Por Alberto Hernández
Alguien volverá sus pasos para recordar antiguos nombres
de la ciudad: entre ellos el que linda con la dura comarca de la sed.
Un río fue su imagen: un pequeño río de «verde y apacible ribera»,
en cuyas clarísimas linfas halló sustento la vieja tribu contra el
hambre y la sed.
M.R.U.-
1.-
Miguel Ramón Utrera es un monje que escribe bajo un árbol sagrado. A través de sus hojas, se mete el mundo que sus ojos han visto en sueños. Desde la techumbre de la casa, advierte el arco de la tierra, las curvas soleadas de las serranías y el ojo de Dios calculando la luz. Entonces, San Sebastián de los Reyes es una epifanía, la gran fiesta de una voz hecha sonoridad poética.
El sitio para resguardar el silencio, el tan dicho y pronunciado en su poética, el que retorna en río para destacar la presencia de la noche y sus asuntos:
Alguien debía volver de aquel país de sombra. Y por haber olvidado la clave
de sus pasos, caminaba a tientas, procurando recordar nombres olvidados en
la sombra.
2.-
El sonido de un yo exterior que resalta el cuerpo de adentro del paisaje. Un ojo permanente que desde el cuadro de la ventana imagina el acento de la soledad, de una sombra que jamás se agota, de una claridad enceguecedora. Alguien debía volver de aquel país de sombra. Alguien, sí. Desde ese lugar recurre a una voz que se desliza por el tiempo en que la poesía era oro y silencio.
Quizá pensó en el silencio nocturno de los árboles. Y volvió a caer en la
sombra. Otra silenciosa sombra.
3.-
Con la poesía, con las sombras, con las claridades, ajustamos cuenta con el olvido. Desbrozando el último sueño, nace la antología, el recado vigoroso venido de la noche, de los zumbidos terrenales de San Sebastián, para alegría de lectores y duendes. Miguel ramón Utrera se aleja así del país inasible.
No en vano el poeta Harry Almela, para la edición antológica de La liebre libre, La otra claridad, destaca lo siguiente: No es justo el criterio de quienes desean la presencia de Utrera en el terreno exclusivo del nativismo. Esta doctrina rezuma color local desde el paisaje, entendiendo a éste como naturaleza tamizada por una voz poética.
En efecto, la voz redonda, la que circunda el universo, no se queda en un solo sitio. El paisaje de Utrera emerge de la sombra, de la noche, de la luz del día y se hace otros países, otros lugares, los mismos del espíritu, los mismos que encontramos en cualquier sueño.
Desde su aldea, el poeta Miguel Ramón Utrera es el más universal de nuestros escritores, porque se funda en los sonidos que vienen de otros tiempos que hoy saboreamos con holgura. Desde la sombría celda de Fray Luis. Desde las flagelaciones silenciosas de San Juan. Allí está el oro de este hombre que ha permanecido toda la vida haciendo vida de creador.
Quizás tocó los labios dormidos del agua. Y descubrió que la sed es otra
sombra. Otra dormida sombra.
Quizás llamó a la puerta de alguna choza abandonada. Y sólo halló la res-
puesta de la sombra. Otra abandonada sombra.
4.-
La sed recoge un rumor de voces frescas, pareciera ser el ars poética de Miguel Ramón Utrera. Deshojando su propio árbol genésico, vuelve de la ventana. Adora las estrías de la madera. Celebra el cuerpo añoso de la silla. Vivaquea con el olor húmedo de las paredes. Sorbe, en su más callada hora, el relámpago de la primera lluvia en la montaña. Toda su sangre en el afuera, en el adentro que lo estimula y eleva.
¿Dónde encaja ese país hondo, sumergido entre nubes? ¿De dónde proviene esa voz? ¿Quién la pronuncia? Entonces, más allá del dolor del cuerpo, de la avanzada muerte de las calles del pueblo, de aquella empinada desolación frente a los árboles, el poeta retorna y dice:
Alguien debía volver de aquel país de sueño. Y por haber olvidado la clave
de sus pasos, trataba de alcanzar los caminos donde siempre descansa el úl-
timo sueño.
Quizás tomó la senda de los frágiles cocuyos. Y tropezó una vez más con
las espinas del sueño. Su desgarrado sueño.
5.-
El silencio, los fantasmas, la mirada oscura de quien baja de una a otra casa. La voz inaudible de quien recorre los adoquines del pueblo y se traduce en pájaro en un árbol muerto, sometido a los relámpagos de la mañana. El poeta, de cuerpo enfermo, es el mismo árbol, la misma noche, la mañana cerca del alero mientras el patio convierte en edad temprana la memoria.
El silencio/ fantasma: Guardemos ya nuestras mejores voces, canta y se inmortaliza. Y el misterio de aquel sonido peculiar, de la donosa España escondida, soportada, renegada, relegada, austera en la palabra y rica en la poesía.
Celebramos con vasos de junco las aguas de esta sonoridad, que refresca mucho más la otra claridad de los hombres. Celebramos con jugo de la tierra estas hojas de sueños. El sendero invisible que el tiempo nos tiene reservado.
Quizás trató de seguir el vuelo de las hojas. Y se encontró, de sorpresa,
ante la fronda de otro sueño. Su desgarrado sueño.
Quizás palpó las piedras que ocultan los secretos de la noche. Y junto a ellas
pudo escuchar los ecos de aquel sueño. Aquel desvelado sueño.
6.-
Temerario es el canto, la sombra que lo anuncia. La poesía de Miguel Ramón Utrera, por mucho obligada a ser local, espacio reducido, escapa de quienes favorecen esa aventura. Se trata de una poesía traducida a todos los verbos de nuestro español. A todos los giros que nos nacen a diario, tanto en España como en América Latina. Y su traducción auguraría una sorpresa, una dispersión de opiniones. Utrera es una nación, un continente de ecos, el misterio de la gran poesía.
Alguien debía volver de aquel país de silencio. Y por haber olvidado la clave
de sus pasos, pretendía trepar a las grutas donde moran las arañas del silencio.
Quizás buscó el abrigo de algún recóndito jardín. Y en él contempló, ya
Deshojada, la rosa del silencio. Aquel mustio silencio.
