EL ESCRITOR Y EL ALGORITMO, POR TIBISAY VARGAS ROJAS

Tibisay Vargas Rojas

Como el mes de noviembre lo hemos dedicado al día del escritor y a la escritura, nos complace publicar el ensayo de Tibisay Vargas Rojas, sobre un tema de actualidad cuyo enfoque no puede menos que preocupar y llamarnos a la más profunda reflexión.

EL ESCRITOR Y EL ALGORITMO

Tibisay Vargas Rojas

“Declinaba el verano, y comprendí que el libro era monstruoso. De nada me
sirvió considerar que no menos monstruoso era yo, que lo percibía con ojos y lo
palpaba con diez dedos con uñas.” Así reza un párrafo del inquietante y magistral
cuento de Jorge Luis Borges, El libro de arena. Las veces en que lo he leído
nunca ha dejado de estremecer mi decisión de ser escritora, y de eso hace
muchas décadas ya.
A estas alturas confieso que no he estado conforme cuando denomino este
hacer. Le he llamado oficio, trabajo, arte… Ninguno me resuena, y tal vez llamarlo
“amor”, o “vida”, a pesar de la sensible contundencia de ambos términos, se me
antojan de un edulcorado acento pedante.
Escribir… eso, indiscutiblemente, es una altísima responsabilidad: otros
ojos, otros oídos, otro espíritu, lo recibirán, y no hay mayor compromiso que tocar
inopinadamente el alma ajena, porque el lector es la criatura más frágil cuando
aborda un libro. Es mi experiencia. ¿Por qué accedemos al escrito ajeno?, ¿por
qué esa necesidad de lo desconocido?, naturaleza humana, se diría, pero mayor
osadía es vaciar el espíritu propio en un papel que probablemente nos sobrevivirá
un tiempo inconmensurable.
Allí está aún el “papel” trocado en arcilla que hace siglos dejó constancia en
escritura cuneiforme de la vida de un suprahumano vulnerable ante la muerte.
¿Cómo sabríamos del dolor y la incertidumbre de Gilgamesh por la muerte de su
amado Enkidu, si el autor o copista no lo hubiese hecho palabra escrita?
Así también perdura hasta nuestros días el Himno a Nikkal, diosa de los
sueños, datado mil cuatrocientos años antes de Cristo y escrito también en tablilla
de arcilla desenterrada en Siria, otrora la antigua ciudad de Ugarit, y el Epitafio de

Sícilo, un poema con letra y música escritos en griego encontrado al sur de
Turquía y datado siglo I d.C., inscrito en una lápida de mármol que según dedica
un tal Sícilo a su esposa fallecida… La arcilla y la roca permitieron que esos
incunables textos llegaran intactos a nuestros días, pero aún más asombra la
perdurabilidad de otros soportes como el papiro, la palmera y el pergamino, cuya
fragilidad cede a los siglos, y sin embargo obras como el egipcio Libro de la salida
del día, conocido como el Libro de los muertos, los Vedas del hinduismo, los
Rollos de Qumrán, entre muchos, han llegado casi indemnes a nosotros. Allí es
donde me arriesgo al decir que ha sido a causa de lo escrito, de su espíritu.
El espíritu de la palabra escrita escapa a nuestra comprensión. Atenidos
como estamos a la ciencia, su disciplina sistemática y predicciones comprobables,
nuestra razón no atreve a lo ignoto, sin embargo, cursamos un tiempo de la
escritura multiplicada donde el acto literario pareciera no tener fronteras y llega,
avasallante, a toda puerta abierta.
Desde el milagro acuñado por el caballero de Maguncia, la humanidad ha
accedido a la palabra escrita de un modo inimaginable antes del S. XV. Gutenberg
con su invento multiplicó la palabra, y no hubo vuelta atrás. Si ya la confusión de
las lenguas referida en Génesis 11:1-9 daba cuenta de la tragedia de la
incomunicación, la humanidad ha sido testigo de su propia resiliencia y
obedeciendo a su naturaleza de ser creado a imagen y semejanza de su Dios, y al
precepto “creced y multiplicaos”, otro tanto ha hecho con la palabra, haciéndola,
de paso, arte.
El S. XVIII lanzó sobre el tapete intelectual los dados de la llamada
Ilustración, so pena de que en cada lanzada menguara o no el brillo del llamado
Siglo de las Luces con mucho más arrojo que tres siglos atrás en el Renacimiento,
y la literatura no se quedó rezagada, arrastrando, sin embargo, lo que Barthes da
en llamar la fatalidad del signo literario, pues el escritor se enfrenta a los signos
ancestrales que desde el pasado le imponen la literatura “como un rival y no como
una reconciliación”.

Si bien la página en blanco ya es un drama, el desarrollo de la obra no lo
es menos pues la prisión del lenguaje nunca complacerá a su naturaleza, y esa
misma naturaleza, tal vez en un afán de escape, llevó a la humanidad a crear una
alternativa que dio en llamar Inteligencia Artificial, un modo de que, con la excusa
de apoyo o rápido auxilio ante las exigencias del tiempo que cursa, le permita por
un lado saltarse décadas (o siglos) en la resolución de un problema, pero por otro
dar luz verde a la mala fe, y el oficiante que pierde, sin lugar a dudas, es el
escritor. Aterra recordar las palabras del Fausto de Goethe: “Si llega el día en el
que pueda tumbarme ociosamente, con toda tranquilidad, me dará igual lo que sea
de mí”.

Inicié esta diatriba citando a Borges. Su Libro de arena se me antoja la
metáfora del escritor/lector siempre obsesionado, aterrado por el verbo evasivo o
la idea perdida, siempre en búsqueda de lo no dicho, huyendo a la repitencia, y a
la vez lamentando no poder repetirse, anhelando el libro perfecto, el que nunca se
pareará con los cientos leídos y sentidos magistrales, y que, a punto de ser
engullido por las arenas movedizas de su insatisfacción, vende su alma.

No quiero anatemizar a la IA, tampoco al escritor que haga uso de ella
porque yo siga fiel a mi Larousse. Es una herramienta indudablemente útil en la
búsqueda de datos, un ahorro de tiempo. No, no es ahí donde se instala mi recelo,
mi rechazo (para no llamarlo miedo), es por la muerte del escritor, o peor aún, su
“zombificación” a manos de algoritmos. ¿Se podría hablar aun del Espíritu de la
Palabra Escrita de quien entrega una sarta de líneas, que no versos, insulsas,
escasas, flojas, a esa entidad con la tarea de que “construya” un poema al modo
de tal, o cual…? Allí mi miedo. Sí, lo digo con mucha pena en todas sus
acepciones.

Ciertamente no soy quién para juzgar, pero escribo, y en la libertad que me
asiste trato de reivindicar a íl fabbro, el herrero, el artesano, como nombró el lúcido
Arnaldo Acosta Bello al poeta en el poema homónimo de su libro “Santa palabra”,

el cual dejo por aquí como corolario para honrar al escritor que lo concibió, a la
escritora que mora en mí, al espíritu de los escritores que se hayan acercado a
estas líneas titubeantes, y resuenen…

“IL FABBRO

Cuando me siento como un artesano
a fabricar un poema, lo encuentro odioso
y retrocedo; pero cuando la musa ha hecho su trabajo
comienza el tiempo del artesano: como barrer un patio,
preparar la casa, cortar y sacar las ramas que sobresalen.
Un jardín no será, sí una fronda con arroyo
y fauno, sonidos y olores silvestres, con amargos
y dulces momentos; un jardín no será, ni un orden
artificial colocará flores en el búcaro de acuerdo
a los arreglos y a los gustos, toda perífrasis,
todo prestigio eufemístico será sepultado, lo natural
tiene sus propias leyes, en sus caminos están de más
esos turistas que se extasían en el paisaje
y quieren “situaciones” que les hagan olvidar sus problemas.”

(De «santa palabra», Arnaldo Acosta Bello, 2008)

 

 

#diadelescritor

 

Editora: Carmen Cristina Wolf

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POEMAS DE LA INFANCIA

 POEMAS DE LA INFANCIA

 Yuleisy Cruz Lezcano

 

 EL OLOR DE DONDE VENGO

 Había un olor en la casa de mis abuelos
que no sé si era a sopa, a madera,
a ropa secándose en los cordeles,
o a las manos de mi abuela
cuando partía el pan

y colaba el café

como si fuera un milagro cotidiano.

Era un perfume sin nombre,
una mezcla de fe, polvo,
y un silencio mullido
que nunca asustaba.

La sala olía a tardes sin prisa,
a cáscaras de naranja,
a la radio contando historias
que nadie escuchaba del todo.
Y cada habitación guardaba un secreto,
el armario, una chaqueta

con olor a padre antiguo;
la cocina, la risa de mi abuelo

metida en los cajones.

Yo no lo sabía entonces,
pero ese aroma era la infancia:
el lugar exacto donde el mundo
no dolía todavía.

Busco ese olor en el cuello de mi hijo,

en sus dedos manchados de plastilina,

en la risa que suelta

cuando corre sin motivo.

Y a veces, por un segundo,

cuando me abraza sin razón,

la casa de mis abuelos vuelve,

entera,

como si nunca se hubiera ido.

 

 EL NIÑO QUE ME HABITA

 Jugar contigo
es abrir una rendija en el reloj,
asomarse al hueco dorado
donde duerme el niño que fui,
envuelto en la luz quebradiza de la merienda.

Tu risa, libélula que no teme al viento,
resucita mis tardes de tierra y escondite,
cuando el mundo cabía en una piedra lisa
y el cielo bajaba a verme
si lo llamaba con un palo.

Con tus manos de pan recién horneado
dibujas el mapa de mis antiguas mañanas:
el eco del recreo,
el olor a lápices mordidos,
la sombra roja de la mochila abierta.

Cuando corres,
corro detrás del yo que me olvidé

en una zanja,
allí donde los charcos eran océanos,
y las nubes, dragones dormidos
esperando un soplido.

Eres la llave

que gira en la cerradura

oxidada de mi infancia;

el polvo se eleva,

las puertas crujen como huesos viejos,

y allí estoy yo,

jugando a ser mayor,

sabiendo que jugar contigo

me devuelve

la edad exacta del asombro.

ALQUIMIA DOMÉSTICA

He cambiado el bálsamo de las telas,
el brebaje para los suelos dormidos,
pero no hallo el perfume ausente,
el que tejía la infancia en su vapor dorado.

Aquel olor no tenía nombre,
sólo una voz:
¿Qué quieres para cenar hoy?
Y la cena era un rito
bajo la lámpara de la ternura.

Jugando con mi hijo en el reino de las pizarras,
el polvo de tiza danza en el aire,
y su risa, campana de otro tiempo,
resucita al niño que me habita.

Busco el aroma en la madera callada,
en los pliegues del armario sin testigos,
segunda puerta a la izquierda,
el umbral de un viejo mundo cerrado.

Entre viejas fotos duerme un eco,

relicario invisible de la que fui.

 

RELOJ

El despertador no suena,
hiere,
rompe el cristal del sueño
con su lengua de acero.
Otra vez el mundo antes que el alma.
El tiempo es una criatura famélica
que devora las caricias sin masticarlas.
Salgo sin dejarle mi voz a mi hijo,
como si el día no mereciera su nombre.

El desayuno es un rito ausente:

el café se desliza

como sombra caliente por la garganta,

el pan se quiebra entre los dientes

sin saber a casa.

Corro sin atarme bien los zapatos,

con el peine dormido aún entre mis cabellos,

la blusa mal cerrada,

el alma desvelada.

Cruzo calles que no me conocen,

rostros que pasan como relojes,

ventanas apagadas

donde ya nadie se atreve a soñar.

El trabajo espera
como una bestia de muros grises,
allí donde las horas se archivan
y los cuerpos se doblan
como papeles usados.

Desde el reflejo opaco del monitor
pienso en la infancia,
cuando la libertad no tenía nombre
y bastaba un palo
para gobernar el mundo.
Las rodillas raspadas eran medallas,
el sol una estrella cercana,
y el día no sabía de horarios.

Ahora, atiendo, inyecto, sostengo

cuerpos ajenos que tiemblan en mis manos,

camino pasillos que nunca terminan

con el corazón en automático.

Dejo tu risa en manos ajenas,
en el refugio de una sombra que no soy yo,
y cierro la puerta con un hilo de culpa,
mientras tú, pequeño náufrago,
te adentras en un mundo que no huele a mi abrazo.

La tata te mira con ojos prestados,
te envuelve en cuentos que no son nuestros,
y yo corro,
corro con el peso de la ausencia
grabado en la piel del tiempo robado.

 

CÓMO SE MUERE

Se muere como un hilo de niebla
que se deshace en el cristal del amanecer.
Sin gritos, sin sangre, sin Dios,
solo un silencio que se cierra por dentro.

Se muere de ojos que no miran,
de manos que no tocan,
de palabras que rebotan
contra muros hechos de aire.

La indiferencia cae lenta,
como ceniza sobre una flor abierta.
La indiferencia mata, hiere

sin quemar, sin hacer ruido.

El alma se vuelve vidrio empañado,
un cuerpo que nadie atraviesa con su mirada.
Todo sucede al lado,
pero nunca con uno.

Hay un frío que no es temperatura,
sino ausencia acumulada.
Un abismo tibio,
donde el dolor se vuelve eco y luego polvo.

Se muere como se cae dormido
en una habitación sin ventanas.
No mata la falta de vida,
mata el exceso de olvido.

Se muere sin estar enfermo,

sin achaques, sin trauma

ni heridas.

Morimos, cuando ya nadie siente.

YULEISY CRUZ LEZCANO, POETA CUBANA RADICADA EN ITALIA

El olor de una isla, de un hogar, de una naturaleza. El olor de la gente que la criaba y la quería, que la animaba a buscar una existencia nítida y creadora. Eso acontecía en la existencia adolescente de una poeta cubana que decidió buscar otros rumbos, pero en su poesía ha permanecido el ámbito de inicio, el gran corazón espacial.

