Celebrar la Palabra, honrar el Pensamiento
Por Hebe Muñoz
Cada 29 de noviembre, el calendario nos invita a detenernos y rendir homenaje a quienes, a través de la palabra escrita, modelan el alma del tiempo: los escritores. Este día no es solo una efeméride, sino un llamado a reconocer la íntima labor de aquellos que, como diría Marguerite Duras, «escriben para que algo no se pierda del todo» (Duras, Escribir, 1993). El Día del Escritor no celebra únicamente a quienes publican libros, sino también a quienes, desde la reflexión, la poesía, la narrativa o el ensayo, transmutan la experiencia humana en lenguaje.
La escritura es, en esencia, un acto de resistencia frente al olvido. Así lo afirmaba el filósofo y crítico George Steiner, al señalar que “lo que no se nombra, no existe” (Steiner, Real Presences, 1989). El escritor es, entonces, no solo testigo, sino artífice de la memoria colectiva. Desde la mirada lúcida de un Milan Kundera, que narra el peso de la historia en La insoportable levedad del ser, hasta la prosa combativa de Chimamanda Ngozi Adichie, que reivindica la multiplicidad de voces en Todos deberíamos ser feministas, la escritura abre grietas en los silencios impuestos por el poder y la costumbre.
Escribir es, también, habitar el límite entre la soledad y el diálogo. El escritor crea en silencio, pero escribe para ser leído, para establecer un puente entre su mundo interior y el lector anónimo. Paul Auster lo expresó con claridad: “Escribir es una manera de hablar sin ser interrumpido” (The Art of Hunger, 1992). Esta tensión entre el aislamiento creativo y la necesidad de conexión funda el gesto literario: un compromiso con la verdad, no la verdad factual, sino la emocional, esa que revela la literatura cuando conmueve y transforma.
El escritor contemporáneo ya no es solo un narrador de historias, sino un cuestionador del presente. Su pluma es brújula y espejo. Olga Tokarczuk, premio Nobel de Literatura, defiende una “tender narrator”, una narrativa empática que no impone, sino que escucha (The Tender Narrator, Nobel Lecture, 2019). En tiempos de ruido y velocidad, el escritor nos ofrece la pausa, la profundidad, la capacidad de pensar y sentir con otros ritmos. Escribir es, en última instancia, un acto ético.
La literatura sigue siendo, como sostenía Italo Calvino, “una defensa contra los estragos del tiempo” (Seis propuestas para el próximo milenio, 1988). Honrar a los escritores es honrar la libertad de pensar, de imaginar futuros y revisitar pasados. Es reconocer que la palabra puede ser semilla, refugio o herida, pero siempre una forma de humanidad. Hoy, más que nunca, necesitamos de esa lucidez poética que nace cuando alguien, en el silencio de una hoja en blanco, decide que vale la pena escribir el mundo.
Una reflexión personal como lectora
En lo más profundo de mi experiencia como lectora y escritora, siento un respeto casi sagrado por la palabra. Las voces que habitan los libros no son para mí simples autores, sino maestros que me han instruido desde la distancia. Jorge Luis Borges, con su erudición y su amor por las bibliotecas infinitas, me enseñó a sospechar de las certezas. Hannah Arendt me mostró que el pensamiento riguroso es un acto de responsabilidad frente al mundo. Con Clarice Lispector aprendí que la sensibilidad no excluye la inteligencia, y con Octavio Paz, que la poesía puede ser filosofía encarnada.
Cada libro leído ha sido una conversación, a veces exigente, a veces luminosa, pero siempre formativa. No concibo mi pensamiento sin las huellas de aquellos escritores que, con seriedad y compromiso, han depositado en sus obras un legado intelectual y moral. Por eso, respeto profundamente tanto la palabra escrita como la hablada: ambas son vehículos del entendimiento humano, herramientas de construcción y memoria. Escribir y leer son, para mí, actos de fidelidad hacia esa forma de conocimiento que se transmite no solo con datos, sino con belleza, asombro y verdad.
