Juan Liscano: Hijo del Sol y de la Noche
Mi afición por la obra de Liscano y por lo que él representó y representa para nuestro país data de muchos años atrás, cuando encontré en mi casa un libro Nuevo Mundo Orinoco en una edición de 1960. Desde ese momento entendí que estaba en presencia de uno de los poetas trascendentales de América. En sus versos se siente con fuerza su vocación de ciudadano universal, para quien la condición más importante es la Libertad de todos los seres humanos. Liscano sufría por las injusticias del mundo y sobre todo por la inconciencia de aquellos hombres depredadores que están destruyendo nuestro planeta. Son los grandes poderes económicos, la ciencia mal utilizada puesta al servicio de la ambición, que destruye nuestros ríos, contamina el agua, hace desaparecer los bosques.
La obra poética de Liscano se encuentra sostenida en una unidad temática signada por el deseo de desentrañar el misterio del Origen. Se trata, como lo expresa la filósofa española María Zambrano, de arrancar al Creador aunque sea una palabra, un signo que nos devele el hilo del orden cósmico.
Unas veces en un sufrimiento que se le hacía casi insoportable, traducido en queja destemplada, otras veces en apelación a la infinita misericordia de la divinidad, Liscano intenta contactarse con lo intangible, que significa para él el nexo más importante y la razón última de todo cuanto existe.
Liscano nació en Caracas en 1915. Fue conocido como poeta, crítico literario, columnista de agudos análisis y protagonista de luchas políticas por la libertad. Supo interpretar el pensamiento y las tendencias de su tiempo; sus escritos tuvieron como tema esencial la trascendencia ontológica.
Fue un hombre de coraje en la exposición de sus ideas, aunque estas estuvieran en contradicción con las opiniones de la mayoría o de aquellos que detentaban el poder. Defendió sus puntos de vista con apasionada vehemencia.
Conocía en profundidad las enseñanzas contenidas en el Libro de las Mutaciones de Confucio, Los Upanishads, El Bhagavad Gita, y El Tao Te King, así como la concepción judeo-cristiana del mundo.
Su visión recibe gran influencia de la concepción del cosmos como el juego de los opuestos: el Absoluto, Eterno Masculino, inmanifestado y manifestado a la vez, en unión con el Eterno Femenino, la energía creadora.
Una buena parte de su obra, recuerda los reclamos que le hace Job a su Dios ante las calamidades que le azotan, mas en el caso de Liscano su protesta no se refiere a una situación personal, sino a los males que se ciernen sobre los seres humanos.
Dios es el compañero inseparable del poeta, bien sea para increparlo o para pedirle claridad y sabiduría, precisamente por su ausencia y su silencio. A medida que Liscano adviene a su etapa de madurez, la íntima soledad, que se hace inexorable para todas las personas, lo acerca cada vez más a sus interrogantes.
En una entrevista que concede a Rubén Wisotski le confiesa: “¿Esperanzas? La única esperanza que tengo es la poesía. Yo en ella, y con ella, me abro un espacio. La poesía es la única que me convence como opción. Luego viene el trabajo interior, mi preparación para la muerte y mi meditación sobre el más allá”.
Se siente en sus poemas de los últimos veinte años que la vida ya no lo sorprende. Se instala en él un desencanto de las apariencias y una desconfianza en la posibilidad de que el hombre en su conjunto pueda trascender su propio egoísmo.
La soledad que crea lo desconocido es un estado que raras veces permitimos que aflore. Preferimos distraernos para no pensar en ello por miedo a acercarnos al abismo. Este no es el caso de Liscano, quien siempre bordea los desfiladeros de lo inexplicable. Por momentos él permite que el pensamiento acalle su conceptualización, sus juicios, tal vez por haber cultivado largamente la disciplina de la meditación.
Sus reflexiones están signadas por la angustia que le causa lo que para él representa la prisión del ego, fuente de toda ignorancia y sufrimiento para el ser humano.
Sus escritos también están impregnados de una visión mítica y simbólica del mundo.
En el Espacio Liscano recientemente creado por el diario El Nacional, Arráiz Lucca hace un análisis de la manera de ser de Liscano, de su forma de comprender al hombre y su circunstancia.
Escribe Arrráiz: “Los graves asuntos del espíritu y la trascendencia evocan en el lector la calma, pero no en Liscano. No era el disfrute pacífico de un sabio oriental que encontró finalmente el secreto de la verdad en la meditación o el autocontrol, sino el terrible drama de la laceración de la conciencia y la lucha interna de los opuestos que impide al acceso al origen armónico (…). La irrupción temática de Liscano es de naturaleza obsesiva”.
