El compromiso social de Gabriela Mistral y Pablo Neruda

Para comprender el presente, con sus múltiples cursos y recursos, debemos volver la mirada al pasado. Los egipcios aceptaron bien este punto considerando como temas centrales de su arte y arquitectura a la reencarnación, la resurrección, y el viaje del alma por el averno. No en balde, al desmantelar un templo, las piedras que fungían de columnas en la vieja estructura, estaban destinadas a servir como basamentos de la nueva construcción. Los hombres de todas las épocas han sentido una fascinación por los acontecimientos del ayer. Goethe llegó a escribir que: «el arte y la ciencia, como todos los sublimes bienes del espíritu, pertenecen al mundo entero, y sólo pueden prosperar con el libre influjo mutuo de todos los contemporáneos, respetando siempre todo aquello que el pasado nos legó». Por su parte, Ortega y Gasset nos advierte: «Quien quiera ver correctamente la época en que vive debe contemplarla desde lejos. ¿A qué distancia? Es muy sencillo: a la distancia que no permite ya distinguir la nariz de Cleopatra». En literatura, toda obra debe batallar, más tarde o más temprano, con el tiempo. Juan Goytisolo señalaba, con acierto, en un ensayo titulado Contra los mandarines de la tecnociencia (Málaga, 1992), que: «Los textos literarios eran algo así como mensajes de náufragos», misivas embotelladas y arrojadas al mar sin una idea clara acerca de su destinatario. El viaje de la botella es incierto y puede durar años, o incluso décadas, como ha sucedido con piezas geniales del tenor de Cubagüa de Enrique Bernardo Núñez, los poemas de Luis Cernuda, o la novela También los hombres son ciudades de Oswaldo Trejo. Hoy, administrando el beneficio que nos lega la distancia, procuraremos aproximarnos a la vida y obra de dos grandes plumas latinoamericanas: Gabriela Mistral y Pablo Neruda.

Lucila Godoy, mejor conocida como Gabriela Mistral, encarna la lucha de la mujer americana a través de la palabra. En sus poemas, advertimos los sueños y esperanzas de los humildes. Vino al mundo en un pueblo del centro de Chile, Vicuña, en 1889. Hija de doña Petronila Alcayaga, y de don Jerónimo Godoy, creció en un ambiente tranquilo y religioso. Las personas son, en esencia, reflejos de lo que escriben y lo que leen, es decir, de los libros que nutren su pensamiento. Lucila admiraba a Rubén Darío, Tagore, Vargas Vila, y otros, durante aquellos primeros años de la adolescencia. Toda esa formación intelectual, se advierte sutilmente en sus primeros escritos en prosa publicados en un periódico de su pueblo natal. Maestra en un pequeño enclave cerca de La Serena, busca el sentido trascendente de la vida, la propia y la de aquellos niños que la entornan. En 1913, al salir impreso en la revista Elegancias su cuento La defensa de la belleza, se cartea con su director, el gran poeta nicaragüense Rubén Darío. Escribe Lucila: «Yo soy una desconocida, yo maestra, nunca pensé antes en hacer estas cosas que usted, el mago de La niña rosa, me ha tentado y empujado a que haga». Sin duda, en su poesía, tendrá mucho peso aquella única experiencia amorosa con un joven empleado ferroviario de nombre Romelio Ureta, sesgada por el suicidio del amante, en noviembre de 1909. Esta tragedia, nos remite a los párrafos mejor logrados del genio de Baltimore, Edgar Allan Poe, en su obra Eleonora: «Había ella visto que estaba el dedo de la Muerte sobre su seno, y que, como la efímera, no había madurado perfectamente en belleza más que para morir». Así, «de cuando en cuando me arrojaba con precipitación a los pies de Eleonora y le ofrecía jurar ante ella y ante el Cielo que no contraería nunca matrimonio con una hija de la Tierra, que no sería, en modo alguno infiel a su amada memoria ni al recuerdo del ferviente afecto que ella me consagraba». Gabriela Mistral es autora de Desolación (1922), Ternura (1924), Tala (1938), y Lagar (1954). En estos volúmenes, evoca los dolores íntimos, le canta a la naturaleza salvaje como lo haría el maestro del impresionismo Paul Gauguin con los pinceles, al tiempo que describe el trabajo, las desgracias y miserias de los campesinos, junto a la maternidad frustrada y el universo de los sueños infantiles. Tras desarrollar una intensa actividad consular, y recibir, en 1945, el Premio Nobel de Literatura, la Hija Predilecta de América, fallece en los Estados Unidos en enero de 1957.

