ARTHUR SCHOPENHAUER, EL CAMINO DE LA VOLUNTAD
Por Ernesto Marrero Ramírez
La vida se presenta como una continua estafa, tanto en lo pequeño como en lo grande. Si ha prometido algo, no lo mantiene y, de hacerlo, es para mostrarnos cuan poco deseable era lo deseado… Lo que se ha dado era para quitarlo. La magia de la distancia nos muestra paraísos que desaparecen cual ilusiones ópticas en cuanto nos acercamos. Schopenhauer
En lo más profundo de los pensamientos habita la experiencia del dolor del mundo y, en especial, la del ser humano, en quien ocupa un lugar predominante el sufrimiento que emerge de la inexorabilidad de la muerte, de la temporalidad en este mundo finito. Tener conciencia sobre dicha experiencia, inevitable y azarosa, y saber que un reloj metafísico, de manera regresiva, cuenta la ineludible partida de este mundo, revela la fragilidad de la existencia, un enigma que para muchos pensadores es preciso descifrar.
Por años, los filósofos no han dejado de preguntarse cuál es el sentido de esta vida cargada de angustias y pesares que al final será cercenada por la inevitable muerte. El pensador alemán Arthur Schopenhauer fue uno de ellos, y estableció su pensamiento filosófico cimentado sobre las bases del dolor, el deseo y el hastío que, a su vez, van a girar sobre un eje central llamado voluntad. Para él, la filosofía misma estaba cimentada en la muerte, así lo explicó en su libro inmortal El mundo como voluntad y representación: “La muerte es el auténtico genio inspirador o el musageta de la filosofía y por eso esta fue definida por Sócrates como «preparación para la muerte». Difícilmente se filosofaría sin la muerte.”
Schopenhauer, nace en la ciudad de Danzig el 22 de febrero de 1788, un año anterior a que se iniciara el estallido de la Revolución francesa. Fue hijo de un rico comerciante, Heinrich Flores Schopenhauer, que se trasladó con su familia a Hamburgo cuando Danzig cayó en manos de los prusianos en 1793. Su madre, Johanna Henriette Trosiener, fue una escritora que llegó a gozar de cierta fama y conformó un importante salón literario que le daría la ocasión a Schopenhauer de entrar en contacto con personalidades como el famoso escritor y pensador Johann Wolfgang von Goethe y Christoph Martin Wieland.
Su padre esperaba que él siguiera sus pasos y que llegara a convertirse en un comerciante exitoso, y por eso lo envió de viaje por Europa por dos años, en 1803. Así se traslada con su familia hasta Holanda y luego a Inglaterra, donde queda bajo la custodia de un religioso inglés, por seis meses, con la intención de que aprendiera su idioma. Posteriormente viajaría a Francia, Suiza y también por las ciudades de Viena, Dresde, Berlín y Danzig.
Es importante resaltar que cuando Shopenhauer pasó por Francia visitó la prisión de Toulon, donde pudo observar aproximadamente a 6.000 presos sentenciados en las galeras, además de presenciar la ejecución de varios reclusos. Esta experiencia le ocasionó un gran impacto al percibir el sufrimiento humano y la fragilidad de la vida. En su diario expresa, con mucho dolor, cómo podía ver al verdugo colocar la soga al cuello de los sentenciados, mientras que ellos rezaban y pedían clemencia. No cabe duda que estas impresiones psicológicas van a dar pie al fundamento de su filosofía, al percibir como el dolor y la maldad van a ser parte de la vida. Ya de joven se quedaba perplejo ante la ligerezas y distracciones a que se avocaba el ser humano en este mundo, a pesar de estar rodeado de tanto sufrimiento e injusticias. Llegó a decir que «Allí donde empieza la indiferencia, acaban la filosofía honrada y la moral viva».
