Concepción Platónica del alma y su relación con el pensamiento oriental
Por Ernesto Marrero
En su apasionante y trascendente obra literaria el Fedón, Platón nos narra la conversación que sostuvo Sócrates en la prisión con sus discípulos los días que precedieron a su ejecución, acerca de la inmortalidad del alma y el significado de la vida para un filósofo.
En el presente relato resulta difícil distinguir cuando es Platón quien está hablando o si es realmente Sócrates, pero para el presente artículo trataremos de analizarlo como el aporte platónico hacia una nueva concepción del alma. A la vez mostraremos la correlación que existe, en muchos casos, con la filosofía oriental.
La idea de que existe una psique (psyché), o alma, era apreciada dentro de la antigua cultura griega como un Principio Vital; es decir, una especie de potencia o capacidad que da vida a los seres, la cual terminaría desvaneciéndose finalmente en el Hades como una tenue sombra que se desdibuja en la lejanía. Pero Platón le da una concepción distinta a ésta. Indica que es inmortal, transmigra de unos cuerpos a otros; es decir, que incorpora el principio de la reencarnación y es el verdadero aposento en que irradia la fuente del conocimiento. Esta idea pudiera provenir de fuentes pitagóricas que, a su vez, pudo tener influencia del Orfismo aunque también se debe resaltar que en los países orientales ya se manejaban estos conceptos con naturalidad. El famoso libro de los yoghis El Bhagavad Guita, dice al respecto:
El espíritu nunca nace y nunca muere: es eterno. Nunca ha nacido, está más allá del tiempo; del que ha pasado y del que ha de venir. No muere cuando el cuerpo muere1[1].
Y más adelante nos advierte: Al igual que un hombre se quita un vestido viejo y se pone otro nuevo, el Espíritu abandona su cuerpo mortal para tomar otro nuevo2[2].
Esta argumentación resulta de interés para un estudio filosófico teórico, pero en el caso de Sócrates llama la atención otro factor importante para estudiar y es la forma de llevar a la práctica lo que en vida predicaba. Dicho ejemplo lo sugirió también Confucio en una oportunidad: El más elevado tipo de hombre es el que obra antes de hablar y práctica lo que profesa. Sócrates comienza a destacar que el verdadero filósofo debe practicar lo que enseña, actuar de acuerdo con la virtud y además afrontar a la muerte con valentía, ya que a este tipo de individuo les esperaría una vida mejor junto a los dioses el día de su partida del mundo material. Así le comunicó a sus amigos Simmias y Cebes (principales interlocutores del Fedón):
[…]De modo que por eso no me irrito en tal manera, sino que estoy bien esperanzado de que hay algo para los muertos y que es, como se dice desde antiguo, mucho mejor para los buenos que para los malos3[3].
Y luego le dijo a Simmias: […]Me resulta lógico que un hombre que de verdad ha dedicado su vida a la filosofía, en trance de morir, tenga valor y esté bien esperanzado de que allá va a obtener los mayores bienes, una vez que muera4[4].
En el Fedón se logra alcanzar una separación radical entre cuerpo y alma. Se le da una imagen al cuerpo de cárcel y, posterior a la muerte, el alma quedará liberada de estas ataduras que no dejan que podamos percibir la realidad de las cosas, ya que los sentidos nos causan un estorbo constante y no permiten que el alma pueda concebir totalmente la verdad. Sobre este punto resulta importante comparar lo que dice El Bhagavad Guita: La impetuosa voluptuosidad de los sentidos arrastra la mente hacia las cosas externas, perturbando así a los hombres sabios, buscadores de la perfección5[5].
El aprisionamiento del alma, explica Sócrates, se debe al deseo, de tal modo que el propio encadenado puede ser colaborador de su estar aprisionado. Los antiguos Upanishads también nos explican que la mente impura está determinada por los deseos, en cambio la pura carece de ellos. El Baghavad Guita nos indica también: Cuando un hombre se libera de todos los deseos que anidaban en su corazón, y por la gracia de Dios encuentra la dicha divina, entonces su alma descansa en paz6[6]. Mircea Eliade lo explica claramente en su libro Yoga, Inmortalidad y Libertad: Los deseos no son eternos; luego, no pertenecen al espíritu. El espíritu es eternamente libre7[7]. El budismo también nos trasmite esta idea: El dolor es inherente a la ek-sistencia, esto es, al deseo de ser, a la sed en cualquiera de sus formas8[8]. Para el pensamiento budista, el deseo es el origen de dukkha (el sufrimiento).