Mi voz como poeta y escritora
Como poeta y escritora, mi compromiso con la palabra va más allá de lo estético: es un deber con la dignidad del lenguaje y con la mirada de quien lee. Porque sé que alguien, en algún lugar, abrirá un libro con la esperanza de ser comprendido o transformado. Por ello, cada palabra que elijo carga un propósito; cada frase, una reverencia hacia la inteligencia y sensibilidad del lector.
Escribir poesía es, para mí, un viaje íntimo hacia lo indecible. Descubrir un vocablo nuevo —ya sea una antigua raíz griega o un neologismo moderno— es como encontrar una piedra brillante en la arena. El lenguaje es un universo en expansión: en él navego con asombro y gratitud. Y en la poesía, donde la lógica puede ceder ante el ritmo, la imagen o la emoción, me permito la libertad de las licencias poéticas, esas pequeñas rebeliones que hacen de la lengua un terreno fértil y vivo.
Como escritora, hallo en cada texto un espacio sagrado donde se conjugan la precisión del pensamiento y la música del corazón. Y si alguna vez una de mis frases toca, ilumina o acompaña al lector, entonces habrá valido la pena el viaje.
Una invitación final: leer, escribir, vivir
Hoy, en el Día del Escritor, más que celebrar a quienes escribimos, invito a celebrar el acto de leer, ese encuentro silencioso pero potente entre dos conciencias. Leer es dialogar con el alma ajena, pero también con la propia. Es escuchar otras formas de nombrar el mundo y, quizás, empezar a construir el nuestro.
Y si en algún rincón de tu ser habita una palabra no dicha, una historia que pide nacer, un poema que germina en tus silencios: escribe. No temas la hoja en blanco; ella no exige perfección, solo sinceridad. La escritura no es un privilegio de los iluminados, sino un camino abierto a quienes se atreven a mirar dentro de sí y compartirlo con generosidad.
Porque, como dijo Ray Bradbury: “Escribir es recordar lo que uno es y lo que uno fue, y luego decirlo en voz alta para no olvidarlo jamás.”
Que hoy honremos a los escritores y poetas leyendo, y que mañana —quizás— comencemos también a escribir.
En italiano:
Giornata dello Scrittore: celebrare la Parola, onorare il Pensiero
Ogni 29 novembre il calendario ci invita a fermarci e a rendere omaggio a coloro che, attraverso la parola scritta, plasmano l’anima del tempo: gli scrittori.
Questa giornata non è solo una ricorrenza, ma un invito a riconoscere il lavoro intimo di coloro che, come scrisse Marguerite Duras, “scrivono affinché qualcosa non si perda del tutto” (Scrivere, 1993).
La Giornata dello Scrittore non celebra soltanto chi pubblica libri, ma anche chi, attraverso la riflessione, la poesia, la narrativa o il saggio, trasforma l’esperienza umana in linguaggio.
Scrivere è, in essenza, un atto di resistenza contro l’oblio. Come ricordava il filosofo e critico George Steiner, “ciò che non si nomina, non esiste” (Presenze reali, 1989).
Lo scrittore è quindi non solo testimone, ma artefice della memoria collettiva.
Dallo sguardo lucido di Milan Kundera, che racconta il peso della storia ne L’insostenibile leggerezza dell’essere, alla prosa combattiva di Chimamanda Ngozi Adichie, che rivendica la molteplicità delle voci in Dovremmo essere tutti femministi, la scrittura apre crepe nei silenzi imposti dal potere e dalla consuetudine.
Scrivere significa anche abitare il confine tra solitudine e dialogo.
Lo scrittore crea nel silenzio, ma scrive per essere letto, per costruire un ponte tra il proprio mondo interiore e il lettore sconosciuto.