Si ese «alguien» es la duda, no nos extraña que el país de la sombra, de la sed, del sueño habite multiplicado en el silencio, el otro leit motiv del poeta de San Sebastián. Estos elementos, tan sensoriales como reveladores del espíritu, fraguan la invisibilidad de la eternidad, de la luz que invoca. El silencio continúa siendo el lugar donde limar los sentidos apagados.
Quizás descubrió los hilos de otro remoto manantial. Pero en ellos también
dormía el silencio. El más callado silencio.
Quizás volvió a hollar los tenues espejos de la lluvia. También en ellos ha-
bía huellas desvaídas. Las huellas del más claro silencio.
7.-
Claridad versus sombra. O ambos en el convulso sistema espiritual del hombre. El poeta navega en estas aguas. La poesía despeja el paisaje, lo hace visible a todos los ojos. A los ciegos y a los congregados por la luz. He allí la otra claridad, la soledad reencontrada.
Alguien debía volver de aquel país de soledad. Y por haber olvidado la clave
de sus pasos, descansa ahora a la vera de su cansada soledad.
Quizás vació sus lágrimas en el cálido surco de la sombra. Y allí creció,
entonces, el árbol de la soledad. La más armoniosa soledad.
Quizás ató sus pasos a las cálidas raíces del sueño. Allí se abrió, entonces,
la flor de la soledad. La más candorosa soledad.
Quizás dejó caer sus voces en el cálido río del silencio. ¿Recuperó allí la
clave de sus pasos? Desde entonces quedó poblada de música la soledad de
las palabras.
La pregunta del poeta descubre la posibilidad de que la soledad invada las palabras. Es decir, el sonido del mundo, el más hondo, el más humano, la poesía. La fuerza de este poema de Utrera nos lleva hacia el lugar donde desaparece el paisaje restringido. El poeta aragüeño universaliza la lectura, la imagen de un hombre solitario, quien desde los motivos de su afán hace país global, redondo, mundial.
LA SOMBRA TEMERARIA
Hace uno tiempo, el año que Miguel Ramón Utrera ganó el Premio Nacional de Literatura, nos tocó entablar con él una conversación. Habló de su vida, de la vida de otros, de un «inmerecido» galardón que sus amigos le dieron. Habló de poesía, del silencio y de los ruidos más allá del pueblo donde enseñaba y solía encontrarse con la sombra, con el silencio.
Decíamos:
«Cuando la muerte reposaba en la puerta, Miguel Ramón Utrera no se negó a presentirla. Con los años la hizo sombra, sueños y fantasmas en los lomos empedrados de su San Sebastián de los Reyes, donde el sur es memoria y distancia».
Entonces entendimos el poema, la belleza de su misterio:
Esta sombra nos sigue, de puntillas;
se oculta en nuestras horas claras;
y así mismo se infiltra en nuestras voces
con leves ademanes de fantasmas.
La sombra, la persistencia de la sombra, esa, la temeraria que de puntillas lo sigue mientras baja a desayunar a la casa de su hermana. Acogido por un clima benigno, el poeta se amiga con su bastón, siente los límites del dolor en las coyunturas, en los ligamentos del alma. Por eso, sabe que la sombra es plural, mirada de quienes se sienten seguidos por ella:
La entrevemos, siguiendo nuestros pasos,
y trepando por todas las palabras;
inasible, fugaz, sin rumbo fijo,
pero presente siempre y siempre extraña.
El soneto se hace muchas voces. Un poeta es capaz de multiplicarse, de reflejarse en la misma sombra, en esa aventurera incursión.
Guardemos ya nuestras mejores voces.
Deshilando la hebras de este sueño,
esperemos la luz de la mañana.
Un viejo recuerdo de oro: Calderón de la Barca, la vida es sueño, la muerte es sombra, la mañana es la única posibilidad de salir del río infinito.
Cuando el día retorne con sus sones,
en el diálogo puro -lumbre y sueño-
se rasgará la sombra temeraria.
La otra claridad es la sombra que nos sigue. La que habrá de desaparecer con la muerte. La que habrá de regresarnos a la luz.
Ese día de visita al poeta, dejamos escrito:
«En san Sebastián de los Reyes nadie duda de la sombra de Miguel Ramón Utrera, nadie calumnia los pasos que se siguen oyendo frente a la iglesia, en el corazón del cedro o en la hojarasca retraída de Semana Santa.
Otra cosa es el silencio. Porque «hay ahora un silencio hondo que destila soledad sobre las voces aún dormidas».
Su voz, silencio que no lo agota, suena a pared de casona. Es una poesía llena de regresos. Y el jardín donde aún encuentra la soledad es el mismo silencio de otros patios. Una cronología de palabras que encajaron en la fuente de los cerros, en la mirada sobre la «huella impaciente» del tiempo.
Se extravía en sus propias huellas, las que preguntan. Tomará «el cauce de estas voces/ que nos llegan de lejos».
Alguien acaba de ver al poeta Miguel Ramón Utrera metido en unos libros, cubierto de polvo nocturno, recogiendo los pasos, recobrando su sombra».
Los que regresamos desde esa sombra, de la que el mismo poeta fundó, aún lo vemos trajinar por las calles, la única que bajaba y subía, a recoger los restos del silencio.
Gracias, por permitir, que en esta página podamos publicar, lo que no podemos hacer por la carencia de recursos y la negligencia de los que. realmente, al frente de las de Instituciones del Estado, nada aportan para que todo aquello que es resultante de la quema de las pestañas, salga a la luz y no se pierda. Por esta misma causa, mucho material valioso escrito con esfuerzo y tesón por el poeta Miguel Ramón Utrera se perdió. Ojalá esta situación cambie y los cultores de los pueblos seamos tomados en cuenta y valorados con justicia.
Sin lugar a equívoco, la sombra que somos, si regresa y no ha evolucionado como lo afirman otras creencias milenarias, nada recordarán sus viejas cenizas. Tal vez, el poeta metido en sus hojas escritas a puño y letra en el mundo de sus ojas que fisgonean ve el espacio figurativo de sus sueños desde la techumbre de su casa y bajo el cobijo de los árboles trataba de recordar olvidados nombres.
