y de las tragedias que carga en el alma -porque carezcan de procesos diamantinos- puede empezar a creer que escribirá una obra aceptable.

Aceptable, de acuerdo a la elevada artesanía que han especificado como punto de partida las grandes obras de la literatura: si alguien va a escribir algo que no pueda convivir en elevación con una sola frase, por ejemplo, de Crimen y castigo, es mejor que se detenga hasta que pueda alcanzar el nivel que define al escritor.

Si el aspirante a escritor quiere decir algo que ya se ha dicho, debe hacerlo con una manera que le otorgue presencia y despierte deseos de ser leído y escuchado, aunque no todo el que lee y escucha tiene la sensibilidad y la sabiduría necesarias como para ser un buen espejo crítico. La familia y los amigos siempre nos dirán “qué texto tan bello escribiste”. La persona que insiste en abordar la escritura debería tener la responsabilidad de analizar cuánta verdad hay en ese tipo de afirmaciones.

Hay quienes piensan que la poesía es más fácil que la narrativa o que el ensayo y deciden dedicarse a la poesía, como si fuera un oficio o más vergonzosamente: un hobby.  Rompen las cercas y entran a formar parte de los muchos que deciden lo mismo. Inclusive, confunden poema con poesía.

Jorge Luis Borges confesó esto:

“Quizá la verdadera emoción que yo extraía de los versos de Keats radicaba en aquel lejano instante de mi niñez en Buenos Aires cuando por primera vez oí a mi padre leerlos en voz alta. Y cuando la poesía, el lenguaje, no era sólo un medio para la comunicación sino que también podía ser una pasión y un placer: cuando tuve esa revelación, no creo que comprendiera las palabras, pero sentí que algo me sucedía. Y no sólo afectaba a mi inteligencia sino a todo mi ser, a mi carne y a mi sangre”.

 

EL LENGUAJE Y EL POEMA

Se ha dicho que llamamos paraíso perdido a la pérdida obligatoria de la naturaleza.

Obligatoria porque debíamos irnos hacia el lenguaje para dejar de ser animales comunes. Necesitábamos seguir obteniendo conciencia de lo que estábamos destinados a ser. Por eso la poesía, como alta expresión del lenguaje me interesa tanto y la amo tanto: no es cosa que se hace sin ningún esfuerzo, necesita pasión, amor y respeto. Saber que uno nunca estará a su altura no deja de ser una magnífica frustración.

Creo que el poema no se piensa. Comienza siendo algo que se siente con la huella de la experiencia en la mente o en el alma; con la marca de lo leído y lo sentido en la mente o en el alma; con todo lo que el cuerpo ha estado atravesando desde el nacimiento: lluvias, hambres, placeres, dolores, satisfacciones, encuentros, miedos y etcétera y etcétera.

Lo que se piensa cuando comienza a darse el poema como objeto y como estructura, es en el lenguaje, en su composición, en su música y su ritmo; en la justificación de lo que se va a pronosticar, a inventar, a imaginar. Encontrar metáforas afortunadas, comparaciones afortunadas, es algo que se piensa si se lee con humildad lo que se ha escrito.

Si quien escribe tiene la mente llena de tonterías, de cursilerías, de ignorancias, de lugares comunes, de facilismos, la poesía no será posible. Se requiere de mucha humildad para reconocer lo que no se posee. Lo que se escribe es un retrato del nivel interior de quien escribe. Si la persona que escribe tiene ojos de sinceridad para mirar ese retrato y reconocer su forma y su estatura quizás pueda comprender y emprender los pasos siguientes.

Entonces resultará más natural entender que el poema es una estructura, un envase y que la poesía es lo que se busca con el poema.  El poema es un vaso. La poesía es lo que debe llenar ese vaso.

UN EJEMPLO ATRAVESADO

¿Quieren saber cómo escribía un poema John Ashbery, uno de los más hondos y complejos poetas de los últimos cien años? Lean esto:

En algún sitio alguien viaja furiosamente hacia ti,

a una velocidad increíble, durante el día y la noche,

bajo la ventisca y el calor del desierto,

cruzando torrentes, atravesando angostos desfiladeros.

