Presentación de Signos del coloquio. Sala Cabrujas.
Los Palos Grandes. Caracas.
Por Edda Armas.
Blanca la página: trae tu visión abierta. Este verso de Rosa Melo es una especie de plegaria o “frase sagrada” con la que, al repetirla en voz interior, se invoca a la divinidad en apoyo a la meditación. Es un mantra de invocación. Y, comienzo con esta idea mis palabras para Rosa, convencida como estoy, de que Rosa escribe rodeada de tres Musas, con las que ella definitivamente coquetea en su hacer poético. Y es que hay poetas, Rosa una de ellas, que hallan en las divinidades femeninas [esas que presiden las artes y las ciencias e inspiran a los filósofos y a los poetas] la explicación de su arder poético. Me refiero a tres de las nueve musas canónicas, nacidas de nueve noches seguidas de amor entre Zeus y Mnemósine, nietas de Urano (el cielo) y Gea (la tierra). Hablo de Érato, la amable, con su lira en la mano simbolizando los coros de la Lírica; de Polimnia, la que preside los himnos sagrados, quien apoya sus codos en la roca y coloca un dedo sobre la boca para simbolizar el silencio; y de Clío, la que ofrece gloria, se ocupa de la historia, y se representa de pie, sobria, con un rollo de escritura en las manos.
Y así es Rosa Melo, la poeta. Cuando uno la piensa, aparece serena, amable, posada con el codo apoyado sobre la mesa (la roca) en actitud meditativa, invocando. Ella, quien se paseó por los estudios de comercio, las artes del color en la pintura, el arte del drama interpretativo en las tablas del teatro, el arte de dominar el modelaje en la escultura, quien asumió el antiguo arte de la Caligrafía como oficio, quien casó muy joven y construyó una familia de siete hijos y diecisiete nietos, nunca pensó sin embargo, que llegaría a ser poeta. Y acá la tenemos, hoy, bautizando su octavo libro, bajo el enigmático título de Signos del coloquio, en el que reúne 60 poemas, con epígrafes de tres de sus poetas tutelares: el alemán Nietzsche, el Belga Verhesen, y el venezolano Silva Estrada.
Rosa admite ser “captora de poemas”. Lo dice así: “atrapo el poema y el poema surge”. Porque Rosa, tras concentrada invocación, se reencuentra con las palabras en el lugar de la revelación. Ese lugar es la semi-sombra, lecho de hojas caídas de muchos árboles, cuna de estrellas fugaces miradas por ella, fuente bullente de sales minerales, es la casa del desvelo. Pero no cualquier desvelo. Casa de su propio desvelo. De su propia palabra. Por tanto: su casa-alma. Ella ha dicho que “su poesía es casi toda de desvelo” y yo quiero colocar en colores de Neón esa confesión suya, por ser tan reveladora de la esencia de su accionar poético.
El desvelo para Rosa es el momento “de la atención suprema”. Ese estar alerta de los seis sentidos, para olfatear el movimiento de lo que nos angustia, o digamos se desvela, y hacer de su captura el acto del goce supremo. Me plena, dice ella, ese momento, que no es desvelo, sino puro destello de la poesía. En su caso, lo asocia con la noche, porque así le ocurre. Pero advirtiéndonos que “el desvelo es más grande que la noche, pues recibe al día”. Y ese andar desobediente y libertario entre los límites de la luz y la oscuridad, entre el asir algo y soltarlo, es el arte que ella practica como una sacerdotisa que alimentó su alma desde niña, creciendo en la palabra, develando sus misterios y máscaras, andando los silencios que ante muchas preguntas surgían como única respuesta (siendo círculos de fuego) hasta que éstas encontraran su cuerpo de palabra poética. Ella, Rosa, suelta esta exclamación: “El poema surge de noche, creo que por el silencio”. Pero ese silencio, aclara es el silencio de la palabra. Y es que sólo aquel que atento redescubre los silencios es quien halla las palabras que nombre sus pasajes, nombrando así todo hallazgo, toda revelación. Todos sus versos son hijos del desvelo.
Creo que en Rosa el ´pensamiento´ es clave. Esa clave recorre casi toda su obra, inclusive y de manera significativa en los poemas que conforman el poemario Los signos del coloquio, que hoy nos convoca. Y recordemos que literalmente pensamiento es lo que en sánscrito es ´mantra´. Ella lo escribe así:
La soledad / crea con fuerza el pensamiento / lo envuelve en savia /de brotes interiores.
Y de otro poema:
El pensamiento / se abre/ se entrega / ¿y cómo no sonreir / y apresar lo que conmueve?
Rosa Melo, nunca pensó que llegaría a ser poeta. Pero lo es. Lo es desde niña, ella lo llama ser “poeta de origen”. Y ese origen, a mi modo de ver, ancla en el rumor marino de su Porlamar natal, en esa luz particular que tamiza el oleaje en todo paisaje de isla, pero también, y a manera de marca de origen (sello de agua, digamos) en el aprendizaje y cultivo interior de su ´Hálito de Ser´ en sus años de interna en el colegio Madre Rafols donde permaneció hasta los quince años. Ella lo expresó así: “creo que el mismo internado abrió mi sensibilidad y surgió la poesía…allí, escribía mucho, y ya mis compañeras me llamaban poeta”, comenta Rosa en una entrevista a Desirré Depablos. Ella lo esencializa así:
Miro más el azul / porque trae visiones / senderos más antiguos / Imagino / seguras existencias.