Decíamos:
“Cuando la muerte reposaba en la puerta, Miguel Ramón Utrera no se negó a presentirla. Con los años la hizo sombra, sueños y fantasmas en los lomos empedrados de su San Sebastián de los Reyes, donde el sur es memoria y distancia”.
Entonces entendimos el poema, la belleza de su misterio:
Esta sombra nos sigue, de puntillas;
se oculta en nuestras horas claras;
y así mismo se infiltra en nuestras voces
con leves ademanes de fantasmas. »
Alberto Hernandez.
A casi 104 años de su celebre nacimiento quise recordarlo pues llego a mi mente estudiando el fenómeno de Venus entre la tierra y la Luna….. A esta fecha siempre se levantan los grandes hombres a revivir y hacer nacer nuevamente sus pensamientos y en estos podríamos decir un renacer Cultural y poético.Entre sombras y silencio. Ysabel Omaña.
EL ENIGMA DE LA POESÍA ELÍGALINDOANA AL DESNUDO.
Tulio Rafael Durán Vegas.
Elí Amado Galindo García, era hijo de Inés María García de Galindo (+) y de Ángel Rosendo Galindo (+), por lo tanto era sobrino de Albelo García (+), Alejandro García (+) hermanos de su Madre. En otra línea, tal vez por la paterna está Carmen Galindo, madre de de Ezequiel Galindo, Carlos Galindo, el pintor, Evelio Galindo, Honorio Galindo y quienes vienen siendo primos del poeta, Elí. Entre todos los hijos, éste fue el mayor de una numerosa familia de hermanos, entre ellos: Domingo Galindo quien viene siendo el segundo y la tercera hija Carmen Galindo. Su descendencia por la parte materna, si mi memoria no me es infiel, viene de Efraín Echezuría y su unión con su abuela Dominga García. Este abuelo de Elí también se unió con otra buena mujer, Eduarda Beroes, por lo que Josefina Beroes, es tía de Elí, ya que su madre fue la otra consorte de su abuelo Efraín. Esa tía de Elí, hija de Efraín Echezuría y Eduarda Beroes ya mencionada (Josefina Beroes) fue la esposa de mí tío Félix Conde y tuvo de hijos a mi primos Asdrúbal Conde, Enma Conde, Aura Conde (+), Rosario Conde y Héctor Conde. Antes mi tío Félix se había unido con Victoria Arteaga, para dejar los siguientes hijos: Hortensia Arteaga de Rodríguez, Ángel Arteaga, Teotiste Arteaga de Galindo, Gladys Arteaga de Romero y Lely Arteaga de Díaz (+). Por lo que estos que acabamos de nombrar también son primos de Elí el poeta.
Elí Galindo, seguro de que su viaje jamás podía desvanecer la sombra a plenitud, sonriente dejó su vida agazapada en la esperanza de la rueda (o ruleta de la fortuna) para los que miráramos y comprendiéramos su mensaje poéticos -con sus continuas mudanzas- en el ruido de las esferas, nunca pensásemos que su nombre se marchitaría definitivamente. Por esa sencilla razón, su esposa, María Clara Salas en diciembre 2007, conocedora más que nadie de las interioridades y exterioridades del bardo que, en el Prólogo, expresa en el libro editado post mortem: Metamorfosis: En él, “Elí Galindo admiró a los poetas clásicos, sus temas y sus formas de escritura. Sus referencias de mayor frecuencia, fueron las obras de autores como Homero, Virgilio, Apuleyo, Dante y, por supuesto, Ovidio…tal como lo hiciera este-Ovidio- Elí introduce un relato inicial sobre el caos, pero el “Caos” de Galindo es distinto, es rechazo al pensamiento de la muerte, es algo inadmisible”. Por eso sentencia-digo yo ahora- lo esbozado por su esposa en la prologación de su obra señalada en la página 9, que nos dice:”Antes que el pensamiento/creara la muerte/lo muerto no sufría/ retornaría poco después/ y lo vivo soportaba el vivir/ pronto vendría el descanso natural”.
En ese descanso natural, se cierra el ciclo, no para quedarse ahí, sino para a seguir girando en el ruido silencioso de las esferas en la conciencia colectiva y en lo material. Y cumplirse así lo que dijera el Maestro de Maestros: “Para nacer hay que morir primero”.
En esto último, he sido reiterativo en cada uno de mis escritos con el fin de seguir husmeando las huellas de su pensamiento y el de otros Sansebastianero, en el que se incluye al Premio Nacional de Literatura Miguel Ramón Utrera y a los Latinos como Jorge Luis Borges.
En estas transformaciones, nos da luz su esposa María Clara Salas cuando nos dice: “afectan por igual a los hombres, animales, plantas y dioses. En torno a los cambios sorprendentes, dolorosos y festivos, que sufren los seres se van construyendo los poemas. Hay cruces permanentes entre los alto y lo bajo, entre cielo y tierra:” y agrega un texto de su esposo Elí que dice: “y mientras la fiesta se expande arriba/en la parte de abajo/donde existen seres pendientes de los sucesos celestes/los árboles comienzan a girar sus cabezas/meten las hojas/ en las corrientes cristalinas”. Luego continúa: “Ningún elemento escapa al ojo del poeta, elementos ficticios y reales, grandiosos y cotidianos, son tomados en cuenta y expuestos a la luz de la trama poética de las metamorfosis. ¿Cómo es posible, este paso de los personajes más familiares a las figuras míticas? En este poemario, encontramos al mecánico, las lavanderas y la bailarina junto a Tántalo, Arcites, Don Juan y el porquerizo Eumeo”.
En esa “corriente cristalina” del agua, señalada por Elí, pienso por ahora, que sus hojas como parte de su estructura física comienzan a transformarse en peces, y, desde luego, de ahí el proceso que, posteriormente, experimentará la muda de piel que irá a parar a la mesa de los comensales donde la boca del hombre y la mujer, sin distinciones de sexo, lo recibirá si se trata de peces, o la recibirá si se trata de hojas, para así constituir parte de sus cuerpos. Más si viene en alguna piña. En esa especie de arrodillamiento y veneración donde el árbol va entrando de pie con su cabeza reclinada con la entrega de sus hojas, va a regresar a su anterior estado, el humano. De esta forma Elí, humaniza toda la naturaleza con el objeto de que comprendamos que debemos amar a todas las cosas vivientes y a sus todos sus hijos. Utiliza, y lo vi siempre por estos lares, como ritmo cósmico para ello su equipo de música por la ausencia del mar que usara Pablo Neruda quien compusiera parte de su poesía al ritmo de sus sonoras olas.