¿Pero sabrá dónde encontrarte, reconocerte cuando te vea,

darte lo que tiene para ti? 

  

¿CÓMO LEERÍAS TU ALMA?

El escritor experimenta su mayor satisfacción al conseguir el texto que ha intuido, que ha deseado, que ha requerido el alma desde uno de sus extraños mandatos. La segunda satisfacción, tan difícil de lograr como la primera, es tener la suerte de ser bien leído, de encontrar un lector de los que ayudan a crecer en calidad y humanidad al escritor.

Si pudieras leer tu alma, ¿cómo la leerías? No la leerías como si se tratara de una información periodística. No la leerías como si se tratara de un récipe médico o de un manual para entender un artefacto doméstico. Es igual con la poesía. Es igual con el arte de la escritura. Y todo el arte. Debes aprender a leer el arte con otros ojos, con unos que también te sirvan para cuando necesites leer lo que hay en tu interior.

No es posible resistir la tentación de poner ahora, para finalizar este texto quizás estrambótico, un poema de nuestra admirada y recordada poeta Hanni Ossott, porque ella fue y seguirá siendo digna de hallar lectores de su talla:

POR SALIR DEL CHARCO

(A Washington con Manuel)

 

En algún lugar del mundo

una mujer se sentaba todas las mañanas

a contemplar un viejo edificio.

Y había ventanas, sí

plenas de sombras

hombres, mujeres, monstruos.

Esa casa estaba deshabitada

no había amantes, no.

Sólo aves que a veces cruzaban el horrendo paisaje.

 

En algún lugar del mundo

  había una lámpara rota

  que no era de ella.

También un diccionario.

 

Eso no podía resolver su soledad.

 

Había tres árboles, cuatro árboles

y ruidos, la calle, los automóviles.

 

En algún lugar del mundo ella

no pudo hablar con quien podría

ser su amante.

El placer estaba vedado.

Las ambulancias pasaban

El fastidio cundía.

 

En algún lugar del mundo

ella se detenía

a ver un enchufe

un sofá

una mesa repleta de libros y de centavos

y al marido: mustio, callado, leyendo…

 

También había pastillas, muchas pastillas

y un avión que pasaba.

Llevando a gente que sí tenía lugar.

 

En algún lugar del mundo

      ella rezaba

      por salir

      por salir

      del charco.

 

Gracias al maestro José Pulido por este magnífico texto, quien ha sido tan amable de escrbirlo para nosotros, con motivo del Día del Escritor que se celebra el 29 de noviembre en Venezuela. Poeta, narrador y periodista venezolano, nacido en Villa de Cura, el 1° de noviembre de 1945. Actualmente vive en Génova, Italia.

 

#JosePulido

#diadelescritor

Editora: Carmen Cristina Wolf

 

 

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Canto al Hombre, de Carmen Cristina Wolf

 

CANTO AL HOMBRE

Poemario de Carmen Cristína Wolf

Por Jesús Peñalver

Tiendo a creer que el verdadero poeta es el que descubre que la poesía es un silencio que invade la palabra y revela palpitaciones, evitando que el poeta se extravíe y se pierda en una nada que estalla en florecidos y conocidos arrebatos convencionales. Las palabras están allí para ordenar y organizar el ritmo de lo que ellas aspiran decir, se amparan en el silencio para que el poema se eleve y se haga profundo y universal y esto solo se logra cuando la palabra y el silencio que viven en ella se relacionan, se enfrentan, se corresponden recíprocamente porque un silencio abusivamente atosigado de palabras se convierte en silencio que habla, en deplorable discurso. Por eso en el poema la palabra y el sllencio se abrazan, díalogan, se complementan.
Es lo que logra Carmen Cristina Wolf con “Canto al hombre”, el fascinante poemario en el que la palabra glorificada secretamente por el silencio emprende una lenta y larga travesía para que el amor compartido conmueva al propio Dios que lo creó y junto a la palabra dulcificada por la dolorosa, pero floreciente belleza de la vida, surgen manos desnudas que buscan regar aceite en los cuerpos mientras la pareja descubre que dos, unidos, forman un solo cuerpo y advierte que al unirse también se convierte en el mar, en una profunda eternidad.
Y entonces el amor se hace boca, fuego, un navío en movimiento y el ser amado es tiempo y espacio y cuando Dios dice amor, dice rosa y cuando no dice nada dice amor, pero si en el amor el amado no está no amanecerá jamás. Es cuando ella pondrá banderas en cada estrella y navegará en la sangre del amado para siempre ausente y hundido en su oscuridad.
Siento que en su estructura “Canto al hombre” de Carmen Cristina Wolf, se acerca al glorioso instante del pas de deux del ballet clásico porque la mujer realiza sus variaciones que lo aproximan al hombre, mientras ambos cierran el espacio que los separaba y dejan de ser dos para convertirse en un solo cuerpo y vivir o morir para siempre.
Y al mismo tiempo, “Canto al hombre” es un poema de amor que ilumina al silencio y hace que resplandezca aún más la palabra poética, porque está lloviendo y no es posible resistir ni un segundo más sin que el cuerpo de él sepa que está lloviendo.
Jesús Peñalver
Poeta, ensayista, docente universitario. Abogado y administrador.
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Celebrar la palabra, honrar el pensamiento, por Hebe Muñoz

