La edad del fuego sereno
Por Farah Cisneros
Hacerse viejo es una conquista.
No un accidente del tiempo, no un descuido de los años, sino un privilegio, un rito, un fuego que no se apaga: se transforma.
A cierta altura de la vida, cuando el cuerpo empieza a murmurar sus quejas, cuando los nombres se nos escapan como mariposas veloces, cuando el calendario ya no impresiona, algo profundo se enciende en lo invisible.
Una lucidez nueva. Una fidelidad hacia lo esencial. Una paz que antes no sabíamos nombrar.
Porque no se trata solo de sumar años, sino de habitar el tiempo. De volverlo carne, conciencia, plenitud.
Y para eso hace falta coraje.
Coraje para despedir lo que ya no vuelve.
Coraje para sostener el espejo sin disfraz.
Coraje para abrazar el presente sin resentimiento, sin melancolía, sin esa nostalgia que a veces nos roba el ahora.
La vejez no es un ocaso. Es otro tipo de luz.
No más tibia, sino más íntima.
No menos intensa, sino más sabia.
No menos viva, sino más libre.
Ahora los días ya no se desgastan en la urgencia, sino que se cultivan.
Se amasa el tiempo como un pan sagrado: con manos lentas, con hambre verdadera.
Y se agradece —¡cómo se agradece!— lo que antes se daba por hecho: una mañana sin dolor, una charla larga, el sol en la cara, la risa que brota sin explicaciones.
Ya no se corre detrás de nada.
Porque lo que importa, ya está.
Y lo que aún no llegó, tampoco apura.
Porque hacerse viejo también es aprender a esperar con amor.
Es saber que hay frutos que solo maduran en la estación justa.
La vejez, si se la habita con dignidad, es una maestra generosa.
Nos enseña a soltar sin perder.
A recordar sin anclarse.
A amar sin condición.
A vivir con menos, pero sentirlo todo más.
Y el legado, ese misterio que tantos persiguen, no está en lo que dejamos, sino en cómo nos quedamos en quienes amamos.
Un gesto, una frase, una mirada limpia, pueden marcar una vida más que cualquier herencia.
El verdadero legado es una forma de estar.
Es la paz que sembramos, la alegría que sostenemos, la libertad que irradiamos.
Hacerse viejo es, quizás, el mayor acto de presencia.
Porque todo lo vivido se condensa en un solo punto: este instante.
Y quien lo honra, quien lo mira con ojos despiertos, con gratitud ardiente,
quien lo vive sin miedo ni negación, es ya eterno.
Farah Cisneros. Nació en Caracas. Escritora, pinealista y mentora.
Facilitadora en Procesos de Cambio y Transformación Personal
Master Coach Neuro-Linguistic Programming PNL
Certified Heal Your Life Teacher Philosophy Louise Hay
Fundadora y Directora de EGP. Escuela de Gerencia y Pensadores
Autora del libro ¡Haz lo que te dé la gana!
Produce, coordina y desarrolla el Programa de Entrenamiento y Desarrollo Integral
Personalizado-PEDIP de EGP. Escuela de Gerencia y Pensadores
Directora de Relaciones Institucionales del Círculo de Escritores de Venezuela.
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