Cuando Schopenhauer retorna a Hamburgo procede a cumplir con su promesa de avocarse al comercio, pero su padre aparece muerto en el canal al que daban los almacenes de la parte posterior de su casa, todo parecía indicar que fue suicidio, pero esto nunca se reconoció públicamente para no manchar el estatus de la familia. No obstante, en su interioridad, Schopenhauer siempre culparía a su madre de esta nefasta consecuencia, y esto haría que al ser adulto nunca mantuviera buenas relaciones con ella, además del choque de caracteres entre ambos: Schopenhauer era introvertido, misántropo y hosco, en cambio Johanna era extrovertida, alegre y jovial.
Debido a este incidente, su madre lo libera del compromiso adquirido con su padre y, en este sentido, se inclinaría por los estudios superiores, que la fortuna dejada por su progenitor le permitiría disfrutarlos, sin ninguna preocupación económica . En 1809 ingresó en la Universidad de Gotinga a estudiar medicina, pero, después de estudiar con Gottlob Ernst Schulze, que lo inicia en los estudios de Platón y Kant, terminó por comprender que la carrera que le apasionaba realmente era la filosofía. En 1811 se trasladó a Berlín, donde estudió durante dos años, siguiendo los cursos de Fichte y Friedrich Schleiermacher; la decepción que ambos le causaron fue motivo de un momentáneo distanciamiento de la filosofía y un interés por la filología clásica.
Cuando se realizaron los combates de los nacionalistas contra las tropas napoleónicas, Arthur Schopenhauer decide abandonar Berlín y se dirige a Weimar, a salvo de las complicaciones de una guerra que lo mantenía indiferente. Aprovecha este tiempo para preparar su tesis doctoral titulada La cuádruple raíz del principio de razón suficiente, que le valió el título de doctor por la Universidad de Jena y que fue publicada en 1813. Se relacionó estrechamente con Goethe y fue influido por el orientalista alemán Friedrich Majer en el estudio de la filosofía hindú, del brahmanismo y del budismo, corrientes que influyeron profundamente en el desarrollo de su pensamiento filosófico, que posteriormente lo vinculará con el pensamiento de Platón y Kant para conformar su sistema filosófico. Al profundizar en este pensamiento escribe la primera versión de su obra magistral: El mundo como voluntad y representación (Die Welt als Wille und Vorstellung), que publica en el año 1819.
El filósofo confiaba en un reconocimiento inmediato de la importancia de su obra magistral, pero ésta no suscitó demasiada atención, aunque sí le ayudó a obtener en 1820, la condición de docente en la Universidad de Berlín. Allí trató en vano de competir con Hegel, quien se hallaba en la cúspide de su popularidad, para lo que anunció sus cursos a la misma hora que los de aquél, al que consideró abiertamente como su adversario e irreconciliable enemigo. Pero no tuvo éxito, fueron muy pocos alumnos los que asistieron a sus clases. En 1825, después de un nuevo viaje a Italia y un año de enfermedad en Munich, renunció a la carrera universitaria, para dedicarse a sus estudios filosóficos y darle mayor profundidad a su obra central: El mundo como voluntad y representación, de la cual aparece su segunda edición en 1844 que se enriquece con un segundo volumen de Complementos, quedando así muy aumentada.
Cabe destacar que Schopenhauer considera que su filosofía se basa en una dolorosa realidad, que expresa en palabras fuertes y secas, sin rodeos. Así percibe la vida, colmada de calamidades y tragedias que desembocan, irremediablemente, en el hastío y en el sufrimiento. Por eso critica con dureza y, en muchos casos despectivamente, a los que tratan de mostrar un optimismo superficial de la realidad. Es una filosofía que, a pesar de estar redactada con una pluma clara y sin rebusques semánticos, suele ser directa, amarga y en muchos casos desconsoladora. Por estos motivos es considerado por muchos críticos como un filósofo pesimista.