La poeta cubana Yuleisy Cruz Lezcano se fue de Cuba cuando tenía dieciocho años de edad. Le tocó estudiar en Italia y ahora trabaja todos los días en un hospital añorando la infancia con sus olores, sus sonidos, la infancia como temporada de hacer nostalgias aunque la haya vivido en una isla abrumada de inconvenientes. Ahora esa infancia es una nostalgia permanente que convierte en amor para vivir y disfrutar la de su pequeño hijo.  Junta ambas infancias y vive su maternidad de una manera que solo una poeta comprendería.

Es bióloga, es enfermera, conoce los dramas de un hospital y al mismo tiempo es una poeta delicada, honda y preciosista, que hace todo lo que debe hacer en el día, pendiente del tiempo que disfrutará luego con su hijo. Es algo interesante que la nutre: su hijo se ha convertido en esencia de su escritura, en motivación de su escritura. Su hijo es el país que tuvo y el que ahora tiene. Su hijo es la profesión que le permite ayudar a los demás y es el día a día: la hora en que pueden pasear juntos, en que juegan juntos, en que se miran pausadamente. Dos ojos ante dos ojos. Y de pronto las sonrisas de complicidad. Madre e hijo. Qué sublime teoría de vida.

Reside desde hace un tiempo en Marzabotto, un pueblo italiano situado en la región de Emilia-Romaña, parte de la provincia de Bolonia.

Ella se ha destacado como poeta y narradora que ha recibido varios reconocimientos y premios importantes en Italia. También es reconocida por su lucha permanente contra la violencia de género.

Ante una pregunta que le hicieron hace poco tiempo respondió:

“Mi vida ha entrelazado dos universos que a menudo se consideran opuestos: la ciencia y la poesía. Cuando llegué a Italia en los años 90, elegí el camino del cuidado: primero como enfermera, luego como bióloga. Trabajar en salud pública en Bolonia me aportó un inmenso enriquecimiento humano. Pero en 2012, un acontecimiento traumático me impulsó a escribir con urgencia: necesitaba dar voz a mis experiencias. La ciencia me ayuda a comprender la realidad con rigor y método, mientras que la poesía me permite transmitirla con empatía y belleza. Son dos caras de la misma moneda, que se retroalimentan”.

En 2024 publicó el libro » Di un’altra voce sarà la paura «, candidato al prestigioso Premio Strega.

Este año, la poeta participó en el festival «La palabra en el mundo» de Venecia y en la Feria del Libro de Turín. En 2023, recibió una mención honorífica en el Premio Literario Internacional il Convivio.

Es autora de veinte poemarios, publicados en español, italiano y portugués.

 

Editora: Carmen Cristina Wolf   @carmencristinawolf en Instagram

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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CARTA A LA VIDA, POR ERNESTO MARRERO RAMÍREZ

Carta a la vida

Amé, fui amado, el sol acarició mi faz.

¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!

                                                       Amado Nervo

 

Querida Vida:

Hoy quiero darte las gracias por ser la hiladora de mis días, la maestra de mis lecciones y la compañera inquebrantable en este efímero y misterioso periplo.

En tus enigmas y paradojas encuentro la belleza de la Impermanencia. Cada amanecer es un recordatorio del cambio, que los días danzan y que nosotros también somos parte de ese rítmico espectáculo.

A veces, me asalta la nostalgia por algunos momentos del pasado, por esas heridas que aún arden y no cicatrizan. Pero también entiendo que en la fugacidad reside la magia, y en el desapego y el servicio el perdón que nos libera.

Entiendo que la existencia es un regalo, y aunque a veces nos enfrentamos a la injusticia, la ignorancia, la incomprensión, la altivez, el egoísmo y otros vaivenes humanos, también somos bendecidos con risas, cálidos abrazos, dilectas amistades, buenas reflexiones y ejemplos de nobleza. Porque cada día es una nueva oportunidad para crecer, cultivar la virtud y encontrar la paciencia. Por eso en los tiempos oscuros también percibo destellos de luz, y recuerdo que nada es eterno, ni siquiera un profundo dolor.

Vida, eres una hoja en blanco, y cada día es un verso que se escribe sobre tu piel. A veces, mis letras son torpes, pero tú siempre me ofreces la oportunidad de corregirlas, aprender y proseguir el camino. Me enseñas que el autoconocimiento es un viaje sin fin, y que la verdadera riqueza está en las experiencias compartidas, en el amor que damos y recibimos, y en los instantes de paz que experimenta nuestra alma.

En los momentos de quietud, cuando el sol se apaga y las estrellas se encienden, me pregunto sobre el verdadero sentido de esta aventura: ¿Quiénes somos? ¿Qué es la conciencia? ¿Hay un «yo» permanente o solo somos una corriente de pensamientos y emociones? ¿Cuál es el verdadero sentido de esta existencia?

Tal vez en los suspiros del viento, en el murmullo del río o en el batir de las olas se encuentran respuestas que escapan a nuestra ínfima comprensión. O quizás, como Giordano Bruno, deberíamos contemplar el vasto universo y sentirnos parte de algo más grande, algo que trasciende los límites de nuestra carne, huesos y pensamientos.

En este instante, mientras escribo estas breves palabras, entiendo que la muerte también es parte de ti. No como un final oscuro o absoluto, sino como una transformación. ¿Acaso no somos como hojas que caen en otoño para abonar la tierra y dar vida a nuevas flores que brotarán en la primavera?

Así que, Vida, gracias por todo. Por los días soleados y lluviosos, por las bienvenidas y despedidas. Gracias por la familia que me diste, por la risa de los niños, por el aroma del café en la mañana, por los ríos, playas y montañas, por la sombra del árbol, el ave que vuela y la brisa que acaricia mi rostro, por los magnos libros, las ideas y los buenos poemas, gracias por un día más.

Prometo seguir indagando, aprendiendo y aportando reflexiones, mientras mi aliento persista. Y cuando llegue el día de soltar tu mano, cuando aparezca la última exhalación, confío en que seré recibido con beneplácito más allá de tus confines, como una gota que se funde con el océano.

Con eterna gratitud, de un humilde peregrino que recorre tus senderos:  Ernesto Marrero

P.D.: Vida, si alguna vez te cruzas, en tus misteriosos caminos, con Schopenhauer, Sartre, Sócrates, Gandhi, Nietzsche, Sidartha, Epicteto o Séneca, dile que su filosofía sigue inspirando a las almas curiosas y sinceras que, como yo, caminan sobre sus huellas.

 

Ernesto Marrero Ramírez es poeta, cuentista y ensayista venezolano. Licenciado en Administración y Magister en Filosofía práctica de la Universidad Católica Andrés Bello. También realizó estudios superiores de Psicología Existencial en la Universidad de Winner en Lima, Perú, y Psicología Analítica en el Centro de Estudios Junguianos en Caracas, además de Narrativa Contemporánea en la UCAB. Es miembro de la Sociedad Venezolana de Filosofía y Director de Cultura del Círculo de Escritores de Venezuela. También es profesor universitario, investigador, conferencista, asesor gerencial, locutor, productor de micros radiales y articulista sobre temas filosóficos, biográficos y existenciales. Varios poemas de su autoría se han traducido al francés y al ruso. Algunos de sus libros: El pececito que quería ser humano, La leyenda del sabio de la montaña, Y ahora… ¿por dónde empiezo?, Cuando tenga tiempo, empiezo, Pasajes secretos del alma, El Futuro nos Alerta, Quisiera contarte algo, El jardín de la existencia, El tiempo y su legado, Fragmentos de impermanencia y Entre dioses y mortales.Ver Biografía completa en el siguiente https://ernestomarreroramirez.blogspot.com/p/blog-page.html

 

Editora: Carmen Cristina Wolf

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ANDRÉS BELLO, EL PRIMER HUMANISTA AMERICANO. POR EDINSON MARTÍNEZ

 

Andrés Bello

El primer humanista americano

 Por Edinson Martínez

El Día del Escritor en Venezuela se celebra cada 29 de noviembre en conmemoración al natalicio de nuestro más universal de todos los escritores, don Andrés Bello, quien nació en Caracas en 1781, es decir, escasamente dos años antes que el Libertador.

Comencemos por señalar, como bien lo apunta el Instituto Cervantes, que el patriarca de las letras americanas, tuvo una larga vida al morir en 1865 a la edad de 84 años, cuando la esperanza de vida en aquellos días era de unos 32 años, y hoy mismo, en Venezuela es de unos 73 años. Murió en Santiago de Chile, mientras nuestra nación era sacudida por las consecuencias de la Guerra Federal, apenas comenzando a superarla con Juan Crisóstomo Falcón como el primer presidente surgido de aquella conflagración que duró cinco años.

Este venezolano tiene el destacado mérito de ser la figura intelectual de mayor relieve en la cultura hispanoamericana del siglo XIX. Y, ya antes, en los postreros años de la centuria precedente, entre los años de 1797 y 1798, ofició como maestro de Simón Bolívar, a quien superaba, al precisar las fechas exactas en que nacieron, por apenas año y medio de edad. Según se cuenta, el joven intelectual daba clases en una especie de academia privada que la familia del futuro Libertador le organizó en su propia casa. Tendría entonces entre 16 y 17 años. No prosiguió estudios más avanzados de manera formal, aunque se inscribió en el curso de medicina que, como ya sabemos, no prosiguió. Su vida, como pocos personajes de nuestra historia, se consagró por entero, sin pausa alguna, a las lecturas de los textos de su tiempo, asimismo, como al estudio de los grandes clásicos para cimentar su vocación intelectual. Vale la pena señalar que, el contexto literario de su época y de las artes en general, estuvo dominado por dos grandes corrientes: El Neoclasicismo, ya de salida, hacia finales del siglo dieciocho y, seguidamente, el Romanticismo, que mantuvo su predominio hasta casi los últimos años del siglo diecinueve. De modo que, toda la referencia literaria y cultural del tiempo de Bello, estuvo determinada por lo que en Europa aconteciera en el ámbito de las letras y la cultura en general. Y no podría haber sido de otra manera, pues el llamado viejo continente, era sin lugar a dudas, el centro del mundo. Así que, no había modo de alcanzar un nivel intelectual respetable, si no se estudiaba en sus propios idiomas a los autores franceses e ingleses que marcaban las tendencias culturales de aquellos días. Esa fue la razón por la que Andrés Bello comenzó a cultivarse, a estudiar por su cuenta, todavía muy joven, el idioma francés, primero, y luego el inglés, a fin de conocer de sus mismísimas fuentes, el inquietante mundo de las ideas de su contemporaneidad.

La formación inicial de Andrés Bello, como habría de suponerse en todo intelectual de su época, ha tenido que ser forzosamente Clasicista y Neoclasicista, para evolucionar más adelante a las nuevas tendencias que surgían. Así, en plena juventud, durante el comienzo de sus inquietudes, la estética dominante en las artes lo impulsaba a tener conocimientos profundos sobre el latín y la cultura clásico-romana.

Ahora bien, la ambición intelectual de Andrés Bello, fue tan marcada por su contemporaneidad, que las ideas de los movimientos culturales surgidos en ese periodo, cuando supera ya los veinte años, enseguida se manifiestan claramente en su obra. Este es el caso del Romanticismo, movimiento con una perspectiva estética que rompe con la Ilustración y el Neoclasicismo, en ese sentido, el resultado es el de un artista rebelde interesado en la búsqueda de la libertad individual y la justicia. Por eso se considera que Andrés Bello fue uno de los primeros poetas de habla hispana en acusar caracteres románticos.

Como buen hombre ilustrado, se sintió, además, profundamente atraído por los aspectos relativos a la cultura, el derecho, la política y la educación, es decir, un humanista que con los años patentaría en sus obras las más sublimes inquietudes de su tiempo. Recordemos que el Romanticismo se convirtió en su momento en una especie de cisma cultural a consecuencia de la profunda crisis social e ideológica en las primeras décadas del siglo XIX, así su influencia fue más allá de la literatura, impactando a la música, la pintura, la política y el derecho. En este contexto, por ejemplo, Napoleón Bonaparte, pasa de general republicano durante la Revolución francesa (1789) a la figura de artífice de un golpe de Estado y posteriormente, en un lapso si quiere corto, a emperador de 1804 a 1815.  En este periodo encontramos en el ámbito literario a Víctor Hugo con su obra Los miserables (1862), uno de los escritores más destacados del movimiento romántico francés. Alejandro Dumas, con El conde de Montrecristo (1845) y Gustave Flaubert con Madame Bovary  (1856). Mary Shelley, con su obra Frankenstein o el moderno Prometeo, novela gótica, con matices del Romanticismo en 1816. Charles Dickens, con su célebre Cuento de Navidad (1843). Y en nuestro continente, un poco más adelante, a Jorge Isaacs, con su novela María, como expresión del Romanticismo hispanoamericano (1867).

Aquel fue un periodo histórico de grandes turbulencias filosóficas, existenciales y culturales a las que Bello, como hombre de su tiempo, no podría escapar. Debo aclarar que, ciertamente, Andrés Bello no tuvo acceso a varias de estas publicaciones, porque como bien sabemos falleció en 1865, de modo que, la referencia a ellas, tiene únicamente el objeto de contextualizar aquella transición tan crucial para la civilización occidental. Por cierto, he de acotar que, en este lapso, Carlos Marx publicó su archiconocido texto El Manifiesto Comunista (1848), suerte de catecismo de todos los movimientos políticos antisistema que pondría al mundo patas arriba hasta bien entrado el siglo XX.

Pero, demos un paseo rápido por algunos de los momentos singulares de la vida de Andrés Bello. El 19 de abril de 1810 en Caracas, al integrarse la Junta Patriótica, es enviado a Inglaterra junto a Simón Bolívar y Luis López Méndez. Es asignado como auxiliar debido a su conocimiento del inglés, la confianza y el respeto de sus contemporáneos. La permanencia de Andrés Bello en Londres estaba prevista para un breve lapso, pues se había estimado para ellos una permanencia corta y transitoria. Entonces, Bolívar decide volver pronto a Caracas. Se quedan en Londres López Méndez y Andrés Bello.