 


Nuestra revista dedicará los meses de octubre y noviembre a reflexionar sobre el significado de la escritura y la misión del escritor. Iniciamos con la poeta Hebe Muñoz  y su profunda visión sobre el tema. Escrito en español y en italiano. 

Día del Escritor:

Celebrar la Palabra, honrar el Pensamiento

Por Hebe Muñoz

Cada 29 de noviembre, el calendario nos invita a detenernos y rendir homenaje a quienes, a través de la palabra escrita, modelan el alma del tiempo: los escritores. Este día no es solo una efeméride, sino un llamado a reconocer la íntima labor de aquellos que, como diría Marguerite Duras, «escriben para que algo no se pierda del todo» (Duras, Escribir, 1993). El Día del Escritor no celebra únicamente a quienes publican libros, sino también a quienes, desde la reflexión, la poesía, la narrativa o el ensayo, transmutan la experiencia humana en lenguaje.

La escritura es, en esencia, un acto de resistencia frente al olvido. Así lo afirmaba el filósofo y crítico George Steiner, al señalar que “lo que no se nombra, no existe” (Steiner, Real Presences, 1989). El escritor es, entonces, no solo testigo, sino artífice de la memoria colectiva. Desde la mirada lúcida de un Milan Kundera, que narra el peso de la historia en La insoportable levedad del ser, hasta la prosa combativa de Chimamanda Ngozi Adichie, que reivindica la multiplicidad de voces en Todos deberíamos ser feministas, la escritura abre grietas en los silencios impuestos por el poder y la costumbre.

Escribir es, también, habitar el límite entre la soledad y el diálogo. El escritor crea en silencio, pero escribe para ser leído, para establecer un puente entre su mundo interior y el lector anónimo. Paul Auster lo expresó con claridad: “Escribir es una manera de hablar sin ser interrumpido” (The Art of Hunger, 1992). Esta tensión entre el aislamiento creativo y la necesidad de conexión funda el gesto literario: un compromiso con la verdad, no la verdad factual, sino la emocional, esa que revela la literatura cuando conmueve y transforma.

El escritor contemporáneo ya no es solo un narrador de historias, sino un cuestionador del presente. Su pluma es brújula y espejo. Olga Tokarczuk, premio Nobel de Literatura, defiende una “tender narrator”, una narrativa empática que no impone, sino que escucha (The Tender Narrator, Nobel Lecture, 2019). En tiempos de ruido y velocidad, el escritor nos ofrece la pausa, la profundidad, la capacidad de pensar y sentir con otros ritmos. Escribir es, en última instancia, un acto ético.

La literatura sigue siendo, como sostenía Italo Calvino, “una defensa contra los estragos del tiempo” (Seis propuestas para el próximo milenio, 1988). Honrar a los escritores es honrar la libertad de pensar, de imaginar futuros y revisitar pasados. Es reconocer que la palabra puede ser semilla, refugio o herida, pero siempre una forma de humanidad. Hoy, más que nunca, necesitamos de esa lucidez poética que nace cuando alguien, en el silencio de una hoja en blanco, decide que vale la pena escribir el mundo.

