Las raíces del miedo
Johnny Gavlovski E.
Hay un cuadro en la Galería Nacional de Berlín. Se trata de Autorretrato con la Muerte que toca la viola de Arnold Bocklin. Allí el artista se pinta, sublima su relación con lo inefable en un hecho artístico de extrema belleza. Sin embargo, ¿cómo puede decirse bello la representación de algo que evoca la propia muerte? De solo pensar en el momento en que Bocklin lo pintó, e imaginar su fatum presente, podría inducir miedo. Kant diría incluso “que la fealdad que provoca repulsión no puede ser representada sin destruir cualquier clase de placer estético”[2] Con la entrada del periodo romántico en la historia, la afirmación del filósofo alemán enmudece, pues los límites quedaron superados.
Quién mejor lo define es uno de los grandes escritores de la literatura fantástica y de terror Guy de Maupassant, cuando escribe[3]:
No tengo miedo de un peligro. Si entrase un hombre, lo mataría sin que me temblara ni un músculo. No tengo miedo de los fantasmas; no creo en lo sobrenatural. No tengo miedo de los muertos; creo en la aniquilación definitiva de todo ser que desaparece. ¿Entonces?… si, ¿entonces?… ¡Pues bien! Tengo miedo de mi mismo! Tengo miedo del miedo; miedo de la angustia de la mente que se extravía, miedo de esa horrible sensación de que es el terror incomprensible (…)
Maupassant, como buen artista, guía los pasos para la comprensión del miedo. Miedo a la locura, miedo a la pérdida de la razón, miedo a la pérdida del control de si, y por último, miedo a la propia muerte. Y no será ese miedo, lo que hace que Bocklin la incluya en su autorretrato anunciando su llegada a partir de las nostálgicas notas de la viola.
Freud diría que la sublimación era llevar al más alto nivel lo más primitivo de nuestras pulsiones, y Brocklin pareciera sublimar su angustia de muerte en dicho autorretrato. Como una suerte de preparación para el inevitable destino.
Una paciente me dijo recientemente: Tengo miedo del miedo que pueda tener. Ella decía de temerle a su propia dimensión de su miedo. Temor que converge con la última línea que leímos de Maupassant: “miedo de esa horrible sensación de que es el terror incomprensible (…)” Frase que, más allá de la literatura, todos los que trabajamos en clínica la hemos escuchado una y otra vez: en las crisis de los llamados, estados de pánico.
El psicoanalista francés Jacques Lacan diría que la angustia es el único afecto verdadero que emerge desde lo Real; pero no entendiendo ésto como la realidad, sino lo Real como ese espacio imposible de definir con palabras, que está más allá de lo inconsciente. Es propio, particular del sujeto. Particular de cada quien. Y desde éste, la angustia, más auténtica que el miedo, puesto que viene desde nuestras mismas profundidades, a diferencia del miedo que lo sentimos desde el peligro que se anuncia desde afuera.
El miedo como emoción, podría incluso ubicarse en la amígdala cerebral “encargada de recibir las señales del peligro potencial y comienza a desencadenar una serie de reacciones que ayudan a la auto-protección”[4] Sin embargo, este dato no resulta suficiente frente al fenómeno humano y su reacción subjetiva frente al miedo, o más allá, su posible vínculo con lo Real, ese espacio que escapa de toda definición psicológica del miedo como una emoción, pues es lo imposible de verbalizar. Es un vacío constitutivo del sujeto mismo. Imposible de calmar como lo intenta la neuropsicología ubicando la raíz del miedo en la amígdala cerebral.
Es interesante notar como para la Real Academia Española, la palabra miedo va ligada a la angustia. Así lo define: Miedo, “perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño real o imaginario”. Aquí vemos que no es solo la angustia juega un rol importante en esta definición, sino la subjetividad de la persona que tiene el miedo al admitir que este puede ser producto de la realidad o de su imaginación. Si este es muy intenso, deja entonces de llamarse miedo y la Real Academia le da un nuevo nombre “Terror”.