Cuando se interrumpe la vida republicana en Venezuela, en 1812, empieza para estos la dramática situación de cómo subsistir. Se ha comentado que sus días no fueron de mayor desesperación debido al hecho de que tenían casa donde vivir, pues estaban alojados en la residencia, imagínense ustedes, de Sebastián Francisco de Miranda y Rodríguez Espinoza, donde Andrés Bello tuvo acceso privilegiado a la biblioteca de nuestro celebrado precursor de la independencia. De tal forma que este venezolano atrapado en el primer mundo por las vertientes del azar, vivió de primera mano los acontecimientos políticos y culturales más importantes de su tiempo en Europa. Todo ello ocurriendo entre sus veintinueve y cuarenta y ocho años de edad. Una etapa de estudios y experiencia, de contemplación desde el vientre mismo de las dos revoluciones que cambiaron el mundo para siempre: la Revolución industrial en Inglaterra y la Revolución francesa, en el ámbito de las artes, el humanismo y la política.

Sin embargo, no fue fácil su estancia en Londres, y en este sentido, son varios los intentos que hizo Bello por regresar a Venezuela, pidiendo particularmente ayuda a las autoridades patrióticas a través de correspondencia formal. Estas solicitudes, en plena guerra de independencia, probablemente hayan sido ignoradas u obstaculizadas por las propias circunstancias del momento además de la tardanza de las comunicaciones. Así le escribe a Bolívar desde Londres, el 21 de noviembre de 1826, en un momento de urgente necesidad:

“Mi destino presente no me proporciona, sino lo muy preciso para mi subsistencia y la de mi familia, que es ya algo crecida. Carezco de los medios necesarios, aun para dar una educación decente a mis hijos; […] veo delante de mí, no digo la pobreza, que ni a mí, ni a mi familia, nos espantaría, pues ya estamos hechos a tolerarla, sino la mendicidad.”

Pedro Grases González, escritor, historiador, académico y, sobre todo, docente e investigador hispano-venezolano, escribe lo siguiente sobre el destino final de Andrés Bello en la naciente república de Chile:

“Los sucesos que jalonan la vida de Bello en Chile son los siguientes: en 1829 es nombrado oficial mayor del ministerio de hacienda; en 1830 se inicia la publicación de El Araucano, periódico del que fue principal redactor hasta 1853; en 1834 pasa a desempeñar la oficialía mayor del ministerio de relaciones exteriores; en 1837 es elegido senador de la República hasta 1855; en 1842 se decreta la fundación de la Universidad de Chile, cuya inauguración en 1843 es el acto más transcendental de la vida de Bello; en abril en 1847 publica la primera edición de la Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos; en 1851 es designado miembro honorario de la Real Academia Española, y en 1861 miembro correspondiente; en 1852 termina la preparación del Código Civil chileno, que es aprobado por el Congreso en 1855; en 1864 se le elige árbitro para dirimir una diferencia internacional entre el Ecuador y Estados Unidos; en 1865, se le invita para ser árbitro en la controversia entre Perú y Colombia, encargo que declina por estar gravemente enfermo. Muere en Santiago de Chile el 15 de octubre de 1865.”

En varios de los autores consultados se concuerda en que la mayor significación literaria de Andrés Bello es la de haber sido autor de esas dos grandes silvas que, por cierto, en mis lejanos días de estudiante de bachillerato, eran materia de estudio en Castellano y Literatura: La Alocución a la poesía (1823) y La agricultura de la zona tórrida (1826).  Los dos grandes poemas, le acreditan como Príncipe de la literatura hispanoamericana. En la primera invoca el derecho de América por su independencia cultural, y en la segunda, canta a la naturaleza del trópico, a esa revelación telúrica que Regis Debray, por ejemplo, en su novela El Indeseable (1975), no pudo dejar de registrar con una clara perplejidad cuando se interroga:

“¿Cómo inventar la melodía de un tiempo cómplice en una región que no tiene estaciones? ¿Cómo componer una partitura para dos voces y un violoncelo donde hace más de treinta grados a la sombra desde la mañana a la noche y nunca menos de veinte desde el atardecer a la mañana? ¿Dónde el verano está separado del invierno por un aguacero y no por un otoño? ¿Dónde los verdes son verdes lo mismo en julio que en enero y las corolas de los tulipanes, escarlatas durante todo el año…? El año de Europa es una montaña rusa, un folletín de episodios…”

Así, en los versos contenidos en La Alocución a la poesía, donde se manifiesta la inquietud de Andrés Bello por el destino cultural de América, aquel ignoto continente que reclamaba el control de su destino por propia mano, el poeta destaca su singularidad.

Divina Poesía,

tú de la soledad habitadora,

a consultar tus cantos enseñada

con el silencio de la selva umbría,

tú a quien la verde gruta fue morada,

y el eco de los montes compañía;

tiempo es que dejes ya la culta Europa,

que tu nativa rustiquez desama,

y dirijas el vuelo adonde te abre

el mundo de Colón su grande escena.

La Alocución a la poesía (1823). Andrés Bello.

Ciento veintitrés años después, publicado en 1950, en México, Canto general de Pablo Neruda, hermana sus versos con la misma impronta ancestral que animaron los de nuestro recordado sabio.

LA LÁMPARA EN LA TIERRA

AMOR AMÉRICA (1400)

Así comienza el Canto general

ANTES de la peluca y la casaca

fueron los ríos, ríos arteriales:

fueron las cordilleras, en cuya onda raída

el cóndor o la nieve parecían inmóviles:

fue la humedad y la espesura, el trueno

sin nombre todavía, las pampas planetarias.

(…)

Yo estoy aquí para contar la historia.

Desde la paz del búfalo

hasta las azotadas arenas

de la tierra final, en las espumas

acumuladas de la luz antártica,

y por las madrigueras despeñadas

de la sombría paz venezolana,

te busqué, padre mío,

joven guerrero de tiniebla y cobre

oh tú, planta nupcial, cabellera indomable,

madre caimán, metálica paloma.

(…)

Tierra mía sin nombre, sin América,

estambre equinoccial, lanza de púrpura,

tu aroma me trepó por las raíces

hasta la copa que bebía, hasta la más delgada

palabra aún no nacida de mi boca.

 

La obra de Andrés Bello es inmensa en diversos ámbitos, fue destacado poeta, ensayista, filólogo, traductor, crítico literario, filósofo, y con relevantes aportes además en el campo jurídico. Es un hito de referencia obligada en el ámbito humanístico del siglo IXX, cuyo legado aún perdura en el mundo intelectual de Hispanoamérica. Por eso, en homenaje a este primer humanista americano, su fecha de nacimiento celebra el Día del Escritor en Venezuela.

Edinson Martínez. Escritor, economista, editor y radiodifusor.  Miembro activo del Círculo de Escritores de Venezuela. Es autor de la novela Vidas paralelas (2014), Las horas perdidas (2021), Número rojo (2022) y Piratas de plenilunio (2022), asimismo, dos libros de relatos breves bajo los títulos Una historia por descubrir (2016) y El tiránico dominio del azar (2022). El peso de las palabras (2024) publicado con el sello del Círculo de Escritores de Venezuela.  Es articulista de conocidos diarios.

Editora: Carmen Cristina Wolf @carmencristinawolf en Instagram

 

 

 

 

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JOSÉ PULIDO: HABLAR SOBRE ESCRIBIR

José Pulido (Villa de Cura, Aragua, Venezuela, 1945)

 

HABLAR SOBRE ESCRIBIR

José Pulido

 

La obra fundamental de Andrés Bello: Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos, es una siembra de voces inherentes al alma familiar, un tesoro que muy pocos aprovechan, pero ha sido y seguirá siendo la nave que lo lleva al futuro como un ser especial, como un investigador del idioma, como un intelectual que enorgullece a Venezuela, a Chile, a todo el continente americano.

En su gramática Andrés Bello escribió:

Un mismo verbo puede regir unas veces acusativo de persona, y otras acusativo de cosa: «Aristóteles enseñaba la filosofía” (la filosofía era enseñada). «Las madres enseñaban a sus hijos” (los hijos eran enseñados). «La naturaleza inspira al poeta” (el poeta es inspirado). «La noche inspira ideas tristes” (ideas tristes son inspiradas)

Andrés Bello conocía el castellano como muy pocos seres en el mundo entero. Bautizó su voz en la pila bautismal de Cervantes.

Y como acertadamente dijo el poeta Fernando Paz Castillo:

“El fondo clásico de Bello se halla bien preparado, por la meditación y el estudio, para recibir, sin mengua de la propia personalidad, las diversas corrientes de fines del siglo XVIII, ingenioso y erudito, como sus abates rebeldes; y las de comienzos del XIX, naturalista y sentimental”

Bello escribía de una manera tan correcta y preciosa que ha quedado fundado como un modelo a seguir. Sin embargo, lo que hizo que fuera más escritor que educador del idioma, más escritor que experto en lengua castellana, fue el hecho de haber sufrido tanto hasta tener una novela dentro de su vida: una cruda novela, un poema épico o trágico. Lástima que no escribió sobre su existencia, que no convirtió en poesía lo vivido. Eso seguramente lo habría perfeccionado como poeta. Pero en todo caso, el día del escritor está muy bien dedicado y unido a su nombre porque reconoce el valor de Andrés Bello, porque lo celebra como un padre de la escritura, de la moral escribidora.

 

BYRON Y BELLO

Andrés Bello escribió sobre el teatro, lo promovió. Fue un hacedor de revistas literarias, un iniciador de crítica teatral avanzada. Envejeció sin perder juventud.

Muchos persistieron en la equivocación de que Andrés Bello era un antirromántico cuando en realidad fluía en el romanticismo. Emir Rodríguez Monegal realizó un ensayo sólido al respecto. En uno de sus párrafos señala:

“El gusto natural que siempre manifestó por la literatura dramática española de la «edad de oro (tan desdeñosa de las reglas y verdadero antecedente de la libertad que los románticos proclamarían) habría de acendrar en Bello, por el conocimiento directo de la dramaturgia shakesperiana, otro de los grandes prototipos del romanticismo, y por la lectura de la mejor crítica prerromántica inglesa y alemana”

Byron surcaba el amor pero buscaba sufrir, vivió anhelando sufrimientos y escribió con esa pasión hasta fallecer en una aventura que pudo parecer grotesca pero su poesía la volvió sublime. Don Andrés Bello se encerraba en el amor y sufrió tanto como Byron pero no escribió sobre ese sufrimiento. Él prefirió enseñar siempre, convertir sus palabras en enseñanza. Bello leía a Byron, inclusive, tradujo una biografía y varios artículos sobre el poeta inglés. En cuanto a la poesía de Bello, aquí dejo un fragmento del poema Las ovejas, para quienes no han conocido su voz.

 

LAS OVEJAS

Líbranos de la fiera tiranía

 de los humanos, Jove omnipotente

 (una oveja decía,

 entregando el vellón a la tijera);

 que en nuestra pobre gente

 hace el pastor más daño

 en la semana, que en el mes o el año

 la garra de los tigres nos hiciera

 

INVENTARIO Y RESPETO POR LA ESCRITURA  

Nunca es mala idea dedicar un día para reconocer lo que alguien hace de modo específico. Para el escritor apegado a este oficio por vocación intensamente sentimental, el día puede servir como tiempo de inventario, como revisión a fondo del amor y el respeto por la escritura.

No todo el que escribe es escritor y no todo el que lee es lector. Hay gente que lee superficialmente y hay gente que escribe superficialmente. ¿Para qué ahondar en eso tan sabido? Porque todo el mundo tiene derecho a escribir si quiere, aunque lo haga mal. Pero no se debería esconder el deseo de señalar los defectos de una escritura.

 

SE PUEDE APRENDER UN POCO

Si alguien tiene el alma llena de bellezas y tragedias y sabe cantar con palabras sin desafinar demasiado, entonces puede comenzar a creer que está en capacidad de escribir una obra aceptable.

Si tiene la humildad suficiente para desechar algunas de las bellezas y de las tragedias que carga en el alma -porque carezcan de procesos diamantinos- puede empezar a creer que escribirá una obra aceptable.

Aceptable, de acuerdo a la elevada artesanía que han especificado como punto de partida las grandes obras de la literatura: si alguien va a escribir algo que no pueda convivir en elevación con una sola frase, por ejemplo, de Crimen y castigo, es mejor que se detenga hasta que pueda alcanzar el nivel que define al escritor.

Si el aspirante a escritor quiere decir algo que ya se ha dicho, debe hacerlo con una manera que le otorgue presencia y despierte deseos de ser leído y escuchado, aunque no todo el que lee y escucha tiene la sensibilidad y la sabiduría necesarias como para ser un buen espejo crítico. La familia y los amigos siempre nos dirán “qué texto tan bello escribiste”. La persona que insiste en abordar la escritura debería tener la responsabilidad de analizar cuánta verdad hay en ese tipo de afirmaciones.

Hay quienes piensan que la poesía es más fácil que la narrativa o que el ensayo y deciden dedicarse a la poesía, como si fuera un oficio o más vergonzosamente: un hobby.  Rompen las cercas y entran a formar parte de los muchos que deciden lo mismo. Inclusive, confunden poema con poesía.

Jorge Luis Borges confesó esto:

“Quizá la verdadera emoción que yo extraía de los versos de Keats radicaba en aquel lejano instante de mi niñez en Buenos Aires cuando por primera vez oí a mi padre leerlos en voz alta. Y cuando la poesía, el lenguaje, no era sólo un medio para la comunicación sino que también podía ser una pasión y un placer: cuando tuve esa revelación, no creo que comprendiera las palabras, pero sentí que algo me sucedía. Y no sólo afectaba a mi inteligencia sino a todo mi ser, a mi carne y a mi sangre”.

 

EL LENGUAJE Y EL POEMA

Se ha dicho que llamamos paraíso perdido a la pérdida obligatoria de la naturaleza.

Obligatoria porque debíamos irnos hacia el lenguaje para dejar de ser animales comunes. Necesitábamos seguir obteniendo conciencia de lo que estábamos destinados a ser. Por eso la poesía, como alta expresión del lenguaje me interesa tanto y la amo tanto: no es cosa que se hace sin ningún esfuerzo, necesita pasión, amor y respeto. Saber que uno nunca estará a su altura no deja de ser una magnífica frustración.

Creo que el poema no se piensa. Comienza siendo algo que se siente con la huella de la experiencia en la mente o en el alma; con la marca de lo leído y lo sentido en la mente o en el alma; con todo lo que el cuerpo ha estado atravesando desde el nacimiento: lluvias, hambres, placeres, dolores, satisfacciones, encuentros, miedos y etcétera y etcétera.

Lo que se piensa cuando comienza a darse el poema como objeto y como estructura, es en el lenguaje, en su composición, en su música y su ritmo; en la justificación de lo que se va a pronosticar, a inventar, a imaginar. Encontrar metáforas afortunadas, comparaciones afortunadas, es algo que se piensa si se lee con humildad lo que se ha escrito.

Si quien escribe tiene la mente llena de tonterías, de cursilerías, de ignorancias, de lugares comunes, de facilismos, la poesía no será posible. Se requiere de mucha humildad para reconocer lo que no se posee. Lo que se escribe es un retrato del nivel interior de quien escribe. Si la persona que escribe tiene ojos de sinceridad para mirar ese retrato y reconocer su forma y su estatura quizás pueda comprender y emprender los pasos siguientes.

Entonces resultará más natural entender que el poema es una estructura, un envase y que la poesía es lo que se busca con el poema.  El poema es un vaso. La poesía es lo que debe llenar ese vaso.

UN EJEMPLO ATRAVESADO

¿Quieren saber cómo escribía un poema John Ashbery, uno de los más hondos y complejos poetas de los últimos cien años? Lean esto:

En algún sitio alguien viaja furiosamente hacia ti,

a una velocidad increíble, durante el día y la noche,

bajo la ventisca y el calor del desierto,

cruzando torrentes, atravesando angostos desfiladeros.

¿Pero sabrá dónde encontrarte, reconocerte cuando te vea,

darte lo que tiene para ti? 

  

¿CÓMO LEERÍAS TU ALMA?

El escritor experimenta su mayor satisfacción al conseguir el texto que ha intuido, que ha deseado, que ha requerido el alma desde uno de sus extraños mandatos. La segunda satisfacción, tan difícil de lograr como la primera, es tener la suerte de ser bien leído, de encontrar un lector de los que ayudan a crecer en calidad y humanidad al escritor.

Si pudieras leer tu alma, ¿cómo la leerías? No la leerías como si se tratara de una información periodística. No la leerías como si se tratara de un récipe médico o de un manual para entender un artefacto doméstico. Es igual con la poesía. Es igual con el arte de la escritura. Y todo el arte. Debes aprender a leer el arte con otros ojos, con unos que también te sirvan para cuando necesites leer lo que hay en tu interior.

No es posible resistir la tentación de poner ahora, para finalizar este texto quizás estrambótico, un poema de nuestra admirada y recordada poeta Hanni Ossott, porque ella fue y seguirá siendo digna de hallar lectores de su talla:

POR SALIR DEL CHARCO

(A Washington con Manuel)

 

En algún lugar del mundo

una mujer se sentaba todas las mañanas

a contemplar un viejo edificio.

Y había ventanas, sí

plenas de sombras

hombres, mujeres, monstruos.

Esa casa estaba deshabitada

no había amantes, no.

Sólo aves que a veces cruzaban el horrendo paisaje.

 

En algún lugar del mundo

  había una lámpara rota

  que no era de ella.

También un diccionario.

 

Eso no podía resolver su soledad.

 

Había tres árboles, cuatro árboles

y ruidos, la calle, los automóviles.

 

En algún lugar del mundo ella

no pudo hablar con quien podría

ser su amante.

El placer estaba vedado.

Las ambulancias pasaban

El fastidio cundía.

 

En algún lugar del mundo

ella se detenía

a ver un enchufe

un sofá

una mesa repleta de libros y de centavos

y al marido: mustio, callado, leyendo…

 

También había pastillas, muchas pastillas

y un avión que pasaba.

Llevando a gente que sí tenía lugar.

 

En algún lugar del mundo

      ella rezaba

      por salir

      por salir

      del charco.

 

Gracias al maestro José Pulido por este magnífico texto, quien ha sido tan amable de escrbirlo para nosotros, con motivo del Día del Escritor que se celebra el 29 de noviembre en Venezuela. Poeta, narrador y periodista venezolano, nacido en Villa de Cura, el 1° de noviembre de 1945. Actualmente vive en Génova, Italia.

 

#JosePulido

#diadelescritor

Editora: Carmen Cristina Wolf

 

 

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Canto al Hombre, de Carmen Cristina Wolf

 

CANTO AL HOMBRE

Poemario de Carmen Cristína Wolf

Por Jesús Peñalver

Tiendo a creer que el verdadero poeta es el que descubre que la poesía es un silencio que invade la palabra y revela palpitaciones, evitando que el poeta se extravíe y se pierda en una nada que estalla en florecidos y conocidos arrebatos convencionales. Las palabras están allí para ordenar y organizar el ritmo de lo que ellas aspiran decir, se amparan en el silencio para que el poema se eleve y se haga profundo y universal y esto solo se logra cuando la palabra y el silencio que viven en ella se relacionan, se enfrentan, se corresponden recíprocamente porque un silencio abusivamente atosigado de palabras se convierte en silencio que habla, en deplorable discurso. Por eso en el poema la palabra y el sllencio se abrazan, díalogan, se complementan.
Es lo que logra Carmen Cristina Wolf con “Canto al hombre”, el fascinante poemario en el que la palabra glorificada secretamente por el silencio emprende una lenta y larga travesía para que el amor compartido conmueva al propio Dios que lo creó y junto a la palabra dulcificada por la dolorosa, pero floreciente belleza de la vida, surgen manos desnudas que buscan regar aceite en los cuerpos mientras la pareja descubre que dos, unidos, forman un solo cuerpo y advierte que al unirse también se convierte en el mar, en una profunda eternidad.
Y entonces el amor se hace boca, fuego, un navío en movimiento y el ser amado es tiempo y espacio y cuando Dios dice amor, dice rosa y cuando no dice nada dice amor, pero si en el amor el amado no está no amanecerá jamás. Es cuando ella pondrá banderas en cada estrella y navegará en la sangre del amado para siempre ausente y hundido en su oscuridad.
Siento que en su estructura “Canto al hombre” de Carmen Cristina Wolf, se acerca al glorioso instante del pas de deux del ballet clásico porque la mujer realiza sus variaciones que lo aproximan al hombre, mientras ambos cierran el espacio que los separaba y dejan de ser dos para convertirse en un solo cuerpo y vivir o morir para siempre.
Y al mismo tiempo, “Canto al hombre” es un poema de amor que ilumina al silencio y hace que resplandezca aún más la palabra poética, porque está lloviendo y no es posible resistir ni un segundo más sin que el cuerpo de él sepa que está lloviendo.
Jesús Peñalver
Poeta, ensayista, docente universitario. Abogado y administrador.
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Celebrar la palabra, honrar el pensamiento, por Hebe Muñoz

 


Nuestra revista dedicará los meses de octubre y noviembre a reflexionar sobre el significado de la escritura y la misión del escritor. Iniciamos con la poeta Hebe Muñoz  y su profunda visión sobre el tema. Escrito en español y en italiano. 

Día del Escritor:

Celebrar la Palabra, honrar el Pensamiento

Por Hebe Muñoz

Cada 29 de noviembre, el calendario nos invita a detenernos y rendir homenaje a quienes, a través de la palabra escrita, modelan el alma del tiempo: los escritores. Este día no es solo una efeméride, sino un llamado a reconocer la íntima labor de aquellos que, como diría Marguerite Duras, «escriben para que algo no se pierda del todo» (Duras, Escribir, 1993). El Día del Escritor no celebra únicamente a quienes publican libros, sino también a quienes, desde la reflexión, la poesía, la narrativa o el ensayo, transmutan la experiencia humana en lenguaje.

La escritura es, en esencia, un acto de resistencia frente al olvido. Así lo afirmaba el filósofo y crítico George Steiner, al señalar que “lo que no se nombra, no existe” (Steiner, Real Presences, 1989). El escritor es, entonces, no solo testigo, sino artífice de la memoria colectiva. Desde la mirada lúcida de un Milan Kundera, que narra el peso de la historia en La insoportable levedad del ser, hasta la prosa combativa de Chimamanda Ngozi Adichie, que reivindica la multiplicidad de voces en Todos deberíamos ser feministas, la escritura abre grietas en los silencios impuestos por el poder y la costumbre.

Escribir es, también, habitar el límite entre la soledad y el diálogo. El escritor crea en silencio, pero escribe para ser leído, para establecer un puente entre su mundo interior y el lector anónimo. Paul Auster lo expresó con claridad: “Escribir es una manera de hablar sin ser interrumpido” (The Art of Hunger, 1992). Esta tensión entre el aislamiento creativo y la necesidad de conexión funda el gesto literario: un compromiso con la verdad, no la verdad factual, sino la emocional, esa que revela la literatura cuando conmueve y transforma.

El escritor contemporáneo ya no es solo un narrador de historias, sino un cuestionador del presente. Su pluma es brújula y espejo. Olga Tokarczuk, premio Nobel de Literatura, defiende una “tender narrator”, una narrativa empática que no impone, sino que escucha (The Tender Narrator, Nobel Lecture, 2019). En tiempos de ruido y velocidad, el escritor nos ofrece la pausa, la profundidad, la capacidad de pensar y sentir con otros ritmos. Escribir es, en última instancia, un acto ético.

La literatura sigue siendo, como sostenía Italo Calvino, “una defensa contra los estragos del tiempo” (Seis propuestas para el próximo milenio, 1988). Honrar a los escritores es honrar la libertad de pensar, de imaginar futuros y revisitar pasados. Es reconocer que la palabra puede ser semilla, refugio o herida, pero siempre una forma de humanidad. Hoy, más que nunca, necesitamos de esa lucidez poética que nace cuando alguien, en el silencio de una hoja en blanco, decide que vale la pena escribir el mundo.

 

Una reflexión personal como lectora

En lo más profundo de mi experiencia como lectora y escritora, siento un respeto casi sagrado por la palabra. Las voces que habitan los libros no son para mí simples autores, sino maestros que me han instruido desde la distancia. Jorge Luis Borges, con su erudición y su amor por las bibliotecas infinitas, me enseñó a sospechar de las certezas. Hannah Arendt me mostró que el pensamiento riguroso es un acto de responsabilidad frente al mundo. Con Clarice Lispector aprendí que la sensibilidad no excluye la inteligencia, y con Octavio Paz, que la poesía puede ser filosofía encarnada.

Cada libro leído ha sido una conversación, a veces exigente, a veces luminosa, pero siempre formativa. No concibo mi pensamiento sin las huellas de aquellos escritores que, con seriedad y compromiso, han depositado en sus obras un legado intelectual y moral. Por eso, respeto profundamente tanto la palabra escrita como la hablada: ambas son vehículos del entendimiento humano, herramientas de construcción y memoria. Escribir y leer son, para mí, actos de fidelidad hacia esa forma de conocimiento que se transmite no solo con datos, sino con belleza, asombro y verdad.

 

Mi voz como poeta y escritora

Como poeta y escritora, mi compromiso con la palabra va más allá de lo estético: es un deber con la dignidad del lenguaje y con la mirada de quien lee. Porque sé que alguien, en algún lugar, abrirá un libro con la esperanza de ser comprendido o transformado. Por ello, cada palabra que elijo carga un propósito; cada frase, una reverencia hacia la inteligencia y sensibilidad del lector.

Escribir poesía es, para mí, un viaje íntimo hacia lo indecible. Descubrir un vocablo nuevo —ya sea una antigua raíz griega o un neologismo moderno— es como encontrar una piedra brillante en la arena. El lenguaje es un universo en expansión: en él navego con asombro y gratitud. Y en la poesía, donde la lógica puede ceder ante el ritmo, la imagen o la emoción, me permito la libertad de las licencias poéticas, esas pequeñas rebeliones que hacen de la lengua un terreno fértil y vivo.

Como escritora, hallo en cada texto un espacio sagrado donde se conjugan la precisión del pensamiento y la música del corazón. Y si alguna vez una de mis frases toca, ilumina o acompaña al lector, entonces habrá valido la pena el viaje.

 

Una invitación final: leer, escribir, vivir

Hoy, en el Día del Escritor, más que celebrar a quienes escribimos, invito a celebrar el acto de leer, ese encuentro silencioso pero potente entre dos conciencias. Leer es dialogar con el alma ajena, pero también con la propia. Es escuchar otras formas de nombrar el mundo y, quizás, empezar a construir el nuestro.

Y si en algún rincón de tu ser habita una palabra no dicha, una historia que pide nacer, un poema que germina en tus silencios: escribe. No temas la hoja en blanco; ella no exige perfección, solo sinceridad. La escritura no es un privilegio de los iluminados, sino un camino abierto a quienes se atreven a mirar dentro de sí y compartirlo con generosidad.

Porque, como dijo Ray Bradbury: “Escribir es recordar lo que uno es y lo que uno fue, y luego decirlo en voz alta para no olvidarlo jamás.”

Que hoy honremos a los escritores y poetas leyendo, y que mañana —quizás— comencemos también a escribir.

 

En italiano:

 

Giornata dello Scrittore: celebrare la Parola, onorare il Pensiero

Ogni 29 novembre il calendario ci invita a fermarci e a rendere omaggio a coloro che, attraverso la parola scritta, plasmano l’anima del tempo: gli scrittori.
Questa giornata non è solo una ricorrenza, ma un invito a riconoscere il lavoro intimo di coloro che, come scrisse Marguerite Duras, “scrivono affinché qualcosa non si perda del tutto” (Scrivere, 1993).
La Giornata dello Scrittore non celebra soltanto chi pubblica libri, ma anche chi, attraverso la riflessione, la poesia, la narrativa o il saggio, trasforma l’esperienza umana in linguaggio.

Scrivere è, in essenza, un atto di resistenza contro l’oblio. Come ricordava il filosofo e critico George Steiner, “ciò che non si nomina, non esiste” (Presenze reali, 1989).
Lo scrittore è quindi non solo testimone, ma artefice della memoria collettiva.
Dallo sguardo lucido di Milan Kundera, che racconta il peso della storia ne L’insostenibile leggerezza dell’essere, alla prosa combattiva di Chimamanda Ngozi Adichie, che rivendica la molteplicità delle voci in Dovremmo essere tutti femministi, la scrittura apre crepe nei silenzi imposti dal potere e dalla consuetudine.