 

Una reflexión personal como lectora

En lo más profundo de mi experiencia como lectora y escritora, siento un respeto casi sagrado por la palabra. Las voces que habitan los libros no son para mí simples autores, sino maestros que me han instruido desde la distancia. Jorge Luis Borges, con su erudición y su amor por las bibliotecas infinitas, me enseñó a sospechar de las certezas. Hannah Arendt me mostró que el pensamiento riguroso es un acto de responsabilidad frente al mundo. Con Clarice Lispector aprendí que la sensibilidad no excluye la inteligencia, y con Octavio Paz, que la poesía puede ser filosofía encarnada.

Cada libro leído ha sido una conversación, a veces exigente, a veces luminosa, pero siempre formativa. No concibo mi pensamiento sin las huellas de aquellos escritores que, con seriedad y compromiso, han depositado en sus obras un legado intelectual y moral. Por eso, respeto profundamente tanto la palabra escrita como la hablada: ambas son vehículos del entendimiento humano, herramientas de construcción y memoria. Escribir y leer son, para mí, actos de fidelidad hacia esa forma de conocimiento que se transmite no solo con datos, sino con belleza, asombro y verdad.

 

Mi voz como poeta y escritora

Como poeta y escritora, mi compromiso con la palabra va más allá de lo estético: es un deber con la dignidad del lenguaje y con la mirada de quien lee. Porque sé que alguien, en algún lugar, abrirá un libro con la esperanza de ser comprendido o transformado. Por ello, cada palabra que elijo carga un propósito; cada frase, una reverencia hacia la inteligencia y sensibilidad del lector.

Escribir poesía es, para mí, un viaje íntimo hacia lo indecible. Descubrir un vocablo nuevo —ya sea una antigua raíz griega o un neologismo moderno— es como encontrar una piedra brillante en la arena. El lenguaje es un universo en expansión: en él navego con asombro y gratitud. Y en la poesía, donde la lógica puede ceder ante el ritmo, la imagen o la emoción, me permito la libertad de las licencias poéticas, esas pequeñas rebeliones que hacen de la lengua un terreno fértil y vivo.

Como escritora, hallo en cada texto un espacio sagrado donde se conjugan la precisión del pensamiento y la música del corazón. Y si alguna vez una de mis frases toca, ilumina o acompaña al lector, entonces habrá valido la pena el viaje.

 

Una invitación final: leer, escribir, vivir

Hoy, en el Día del Escritor, más que celebrar a quienes escribimos, invito a celebrar el acto de leer, ese encuentro silencioso pero potente entre dos conciencias. Leer es dialogar con el alma ajena, pero también con la propia. Es escuchar otras formas de nombrar el mundo y, quizás, empezar a construir el nuestro.

Y si en algún rincón de tu ser habita una palabra no dicha, una historia que pide nacer, un poema que germina en tus silencios: escribe. No temas la hoja en blanco; ella no exige perfección, solo sinceridad. La escritura no es un privilegio de los iluminados, sino un camino abierto a quienes se atreven a mirar dentro de sí y compartirlo con generosidad.

Porque, como dijo Ray Bradbury: “Escribir es recordar lo que uno es y lo que uno fue, y luego decirlo en voz alta para no olvidarlo jamás.”

Que hoy honremos a los escritores y poetas leyendo, y que mañana —quizás— comencemos también a escribir.

 

En italiano:

 

Giornata dello Scrittore: celebrare la Parola, onorare il Pensiero

Ogni 29 novembre il calendario ci invita a fermarci e a rendere omaggio a coloro che, attraverso la parola scritta, plasmano l’anima del tempo: gli scrittori.
Questa giornata non è solo una ricorrenza, ma un invito a riconoscere il lavoro intimo di coloro che, come scrisse Marguerite Duras, “scrivono affinché qualcosa non si perda del tutto” (Scrivere, 1993).
La Giornata dello Scrittore non celebra soltanto chi pubblica libri, ma anche chi, attraverso la riflessione, la poesia, la narrativa o il saggio, trasforma l’esperienza umana in linguaggio.

