Desaprender para aprender. Catarsis de integración
Por Farah Cisneros
“Barrer lo viejo para que salga el nuevo yo en nosotros, nos convalida a una nueva experiencia de vida”
Antes de ofrecerle término de cierre a la segunda edición de mi libro ¡Haz lo que te dé la gana! y en estrecho vínculo con la situación generada y entendida como una pandemia mundial con afección en más de 170 países, se presentó para mí como una necesidad personal reseñar desde mi mirada lo que estos eventos en absoluto desarrollo podrían traer como consecuencia. En muchos de nosotros puede estar resonando, ¿Cómo se configurará la vida en el mundo al término de esta crisis?
La aludida pandemia que se conceptúa para la Real Academia Española como una enfermedad epidémica que se extiende a muchos países o que ataca a casi todos los individuos de una localidad o región, llegó sin sospecha o anuncio previo. Esta enfermedad contagiosa ha obligado al confinamiento a toda la humanidad, ocasionando un caos determinante y al distanciamiento físico como la primera medida de protección ante este flagrante enemigo.
Esta época pasa a representar una enorme distinción y connotación histórica para la humanidad, por los cambios que deberá afrontar.
Hasta ahora ha sido un tiempo de vida donde la premura justificaba todo tipo de postergaciones en la atención de cuidarnos a nosotros mismos y al entorno familiar y social. Priorizaba la productividad y el consumo.
Las diferencias ideológicas y desencuentros en políticas discriminatorias que convulsionan ante la mirada de todos, suman la presencia no grata para nadie de esta temida pandemia que ha obligado a hacer un ¡Alto!
¿Cuál será entonces el rumbo a tomar de ahora en adelante?
¿Bajo qué premisa estamos dispuestos a relacionarnos entre nosotros después de pasar por estos altos niveles de contingencia globalizada?
Las preguntas y respuestas pueden ser muchas, resultado de lo nuevo en el acontecer. Empezando por los miedos experimentados, de haber tenido que salir todos abruptamente de nuestras zonas de confort. Es allí donde precisamente cabe acuñar los términos de desaprender para aprender ya que necesariamente estaremos confrontando un antes y un después. Ya lo conocido y practicado sencillamente no funcionará y tendremos que flexibilizarnos como lo estamos haciendo con esta estación de confinamiento voluntario, para pasar posteriormente a ensayar y probar con otras formas y maneras sociales que constituyan herramientas de cambio y transformación en positivo para proseguir el camino dejado en espera.
Estamos comprometidos en superar lo que ya comienza a ser pasado para conectarnos con el futuro. Ensayar y activar nuestros cerebros coherentemente a un nuevo tiempo.
Sin lugar a dudas me inclino a pensar que se abren nuevos espacios para crear y volvernos lo suficientemente habilidosos en la cultura de la creatividad. Romper con los esquemas y programas de lo conocido puede brindarnos valiosas oportunidades para sintonizarnos en coherencia con la evolución de nuestra humanidad y del sistema universal que habitamos.
Entiendo como un hecho notable por lo curioso en la crisis producida por este virus pandémico, que así como deja un saldo negativo por lo que arrastra consigo, en lo oculto y privado de cada quien direcciona una verdadera catarsis de integración por los efectos que pudiera ejercer como purificación emocional, corporal, mental y espiritual. Esto lo digo en estrecha relación con los hechos que se generan cuando este azote viral ha dado lugar a establecer las necesidades del distanciamiento social, donde el confinamiento voluntario por así llamarlo, erradica o constriñe el hasta ahora normal y natural contacto físico para relacionarnos entre nosotros y socializar. Por mandato obligatorio de preservación hemos pasado a negarnos el encuentro cercano, las distinciones de afecto como los abrazos, los besos y hasta el mismo toque de rozarnos.
Con tiempo disponible para reflexionar seguramente se nos ha ocurrido o se nos ocurrirá más adelante, comprender la importancia que reviste aprender a vivir en la unidad como grupo social, sin distingo de ninguna naturaleza y donde cualquiera posee algo que compartir.
El tiempo alcanzado en aislamiento y soledad como medida preventiva para evitar el contagio del virus, puede haber recreado la suficiente atmósfera de intimidad para rendirnos ante nuestros egos y programas de conductas, juicios y creencias aprendidas y practicadas a la fecha, formadoras de nuestra identidad en el pensar-hacer y ser, cuya opción de valía es la de iniciar el proceso de soltarlas para desocupar y tener espacio para conectarnos con los cambios capaces de organizar la “nueva normalidad” que habremos de procurarnos entre todos. Implica esto limpiarnos en una especie de catarsis purificadora con sentido terapéutico sanador para abrirnos a una integración genuina en el logro de encontrarnos en solidaridad y responsabilidad como colectivo social.