Scrivere significa anche abitare il confine tra solitudine e dialogo.
Lo scrittore crea nel silenzio, ma scrive per essere letto, per costruire un ponte tra il proprio mondo interiore e il lettore sconosciuto.
Paul Auster lo espresse chiaramente: “Scrivere è un modo di parlare senza essere interrotti” (The Art of Hunger, 1992).
Questa tensione tra isolamento creativo e bisogno di connessione fonda il gesto letterario: un impegno verso la verità — non quella fattuale, ma quella emotiva — che la letteratura rivela quando commuove e trasforma.

Lo scrittore contemporaneo non è più solo un narratore di storie, ma un interrogatore del presente.
La sua penna è al tempo stesso bussola e specchio.
Olga Tokarczuk, premio Nobel per la Letteratura, parla di un “narratore tenero”, una voce empatica che non impone ma ascolta (The Tender Narrator, Nobel Lecture, 2019).
In tempi dominati dal rumore e dalla velocità, lo scrittore offre la pausa, la profondità, la possibilità di pensare e sentire con ritmi diversi.
Scrivere è, in ultima analisi, un atto etico.

La letteratura rimane, come affermava Italo Calvino, “una difesa contro gli oltraggi del tempo” (Lezioni americane, 1988).
Onorare gli scrittori significa onorare la libertà di pensare, di immaginare futuri e di rileggere i passati.
È riconoscere che la parola può essere seme, rifugio o ferita — ma sempre una forma di umanità.
Oggi più che mai abbiamo bisogno di quella lucidità poetica che nasce quando qualcuno, nel silenzio di una pagina bianca, decide che vale la pena scrivere il mondo.

Una riflessione personale come lettrice

Nel profondo della mia esperienza di lettrice e scrittrice, provo un rispetto quasi sacro per la parola.
Le voci che abitano i libri non sono per me semplici autori, ma maestri che mi hanno formato nella distanza.
Jorge Luis Borges, con la sua erudizione e il suo amore per le biblioteche infinite, mi ha insegnato a diffidare delle certezze.
Hannah Arendt mi ha mostrato che il pensiero rigoroso è un atto di responsabilità verso il mondo.
Da Clarice Lispector ho imparato che la sensibilità non esclude l’intelligenza, e da Octavio Paz che la poesia può essere filosofia incarnata.

Ogni libro letto è stato una conversazione — talvolta esigente, talvolta luminosa, ma sempre formativa.
Non concepisco il mio pensiero senza le tracce di quegli scrittori che, con serietà e dedizione, hanno consegnato alle loro opere un’eredità intellettuale e morale.
Per questo rispetto profondamente la parola scritta e quella parlata: entrambe sono strumenti di costruzione e memoria.
Scrivere e leggere sono, per me, atti di fedeltà verso quella forma di conoscenza che si trasmette non solo con i dati, ma con la bellezza, lo stupore e la verità.

La mia voce di poetessa e scrittrice

Come poetessa e scrittrice, il mio impegno verso la parola va oltre l’estetica: è un dovere verso la dignità del linguaggio e verso lo sguardo di chi legge.
So che, da qualche parte, qualcuno aprirà un libro con la speranza di sentirsi compreso o trasformato.
Per questo, ogni parola che scelgo porta un’intenzione; ogni frase, una riverenza verso l’intelligenza e la sensibilità del lettore.

Scrivere poesia è per me un viaggio intimo verso l’indicibile.
Scoprire un nuovo vocabolo — che sia una radice greca antica o un neologismo moderno — è come trovare una pietra lucente nella sabbia.
Il linguaggio è un universo in espansione: in esso navigo con stupore e gratitudine.
E nella poesia, dove la logica può cedere al ritmo, all’immagine o all’emozione, mi concedo la libertà delle licenze poetiche: piccole ribellioni che rendono la lingua un terreno fertile e vivo.

Come scrittrice, trovo in ogni testo uno spazio sacro dove si incontrano la precisione del pensiero e la musica del cuore.
E se una sola delle mie frasi, un giorno, riuscisse a toccare, illuminare o accompagnare un lettore, allora il viaggio sarà valso la pena.

Un invito finale: leggere, scrivere, vivere

Oggi, nella Giornata dello Scrittore, più che celebrare chi scrive, desidero celebrare l’atto del leggere — quell’incontro silenzioso ma potente tra due coscienze.
Leggere è dialogare con l’anima altrui, ma anche con la propria.
È ascoltare altri modi di nominare il mondo e, forse, cominciare a costruire il nostro.

E se dentro di te abita una parola non detta, una storia che chiede di nascere, un poema che germina nei tuoi silenzi — scrivi.
Non temere la pagina bianca: non chiede perfezione, ma sincerità.
Scrivere non è un privilegio dei prescelti, ma un cammino aperto a chi osa guardarsi dentro e condividere ciò che scopre.

Perché, come disse Ray Bradbury,

“Scrivere è ricordare ciò che si è e ciò che si è stati, e poi dirlo ad alta voce per non dimenticarlo mai.”

Oggi onoriamo gli scrittori e i poeti leggendo;
domani, forse, cominceremo anche a scrivere.

 

 

 

Bibliografía citada:

  • Duras, Marguerite. Escribir. Tusquets, 1993.
  • Steiner, George. Real Presences. University of Chicago Press, 1989.
  • Kundera, Milan. La insoportable levedad del ser. Tusquets, 1984.
  • Adichie, Chimamanda Ngozi. Todos deberíamos ser feministas. Literatura Random House, 2014.
  • Auster, Paul. The Art of Hunger. Penguin Books, 1992.
  • Tokarczuk, Olga. The Tender Narrator, Nobel Lecture, 2019.
  • Calvino, Italo. Seis propuestas para el próximo milenio. Siruela, 1988.
  • Borges, Jorge Luis. Otras inquisiciones. Alianza Editorial, 1952.
  • Arendt, Hannah. La vida del espíritu. Ediciones Paidós, 1978.
  • Lispector, Clarice. La hora de la estrella. Siruela, 1977.
  • Paz, Octavio. El arco y la lira. Fondo de Cultura Económica, 1956.
  • Bradbury, Ray. Zen en el arte de escribir. Minotauro, 1990.

 

Hebe Muñoz es poeta, escritora, traductora italo-venezolana. Es miembro activo corresponsal para Italia del Círculo de Escritores Venezolanos y presidente de la Asociación de promoción cultural y social HEFRA APS.

Ha publicado varios poemarios bilingües en italiano y español. Sus poemas aparecen en numerosas antologías nacionales e internacionales.

Ha recibido varios premios de poesía y galardones nacionales e internacionales, entre ellos el Premio Internacional a la Excelencia «Città del Galateo Antonio De Ferrariis», galardonado con la Medalla del Presidente de la República Italiana, con el patrocinio de la Cámara de Diputados, el Senado, la Editorial Laterza y ??el Grupo CF Assicurazioni. Hebe Munoz recibió el Premio Mujeres en la Cultura 2024 de manos de la alcaldesa Antonietta Casciotti y la Administración Municipal de Alba Adriatica, Italia, con la siguiente motivación: «Una pluma que lucha con valentía contra la violencia para dar voz a quienes no pueden hablar».

En Fidenza (PR), Italia, Hebe Munoz organiza el encuentro poético bilingüe italo-español «LIBERTAD ES PALABRA», un puente cultural poético para dar voz a poetas que aman la libertad, la paz y la defensa de los derechos humanos.

En coautoría con su esposo, el poeta Francesco Nigri, Hebe Muñoz publica la segunda edición del poemario HEFRA Amarsi Amarse, una edición bilingüe, publicada por Tracce per la Meta Edizioni en 2025. De este proyecto, ideado y creado por los autores, nació el Slam Poetry «AMAR-Sì», que incluye poemas, música e imágenes de original autoría. La gira poética comenzó en Madrid (marzo de 2025), se presentó el pasado abril 2025 en el Teatro Magnani de Fidenza (PR) entre otros. Actualmente cuenta con más fechas de presentaciòn.

Editora: Carmen Cristina Wolf   @carmencristinawolf Instagram

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VICTORIA BENARROCH: EL DESIERTO QUE CRUZAMOS

Celebramos con regocijo el nuevo libro de Victoria Benarroch, se trata de «El desierto que cruzamos», publicado por LP5 Editora. Se encuentra disponible en Amazon.

Ella ha tenido la deferencia de enviarnos una selección de poemas.

El ensayista venezolano Alberto Hernández escribe: «Este libro es un relato del regreso, del retorno al lugar del origen desde una perspectiva tan personal que Victoria Benarroch convierte en una aventura politemática: no queda en estas páginas asunto que no toque su sensibilidad, su paso por el desierto que ha tenido que cruzar desde el recuerdo de Moisés, desde el largo trecho de muchos años hacia la tierra donde se asentaron los primeros peregrinos. Este libro es una poética de ese desierto, de los pasos y rastros que dejaron mientras soñaban y se hacían parte del mundo. Es el desierto antiguo, el del libro sagrado, pero es también el desierto de hoy, sin dejar de decir del desierto que atiende a quien escribe una poesía limpia de falsos testimonios, plena de historias que cada poema contiene. Cruzar un desierto representa la metáfora de los tantos senderos fundacionales. De los tantos caminos que tuvieron que abrirse para alcanzar el lugar ofrecido por la Altura. Cruzar un desierto es presagiar un éxodo. Es volver a ser parte de la diáspora, del relegado, del caminante que no mira o sí hacia atrás, que se mesa la barba sucia de polvo y los ojos en busca del horizonte, mientras las mujeres sacrifican la mirada ante los hijos que crecen o mueren en el camino.» Letralia Tierra de Letras. (Fragmento)

EL DESIERTO QUE CRUZAMOS

Victoria Benarroch

Selección

 

Desnuda un lugar furtivo

tienta lo infinito

oculta entre sus manos

permanece mi sed

g g g g g g

El deseo de sus párpados

me llueve

en lo blanco

de una luz extraviada

 

ese destello esconde

la incertidumbre que atrapa mis raíces

arropo con fuerza el agua cristalina

y un refugio permanece

g g g g g g

 

Adivino el susurro de unos pasos

llega el peregrino

me instalo en su morada

aguardo lo que trae

 

cada palabra desprendida de mi vientre

calma del paisaje

su hondo abismo

inicio mi desnudo

en brazos del universo

g g g g g g

Permanecemos en ese hilo suave

tus párpados

no se atreven a decir adiós

 

intentas arrancar

este sentimiento

 

mientras nos convertimos

en una lágrima

 

#victoriabenarroch

#poesiavenezolana

Editora: Carmen Cristina Wolf

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Risco y pedernal, de Jerónimo Alayón

Jerónimo Alayón

Risco y pedernal

Jerónimo Alayón

Un hombre camina por una vereda

al filo de un acantilado

 

Allí la soledad

es el viento

incorruptible

que silba una melodía

inédita

 

Allí el amor

es la flor

de Stendhal

 

El hombre mira

 

A su izquierda

yace el tiempo de los funestos

 

A su derecha

el valle de la incertidumbre

 

Arriba

la paz de Hölderlin

 

El hombre resbala

y

en

su caída

el viento

hace

sonar

los tambores

de Mussorgsky

 

Ha pasado el tiempo

 

y ahora el hombre

yace en paz

tras su escritorio

en la universidad

 

Extraña el acantilado

el viento indómito

los tambores

de la gran puerta

la flor en el risco

la soledad insobornable

 

El hombre ahora

escucha una voz

 

¡Paz de la belleza!

¡Paz divina!

Quien calmó una vez en ti

su vida furiosa y su espíritu lleno de dudas

¿cómo podrá encontrar remedio en otra parte?

Somos como el fuego que duerme en la rama seca

o en el pedernal

 

El hombre

asciende el acantilado

 

o eso cree

 

porque ahora él es

el risco

 

y

 

el

 

pedernal

 

Alayón, J. (2024). De mí parten las aves esta mañana. Autor, págs. 20-22.

https://jeronimo-alayon.com.ve/descarga/men Cristina Wolf

 

Editora: Carmen Cristina Wolf

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Rafael Rondón Narváez: Desde un cuarto de Catia

Desde un cuarto de Catia 2

Rafael Rondón Narváez

En 2021, con motivo de un aniversario de Caracas, Denise Armitano me invitó a escribir para la revista electrónica y web literaria contexturas.org. En ese entonces, no quise hacer un recuento intelectual, ni hacer recorridos eruditos, sino acudir a los lugares más entrañables de los sentidos.

En ese texto, recordaba mi arribo a este valle a los veinte años. Cuando vine desde Maracay donde estaba acostumbrado a dormir sin el bullicio nocturno, acompañado del silencio y la respiración de mis hermanos; cuando escuchaba los sapos en los estanques o los grillos de la lluvia. Pero al llegar, supe del sonido de una urbe muy diferente. Arribé a la soledad de un cuarto de Catia, donde leía hasta altas horas de la noche, estudiaba y era feliz, dándole forma a la ciudad sin verla, pero escuchándola en sus escándalos de ambulancias, fiestas y tiroteos; percibiéndola en sus olores de chocolates La India.

No podía saber en 2021 que un tiempo después retomaría ese texto, para agregarle a mi memoria filiaciones de otra índole. Cuando, con motivo de esta maravillosa exposición llamada: Rafael Monasterios. Paisajes de Venezuela en la Galería Freites me iba a encontrar con otras formas de Catia en esa sorprendente tela llamada Tenería de Boccard en Catia, 1930.

Como Monasterios, me siento parte de una estirpe de emigrados. Desde el interior, como el pintor lo hizo desde Barquisimeto; como mi familia desde un pueblo merideño, o desde otros países como tantos italianos, árabes y portugueses que habitaron los cafés y bulevares de Catia.