Hay que resaltar que este pensador tiende un importante puente entre la filosofía occidental y el pensamiento oriental, del cual apenas se estaban haciendo las primeras traducciones en su tiempo. De este mundo extrae la concepción del velo de Maya de los Vedas, y el concepto de Unidad absoluta con lo que argumenta el llamado “Principio de individuación”. El Samsara, el Nirvana y la relación entre el deseo y el sufrimiento le van a servir para el desarrollo de su concepto de voluntad metafísica, complementado, claro está, con los estudios de filosofía occidental, en los que va a manejar el idealismo platónico y lo referente al noúmeno y el fenómeno, de Immanuel Kant, del que siempre se va a sentir su discípulo más grande; tanto así, que en sus Manuscritos Berlineses llegará a decir: “Mi mayor gloria tendrá lugar cuando alguna vez se diga de mí que he resuelto el enigma planteado por Kant”. Este comentario es referido al descubrimiento de que la cosa en sí o noúmeno es la misma voluntad.
Su obra va a girar básicamente en torno a una voluntad metafísica que todo lo crea y todo lo destruye, principio y fin de la creación y que, al encarnarse como ser humano, se transforma en un querer sin fin, en un deseo que se convierte en una sed insaciable. Si este deseo es satisfecho se transformará en hastío que generará, a su vez, un nuevo deseo. Si por el contrario el deseo es cercenado, causará dolor.
En su libro: El mundo como voluntad y representación, Schopenhauer realiza esta definición de dicha voluntad metafísica: “en la fuerza que incita y vegeta en la planta, en la fuerza que hace cristalizar el cristal, en la que orienta hacia el polo norte una aguja imantada, en aquella cuya descarga eléctrica brota del contacto de metales heterogéneos, en aquella que por afinidades electivas de ciertos materiales parece separar y reunir cual fobia o filia e incluso, por último, en la gravedad que se aplica tan impetuosamente en toda materia, atrayendo la piedra hacia la tierra y la tierra hacia el sol; todo esto se tiene por diferente sólo en la esencia íntima, como aquello que le es conocido de inmediato mejor y con mayor familiaridad que cualquier otra cosa, eso que, allí donde sobresale más claramente, se llama voluntad”.
Esta voluntad shopenhaueriana, encarnada en la naturaleza humana, se individualiza, y termina por convertirse en un anhelo insaciable que hace que los hombres corran perennemente impulsados, en forma inconsciente, para satisfacer sus ansias y peticiones. Dicha ilusión de individualidad solo puede ser superada cuando la voluntad es negada (noluntad) y el ser humano entiende que forma parte de un todo universal o de una unidad total.
Para Schopenhauer, la voluntad es única, total e indivisible. Sin embargo, al objetivarse como conjunto de fenómenos en este mundo ilusorio de las representaciones, que corresponde al plano terrenal, se manifiesta multiplicada, fragmentada en innumerables partes. De aquí se desprende el principio de individuación, el cual nos dice que, a través de las formas de interpretación del entendimiento humano, básicamente del espacio y el tiempo, la voluntad homogénea, única, se concreta en la pluralidad de lo existente.
Como sucede con la cosa en sí kantiana, para la voluntad no existen categorías de pasado y de futuro, el tiempo únicamente se expresa en el mundo de las representaciones; es decir, que ella se manifiesta como un constante fluir atemporal. También se halla liberada de la forma, a la que únicamente ingresa cuando quiere manifestarse en el mundo material. Esta se convierte así en el fundamento de todo lo existente.
En la columna de su pensamiento filosófico, Schopenhauer explica que la vida oscila en un movimiento pendular entre el dolor y el hastío. Con cada deseo satisfecho brota la figura del tedio y entonces emerge un nuevo deseo, pero si este no es saciado viene el inevitable sufrimiento, es como estar entre Escila y Caribdis, dos temibles monstruos mitológicos que habitaban en un estrecho marino. Evitar las afiladas fauces del primero significaba ser tragado por el segundo. En ese ciclo interminable se sumergen las personas de este mundo, y forman así una especie de círculo vicioso del cual es muy difícil escapar. Al respecto comenta nuestro filósofo: “El deseo supone dolor, conforme a su naturaleza; el logro alumbra de inmediato a la saciedad. El objetivo era solo aparente; la posesión aniquila el estímulo. El deseo se presenta bajo una nueva forma y reaparece la necesidad; y cuando no ocurre así, hace acto de presencia la tristeza, el vacío y el aburrimiento, contra los que la lucha resulta tan penosa como contra la necesidad”.
