Por Lidia Salas
Amor en tiempo de naufragios
He leído el libro de Ligia Colmenares: Bitácora del Amor (Editorial Lector Cómplice, 2016) con un interesante prólogo de Alberto Hernández, quien propone no solamente atisbar el encuentro de los cuerpos, sino convertirse en el tercer participante de esta crónica amorosa.
La portada y el nombre del poemario anuncian la metáfora de la experiencia que se canta en estas páginas: el tiempo de los amantes, se expresa mediante la bitácora de los marinos. Por lo tanto las imágenes y figuras retóricas nombran al mar, a su aroma de sal y iodo, al misterio que promete el entregarse a sus corrientes. El miércoles 23 se anotó: “Navego en el mar de tu piel / la red atrapa tus peregrinas olas “ y el domingo 27: “En el horizonte / un arrebol de besos.” Quienes participan en este viaje de sensaciones y emociones, expresan mediante una voz poética, apasionada por la belleza, pero de una gran sobriedad. A diferencia de la tradición de la poesía amorosa, que se expresa con una exuberancia de palabras, estos poemas han sido escritos a manera de jaculatorias. Podría decirse que son destellos que señalan en cada una de las fechas, solo una escena. Entonces el silencio habla de lo que se guarda, de lo que se calla, para que se sea la complicidad del lector quien lo adivine.
El título que he dado a mi lectura hace referencia no sólo a la idea de la segunda parte del libro que habla de la ausencia como epílogo de esa historia, sino al momento histórico en el que ha sido publicado. El domingo 18 se anotó: “Parte el navío / en el adiós de los amantes / naufraga el amor.” Imposible no recordar a Neruda: “Todo en ti fue naufragio.” ¿Por qué todo gran amor termina en un adiós? ¿Se usó la imagen del mar para poder significar el dolor de la ausencia con el de un naufragio? ¿Existe una idea que de la dimensión de la pérdida del ser amado con tanta contundencia como lo da la imagen del naufragio? Quizás, el amor sea la concesión de los dioses a los humanos, quienes somos incapaces de mantener esa llama divina ardiendo para siempre. Quizás, en todo canto, la mejor tesitura la da la nota del dolor. No olvidar que el mito dice, que por la maldición de la culpa, fuimos desterrados del edén de la felicidad eterna.
En la segunda parte del libro conmueve el matiz de pérdida en los versos. El martes 16, se escribió: “¿Qué ilumina el faro / en el camino de los ausentes? Y el lunes 26: “A las seis de la tarde /se graba la tristeza en la piel.” El epígrafe de Rafael Cadenas ya lo presagiaba:“El vino se ha eclipsado / Los días de los amantes también pasan” Y es esta verdad, expresada con tanta desnudez como los versos de Colmenares, lo que toca al lector.
Anteriormente, se hacía referencia, a que el tiempo de naufragios no está solamente en la poesía con la que se dialoga, sino en el presente cuando estos poemas han sido editados. La crueldad del hundimiento de este país, ha devorado desde los sueños de varias generaciones hasta la realidad que nos identificaba como comunidad. Varios poetas quienes, habían guardado muy celosamente su escritura, nos entregan sus versos. Valoro la intención de mitigar con poesía, el dolor que traspasa a los náufragos de tanta catástrofe. Hablar de amor y de ausencia cuando se ha perdido hasta la esperanza, pareciera una incongruencia. Pero, cuando no hay puerto seguro, ni balaustrada donde apoyar las manos, este pequeño libro, se convierte en un acto de resistencia. En un testimonio de fe y de esperanza en la palabra, en la vida, en el amor y en el dolor que éste causa al corazón. Por eso, he escrito estas palabras, para que la poesía, logre su destino de ser estrella, de convertirse en luz titilante sobre las tinieblas de la realidad.
Lidia Salas
Poeta / Ensayista.
Caracas, en la noche fría del jueves 26 de Enero del 2017