En este cuadro de Monasterios nos hallamos en los bordes geográficos de una patria. Catia era también un motivo para una ciudad en transición entre lo pastoril y cosmopolita; entre lo pecuario de una curtiembre y el ritmo agitado del petróleo. La imagen de este paisaje detuvo así el tránsito de una comarca casi agrícola tan invocada por los pintores del Círculo de Bellas Artes. Una Caracas tan nítidamente fijada para siempre en esta tenería, donde la luz y el humo de los cueros nos llegan desde de un país entrañable y ya perdido.

Este escrito forma parte de las lecturas «Textos breves para Monasterios», selección de Denise Armitano C., para la muestra Rafael Monasterios. Paisajes de Venezuela (Galería Freites, Caracas, junio-septiembre 2022).

Se leyeron microrrelatos y poemas de: Enriqueta Arvelo Larriva,  Vicente Gerbasi, Ednodio Quintero, Arnaldo Jiménez, Marisa Mena, Bettina Steinhold, Toti Vollmer, Rafael Rondón Narváez y Denise Armitano.

 

Rafael Rondón Narváez

Ensayista venezolano (Maracay, 1964). Licenciado en Letras por la Universidad Católica Andrés Bello (Ucab), magíster en Literatura Latinoamericana por la Universidad Simón Bolívar (USB) y doctor en Cultura y Arte para América Latina y el Caribe por el Instituto Pedagógico de Caracas, institución en la que coordinó la Maestría de Literatura Latinoamericana y actualmente ejerce la dirección de la Cátedra de Literatura Latinoamericana y del Caribe. Es miembro del Instituto Venezolano de Investigaciones de Lingüística y Literarias “Andrés Bello” (Ivillab) y del Programa de Estímulo a la Investigación (PEI). Fue jefe de investigación del Museo de Arte Contemporáneo de Maracay Mario Abreu y director de la Galería Municipal de Arte de Maracay. Ha realizado curadurías y textos sobre arte en diversas publicaciones de Venezuela y otros países. Autor de Las artes en Aragua: imaginario de un territorio (2003), Literatura y cultura: espacio para el encuentro (2005) y Las sendas del paisaje: paisaje, modernidad y nación en la Generación del 18 y el Círculo de Bellas Artes (2012). Instagram del autor:

Editora: Carmen Cristina Wolf

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TRES POEMAS DE RAQUEL MARKUS – FINCKLER POR EL SEGUNDO ANIVERSARIO DEL 7 DE OCTUBRE DE 2023

TRES POEMAS DE RAQUEL MARKUS – FINCKLER POR EL SEGUNDO ANIVERSARIO DEL 7 DE OCTUBRE DE 2023

Tres poemas…   podrán marcar la diferencia?
Frente a la judeofobia que vuelve a levantar su rostro en estos días, frente al odio gratuito que deshumaniza y reduce al pueblo judío a un blanco abstracto, la poesía se levanta como un acto de resistencia.
El odio necesita borrar los rostros y las voces; los poemas los devuelven a la luz.  Por medio del lenguaje lírico pretendo recordar que la sangre de los judíos es roja, que nuestras lágrimas son saladas, y que detrás de cada consigna de odio y desdén lanzadas a redes sociales, manifestaciones, medios de comunicación… Hay familias afectadas, seres humanos asustados, corazones que laten, sueñan y temen.
Estos poemas no pretenden derribar muros ni cambiar estadísticas. Pero sí pueden atravesar la coraza de quien nunca escucharía un discurso político, conmover aunque sea una o dos almas, y recordar a quien lo lea que los judíos, ante todo y sobre todo, seguimos siendo humanos.
Y a veces, con eso basta: tres poemas pueden abrir una grieta en la indiferencia, y esa grieta ya es una victoria.

«Lo opuesto al amor no es el odio, sino la indiferencia. Lo opuesto al arte no es la fealdad, sino la indiferencia. Lo opuesto a la fe no es la herejía, sino la indiferencia. Y lo opuesto a la vida no es la muerte, sino la indiferencia». Elie Wiesel

NUESTRA SANGRE ES ROJA

No sabemos quedarnos en silencio,

clamamos al cielo alzando la voz,

rezamos en coro,

pateamos el suelo,

nuestra sangre conoce el color del dolor.

 

Si nos lanzan fuego, morimos quemados.

Si nos acuchillan con rabia, morimos desangrados.

Nuestra piel no es inmune a las balas.

Nuestros cuerpos se retuercen ante la violencia y la rabia.

 

Nuestra sangre es roja,

nuestras lágrimas saladas.

Conocemos el sabor de la hiel en la garganta.

Ese siete de octubre todavía nos alcanza,

pero a pesar de todo el miedo,

aún sabemos de esperanza,

y guardamos la templanza.

 

Nos aferramos al mantel

convertido en bandera,

todavía hay demasiados puestos vacíos en la mesa.

Alzamos los ojos al cielo pidiendo una promesa:

que podamos habitar en paz nuestra tierra,

que podamos coexistir sin odio en el planeta.

 

Somos Am Israel y todavía seguimos de pie.

Somos Am Israel y todavía nos tiembla la piel.

Somos Am Israel y todavía guardamos la fe.

Reímos, lloramos, bebemos, bailamos.

A pesar de la tormenta seguimos andando…

A pesar de las tinieblas seguimos creando…

Nuestros rostros muestran las marcas de lo humano.

 

Nos señalan, nos atacan, nos calumnian, nos degradan…

y aun así nuestro corazón terco insiste en latir,

y aun así nuestro testarudo pueblo insiste en existir.

 

Hacemos de la memoria una canción,

de la canción una oración,

y con la palabra como herencia

se empecina una nación,

seguimos caminando en busca del sol.

 

No somos héroes ni villanos,

no somos sacros ni profanos.

Somos seres que aprenden a seguir

con heridas que aún sangran sobre un pasado vil,

con los sueños resguardados bajo un manto frágil.

A pesar del duelo…

A pesar del temor…

anclados en un suelo prometido por Dios.

 

Nuestra sangre es roja,

nuestras lágrimas saladas.

Conocemos el sabor de la hiel en la garganta.

Ese siete de octubre todavía nos alcanza.

NUESTRA FE Y NUESTRO ANHELO NO DESCANSAN

Un festival que se volvió cacería.

Kibutzim marcados por heridas.

Un gran hueco sembrado en nuestro centro,

el dolor y el agobio laten dentro.

 

El mar se divide —y nuestra historia también.

Soñamos a medias, abrazamos entero.

Y contamos los dedos que aún nos faltan:

amados que aún no vuelven al sendero.

 

Más de mil los destinos detenidos por la infamia,

y cincuenta las familias que aún no logran respirar.

Ya el tiempo no se mide por segundos,

ni hay mar que aguante tanto llanto.

 

Por la luz que aún palpita en el regazo,

esperamos —firmes— el fin de tanto espanto:

que el pueblo elegido para el odio

sea pronto redimido por amor.

 

Sembrados seguimos en la espera,

como ramas que se niegan a caer.

Y esos dedos en alto nos recuerdan:

nuestra fe y nuestro anhelo no descansan.

 

Vuelvan pronto. No olvidamos.

Hay asientos que los esperan en la mesa.

Hay mil sueños que no sueltan la promesa,

y el alma de su gente aún los llama.

 

Es curiosa nuestra forma de soñar.

Es inmenso nuestro empeño de abrazar.

Y hoy ardemos como brasas encendidas:

vivos el pueblo, la fe y nuestra esperanza.

BUSCANDO PERLAS EN LOS DESIERTOS

Como la hierba sobre la lava,

como la flor en el andén,

como las tunas en el desierto,

como un retoño en pleno invierno,

yo soy judía y resistiré.

 

Como el ave que nunca emigra,

como un lince que se agazapa,

como las lianas que se replican,

como un guerrero que no claudica,

yo soy judía y no callaré.

 

Y aquí seguimos…

bailando juntos sobre las plazas,

cumpliendo el sueño, rezando al cielo,

regando anhelos, sembrando credos,

buscando perlas en los desiertos.

 

Seguimos creyendo, rezando, pidiendo.

Ayer fue mi padre. Mañana, mi nieto.

Somos herencia que se renueva.

Somos historia que se recrea.

Somos la fe que sigue ardiendo,

como utopía en pleno desierto.

 

Con poesía cumplo el mandato

de mantener vivo el legado:

un mismo pueblo, un mismo orgullo,

y una quimera que no fracasa.

Yo busco perlas en los desiertos

y encuentro a Dios entre las zarzas.

Biografía de Raquel Markus-Finckler

Poeta, escritora, periodista, investigadora histórica, conferencista internacional y columnista de importantes plataformas internacionales. Venezolana. Esposa y madre.
Doctora Honoris Causa en Derechos Humanos otorgado por la Fundación Universidad Hispana.
Posgrado en Dirección de Instituciones Comunitarias (American Jewish Joint Distribution Committee / Univ. San Andrés / Instituto Spertus, Chicago).
Autora de los poemarios “Escribir para existir”, “Donde reside la belleza”, “Las horas negras” y “No alcanzan las palabras” —cuatro libros donde la palabra arde como zarza viva y el verso es testimonio.
Participó como poeta y educadora internacional en el Summit sobre Valentía Moral organizado por Coexpace, que es a global initiative that activates empathy, moral courage, and coexistence through immersive storytelling, education, and civic action. In a time of growing division, we create transformative experiences that challenge perspectives, spark critical dialogue, and inspire people to speak up, even when it’s hard.
Su obra poética ha recibido múltiples distinciones internacionales:
Primer Lugar de Poesía en el Concurso Notas Migratorias César Vallejo 2021 (Fundación Universidad Hispana).
Primer Lugar de Poesía en el II Encuentro Literario Solidario Internacional Distrital 2021-2022 (Rotary Club Playa Ancha, Chile).
Seleccionada entre los seis finalistas del III Premio Rey David de Poesía Bíblica Iberoamericana 2023.
Elegida por Stephen Sadow (Northeastern University, Boston) para integrar el archivo de poetas judíos latinoamericanos, donde figuran solo 18 autores venezolanos.
Miembro de la Academia de Genealogía de Venezuela (AGEVEN), del Círculo de Escritores de Venezuela, del Comité Venezolano de Yad Vashem y miembro honorario de la Fundación Universidad Hispana.
Ha sido jurado principal en los certámenes internacionales Notas Migratorias César Vallejo y Macondos del Siglo XXI (2022, 2023 y 2024), y ha participado como poeta en múltiples eventos culturales y artísticos.
Espacio Anna Frank ha incluido sus poemas en su Gira Cultural In Memoriam 2023 y 2024.
Puede encontrarse en:
Instagram y TikTok: @escritora.cretiva
Canal de YouTube: No alcanzan las palabras

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FARAH CISNEROS: EL ALTAR DEL PRESENTE

El altar del presente

Por Farah Cisneros

Hay un instante que nunca se detiene, pero tampoco se repite. Ese instante tiene un nombre secreto que los sabios han murmurado a través de los siglos: se llama ahora. En su aparente sencillez late la eternidad, y en su silencio caben todas las respuestas que solemos buscar en otros tiempos, en otros lugares, en otras vidas que no nos pertenecen.

El presente no pide permiso ni exige condiciones. Simplemente es. Se abre como un jardín dispuesto a florecer en cada respiración, en cada mirada que se detiene sin prisa, en cada latido que nos recuerda que todavía habitamos este cuerpo y esta historia.

Vivir en el ahora es un acto de amor y de pureza. Es entregarse a la danza invisible del instante sin pretender sujetarlo. Cuando nos dejamos abrazar por su misterio, el miedo se disuelve, las cargas se aligeran, y lo que parecía distante se vuelve posible. Entonces las emociones, sin ser reprimidas ni sobreactuadas, encuentran un cauce limpio por donde correr: la ternura, la compasión, la alegría sencilla de existir.

Hay quienes creen que el bienestar se construye acumulando cosas, alcanzando metas o cruzando fronteras. Pero el verdadero bienestar se gesta en la presencia plena, en la decisión de estar aquí y ahora, sin la ansiedad del mañana ni el eco del ayer. Cada momento vivido con consciencia se vuelve sagrado, porque nos revela que lo más importante no se mide en minutos ni en recuerdos, sino en la profundidad de la experiencia.

El ahora es un altar invisible donde las emociones se purifican y el alma se aquieta. Allí descubrimos que el amor no es un sentimiento lejano, sino una práctica que se manifiesta en lo cotidiano: en la palabra que alivia, en la mirada que comprende, en la mano que sostiene.

Vivir el presente es habitar la eternidad en miniatura. Es construir una vida que no huye ni se esconde, sino que respira con gratitud y florece con cada instante que se sabe irrepetible.

Farah Cisneros. Escritora – Pinealista y Mentora

Facilitadora en Procesos de Cambio y Transformación Personal
Master Coach Neuro-Linguistic Programming PNL
Certified Heal Your Life Teacher Philosophy Louise Hay
Fundadora y Directora de EGP. Escuela de Gerencia y Pensadores
Autora del libro ¡Haz lo que te dé la gana!
Produce, coordina y desarrolla el Programa de Entrenamiento y Desarrollo Integral
Personalizado-PEDIP de EGP. Escuela de Gerencia y Pensadores
Directora de Relaciones Institucionales del Círculo de Escritores de Venezuela.

@FARAHCISNEROS?farahcisneros@hotmail.com –
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RODRIGO LARES BASSA: LA CAJA GUARDA Y PESA

LA CAJA GUARDA Y PESA

por Rodrigo Eloy Lares Bassa

 

I

—Todo está bien, pero algo va a pasar —dijo.

—¿No cree que hay una contrariedad en su afirmación?

—No. Es normal, por lo menos así lo veo. Ya son dos décadas en las que nos han moldeado para pensar así; la contrariedad, el sinsentido, ya no nos sorprende: es parte de nuestra forma de ver las cosas.

—¿Y no cree usted que esa visión de vida es insana? Lo digo por su profesión.

—¿Insana, por ser médico? La verdad, no sé quién está más loco en este país: si nosotros, por querer seguir viviendo en esta cotidianidad absurda, o quienes la dirigen como titiriteros, saturando la realidad con una irrealidad fabricada. Además, recuerde que mi especialidad es forense. Me entiendo más con los muertos que con los vivos.

—Lo sé. Fue la espada con la que me hiciste touché cuando me presentaste tu renuncia a la cátedra.