Para Schopenhauer solamente hay tres posibles maneras de escapar de este ciclo interminable de sufrimiento: la primera es a través del suicidio, pero este es un acto ficticio ya que con esta decisión el suicida lo que quiere es escapar del sufrimiento que le produce esta vida, pero no de la voluntad y su deseo insaciable, que es la causa originaria de dicho dolor. Por tal motivo, la naturaleza simplemente continuará colocando otros individuos en el puesto de este para continuar su tarea. La segunda forma es a través de la contemplación de la obra de arte como acto desinteresado y en especial de la música, pero este acto es temporal, ya que solamente distrae por un instante y luego se vuelve a caer en el mismo estado. Y la tercera forma de romper con esta ilusión es negando la voluntad (noluntad), mediante el trabajo que lleva a cabo el asceta o místico, que logra penetrar en las profundidades de su mente y despertar del ensueño que produce este mundo ilusorio; en sí, aniquilar a la voluntad de vivir y lograr así la disolución del falso yo.
En sus últimos años, nuestro filósofo vivió una existencia recluida, que desde 1831 transcurrió en Frankfurt, adonde se trasladó huyendo del cólera que ese mismo año llevó a la tumba a Hegel. Schopenhauer murió como consecuencia de un paro cardiorrespiratorio el 21 de septiembre de 1860, a los 72 años en la ciudad de Frankfurt, su ama de llaves lo encontró reclinado en el sofá con un gesto apacible. Seguramente feliz por despertar del profundo sueño con el que la vida dolorosa envuelve a los seres vivientes durante su existencia.
La originalidad y el carácter anticipativo del pensamiento schopenhaueriano dejó su fuerte e insoslayable impronta en autores de la talla de Richard Wagner, Philipp Mainländer, Sigmund Freud, León Tolstói, Henri Bergson, Nietzsche, Thomas Mann, Hans Vaihinger, Eduard von Hartmann, Carl Gustav Jung, Otto Weininger, Otto Rank, Erwin Schrödinger, Ludwig Wittgenstein, Albert Caraco, Marcel Proust, Pío Baroja, August Strindberg, Émile Cioran, Samuel Beckett, Albert Einstein,? Miguel de Unamuno, Julian del Casal, Luis Enrique Marmol y Jorge Luis Borges,? entre otros.
Vale la pena resaltar que Schopenhauer fue muy bien recibido entre los físicos, especialmente por Einstein, Schrödinger, Wolfgang Pauli? y Majorana. Einstein describió los pensamientos de Schopenhauer como un «consuelo continuo» y lo llamó un genio. Konrad Wachsmann recordó que él constantemente se sentaba con uno de los volúmenes de Schopenhauer, ya gastados por el uso, y mientras estaba sentado allí se sentía tan complacido, como si estuviera comprometido con un trabajo alegre y sereno.
Una de las mayores ventajas de leer a Schopenhauer es su clara prosa. Al respecto, él comentaba que un filósofo auténtico debe buscar sobre todo claridad y precisión. Algo seguramente heredado de su madre Johanna Henriette Trosinier, quien fue novelista y llegó a entablar relaciones en el mundo de la literatura con destacados personajes intelectuales de la época. A pesar de que en la historia de la filosofía se suele encontrar a pensadores muy complicados de leer, en el caso de Schopenhauer se hallan líneas muy amenas que permiten atrapar al lector hasta la última frase. Fue Nietzsche quien llegó a decir en su obra Schopenhauer como educador, lo siguiente: “Pertenezco a los lectores de Schopenhauer que desde que han leído las primeras de sus páginas saben con seguridad que leerán todas las páginas y atenderán todas las palabras que hayan podido emanar de él”. En una entrevista publicada por Die Welt el 25 de marzo del año 1975, Borges comentó: “Para mí hay un escritor alemán al que prefiero a todos los demás: Schopenhauer. […] De hecho, aprendí alemán […] fundamental y específicamente para poder leer a Schopenhauer en su propia lengua”. En su biografía, Wagner reconoce que el libro de Schopenhauer El mundo como voluntad y representación le transmitió el estado de ánimo para escribir la ópera Tristán e Isolda, y en tono de agradecimiento se refiere a él: “Últimamente me he dedicado exclusivamente a un hombre que ha llegado como un regalo del cielo a mi soledad. Es Arthur Schopenhauer, el mayor filósofo desde Kant”.
