LENGUAJE Y PENSAMIENTO: UNA VIEJA CUESTIÓN, POR JERÓNIMO ALAYÓN

Jerónimo Alayón

Jerónimo Alayón

Lenguaje y pensamiento, una vieja cuestión

Jerónimo Alayón

Desde Platón nos hemos planteado la cuestión de la relación entre pensamiento y lenguaje. Para aquel, el lenguaje era un vínculo entre la lengua y la cognición, puesto que las palabras eran signos de las ideas y estas, signos de las cosas. En la alegoría de La caverna, el filósofo de la Academia nos muestra el pensamiento como conformador del lenguaje. Solo quien ha ascendido al mundo inteligible, al conocimiento de las ideas y las formas, reveladas por la luz verdadera de la razón (regida por la idea de bien), puede regresar al mundo sensible para convencer a sus oprimidos habitantes de su falsa ideación, a riesgo de ser asesinado.

En dicha alegoría, por cierto, hay algo interesante. El filósofo, que en su ascenso al conocimiento ha pasado cerca de la hoguera y se ha percatado de que las sombras en la pared de la caverna no son la realidad, sino la sombra de esta, ha descubierto el error y ahora anhela hallar la verdad. Sin que explícitamente lo haya demarcado, Platón ha significado dos grados en el ascenso al conocimiento: de la doxa (‘opinión’) a la episteme (‘ciencia’), con su consecuente descenso al mundo sensible para dar testimonio de las ideas, todo lo cual nos lleva al desarrollo de la noción de afato en Ramón Llull a principios del s. XIV.

Tomando como punto de partida el pensamiento platónico, y a grandes rasgos, podemos definir tres corrientes filosóficas en la relación lenguaje-pensamiento: 1) tradición platónica, en la que el lenguaje, asimilado al pensamiento, es una facultad para conocer la realidad y expresar lo conocido; 2) tradición aristotélica, según la cual el lenguaje, asimilado a la expresión, es un sistema de signos; y 3) tradición saussureana, que planteando el lenguaje emancipado del pensamiento y la expresión, lo asume en cuanto que facultad de crear sistemas de signos.

Como se echará de ver, la concepción platónico-aristotélica dominó el pensamiento occidental en torno del lenguaje desde el siglo IV a. C. hasta mediados del siglo XIX, cuando Wilhelm von Humboldt planteara el lenguaje en tanto que vínculo entre el individuo y la sociedad, abriendo así el camino, de una parte, hacia la tradición saussureana y, de la otra, hacia la concepción moderna del lenguaje en cuanto que creador de realidades y modelador del pensamiento. Dicha evolución marcó el paso del filósofo lingüista al lingüista filósofo, que en Humboldt fue asumido en el marco de un proyecto lingüístico-antropológico.

Alcanzamos así la segunda mitad del siglo XX en la que podemos identificar, entre tantos lingüistas y sus propuestas, dos corrientes esenciales: una que considera el carácter modelador del lenguaje sobre el pensamiento y otra que asume el lenguaje como un síntoma de influencia social.

En la primera corriente destaca la hipótesis whorfiana, propuesta primero por Edward Sapir y más tarde por su discípulo Benjamin Whorf, ambos lingüistas estadounidenses, si bien la teoría no fue presentada hasta 1954 (13 años después de la muerte de Whorf) por otro discípulo de Sapir, Harry Hoijer.

La hipótesis whorfiana tiene dos vertientes. Una dura, conocida como determinismo lingüístico, según la cual el lenguaje y el pensamiento —si bien son independientes entre sí— son estructuras sincrónicas y, por consiguiente, la lengua condiciona el pensamiento y las categorías lingüísticas de aquella modelan las categorías cognitivas de este.

En otras palabras, la versión radical de dicha concepción asume que el sistema lingüístico (signos + estructuras gramaticales + reglas funcionales) que emplea determinada comunidad lingüística no solo moldea su forma de pensar, sino que condiciona sus modus intelligendi (maneras de comprender la realidad), para emplear un término caro a la escuela modista. Por cierto, lo mismo que esta, la hipótesis dura de Sapir-Whorf tiene el mérito de volver a apuntar hacia una gramática universal como la que poco después desarrollaría la escuela transformacional y generativa.

Por otra parte, la hipótesis whorfiana laxa, conocida como relativismo lingüístico, parte del principio de que lenguaje y pensamiento son estructuras asíncronas, de manera tal que el lenguaje antecede al pensamiento. En este sentido, tanto la lengua como sus categorías lingüísticas solo modificarían el pensamiento y, por extensión, la voluntad. Se asume, por consiguiente, que el lenguaje es un poderoso inductor de procesos culturales. En síntesis, la postura whorfiana de que el lenguaje modela el pensamiento abrió las puertas para que en el último cuarto de siglo se asumiera el lenguaje como el gran síntoma de la influencia social.

En este sentido, dos hitos fundamentales fueron, de una parte, la gramática generativa de Noam Chomsky y su planteamiento de la teoría lingüística de la competencia (1975) y, de la otra, la noción de campo social de Pierre Bourdieu (1991).

El paso de la competencia a la actuación lingüísticas supone, en términos chomskianos, la actualización de un conjunto de reglas inconscientes en otro conjunto de reglas gramaticales y sociales que establecen, correlativamente, tanto la gramaticalidad como la aceptabilidad del enunciado. En otras palabras, si bien Chomsky no plantea un determinismo lingüístico, la innata predisposición a adquirir el lenguaje a partir de una gramática universal implica que el lenguaje responde a una estructura subyacente común, grabada en nuestro cerebro desde el nacimiento.

Por su parte, Bourdieu plantea una suerte de determinismo social al establecer la noción de campo social, esto es, un espacio colectivo (llamado por el habitus) en el que el sujeto es condicionado por la sociedad. Dicho condicionamiento se refleja en su lenguaje, de modo que este se constituye en síntoma de aquel. Finalmente —y respondiendo a la tesis del relativismo lingüístico—, tal lenguaje sintomático termina afectando el pensamiento y la voluntad del individuo, reiniciándose el ciclo.

Es una pena que Bourdieu haya insistido —con cierta miopía filosófica— en una perspectiva marxista y antineoliberal tratando de expandir el conflicto de clases al del capital cultural y la violencia simbólica. Su concepción del campo social en cuanto que gran modelador del lenguaje —y este, a su vez, como potente escultor del pensamiento— no solo aplica a la lucha de clases, sino que merecía mayor amplitud, pues permite medir cómo sociedades enteras, durante décadas, dejan evidencia en su lenguaje de una recia esclavitud ideológica y, peor aún, de la palabra al servicio del adoctrinamiento… Un lenguaje que moldea un pensamiento lisiado.

Hay grupos humanos que consumen bienes materiales y otros a los que se obliga a consumir supuestos bienes ideológicos. ¿Cuál es la diferencia si, al cabo, unos y otros ofrecen en su discurso los mismos síntomas de dominación social? ¿Qué más da ser esclavo de una superestructura económica o ideológica si en el fondo se trata de un mismo tipo de sumisión?

 

@JeronimoAlayon

CITA CHICAGO:
Alayón, Jerónimo. «Lenguaje y pensamiento, una vieja cuestión». El Nacional. 31 de enero de 2025. https://v.gd/Rwdflg

Fuente: Alayón, J. (2025, 31 de enero). Lenguaje y pensamiento, una vieja cuestión. El Nacionalhttps://v.gd/Rwdflg

Editora de la web: Carmen Cristina Wolf @carmencristinawolf en Instagram @literaturayvida en X (antes Twitter)

Comparte esto:

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *