Álvaro Pérez Capiello
Escribir no es una acción que solo proporciona placer… La literatura es un oficio. Toda obra se perfecciona en el acto mismo de la lectura, es así como el lector participa activamente de la oferta del escritor. A pesar de que muchos artistas admitan que sus creaciones no están dirigidas a un público, a ese espectador que, en muchas oportunidades, ha de ser parido por la propia obra, existe un afán de comunicabilidad en cada propuesta expresiva. Nadie enciende una antorcha para colocarla debajo de la cama, sino que acaba emplazándola en un lugar elevado para brindar luz y calor a la habitación. Se escribe por necesidad, más que por regla, aunque al final las soñadas invenciones de un hacedor de ficciones puedan terminar satisfaciendo el gusto colectivo a tal grado que se transformen en la base estética de una época. El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra es claro ejemplo de ello. Una novela nacida de lo particular, plagada de tradiciones y localismos, que retrata las aventuras de un hidalgo y su fiel escudero Sancho Panza, acaba sin querer, o queriéndolo, resumiendo las pasiones y los vicios de la mansión humana. Prácticamente, las diferencias habidas entre los escritores son fáciles de encuadrar dentro de la cuestión formal o expresiva. En lo fundamental, preguntas del tenor de: ¿quién soy?, ¿por qué estoy aquí?, y ¿a dónde voy?, gravitan en torno a la mente de los hombres desde tiempos remotos. Cualquier texto literario toca, aunque sea muy subrepticiamente, estos tópicos. Así como la idea del vuelo yace anclada en el mito griego de Ícaro, a quien su padre Dédalo confeccionó unas alas de cera, todo en nuestro viejo universo está hecho y realizado, por lo que solo hay que buscar una manera original para expresarlo. A mi manera de entender, el qué decir está subordinado al cómo se dice.
Cierto es que resulta inevitable una encarnación del escritor en cada acento, punto y coma de su obra literaria por cuanto se narra a partir de la propia desesperación. Empero, el autor y el producto creado demuestran andar caminos muy divergentes. De qué otra manera pueden entenderse los trazos del pintor Amadeo Modigliani, muy alejados de la vida disoluta del artista, nacido en el gueto de Livorno, en 1884. En el cuento El Ruiseñor y la Rosa, el genial Oscar Wilde nos presenta a un ave que escucha los incesantes lamentos de un estudiante por no poder ofrendar ni siquiera una rosa roja al más caro objeto de sus deseos. Un amor tan sublime, lleva al ruiseñor a sacrificar la propia vida en aras de teñir con su sangre una espléndida flor encarnada. Al final, la rosa terminará lanzada al arroyo junto a aquella insólita sentencia: “¡Qué tontería es el amor! No es ni la mitad de útil que la lógica, porque no puede probar nada; habla siempre de cosas que no sucederán y hace creer a la gente cosas que no son ciertas”. Sí, el autor de El Gigante Egoísta y La Importancia de llamarse Ernesto asoma en El Retrato de Dorian Gray el temor del creador por desnudar su alma en el producto creado: “Todo retrato que se pinta de corazón es un retrato del artista, no de la persona que posa. El modelo no es más que un accidente, la ocasión. No es a él a quien revela el pintor; es más bien el pintor quien, sobre el lienzo coloreado, se revela”. Sería estúpido, o cuando menos inútil, tratar de psicoanalizar a un texto literario.
Como novelista, me gusta que la obra respire… En ese microcosmos, los personajes deben moverse con absoluta libertad y tomar sus propias decisiones de vida o de muerte. Luego de escribir Guardatinajas (1992), me pareció que quedaban muchas cosas aún por explorar. Valiéndome de instrumentos puramente culinarios, podía usarse la espátula para sacar del molde toda la mezcla. Parecía que aquellos personajes querían decirnos más sobre ellos y hablarnos del futuro. Fue, pues, cuando me di a la tarea de escribir Sombras Bajo el Sol. En esta nueva novela me hundí entre los callejones oscuros que gravitaban alrededor de las corrientes del río, como símbolo del fluir. Sin haberlo previsto, Pedro estaba muerto al tiempo que otras voces aparecían en aquella trama de luces y sombras como bien quiere sugerirlo el título de la propia obra. Los lectores no son tontos, aunque cierta crítica pretenda dejar esto de lado. Ninguna aproximación a un texto literario es igual a otra, por cuanto “nadie es capaz de bañarse dos veces en el mismo río”, ni recibir con igual ánimo las palabras contenidas en un libro. La buena literatura representa un desafío, tanto para quien la crea como para quien la recibe. Eso lo comprobé con Sombras Bajo el Sol, cuando mis lectores me sentaron en el banquillo de los acusados por matar a Pedro. “La gente muere (fue lo único que alcancé a decirles) los personajes también”.
En una ocasión, un amigo pintor me comentó sobre un incidente ocurrido a propósito de una de sus exposiciones. Allí, una visitante apuñaló con un filoso cuchillo uno de sus cuadros. A él tal cosa le resultó maravillosa pues su curiosidad intelectual lo llevó a ahondar en las motivaciones que la guiaron a cometer un acto como este. Se pretendía mover al espectador, emocionarlo desde un punto de vista plástico, vaya que lo logró… Por fortuna, no me ha tocado transitar un incidente con esos artilugios de los chefs. Pero, debo decir, que en una amena charla sobre El Bar de Luso, una novela ambientada en el mundo de los cocteles, estuve a punto de salir ileso a no ser por una amable señora que, tras escuchar pacientemente todos mis comentarios, me dijo ya casi al final de la reunión en un tono grave: “Tras leerlo, solo quise tirar su horrible libro a la basura”. Como quiera que todos los escritores tenemos un cierto toque de locura, no pude menos que deleitarme con aquello, pues tanta arrechura no era a título gratuito. Sucede como en el amor; a los buenos amantes y a los buenos escritores o nos adoran, o nos odian, pero jamás terminamos siendo indiferentes. Al hurgar en las razones de la dama, descubrí que mi inocente personaje Rubio se parecía mucho al inocente hijo de la señora al cual tenía cinco años que no veía. ¡Cosas veredes Sancho!