—Gracias por la jubilación. Entre eso y la tranquilidad que me da haber regresado a este pueblo —inalcanzable incluso a la mano de Dios, mi tierra natal— he encontrado paz interior para sobrellevar este manicomio nacional.

 

La pareja se sirvió un trago, cristalino, de fabricación casera. Tosco al paladar, hacía carraspear al primer intento y arrancar un suspiro en clave de quejido: como si ganar al líquido fuera una pequeña victoria estomacal. Ese destilado, pensó Antonio, tenía algo de patria: un brebaje áspero, hecho en resistencia, que todavía logra reunir a los que quedan.

El médico sonrió al ver triunfante al académico.

—Dime que no está bueno… ¡a que sí lo está!

Antonio rió y, mirando la tapara vacía, respondió:

—Son muchos años, Eugenio, los que nos unen en amistad. Recuerdo como si fuera ayer aquel día en que sacaste de la gaveta de tu oficina ese frasco transparente y te lo empinaste. ¡Yo pensaba que te suicidabas frente a mí, ingiriendo formol!

 

Atardecía. Las bandadas de periquitos coloreaban el cielo naranja; el calor se disipaba y la gente comenzaba a salir a conversar a cielo abierto. Así estaban ellos: frente a la fachada de una casa oscura, agrietada por el abandono. Una fachada que parecía mapa de país: pintura descascarada, ventanas tapiadas como ojos que ya no miran.

 

—Jajaja… así es. Recuerdo el grito que me diste, pero sobre todo tu palidez. Fue con un trago de este destilado que logré devolverte el color.

—Sí… ese día fue complicado. Llegar a casa borracho… Recuerdo la cara de Gisela al verme así.

—Ay, Antonio… amigo… ¿y cómo llevas tu duelo? Sentí mucho la noticia.

—Aún lo llevo. Ahora leyéndola… y viajando. Así es que lo llevo.

Señaló una caja de madera gastada en la banqueta.

—La caja de sus escritos. La recuerdo. Me la mostraste en la biblioteca de tu casa…

Antonio suspiró:

—La caja guarda y pesa. Como la casa, como el país.

Eugenio le miró con gravedad, y luego encendió un cigarro.

Casi al mismo tiempo, en la plaza del pueblo, otro coro de voces hablaba de quedarse o de partir —las mismas preguntas que aquí nos hacemos, pero dichas por los que aún no han hecho la maleta.

II

En una ciudad cercana a la capital, me llamó la atención un grupo de jóvenes reunidos en una plaza —dijo Antonio, mientras Eugenio lo escuchaba plácidamente, como quien se asoma a una ventana que le queda grande. Fijé mi atención porque, por la inseguridad, ya no es común ver a nadie reunido en plazas de noche —contó Antonio—. Me acerqué intentando ser invisible. Quería escucharlos. Si les hablaba, se cohibían:

—Llámame loca —decía una joven—, pero desde que decidí no emigrar y quedarme acá, me ha salido trabajo, conocí a alguien y he estado rodeada de amigos. Es raro, con el caos que hay.

—Yo pienso igual —dijo otro—. No me quiero ir. Ni me lo he planteado.

—Recuerdo el día que fui a la embajada, llorando por dentro y por fuera. Quería irme, pero no quería dejar solos a mis padres.

—Unas semanas antes de irme, recibí una oferta maravillosa. Aquí estoy, feliz, valorando más que nunca a mi familia.

—Yo también… Quisiera abrazar a la que fui hace un año, decirle: “Todo va a estar bien.”

—Así es. Todo saldrá bien. Si me toca irme, seré otra persona. Y si me quedo, no será en vano la lucha por lo mío: mi país, mi familia.

 

Antonio los miraba, oculto en una esquina de la plaza. Aquella reunión parecía un milagro: una fachada viva levantada en medio del derrumbe general. El país todavía tenía la capacidad de abrir espacios así, como habitaciones donde las voces jóvenes se atrevían a habitar.

 

—Qué lindo oírlos —dijo una mujer que se había sumado—. Cuesta hablar de esto.

—Cuando dejas de forzar las cosas, suceden cosas bonitas —dijo otra.

—No todo el mundo se quiere ir —murmuró uno.

—Creo que nadie quiere irse del país donde creció.

—Es que es la casa que habito —dijo una.

 

Todos se quedaron en silencio. El sol se despedía, lanzando sus últimos rayos sobre la plaza provinciana. En ese instante, Antonio pensó que aquellas palabras eran como una caja abierta: guardaban el peso de lo heredado, pero también dejaban escapar la luz de algo que todavía se mueve dentro.

Y, sin decirlo en voz alta, imaginó el ferry al fondo del lago: quieto, detenido en su vaivén de siempre, esperando a los que decidan subir.

III

—¿Sabes qué es lo más caro aquí? —me dijo Eugenio, mientras golpeaba la mesa con los nudillos—.

—¿El café? —pregunté.

—No. El silencio. Cada quien paga con lo que tiene para comprar un rato de silencio.

Lo dijo riendo, con ese humor negro que es casi un recurso de supervivencia. Y luego añadió, como quien deja caer una piedra en un pozo:

—La caja guarda y pesa.

Esa frase se me quedó resonando como un tambor. Tal vez porque en sueños me he visto abriendo cajas que no son mías: unas llenas de fotografías descoloridas, otras vacías, como si hubieran contenido algo que ya no alcanzo a recordar.

En una de esas visiones nocturnas, camino por una calle donde las fachadas se mantienen en pie aunque las casas detrás ya no existan. Solo decorados de un pueblo inventado. Tras esas paredes huecas, alguien ríe, alguien llora, alguien cocina. Pero todo ocurre fuera de mi alcance, como si yo fuera espectador en una obra sin actores.

De pronto, el ferry aparece, suspendido en medio de la calle. No flota en agua, sino en el aire pesado de la ciudad. Sus motores roncan como un animal dormido. Lo miro y siento que podría subirme en cualquier momento, pero sé que no lleva a ninguna parte. O sí: tal vez al mismo sitio del que partió.

Eugenio, que sigue en mi sueño, me mira con ironía.

—La caja guarda y pesa —repite, como si quisiera tatuar la frase en mi frente.

Y yo despierto con la sensación de que el país es esa caja heredada: demasiado grande para cargarla, demasiado pequeña para vivir en ella.

IV

Esa misma tarde, Antonio caminaba por el barrio donde había crecido. Las casas parecían más pequeñas, las fachadas descascaradas, como si los años hubieran limado sus aristas.

Se detuvo frente a la suya, la casa de infancia. La miró como quien observa un cuerpo dormido: aún reconocible, pero ajeno.

En la esquina, un grupo de hombres jugaba dominó sobre una mesa improvisada. Entre jugada y jugada, pasaban un vaso de destilado casero que ardía en la garganta y soltaba la risa. El alcohol era turbio, pero la risa, limpia.

Ese detalle, insignificante para cualquiera, le pareció a Antonio la prueba de que la vida todavía sabía defenderse: un sorbo amargo transformado en chispa de resistencia.

—La caja guarda y pesa —murmuró, recordando a Eugenio. Y se preguntó si esa caja no sería también la memoria de la calle: cada pared desconchada, cada rostro que se había ido, cada risa que todavía sobrevivía a pesar de todo.

Más adelante, al llegar al río, creyó ver de nuevo el ferry balanceándose en la distancia, aunque sabía que no podía estar allí. El barco era un espejismo persistente, una promesa a medio cumplir.

Antonio cerró los ojos un instante. Cuando los abrió, la ciudad seguía allí, sosteniéndose en sus ruinas, como una fachada que aún no había decidido derrumbarse.

V

De regreso en la plaza del pueblo, Antonio volvió a escuchar las voces. Esta vez no eran jóvenes ni viejos, sino un coro extraño: recuerdos, frases repetidas, rumores de quienes ya no estaban.

Entre ellos, la de Eugenio, nítida como un golpe:

—La caja guarda y pesa.

Antonio sintió que esa caja era ahora el país entero: pesada como herencia, pero también capaz de resonar cuando alguien se atrevía a abrirla. Y en ese eco reconoció las risas del dominó en la esquina, el ardor del destilado casero que convertía lo amargo en fuerza.

Alzó la mirada: las fachadas de las casas parecían todavía firmes, aunque todos supieran que detrás había huecos, paredes caídas, habitaciones vacías. Esa contradicción lo conmovió. El país resistía en su propio teatro, como una escenografía obstinada.

Y en el horizonte, el ferry seguía inmóvil. No partía ni llegaba: era un barco a la espera, un pasaje detenido. Antonio lo miró con la certeza de que cada uno debía decidir cuándo y cómo subirse, o si quedarse en tierra, cargando la caja.

La plaza se fue quedando en silencio. Antonio sonrió, con ese humor negro que tanto lo había acompañado, y pensó:

“El país es esta casa que habito, aunque a veces se me caiga encima. Es también la risa que sobrevive, el trago que arde, la fachada que se sostiene, el ferry que espera. Una herencia que guarda y pesa… pero que también, contra todo pronóstico, me sigue llamando hogar.”

Nota del Editor:

Gracias al escritor Rodrigo Lares Bassa por enviarnos su relato “LA CAJA GUARDA Y PESA”, muy bien calificado en el Concurso Internacional de Cuento “La casa que habito”. Organizado por Ediciones Luminaria del grupo colombiano «Etérea».

“El relato articula un diálogo entre memoria personal y memoria colectiva, enmarcado en la metáfora de la caja como herencia que guarda y pesa. (…) El texto propone que el país mismo es esa caja compartida, pesada pero llena de ecos, donde conviven pérdidas y resistencias que sostienen la identidad.”
Comentario del jurado:
El relato articula un diálogo entre memoria personal y memoria colectiva, enmarcado en la metáfora de la caja como herencia que guarda y pesa. La narración alterna escenas de amistad, duelo, resistencia comunitaria y sueños que confunden realidad con símbolo. El ferry detenido y las fachadas en ruinas funcionan como imágenes que resumen la tensión entre permanecer o partir, entre sostener la risa en la adversidad o sucumbir al silencio. El texto propone que el país mismo es esa caja compartida, pesada pero llena de ecos, donde conviven pérdidas y resistencias que sostienen la identidad.

 

Editor: Carmen Cristina Wolf

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JERÓNIMO ALAYÓN: FÉRTIL MISERIA

Jerónimo Alayón

Fértil miseria

Por Jerónimo Alayón

¡Mi hora! —grité—… El silencio

me respondió: —No temas;

tú no verás caer la última gota

que en la clepsidra tiembla.

                Antonio Machado

A menudo no reparamos en ello: pese a la borrachera de cotidianidad, la vida se pasa… «El hombre construye una tendencia hacia el silencio», dijo Harry Almela en Fértil miseria. Lo recordé hace poco. También la historia atada a ese poemario. Era el viernes 5 de marzo de 1993, por la mañana. Había ido a la librería Ludens, en la torre Polar de Plaza Venezuela. Quería comprar un libro, cualquiera.

Después de mirar un rato, vi algo muy raro. Se trataba de un libro que parecía salido de una actividad escolar de reciclaje. Tapas de cartulina común, forradas con papel de bolsa de panadería. Aquello era un atentado contra otros artefactos librescos de alto copete que se vendían allí. En lo que se suponía debía ser una lustrosa portada, estaban dos pegatinas, adheridas sin mayor cuidado. En una figuraba un grabado con una mujer desnuda leyendo en una butaca. En la otra, el título y autor de aquella perpetración: Fértil miseria, de Harry Almela. Todo el conjunto estaba dentro de un sobre, también de papel marrón.

Estaba a punto de desechar el esperpento cuando tras de mí sonó una voz: «Yo, en su lugar, no lo compraba». Me giré y miré feo al impertinente. Por llevarle la contraria, no solo compré aquel adefesio, sino otro que había al lado: Donde la luz me encarna, de Víctor Fuenmayor, en la misma lastimosa encuadernación. Así pues, me encaminé a pagar antes de que el entrometido volviera por sus fueros… y salí de la librería sin despedirme.

Aquel día regresé tarde a mi casa. Me senté a leer ambos libros con escepticismo. Nunca imaginé que un contenido pudiera burlarse así de su continente. Aquella colección de la editorial Dharma, titulada Clandestinos, era eso: bajarle el copete a cierta industria ostentosa del libro. En este momento, tengo el poemario en mis manos. Pienso en los autores que quieren ser influencers, en el retiro último de Almela en Mariara, en su decepción final…

De Fértil miseria solo se imprimieron 200 ejemplares. En su última página dice: «Este libro fue escrito en 1987. Se terminó de hacer a mano en Maracaibo hacia finales del mes más cruel, abril de 1992. Noche de temblores y fértiles miserias». Al cerrar el libro, recordé a Eliot en La tierra baldía quejándose de abril. También a Pantin rememorando a Eliot en El cielo de París. Es una coincidencia que dos poemarios venezolanos, editados en 1992, hablen de la crueldad de abril. Con el pasar de los años, casi todos los meses han terminado siendo los más crueles…

Dos o tres semanas después volví por la librería. El dependiente me dijo: «¿Se acuerda del otro día, cuando miró feo al señor que bromeó sobre el libro que tenía en las manos? Ese era Harry Almela, el autor». Sentí y siento mucha vergüenza de aquel episodio. La ignorancia nos hace fieros y necios. Fue la única vez que vi a Almela. Pasada una década, en la mensajería de Facebook, le conté. Se rio. Nos prometimos un café, uno más de los que se quedaron fríos en algún lugar de lo inhacedero. La vida es eso también: una antología de imposibles.

En mis manos sostengo la factura núm. 17 617 de aquel 5 de marzo de 1993, una factura hecha a mano por 225 bolívares (descuento incluido), una factura que habla de una Caracas amable, sin alcabalas entre ella y su historia, sin el horror cosido a sus paredes. Cierto eco ramosucreano sacude el libro: «Yo estuve allí, en la Casa de lo Oscuro, seducido por la loza y el granito». Sin embargo, sería injusto no afirmar que hay en Almela algo muy de él en la manera del decir poético, algo sorpresivo y desconcertante: «Girando hacia la izquierda, vi lo negro de tu cuerpo sobre el muro». Almela, como Ramos Sucre, vivió angustiado por la palabra. También por la patria en ancestral caída.

