Por Juan Guerrero(*)
Entre La región más transparente, obra escrita en 1958 y Terra Nostra, de 1975, Carlos Fuentes (Ciudad de Panamá, 1928-Ciudad de México, 2012) transita un mundo literario construido a partir de la dislocación del tiempo, por una parte, y por la introducción de una temática urbana donde la recurrencia a la fantasía se entrelaza con la realidad de un presente donde lo urbano se identifica con su ciudad, la urbe de “la mucha gente”.
De toda esa densa e intensa obra narrativa, ensayística, de guiones cinematográficos y de teatro, son estas dos novelas las que muestran y condensan la monumentalidad de este escritor universal, hijo del “boom” latinoamericano, junto con Julio Cortázar, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa.
En La región… se escuchan los últimos tiros de la Revolución mexicana (1910-1917) mientras sus personajes deambulan por la inmensa urbe que es Ciudad de México, en un tiempo que sienten ajeno y que no terminan de comprender. Por sus páginas transitan putas, banqueros, artistas fracasados, todos herederos de una memoria que aparece fragmentada y entre tiempos dispares. Acaso sea este el libro mayor de la literatura mexicana donde aparece el alma del mexicano de siempre y por extensión, se muestra la piel social del latinoamericano, su lenguaje, sus cambios.
Es una obra de tiempo único: presente. A través de él confluyen épocas pasadas y futuras e intermedias. En el reflejo psicológico de alguno de sus personajes, como Ixca Cienfuegos, se aprecia la presencia de una cultura que atraviesa las calles del presente (1951) de una ciudad ruidosa y poco transparente. Camina sobre las huellas que pisaron lo prehispánico. Es una novela experimental, tanto por su tratamiento argumental como por el lenguaje utilizado. De lectura rápida y nerviosa. Ella impone su ritmo a través de un lenguaje sobrio e implacable.
Quizá lo único transparente, por lo mucho trabajado y sobrio, sea el lenguaje. El resto son fragmentos de intensos momentos narrativos, como frescos de pinturas que asoman sus historias como gigantescos murales que no terminan de entender ese mundo llamado “occidental”. Diálogos que señalan un dejo de ironía, de banalidad donde se muestra el esnobismo de una sociedad que vive la ruina del imperio derrotado y una revolución traicionada. He ahí su herejía, su atrevimiento, su irreverencia.
Libro intenso y acaso, lo más sobrio y lúcido de este escritor mexicano. En sus páginas desfila la banalidad de la sociedad mexicana, entre ruidos y sordos cornetazos de vehículos que ahogan el silencio de un monologarse entre sus personajes. Donde el escritor discurre su narración suspendido detrás del gran protagonista: la inmensa e impenetrable ciudad.
Nos atrevemos a afirmar que esta novela de Fuentes inaugura la modernidad narrativa mexicana. Sus posteriores obras, Las buenas consciencias (1959), Aura y La muerte de Artemio Cruz (1962) irán modelando esa narrativa experimental que alcanzará el intento de síntesis, con la publicación, en 1975 de Terra Nostra. Un denso libro que intenta mostrar (-fallidamente) la historia de los mitos de las culturas de esta América y su largo discurrir, entre la España imperial y los rostros de una humanidad que aún no termina de encontrarse.
Libro que por su densidad y extensa narración es extenuante, mientras hace una crónica periodística sobre lo latinoamericano. En sus casi 800 páginas esta novela presenta tres amplios y vastos capítulos: Viejo Mundo, El Mundo Nuevo, y El Otro Mundo. Entre espacios de ficción y metaficción, Fuentes intenta la odisíaca aventura de contar la Historia de España e Hispanoamérica. Su narración abarca desde La Conquista hasta entrado el siglo XX.
Es una novela de difícil lectura y de compleja interpretación. Es una novela que enceguece, aturde y en momentos, cansa y desgasta la memoria. Deslumbra y también agota. Es una novela verdaderamente enciclopédica, laberíntica. Una propuesta para un nuevo y más complejo lector.
Sin ánimo de polemizar, transcribo, del Diario del mayor crítico de la cultura latinoamericana, Ángel Rama, su parecer sobre el Premio Rómulo Gallego, 1977, otorgado a Carlos Fuentes. “9 de octubre de 1977. (…) Gabo (-en referencia al escritor Gabriel García Márquez) explica su participación en el premio Rómulo Gallegos: con Simón Alberto Consalvi habían planeado el premio para Luis Goytisolo (lo que era mejor que la versión última para Terra Nostra) e incluso gestionado la renuncia de Juan Goytisolo como jurado (a través de Carmen Balcells) para facilitar esa solución. Entiende que Adriano [González León] estropeó todo, que la renuncia de Simón Alberto desbarató el plan (más la negativa de Juan a renunciar) y que entonces prefirió no venir y adherir a la resolución mayoritaria a favor de Fuentes: “Yo le podía haber explicado mi voto para Goytisolo, pero de no ser así, prefiero no disgustarme con él”. También Gabo era consciente del aire “mafioso” que cobró el premio con la designación de Carlos Fuentes, y consideraba que un premio a Luis Goytisolo distinguía a un gran escritor y al tiempo era una buena maniobra política en el momento de la “apertura” española.
(*) @camilodeasis