Del silencio a la sinfonía: la vida late con fuerza en la red

Por Raquel Markus – Finckler / @escritora.creativa

En un encuentro de líderes, creadores y pensadores que tuvo lugar en Río de Janeiro, pude defender ante un aforo internacional la pausa, la contemplación y el silencio como actos revolucionarios que posibilitan la creatividad y la creación como respuesta a la distracción y la anestesia emocional. Esta es la crónica de una conferencia que se volvió experiencia colectiva.

Hay encuentros que no caben en una agenda. Son esos espacios donde algo despierta sin pedir permiso, donde la memoria se asoma y donde la identidad se reconoce en el otro con una naturalidad casi antigua. La tercera edición del Jewish Leadership Network (JLN) —un foro internacional que reúne a líderes, educadores, creadores y pensadores del pueblo judío— fue precisamente eso: un territorio donde el futuro se ensaya en tiempo presente y el futuro se construye con visión colectiva.

Durante cuatro días, frente a la playa de Copacabana, más de cien personas de tres continentes conversaron sobre los grandes temas de nuestro tiempo: la tensión entre tradición e innovación, el liderazgo que acepta su vulnerabilidad, la salud mental colectiva e individual, vulnerabilidad y sensibilidad, del networking como herramienta fundamental para crear oportunidades de crecimiento y fortalecer los emprendimientos, y del desafío de mantener viva la cultura y la conexión en un mundo que, a veces, nos resulta demasiado acelerado, distraído, anestesiado y amnésico.

Fui invitada a ese espacio como Keynote Speaker para una sesión dedicada a educación, tecnología, arte y colaboración. Mi presentación, de media hora, llevaba un título que era también una tesis personal: “Del silencio a la sinfonía: un viaje por la mente creativa” y fue moderada por mi nuevo y joven amigo Nicolas Levi, presidente de la escuela Beth School de Buenos Aires.

Y quiero detenerme aquí, porque esa charla es el núcleo de lo que deseo compartir. Le ofrecí a mi audiencia la posibilidad de realizar un recorrido que nació, precisamente, en un espacio de silencio y contemplación.

Hablé de Platón, de su cueva y de esa realidad que solo intuimos entre sombras, y propuse que nosotros hoy estamos encadenados a luces y sombras más brillantes y engañosas: las de las pantallas, las notificaciones y el flujo constante de contenido intrascendente que nos roba el tiempo para crear. Solo educando la mente y el alma es posible salir de la cueva, aunque ese proceso resulte doloroso y, al principio, la luz pueda cegarnos.

Hablé de George Orwell y del Gran Hermano, para recordar que la vigilancia —externa o autoimpuesta— es enemiga de la libertad interior, esa de la que nace el pensamiento original. Lo que sucede ahora no es una invasión de nuestra privacidad: es una invitación a robarnos nuestra privacidad. Si Orwell siguiera vivo nos diría que 1984 era una metáfora, no un manual.

Hablé de Jonathan Livingston, la gaviota de Richard Bach, y de su vuelo insurrecto. Nos preguntamos cuántas veces nosotros dejamos de volar alto y lejos, por miedo a la crítica o a abandonar la seguridad de nuestras cuevas. Pasamos la vida anestesiados y distraídos, viendo pasar reflejos, pantallas y rutinas, olvidando que también podemos volar por pasión, por juego, por alegría, por propósito.

Hablé de Albert Einstein sentado en su escritorio, imaginando un rayo de luz, y de Steve Jobs conectando puntos mirando hacia atrás. Ejemplos de cómo la creatividad no es un don mágico, sino el resultado de permitir que la mente vague y una piezas aparentemente desconectadas. Son dos movimientos de una misma danza: el silencio que observa y el pensamiento que vaga. Es el laboratorio secreto de la creatividad, donde la lógica se relaja y el azar se vuelve maestro.

El hilo conductor era claro: nuestras sociedades han confundido exposición con verdad, visibilidad con libertad y silencio con vacío. Hemos renunciado a la calma interna para entregarnos a estímulos inmediatos. Cambiamos el ser por el estar, el existir por la apariencia. Adoramos el envoltorio y desechamos el contenido. Renunciamos a lo que somos para publicar lo que no somos.

Por eso insistí, apoyándome en lo que la neurociencia nos ha regalado, en tres ideas fundamentales: Las ideas no nacen del ruido, sino de la pausa. El insight es hijo de la calma. La creatividad surge cuando se deja vagar la mente y se unen piezas distantes.

La filosofía, la poesía y el arte no son ornamentos de nuestra civilización. Son mapas potentes de la mente y el alma humana que nos enseñan cómo pensamos, cómo nos inspiramos y cómo nos conectamos para construir, justamente, sinfonías a partir del silencio.

¿Y qué ocurrió después de la charla? Que la teoría se volvió experiencia. El verdadero poder del encuentro no estuvo solo en los paneles, sino en las conversaciones al borde del mar, en los bailes que unieron cuerpos, en las miradas que decían más que cualquier PowerPoint.

Allí, entre líderes, pensadores y artistas de diversas generaciones y países, sentí algo profundo: escucharlos, conversar y reconocernos mutuamente fue un gesto silencioso de pertenencia. Una confirmación íntima de que formo parte de una constelación amplia que piensa, crea y construye no por deber, sino con responsabilidad, compromiso y una búsqueda genuina de verdad y belleza.

Y eso ocurrió en Río. No solo en los salones, sino en cada conversación a la orilla del mar, en los rituales compartidos al caer el sol, en la música que nos hizo sentir vivos y unidos, en las mesas donde el alimento fue también la palabra, en el café compartido y, sobre todo, en las miradas que tejieron un entendimiento más profundo que cualquier discurso.

Allí comprendí, en la piel, que volver a co-construir comunidad no es un lema institucional. Es una urgencia espiritual. Es entender que la tradición no es un museo, la identidad no es una consigna y el futuro no depende de un comité: depende de cada uno de nosotros, de que podamos enfrentar con coraje el reto de pensar, crear y colaborar, sin miedo a las sombras que intentan distraernos.

Por eso, al regresar, escribí y compartí una canción sobre este encuentro. Porque la poesía y el arte son formas válidas y valiosas de construir memoria. La comunidad no es una noción abstracta; es un pulso vivo que se reconoce al tocar al otro, una fuerza que nos permite mantenernos conectados, fuertes y unidos a través del tiempo y la distancia.

Regresé con una certeza tangible: la vida late con fuerza en la red invisible que nos sostiene. Una red que une generaciones, geografías y experiencias. Una red donde cada uno es, a la vez, raíz y rama, chispa y llama, bosque y raíces entrelazadas.

Si algo puede transformar estos tiempos de vértigo y ruido que nos rodean es, justamente, la posibilidad colectiva de volver al silencio. Para escuchar nuestras propias almas. Para permitir que las ideas nazcan. Y para recordar, siempre, la lección más hermosa y necesaria: que ninguna sinfonía se toca en soledad.

Hasta la próxima, Río. Me dejaste con sed en el alma, ahora necesito más: de recibir más, de entregar más, de conectar más y de seguir construyendo, hombro con hombro, ese futuro hermoso e inmenso que merecemos —un futuro que se teje cuando, a pesar de todo, seguimos creyendo, nos mantenemos de pie y aprendemos, por fin, a existir unidos. Después de todo: la vida late con fuerza en la red.

 

Raquel Markus – Finckler

Periodista . Escritora . Poeta . Editora

@escritora.creativa

 

Editora: Carmen Cristina Wolf @carmencristinawolf

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