Celebramos el nuevo libro de Wilfredo Carrizales, «Símil de bisagra», publicado por la Editorial Letralia, y con este motivo le ofrecemos a los lectores poemas de sus libros anteriores «A merced del umbral» y «Textos de las estaciones.
Wilfredo Carrizales, (Cagua, Aragua, Venezuela) es un destacado escritor, sinólogo, traductor, cronista. Es fotógrafo, artista visual, conferencista. Estudió la historia de China y el idioma chino clásico y moderno.
SEIS POEMAS DE “MERCED DE UMBRAL”
(Colección Poesía Venezolana. Contemporáneos. Editorial el perro y la rana; Caracas, 2016)
V
Una manta, un cuenco roto, una sola oración.
Rendido al conocimiento del tono profundo del devenir el peregrino apalea las nubes y exaspera su materialidad.
Al confundir cena con ración u otra merienda, ordena el tiempo y presenta la inconfundible reclusión de su alma.
De rango en rango el ejemplo de la torpeza propaga la cera de los vitrales.
IX
La eufonía conlleva el rigor y la marca entusiasta de los labios en su hartazgo. Raramente se pronuncia una vaguedad que no contenga la capacidad de suplir los sonidos.
La garganta o la sugestión o la oreja. En la confluencia de las cuerdas el agrado se hace precario.
A falta de una indicación para los dichos, buenos serán unos versículos al alcance de la mano.
XVI
En papel de calco arreglo los momentos transitorios. Las hembras están de parto y se aproximan las mociones. Se levantan concordancias a una hora que se traga la medianoche. Todo ocurre; la sed deja su condado.
Una edad densa cava cerca un pozo. Círculos de urgencia acuden a los mercados. Leen los manuales y no toman decisiones. La práctica clínica se pierde entre las jeringas.
Adyacente a los quejidos un intrincado rumor denota la justeza de la despedida. Saltando algunos grados el diagnóstico se pone en cuarentena y recula hasta un rincón.
XXV
En la yema floral me siento a gusto. Me descubro próspero, polen de noticia fresca, recuperado. Gozo del paisaje hollado por pies descalzos. El júbilo sube hasta la desembocadura de las nubes.
Me complace saber que las magnolias bajaron sus cabezas ante los hombres de mandil. ¡Cuánta disposición de ánimo que conducirá a un insólito jardín!
Trabajo duro y no acepto palabras mordaces. Paso revista a las diferentes enfermedades de la corola. Me alivia el fugaz vuelo del colibrí debido a que con él acaba el flamante reino del desparpajo.
XL
Un cerrojo o una aldabilla, de lejos, aseguran las hojas a sus troncos. Muy diferente es el candado que, por su apego al solsticio, va en busca de matorrales.
En un apuro las llaves examinan las imágenes en un espejo de bronce y si notan aspectos turbios, cierran todas las portezuelas. Con trucos no se las convence; ni con amagos.
Los cerrajeros sacan sus lengüetas y escupen cuatro maldiciones. Ellos llevan resortes en las clavículas para resolver los destinos. Desencadenan tormentas frente a las enormes puertas. Echan las anillas al viento y engavetan las falsías.
XLVI
Brotan los ojos tras las lágrimas. No tienen ocasión de reflexionar. Quedan mojados el testamento, las viejas facturas, las olvidadas cartas… No es necesaria la enumeración.
Con milagrosa habilidad se agolpan máscaras en la pared. Se mofan del destino. Frente a ellas lo gigante se torna enano. La armonía de la languidez chorrea.
Las luces de las ganancias injustas iluminan los contornos de una pintura sobriamente acabada. Pesca y caza de los brillos.
Al aproximarse la noche los trastos de los botines quedan diseminados en las calzadas y los perros los olfatean y huyen.
SEIS POEMAS DE “TEXTOS DE LAS ESTACIONES”
(Editorial “La Lagartija Erudita”; Beijing, China. Mayo, 2016)
I
Me sumerjo en el fluido de verano de las hojas de bambú y siento en el paladar la textura de los tallos al doblarse, el rumor de la brisa y el movimiento de las raíces que avanzan bajo el agua para encontrarse consigo mismas.