El ritmo del poeta es el verso mismo como respiración y vida al compás de las notas y los mugidos del universo. Sus temas casi siempre o siempre giran para ofrecer una visión distinta de la que nos han acostumbrado los escépticos que ven fatalmente la muerte como un paso que imposibilita la vida; por el contrario, él la mira como tránsito a lo redivivo como también lo viera don Miguel Utrera en uno de sus versos, especialmente con ese que dice:” con otra cita de la tierra”, y, por esa misma razón, en su poema Máscara, Elí, alienta a la juventud que cuiden sus vidas aquí en lo terrenal, porque el día que dejemos esta vida, no vemos el Valle con los mismos ojos.
En el poema de Utrera: “La otra Siembra” en uno de sus fragmentos expresa esta visión cíclica, veámoslo: “Es hora de volver/ Y si volvemos/será con otra cita de la tierra/Sembraremos/la angustia de esta muerte/que en simulada vida nos rodea/Al surco volverán espina y humo/torvas cenizas/lágrimas sedientas/toda zarza maldita/toda ruina/de las que fueron plácidas presencias/Alguien verá la savia prodigiosa/en función de nutrir raíces nuevas/y en la luz de otra espiga/ palpitando/el redivivo aliento de la tierra”. De ahí que el poeta Utrera, nos dice al comienzo del poema: “Si volvemos al campo en nueva andanza/ será con otra cita de la tierra/Quizás algún día del junio ufano/-feliz guardián de las antiguas sendas-/logremos refugiarnos en el claro/ paraje de limpias sementeras/En otro tiempo/allí/ fuegos hostiles/devoraron la grávida floresta/que guardaba en sazón las nuevas mieles/Si volvemos al campo en hora cierta/ya no será para escuchar sus ayes/Será con otra cita de la tierra.
En fin, la poesía de ambos poetas expresan una reafirmación a la esperanza de vivir y su regreso en caso de suscitarse la muerte a la vida. En consecuencia, en uno de los poemas de Miguel, se desprende la palabra, si volvemos, y en el otro poeta, Elí:”Antes que el pensamiento/creara la muerte/lo muerto no sufría/ retornaría poco después/ y lo vivo soportaba el vivir/.
Los personajes que utiliza Elí en sus poemas, como Arcites, Palamón son primos, aparecen en la obra de Shakespeare, el primero representa a Martes, la guerra, y el segundo a Venus, el amor. Al final de la obra Arcites muere después de haber vencido por accidente en un caballo y Palemón después de disputarse el amor, queda con Emilia. En la obra no se hacen distinciones entre los sexos. Tántalo es un personaje de la mitología griega igual que el porquerizo Eumeo, joven este último secuestrado muy niño y convertido en esclavo siendo hijo de un rey. Lucha al lado de Odiseo. Uno de los personajes de la Ilíada quien luego terminar como el principal protagonista de la obra la Odisea. Ambas obras atribuidas a Homero y quien luego apareciera en otra cantidad de obras más. Tántalos era un hijo de Zeus y la oceánide Pluto, rey de Frigia o del monte Sípilo en Lidia (Asia Menor). Se conoce a Tántalo por haber sido invitado por Zeus a la mesa de los dioses en el Olimpo. Jactándose de ello entre los mortales, fue revelando los secretos que había oído en la mesa y, no contento con eso, robó algo de néctar y ambrosía y lo repartió entre sus amigos.
Tántalo quiso corresponder a los dioses y les invitó a un banquete que organizó en el monte Sípilo. Cuando la comida empezó a escasear, decidió ofrecer a su hijo Pélope. En lo que constituye un arquetípico rito de iniciación chamánica, descuartizó al muchacho, coció sus miembros y los sirvió a los invitados. Los dioses, que habían sido advertidos, evitaron tocar la ofrenda. Sólo Deméter, trastocada por la reciente pérdida de su hija Perséfone, «no se percató de lo que era» se comió el hombro izquierdo del desdichado. Zeus ordenó a Hermes que reconstruyera el cuerpo de Pélope y lo volviera a cocer en un caldero mágico, sustituyendo su hombro por uno forjado de marfil de delfín, hecho por Hefestos y ofrecido por Deméter, (Las moiras eran personificaciones del destino. Sus equivalentes en la mitología romana eran las Parcas o Fata, y en la nórdica las Normas. Vestidas con túnicas blancas, su número terminó fijándose en tres). Le dieron vida de nuevo y así obtuvo nuevas cualidades. Para reforzar su iniciación en los misterios divinos, Poseidón secuestró al nuevo Pélope y lo llevó al Olimpo, haciéndolo su amante. Hablemos de Don Juan: “También llamado burlador o libertino, se trata de un seductor valiente y osado hasta la temeridad que no respeta ninguna ley divina o humana; en algunas versiones se arrepiente al final de sus días, en otras no. El personaje podría poseer raíces históricas y enlazar con Miguel de Mañara, un gran pecador arrepentido.
El primer ejemplo del personaje lo creó, según algunos, Tirso de Molina, en su obra El burlador de Sevilla y convidado de piedra, 1630; según otros, esta obra sería una refundición de otra, conocida como Tan largo me lo fiais, que podría atribuirse a Andrés de Claramonte. En cualquier caso, hay en el teatro ciertos antecedentes del tipo del fanfarrón y seductor y, en los romances, del tema del convidado de piedra(quien desprecia a los muertos y acepta temerariamente la invitación de uno de ellos). Escribieron obras inspiradas en este personaje Antonio de Zamora (No hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague), Molière (Don, 1665); Samuel Richardson, creador del libertino Lovelace en su novela Clarisa Harlowe; Lorenzo da Ponte, libretista de Mozart, (Don Giovanni, 1787); Choderlos de Laclos, famoso por su libertino vizconde de Valmont en su novela epistolar Las amistades peligrosas, 1782), Lord Byron (Don Juan, 1819-1824, incompleto por su muerte), José de Espronceda (el Don Félix de Montemar de su El estudiante de Salamanca, 1840), José Zorrilla (Don Juan Tenorio, 1844), Azorín, Gonzalo Torrente Ballester (Don Juan) y otros muchos (Johann Christian Grabbe, Alejandro Dumas, Carlo Goldoni, Edmond Rostand…) y, más recientemente, Max Frisch. En España fue una tradición teatral constante el representar la obra de Antonio de Zamora y, después, la de Zorrilla, en todas las festividades” (1)
1) Google: Encarta, vía internet.
