Jerónimo Alayón

Fértil miseria

Por Jerónimo Alayón

¡Mi hora! —grité—… El silencio

me respondió: —No temas;

tú no verás caer la última gota

que en la clepsidra tiembla.

                Antonio Machado

A menudo no reparamos en ello: pese a la borrachera de cotidianidad, la vida se pasa… «El hombre construye una tendencia hacia el silencio», dijo Harry Almela en Fértil miseria. Lo recordé hace poco. También la historia atada a ese poemario. Era el viernes 5 de marzo de 1993, por la mañana. Había ido a la librería Ludens, en la torre Polar de Plaza Venezuela. Quería comprar un libro, cualquiera.

Después de mirar un rato, vi algo muy raro. Se trataba de un libro que parecía salido de una actividad escolar de reciclaje. Tapas de cartulina común, forradas con papel de bolsa de panadería. Aquello era un atentado contra otros artefactos librescos de alto copete que se vendían allí. En lo que se suponía debía ser una lustrosa portada, estaban dos pegatinas, adheridas sin mayor cuidado. En una figuraba un grabado con una mujer desnuda leyendo en una butaca. En la otra, el título y autor de aquella perpetración: Fértil miseria, de Harry Almela. Todo el conjunto estaba dentro de un sobre, también de papel marrón.

Estaba a punto de desechar el esperpento cuando tras de mí sonó una voz: «Yo, en su lugar, no lo compraba». Me giré y miré feo al impertinente. Por llevarle la contraria, no solo compré aquel adefesio, sino otro que había al lado: Donde la luz me encarna, de Víctor Fuenmayor, en la misma lastimosa encuadernación. Así pues, me encaminé a pagar antes de que el entrometido volviera por sus fueros… y salí de la librería sin despedirme.

Aquel día regresé tarde a mi casa. Me senté a leer ambos libros con escepticismo. Nunca imaginé que un contenido pudiera burlarse así de su continente. Aquella colección de la editorial Dharma, titulada Clandestinos, era eso: bajarle el copete a cierta industria ostentosa del libro. En este momento, tengo el poemario en mis manos. Pienso en los autores que quieren ser influencers, en el retiro último de Almela en Mariara, en su decepción final…

De Fértil miseria solo se imprimieron 200 ejemplares. En su última página dice: «Este libro fue escrito en 1987. Se terminó de hacer a mano en Maracaibo hacia finales del mes más cruel, abril de 1992. Noche de temblores y fértiles miserias». Al cerrar el libro, recordé a Eliot en La tierra baldía quejándose de abril. También a Pantin rememorando a Eliot en El cielo de París. Es una coincidencia que dos poemarios venezolanos, editados en 1992, hablen de la crueldad de abril. Con el pasar de los años, casi todos los meses han terminado siendo los más crueles…

Dos o tres semanas después volví por la librería. El dependiente me dijo: «¿Se acuerda del otro día, cuando miró feo al señor que bromeó sobre el libro que tenía en las manos? Ese era Harry Almela, el autor». Sentí y siento mucha vergüenza de aquel episodio. La ignorancia nos hace fieros y necios. Fue la única vez que vi a Almela. Pasada una década, en la mensajería de Facebook, le conté. Se rio. Nos prometimos un café, uno más de los que se quedaron fríos en algún lugar de lo inhacedero. La vida es eso también: una antología de imposibles.

En mis manos sostengo la factura núm. 17 617 de aquel 5 de marzo de 1993, una factura hecha a mano por 225 bolívares (descuento incluido), una factura que habla de una Caracas amable, sin alcabalas entre ella y su historia, sin el horror cosido a sus paredes. Cierto eco ramosucreano sacude el libro: «Yo estuve allí, en la Casa de lo Oscuro, seducido por la loza y el granito». Sin embargo, sería injusto no afirmar que hay en Almela algo muy de él en la manera del decir poético, algo sorpresivo y desconcertante: «Girando hacia la izquierda, vi lo negro de tu cuerpo sobre el muro». Almela, como Ramos Sucre, vivió angustiado por la palabra. También por la patria en ancestral caída.

He vuelto a la poesía de Almela. Quizás sea el hecho de percibir el país cada vez más como un erial, infértil y asfixiante, un país en el que «los impostores cantan / el himno de su ejército», voces que nunca debieron perpetrar el sacrilegio de hacerse oír. Quizás porque sea propicio «regresar / al tiempo de remolinos / y fuego en las montañas / del verano», aunque solo sea una ilusión. O, muy seguramente, porque «hay cosas de las que se puede hablar / solo al volver de ellas / cuando el vino / se convierte en agua», cuando se tiene la certeza machadiana de no ver «caer la última gota / que en la clepsidra tiembla».

Con la edad sobreviene una claridad meridiana sobre cierta obsolescencia de la vida, ciertos hábitos inútiles, ciertas ambiciones baldías. El hombre es esa tendencia al silencio que decía Almela solo si está dispuesto a renunciar a las palabras, fetiche de quien cree que vive en ellas y no desde ellas (Almela dixit). Quizás el silencio sea lo único digno que le queda al hombre que ha presenciado el ultraje del lenguaje (estoy pensando en Steiner). En todo caso, es irremediable el tufo fúnebre cuando se escribe desde un país obstinado en su deceso.

En algún sitio dije que «escribir implica un propósito definido, el dominio de una técnica específica y una motivación que trasciende la simple necesidad de expresión». Eso es lo que hallo en Almela, un autor con intencionalidad en su pluma. Su obra tiene los quiebres propios del hombre puesto en crisis, pero no es incoherente. Hay un tenue hilo que conecta todo y termina en un silencio cribado, el de quien sabe que «lo que no está escrito / aún espera». También en el silencio de quien dice: «Por respeto a sus incendios cotidianos / no les haré mirar mi tierna herida / en el costado». Esta quedó en su sigilo final.

Fértil miseria. Es un oxímoron que habla del humus. Se trata de un libro cruzado por el dolor, un «dolor doblado en el centro de ninguna parte», un dolor que desborda el poemario hacia otras y posteriores creaciones suyas. Me pregunté por entonces cuánto sufrimiento hacía falta para escribir algo así. La vida se encargaría de responderme. Al cabo, queda la ácida convicción de que todo pasa, salvo la angustia y la decepción, ese persistente humus…

Jerónimo Alayón Lingüista – Escritor

Profesor en la Universidad Central de Venezuela

jeronimo-alayon.com.ve

Gracias al escritor venezolano Jerónimo Alayón por su honda apreciación del libro «Fértil miseria» del autor Harry Almela (1953 -2017), poeta, ensayista, narrador y editor.     Los Editores

 

 

 

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