Scrivere è, in essenza, un atto di resistenza contro l’oblio. Come ricordava il filosofo e critico George Steiner, “ciò che non si nomina, non esiste” (Presenze reali, 1989).
Lo scrittore è quindi non solo testimone, ma artefice della memoria collettiva.
Dallo sguardo lucido di Milan Kundera, che racconta il peso della storia ne L’insostenibile leggerezza dell’essere, alla prosa combattiva di Chimamanda Ngozi Adichie, che rivendica la molteplicità delle voci in Dovremmo essere tutti femministi, la scrittura apre crepe nei silenzi imposti dal potere e dalla consuetudine.

Scrivere significa anche abitare il confine tra solitudine e dialogo.
Lo scrittore crea nel silenzio, ma scrive per essere letto, per costruire un ponte tra il proprio mondo interiore e il lettore sconosciuto.
Paul Auster lo espresse chiaramente: “Scrivere è un modo di parlare senza essere interrotti” (The Art of Hunger, 1992).
Questa tensione tra isolamento creativo e bisogno di connessione fonda il gesto letterario: un impegno verso la verità — non quella fattuale, ma quella emotiva — che la letteratura rivela quando commuove e trasforma.

Lo scrittore contemporaneo non è più solo un narratore di storie, ma un interrogatore del presente.
La sua penna è al tempo stesso bussola e specchio.
Olga Tokarczuk, premio Nobel per la Letteratura, parla di un “narratore tenero”, una voce empatica che non impone ma ascolta (The Tender Narrator, Nobel Lecture, 2019).
In tempi dominati dal rumore e dalla velocità, lo scrittore offre la pausa, la profondità, la possibilità di pensare e sentire con ritmi diversi.
Scrivere è, in ultima analisi, un atto etico.

La letteratura rimane, come affermava Italo Calvino, “una difesa contro gli oltraggi del tempo” (Lezioni americane, 1988).
Onorare gli scrittori significa onorare la libertà di pensare, di immaginare futuri e di rileggere i passati.
È riconoscere che la parola può essere seme, rifugio o ferita — ma sempre una forma di umanità.
Oggi più che mai abbiamo bisogno di quella lucidità poetica che nasce quando qualcuno, nel silenzio di una pagina bianca, decide che vale la pena scrivere il mondo.

Una riflessione personale come lettrice

Nel profondo della mia esperienza di lettrice e scrittrice, provo un rispetto quasi sacro per la parola.
Le voci che abitano i libri non sono per me semplici autori, ma maestri che mi hanno formato nella distanza.
Jorge Luis Borges, con la sua erudizione e il suo amore per le biblioteche infinite, mi ha insegnato a diffidare delle certezze.
Hannah Arendt mi ha mostrato che il pensiero rigoroso è un atto di responsabilità verso il mondo.
Da Clarice Lispector ho imparato che la sensibilità non esclude l’intelligenza, e da Octavio Paz che la poesia può essere filosofia incarnata.

Ogni libro letto è stato una conversazione — talvolta esigente, talvolta luminosa, ma sempre formativa.
Non concepisco il mio pensiero senza le tracce di quegli scrittori che, con serietà e dedizione, hanno consegnato alle loro opere un’eredità intellettuale e morale.
Per questo rispetto profondamente la parola scritta e quella parlata: entrambe sono strumenti di costruzione e memoria.
Scrivere e leggere sono, per me, atti di fedeltà verso quella forma di conoscenza che si trasmette non solo con i dati, ma con la bellezza, lo stupore e la verità.

La mia voce di poetessa e scrittrice

Come poetessa e scrittrice, il mio impegno verso la parola va oltre l’estetica: è un dovere verso la dignità del linguaggio e verso lo sguardo di chi legge.
So che, da qualche parte, qualcuno aprirà un libro con la speranza di sentirsi compreso o trasformato.
Per questo, ogni parola che scelgo porta un’intenzione; ogni frase, una riverenza verso l’intelligenza e la sensibilità del lettore.

Scrivere poesia è per me un viaggio intimo verso l’indicibile.
Scoprire un nuovo vocabolo — che sia una radice greca antica o un neologismo moderno — è come trovare una pietra lucente nella sabbia.
Il linguaggio è un universo in espansione: in esso navigo con stupore e gratitudine.
E nella poesia, dove la logica può cedere al ritmo, all’immagine o all’emozione, mi concedo la libertà delle licenze poetiche: piccole ribellioni che rendono la lingua un terreno fertile e vivo.

