El Universal, 21 de junio de 2007 12:00 AM
Por Ángel Ricardo Gómez
Facundo Cabral no es cantautor, es un profeta. Lo de Facundo Cabral no es un concierto, es comunión. Facundo Cabral practica su propia religión y los feligreses lo siguen.
Conversando una vez con un hombre que vivía feliz en un basurero, Cabral comprendió que era un príncipe, que todos los hombres son príncipes, porque son hijos del rey, de Dios.
Pero el Dios del argentino no está en las iglesias, en figuras de barro con rostros cándidos y miradas perdidas, sino dentro de él y de cada individuo. «El paraíso está en todas partes», dice, por lo cual la única misión del hombre es amar y ser feliz, el resto, no importa.
El argentino habla desde el comienzo hasta el final del encuentro. Recuerda cuando vino a Venezuela en los años 70 y fue invitado al programa de Renny Ottolina. «Gracias». Cuánto significan estas dos sílabas para el artista.
Se pasea por sus orígenes. No puede esconder su pasado pueblerino, de mucha hambre y pobreza, y cómo se ha convertido en un hombre cosmopolita.
En el escenario de la sala Ríos Reyna se ve pequeñito, pero su aura es gigante. Apenas un par de micrófonos, dos retornos, su silla y una pequeña mesa donde reposa una copa de vino tinto, conforman la escenografía. Cabral luce como siempre unos lentes oscuros y viste ropa casual; a diferencia de los 70, unas canas destacan en su cabello y barba, y un bastón apoya su andar acompasado.
Facundo Cabral reflexiona, es libre. Cuenta que conoció a una mujer que iba a todos sus shows y una vez ésta le confesó que no entendía nada de lo que él decía, entonces le preguntó por qué iba siempre a escuchar a un hombre a quien no entendía, y la mujer le respondió: «De vez en cuando me gusta ver a un hombre libre y feliz». Parece que muchos en la sala buscaban lo mismo.
Finalmente toma la guitarra. Cabral canta la primera canción que escuchó cantar a su madre, para luego proclamar con música: «Yo soy hijo del tiempo, no del espacio». Un par de canciones más y retoma el monólogo.
El humor es muy importante en la religión del argentino, y en la del venezolano también. Más reflexiones y pensamientos inundan la escena. La palabra tiene un gran valor para Cabral.
Para terminar toma la guitarra de nuevo. Una canción por aquí, un verso por allá y para finalizar la que se ha convertido en un himno: No soy de aquí.