La presencia del erotismo es muy fuerte en casi todos sus poemas. El establece una distinción entre el deseo sexual y el erotismo. Dice Liscano: “El deseo sexual le es dado a todos los seres vivientes… y su manifestación tiende a cumplirse de la manera más rápida. En cambio, el instinto erótico no le es dado sino al hombre y cuenta con todas las posibilidades de embellecimiento o de destrucción (…)”.
Su preocupación por el deterioro del planeta y la extinción de las especies fue constante. “El hombre es el único animal capaz de matar a sus semejantes en masa. Los tigres no han decidido matar a los leones. Se comen entre sí cuando tienen hambre”. El ser humano decide acabar con todos los grupos que le estorban conforme a su ideología: indígenas, judíos, gitanos (…)”.
Dice Ricardo Gil Otaiza en el Universal: “Liscano intenta erigir una obra signada por el pensamiento sublime, la trascendencia del hombre, los valores de la raza y el develamiento de la ignorancia como certera arma para su extinción. A pesar de su amor por las tradiciones y por las costumbres del hombre común y de la tierra venezolana, Liscano deja un legado cultural y literario disidente, díscolo, que se niega a ser clasificado dentro de categorías preexistentes… leer la ensayística de Liscano es remontar en cada palabra toda una abrupta cima de verdades que lógicamente hostigan el intelecto de muchos y los pone a la defensiva frente a una prosa fluida, descarnada, aguda, hiriente, que no hace concesión posible a la complicidad o a la infamia”.
“(…). Fue Liscano una fuente constante de sabiduría y de templanza que denunció los horrores de una civilización asqueada y de rodillas, frente a una ciencia y a una tecnología mal interpretadas”.
Julio Ortega escribe sobre Liscano: “El tiempo fue su obsesión central, y casi todo lo ha visto en el devenir, hacer y deshacer, de las temporalidades. Primero, las del origen, que desatan al tiempo cronológico con su espectáculo mítico, con sus ciclos de fecundidad, gestación y abundancia. Segundo, las del diálogo erótico, que es una de las formas privilegiadas de exceder el tiempo (…)”.
Patricia Guzmán escribe: “Juan Liscano sigue siendo. Seguirá siendo entre nosotros como San Francisco de Asís ‘en su duración celeste’ (…) vidente del alma (…)”.
Y Antonio López Ortega escribe: “Muere con Juan Liscano buena parte del siglo XX venezolano. Mueren los afanes de una generación (…) muere el deseo civilizador, muere la esgrima de las ideas, muere la visión totalizante de la realidad, muere un concepto de esperanza que no se disminuía ante ningún desafío (…). Muere con Juan Liscano el último de nuestros renacentistas, el sentido de la cultura como centro de las transformaciones sociales (…) muere con Juan Liscano algo de nosotros mismos, algo de la certidumbre con la que recorremos el mundo, algunas de las verdades que nos han guiado, una lectura cabal de nuestros desmanes y logros, una apuesta por el ser más allá de la adversidad (…)”.
Lo cierto es que Liscano nunca permaneció ajeno a los asuntos que conmovían a sus contemporáneos y señalaba con fiereza todo aquello que hacía sufrir a los venezolanos, cuando era por causa de la ignorancia o del egoísmo alguno; “Creo que los poetas de hoy son muy egocentristas. Se han enfrascado en un purismo estético y además sufren de cierto hermetismo. Son bastante indiferentes a lo que se sale de su obra. Precisamente yo he tenido el problema de meterme a opinar de otras cosas fuera de la poesía y ese deseo de amplitud me ha hecho daño”. (Entrevista en julio de 1990).
Mi profunda gratitud a Juan Liscano por haberme honrado con su amistad y por haber sido una voz que no tuvo miedo de expresar sus ideas, aunque estas fueran contra las corrientes de pensamiento de su tiempo, aunque pudiera ser tildado de estar fuera de época o criticado por sus posiciones. Así fue siempre, ataviado de nobleza y luz, así lo tengo presente y espero encontrarlo en el Corazón de Dios: “Mas yo soy hijo del Sol y del Lucero de la Tarde y en mi pecho reposan el león coronado y el toro en llamas”. (Del libro “Recuerdo del Adán caído”). La muerte y la vida son los atavíos de la eternidad.
Carmen Cristina Wolf. Nació en Caracas. Poeta, ensayista, editora y promotora cultural. Actualmente es Directora ejecutiva del Círculo de Escritores de Venezuela.