El Mundo de la Palabra
Por Alejo Urdaneta Fuenmayor
La prolífica muestra literaria que nos presenta la poeta Carmen Cristina Wolf, nos exigiría hacer una apreciación en detalle de los ensayos que componen su obra Vida y escritura. En el libro que nos ofrece se perciben las emociones que la lectura de las obras reseñadas ha dejado en ella, lo que hace del conjunto algo más que un análisis crítico de cada obra y nos lleva a aproximarnos a la sensibilidad de la autora.
Se trata en verdad de una recopilación selectiva de autores y sus obras. Poetas, ensayistas, narradores pasan por el tamiz de la percepción de Carmen Cristina Wolf, para dejarnos ver un gran mural de creatividad literaria. Se nos muestra la visión espinozista de Elizabeth Schön, junto al silencio fecundo de Rafael Cadenas y nos incita a la evocación de Sor Juana Inés de La Cruz, cuando nos recuerda que callamos no porque no tengamos nada que decir, sino porque no sabemos decir todo lo que necesitamos expresar. Y esa es una misión de la poesía: mediante el ritmo natural del universo, el poeta funge de mago para darle al sonido de la palabra un orden verbal, en sucesión de golpes y pausas dirigidas a un significado. Y ya con eso el poeta nos ha dicho su creación mítica de encantamiento.
Cada arte cuenta con su crítico: el actor lo es del drama y muestra la obra del poeta en su método propio. Su gesto y su voz son la revelación de la pieza dramática. Si Carmen Cristina se nos hubiera presentado como crítica literaria en esta selección afortunada, sería intérprete y hubiese tratado de revelar el enigma de cada poema, de cada narración y hasta de los claros ensayos. En tal caso, intensificando su apreciación en entrega personal, pudiera haber calado en la personalidad artística de los escritores que nos presenta en esta obra. No ha sido ese el propósito de nuestra autora. La visión que da a sus ensayos es la de una poeta, no la del crítico que analiza una obra mediante la visión de conjunto resultante de los fragmentos en que la ha descompuesto para analizarla.
¿Puede llegarse al fondo de una obra de arte? Escuchamos a Rubinstein tocando la Sonata Hammerklavier de Beethoven y advertimos que nos ofrece en su ejecución parte importante de sí mismo, al mismo tiempo que devela el sentido de lo que el espíritu del músico quiso expresar. Asimismo, Hamlet no existe en la realidad; hay tantos como pasiones y melancolías.
En esta pléyade de artistas que nos trae Carmen Cristina como cálido homenaje, todos merecen un estudio detallado que haría este prefacio interminable. Venezolanos insignes como Eugenio Montejo, Rafael Cadenas, Luz Machado, Eduardo Casanova o Armando Rojas Guardia, entre muchos escritores, junto a otros de nacionalidades diversas, bastarían para justificar un análisis de la obra de la totalidad de los creadores literarios presentados en el ensayo, que han dejado en la comentarista y poeta huellas espirituales trasladadas a este ensayo de original factura, mezcla de reflexión y sentimiento, rumores de lluvia, el misterio del amor como sentido de la vida misma.
Es esa la razón por la cual he detenido mi comentario en dos de los artistas, escritoras universales que ya han muerto y han dejado una obra reconocida, ambas amadas por nuestra autora. La muerte iguala a los hombres, pero en el arte va poniendo señales al porvenir para destacar las luces que más brillan en el firmamento. El crítico intérprete nos mostrará esta vez la creación artística en alguna nueva relación con nuestra época. La obra de arte es una cosa viva, y, diría más: la única cosa viva. A medida que avance lo que erróneamente llamamos civilización, pues ella representa la abolición de los mitos para organizar la vida humana en función de orden, a veces contra la libertad; a medida que progrese el hombre en prosperidad, los espíritus críticos velarán menos el sueño de la vida real para fijar su observación en el arte, porque solo por su mediación podemos aproximarnos a la perfección que nunca se alcanza. El arte nos preserva de la caducidad de la existencia real, limitada en sus energías porque también es limitado el contenido de sus ofrecimientos.
La Plenitud
María Zambrano es el pedestal donde Carmen Cristina Wolf ha colocado su vocación de poeta y pensadora. Porque para la artista malagueña la utopía y la belleza son la misma cosa y se asemeja a la espada de un ángel que nos conduce hacia lo que sabemos imposible.