2) Ruido de las Esferas.
3) Los Viajes del Barco Fantasma.
4) Metamorfosis.
5) San Baudelaire.
EL ENIGMA DE LA POESÍA ELÍGALINDOANA AL DESNUDO.
Tulio Rafael Durán Vegas.
Elí Amado Galindo García, era hijo de Inés María García de Galindo (+) y de Ángel Rosendo Galindo (+), por lo tanto era sobrino de Albelo García (+), Alejandro García (+) hermanos de su Madre. En otra línea, tal vez por la paterna está Carmen Galindo, madre de de Ezequiel Galindo, Carlos Galindo, el pintor, Evelio Galindo, Honorio Galindo y quienes vienen siendo primos del poeta, Elí. Entre todos los hijos, éste fue el mayor de una numerosa familia de hermanos, entre ellos: Domingo Galindo quien viene siendo el segundo y la tercera hija Carmen Galindo. Su descendencia por la parte materna, si mi memoria no me es infiel, viene de Efraín Echezuría y su unión con su abuela Dominga García. Este abuelo de Elí también se unió con otra buena mujer, Eduarda Beroes, por lo que Josefina Beroes, es tía de Elí, ya que su madre fue la otra consorte de su abuelo Efraín. Esa tía de Elí, hija de Efraín Echezuría y Eduarda Beroes ya mencionada (Josefina Beroes) fue la esposa de mí tío Félix Conde y tuvo de hijos a mi primos Asdrúbal Conde, Enma Conde, Aura Conde (+), Rosario Conde y Héctor Conde. Antes mi tío Félix se había unido con Victoria Arteaga, para dejar los siguientes hijos: Hortensia Arteaga de Rodríguez, Ángel Arteaga, Teotiste Arteaga de Galindo, Gladys Arteaga de Romero y Lely Arteaga de Díaz (+). Por lo que estos que acabamos de nombrar también son primos de Elí el poeta.
Elí Galindo, seguro de que su viaje jamás podía desvanecer la sombra a plenitud, sonriente dejó su vida agazapada en la esperanza de la rueda (o ruleta de la fortuna) para los que miráramos y comprendiéramos su mensaje poéticos -con sus continuas mudanzas- en el ruido de las esferas, nunca pensásemos que su nombre se marchitaría definitivamente. Por esa sencilla razón, su esposa, María Clara Salas en diciembre 2007, conocedora más que nadie de las interioridades y exterioridades del bardo que, en el Prólogo, expresa en el libro editado post mortem: Metamorfosis: En él, “Elí Galindo admiró a los poetas clásicos, sus temas y sus formas de escritura. Sus referencias de mayor frecuencia, fueron las obras de autores como Homero, Virgilio, Apuleyo, Dante y, por supuesto, Ovidio…tal como lo hiciera este-Ovidio- Elí introduce un relato inicial sobre el caos, pero el “Caos” de Galindo es distinto, es rechazo al pensamiento de la muerte, es algo inadmisible”. Por eso sentencia-digo yo ahora- lo esbozado por su esposa en la prologación de su obra señalada en la página 9, que nos dice:”Antes que el pensamiento/creara la muerte/lo muerto no sufría/ retornaría poco después/ y lo vivo soportaba el vivir/ pronto vendría el descanso natural”.
En ese descanso natural, se cierra el ciclo, no para quedarse ahí, sino para a seguir girando en el ruido silencioso de las esferas en la conciencia colectiva y en lo material. Y cumplirse así lo que dijera el Maestro de Maestros: “Para nacer hay que morir primero”.
En esto último, he sido reiterativo en cada uno de mis escritos con el fin de seguir husmeando las huellas de su pensamiento y el de otros Sansebastianero, en el que se incluye al Premio Nacional de Literatura Miguel Ramón Utrera y a los Latinos como Jorge Luis Borges.
En estas transformaciones, nos da luz su esposa María Clara Salas cuando nos dice: “afectan por igual a los hombres, animales, plantas y dioses. En torno a los cambios sorprendentes, dolorosos y festivos, que sufren los seres se van construyendo los poemas. Hay cruces permanentes entre los alto y lo bajo, entre cielo y tierra:” y agrega un texto de su esposo Elí que dice: “y mientras la fiesta se expande arriba/en la parte de abajo/donde existen seres pendientes de los sucesos celestes/los árboles comienzan a girar sus cabezas/meten las hojas/ en las corrientes cristalinas”. Luego continúa: “Ningún elemento escapa al ojo del poeta, elementos ficticios y reales, grandiosos y cotidianos, son tomados en cuenta y expuestos a la luz de la trama poética de las metamorfosis. ¿Cómo es posible, este paso de los personajes más familiares a las figuras míticas? En este poemario, encontramos al mecánico, las lavanderas y la bailarina junto a Tántalo, Arcites, Don Juan y el porquerizo Eumeo”.
En esa “corriente cristalina” del agua, señalada por Elí, pienso por ahora, que sus hojas como parte de su estructura física comienzan a transformarse en peces, y, desde luego, de ahí el proceso que, posteriormente, experimentará la muda de piel que irá a parar a la mesa de los comensales donde la boca del hombre y la mujer, sin distinciones de sexo, lo recibirá si se trata de peces, o la recibirá si se trata de hojas, para así constituir parte de sus cuerpos. Más si viene en alguna piña. En esa especie de arrodillamiento y veneración donde el árbol va entrando de pie con su cabeza reclinada con la entrega de sus hojas, va a regresar a su anterior estado, el humano. De esta forma Elí, humaniza toda la naturaleza con el objeto de que comprendamos que debemos amar a todas las cosas vivientes y a sus todos sus hijos. Utiliza, y lo vi siempre por estos lares, como ritmo cósmico para ello su equipo de música por la ausencia del mar que usara Pablo Neruda quien compusiera parte de su poesía al ritmo de sus sonoras olas.
