Jerónimo Alayón

Por Jerónimo Alayón

A menudo, nos enfrentamos a un silencio disonante: la apatía del mundo ante nuestra exigencia de un sentido profundo y trascendente. La conciencia de dicho absurdo genera angustia y una sensación de pérdida de significado que amenaza con paralizarnos. Sin embargo, en medio de este abismo existencial, la escritura literaria emerge no solo como un ejercicio estético, sino como un acto fundamental de rebeldía. Desde sus orígenes, la literatura ha sido un vehículo para explorar y resistir las complejidades de la existencia.

Ante el vacío existencial que surge de la confrontación con una realidad carente de significado, el sigilo pretextual se alza como respuesta… esa conciencia sutil de que somos apenas un hilo en el vasto tapiz de la condición humana y, sin embargo, tan imprescindibles como para que dicho tapiz pierda la armonía de su conjunto si dejásemos de estar. Es precisamente en ese abismo locuaz —abierto entre el anhelo humano de sentido y el silencio indiferente del mundo— donde la escritura encuentra su más profunda justificación.

Se trata de una experiencia universal y, a la vez, mordazmente íntima. Quizás la palabra griega que mejor la define sea ???????? (eremosis, ‘desolación’), y supone el tránsito previo de la ?????? (eremía, ‘desierto’). Frente a la caída de los grandes relatos que alguna vez otorgaron sentido a la existencia humana, la creación literaria se convierte en un refugio —uno de tantos—, un esfuerzo por forjar un orden propio que afirme la dignidad de la libertad y la conciencia ante un mundo que parece negarlas. Revisemos algunos hitos literarios que ilustran esta rebelión, desde el nihilismo hasta el surgimiento del absurdismo.

En Crimen y castigo y Los hermanos Karamazov, Dostoievski exploró el nihilismo y la crisis espiritual que anunciaban el vacío existencial que se avecinaba. Raskólnikov y los Karamazov son el signo de la lucha con la idea de que «si Dios no existe, todo está permitido» (frase proferida por Iván Karamazov). Para Dostoievski, la escritura es una vía para explorar las consecuencias de la pérdida de la fe y los valores morales, indagando no solo en los efectos devastadores del nihilismo, sino también en la posibilidad de redención a través del sufrimiento, el amor y la fe.

La escritura dostoievskiana no es solo denuncia del sinsentido, sino la búsqueda de un nuevo fundamento para la existencia. El acto de escribir se convierte en un acto de fe, un anhelo de hallar en las profundidades de sus personajes una luz capaz de iluminar las inquietudes más abyectas de la condición humana. Su rebelión es la del profeta que, ante la inminencia del abismo, utiliza la palabra para forzar una confrontación con las últimas cuestiones de la vida y la muerte.

Kafka, por su parte, anticipó en El proceso y en El castillo la sensibilidad absurda de la que hablarían más tarde los existencialistas. Josef K., acusado de un crimen que ignora, y el agrimensor K., que lucha en vano por obtener el reconocimiento del castillo, se enfrentan a una burocracia irracional, opaca y aplastante. A diferencia de Dostoievski, Kafka no ofrece alternativas: su obra nos sumerge en la angustia, la imposibilidad y la confusión.

Aunque su escritura parece limitarse a denunciar el vacío existencial, en realidad es un intento de dominarlo. Al darle forma precisa, la burocracia deviene en metáfora de una existencia regida por leyes incomprensibles. Lejos de evadir el sinsentido, Kafka lo confronta, lo esquematiza y lo muestra en toda la extensión de su horror. Su obra es un acto testimonial, una negativa a aceptar pasivamente la alienación y la falta de sentido. La rebelión kafkiana es la del testigo que, a través de su relato, se niega a permitir que el absurdo se normalice o permanezca en el anonimato.

