José Tomás Angola

ESCRIBIR PARA NO MORIR

A propósito del Día del Escritor en Venezuela, 29 de noviembre.

Por José Tomás Angola Heredia

 

El Día del Escritor en Venezuela fue instituido en 1969 por el entonces Presidente de la República, Dr. Rafael Caldera. La razón era por demás evidente. Ese día, en 1781, había nacido en Caracas la más grande figura de la gramática y la lingüística hispana, don Andrés Bello. Caldera, un bellista apasionado, había contribuido por décadas a restablecer la figura de don Andrés entre los venezolanos. Aun cuando en España y Chile su obra era ampliamente estudiada, en Venezuela, desde el alborear del siglo XX, su nombre había sido postergado. El Dr. Caldera, siendo un joven de 19 años, obtuvo la primera edición del Premio Andrés Bello que otorga la Academia Venezolana de la Lengua. En ese primer certamen de 1935, su libro sobre Bello fue recibido con gran alborozo e impulsó nuevo interés por la figura de don Andrés. Publicado en 1946, pasó a formar parte del canon de estudios sobre el caraqueño universal.

Rafael Caldera, intelectual por méritos propios, se volvió una suerte de abanderado de la obra de Bello. A su lado, con enorme devoción y compromiso, también figuraría el admirado Pedro Grases que contribuyó con textos de relevante significación para los estudios bellistas. Tomaría el testigo otro gran erudito, don Oscar Sambrano Urdaneta. Los tres serían Individuos de Número de la Academia Venezolana de la Lengua.

Una de las mayores cruzadas que los seres humanos hemos entablado a lo largo de milenios de existencia, es la batalla contra la muerte. Esa sombra indevelable que se cierne en el anochecer de nuestras vidas.

En la prehistoria, cuando aún el trazo pictórico en las cavernas no representaba letras o fonemas sino figuras y dibujos, aún entonces ya se sentía esa pulsión por trascender, por dejar una huella que superara el habitar terrenal. No podíamos ser simplemente olvido, debíamos comunicar nuestra experiencia vital, lo que habíamos visto, olido y oído. Pero sobre todo, lo que habíamos pensado y nos había emocionado.

Sería en la Mesopotamia antigua, en la civilización sumeria, donde la primera forma de escritura perpetuaría la forma hablada. La oralidad, difusa en cuanto tiene la permanencia de los mismos hablantes, se volvía representación incrustada en lo que entrañaba eternidad: la piedra.

Habla y escritura comportan sujeto y reflejo de un mismo espejo. No son lo mismo, pero en la esencialidad sí lo son. Una debe sonar y comprenderse en la boca, la otra debe verse y entenderse en los ojos.

Escribimos para no morir, para enviar un mensaje allende de nuestros calendarios, para exorcizar el miedo a esa noche llamada muerte, para reír nuestras alegrías y llorar nuestras tristezas. Para renacer cientos de años después de nuestra partida en los ojos de algún otro que jamás nos vio pero nos reconocerá. Que reirá nuestras risas sin saber quiénes fuimos, que llorará nuestras lágrimas sin conocer lo que vivimos.

Escribimos como sortilegio a la maldición última del adiós. Visto así, escribimos entonces para vivir, para ser, para existir eternamente.

Reciban todos los escritores venezolanos, este 29 de noviembre de 2025, una salutación y un reconocimiento por esa labor absolutamente individual pero indeclinablemente colectiva de vencer la noche de nuestros días.

 

José Tomás Angola Heredia (Caracas, 7 de septiembre de 1967) es  escritor, dramaturgo, poeta, narrador, director y actor teatral venezolano. Individuo de Número de la Academia Venezolana de la Lengua. Miembro del Círculo de Escritores de Venezuela. 

Foto: Prodavinci

Editora: Carmen Cristina Wolf   @carmencristinawolf

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