El ritmo del poeta es el verso mismo como respiración y vida al compás de las notas y los mugidos del universo. Sus temas casi siempre o siempre giran para ofrecer una visión distinta de la que nos han acostumbrado los escépticos que ven fatalmente la muerte como un paso que imposibilita la vida; por el contrario, él la mira como tránsito a lo redivivo como también lo viera don Miguel Utrera en uno de sus versos, especialmente con ese que dice:” con otra cita de la tierra”, y, por esa misma razón, en su poema Máscara, Elí, alienta a la juventud que cuiden sus vidas aquí en lo terrenal, porque el día que dejemos esta vida, no vemos el Valle con los mismos ojos.
En el poema de Utrera: “La otra Siembra” en uno de sus fragmentos expresa esta visión cíclica, veámoslo: “Es hora de volver/ Y si volvemos/será con otra cita de la tierra/Sembraremos/la angustia de esta muerte/que en simulada vida nos rodea/Al surco volverán espina y humo/torvas cenizas/lágrimas sedientas/toda zarza maldita/toda ruina/de las que fueron plácidas presencias/Alguien verá la savia prodigiosa/en función de nutrir raíces nuevas/y en la luz de otra espiga/ palpitando/el redivivo aliento de la tierra”. De ahí que el poeta Utrera, nos dice al comienzo del poema: “Si volvemos al campo en nueva andanza/ será con otra cita de la tierra/Quizás algún día del junio ufano/-feliz guardián de las antiguas sendas-/logremos refugiarnos en el claro/ paraje de limpias sementeras/En otro tiempo/allí/ fuegos hostiles/devoraron la grávida floresta/que guardaba en sazón las nuevas mieles/Si volvemos al campo en hora cierta/ya no será para escuchar sus ayes/Será con otra cita de la tierra.
En fin, la poesía de ambos poetas expresan una reafirmación a la esperanza de vivir y su regreso en caso de suscitarse la muerte a la vida. En consecuencia, en uno de los poemas de Miguel, se desprende la palabra, si volvemos, y en el otro poeta, Elí:”Antes que el pensamiento/creara la muerte/lo muerto no sufría/ retornaría poco después/ y lo vivo soportaba el vivir/.
Los personajes que utiliza Elí en sus poemas, como Arcites, Palamón son primos, aparecen en la obra de Shakespeare, el primero representa a Martes, la guerra, y el segundo a Venus, el amor. Al final de la obra Arcites muere después de haber vencido por accidente en un caballo y Palemón después de disputarse el amor, queda con Emilia. En la obra no se hacen distinciones entre los sexos. Tántalo es un personaje de la mitología griega igual que el porquerizo Eumeo, joven este último secuestrado muy niño y convertido en esclavo siendo hijo de un rey. Lucha al lado de Odiseo. Uno de los personajes de la Ilíada quien luego terminar como el principal protagonista de la obra la Odisea. Ambas obras atribuidas a Homero y quien luego apareciera en otra cantidad de obras más. Tántalos era un hijo de Zeus y la oceánide Pluto, rey de Frigia o del monte Sípilo en Lidia (Asia Menor). Se conoce a Tántalo por haber sido invitado por Zeus a la mesa de los dioses en el Olimpo. Jactándose de ello entre los mortales, fue revelando los secretos que había oído en la mesa y, no contento con eso, robó algo de néctar y ambrosía y lo repartió entre sus amigos.
Tántalo quiso corresponder a los dioses y les invitó a un banquete que organizó en el monte Sípilo. Cuando la comida empezó a escasear, decidió ofrecer a su hijo Pélope. En lo que constituye un arquetípico rito de iniciación chamánica, descuartizó al muchacho, coció sus miembros y los sirvió a los invitados. Los dioses, que habían sido advertidos, evitaron tocar la ofrenda. Sólo Deméter, trastocada por la reciente pérdida de su hija Perséfone, «no se percató de lo que era» se comió el hombro izquierdo del desdichado. Zeus ordenó a Hermes que reconstruyera el cuerpo de Pélope y lo volviera a cocer en un caldero mágico, sustituyendo su hombro por uno forjado de marfil de delfín, hecho por Hefestos y ofrecido por Deméter, (Las moiras eran personificaciones del destino. Sus equivalentes en la mitología romana eran las Parcas o Fata, y en la nórdica las Normas. Vestidas con túnicas blancas, su número terminó fijándose en tres). Le dieron vida de nuevo y así obtuvo nuevas cualidades. Para reforzar su iniciación en los misterios divinos, Poseidón secuestró al nuevo Pélope y lo llevó al Olimpo, haciéndolo su amante. Hablemos de Don Juan: “También llamado burlador o libertino, se trata de un seductor valiente y osado hasta la temeridad que no respeta ninguna ley divina o humana; en algunas versiones se arrepiente al final de sus días, en otras no. El personaje podría poseer raíces históricas y enlazar con Miguel de Mañara, un gran pecador arrepentido.
El primer ejemplo del personaje lo creó, según algunos, Tirso de Molina, en su obra El burlador de Sevilla y convidado de piedra, 1630; según otros, esta obra sería una refundición de otra, conocida como Tan largo me lo fiais, que podría atribuirse a Andrés de Claramonte. En cualquier caso, hay en el teatro ciertos antecedentes del tipo del fanfarrón y seductor y, en los romances, del tema del convidado de piedra(quien desprecia a los muertos y acepta temerariamente la invitación de uno de ellos). Escribieron obras inspiradas en este personaje Antonio de Zamora (No hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague), Molière (Don, 1665); Samuel Richardson, creador del libertino Lovelace en su novela Clarisa Harlowe; Lorenzo da Ponte, libretista de Mozart, (Don Giovanni, 1787); Choderlos de Laclos, famoso por su libertino vizconde de Valmont en su novela epistolar Las amistades peligrosas, 1782), Lord Byron (Don Juan, 1819-1824, incompleto por su muerte), José de Espronceda (el Don Félix de Montemar de su El estudiante de Salamanca, 1840), José Zorrilla (Don Juan Tenorio, 1844), Azorín, Gonzalo Torrente Ballester (Don Juan) y otros muchos (Johann Christian Grabbe, Alejandro Dumas, Carlo Goldoni, Edmond Rostand…) y, más recientemente, Max Frisch. En España fue una tradición teatral constante el representar la obra de Antonio de Zamora y, después, la de Zorrilla, en todas las festividades” (1)
1) Google: Encarta, vía internet.