Desde el “Pabellón de la Grulla Amarilla” en Wuhan contemplo al Yangtse y decido unir mi destino a los nudos de esa planta gramínea. A partir de aquí, ¿qué puede pasar que no sea el alborozo de la propagación constante?
IV
Puedo afirmar que me gustó estar en breve labor de subida con el estío de Qingdao. (Tal vez hubo un temor a una repentina bajada y quedar a perpetuidad atrapado entre las corrientes frías del Mar Amarillo y sus especies).
Mis pies se encargaron del recorrido correcto hacia las fronteras que el paisaje y la mente proponían. No aconteció prisa ninguna y el efecto de las colinas movidas por las nubes tuvo su repercusión al interior de los sueños.
Los pinos trastabillaron un poco, pero esto redundó en la contemplación de un inusitado fenómeno.
VII
El invierno no se disimuló en la antigua ciudad de Pingyao y desembocó en una situación de nieve y de soledad en las estrechas calles.
A la vuelta de cualquier esquina te atrapaba el olor de las comidas. El estómago bullía y fluía por donde estaba su azar. ¿Acaso no fue el primero en alcanzar una conclusión?
Un arrebato de imágenes del pasado hizo en la memoria un salto portentoso. Olvidados iconos regresaron para exponerse a la permanencia de los cambios. Los ancianos y los niños asumieron sus variantes en las callejuelas andadas y recurrieron o echaron mano a fórmulas mágicas que preservaran la grandeza de los patios.
Sólo un comerciante decidió marcharse y montó en su cortejo fúnebre.
XV
Encontré, en el arquetipo del azul, a la muchacha que entonaba vernales baladas. Juntos, pero solitarios, nos tornamos sentimentales y más y más creció nuestra pugnacidad por aprehendernos.
Naufragaron por nosotros los ríos de las nocturnidades y si no se enmendaron fue a causa de pérdidas en las corrientes.
La muchacha, oriunda de las planicies mongolas, se acostó desnuda sobre las mantas que el cielo había depositado en la extensión verdeada de ondas. Me mostró sus nalgas esplendorosas y yo le hablé del serrallo de Kublai Khan. Luego, me aposenté en ella con mi caravana de camellos de tela. Su llamada de apellido me supo a reino y a kumis que se adormila.
¡Desde hacía centurias la luna no giraba con tal vértigo por aquellos contornos y ya se la echaba de menos!
XIX
Hice míos aquellos rincones del “Monasterio del Caballo Blanco” que nadie visitaba. Las palomas salvajes (entrevistas en muchos sueños) organizaban sus zureos en las copas de los pinos, a despecho del incienso de los budistas.
Maitreya se apareció con su hinchazón de arroz y en su pensamiento los otoños adquirieron formas de otros cuerpos, leonados o de displicentes dragones.
Junto a las plegarias y a las rogativas de los creyentes el mediodía se enfebrecía y yo intuí una salpicadura de ocio en la máscara de un dios protector.
Lloviznaba desde los cometas y la isla se amparaba bajo sus ramajes y sus leyendas. Una bandada de palomas quiso volar y el general del cielo se lo impidió. Se elevó un pedazo de periódico y la noticia se leyó en medio de las nubes. En la distancia, un punto negro tremolaba, impávido.
La “Pagoda del Este” tuvo miedo de la ventolera. (Ya su cabeza había caído en otra historia lejana). Una paloma le aportó tranquilidad posada en su árbol inmediato. Su impoluta presencia hablaba de un sagrario en todos los nichos y de velas encendidas en las noches de los naufragios.
Wilfredo Carrizales, (Cagua, Aragua, Venezuela) es un destacado escritor, sinólogo, traductor, cronista. Es fotógrafo, artista visual, conferencista. Estudió la historia de China y el idioma chino clásico y moderno.