Como vemos, el factor cuantitativo está de por medio. Miedo es la reacción ante un peligro. Si es intenso se denomina terror y si es más fuerte aún “Horror”. Tres acepciones depara esto el diccionario: 1.- Sentimiento intenso causado por algo terrible y espantoso. 2.-. Aversión profunda hacia alguien o algo. 3.- Atrocidad, monstruosidad, enormidad.
Es interesante como en algunos trabajos se destaca la función adaptativa del miedo, de forma que ayudaría a un sujeto a reaccionar frente a un peligro inminente; aunque las reacciones que se pueden observar desmienten un tanto esta función. Freud al distinguir entre el miedo y la angustia, hablaba del Schreck, a saber, del estado de terror en que un sujeto cae al verse sorprendido por un peligro. Este factor sorpresa será determinante en el comentario que hace Lacan cuando dijo:
“…resulta claro que la insistencia sobre el hecho de que los efectos del miedo poseen en cierto modo un carácter de adecuación de principio, a saber, que el miedo desencadena la huida, queda suficientemente comprometida por algo que es preciso remarcar: que en muchos casos el miedo paralizante se manifiesta como acción inhibidora y hasta plenamente desorganizante, y hasta puede arrojar al sujeto en el desconcierto menos adaptado a la respuesta, menos adaptado a la finalidad considerada como la forma subjetiva adecuada”.[5]
Que mejor ejemplo que la descripción que hace el texto sagrado de la India, el Bhagavadgîtâ cuando describe la reacción de un gran héroe Arjuna, cuando en la gran batalla entre los justos los malvados, ve en el bando contrario muchos seres queridos y dignos de veneración y cae en un estado de abatimiento que se describe en los capítulos 1 y 2 del poema. Lleno de compasión y desalentado (vishîdat) dijo: «Viendo a los míos reunidos aquí dispuestos a combatir / mis miembros desfallecen, se me seca la boca, me tiembla el cuerpo y el pelo se me eriza. / El arco se me cae de las manos, me arde la piel. No puedo mantenerme en pie y la cabeza parece darme vueltas» (1.28b-30)”[6].
Traigo este ejemplo a colación, no sólo por la extraordinaria ejemplificación de las reacciones que el miedo puede suscitar descritas con la belleza del Bhagavadgîtâ, sino por un dato curioso que en relación a ello Lacan nos aporta. Buscando las raíces de la palabra miedo Lacan se topa con el significante “Aterrado”, sorprendiéndose ante éste pues “»aterrado» no tiene originalmente y en muchos de sus empleos el sentido de impresionado de terror, sino el de caído en tierra”[7] recordándonos así que etimológicamente “no es otra cosa que volver a la tierra, que hacer tocar tierra, o que poner tan bajo como tierra” viendo así, en el uso corriente del término, lo que de ello implica este trasfondo de terror.
Así Lacan demostrará el vínculo entre aterrado y abatido, en tanto sustitución metafórica. Al decir: “un guerrero fue abatido”, es lo mismo que decir, “fue echado a tierra”.
También demostrara que, desde nuestra subjetividad, cuando topamos con el significante aterrado, no lo asociamos directamente con tierra. De inmediato la asociación parte de la raíz ter “que tiene el mismo fonema que está en «terror». Es por la vía significante, es por la vía del equivoco, es por la vía de la homonimia, es decir de la cosa más sin sentido que pueda haber, que viene a engendrar este matiz de sentido, que va a introducir, que va a inyectar, en el sentido ya metafórico de »abatido», este matiz de terror”.[8]
El Bhagavadgîtâ lo ejemplifica en el terror de Arjuna de verse en dicha situación: “¿Cómo voy a atacar a mis mayores dignos de veneración? Más me valdría vivir de limosnas, o morir Es por ello que Arjuna «…se sentó en el asiento de su carro dejando caer el arco y las flechas con la mente sumida en el dolor» Estaba «abrumado por la compasión, con los ojos llenos de lágrimas y totalmente abatido (vishîdat)»[9]
Otra interesante relación es la del miedo con el pánico. Nos dice la Real Academia que pánico viene del latín panicus en referencia al dios Pan. Pánico procede del griego Panikós. En realidad, la expresión completa es «terror pánico». Inspirado en ésta faceta de Pan, debida a su “naturaleza salvaje… se le atribuía la generación del miedo enloquecedor”.