En el Fedro, Platón nos habla, a través de Sócrates, sobre la inmortalidad y cómo el alma puede parecerse a un auriga que maneja dos caballos, uno bueno y hermoso y el otro todo lo contrario. No así el de los dioses que posee aurigas buenos y de buena casta9[9]. En los Upanishads, en su Tercer Valli, también nos hablan de la imagen del auriga y los caballos, de la siguiente manera:
“3.Conoce el Ser que se sienta en el carro: Su cuerpo es el carro, el intelecto el auriga y la mente las riendas.
4. Los sentidos son los caballos y los objetos de los sentidos los caminos que aquellos toman. Cuando aquel (el Ser Supremo) está en perfecta unión con el cuerpo, los sentidos y la mente, los sabios llaman a ese estado la dicha suprema.”10[10]
Platón utiliza el argumento de compensación de los contrarios que se basa en una antigua concepción griega, incluso anterior al mismo Heráclito, quien le otorgó una visión dialéctica, en la que la tensión entre los elementos opuestos se unifica a niveles superiores11[11]. Según ésta, los contrarios proceden unos de otros; para que haya vida tiene que existir muerte y para que haya muerte tiene que haber vida, lo mismo se expone con el sueño y la vigilia. Entonces los vivos proceden de los muertos, de la misma forma que éstos proceden de aquéllos.
[…] Por ejemplo la belleza es lo contrario a la fealdad y lo justo de lo injusto, y a otras innumerables les sucede lo mismo. Examinemos, pues, lo siguiente: si necesariamente todos los seres que tienen un contrario no se originan nunca de ningún otro lugar sino de su mismo contrario, por ejemplo, cuando se origina algo mayor, ¿es necesario, sin duda, que nazca de algo que era antes menor y luego se hace mayor?12[12]
Aquí es interesante señalar que una concepción similar se venía manejando en la China con el Yin Yang, que fue popularizado en el Taoismo con Lao Tsé, y también manejado en el Confucianismo; aquí el universo es un producto que emerge de la unidad primordial, y todo cuanto está en él contiene a la polaridad como dinámica esencial de su existencia: positivo y negativo, oscuro y luminoso, femenino y masculino.
La postura platónica referente a la reminiscencia nos conlleva a pensar que hemos tenido que aprender en un tiempo anterior, o en una vida precedente, aquello de lo que nos recordamos ahora. Antes de nacer, el alma conoció la Igualdad, la Belleza, la Justicia, la Bondad y todo lo que le resta a nuestra existencia. Y partiendo de que existen las Ideas y que el conocimiento es recuerdo de éstas, entonces nuestras almas existían ya antes de tener forma humana y tenían la capacidad de pensar.
En cuanto a la percepción alma-cuerpo se observa una postura dualista, Platón hace una clara diferenciación entre la entidad espiritual y la envoltura carnal: lo material, correspondiente al cuerpo, es mortal, sensible, compuesto, soluble y nunca inmutable; y lo inmaterial, que corresponde al alma, posee una naturaleza muy semejante a lo divino, inmortal, inteligible, simple, indisoluble y siempre invariable. Por lo tanto, se trata de una concepción dicotómica, entre el alma y el cuerpo que se hallan vinculados temporalmente.
También se percibe un trasfondo ético y moral en el que el desarrollo de la virtud en el individuo le llevará a un nivel de vida superior o inferior en el más allá. El alma de los hombres virtuosos, después de desencarnar, se dirigirá a un lugar divino, inmortal y lleno de sabiduría donde vivirá feliz y libre de todo error, lejos de ignorancias y terrores. Aquí Platón pudiera estar hablando de los Campos Elíseos, el lugar paradisíaco del Hades. Pero si no se aleja del cuerpo, manchado e impuro, y se aferra únicamente a los goces materiales, a la comida, la bebida y los placeres del amor, no tendrá la misma suerte y viajaría a los lugares más oscuros del Inframundo. Algunos llegarían hasta el Tártaro, una mazmorra de sufrimientos donde se experimentarían las más crueles experiencias.
Se puede percibir cómo la concepción platónica del alma contiene una profunda influencia de los Pitagóricos, quienes a su vez manejaban conceptos provenientes del Orfismo, un movimiento o corriente religiosa relacionada con Orfeo, el maestro de los encantos, y que en la antigua Grecia fue considerada una especie de secta, y colocaron así en tela de juicio a la religión imperante de los griegos. Dicha corriente concebía un cuerpo con un alma indestructible que sobrevivía al proceso de la muerte y recibía premios o castigos, según su comportamiento en vida; por esta razón el iniciado tenía la obligación de mantenerse puro para su salvación. El cuerpo era considerado simplemente una vestimenta, una prisión o incluso una tumba para el alma. Los seguidores de Orfeo tomaban el viaje que él realizó al Hades en búsqueda de su amada Eurídice y el posterior desmembramiento del que fue víctima por las Ménades, adoradoras del dios Dionisio, como una simbología del camino iniciático del alma hacia la liberación de la pesada materia que los recubría.