Paul Auster lo espresse chiaramente: “Scrivere è un modo di parlare senza essere interrotti” (The Art of Hunger, 1992).
Questa tensione tra isolamento creativo e bisogno di connessione fonda il gesto letterario: un impegno verso la verità — non quella fattuale, ma quella emotiva — che la letteratura rivela quando commuove e trasforma.
Lo scrittore contemporaneo non è più solo un narratore di storie, ma un interrogatore del presente.
La sua penna è al tempo stesso bussola e specchio.
Olga Tokarczuk, premio Nobel per la Letteratura, parla di un “narratore tenero”, una voce empatica che non impone ma ascolta (The Tender Narrator, Nobel Lecture, 2019).
In tempi dominati dal rumore e dalla velocità, lo scrittore offre la pausa, la profondità, la possibilità di pensare e sentire con ritmi diversi.
Scrivere è, in ultima analisi, un atto etico.
La letteratura rimane, come affermava Italo Calvino, “una difesa contro gli oltraggi del tempo” (Lezioni americane, 1988).
Onorare gli scrittori significa onorare la libertà di pensare, di immaginare futuri e di rileggere i passati.
È riconoscere che la parola può essere seme, rifugio o ferita — ma sempre una forma di umanità.
Oggi più che mai abbiamo bisogno di quella lucidità poetica che nasce quando qualcuno, nel silenzio di una pagina bianca, decide che vale la pena scrivere il mondo.
Una riflessione personale come lettrice
Nel profondo della mia esperienza di lettrice e scrittrice, provo un rispetto quasi sacro per la parola.
Le voci che abitano i libri non sono per me semplici autori, ma maestri che mi hanno formato nella distanza.
Jorge Luis Borges, con la sua erudizione e il suo amore per le biblioteche infinite, mi ha insegnato a diffidare delle certezze.
Hannah Arendt mi ha mostrato che il pensiero rigoroso è un atto di responsabilità verso il mondo.
Da Clarice Lispector ho imparato che la sensibilità non esclude l’intelligenza, e da Octavio Paz che la poesia può essere filosofia incarnata.
Ogni libro letto è stato una conversazione — talvolta esigente, talvolta luminosa, ma sempre formativa.
Non concepisco il mio pensiero senza le tracce di quegli scrittori che, con serietà e dedizione, hanno consegnato alle loro opere un’eredità intellettuale e morale.
Per questo rispetto profondamente la parola scritta e quella parlata: entrambe sono strumenti di costruzione e memoria.
Scrivere e leggere sono, per me, atti di fedeltà verso quella forma di conoscenza che si trasmette non solo con i dati, ma con la bellezza, lo stupore e la verità.
La mia voce di poetessa e scrittrice
Come poetessa e scrittrice, il mio impegno verso la parola va oltre l’estetica: è un dovere verso la dignità del linguaggio e verso lo sguardo di chi legge.
So che, da qualche parte, qualcuno aprirà un libro con la speranza di sentirsi compreso o trasformato.
Per questo, ogni parola che scelgo porta un’intenzione; ogni frase, una riverenza verso l’intelligenza e la sensibilità del lettore.
Scrivere poesia è per me un viaggio intimo verso l’indicibile.
Scoprire un nuovo vocabolo — che sia una radice greca antica o un neologismo moderno — è come trovare una pietra lucente nella sabbia.
Il linguaggio è un universo in espansione: in esso navigo con stupore e gratitudine.
E nella poesia, dove la logica può cedere al ritmo, all’immagine o all’emozione, mi concedo la libertà delle licenze poetiche: piccole ribellioni che rendono la lingua un terreno fertile e vivo.
Come scrittrice, trovo in ogni testo uno spazio sacro dove si incontrano la precisione del pensiero e la musica del cuore.
E se una sola delle mie frasi, un giorno, riuscisse a toccare, illuminare o accompagnare un lettore, allora il viaggio sarà valso la pena.
