LOS RECUERDOS SON LA MELODÍA DEL ALMA

                                                                                       Foto: Carmen Cristina Wolf, archivo personal

Los recuerdos son la melodía del alma

Vivir consiste en construir futuros recuerdos

Ernesto Sábato

En unos días concluiremos el año, y es propio de estas fechas recordar lo que hemos hecho durante aquel, incluso antes. San Agustín, en el libro XI de las Confesiones, decía que pasado y futuro no existen más que como intuiciones actuales de las cosas pasadas y futuras, de modo, pues, que al primero llegamos por vía de la memoria y al segundo por medio de la expectación. Me gusta esta definición del tiempo porque pone el acento en el presentismo heraclíteo de los recuerdos, de manera tal que no hay dos remembranzas idénticas de un mismo acontecimiento, puesto que aquellas ocurrirían en presentes diferentes.

Los revuerdos son la melodía del ayer, que quizás termine siendo deformada por la imaginación productiva.Los recuerdos son la melodía del alma. Como notas en una partitura, conforman la base melódica de nuestra evocación. Así pues, el pasado tendrá la melodía, ritmo y armonía que cada cual decida. Hoy estamos construyendo las remembranzas que mañana evocaremos. ¿Lo entendemos a cabalidad? Me lo pregunto porque con frecuencia observo a mucha gente desatenta a su presente. Vivir distraída y superficialmente es condenar la memoria a una intuición pobre

Es más frecuente de lo deseable encontrarse a personas atrapadas en los calabozos del pasado y del futuro. Con sobrada razón Víctor Hugo hallaba los recuerdos y el remordimiento parientes entre sí. Yo diría que la progenie de aquellos alcanza incluso al dolor y el odio. Hay para quien el pasado es una pesada elegía. Por otra parte, la normal futurición de la condición humana hace de esta presa fácil de los futuribles. No son pocos los que viven (y mueren) atormentados por lo que pueda suceder. Para estos, el futuro es un acorde oscuro. En ambos casos, el cuello del presente descansa bajo la hoja de una guillotina impredecible.

Lo que soy hoy lo he construido ayer. En eso gasté los preciados dones de la razón, la voluntad y la pasión. Solo yo soy responsable de ello. Si la música que soy al recordar no me gusta, ya no puedo hacer nada al respecto, salvo asumirlo y comenzar a trabajar en los futuros recuerdos. Hay algo en lo que poco reparamos, y volvemos a san Agustín: el tiempo solo existe en el alma, que es donde reside la conciencia de su paso, pero ¿cómo sentimos pasar el tiempo? Cuando el presente deja de serlo y nos percatamos de que un acontecimiento tuvo lugar hace horas o días, entendemos que apenas podemos presentificarlo por medio de la memoria.

¿Somos conscientes de que hoy estamos orquestando una parte primordial del mañana? Nosotros, que vivimos aturdidos por el futuro, paradójicamente despreciamos la tesitura de la voz con la que el presente entonará posteriormente, bajo la forma de recuerdos, lo que hoy descuidadamente hemos sido. Si nuestra preocupación por el futuro fuese mínimamente decente y honesta, honraríamos cada instante presente.

Quizás porque soy poeta me preocupe la concepción estética de toda creación. Por tanto, hay que pensar el presente como una obra de arte, hecha de recuerdos y expectativas, ciertamente, pero sobre todo de una mirada sublimatoria del mundo y sus circunstancias, puesto que la mayoría de estas son absurdas. O hallamos la belleza de la humanidad en medio del absurdo de la vida o sucumbiremos a este. Nada, sin embargo, será posible sin un corazón generoso, sin otorgar a los demás la importancia que se merecen por estar en nuestras vidas.

He conocido a personas que parecieran estar bajo riesgo de ser tapiadas por su pasado. La memoria tiene un componente moral ineludible: todo recuerdo pasa por el escrutinio de la conciencia, y cuando en esta pesa el absurdo más de lo soportable, sobreviene la amargura. Perdonar y perdonarse suelen ser buenos remedios, pero no suficientes. En estos casos, la decisión de actuar sobre cada presente para humanizarlo es esencial si deseamos sobreponernos a la ausencia de sentido que empeñosamente causan la modernidad líquida y su racionalidad procesal, de la que forma parte, entre otras taras, la de la prisa.

Llenar el presente de humanidad es impregnarlo de razón (que incluye la imaginación trascendental del idealismo alemán), voluntad, memoria y pasión, pero especialmente de amor. En este punto pareciera que hemos perdido seriedad estropeando el discurso filosófico con cursilerías, pero somos la única especie capaz de amar conscientemente y de preguntarse por ello. Vale la pena hacerse preguntas sobre el amor… no para responderlas, sino para conseguir cada vez mejores interrogantes, pues estas son el indicio de una racionalidad centrada en la existencia.

Vivimos aturdidos por decenas de demandas simultáneas, y corremos el riesgo de creer que atenderlas todas de manera expedita es vivir en el presente, pero no, no hay presente sin conciencia del uso de nuestra libertad, sin capacidad de elegir, lo cual implica también estar conscientes de nuestra responsabilidad. Mucho me temo que cada vez somos menos libres para decidir. Claro, eso nos tranquiliza porque supone evadir la angustia del dilema. La racionalidad procesal establece que todo viene dado por un protocolo, un formato, una directriz, y ante ello solo nos resta obedecer de modo acomodaticio.

Vivir con conciencia existencialista implica saber que no podemos eludir la angustia de decidir, que la moral acomodaticia apenas es una trampa que se convertirá más tarde en un recuerdo cacofónico —hay que temer las disonancias ontológicas—. Elegir no solo compromete la propia libertad, sino que involucra al otro. Cada elección humana es, en profundidad, una opción preferencial por alguien, incluso cuando no lo parezca.

Si hay un modo de superar el absurdo vital, me parece, es desde lo que he llamado existencialismo líquido, la conciencia de que somos evanescencia entre dos vacíos, el prodigio de una continua generación de existencia entre dos inexistencias (pasado y futuro). Ahora bien, en el seno de ese chispazo existencial se halla latente un pulso tanático, pues inexorablemente moriremos y, sin embargo, tenemos la potestad de elegir darle un sentido a esa —en apariencia— absurda finitud: ser un recuerdo productivo, una memoria generatriz de amor que diga a quienes nos sigan que una buena razón de ser (logos) de la existencia está en hacer del presente una obra de arte, gastarse el tiempo amando concreta y presencialmente a los que elegimos tener en nuestra vida.

Diciembre 2024

@JeronimoAlayon

 

CITA CHICAGO:
Alayón, Jerónimo. «Los recuerdos son la melodía del alma». El Nacional. 27 de diciembre de 2024. https://tny.im/RyoVb

 

CITA APA:
Alayón, J. (2024, 27 de diciembre). Los recuerdos son la melodía del alma. El Nacional. https://tny.im/RyoVb

Jerónimo Alayón

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