La referencia a la mitología nos ayuda a comprender como muchos de estos mitos servían para explicar fenómenos a la masa humana, o fomentar reglas de convivencia. Freud y Jung, insistieron en la de analizar los peligros que para el hombre suscitaron ciertos estímulos conformando así la base del miedo en la historia humana. Por ejemplo, al principio de nuestra historia, el pánico era «el temor masivo que sufrían manadas y rebaños ante el tronar y la caída de rayos«. ¿Como se le explicaba a la gente este fenómeno natural? En Grecia se decía que era la molestia de Pan si se le despertaba de sus siestas, de allí que “los habitantes de la Arcadia tenían la creencia de que, cuando una persona hacía la siesta, no se la podía despertar bajo ningún concepto, ya que, de esa forma, se interrumpía el sueño del dios Pan. En este caso, Pan se aproxima a la noción de Demonium Meridianum (Demonio del Mediodía)”.
Otro interesante ejemplo en la mitología lo encontramos en la Hidra de Lerna. Sabemos que alrededor del año 600 d.C, Isidoro de Sevilla se dedicó en su libro Etimologías a desmitificar a los monstruos paganos para liberar del miedo de ellos a los cristianos. Con la pluma de la razón escribió, entre muchos ejemplos: “Dicen que la Hidra era una serpiente con nueve cabezas con nueve cabezas llamada en latín excetra… porque al cortar una cabeza nacían tres. No obstante consta que Hidra era un lugar que vomitaba aguas que devastaban una ciudad vecina: al cerrar una de las bocas se abrían otras muchas. Hércules al ver esto cerró esos lugares cerrando así las bocas de las que brotaba el agua. De hecho la Hidra tomó el nombre de agua…”[10]
La religión dio otro manejo del miedo. Si bien eruditos cristianos como el recién mencionado Isidoro de Sevilla o Clemente de Alejandría se encargaron de desmitificar las creencias paganas, otros personajes supieron servirse del miedo para lograr otros fines.
Había caído el Imperio Romano. La muerte estaba a la orden el día. Las guerras. La peste. La hambruna. En sus versos de la muerte el poeta Hélinand de Froidmont canta:
La muerte en una hora lo destruye todo. ¿De qué sirve la belleza, de qué sirve la riqueza? ¿De qué sirven los honores, de qué sirve la nobleza?
Pero de dónde venía la inspiración para esos poemas? Dejemos que el semiólogo y escritor Humberto Eco nos lo explique:
“Si el santo esperaba la muerte con alegría, no puede decirse lo mismo de las grandes masas de pecadores; en este caso, no se trataba tanto de invitarles a aceptar serenamente el momento de la muerte como de recordarles la inminencia del paso, de modo que pudieran arrepentirse a tiempo. Por consiguiente, la predicación oral y las imágenes estaban destinadas no solo a recordar la inminencia e inevitabilidad de la muerte sino a cultivar el terror a las penas infernales”[11]
El triunfo de la muerte se vuelve el eje de las representaciones, al punto que “en Roma cuando se celebraba el triunfo de los caudillos victoriosos, un siervo que iba en el carro junto al aclamado le repetía sin cesar: recuerda que eres un hombre”[12]
En los lugares sagrados y en los cementerios se comienzan a celebrar las Danzas de la muerte o Danza macabra. Si bien la Real Academia nos dice que macabro significa: “Que participa de la fealdad de la muerte y de la repulsión que esta suele causar”[13]. La idea no apunta a causar miedo sino a calmar a la gente. Eco lo precisa cuando escribe que la palabra macabro nace “no tanto para aumentar el terror de la espera como para ahuyentar el miedo y familiarizarse con el momento final”[14]
Si bien el momento cumbre del triunfo de la muerte llega en la obra homónima de Bruegel, sin embargo, su más curiosa repercusión la vemos en el siglo XVII en la obra Los Embajadores de Holbein. Aquí dos figuras nobles se nos muestran en su esplendor empero la irrupción de una figura misteriosa rompe la simetría del cuadro. Vista de lado descubrimos un cráneo humano. El fenómeno se llama anamorfosis, nos recuerda nuevamente que nada es perecedero. La repercusión ominosa, temible de esta obra, aún nos sacude en la actualidad.