Otro escritor chileno, Neptalí Reyes Basoalto, abordaría con exquisita elegancia el tema erótico en ritmos alejandrinos y endecasílabos. Veinte poemas de amor y una canción desesperada es, sin duda, un texto que denota madurez poética: «Emerge tu recuerdo de la noche en que estoy,/ el río anuda al mar su lamento obstinado/ abandonado como los muelles en el alba./ Es la hora de partir, ¡oh abandonado!» El desarrollo de una dilatada actividad diplomática, le permite a Pablo Neruda relacionarse con los componentes de la llamada Generación del 27, entre quienes se hallaban: Federico García Lorca, Rafael Alberti, Jorge Guillén, y el pintor surrealista Salvador Dalí. Su postura rebelde y combativa, opuesta a la de Juan Ramón Jiménez, se evidencia en un manifiesto publicado en la revista Caballo Verde para la Poesía. Militó en el partido comunista, recibiendo, en 1949, el premio Stalin. Autor de numerosos volúmenes, entre los que se cuentan: El canto de amor a Stalingrado, Canto general, Odas elementales, Navegaciones y regresos, Cien sonetos de amor, Plenos poderes, y Arte de pájaros, le fue concedido, en 1971, el Premio Nobel de Literatura. Para Neruda: «la poesía se aprende paso a paso, entre las cosas y los seres, integrándolos a todos en una ciega extensión del amor». Desde su residencia de Isla Negra, ante ese mar inmenso reflejo del poder de la conciencia, advertimos acaso el mundo personal de un poeta que le cantó a la libertad, a las piedras, a sus amores y fantasmas. Sin duda, un creador universal que trascendió su propio tiempo y espacio. Calzan aquí acaso las palabras de John L. Stephens: «La casa en ruinas yacía ante nosotros como un barco naufragado en alta mar que hubiera perdido sus mástiles, cuyo nombre hubiera desaparecido, cuya tripulación hubiera muerto, y nadie supiera decirnos de dónde procedía, ni cuánto tiempo había navegado, ni cuál había sido la causa del naufragio».

* Forma parte de un libro inédito que será publicado por el Círculo de Escritores de Venezuela

2 comentarios

  1. Apoyo las sabias palabras de Gabriela Mistral cuando se refiere a que «somos reflejo de lo que escribimos y proyectamos lo que hemos leído». Somos simplemente el resultado de muchos libros leídos en nuestras vidas a través del tiempo, porque cada uno de nosotros mísmos somos un «gran libro» quizás no todos tenemos conciencia de leernos o de interpretar los capítulos de nuestras vidas, pero en fin.. de eso se trata el arte del buén vivir.
    Cada experiencia, cada vivencia está llena de cargas afectivas, emocionales y aprendizajes invaluables.
    Sandra Cubillos Kassandra
    http://www.sandracubillos.net

  2. Aquí sigo dando mis primeros pasos en el arte de escribir…

    «La caminata más larga comienza con el primer paso»

    Escribo porque quiero a través de mi experiencia, mis dolores y alegrías mostrarle al mundo cómo vivir en Venezuela en tiempo de crísis y no morir en el intento.
    «LA BÚSQUEDA TERMINA CUANDO LA APERTURA DE LA CONCIENCIA COMIENZA» VENEZUELA NECESITAMOS QUE SONRIAS! Sandra Cubillos.
    Sandra Cubillos Kassandra.

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