Un invito finale: leggere, scrivere, vivere
Oggi, nella Giornata dello Scrittore, più che celebrare chi scrive, desidero celebrare l’atto del leggere — quell’incontro silenzioso ma potente tra due coscienze.
Leggere è dialogare con l’anima altrui, ma anche con la propria.
È ascoltare altri modi di nominare il mondo e, forse, cominciare a costruire il nostro.
E se dentro di te abita una parola non detta, una storia che chiede di nascere, un poema che germina nei tuoi silenzi — scrivi.
Non temere la pagina bianca: non chiede perfezione, ma sincerità.
Scrivere non è un privilegio dei prescelti, ma un cammino aperto a chi osa guardarsi dentro e condividere ciò che scopre.
Perché, come disse Ray Bradbury,
“Scrivere è ricordare ciò che si è e ciò che si è stati, e poi dirlo ad alta voce per non dimenticarlo mai.”
Oggi onoriamo gli scrittori e i poeti leggendo;
domani, forse, cominceremo anche a scrivere.
Bibliografía citada:
- Duras, Marguerite. Escribir. Tusquets, 1993.
- Steiner, George. Real Presences. University of Chicago Press, 1989.
- Kundera, Milan. La insoportable levedad del ser. Tusquets, 1984.
- Adichie, Chimamanda Ngozi. Todos deberíamos ser feministas. Literatura Random House, 2014.
- Auster, Paul. The Art of Hunger. Penguin Books, 1992.
- Tokarczuk, Olga. The Tender Narrator, Nobel Lecture, 2019.
- Calvino, Italo. Seis propuestas para el próximo milenio. Siruela, 1988.
- Borges, Jorge Luis. Otras inquisiciones. Alianza Editorial, 1952.
- Arendt, Hannah. La vida del espíritu. Ediciones Paidós, 1978.
- Lispector, Clarice. La hora de la estrella. Siruela, 1977.
- Paz, Octavio. El arco y la lira. Fondo de Cultura Económica, 1956.
- Bradbury, Ray. Zen en el arte de escribir. Minotauro, 1990.
Hebe Muñoz es poeta, escritora, traductora italo-venezolana. Es miembro activo corresponsal para Italia del Círculo de Escritores Venezolanos y presidente de la Asociación de promoción cultural y social HEFRA APS.
Ha publicado varios poemarios bilingües en italiano y español. Sus poemas aparecen en numerosas antologías nacionales e internacionales.
Ha recibido varios premios de poesía y galardones nacionales e internacionales, entre ellos el Premio Internacional a la Excelencia «Città del Galateo Antonio De Ferrariis», galardonado con la Medalla del Presidente de la República Italiana, con el patrocinio de la Cámara de Diputados, el Senado, la Editorial Laterza y ??el Grupo CF Assicurazioni. Hebe Munoz recibió el Premio Mujeres en la Cultura 2024 de manos de la alcaldesa Antonietta Casciotti y la Administración Municipal de Alba Adriatica, Italia, con la siguiente motivación: «Una pluma que lucha con valentía contra la violencia para dar voz a quienes no pueden hablar».
En Fidenza (PR), Italia, Hebe Munoz organiza el encuentro poético bilingüe italo-español «LIBERTAD ES PALABRA», un puente cultural poético para dar voz a poetas que aman la libertad, la paz y la defensa de los derechos humanos.
En coautoría con su esposo, el poeta Francesco Nigri, Hebe Muñoz publica la segunda edición del poemario HEFRA Amarsi Amarse, una edición bilingüe, publicada por Tracce per la Meta Edizioni en 2025. De este proyecto, ideado y creado por los autores, nació el Slam Poetry «AMAR-Sì», que incluye poemas, música e imágenes de original autoría. La gira poética comenzó en Madrid (marzo de 2025), se presentó el pasado abril 2025 en el Teatro Magnani de Fidenza (PR) entre otros. Actualmente cuenta con más fechas de presentaciòn.