2) Ruido de las Esferas.
3) Los Viajes del Barco Fantasma.
4) Metamorfosis.
5) San Baudelaire.
Otro escrito de Elí Galindo de Miguel Ramón Utrera Galindo y de César Sánchez Espinosa.
SAN SEBASTIÁN Y SUS PERSONAJES: UN POCO DE HISTORIA.
Tulio Rafael Durán Vegas.
César Sánchez Espinosa nació un 4 de febrero de 1939 y murió el 23 de abril de 2003. Durante toda su existencia recogió en su vida la bucólica soledad de nuestros lares. Murió como mueren los que se apartan de la fama para encerrarse en esa grey en donde dejó toda la siembra de sus viejos sueños, Entregado a esa fe que muy pocos practican, pero que marcan al viajero para dejar su huella, entendió el mensaje del poeta Miguel Ramón Utrera Galindo quien en su ardua existencia dejó su ejemplo sembrado con la creación de la primera casa de enseñanza y de aprendizaje en el año de 1936 en honor al prócer de la Independencia: Pedro José Aldao quien naciera en Caracas en el año de 1771 (finales del siglo XVIII), hijo de Manuel Aldao, natural de Galicia (España), quien al comenzar la lucha de independencia se puso al servicio de las armas republicanas e intervino en numerosos combates llegando a alcanzar el grado de Coronel, pero la suerte le fue adversa, pues el 8 de Diciembre de 1813 fue batido por Boves en el paso de San Marcos inmediato a Calabozo; el jefe republicano viendo ultimada su gente y con pocos compañeros combatió de pie hasta caer en un gesto de extremo valor. Para atemorizar más a los patriotas de Guárico y Apure, Boves hizo que le cortasen la cabeza al valiente Pedro Aldao y la colgasen en un lugar público y que sirviese de escarmiento a quienes habían seguido la idea emancipadora del malogrado patriota. Nos refiere Francisco herrera Luque y Argenis Méndez, cronista del Estado Apure, que esa cabeza permaneció colgada en un palo hasta 1818 cuando el General José Antonio Páez tomó la ciudad de San Fernando y la hizo bajar para darle cristiana sepultura.
Regresando atrás y conversar acerca de Elí Galindo Y Miguel Ramón Utrera Galindo, una vez fundada la Escuela “Pedro Aldao” para honra de este prócer, el poeta Miguel Ramón Utrera Galindo, hombre preocupado por el rescate de nuestra historia menuda como él la llamaba para referirse a los hechos locales, creó la mencionada Institución en donde se formaron una gran cantidad de Sansebastianeros que han seguido sus pasos y su ejemplo. En este sentido, ejerció una influencia tan grande que, en la dimensión de la cultura, tanto en el género de la crónica como en la poesía, ha sido la mejor herencia dejada a aquellos que, de una manera u otra, fueron sus alumnos. Herencia que quedó tan arraigada que la gran mayoría de sus ex alumnos cultiva independientemente de la profesión que poseen, ambos géneros. Entre esa pléyade de semillas de ese granero, que el bardo forjara en los inicios de esa Escuela, surgieron profesionales y poetas tales como: La poetisa: Luz Carpio de Figueroa, Carmen Rojas Larrazábal, la docente. Tibisay Vargas, el docente poeta Elí Galindo y el también docente, poeta y lingüista, Dr. Luis Gonzaga Álvarez León, el poeta Félix Arteaga Rivas, el Dr. Francisco Blanco, el docente y poeta José Rafael Jiménez, el poeta y Licenciado en Comunicación Social, Máximo Alberto Rangel, el docente y poeta de Ciencias Sociales, José Gregorio Correa, el poeta y docente, Dr. Miguel Alfredo Pacheco Utrera y como profesionales en diversas ramas del saber: Jorge Pacheco Utrera, el Dr. Ismar López, la docente Gladys Arteaga de Romero, el docente Eduardo Sánchez, el Dr. Frank Pic Durán, el Lic. Félix Jesús Pic Durán, la docente, Mirian López, el Ingeniero José Zamora, el docente Alberto Zamora, el docente. Julio Padrón, el docente Rafael Romero, el docente José Romero, el Premio Nacional de pintura Jorge Herrera, el docente, Dr. Emilio Sánchez, el docente, Dr. Felipe Santiago Zerpa Bolívar, el docente Pedro Escobar, la docente Dra. Mirian Escobar de Miranda, el docente Dr. Gonzalo-Quito- Escobar, la docente Aura Conde, la docente Graciela Durán de Pic, la docente Juanita Delgado, el docente Andrés Rodríguez Gómez, el docente Arminio Rivero, el docente en Castellano Literatura y Latín, Waldemar Sarmiento, el Dr. Rafael Falo Zapata Leal, la docente. Gloria Zapata de Segovia, la docente Violeta Zapata de Perrone, la docente Carmen Lola de Rodríguez, la docente, Alba Durán de Álvarez, la docente Marisol Durán de Pic, la docente Estela López de Lara, la docente Estela Zamora de Flores, la docente Carmen Borges de Hernández y el personaje ya fallecido a quien-muy especialmente- me voy a referir hoy el Maestro y poeta: César Sánchez Espinoza. Este hombre siguió los pasos de Miguel Utrera como ningún otro, se inició en una Escuelita Rural en el sitio de Marcano. Lugar este donde trabajó en toda su existencia. Pero como todo en la vida tiene su principio y, por supuesto, su final, después de venirse a su pueblo natal San Sebastián de los Reyes, se le murió su esposa causándole un dolor tan grande que no pudo lo superar y murió a los meses en la fecha señalada con antelación. En vida en la Montaña el poeta César le escribiera este hermoso Soneto, titulado: La Aguadora, leámoslo:
De prisa, rozagante con la aurora;
envuelta por los vahos de la neblina;
llégale hasta el riachuelo, la aguadora;
a llevarse la estrella matutina.