Come scrittrice, trovo in ogni testo uno spazio sacro dove si incontrano la precisione del pensiero e la musica del cuore.
E se una sola delle mie frasi, un giorno, riuscisse a toccare, illuminare o accompagnare un lettore, allora il viaggio sarà valso la pena.

Un invito finale: leggere, scrivere, vivere

Oggi, nella Giornata dello Scrittore, più che celebrare chi scrive, desidero celebrare l’atto del leggere — quell’incontro silenzioso ma potente tra due coscienze.
Leggere è dialogare con l’anima altrui, ma anche con la propria.
È ascoltare altri modi di nominare il mondo e, forse, cominciare a costruire il nostro.

E se dentro di te abita una parola non detta, una storia che chiede di nascere, un poema che germina nei tuoi silenzi — scrivi.
Non temere la pagina bianca: non chiede perfezione, ma sincerità.
Scrivere non è un privilegio dei prescelti, ma un cammino aperto a chi osa guardarsi dentro e condividere ciò che scopre.

Perché, come disse Ray Bradbury,

“Scrivere è ricordare ciò che si è e ciò che si è stati, e poi dirlo ad alta voce per non dimenticarlo mai.”

Oggi onoriamo gli scrittori e i poeti leggendo;
domani, forse, cominceremo anche a scrivere.

 

 

 

Bibliografía citada:

  • Duras, Marguerite. Escribir. Tusquets, 1993.
  • Steiner, George. Real Presences. University of Chicago Press, 1989.
  • Kundera, Milan. La insoportable levedad del ser. Tusquets, 1984.
  • Adichie, Chimamanda Ngozi. Todos deberíamos ser feministas. Literatura Random House, 2014.
  • Auster, Paul. The Art of Hunger. Penguin Books, 1992.
  • Tokarczuk, Olga. The Tender Narrator, Nobel Lecture, 2019.
  • Calvino, Italo. Seis propuestas para el próximo milenio. Siruela, 1988.
  • Borges, Jorge Luis. Otras inquisiciones. Alianza Editorial, 1952.
  • Arendt, Hannah. La vida del espíritu. Ediciones Paidós, 1978.
  • Lispector, Clarice. La hora de la estrella. Siruela, 1977.
  • Paz, Octavio. El arco y la lira. Fondo de Cultura Económica, 1956.
  • Bradbury, Ray. Zen en el arte de escribir. Minotauro, 1990.

 

Hebe Muñoz es poeta, escritora, traductora italo-venezolana. Es miembro activo corresponsal para Italia del Círculo de Escritores Venezolanos y presidente de la Asociación de promoción cultural y social HEFRA APS.

Ha publicado varios poemarios bilingües en italiano y español. Sus poemas aparecen en numerosas antologías nacionales e internacionales.

Ha recibido varios premios de poesía y galardones nacionales e internacionales, entre ellos el Premio Internacional a la Excelencia «Città del Galateo Antonio De Ferrariis», galardonado con la Medalla del Presidente de la República Italiana, con el patrocinio de la Cámara de Diputados, el Senado, la Editorial Laterza y ??el Grupo CF Assicurazioni. Hebe Munoz recibió el Premio Mujeres en la Cultura 2024 de manos de la alcaldesa Antonietta Casciotti y la Administración Municipal de Alba Adriatica, Italia, con la siguiente motivación: «Una pluma que lucha con valentía contra la violencia para dar voz a quienes no pueden hablar».

En Fidenza (PR), Italia, Hebe Munoz organiza el encuentro poético bilingüe italo-español «LIBERTAD ES PALABRA», un puente cultural poético para dar voz a poetas que aman la libertad, la paz y la defensa de los derechos humanos.

En coautoría con su esposo, el poeta Francesco Nigri, Hebe Muñoz publica la segunda edición del poemario HEFRA Amarsi Amarse, una edición bilingüe, publicada por Tracce per la Meta Edizioni en 2025. De este proyecto, ideado y creado por los autores, nació el Slam Poetry «AMAR-Sì», que incluye poemas, música e imágenes de original autoría. La gira poética comenzó en Madrid (marzo de 2025), se presentó el pasado abril 2025 en el Teatro Magnani de Fidenza (PR) entre otros. Actualmente cuenta con más fechas de presentaciòn.