Los conocidos como los antipapas vieron en en el miedo una fuente de poder y riquezas. Así se olvidaron de las enseñanzas del Nazareno y con la amenaza del infierno para inculcar temor a los creyentes, sin darse cuenta hacen del demonio su mejor cliente. Se desempolvan antiguas leyendas que yacían dormidas en lo profundo de la psique humana. Y la iglesia del antipapa comenzó a cobrar dividendos con la venta de indulgencias y de reliquias (sean astillas de la cruz donde murió Jesús, partes de los cuerpos de santos y mártires, o alguna de sus pertenencias). El problema es que hubo más de un santo que de acuerdo a la mercancía expuesta tenía más de 10 dedos, o dos piernas, etc.
Cuenta Paolo Segneri que en el panegírico de San Ignacio de Loyola el santo cuenta los más dolorosos tormentos que se infligía buscando dominar su cuerpo. Al punto que recomienda: “Escuchadme y luego, si podéis, no os horroricéis” ayunos de hasta ocho días, flagelaciones cinco veces entre noche y día “hasta sacarse sangre… pasar de rodillas siete horas al días en profunda contemplación, no parar nunca de llorar” [15].
Las penitencias a las que se sometió Santa Rosa de Lima no se quedaban atrás, al punto que la propia Iglesia debió llamarle la atención. Es curioso que la vía del martirio como forma de acceso al Reino de los cielos, se mantuviera durante tanto tiempo vigente, a pesar de la propuesta psicoterapéutica, que hiciera San Agustín, en tanto el uso de la confesión como forma de liberar lo angustiante en el alma.. El peso del pecado, y la fuerza de nuestras pulsiones eran mucho más fuertes. Y de una u otra manera había que aniquilarlos, prescindiendo del cuerpo.
Cabría preguntarse el vínculo de ello con la actual adicción al gimnasio, a las cirugías estéticas y dietas, con los implantes con silicón, hilos búlgaros que suben la piel que baja, botox y pastillas quemadoras de grasa; con trastornos alimenticios tales como la anorexia y la bulimia; o con prácticas, que erotizan el cuerpo con marcas de tatuajes o perforándolo con piercings.
No son más que formas de hacer existir a un cuerpo que se evanece. De hacer frente a las amenazas del día a día, que se nos han ido de las manos al punto de torcer el eje terrestre. El recalentamiento global, los tsunamis, la explosión de bombas nucleares en los océanos, nuestros océanos, y que lo único que hacen es preanunciar la devastación de nuestra propia esencia. La segunda muerte la llamaría Lacan parafraseando a marqués de Sade.
Ahora la Danza de la muerte está pintada en cada uno de los periódicos que leemos a diario o que escuchamos en radio o TV. Y nosotros la negamos en nuestro cuerpo, bajo el lema de culto a la belleza.