En su ensayo El mito de Sísifo —obra liminar del absurdismo—, Albert Camus define el absurdo como el desencuentro entre el anhelo de sentido del ser humano y el silencio irracional del mundo. Frente a ello, descarta el suicidio (físico o filosófico, es decir, la renuncia a la vida o a la razón) como alternativa. Las únicas vías para otorgar significado al vacío existencial son la rebelión, la libertad y la pasión, la «confrontación perpetua del hombre con su propia oscuridad».

El escritor con conciencia del absurdo — al igual que Sísifo— encuentra su propósito en el esfuerzo mismo de crear. Cada palabra, cada personaje y cada trama son un empuje de la roca hacia la cima. Aunque la obra terminada no altere la naturaleza indiferente del mundo, el acto de escribir — como voluntad creativa que impone orden sobre el caos— es una victoria en sí misma. Es la afirmación de que, pese a la ausencia de un sentido último, el ser humano puede forjar significados provisionales pero vitales. La rebelión de Camus es la del creador que halla la libertad en el propio acto de la creación.

En La náusea, Jean-Paul Sartre ofrece una perspectiva complementaria. Su protagonista, Antoine Roquentin, experimenta un asco permanente por una realidad que percibe como viscosa y superflua, carente de significado. Sin embargo, vislumbra finalmente una vía de escape al escuchar una pieza de jazz y reconocer en ella un tipo de orden: intuye la posibilidad de crear una novela que posea una esencia y supere el caos de la existencia.

Desde la perspectiva sartreana, la escritura es un proyecto a través del cual la libertad se afirma. Siendo la vida una «pasión inútil», el arte le permite trascender esa inutilidad dejando una marca esencial en un mundo vacío de significado y lleno de contingencias absurdas. La rebelión sartreana es también la del creador, pero uno que busca impregnar el mundo con la esencia que él mismo ha forjado.

El pensamiento de Camus y Sartre derivó en el teatro del absurdo, quizás la expresión literaria más cohesionada de esta rebelión. En Esperando a Godot, de Samuel Beckett, Vladimir y Estragón esperan indefinidamente a Godot, símbolo de un sentido trascendente que nunca llega. Mientras tanto, tienen lugar diálogos inconexos y juegos absurdos.

A primera vista, Beckett parece limitarse a mostrar la futilidad de la comunicación y la espera. Sin embargo, la obra revela una capa más profunda: el acto mismo de esperar juntos y de hablar para llenar el silencio constituye una forma de resistencia. La rebelión beckettiana no busca construir un nuevo orden, sino exponer la vacuidad de tal manera que obliga al espectador a confrontar su propia búsqueda de sentido.

En definitiva, la escritura literaria se erige como un acto de rebeldía fundamental y profundamente humano ante el absurdo. No se trata de una rebelión que pretenda aniquilarlo, sino convivir con él en un estado de tensión creativa que abra un espacio para la reflexión sobre la condición humana. Ya sea a través de la búsqueda de nuevos fundamentos en Dostoievski, el testimonio lúcido de la alienación en Kafka, la creación de sentidos en Camus y Sartre o la descarnada exposición del sinsentido en Becket, la literatura afirma la primacía de la conciencia y la libertad.

En el acto de nombrar, describir y dar forma a la angustia, el escritor se niega a ser reducido a un objeto más en un mundo indiferente. La pluma se convierte, por así decirlo, en un instrumento con el cual el autor cincela su propio rostro en la roca informe de la existencia, un acto de desafío que, en su aparente futilidad, constituye la más alta expresión de su dignidad.

De este modo, la obra literaria perdura como un faro, un recordatorio de que, incluso en la noche más oscura del sentido, la voluntad de crear es, en sí misma, una forma de luz y una razón para continuar.


Fuente: El Nacional

© Jerónimo Alayón y El Nacionalhttps://bit.ly/3KcYCYv

CITA CHICAGO:
Alayón, Jerónimo. «La escritura como rebeldía ante el absurdo». El Nacional. 13 de junio de 2025. https://is.gd/YqPKB4

CITA APA:
Alayón, J. (2025, 13 de junio). La escritura como rebeldía ante el absurdo. El Nacionalhttps://is.gd/YqPKB4

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