Rosario Anzola
Cádiz, 10 de octubre de 2020
Hace un tiempo, participé en el Taller de Cuentos de Heberto Gamero. Fue una interesante experiencia, primero por Heberto, quien ha logrado desarrollar una excelente metodología para ejercitarse en la difícil aventura de escribir un buen cuento y segundo, porque compartir con los demás participantes permite establecer un contraste entre las diferentes visiones y perspectivas personales, algo que nos enriquece muchísimo.
Heberto nos propuso escribir un cuento para llevarlo al taller. Me fui a casa buscando el tema para mi narración. Al llegar, mi hermana -con quien compartía apartamento- me advirtió que tuviera cuidado en los buses de la zona pues a varias personas le habían robado sus monederos. Me contó entonces lo sucedido esa tarde a una conocida. Pensé entonces: “¡Bingo! Ese será mi cuento para el Taller.” Al día siguiente me senté en mi escritorio y de un tirón lo escribí.
Esa semana había quedado con tres amigas en encontrarnos para almorzar en el centro de Madrid. Luego de comer, cada una siguió su camino. Yo debía tomar dos trenes de metro. En el segundo andén abrí la cartera para buscar una menta y ¡Oh, sorpresa! ¡Me habían robado el monedero!
Me resultó increíble. Unas horas antes había escrito el robo de un monedero y ahora yo estaba viviendo algo similar. ¿Azar concurrente? ¿Casualidad? No lo sé, pero este es el primer cuento:
EL MONEDERO
El bus está abarrotado como siempre a esta hora. Los abrigos, las bufandas y el cansancio hacen más pesada la temprana oscuridad. Una mujer sube, lleva a una niña de la mano. La mujer empuja un carrito del mercado y aprieta un bolso contra su costado. No hay donde sentarse. Los olores que flotan en el bus son como tenazas para su asma crónica: cebolla, sudores, perfumes baratos. Nadie se mira, el bus es una multitud en soledad. La gente va pegada a sus móviles, unos pasan sus dedos sobre la pantalla y otros exponen sin pudor íntimas conversaciones.
–Hagan puesto, hacia atrás, hacia atrás. –Indica el conductor con impaciencia.
Luego de varios empujones y bregando por no soltar a la niña, la mujer voltea a un lado y atisba una gorra tricolor. Le da una punzada en el pecho. Quien la lleva no tiene más de veinte años, luce muy flaco y sus ojeras delatan un hambre atrasada. Ella suspira, le recuerda a su sobrino que está en Finlandia. La proximidad es tal que siente el resuello de una conversación sobre su abrigo.
–Marico, ¡Na’ güevonada! No fue buena idea la tuya. Esa chama nos dejó el pelero. ¿Para qué le diste esa plata? –reclama una voz al de la gorra tricolor.
La mujer mira de soslayo y detalla a un joven que lleva un escorpión tatuado en el cuello. El aguijón, asomado a la camisa, se estira con una ira creciente.
–Dime güevón, ¿cómo vamos a hacer ahora?
El acento corrobora lo que ya sabía: son venezolanos, como ella. El bus frena y un empellón la hace trastabillar. La pequeña se suelta y se escabulle entre los pasajeros.
La mujer no puede moverse por el apretujamiento. Se pone en punta de pies y alcanza a ver el lazo rosado de la nieta. Logra estirar el brazo y le da un tirón hacia ella. El joven de la gorra tricolor se aparta para que la niña pueda llegar donde la abuela. Vuelve otra vez la punzada. Los dos muchachos andan muy desabrigados. Afuera el frío ha recrudecido con el agua nieve que se esparce sobre la ciudad.
–Permiso, permiso… –La fila de pasajeros comienza a abrirse paso para bajarse del bus.
La mujer también avanza hacia la salida y la niña tira de su abrigo.
–La bufanda, abuela, dámela. Abuela, que me des mi bufanda. La tienes en el bolso.
Se hace un lado para sacar la bufanda y se percata de que tiene el bolso abierto. El monedero ha desaparecido. Se detiene y no se baja del bus. Camina hacia el lugar donde estaba hace solo unos minutos. Rastrea el suelo con la esperanza de que se le haya caído.
El joven de la gorra tricolor se dirige hacia ella y le pregunta de sopetón:
–Señora, ¿le robaron el monedero?
Ella levanta la vista y se percata del codazo que el muchacho del escorpión le clava en las costillas a su compañero. Se le atropellan los pensamientos y no reacciona. ¿Cómo sabe que me devolví por el monedero? Seguro fueron ellos. ¿Y si no fueron? ¿Cómo lo demuestro? ¿Y si los ponen presos?
–Señora, por si los necesita, tome estos dos euros. –Le dice el de la gorra tricolor, extendiendo la mano y mostrando una moneda.
Ella niega con la cabeza. Sus ojos se encuentran y se mantienen fijos hasta que el muchacho desvía la mirada. No sabe quién de los dos está más triste.
El bus da una curva cerrada y la brusquedad del movimiento la acerca al joven del tatuaje. Ella mira fijamente su mochila. Piensa y repiensa. ¿Y si grito y los acuso de haberme robado el monedero? ¿Y si los deportan? Imposible decidirse… La lástima ha podido más que los 20 euros que había en el monedero.
El bus se detiene en la parada. Ella saca la bufanda del bolso y se la coloca a la niña. La toma de la mano y empuja el carrito del mercado.
Saludos. Mi respeto para la escritora, los mejores cuentos deberían de ser propiedad de las mujeres, pero extrañamente sucede como los mejores platos de comida.
«La difícil aventura de escribir un cuento». Yo diría «la gran satisfacción de ‘poder’ escribir un cuento». Una de mis interpretaciones de la obra es que el miedo confundido con bondad y altruismo fortalece a los malos y descarriados, y eso es peligroso para la sociedad y sus miembros.
Rosario, te escribo desde Venezuela, tu cuento sobre el robo del monedero me ha encantado y divertido, pero quiero destacar que la introducción me resultó muy sincera y amigable, lo cual me motivo a leerlo completo.
Yo estoy comenzando a escribir ahora que tengo 75 años y te confieso que he aprendido algo muy útil de este cuento tuyo.
Roberto Rolo Luis
«los mejores cuentos deberían de ser propiedad de las mujeres»: ! Cuánta prepotencia hay en esa absurda afirmación ! cargada de su sesgo ultrafeminista, como casi todo lo que proviene de ese sector que rechaza no sólo las diferencias que hay y deben mantenerse entre hombres y mujeres (si fuesen idénticos, nuestras vidas serían súper aburridas, «Vive la diference»), sino la opción de poner énfasis en las convergencias, ellas con su machismo con vagina prefieren acentuar las divergencias.
http://www.analitica.com/opinion/en-mi-cuerpo-mando-yo/