A UNA ROSA CENTENARIA
Canto de amor filial
Por Carlos Alarico Gómez
Un dieciséis de abril nació una rosa
linda, sutil y llena de alegría,
una princesa que colmó de amor
el hogar de Carlos y María.
La niña creció feliz en su jardín de rosas,
con su muñeca de trapo y de papel,
y en el afán de cultivar mimosas
cada mañana regaba su vergel.
Su padre le escribía poesías,
que llenaban su mente de ilusión,
forjando hermosas fantasías
en su bello mundo de ficción.
Le contó una vez que fue en Canaima
donde el dios Amalivaca la vida concibió,
así surgió la tierra del Roraima
y junto al Imataca el macizo despuntó.
Rosita era feliz en su Guayana
hasta que un día se oscureció su amanecer
no la arrullaba ya su padre en las mañanas,
lo que hizo su voz enmudecer.
El Yuruari detuvo su carrera
su dolor en la Gran Sabana resonó,
mas un ángel acudió a su lado
y la reflexión su entorno iluminó.
En ese afán se encontraba ensimismada
cuando de pronto apareció el amor,
era un joven que venía de tierra extraña
y delicado le contagió su ardor.
Ese ignoto virus embriagó su mente
motivaba su tierno corazón,
viajó con él a su privado ensueño
y muy pronto se convirtió en pasión.
Era entonces una linda damisela
cuando sucumbió al embrujo seductor
del joven Rubén que venció su casta estela
y con varonil tesón ganó su amor.
A Rosita no la atemorizó el peligro
su afecto en fervor se convirtió,
y llegó el día que en su regazo tuvo
a su primer hijo, al que llamó Almanzor.
Fue la madre más feliz de la comarca,
su primer retoño la hizo enternecer,
la linda niña del jardín de rosas
era ahora una mujer.
Rosita logró tenerlo todo:
la prole, la esperanza y el amor;
y para corresponder al hombre de sus sueños
año tras año le regaló una flor.
Ahora su realidad eran sus niños,
fueron flores que le dieron madurez,
y con el tiempo solo recordó a Guayana
con su muñeca de trapo y de papel.
Mas a Rosa no le alcanzó su tiempo
para ver a sus hijos despuntar.
Su misión la terminó en Caracas,
donde un ángel la vino a buscar.
Fue muy triste el día de su partida
dejó tras sí su espacio terrenal,
a su familia la marcó una herida
con un dolor inmenso y abismal.
Rosa descansa hoy en camposanto
hace un siglo que inició su trajinar
a mil kilómetros está su Tumeremo,
de donde se tuvo que marchar.
Se fue Rosita, la feliz muchacha,
la que en su niñez forjó un dulce vergel
quien con su risa cristalina y pura
prodigó su alegría por doquier.
Hoy está junto a Carlos y María,
la compañera de viaje de Rubén,
al lado de varios de sus hijos
que con ella están en el edén.
Y aquí termino de contar la vida
de quien pequeño me hizo comprender
la importancia de vivir queriendo
y de adquirir la dicha de aprender.
Poema escrito en endecasílabos al estilo clásico
Carlos Alarico Gómez. Destacado escritor venezolano. Magister en Historia y profesor, con una amplia obra publicada. Sus libros se encuentran en Amazon.
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