Editora: Carmen Cristina Wolf   @carmencristinawolf Instagram

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VICTORIA BENARROCH: EL DESIERTO QUE CRUZAMOS

Celebramos con regocijo el nuevo libro de Victoria Benarroch, se trata de «El desierto que cruzamos», publicado por LP5 Editora. Se encuentra disponible en Amazon.

Ella ha tenido la deferencia de enviarnos una selección de poemas.

El ensayista venezolano Alberto Hernández escribe: «Este libro es un relato del regreso, del retorno al lugar del origen desde una perspectiva tan personal que Victoria Benarroch convierte en una aventura politemática: no queda en estas páginas asunto que no toque su sensibilidad, su paso por el desierto que ha tenido que cruzar desde el recuerdo de Moisés, desde el largo trecho de muchos años hacia la tierra donde se asentaron los primeros peregrinos. Este libro es una poética de ese desierto, de los pasos y rastros que dejaron mientras soñaban y se hacían parte del mundo. Es el desierto antiguo, el del libro sagrado, pero es también el desierto de hoy, sin dejar de decir del desierto que atiende a quien escribe una poesía limpia de falsos testimonios, plena de historias que cada poema contiene. Cruzar un desierto representa la metáfora de los tantos senderos fundacionales. De los tantos caminos que tuvieron que abrirse para alcanzar el lugar ofrecido por la Altura. Cruzar un desierto es presagiar un éxodo. Es volver a ser parte de la diáspora, del relegado, del caminante que no mira o sí hacia atrás, que se mesa la barba sucia de polvo y los ojos en busca del horizonte, mientras las mujeres sacrifican la mirada ante los hijos que crecen o mueren en el camino.» Letralia Tierra de Letras. (Fragmento)

EL DESIERTO QUE CRUZAMOS

Victoria Benarroch

Selección

 

Desnuda un lugar furtivo

tienta lo infinito

oculta entre sus manos

permanece mi sed

g g g g g g

El deseo de sus párpados

me llueve

en lo blanco

de una luz extraviada

 

ese destello esconde

la incertidumbre que atrapa mis raíces

arropo con fuerza el agua cristalina

y un refugio permanece

g g g g g g

 

Adivino el susurro de unos pasos

llega el peregrino

me instalo en su morada

aguardo lo que trae

 

cada palabra desprendida de mi vientre

calma del paisaje

su hondo abismo

inicio mi desnudo

en brazos del universo

g g g g g g

Permanecemos en ese hilo suave

tus párpados

no se atreven a decir adiós

 

intentas arrancar

este sentimiento

 

mientras nos convertimos

en una lágrima

 

#victoriabenarroch

#poesiavenezolana

Editora: Carmen Cristina Wolf

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Risco y pedernal, de Jerónimo Alayón

Jerónimo Alayón

Risco y pedernal

Jerónimo Alayón

Un hombre camina por una vereda

al filo de un acantilado

 

Allí la soledad

es el viento

incorruptible

que silba una melodía

inédita

 

Allí el amor

es la flor

de Stendhal

 

El hombre mira

 

A su izquierda

yace el tiempo de los funestos

 

A su derecha

el valle de la incertidumbre

 

Arriba

la paz de Hölderlin

 

El hombre resbala

y

en

su caída

el viento

hace

sonar

los tambores

de Mussorgsky

 

Ha pasado el tiempo

 

y ahora el hombre

yace en paz

tras su escritorio

en la universidad

 

Extraña el acantilado

el viento indómito

los tambores

de la gran puerta

la flor en el risco

la soledad insobornable

 

El hombre ahora

escucha una voz

 

¡Paz de la belleza!

¡Paz divina!

Quien calmó una vez en ti

su vida furiosa y su espíritu lleno de dudas

¿cómo podrá encontrar remedio en otra parte?

Somos como el fuego que duerme en la rama seca

o en el pedernal

 

El hombre

asciende el acantilado

 

o eso cree

 

porque ahora él es

el risco

 

y

 

el

 

pedernal

 

Alayón, J. (2024). De mí parten las aves esta mañana. Autor, págs. 20-22.

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Rafael Rondón Narváez: Desde un cuarto de Catia

Desde un cuarto de Catia 2

Rafael Rondón Narváez

En 2021, con motivo de un aniversario de Caracas, Denise Armitano me invitó a escribir para la revista electrónica y web literaria contexturas.org. En ese entonces, no quise hacer un recuento intelectual, ni hacer recorridos eruditos, sino acudir a los lugares más entrañables de los sentidos.

En ese texto, recordaba mi arribo a este valle a los veinte años. Cuando vine desde Maracay donde estaba acostumbrado a dormir sin el bullicio nocturno, acompañado del silencio y la respiración de mis hermanos; cuando escuchaba los sapos en los estanques o los grillos de la lluvia. Pero al llegar, supe del sonido de una urbe muy diferente. Arribé a la soledad de un cuarto de Catia, donde leía hasta altas horas de la noche, estudiaba y era feliz, dándole forma a la ciudad sin verla, pero escuchándola en sus escándalos de ambulancias, fiestas y tiroteos; percibiéndola en sus olores de chocolates La India.

No podía saber en 2021 que un tiempo después retomaría ese texto, para agregarle a mi memoria filiaciones de otra índole. Cuando, con motivo de esta maravillosa exposición llamada: Rafael Monasterios. Paisajes de Venezuela en la Galería Freites me iba a encontrar con otras formas de Catia en esa sorprendente tela llamada Tenería de Boccard en Catia, 1930.

Como Monasterios, me siento parte de una estirpe de emigrados. Desde el interior, como el pintor lo hizo desde Barquisimeto; como mi familia desde un pueblo merideño, o desde otros países como tantos italianos, árabes y portugueses que habitaron los cafés y bulevares de Catia.

En este cuadro de Monasterios nos hallamos en los bordes geográficos de una patria. Catia era también un motivo para una ciudad en transición entre lo pastoril y cosmopolita; entre lo pecuario de una curtiembre y el ritmo agitado del petróleo. La imagen de este paisaje detuvo así el tránsito de una comarca casi agrícola tan invocada por los pintores del Círculo de Bellas Artes. Una Caracas tan nítidamente fijada para siempre en esta tenería, donde la luz y el humo de los cueros nos llegan desde de un país entrañable y ya perdido.

Este escrito forma parte de las lecturas «Textos breves para Monasterios», selección de Denise Armitano C., para la muestra Rafael Monasterios. Paisajes de Venezuela (Galería Freites, Caracas, junio-septiembre 2022).

Se leyeron microrrelatos y poemas de: Enriqueta Arvelo Larriva,  Vicente Gerbasi, Ednodio Quintero, Arnaldo Jiménez, Marisa Mena, Bettina Steinhold, Toti Vollmer, Rafael Rondón Narváez y Denise Armitano.

 

Rafael Rondón Narváez

Ensayista venezolano (Maracay, 1964). Licenciado en Letras por la Universidad Católica Andrés Bello (Ucab), magíster en Literatura Latinoamericana por la Universidad Simón Bolívar (USB) y doctor en Cultura y Arte para América Latina y el Caribe por el Instituto Pedagógico de Caracas, institución en la que coordinó la Maestría de Literatura Latinoamericana y actualmente ejerce la dirección de la Cátedra de Literatura Latinoamericana y del Caribe. Es miembro del Instituto Venezolano de Investigaciones de Lingüística y Literarias “Andrés Bello” (Ivillab) y del Programa de Estímulo a la Investigación (PEI). Fue jefe de investigación del Museo de Arte Contemporáneo de Maracay Mario Abreu y director de la Galería Municipal de Arte de Maracay. Ha realizado curadurías y textos sobre arte en diversas publicaciones de Venezuela y otros países. Autor de Las artes en Aragua: imaginario de un territorio (2003), Literatura y cultura: espacio para el encuentro (2005) y Las sendas del paisaje: paisaje, modernidad y nación en la Generación del 18 y el Círculo de Bellas Artes (2012). Instagram del autor:

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