Pero de Pitágoras se tienen muchas teorías acerca del origen de sus conocimientos; es probable que haya realizado viajes a Egipto, Babilonia y la India, donde había entrado en contacto con los conocimientos matemáticos, religiones y costumbres de esas regiones, lo cual llevaría a fortalecer su doctrina y, desde luego, a su escuela. Existen evidencias de que en otras culturas también se conocía el teorema matemático de Pitágoras; por ejemplo, los hindúes claramente enuncian una regla equivalente a este teorema; en el documento Sulva (Sutra, que data del siglo VII a. C.) los babilonios aplicaban el teorema 2.000 años antes de Cristo, pero se desconoce de la existencia de una demostración. A su vez, los egipcios conocían el triángulo y la aplicación de éste para sus construcciones. Debemos recordar que Pitágoras fue contemporáneo con Buda, en la India, con Lao Tsé y Confucio, en la China; de la misma forma se piensa que al haber visitado estos lugares se impregnó del Zoroastrismo y del Hinduismo.
Por todo lo antes expuesto, puede observarse la similitud de la filosofía platónica expresada en el Fedón con muchos conceptos de la filosofía oriental en cuanto a la concepción del alma inmortal, la cual sobrevive a la muerte para ir a un lugar de beneplácito en el caso de haber sido en vida una persona de buenos principios morales, además de no haberse dejado llevar en extremo por los placeres de la carne y el deseo, que sólo atan más el alma al cuerpo e impiden que ésta pueda evolucionar.
En la actualidad, con el proceso de globalización mundial, la filosofía oriental se ha diseminado por el mundo y el yoga mantiene una actualidad latente con la difusión que ejerció el Swami Vivekananda y el siempre recordado Paramajansa Yogananda, al traer de la India para América este legado milenario. Similar aceptación poseen las corrientes Taoístas y Confucionistas, así como sucede con el budismo y en especial el Tibetano que fue expandido por el mundo después que la China invadió al Tíbet, en tiempos de Mao, y esto obligó a muchos monjes a escapar hacia diversos países occidentales y propagar sus conocimientos espirituales.
Visto el presente análisis, pudiéramos aseverar que la visión Platónica del Fedón se muestra impregnada de este tipo de pensamientos orientales; también diríamos que en la actualidad esta filosofía se halla en total vigencia en cuanto a la concepción del alma, y que por ende puede brindar un aporte esencial en el proceso de cambio de conciencia que se está gestando de alguna manera dentro de nuestra sociedad que se encuentra en desmoronamiento por causa del materialismo excesivo que, aparte de contaminar y destruir al planeta progresivamente, crea más egoísmo, orgullo, ambición y falta de comunicación interpersonal. Es decir, que esta transformación personal a través del pensamiento filosófico, como lo mostró Sócrates, pudiera ayudar fácilmente a combatir los factores que enturbian la mente y alejan a las personas de su verdadera naturaleza espiritual.
Por: Ernesto Marrero Ramírez
ernestomarreroramirez.blogspot.com
ernestomarreroramirez@yahoo.es
Bibliografía
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MORA Ferrater: Diccionario de filosofía, Barcelona, Editorial, Ariel, 2004
PANIKKAR Raimon: El silencio de Buddha, Una introducción al ateísmo religioso, Madrid-España, Ediciones Ciruela, 2005.
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———–: Institute for Religious Research. (http: //www.irr.org/default.html).
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———–: Pitágoras, Biografía. (http: //www.sme.com.ar/ecampetella/biografías /pitágoras.html.
1[1] El Bhagavad Guita, pág 29, Nº 20, Ediciones Universales, 1980
2[2] El Bhagavad Guita, Op.cit., pág 29, Nº 22
3[3] Platón, Fedón, pág 37,Madrid España, Editorial Gredos, 2000
4[4] Platón, Fedón, Op cit., pág 38
5[5] El Bhagavad Guita, Op.cit., pág 37,No.60
6[6] El Bhagavad Guita, Op. cit., pág 36, Nº 55
7[7] Véase ELIADE Mircea, El Yoga, Inmortalidad y libertad, pág 26, México D.F., Fondo de cultura económica, 2002
8[8] Véase PANIKKAR Raimon: El silencio de Buddha, Una introducción al ateísmo religioso, pág 72, Madrid- España, Ediciones Ciruela, 2005
9[9] Véase Platón, Fedro, pág 341,Madrid España, Editorial Gredos, 2000
10[10] Véase Los Upanishads, pág 22, Barcelona España, Edciones Brontes, 2008
11[11]Véase BERNABÉ Alberto, traducción y notas: De Tales a Demócrito, Fragmentos presocráticos, pág 120, Madrid-España, Alianza Editorial, 2006.
12[12] Platón, Op cit., pág 52, 53