O así:
Media madrugada / ojos abiertos / rumor de mar / El oído salta / al Primer Náufrago / a la espuma formada / por el primer grito / ¿Quién y qué nombre / bebió su agua / hasta perderse?
Y en el caso de Rosa Melo, ser poeta de origen, repito, la hacía vivir la poesía, gozarla en cada captura, como ´canto celeste´ para ella misma, para el levantar alas espirituales del alma, pues ya sabemos que su poesía guardó silencio para los otros -por largos años (al parecer 35)- en el interior de una gaveta en su escritorio de madera. Sabemos que fueron sus hijas (hadas traviesas) quienes entregaron los manuscritos de su madre a la poeta Ida Gramcko, mientras Rosa estaba de viaje, y que a su regreso se encontró la revelación de la palabra de Gramcko sobre ella y su poesía, en un artículo que tituló “Una nueva individualidad” en su columna en el diario El Nacional, comprometiéndola con el lector, y aún más con ella misma y la poesía. Así nació “Acírate”, su primer poemario publicado en 1982.
Entonces, hablamos de una Poeta sincera, quien es libre escribiendo su poesía, que vive una exaltación al auscultar el pensamiento, con tres décadas de andares poéticos, recogidos en sus respectivas casas de papel, como lo son sus otros poemarios: Hábito de Ser, La casa adormecida, Tiempo de Horizontes, Donde la ausencia, Desandando insomnios, La Flor de los cerezos, y el que hoy bautizamos: Signos de coloquio; y los aún inéditos: Restos de Polen, Caligrafía de sueños y El Grito que se ignora. Y concordamos con su amiga Blanca González (compañera de vida desde la época del internado) que los títulos que Rosa ha dado a sus poemarios son todos versos significativos en sí mismos.
Hablamos de la Poeta, que también cultiva un Jardín de Orquídeas, en diálogo permanente e ininterrumpido con poetas con quienes alimentó amistad profunda: Alfredo Silva Estrada, Elizabeth Schön, Ida Gramcko, Sonia Sanoja y Fernand Verhesen, y con sus maestros: Juana Sujo, Horacio Peterson, Carlos Prada, y con aquellos que han sido, entre muchas, lecturas predilectas: Rainer Maria Rilke, César Vallejo; por nombrar al menos dos.
Cierro mis palabras con una pregunta balance que intuyo que muchas veces Rosa Melo se formuló: ¿Quién dialoga con el silencio?
El poeta y el místico dialogan con el silencio en busca de la revelación. Ya que el silencio –esa diana invisible– es la trascendencia, Dios. Y Rosa Melo, “con su quietud en las afueras y su hambre interior” al dialogar con el silencio, admite en algunos de sus versos que: Si Dios entrega el sueño oscurece más la noche / El sueño pierde su dominio / El cuerpo cansado duerme / La mente activa sueña / ¿Deja de ser pensamiento? / El sueño es la conciencia ya vivida/ Telón del pensamiento/ Y ¿quién mueve los hilos de la mente que abarca que no encuentra la búsqueda del Ser?
Y le responde Rilke:
-Cada poeta lleva su lenguaje respondiendo a lo infinito de su ser en transparencia.
Y en Rosa, ocurre su ser en transparencia, agrego yo. Por ser Calígrafa de sueños, Noctámbula como Ida Gramcko, de un modo amable como Érato. Por pesar las palabras en el tamiz de organza que anuda el cielo con la tierra. Por su mantenerse atenta al chispazo del pensamiento. Por su agilidad para atrapar lo que éste le dicta en forma de versos –ya cuajados en su interior– y transcribirlos a la blanca página en noches de largo insomnio.
Gracias.
Caracas, 5 de junio de 2010
A continuación, tres poemas del libro Signos del Coloquio, leídos por Rosa Melo el día de la presentación del libro:
Nubes de magia
se aposentan en el alma
Se acumula el silencio
Surtiras palabras
envuelven el momento
Es regalo y lazo maleable
Don de Matices
El alma cofre abierto
escondite que devuelve con creces
lo pensado
recibe los signos del coloquio
Las manos se entregan
& & &
El alma envuelve la razón
Vigila las acciones
Reduce lo que sobra
Alberga hasta el detalle
Ahí está
sólo espera engarzar
Sembrar
No extrae
envuelve lo que llega
amplía al máximo las señales
Da
Alberga
¿Su forma?
acantilado del ser
Cenaculo del sueño
Sortilegio de antorchas
Vaho tibio que reanima
que ampara
que refuerza el estar
& & &
cuando encuentra
una sonrisa
una mirada
un lago en el verano!
Toda suerte de raíces
con profundas primaveras
Toda suerte de otoños
con sus savias retenidas
El invierno no cuenta
cuenta su blancura
tanto recibe el alma
que se hace serena
y resplandece