Desde Platón se planteó el combate entre la filosofía y la poesía, expresiones únicas del ser humano, y de la lucha resultó la condenación de la poesía. Sin embargo, el tiempo ha mostrado el parentesco de las dos formas de expresar la realidad humana. El filósofo aspira a la totalidad, lo quiere TODO; el poeta no teme a la nada y quiere también el todo, pero uno desde el cual posea cada cosa, para nombrarlas todas y ponerles rostro y darles la realidad verdadera, no conceptual, la realidad radical de que hablaba Ortega y Gasset.
Escribir es defender la soledad en que se está; es una acción que solo brota desde un aislamiento afectivo, pero desde un aislamiento comunicable, en que, precisamente, por la lejanía de toda cosa concreta se hace posible un descubrimiento de relaciones entre ellas. El escritor sale de su soledad a comunicar el secreto. Luego ya no es el secreto mismo conocido por él lo que colma, puesto que necesita comunicarle. ¿Será esta comunicación? Si es ella, el acto de escribir es solo medio, y lo escrito, el instrumento forjado. Pero caracteriza el instrumento el que se forja en vista de algo y este algo es lo que le presta su nobleza y esplendor.
En un comentario acerca de un maravilloso texto de Carmen Cristina Wolf, dedicado al poeta Rafael Cadenas, dije que este en su poesía da vida a las cosas, al modo de las pinturas de Rembrandt, en las que un humilde lienzo blanco o gris, un utensilio de pobreza de menaje del hogar más humilde, se ve envuelto en una atmósfera lumínica y radiante, que otros pintores vierten solo en torno a las cabezas coronadas de los santos. Carmen Cristina ha seguido la intuición del poeta Cadenas, que es la misma que preside la obra de María Zambrano, y ha santificado las cosas. Cada una de ellas esconde sus tesoros interiores y es menester exaltarlas para que desnuden su belleza.
Su otra Luz
Nos dice Carmen Cristina, cuando revive en nosotros el interés por Emily Dickinson, que Jorge Luis Borges escribió: “No hay, que yo sepa, una vida más apasionada y más solitaria que la de esa mujer. Prefirió soñar el amor y acaso imaginarlo y temerlo… publicar no era, para ella, parte esencial del destino de un escritor. Después de su muerte, que acaeció en 1886, encontraron en sus cajones más de mil piezas manuscritas… No es cotidiano el hecho de un poeta traducido por otro poeta… la cadencia, la entonación, la pudorosa complejidad de Emily Dickinson aguardan al lector de estas páginas, en una suerte de venturosa transmigración”.
“Algo en un día de verano
una profundidad –un azul–
un perfume
trasciende éxtasis.
(…)
¡Es tanta la alegría!
Si tuviera que desfallecer ¡Qué pobreza!”
La naturaleza era para Emily Dickinson un ente de razón tan abstracto como Dios, o como el amor. El humor que la acerca a nuestro tiempo impregna sus versos y ella lo hace con una fina ironía, desprendida de sí misma en forma natural y sin agravio. En la poeta se expresa también el filósofo que aspira a la totalidad. La mística de lo doméstico se observa en cada frase: una brizna de hierba, un grillo, el colibrí en movimiento son suficientes para formar el cuerpo sólido de su poesía. Y es que la poeta describía en términos sencillos la casa que desea ser cantada –la poesía– para aproximarse a la casa encantada de la naturaleza:
“Tráeme el ocaso en una copa,
cuenta las jarras de mañana
y di cuántos rocíos,
dime qué lejos salta la mañana.
A qué hora duerme el tejedor
¡y quién hila la anchura del azul!”
Y como reafirmación de lo dicho, nos proclama Carmen Cristina Wolf, nuestra bella autora:
“El poema es sufrimiento o alegría sin trampas de lenguaje, se dice a sí mismo como una palabra que “lleva una espada” y “puede atravesar a un hombre”. El poema deja sentir el rapto de la pasión, “como los hombres ciegos conocen el sol”. E. D. agoniza de sed, y sabe que corren arroyos por las praderas, pero esa no es su agua y la deja correr. Ella quiere la suya, no otra”.
Con estas palabras nos invita Carmen Cristina Wolf a entrar en su propio bosque poético, que es como el otro bosque, el que recorren sus comentados durante la noche ceremonial de la poesía.
Autor del ensayo: Alejo Urdaneta Fuenmayor, narrador, ensayista y poeta venezolano.