En tiempos donde todo es fast, ready made, donde lo nuevo caduca pronto en pro del mercado de la tecnología, vemos en la transitoriedad de nuestros cuerpos, el presagio de su fin. Y para hacer frente a ello, tecnología y estética se suman para brindar una fantasía de vida, cerrando nuestros ojos ante el inefable destino. Las prótesis vienen a darle a nuestra psique una ilusión de eterna juventud y vigorosidad. Veamos al menos las estadísticas en nuestra región.
Salvando las distancias entre San Ignacio y nuestras mises, sus martirios para cumplir con las exigencias estéticas del certamen no son de desestimar (lijarse las caderas, quitarse costillas) Orlan, artista del performance, de la vanguardia del Body Art decidió hacer frente a esto en un acto de rebeldía contra los estándares del mercadeo de la moda. Entonces decidió modificar su propio cuerpo, retando a Dios y al ADN. Para ello se buscó un “esteticista quirúrgico”, con el fin de hacerse colocar la barbilla de la Venus de Botticelli, la frente de Mona Lisa, la boca de Europa de Boucher y los ojos de Psique de Gérome. El esteticista quirúrgico, le sugiere que si desea hacer algo trasgresor debía ponerse ambos ojos a un lado de la cabeza, a lo que ella respondió colocándose implantes de mejilla por encima de las cejas. Y Orlan lo logró, con la tecnología propia de nuestro tiempo, lo logró.
Es fácil exclamar “que loca”. Al menos Orlan tomó su decisión sobre su cuerpo en actitud de resistencia y advertir. Pero no podemos decimos lo mismo de las modelos. A nadie se le ocurre denunciar a los organizadores de los concursos de belleza. A ellas se admiran e imitan, con anorexia incluida. Y que decir de la proliferación de programas sobre resolución de crímenes o de películas de terror donde, con más frecuencia, aparecen más escenas truculentas de torturas y descuartizamiento de cuerpos. Hay un implícito placer perverso en ello…
El poeta Schiller definió esto como una “disposición natural” a lo horrendo. En todas las épocas las ejecuciones han sido parte del entretenimiento público. El Marqués de Sade lo subrayó con una pregunta en su libro Justine: “¿Acaso nuestros lugares públicos no se llenan de gente cada vez que se asesina a alguien conforme a la ley?”, Callot denunció como los suplicios de los ahorcados se convertían en espectáculos públicos.
Eco nos señala que si hoy en día nos sentimos más civilizados es porque el cine con las mencionadas películas, asumió colocar esas escenas sobre la pantalla, presentándolas como ficticias.
Lacan, basado en Freud, nos muestra en lo que llamó el goce esa tendencia tan humana a repetir lo que más le duele. Verbigracias el consumo de cigarros, alcohol, las adicciones o los deportes extremos. Repetimos y repetimos, encontrando un placer en lo que tanto daño nos hace, equivalentes suicidas. Decir frente a un deporte extremo “me gusta la adrenalina” es metáfora del placer frente al miedo que produce el riesgo.
Y nos apaciguamos pensando que la muerte le sucede a otro. No a uno. La imagen del paso inexorable del tiempo queramos o no, nos afecta pues nos confronta con nuestro fin. Es la historia de Cronos (el tiempo) comiéndose a sus hijos, o el poema del Gita:
“Me estremezco, pierdo la paz y no distingo las direcciones del espacio. Ten piedad. Los guerreros entran en tus terribles bocas, los masticas y mueren. Devoras a todos los seres ¿Quién eres tú, de forma terrible (ugrarûpa)? El Señor respondió: «Yo soy kâla (el tiempo, es decir, la muerte)»
Freud lo trabajó en extenso en su texto Lo Siniestro. Allí señaló el efecto de imán de dejarse atraer por visiones angustiantes. A Freud le llamó la atención como la palabra siniestro en alemán se escribe “unheimlich” pero cuando se le quita el prefijo un, leemos la palabra «heimlich» (íntimo, secreto, y familiar, doméstico), imponiéndose en consecuencia la deducción de que lo siniestro causa espanto precisamente por su carácter familiar para el sujeto. Descubrió así como en esas visiones, hay un renacer de nuestras terribles vivencias más primitivas cuando nuestro cuerpo aun no lograba el control de todas sus partes, en todos esos momentos cuando nuestra fragilidad nos hizo creer que podíamos morir. Atracción y temor ante lo desconocido- conocido.