Para quienes desean incursionar en el mundo de lo literario, noten que las cuartillas borroneadas y reescritas pueden no ser tan seguras como parece deducirse de su inalterable esencia. En el taquillero filme “Misery”, la actriz Katy Bates interpreta a la fan número uno de Paul Sheldon, un novelista que tiene la costumbre de retirarse a escribir en un desolado paraje montañoso y acabar sus obras al amparo de una copa de espumante champaña. Bajo una tormenta, el automóvil en el que viajaba derrapa en una curva y se precipita al abismo nevado. Entonces, el maltrecho escritor es rescatado y alojado en la casa de su gran admiradora, lo que nos guía, o debería guiarnos, hacia un desenlace feliz pero, las cosas no parecen tan sencillas en el mundo real y su anfitriona es una enfermera sociópata que pondrá a prueba la inteligencia y la imaginación del señor Sheldon. En la película es rescatable el papel de las viejas máquinas de escribir Smith Corona, no ya como un recurso, o tal vez una manía, que hace fluir las ideas, sino a la manera de un arma improvisada capaz de derribar a la loca de la historia con un certero golpe en la cabeza. ¡Definitivamente los conocimientos pegan duro! A mí, no me ha tocado experimentar los cuidados del personaje caracterizado por la señora Bates pero quien una vez dijo “amarme con locura” destruyó mis cinco bibliotecas con todos mis libros incluidos dejándome en la orfandad intelectual. No sé si tal arrebato furioso ocurrió tras leer un pasaje de El Bar de Luso, Razones para Vivir, Laberinto de Ilusiones, El Desván de lo Oculto o De Epitafios y Tumbas, quisiera pensar que sí por una mera cuestión de ego, porque pareciera que en la normal existencia de un escritor de prestigio debe haber siempre un exilio forzado, un amor que no llega a cristalizar, unos años de presidio, algún embarazo por descubrirse o un cadáver oculto en el armario, al más puro estilo de Las Crónicas de Narnia. Desde luego que exagero, aunque la gran pantalla no duda en presentar al hacedor de ficciones colocándole el punto final a un texto, balanceando algún vaso de escocés con poco hielo, o apreciando el afrutado “bouquet” resguardado en una copa de carmenere, cuando no es así, ingresamos al terreno de los mal vestidos, mal encarados, olorosos a licor barato y harapientos poseedores de una verdad escondida que no alcanza a ultrapasar el umbral de un edificio semi-derruido en una urbe populosa. Esa imagen de Edgar Poe, víctima del “delirium tremens” a las puertas de una taberna cautiva tanto como los escándalos protagonizados por los creadores de la “Generación Beat” insuflando la leyenda de los escritores malditos.
Pero, como dije al principio, escribir es un oficio que no busca halagar, sino lanzarnos a la conquista de un territorio inexplorado y carente de balizas donde no existe nada seguro. La transgresión está unida al alumbramiento de algo genuino por lo que la mayor prueba que se le presenta a una obra literaria viene dada por el tiempo: aquel tiempo que la vio nacer, aquel tiempo que la golpeará en su andadura y no dudará en hacerla girones. El best seller, punto de mira de la industria editorial no suele dejar huella pues, como bien lo dijo Juan Goytisolo, busca lectores y no relectores en un mundo que hace reverencias en los altares del Fast-Food. Para terminar y no cansarlos demasiado, sigamos a lo dicho por Buñuel: “La mejor manera de no quemarse es seguir ardiendo”, menuda enseñanza en un mundo de pintores que no pintan, de narradores que no cuentan, de poetas que viven a la sombra de un verso afortunado ya esquivo a la memoria y de cineastas que confunden a Maléfica con un ser de bondad para no forzar demasiado a la imaginación.
Álvaro Pérez Capiello es un destacado escritor venezolano, narrador y ensayista, escribe para diarios y revistas. Dicta clases en la Universidad Alejandro Humboldt. Ha publicado los siguientes libros: Ventanas, Ensayos; Guardatinajas, Novela; Sombras bajo el Sol, Novela; El Bar de Luso, Novela; Laberinto de ilusiones, Novela; Entre la Verdad y el Engaño, Cuentos; La Mamoria de un Símbolo, Ensayo; El Desván de lo Oculto, Novela; Las Pinceladas de la Inmortalidad, Novela; En el tiempo de las arañas, Novela; De epitafios y tumbas, Cuentos; Relatos de la Tierra Negra, Novela; Los Dieciséis Escalones, Novela publicada en 2019. Ha recibido numerosas distinciones, entre las cuales destaca la Medalla de Narrativa Lucila Palacios otorgada por el Círculo de Escritores de Venezuela.
Admirable, Dios guarde y divulgue sus escritos, el tejido de su arte único, sus destellos, su luz. La envidia es una virtud: «Yo lo envidio».
He leído parte de sus enseñanzas y me siento un erudito al remembrarlas e intentar imitarlas y promoverlas.