PUENTES A LA PAZ
Por María Isabel Novillo
“Para evitar ser heridos levantamos muros, Que quien construye muros no logra nada. Que casi todos somos albañiles de muros, Que sería mejor hacer puentes…. Que desde ellos se va a la orilla Y, también, se vuelve….” MARIO BENEDETTI
Quiero comenzar contando para ustedes un recuerdo. Algo pequeño, un detalle sin importancia en una librería de Caracas. Muchos seres del mundo de la cultura y las artes allí reunidos. Entre ellos, a mi lado, el poeta Rafael Cadenas. Cerca, una gran estantería de libros recién editados, novedades editoriales, de diversas disciplinas. Entre ellos uno, grande, llamativo en su portada “La cultura de la violencia” o algo así, muy parecido, que juntaba esas dos palabras “Cultura” y la otra. Me mira, entonces, Cadenas -quien ha dejado siempre en claro que cada palabra debe llevar lo que dice, ser la concordancia entre la cosa y lo nombrado – y, señalando el libro, profiere, con tono de disgusto:
“ ¿Crees que esas dos palabras pueden estar juntas? ¡Que tienen que ver una con la otra! ¡Son lo opuesto una de la otra! ”
Así, quisiera empezar diciendo que no se puede esperar otra cosa de la CULTURA que no sea servir de puente hacia una paz activa y constructiva. Lo contrario, sería barbarie. Los escritores -especialmente los poetas- son arquitectos de palabras. Constructores en varios sentidos: la obra de los ojos, es decir, la que se hace para ser leída por otros, y la del corazón, que es una actitud guíada por cierta calidad de sentimientos y pensamientos. Un alma dando un poderoso flujo de fuerza mental que sostenga un puente de luz y verdad con planos que hablen menos y realicen mayor decreto interior, mayor hecho pequeño cotidiano. Verdadera paz en sus entornos. Vivir en lo pequeño con belleza.
No escribir sobre la Paz, sino encarnarla. Se da el hecho “cultural” de que la mayoría del arte que se compromete con la Paz, lo hace desde la muestra de los hechos de violencia y guerra. El cine, la plástica, mucha literatura está re-energizando el hecho violento al llevarlo ante muchas miradas. Quizá de esta forma, que es denuncia, también se da una retroalimentación de los mismos elementos. “La obra de los ojos ya está hecha, hagamos ahora, la del corazón” según decía Rilke.
Por ello, la emisión de ideas y de pensamientos, llevados al poema, al lienzo, a la pantalla, al hecho creador, cualquiera que este sea, son un poderoso puente de energía mental y emocional para modificar condiciones en el entorno. Se dice siempre, pero sería bueno sentirlo como una verdad: la energía sigue al pensamiento. Sin embargo, la forma en que manejamos nuestra “cultura interior” nuestros hechos íntimos, personales, son los que determinan, en definitiva el mundo que nos rodea, el aire que nos envuelve. Nuestro nivel de obra.
Cito fragmentos de un poema de Rafael Arráiz Lucca, que ejemplifica, el hecho de la toma de consciencia en circunstancias donde quizá otro poeta, otro escritor, otro personaje, dejaría definida una situación de violencia, sin duda con anhelo de ejemplificar el daño del belicismo. Aquí, sin embargo, el texto de Arráiz Lucca libera, verdaderamente , una comprensión de paz a sus lectores. Una toma de parte y de voluntad decisiva, electiva, de quien siendo portador de algo letal, logra –por ejercicio de libre albedrío- ser un instrumento de valentía para no cumplir órdenes dictadas por el error y afianzar la humanidad clemente»
“Pero Gunther sabía que en cualquier momento la orden de despegar sería para él y ya no habría otro horizonte que alzar vuelo y lanzar las bombas. Allí estaba en la sala de espera de los pilotos sin saber cómo ni cuándo sus días grises lo habían encallado en este oficio económico de lanzar una bomba. Veintitrés años tenía y le gustaba remar en el río que pasaba por detrás de las casas de su pueblo. /…/ Sabía que matar no era cosa de niños, pero él mismo había escogido la gloria de ser piloto. Tampoco nadie lo enroló en el ejército. /…/Caminó hacía el bombardero, hizo girar las hélices y se fue a dejar en escombros la ciudad del enemigo. Estamos en guerra, murmuraba, en aquél pájaro mensajero de las peores noticias. /…/ Cuando ya el objetivo era inminente y tan sólo se esperaba de él apretar un botón. /…/ No pudo Gunther oprimirlo /…/ se fue al mar y descargó las bombas sin estropicio. Alzó vuelo y regresó a su base como si hubiera cumplido la faena.”
(Del libro Poemas Ingleses, Las Bombas, de Rafael Arráiz Lucca)
Quizá todo para la humanidad dependa de esas decisiones personales, solitarias y voluntarias. La sagrada importancia de lo pequeño, de las decisiones que quizá nadie, solo el propio corazón, llegue a saber. Pensemos en que por un momento, solo un instante a nivel planetario, en que cada persona, uno, individual, se negara, por principio de humanidad, a ejercer daño sobre cualquier otro ser. ¿Qué pasaría?
Un sólo instante de Paz, ¿a qué daría paso?. ¿Qué muros caerían en esa fracción mínima de tiempo? Porque, ¿Qué es más profundo en los humanos? ¿Su servilismo, su miedo, su incapacidad de ser quien es, de ser sí mismo, de dejar de ser esclavo de las decisiones de otros, o su violencia?
Quizá nuestro nivel evolutivo aún nos impide dar respuestas totalmente nobles a ciertas cosas. Dicen las místicas orientales que en algún momento el ser humano servirá de puente. Que hay un puente. El Puente de Antakarana. Nos concierne el intento. Concebirnos como puentes cambiará nuestros muros. Modificará el objetivo de nuestra fortaleza y de nuestro anhelo de servicio. Como árbol de Luz florecerá la Cultura, esa Dama, y por sus ojos -como por los ojos de Beatrice- según decía el Dante, en la Vida Nueva, fluirá lo único necesario:
“ En los ojos lleva mi Señora a Amor y, por ello, se ilumina todo lo que ella mira”.
Maria Isabel Novillo
Poeta, ensayista, imparte talleres de poesía y mística. Es Directora de Relaciones Internacionales del Círculo de Escritores de Venezuela.