Hoy día las diversas formas del mercadeo y la industria farmacéutica se mueven veloces para ayudarnos a sobrevivir: gadgets y prótesis. Directrices sobre la medicina para especializar y sub especializar al profesional, recreando así una nueva anatomía sobre nuestros cuerpos ahora fragmentados. Acaso lo pudo imaginar Boiffard cuando en 1929 impactó a los asistentes a su exposición fotográfica para ver su foto Pulgar de hombre de treinta años. Presagio de nuestros tiempos de cuerpos fragmentados, en nuestras diversiones, en las especializaciones de la medicina, la estética, la farmacia.
Comercialización del miedo. Traten de entrar en cualquiera de nuestras grandes farmacias en la noche, o un fin de semana donde incluso verán gente que van allí a pasear y ver que necesitan por si acaso…
Comercialización del miedo. Pero ahora el infierno no está más allá de la muerte ubicado en oscuras profundidades, sino en nuestra piel, frente al espejo, o al otro lado de la ventana.
Y nuevamente el arte, haciendo frente y denunciando. El artista chipriota Sterlac, eleva su protesta: se presenta conectado a un computador para que el publico pueda moverlo como a un objeto, o anunciando el implante de una oreja en su brazo porque el sentido de la audición natural del cuerpo no es suficiente.
El cuerpo es obsoleto, anuncian los artistas del movimiento Post Humano, y nosotros nos reímos y de nuevo decimos “están locos”… Pero Terminador (Terminator) no es solo una serie del alcalde de California. Con seriedad se está pensando en la sustitución de nuestros miembros por otros más perecederos, máquinas por hombres, o… no se si es peor aun, la manipulación genética. Y todo ¿para qué? Freud lo llamaba “temor a la castración”. Lacan lo explicó: a nuestro miedo a sabernos que no estamos completos.
Después de éste recorrido esperamos demostrar que el mínimo común denominador de todos nuestros miedos es la muerte, el miedo a la muerte.
Jhonny Gavlovski, psicoanalista, poeta, docente y dramaturgo venezolano
[1] Psicólogo clínico. Psicoanalista. Escritor. Docente UNIMET. Escuela de Psicología. Director académico Cultura Mundis.
[2] Eco, Umberto. Historia de la Belleza. Barcelona, Ediciones Lumen, 2004, pg. 282
[3] Op cit., pág 320
[4] Brain Briefings El miedo y la amígdala. Marzo, 1998 Disponible en: http://www.genaltruista.com/notas/00000289.htm
[5] Lacan, J. Seminario X La Angustia. Clase 13. Buenos Aires, Editorial Paidós, 2006
[6] Ruiz Calderón, Javier. Miedo y Religión. Simposio realizado del 3 al 6 de febrero de 2000 en el Campus de Guajara de la Universidad de La Laguna. Universidad Pontificia de Comillas. Disponible en: http://:www2.ull.es/congresos/conmirel/calderon1.html pág 2
[7] Lacan, J. Seminario V. Las formaciones del Inconsciente (1999) Editorial Paidós. Buenos Aires.
[8] Ruiz Calderón, Javier. Op cit. 2
[9] Ruiz Calderón, Javier. Op cit.3
[10] Ecco, U. Op cit pág 98
[11] Op cit pág 66
[12] Op cit. Pág 67
[13] Disponible en: http://buscon.rae.es/draeI/
[14] Ecco, U. Op cit. Pág 60
[15] Ecco, U. Op cit., pág 61
Editora de la web: @carmencristinawolf