Entre las obras que publicó en vida, nos dejó: La cuádruple raíz del principio de razón suficiente, El mundo como voluntad y representación, Sobre la visión y los colores, Sobre la voluntad en la naturaleza, Los dos problemas fundamentales de la ética y Parerga y paralipomena. Y entre las obras inéditas se encuentran: Manuscritos Berlineses, Dialéctica erística, Escritos inéditos de juventud y El arte de ser feliz o Eudemonología.
A pesar del mal genio y de los escritos secos y a veces dolorosos que siempre acompañaron a Schopenhauer, no se pueden negar los valiosos aportes que este pensador realizó a la historia de la filosofía.
El filósofo de Danzig logró vincular, con maestría, el pensamiento oriental y el occidental, al combinar las esencias del brahmanismo, de los vedas y del budismo con las ideas de Kant y Platón; pero además sustentó sus planteamientos con el apoyo del helenismo: estoicos, cínicos, epicúreos y escépticos. Podemos encontrar también su libro: El mundo como voluntad y representación nutrido con citas sobre el cristianismo y una sección llamada Epifilosfía, donde presenta sus semejanzas y diferencias con el filósofo Baruch Spinoza. En sí, se puede considerar su obra como un testimonio directo de reconciliación entre ambos pensamientos, lo cual demuestra que es posible generar un espacio abierto para el diálogo y la interdisciplinaridad, en el que se replantee el filosofar de un modo más íntegro y universal. Esta consideración intercultural es importante en la medida en que las personas puedan reunirse a pensar como seres humanos que conviven en un mismo planeta, aunque puedan estar marcados por profundas diferencias históricas, religiosas y culturales.
Se le puede considerar como uno de los forjadores de las bases del existencialismo. La angustia y la tensión que se producen al tener conciencia de que se nace para morir, que la vida es un sueño del cual hay que despertar, que el sufrimiento está casado con la vida y que es imposible vivir sin sufrir, son algunos de los aspectos que más adelante van a sustentar el corpus del existencialismo, que cimentarían los filósofos Kierkegaard y Sartre.
Antes de Schopenhauer, la filosofía concebía al mundo desde una perspectiva racional; todo lo que sucedía en el entorno del ser humano se percibía con un énfasis en la ontología, la antropología, la epistemología y en la lógica. Pero él generó un cambio significativo en la perspectiva filosófica que la orientó hacia la interioridad del hombre, hacia el lado oculto, hacia lo no racional, inconsciente, por medio de su propuesta de la voluntad, además de sus sugerencias sobre el mundo onírico. En definitiva, a él le debemos su formulación sobre una metafísica de lo inconsciente, que posteriormente Freud y Jung le darían forma.
Con Arthur Schopenhauer se descubrió un significado profundo del dolor, que va más allá de la comprensión cotidiana, un dolor positivo, que puede brindar una experiencia transformadora, un hecho que despierte en aquel que lo padece un sentido particular de la realidad, una oportunidad de contemplar eso que se mantenía velado y yacía en el horizonte como algo oculto y difícil de alcanzar. Con la pacificación del salvaje deseo, emerge, de un modo espontáneo, una forma de conocimiento que logra percibir la unidad en el entorno, entender que todos formamos parte de un mismo todo, disolver las garras del ego y abrazar la inquebrantable paz.
Aunque por muchos años su obra no fue valorada como es debido, en la actualidad, este filósofo ha tomado mucha fuerza y es estudiado cada día más en las diferentes universidades del mundo.
Ernesto Marrero Ramírez, escritor venezolano, profesor universitario, Magister en Filosofía, Miembro de la Sociedad Venezolana de Filosofía y del Círculo de Escritores de Venezuela. Investigador y articulista con una extensa obra publicada. Su último libro es «El tiempo y su legado», 2022.
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