He vuelto a la poesía de Almela. Quizás sea el hecho de percibir el país cada vez más como un erial, infértil y asfixiante, un país en el que «los impostores cantan / el himno de su ejército», voces que nunca debieron perpetrar el sacrilegio de hacerse oír. Quizás porque sea propicio «regresar / al tiempo de remolinos / y fuego en las montañas / del verano», aunque solo sea una ilusión. O, muy seguramente, porque «hay cosas de las que se puede hablar / solo al volver de ellas / cuando el vino / se convierte en agua», cuando se tiene la certeza machadiana de no ver «caer la última gota / que en la clepsidra tiembla».

Con la edad sobreviene una claridad meridiana sobre cierta obsolescencia de la vida, ciertos hábitos inútiles, ciertas ambiciones baldías. El hombre es esa tendencia al silencio que decía Almela solo si está dispuesto a renunciar a las palabras, fetiche de quien cree que vive en ellas y no desde ellas (Almela dixit). Quizás el silencio sea lo único digno que le queda al hombre que ha presenciado el ultraje del lenguaje (estoy pensando en Steiner). En todo caso, es irremediable el tufo fúnebre cuando se escribe desde un país obstinado en su deceso.

En algún sitio dije que «escribir implica un propósito definido, el dominio de una técnica específica y una motivación que trasciende la simple necesidad de expresión». Eso es lo que hallo en Almela, un autor con intencionalidad en su pluma. Su obra tiene los quiebres propios del hombre puesto en crisis, pero no es incoherente. Hay un tenue hilo que conecta todo y termina en un silencio cribado, el de quien sabe que «lo que no está escrito / aún espera». También en el silencio de quien dice: «Por respeto a sus incendios cotidianos / no les haré mirar mi tierna herida / en el costado». Esta quedó en su sigilo final.

Fértil miseria. Es un oxímoron que habla del humus. Se trata de un libro cruzado por el dolor, un «dolor doblado en el centro de ninguna parte», un dolor que desborda el poemario hacia otras y posteriores creaciones suyas. Me pregunté por entonces cuánto sufrimiento hacía falta para escribir algo así. La vida se encargaría de responderme. Al cabo, queda la ácida convicción de que todo pasa, salvo la angustia y la decepción, ese persistente humus…

Jerónimo Alayón Lingüista – Escritor

Profesor en la Universidad Central de Venezuela

jeronimo-alayon.com.ve

Gracias al escritor venezolano Jerónimo Alayón por su honda apreciación del libro «Fértil miseria» del autor Harry Almela (1953 -2017), poeta, ensayista, narrador y editor.     Los Editores

 

 

 

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Confesiones de Carmen Cristina Wolf

MI AFICIÓN POR LA ESCRITURA

Por Carmen Cristina Wolf

Mi infancia transcurrió en una familia amante de la lectura. Mi abuelo materno era maestro de gramática y siempre lo recuerdo leyendo en su sillón. Mi madre amaba la lectura, leía las novelas de los clásicos y citaba poemas de memoria, de Andrés Eloy Blanco, García Lorca, Tagore, Rubén Darío, Becquer… De allí viene mi afición por los libros y por la poesía.  A los doce años me refugiaba en mi cuarto para leer libros y revistas. Algunos de ellos casi no los entendía, por ejemplo, “El retrato de Dorian Gray” de Oscar Wilde, “Demian” de Hermann Hesse, Doña Bárbara de Rómulo Gallegos… Como mis hermanos eran varones, jugaba sola casi siempre, supongo que eso me llevó a inventar personajes con los cuales hablaba en voz alta, eso me hacía objeto de la burla de mis hermanos. La imaginación es una caja de maravillas.

Pienso que la fuerza que mueve al mundo es el amor. “Donde no hay amor, poned amor y encontraréis amor”, escribió San Juan de la Cruz. Siempre recuerdo aquella frase de San Agustín, “La medida de amar es amar es amar sin medida”. No hablo de un solo amor, porque mis amores son la familia, los amigos, el país y la escritura. Nuestra sociedad atraviesa hoy por grandes fracturas de valores, una de las fallas radica en la falta de formación de los niños, no se les enseña la importancia del bien común y el arraigo a nuestro país. Mas volviendo a los grandes amores, amo la escritura como la manera de comunicarme en libertad.

El arte en sus distintas manifestaciones nos da a comprender la visión y anhelos de las personas y  promueve el diálogo entre las generaciones. ¡La vida sería tan pobre si no existiera el arte! Nuestro país, pese a la alta migración, presenta una gran riqueza en cuanto a la obra de escritores, artistas plásticos, artes escénicas y teatrales. Hay una efervescencia, los escritores y artistas están en permanente creación.

No creo mucho en la inspiración para escribir. Tú puedes sentirte conmovido por un acontecimiento, una experiencia, un paisaje, una mirada, un poema que escuchaste o leíste. Si no te decides a escribir, no lograrás nada. La escritura requiere aprendizaje, voluntad y constancia. Considero interesante que los buenos escritores impartan talleres de literatura y de escritura creativa. Asistí a  talleres de poesía de Armando Rojas Guardia, y a un taller de mitos y poesía de Ida Gramcko, a ellos les agradezco profundamente sus enseñanzas. Cuando leo no solo por el placer de leer, sino también con una visión crítica, me vienen a la mente poemas e historias.

Siempre digo que escribir es una manera de confesarse ante uno mismo, de reconocerse. Para algunos es una especie de catarsis. En un cuento creé un personaje a quien le preguntan qué busca con el acto de escribir, él responde: «Escribo porque no sé hacer otra cosa»

Para mí, ha pasado de ser un divertimento para transformarse en un deseo de trascender más allá de lo efímero. Se intenta fundar un reino perdurable. También puede ser el espejo que refleja alguna de las innumerables facetas del ser íntimo y de aquello que nos rodea.

 

Desde hace algunos años he dedicado tiempo al Círculo de Escritores de Venezuela, organización que surgió en 1989 como fruto de la iniciativa de un grupo de destacados escritores venezolanos. Creada como una asociación sin fines de lucro, se planteó promover y difundir la literatura venezolana, apoyando la edición de libros y la organización de lecturas, seminarios y recitales.

Actualmente contamos con un presidente que apoya las iniciativas del Círculo, se trata de Edgar Vidaurre Miranda, poeta ensayista, músico y editor. Y con una directiva que nos enorgullece: Magaly Salazar Sanabria, Lidia Salas, Yoyiana Ahumada, Farah Cisneros, Ernesto Marrero Ramírez y mi persona. Se han establecido alianzas con institutos universitarios, medios de comunicación y organizaciones dedicadas a fomentar al arte y la cultura. Su revista web es muy consultada, y nos mantenemos actualizados a través de las redes sociales. Continuamente recibimos solicitudes de autores que desean ingresar. Es una comunidad que nos permite saber lo que los escritores publican, las traducciones de libros y las críticas que se generan. Puedo decir que se publicaron más de doscientos libros y con mucha frecuencia se celebraban eventos, bautizos de libros, homenajes, charlas sobre distintos temas. Durante años contamos con  librerías, teatros y galerías de arte de instituciones para realizar los eventos. Publicar libros resultaba más asequible y teníamos los medios para editarlos. Hoy en día agradecemos profundamente a la Librería Kalathos de Caracas, a Fundación La Poeteca y a la Sala Cabrujas de la Fundacíon Cultural Chacao por su generosa disposición de cedernos sus espacios.

Me resulta gratificante leer a los jóvenes y saber sus opiniones sobre diversos temas de actualidad. Me preocupa la educación de los niños y adolescentes en Venezuela. Una educación deficiente forma seres humanos con carencias profundas. Bien sé que el aprendizaje sobre ser un buen ciudadano y respetar los derechos humanos se imparte en el hogar. Pero es esencial la educación que reciben nuestros muchachos de maestros calificados para su desarrollo personal en la sociedad. Los problemas que confronta desde hace varios años nuestro país, no solo provienen de las circunstancias políticas. Los pueblos que se dejan manipular son fruto de una educación deficiente en el hogar y en las escuelas.

Cuando me preguntan cuál es el poema mío que más me refleja, prefiero no tener que elegir, los poetas nos enamoramos de nuestros versos, incluso un amigo escritor me decía que cuando me gustara mucho un poema mío, se lo diera a leer a alguien de buen criterio y de mi confianza, él podría darme una opinión imparcial. Y recomiendo a los poetas jóvenes que no publiquen sin haber guardado el manuscrito un tiempo. Me ha pasado que dos de mis libros los he revisado después de la publicación y he cambiado algunos versos para una segunda edición.

Si eligiera un poema, sería uno mi libro “Atavíos”, publicado por la editorial El Pez Soluble:

ATAVÍO DE LA PALABRA

Algunos días llevo el golpe de la calle

ya no escribo como antes

los verbos peso, mido y aquilato

en el mundo la libertad está asediada

la ambición ensombrece los cielos

 

Bajo mis pies la espuma dibuja frías panteras

se enrosca en mis tobillos como una serpiente de plata

 Cuánto duele la piel de la palabra

                  desnuda ante la piedra    

                  antiguos cantos  surgen en el fondo de mis sienes.

 

Hasta ahora he publicado los siguientes libros: Fragmentos de isla (Ed. Poiesis 1983), Atavíos (Ed. El Pez  Soluble 1993), Canto al Hombre (Ed. Cármina 1996), Canto al Amor Divino (Ed. Cármina 1997), Prisión abierta ( Ed. Al tanto 2002), Escribe un poema para mí (Ed. Círculo Escritores Venezuela 2001), Huésped del amanecer,  Ediciones Universidad Nacional Abierta, Universidad Nacional Experimental Simón Rodríguez y Museo Abierto para el Mundo, 2015.

Retorno a la Vida (2005), La llama incesante (Ed. Diosa Blanca 2014), Vida y Escritura, ensayos (2015), Donde no cuenta el tiempo (Ed. J. Bernavil 2023).

Selección de mis poemas han sido publicados en: Metapoéticas, Antología de poetas hispanoamericanas, selección de Margara Rusotto, Editorial Pre-Textos.  ELLAS, compilación de Amanda Reverón, Editorial Dos islas, edición en cinco idiomas. Antología de poetas del Círculo de Escritores de Venezuela. Caracas 2005; Travesías del alma. Editora: Verónica Amat. Trilce Ediciones, Salamanca 2015. Arca de los afectos, Antología de Alfredo Pérez Alencart, Editorial Verbum, Salamanca 2013.  V Antología de la Asociación de Escritores de Mérida, Octavo Encuentro Internacional de Escritoras. Mérida 2008. Voices take flight in the reflection of the fallen stones. Antología varios autores, textos ingles/español. Compilación de María Gabriela Madrid. Charleston 2015. A voz limpia. Antología de varios autores, textos en inglés/español. Melbourne 2017. Pasajeras, Editorial Lector Cómplice 2020. Hacedoras 2021 (Editorial Lector Cómplice). Homenaje al Dr. José Gregorio Hernández, antología de poemas 2021. El vuelo y la claridad, Antología (Editorial Diosa Blanca 2022). El dulce ron que las embriaga, 60 poetas de Venezuela y de Canarias publicada en Canarias,  2022.

Me preguntan si busco tener éxito y mi respuesta es que no lo persigo ni pienso en él. No pienso para nada en el éxito. Según la programación neurolingüística debería formar parte de los propósitos en todo lo que emprendas. En mi caso la empleo la salud y el bienestar. Recomiendo los libros del doctor Mario Alonso Puig y de Farah Cisneros sobre este tema.

Rafael Arráiz ha escrito recientemente que hoy en día la poesía es el género literario menos leído y coincido con su apreciación. En el siglo XIX era el género favorito de los lectores y los poetas conseguían mecenas que publicaban sus libros, ahora es muy difícil encontrar editoriales que financien las publicaciones.

Sobre mis deseos a futuro, quisiera que las mujeres y los niños vivan en mi país sin carencias y con dignidad, con libertad de expresión y con derechos políticos plenos.  Es a lo más que puedo aspirar, porque sobre las guerras no podemos hacer nada. También deseo publicar mis poemarios inéditos y un libro de cuentos y crónicas.

Comparto el dolor de las madres que se separan de sus hijos y nietos.  No es lo mismo que los hijos quieran vivir en otro país porque les guste, y que los padres puedan viajar a visitarlos. La mayoría de los jóvenes se van soñando con una vida mejor. El esfuerzo económico que debemos hacer para viajar es enorme y tenemos que conformarnos con hablar a través de las pantallas del celular.

Lo más valioso para mí es la familia, los amigos y mi país. Mi misión actual es enseñar a los jóvenes lo que sé sobre la poesía venezolana e hispanoamericana y continuar como editora de la revista del Círculo de Escritores de Venezuela, que es una ventana para publicar a narradores, ensayistas y poetas.  Para eso son magníficas las redes sociales.

No sé lo que es el resentimiento ni la lamentación que solo conduce a la desdicha.  Yo vivo enamorada de la música, el arte, el encanto que encuentro en mi gente venezolana. Y también de muchos extranjeros que han sido acogidos con cordialidad.  Agradezco la espiritualidad que me han brindado las enseñanzas del cristianismo,  creo en la trascendencia del alma y esa certeza tiene que ver con mis experiencias personales.

Me aparto de las ideologías que tanto dividen y son fuente de discordia.   El arte es una manera maravillosa de transmitir amor. Sin el arte la existencia sería de una pobreza extrema.

Estoy convencida de que ser feliz es una decisión que se renueva día a día. Las dificultades y la certeza de la finitud son una realidad que hay que afrontar con templanza. Parte de la felicidad reside en escribir.   Escribir para mí es una necesidad, un ritual,  una ceremonia y también un juego a veces inocente, en ocasiones puede ser   una denuncia o una visión trascendente de la existencia. Cuando escribo abro una partida de cartas conmigo misma y con el lector, y la partida es infinita. Procuro que mi vida sea una vocación de servicio y los que me rodean sientan el amor que soy capaz de dar.

 

 

 

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