Pomarrosa y Jazmín. Ensoñadora
De risa fácil y liviana espina.
Ángelus de los campos. Regidora
y dueña de la gracia campesina.
Pasas con la cadencia peregrina
de un breve adiós hacia el cristal del río
enarbolando tu figura prieta.
Llevando en su camaza de aguadora,
el sorbo de la sed devoradora
que vive para siempre en el poeta.
En sus últimos días el poeta César después de enfrentar sus monstruos aquí en su tierra -y tal vez- al ver la imposibilidad de vencerlos, se retira para entregarse de lleno a la fe cristiana en su pueblo una vez que se viene del campo de Marcano y se traza la meta de conquistar con su creencia la vida en ese otro lugar que, en sus sueños, le depararán la tranquilidad, la felicidad y la inmortalidad en el más allá. Entregado de lleno al evangelio se retiró de todas las actividades, incluyendo la poesía y se dedicó a evangelizar en un templo Evangélico. Antes, por supuesto, creyó en aquel viejo amanecer, y, en esa hora en la cual despierta el lucero del alba que se le iban a cumplir todos sus planes para llegar muy lejos con su poesía pero, desafortunadamente, si no la mantenemos vigente quedaría entre los olvidados de siempre. Tal vez ese amigo y vate de la aldea llegó a prefigurar-en ese más allá- a su pueblo mejorado y alegre, parecido a ese reino que aclama el Padre Nuestro para decir que sea como el del Cielo, por esa razón lo vio con sus viejos zaguanes y como lo mira otro de los poetas de la anonimia y del olvido Rafael Eduardo Pic González quien le compuso este inolvidable poema convertido en canción del terruño: “Rinconcito aragüeño, terruño tan querido, mí pueblito pequeño, enclavado entre ríos, tus calles solitarias, de aspecto señorial, tienen un raro encanto; reliquia colonial. Tu Iglesia, tu Capilla, tus plazas, el Calvario y aquel viejo reloj que está en el campanario, mí melodía sencilla, un feliz cumpleaños, tienes nombre de Santo y ese es San Sebastián”.
En fin en la más remisa sencillez de un pueblo próximo a cumplir el medio milenio no dejan de surgir las voces de sus conterráneos para dejar en la historia la huella de sus palabras a la posteridad como negándose a pasar desapercibidos el día que dejen de existir sin la preocupación y el desapego que mencionara Miguel Utrera Galindo cuando sentenciara: “qué importa un nombre”. Este texto me ha llevado a reflexionar y a pensar lo que también dijera Jorge Luis Borges, no exactamente así como lo dejaré asentado, pero si muy cerca de lo que quiso expresar: Soy el mismo hombre en todos los tiempos y en todas las épocas”. Tal vez cada uno de estos últimos poetas se pasearon en el sendero de la concepción filosófica oriental y no en la que practicó César con su visión occidental, para los primeros la divinidad está dentro de nosotros y forma parte de todos los seres y para la otra, la occidental, esta divinidad, solo está en la persona de Jesús y hay que buscarla mediante su intermediación. En esto se diferenció la concepción de César y la que practicaran Elí y Miguel Ramón Utrera, por esta circunstancia sus poemas experimentan las trasmutaciones que ofrece, en el caso de Elí, Ruido de las Esferas y Metamorfosis y en Miguel en uno de sus textos poéticos que señala: “La otra siembra”, nos dice: “Si volvemos al campo en nueva andanza/será con otra cita de la tierra/Quizás algún día del junio ufano/-feliz guardián de las antiguas sendas-/logremos refugiarnos en el claro/paraje de las limpias sementeras/En otro tiempo, allí, fuegos hostiles/devoraron la grávida floresta/ que guardaba en sazón las nuevas mieles./Si volvemos al campo en hora cierta,/ya no será para escuchar sus ayes./Será con otra cita de la tierra./ Y así continúa: “Es hora de volver, Y si volvemos/ será con otra cita de la tierra./ Sembraremos, la angustia de esta muerte/ que en simulada vida nos rodea./Al surco volverán espina y humo;/ torvas cenizas; lágrimas sedientas;/toda zarza maldita; toda ruina/de las que fueron plácidas presencias./Alguien verá la savia prodigiosa/ en función de nutrir raíces nuevas;/y en la luz de otra espiga, palpitando/el redivivo aliento de la tierra. Esto lo repite en otro texto muy valioso y diferente en lo formal, pero muy semejante en el contenido el poeta Elí Galindo en su libro:”Ruido de las Esferas”. En el poema dice Elí: “Ahora que la vasija/mezcla su contenido con la tierra/qué máscara usar entre los muertos/…Dónde quedaron los muros/ borde de lo que yo era/Negándome a pensar que sólo polvo contenían/…Qué círculos ofrecerá paredes/ a mi rostro/ …Oh joven/tú que gozas del favor de la edad/y miras más alto que yo/ cuida tu máscara/cuando ellas viajan de un estado a otro/jamás vemos el valle/con los mismos ojos/.”
Como podemos ver, para analizar y finalizar entre estos poetas hay grandes coincidencias, que en el contenido-al menos en estos poemas señalados- se diferencian del de César Sánchez Espinosa, no mucho en lo formal, pero sí en cuanto a contenido.
Muy buenas noches.disculpe la molestia pero vivo en san sebastian de los reyes. Cerca de lo q era la casa del poeta don miguel y cuando la demolieron mi tio jose esteban muy amigo de el trabajo alli y c quedo con muchas pero pequenas pertenencias de el como unas fotos de el,de su mascota su amigo fiel su perro y un pelgamino unico e invaluable q’ es un poema.escrito x el x so casualidad llegara a estar interesado me avisa es bueno q’le den buen y mejor uso